lunes, 26 de julio de 2010

PRÓLOGO




“Te amé más allá de la razón. Te entregué todo: mi niñez, mi cuerpo y alma; incluso mi voluntad. Pero ya no más. No pienso seguir viviendo de tus migajas. Aunque te ame con todas mis fuerza; me voy para siempre”.

Bella POV:

-          ¡Mamá! – grité sobándome la cabeza. - ¡Mamá!
Reneé corrió a ver que me ocurría.
-          ¿Qué pasa, Bella? – dijo preocupada.
-          Edward me golpeó con su estúpido camión de juguete. De nuevo. – dije entre sollozos. - ¡Lo odio!
La pobre señora Esme estaba parada atrás de mamá. Se encontraba horrorizada y apenada.
Cuando reaccionó se agachó en frente del agresor de siete años que tenía por hijo, y lo increpó.
-          ¿Por qué haces esto, Edward? ¿Hasta cuándo te debo decir que Bella es un año menor que tú y debes cuidarla, no maltratarla?
-          Ella se lo buscó. – dijo despreocupado.
Me abracé a la cintura de mi madre.
-          ¿Por qué dices eso, cariño? – preguntó mi mamá con paciencia. Ya estaba acostumbrada a las continuas peleas de Edward y mías.
-          Porque no me prestó atención. Le estaba diciendo algo. La llamé varias veces y me ignoró. Definitivamente esta niña…- dijo señalándome con su mano; en un gesto más de adulto que de niño – solo entiende a los golpes. – meneó la cabeza con reprobación.
-          ¡Te odio! – le grité. Mientras sentía el golpe hinchándose en mi cabeza.
Levantó y dejo caer sus hombros restándole importancia a mi comentario.
-          ¿Y qué era eso tan importante que le ibas a decir? – medió Reneé.
Edward cayó y le dio la espalda.
-          ¡Estás en serios problemas, jovencito! – dijo la señora Esme molesta – Veremos que dice tu padre de esto.
Se volteó hacia Reneé con vergüenza en el rostro.
-          Discúlpalo, amiga. Él no es así todo el tiempo. No entiendo que es lo que le pasa con la pobre de Bella.
Mamá sonrió.
-          No te preocupes. Son cosas de niños. Además yo estoy clara en que mi hija no es precisamente la más dulce con Eddy.
Cada una o dos de tres reuniones entre mi mamá con Esme terminaban igual. Así que esto ocurría con frecuencia.


…Cinco años después…

-          ¿Prometes que vendrás a verme seguido? – le pregunté con avidez.
-          Te lo juro. Espérame y no me cambies por nadie. – dijo Edward – Ninguno. Te querrá como yo.
Se me escapó una lágrima.
-          No llores, mi Bella. Más temprano que tarde vendré por ti y nos mudaremos a esa casa de campo que tanto quieres. Te lo aseguro. – limpió los rastros de mi pena con el dorso de su mano.
-          Te amo. – me atreví a confesarle.
-          Te amo. – aseveró él.
Y con lentitud se acercó a mi rostro y rozó sus comisuras con las mías. Mi primer beso. Mi primer amor.
-          ¡Edward, nos vamos! – gritó su padre.
El dolor cruzó el rostro de ambos.
-          Guarda esto – me dio su cadena de bautizo. Jamás se la quitaba hasta ese día. – Cada vez que te haga falta, mírala. Sabrás que no importa lo lejos; estaré siempre a tu lado… - la colgó en mi cuello – Cerca de donde late tu corazón.
Se escaparon de nuevo mis lágrimas.
-          Y tú llévate esto – le entregué mi esclava de plata – La llevarás contigo como una marca, como algo que te identifique como mío.
Rozó por segunda vez mis labios y se fue corriendo.
Esta fue la última vez que lo ví.
******





miércoles, 21 de julio de 2010

Sin Alternativas - Quinto capítulo:



 "MUJER"

La noche transcurrió lentamente. Billy gritaba para saber si estaba despierta. Y yo sollozaba por lo bajo para que no me escuchara. Lloré hasta que me dormí casi en la madrugada. Haber lastimado a Paul me había hecho sentir no digna de él, y por lo tanto temerosa de perderlo. Anexo estaba el hecho de que sabía que al día siguiente habría de hacerle daño a Matthew. No a propósito, claro. Pero era fundamental que entendiera que lo nuestro estaba muerto.

Era la primera noche que lloraba desde que había llegado a La Push.

No tener a Paul era peor que una tortura. Él no pasaba la noche conmigo pero al menos tenía la certeza de que nos veríamos al día siguiente. En cambio ahora me sentía en medio de la nada, no sabía si me perdonaría y mucho menos si me buscaría de nuevo. Me levanté a la mañana siguiente con los ojos un poco hinchados de tanto llorar. Tomé un baño con mucha calma. Dejé que el agua caliente recorriera mi cuerpo centímetro a centímetro.

Esto evocó los movimientos en la cueva.

Las manos ardientes de Paul sobre mi anatomía. Su cálida boca en mi pecho. Y su suave mano en mi intimidad. Despejé mi cabeza. Ese estado de excitación más el dolor de la incertidumbre creaban en mí sensaciones desagradables.

Me terminé de duchar y fui al encuentro con Matthew.

*****

Nos encontraríamos en la playa como habíamos acordado; cuando me llamó en medio del desayuno.

Aparqué a la orilla de la carretera y lo esperé sentada en la arena. Escuché el sonido de un motor que se aproximaba. Me giré y vi aparecer la camioneta de Mathew; era una modelo Avalanche de color azul marino. Recordé cuanto me encantaba manejarla, era una máquina espectacular.

Lo vi descender de ella. Seguía tan guapo como siempre, pero eso nunca nos bastó para ser felices.

Era rubio, con unos ojos verdes despampanantes y sus labios eran rosados y carnosos. Tenía en sus facciones la herencia de sus ancestros franceses. Los integrantes de la familia Dumont.

Iba vestido con unos jeans, una chaqueta negra y una musculosa gris.

Medio sonrió al verme.

- Hola, Rachel. – sus ojos brillaron al verme.

- Hola, Mathew. – ni siquiera me levanté. - ¿Cómo has estado?

Se sentó a mi lado.

- ¿Cómo crees que voy a estar, si me vas a dejar?. Pues mal. Y tú, Rach ¿Cómo te has sentido? – su voz tenía un deje filoso.

- No muy bien, Math. Pero mejor no nos vallamos por las ramas.

Me miró con profundidad a los ojos. Los suyos se rayaron al escuchar mis palabras; más aún así continué.

- Terminamos, Mathew. Esto se acabó. Por el bien de los dos; en nombre de tu sanidad mental y de la mía. Y más importante todavía, por nuestra amistad. Me dolería demasiado perderla. Sé que a lo mejor no me crees; pero te quiero demasiado como para someterte a un amor mediocre.

Se desbordaron sus lágrimas.

- Rachel, por favor no me hagas esto. Nadie, absolutamente nadie te amará como yo lo hago. Te daré todo lo que quieras, nada más pídemelo.

- Cualquier cosa que yo quiera, ¿Eh? – le pregunté cambiando mi semblante a una facción calculadora.

- Si, lo que quieras. Pídemelo. ¡Pídemelo, Rachel Black! – se apresuró a contestarme.

- Pues quiero mi libertad. Ya estoy harta de sentirme presa en esta relación, Math. – le dije tajamente.

Bajó su cabeza y miraba a la arena.

- ¿Sabes que fui a hacer hace rato a Seattle? – en un tono extraño y pesaroso.

- Si, fuiste a encargarte de los negocios de la familia. – él mismo me lo había comentado.

- Sí, fui a eso. Y además fui a cerrar un trato de compra de un penthouse. – sacó algo de su chaqueta mientras las lágrimas se deslizaban por su mejilla, y mi culpa fluía libre. Era una pequeña cajita azul marino.

Tragué grueso. La culpa desapareció y dejó en su lugar una ira indescriptible.

- Rachel. – seguía llorando. – Quiero que te cases conmigo. Quiero que tengamos una vida juntos y que empecemos una familia. – me propuso.

Entrecerré los ojos y me levanté de la arena. Caminé dos metros hacia adelante.

- ¿Qué piensas? – me preguntó desesperado.

Y no me pude contener.

- ¿De verdad quieres saber qué es lo que pienso? – le grité - ¡Pues que estás demente! ¡Estás muy mal de la cabeza, Mathew! ¿Acaso no escuchaste lo que te estaba diciendo? ¡Quiero terminar contigo y con este maldito circo en que hemos convertido esta relación! – mis palabras lo habían herido, pero ya no soportaba su actitud manipuladora. - ¿Por qué quieres hacerlo todo tan difícil? Acepta de una vez que no te amo. Te amé, pero ya no, hace tiempo que solo te veo como un amigo. Yo lo último que quiero es lastimarte; pero no soporto más.

Se levantó y me increpó.

- ¿Y tú piensas que ahora no me estas lastimando? ¡Mírame, Rachel Marie! Doy pena ajena. Me he denigrado hasta lo imposible solo por tu amor. Toma en cuenta eso. – me comenzó a gritar.

Volví a subir mi tono de voz.

- ¡Claro que lo tomo en cuenta; eres tú quién no se respeta!. Otro en tu lugar me hubiese dejado. – normalicé mi voz de nuevo - No pienso seguir discutiendo más. Esto se acabó y punto.

Se me acercó y me encaró. Jamás lo había visto tan molesto.

- ¿Acaso tú decides por los dos? – me seguía gritando.

Decidí no alterarme más. Decidí hablar bajo.

- Pues no. Decido por mí, así que te digo por última vez; Esto se acabó, Mathew Sebastián Dumont. Si en tu mundito de fantasía quieres imaginarte que seguimos juntos ese es tu problema: porque yo seguiré con mi vida y el único puesto que te puedo dar en ella es el de amigo. ¿Aceptas o declinas? – le pregunté.

- Solo te quiero como mi mujer. – me respondió con rabia.

- Entonces espero que tengas una buena vida, Mathew. Adiós. – me di media vuelta y me disponía a irme pero me agarró del brazo con mucha fuerza y me haló hacia él.

- ¡No me vas a dejar aquí solo! Esto no se ha…

- ¡Tienes medio segundo para quitarle las manos de encima, antes de que te las arranque y te las devuelva en pedazos! – bramó Paul que venía desde el bosque.

Me alegré, me molesté y molesté: todo al mismo tiempo.

- ¿Quién demonios eres tú?- le espetó Mathew con rencor.

- Si quieres eso te lo respondo luego de arrancarte las extremidades ¿Te parece? – le temblaban las manos y bufaba por la nariz - ¡Suéltala ya!

Supe que este era el momento de intervenir.

- Mathew. Por favor, suéltame. – le pedí con deje cortante.

Me soltó de ipso facto.

- ¿Se puede saber quién te has creído para entrometerte en la conversación de mi novia y mía? – lo empujó del pecho. Nunca lo había visto tan violento.

- ¡Ja! ¿Tu novia? ¿Acaso eres sordo?

Me interpuse entre los dos de inmediato y vi a Paul a los ojos.

- Vámonos, te lo ruego. – le supliqué.

La mirada de él cambió y me miró con dulzura. No me pude contener y lo abracé, acto que el correspondió y me besó en la coronilla.

Respiró profundo.

- Como tú quieras. – asintió.

Cuando me percaté de nuevo de la presencia de Mathew me volteé y lo ví. Me miraba con cara de espanto.

- Math, yo…no quería que te enteraras de esta manera.- intenté zafarme de los brazos de Paul; pero él no lo permitió. – Sé que te parecerá apresurado y terrible. Puedes decirme lo que sientas, pues estás en tu derecho.- sentí el apretón en mi mano indicándome que alguien no permitiría que fuese insultada. – Me enamoré de él. – lo señalé con la mano. – Y no he podido estar con él, por estar unida a ti.

- ¿Enamorada? – se rió irónicamente- ¡Pero si solo tienes una semana aquí semana aquí, Rachel Black! Debes estar confundida.

Negué con la cabeza.

- No, estoy más que clara en lo que siento. Y jamás había sentido esto por nadie.

Se aferró a sus cabellos dorados fuertemente, conteniendo el dolor que lo consumía por dentro.

- Esto tiene que ser una pesadilla. – decía para sí. Luego volvió a mirarme. - ¿Me estás dejando por un indio, Rachel? ¿Qué futuro tendrías con alguien como él?

Este Mathew era un completo desconocido para mí. En lo que llevábamos de charla había visto que cosas desconocidas por mí tras dos años de relación. Pero lo peor lo acaba de escuchar, nunca en mi vida había sabido ni visto que él denigrara a alguien por su status social o procedencia. Por el contrario, era de lo más afable y sencillo. Con mis acciones había creado un monstruo.

Paul comenzó tener convulsiones en su cuerpo.

- No te dejo por él. Te dejo porque no te amo y porque no soy feliz a tu lado. – luego me volteé – Si te importa tanto el futuro que me depara con él, pues te aclaro que eso solo me concierne a mí puesto que yo lo he elegido. Lo amo y eso me basta y me sobra. – me volvía hacia mi ahora ex – Te lo dije antes y te repito ahora, no necesito ser rica para ser feliz. Para finalizar déjame aclararte algo, ¡yo también soy india! Me siento más que orgullosa de ser una Quilleute y jamás me escucharás renegar de lo que soy.

Alzó los brazos en símbolo de rendición.

- ¿Sabes qué? Esto es demasiado para mí. Me voy. Pero de una vez te digo algo: Te esperaré, Rachel; porque sé lo que estás haciendo es un error. Te amo y nadie te amará como yo lo hago. Adiós.

Paul se le iba a ir encima pero lo agarré y lo miré a los ojos.

- Déjalo. Es hora de que se vaya. Ya yo le he hecho mucho daño.

Se me escapó una lágrima al verlo partir de manera tan fúnebre en su Avalanche.

Cuando la camioneta de perdió de vista me giré hacia Paul.

- ¿Cómo te sientes? – me preguntó preocupado.

- Nada bien. – le confesé con una lágrima en mi mejilla.

- Vamos. Te llevaré a tu casa. – me dijo serio.

- No – le supliqué – Prefiero que me dejes aquí. No estoy de ánimos para encontrarme con Billy, ni tampoco quedarme allí encerrada.

Hablaba prácticamente conmigo misma. Me disponía a sentarme cuando Paul me sujetó en vilo.

- Entonces vámonos a otro lado. No te dejaré sola y mucho menos aquí. Está haciendo demasiado frío para ti.



Ahora que lo mencionaba, comencé a sentir las inclemencias del clima. Además estaba lloviznando.

Me tomó por la cintura y llevaba hasta el auto. Me acurruqué contra él. Así me mantendría caliente y además me aliviaría la pena inhalando su aroma amanerado.

Me montó en el puesto del copiloto y me exigió las llaves. De muy buena gana accedí, puesto que no tenía ánimos de manejar.

Recliné el asiento y conforme avanzábamos me quedé profundamente dormida.

Me desperté en el lado izquierdo de una cama matrimonial. No conocía ese lugar ese lugar en donde estaba. Era una habitación pequeña pero hermosa. Con paredes y techo de madera. Parecía una cabaña.

Me coloqué los zapatos y salé de allí.

Escuché ruidos en el piso de abajo y me dirigí a ellos.

Los sonidos provenían de la cocina.

Me asomé y vi a Paul afanado cocinando. En el ambiente había una mezcla de olores: unos dulces y otros salados, pero a fin de cuentas todos eran exquisitos.

- ¿Piensas seguir parada allí sin decir nada? – me preguntó sin siquiera voltearse.

Supuse que su oído lobuno me detectó cuando bajaba.

- No tengo nada que decir. Bueno…en realidad sí. – dejó lo que estaba haciendo y se volteó hacia mí. – Lo siento, Paul. Jamás quise herirte; nunca viviría tranquila si te hiciera infeliz. No debí haberte dicho nada ayer.

- No era eso lo que quería escuchar de tu boca precisamente. – seguía serio y hosco.

- ¿Qué quieres oír entonces? – pregunté temerosa. No sabía si me pediría que me apartara de su camino o algo por el estilo.

Caminó hacia adelante. Quedó apenas a un cuarto de metro de donde yo estaba de pie.

- Quiero una respuesta a lo que te pregunté hace dos días, Rachel. – me presionó.


Casi suspiré de alivio. <>, pensé.


Miré la cocina y decidí devolverle un golpe que me debía. Quizás no era el mejor momento para bromas pero no quería verlo tan serio.

- Te lo diré solo si me gusta lo que cocinaste. – me reí socarronamente.

Él hizo lo mismo.

Pasamos a la mesa. Cualquiera que vieras a Paul en la calle; aparte de babearse; jamás pensaría ni por un instante que era un cocinero genial.

Preparó pechugas de pollo grilladas con hierbas, acompañadas de un puré de patatas exquisito. Además me preparó un chocolate caliente para que pasara el frío. ¿Acaso podría ser más perfecto? 

Después de terminada la comida. Nos sentamos en su pequeña pero hermosa salita.

- ¿Quién diría que tú cocinabas tan bien? Y que además mantienes una casa en muy buenas condiciones; por ti mismo. Es impresionante.

Se rió complacido con mi comentario.

- Sí, nadie lo sospecharía. Pero le prometí a mamá antes de que muriera que cuidaría cada día de esta casa como si ella estuviera aquí.

Me quedé atónita.

- No sabía que tu madre había muerto. Pensé que estaba de viaje. Como solía hacerlo. – me acerqué a él y lo abracé con fuerza. – Cuanto lo siento.

Lo solté para verlo a los ojos. Un hilo de pena se coló en su mirada.

- Si eso fue hace dos años. – comentó en voz baja.

- ¿La extrañas mucho? – le pregunté conmovida.

- Sí, a veces. Pero sé que en donde está, se encuentra mejor. – aceptó con mucha madurez y entereza. – Propongo cambio de tema. Dame mi respuesta Rachel Black. 

Trague grueso.

- Pues…no sé si es momento… - me mostré dubitativa para desesperarlo. – Pero sí. Te amo más que a nadie, y nada me haría más feliz que me presentaras como tu novia ante quien quieras, Paul.

Me sonrió abiertamente y se acercó a mis comisuras.

- Te amo, mi princesa. Ahora si puedo decir que eres mía “oficialmente”.

Agarró mi cara y se ensañó contra mi boca. La besó con ira y luego mordió mi labio inferior. Ese pequeño dolor acrecentó mi ya elevada excitación.

Estaba recostándome en el sofá, cuando me levantó en brazos y subió conmigo al cuarto en donde me había despertado. Allí me colocó sobre la cama y se despidió de su camiseta negra. Dejando su torso perfecto ante mi vista lujuriosa. Luego se cernió encima de mí. Me sacó la chaqueta mientras seguía besándome. Yo me abrí la camisa. Así que de mis labios bajó a mi escote.

Masajeó mis senos con ternura y deseo a la vez, pero cuando este se hizo insoportable me retiró el brassier y los jeans con rapidez.

Acarició mis muslos y yo gemí por su roce casi celestial. Capturó uno de mis pezones, haciéndome arquera la espalda. Solté un grito ahogado. Besaba mis pechos, y a veces se deleitaba por segundos viéndolos. Yo estaba disfrutando de la calidez de su boca; que era un reflejo del estado de mi intimidad.

Paseó sus manos inquietas por todos lados. Cuando sentí su tacto por encima de mis pantis casi muero. Me abrumó una fogosidad más fuerte y lo único de lo que fui capaz fue de sisear en el acto.

Pasó su lengua desde mis pezones hasta mi ombligo. Retiró mi única prenda de mi zona pélvica y arrastró besos por la parte interior de mis muslo9s. Yo jadeaba sin cesar. 

¿Cuántas veces hemos pensado en el momento que sería perfecto para entregarnos a nuestra persona amada? ¿Cuántas veces hemos sentido miedo a entregarnos a la persona equivocada? No lo sabía. Paul me había exorcizado de mis demonios pasados, él encontró la manera de demostrarme que él era el indicado. A quién esperé incluso sin saberlo. Terminó su recorrido en mi botón hinchado que pedía agritos que lo tocara. Y así lo hizo; pero con su lengua. Gemí con tal fuerza que pareció un grito. Él lanzaba gruñidos al viento.

Comenzó a torturarme en con su área invertebrada que se movía en círculos, y que parecía arder tanto como su cuerpo. Me aferré a las almohadas.

Jadeaba sin poder cesar mientras él masajeaba mi sensible clítoris con sus labios sedosos.

- ¡Pa…ul! – alcancé a decir en medio de un gemir intenso, eso pareció insuflarle pasión e incrementó los movimientos de su lengua de manera casi violenta en mi intimidad. 

Comencé a estremecerme en la cama cuando el clímax se aproximaba. Le tomé por los cabellos mientras él seguía bebiendo de mí. Y cuando estuve en mi punto máximo lancé un grito.

En mis paredes vaginales sentía todavía las contracciones del orgasmo, mientras Paul casi destrozaba sus bermudas en el intento de quitárselos con rapidez. 

Aun jadeaba cuando se posicionó entre mis muslos con su inmensa erección. Me miró a los ojos y acarició mi mejilla. Besó de manera tierna mis comisuras y con un movimiento rápido entró en mí.

Ambos jadeamos al momento. Pero él puso una extraña cara de consternación.

- Rach…el…tú eres…virgen. – meneó la cabeza como para sacarse una imagen de ella. Asentí. – Es que yo pensé…no te merez…co. – intentó apartarse de mí pero no lo dejé.

- No, Paul. – resoplaba con dificultad al igual que él. – No me…dejes así, por favor…Te preciso aquí y ahora…Te necesito en mi interior y…que me hagas tuya. – le imploré con pena y deseo en los ojos. 

Me vió de la misma manera que yo y procedió a concederme lo que le había pedido. Me embistió una vez más.

- Te amo…mi princesa. – y con otro movimiento rápido rompió mi himen. 

Gemí de dolor y le enterré las uñas en la espalda.

- ¿Estás…bien? – a cada momento su respiración se volvía más errática.

Asentí con la cabeza. Así que él siguió con sus movidas invasivas en mi cavidad íntima.

Ambos jadeábamos y gemíamos, alternando nuestros sonidos.

Él se palanqueaba sobre mí y yo lo recibía con mis piernas dispuestas. Sus manos estaban inquietas, tocando todo lo que tenían a su alcance; en cambio las mías se clavaron en su espalda en la búsqueda de tener fuerza para aguantar tanto placer. 

Poco a poco los espasmos del orgasmo se apoderaron de nuestros cuerpos. Él incrementó la velocidad, penetrándome con más fuerza. Yo respondí arqueando mi espalda y aproximando aún más mi pelvis a la suya. Mis gemidos se transformaron en un grito cuando alcancé el éxtasis. Él gruñía como un animal salvaje cuando de repente; después de tres estocadas más; se vino en mí con un gemido gutural.

Yacíamos débiles y vulnerables el uno sobre el otro.

Se separó de mi intimidad, y se tendió a mi lado. Me atrajo hacia él y me recosté en su pecho. Escuché el sonido de su agitado corazón estimulado aún por la intensidad del orgasmo.

Nos quedamos así por una cantidad inconmensurable de tiempo.

Él rompió el silencio.

- Te debo una disculpa. – dijo mientras me acariciaba el cabello.

- Y eso ¿Por qué? – le pregunté extrañada.

- Por asumir que habías estado con otro. Debí preguntártelo antes de sacar mis propias conclusiones. Siento como si no te mereciera.

Miré a sus ojos y le coloqué un dedo en los labios.

- Eso es tiempo pasado. Lo que importa es que estoy contigo. Que eres mío y que ahora yo te pertenezco en cuerpo y alma.

Me besó con ternura en los labios. Luego me acarició la mejilla con la parte anterior de sus dedos.

- Siempre serás mi princesa, Rachel. Trajiste sentido a mi vida cuando ella era algo casi vacío. Eres mi todo.

Le sonreí conmovida.

- Y tú eres la razón por la que estoy aquí. Te amo más que a nadie. Seré tuya durante toda mi vida.

Nos dormimos así por unas horas.

Al despertarnos ya era de noche.

- ¿Qué hora es? – pregunté algo exaltada.

- Son las ocho de la noche. – dijo mirando el reloj de la mesa de noche. - ¿Te quieres ir? 

- De querer, pues no. Pero debo hacerlo. – dije con pesar.

Ambos nos levantamos.

- Esto fue lo más increíble que te experimentado. – le dije a modo de despido, en la puerta de mi casa. Me puse de puntillas para besarlo.

Él se inclinó para corresponderme.

- No. Fue más que eso, fue prefecto. – y me besó de nuevo. Luego con pesadumbre se separó de mí. – Debo ir a ver a Sam.

- ¿Nos veremos mañana? – le pregunté ansiosa. Casi como una niña.

- Sí, te vendré a buscar y haremos lo que quieras.

Lo miré insinuante y pícara.

- Jumm. ¿Lo que yo quiera? – me mordí el labio inferior. – eso es…tentador. 

 Se rió sensualmente.

- No me provoques, Rach. Mira que este lobo anda más hambriento que nunca porque te probó. Y le fascinó.

Me pegué a su cuerpo.

- Pues hay que darle al lobo lo que pida. – repuse.

Me besó en las comisuras y comenzó a alejarse.

- Eres adictiva como una droga y astuta como una serpiente. Mejor me voy rápido antes de que me seduzcas de nuevo.

Me reí y él se terminó de perder en la oscuridad.

A la mañana siguiente me levanté temprano. Hice el desayuno y me dispuse a lavar la ropa.

El celular sonó.

- Hola, herma ¿Cómo estás? – le saludé entusiasmada.

- Bien… - me dijo en tono suspicaz - ¿A qué se debe tanta felicidad?

- Jumm. Digamos que tengo mucho que contarte. Algo muy importante para ser franca. – y me reí como idiota.

- ¡Estás sospechosísima! – me respondió – Te conozco, y sé que cuando estás así es porque algo grande te ha pasado…¿Acaso te has portado “mal” con Paul? – dijo a manera de broma.

Solo me reí de nuevo.

- ¡Oh por Dios! Rachel Marie. ¡Estuviste con él! – me conocía tan bien. No había nada que pudiera ocultarle a mi hermana.

- ¡No lo puedo creer!. Definitivamente tengo que ir para allá lo más pronto posible. Es más; el fin de semana estaré por La Push. Así tenga prueba el martes. No me importa. – me aseguró.

- ¿Y Taylor querrá venir? – le pregunté.

- Él decidirá si quiere o no. Aunque sé que no me dejará sola. No está en su naturaleza. Pero eso no es importante ahora. Cuéntame ¿Cómo te sientes? – pasó de emocionada a preocupada en un santiamén.

- Adolorida, Gabrii. Me duele un poco “allá abajo”. Y he sangrado. Poco, pero lo he hecho. – le contaba absolutamente todo; no podía ponerme con tapujos ahora. Además, en ese tema ella tenía más experiencia que yo.

- Es normal, cariño. Ya verás que eso se te pasa. No te vayas a dar mala vida por eso. Pero si quieres te acompañaré al médico. – me aconsejó.

- No lo estaba haciendo. Pero el dolor es algo molesto. Y sí, me gustaría que fuésemos.

El timbre sonó. Supe que era él.

- Gabrii, te dejo. Paul ya llegó. Te llamo en la noche ¿Te parece?

- Si, hermana. Está bien. Te quiero. Cuídense mucho.

- Lo haremos. Lo mismo para ustedes. Los quiero mucho a ambos. Y los espero el fin de semana que viene.

Mientras hablaba le abrí la puerta a Paul y le dejé que entrara.

Se quedó viéndome con atención y me siguió hasta la cocina.

- Si, Rachel. Vete preparando porque tenemos muchas cosas de que hablar en cuanto llegue.

Me carcajeé.

- ¡Pero por supuesto! Te espero ansiosa.

- Bueno ahora sí. Cuídate.

- Igual, herma. Saludos y besos a Tay. – tranqué el teléfono y fui a saludar a mi novio como debía.

Le besé en los labios con delicadeza y lo abracé por la cintura.

- Era Gabrielle ¿Cierto? – no me sorprendió que adivinara quién era, puesto que le hablaba de ella en cada oportunidad que podía.

- Sí, va a venir a verme la semana próxima. Vendrá con su novio Taylor ¿Recuerdas que te hablé de él? 

Asintió.

- Estoy muy emocionada. Me ha hecho mucha falta. – le dije exultante.

- Se te nota. Estás rozagante. No sé como lo logras; pero hoy estás más bella que nunca. – me besó de nuevo. Luego se separó. – Y Billy ¿En dónde anda?

- Salió. Fue a la casa de Sue. De allí se iba a la casa de Charlie. ¿Por qué? ¿Necesitas algo? – seguía en mis labores mientras conversábamos.

Negó con la cabeza.

- Entonces Gabrii va venir… - le sonreí como respuesta - ¿Cuánto tiempo se quedará? 

- Solo el fin de semana. – dije con pesar. – Por eso debo aprovechar cada minuto. Me gustaría que compartieras con nosotros. A lo mejor te llevas bien con Taylor; en un chico genial.

- Si tú me necesitas durante todo ese fin de semana; pues ahí estaré.

Fingí estar ofendida.

- ¿Solo el fin de semana? – le sonreí con ironía.

Me besó en la frente. Arrinconándome en la cocina.

- Y el que le sigue. Y los días feriados. Y los de entres semana. En fin, todos.

- ¿Qué pasará si te aburres de mí? – le pregunté con doble sentido.

- Eso no pasará. Eres mi norte. Es imposible que alguien se aburra de quién es su tesoro más preciado.

Puse los ojos en blanco por su exageración.

- Dame un lado, Paul. Necesito darme una ducha.

Respiró profundamente; como si le hubiese asestado un golpe.

- Está bien. – me concedió espacio.

Pasé por delante de él.

Subí las escaleras a mi cuarto. Estaba buscando mis cosas, cuando me volteé y lo encontré parado en mi puerta.

Me llevé un buen susto.

- Toca por lo menos. – le recriminé – M e vas a venir matando de un susto.

Se rió sin remordimientos. Me abrazó por la espalda y habló en mi oído.

- Vine para ver si necesitabas ayuda. No seas malagradecida. – Tenía un tono incitador.

- Puede ser. – le susurré – Aunque todavía recuerdo las nociones básicas de cómo tomar una ducha. O ¿es que tú tienes una idea mejor?

- Se me ocurren una cuantas. Si me dejas acompañarte, te las puedo enseñar.

Me comenzó a besar por la parte posterior del cuello. Así pues ¿Quién podía negarse?

- De acuerdo. Dejaré que me enseñes esa “fabulosas ideas” tuyas. Espérame en la ducha; primero debo hacer algo.

Me volteó por lo hombros casi con rudeza, besó mis labios con ímpetu y luego se separó.

- No te tardes demasiado. – la pasión inundó sus ojos negros.

Salió de mi cuarto.

Me dispuse a quitarme la ropa que tenía y me coloqué una bata de baño de color negro. Solo eso y fui en búsqueda de saciar las ganas de estar con Paul. Si es que eso era posible.

Cuando entré en el pequeño cuarto de baño, todo estaba lleno de vapor. Hasta el espejo estaba empañado. Abrí la puerta de la pequeña cucha y lo ví.

Mojado, desnudo y excitado. Era la escena más erótica que había visto jamás. Me lo devoré con los ojos, que recorrieron cada parte de su cuerpo. Y se detuvieron en su miembro de gran tamaño. Mi corazón se aceleró al comprender el porqué de mis dolores. Pero eso no me detendría para estar con él.

Paul me comía con la vista también. Yo seguía parada en la puerta de la regadera. Son movimientos lentos fui deshaciendo el nudo de la bata. Apretó los puños y contuvo el aire.

- ¿Qué te pasa? – pregunté con malicia, sin terminarme de desnudar.

- Sabes muy bien lo que me pasa. Me tienes desquiciado, Rach. No he dejado de pensar en ti ni un condenado minuto.

Me sentí más que complacida. 

Deslicé la bata poco a poco por mi hombro derecho, luego hice lo mismo con el izquierdo. Paul soltó un gruñido gutural de desesperación.

- Ya basta, Rachel. Por favor. – estaba tratando de contenerse y eso parecía llevar un esfuerzo hercúleo.

Abrí un lado de mi bata y luego el otro, la dejé caer a mis pies y entré en la ducha. Cerré la puerta para que subiera el vapor de la regadera abierta.

Nos quedamos frente a frente por unos segundos. Viendo el amor y la excitación en los ojos del otro. Luego me atrajo hacia sí con mucha delicadeza. Como si pudiese partirme.

Me abrazó con vehemencia e inhaló mi aroma. Luego suspiró.

- Eres mi religión. Yo no te amo; lo que siento por ti es mil veces más fuerte que eso. Es como una devoción perpetua. Y hoy por ti soy un fanático. Creo que lo único que me mataría sería estar lejos de ti. – susurró casi sin aliento – Te entrego mi soledad para que borres sus sombras.

Tragué grueso al comprender la profundidad de lo que me decía.

- Y yo la acepto. Te juro que jamás volverás a estar solo de nuevo. – le hablé con mi cara a centímetros de la suya – Ayer te entregué mi cuerpo y mi alma. Hoy termino de entregarte lo que me queda. Mi fase de niña muere en ti; porque te pido que me hagas “tu mujer”. 

jueves, 15 de julio de 2010

Sin Alternativas - Cuarto Capítulo:







"FUEGO"
El teléfono sonó. Vi quién llamaba y atendí.

-          Hola, Gabrii ¿Cómo estás?
-          ¿Te estás levantando hasta ahora?. Me extraña, ya que tu siempre te levantas antes de la siete y son más de las ocho. Al menos que…hayas salido anoche. ¿A dónde fuiste y con quién, Rachel Marie? – preguntó curiosa.
-          ¡Ay Hermana! – suspiré. Tengo tanto que contarte iba hablando mientras me levantaba de la cama – Conocí a un chico. Bueno, en realidad le volví a ver después de varios años. Para ser exactos, desde que me fui. Y…
-          ¿Y…? – me preguntó casi frenética.
-          Y creo que me enamoré, Gabrielle – no lo creía, estaba más que segura. Pero si se lo soltaba así a mi hermana de seguro se espantaría. -  Como una idiota. Como nunca me había sentido. Ayer salí con él y me dijo que sentía lo mismo desde que nos conocimos.
-          ¡¿Qué?! – preguntó gritando. - ¿Cómo se llama? ¿Cómo es? Cuéntamelo todo.

Me movía en la habitación de lado a lado como una adolescente.

-          Se llama Paul. Y es un chico de la reserva.  Nos conocemos desde pequeños y nos volvimos a ver hace unas noches atrás, cuando caminada sola por la playa.
-          ¡Más románticos y se mueren! – seguía emocionada – Me alegro tanto por ti, hermana. Te lo mereces después de…!Oh por Dios! Y ¿Qué piensas hacer con Mathew?
-           Pues ayer hablé con Paul sobre él. Le desagradó a sobremanera. Tanto que no quiere que lo mencione siquiera. Anoche me pidió que fuese su novia, pero le pedí que esperara porque debía hacer las cosas bien. No es que haya aceptado de buena gana. Pero por lo menos lo entendió.
-          ¿Ves? Permitiste que esa situación con Math se te fuera de las manos. Es que te has comportado como una cobarde con él.

Suspiré.

-          Si, lo sé. Pero estoy esperando que me avise cuando llega y poder arreglar todo este desastre.
-          Tienes que hacerlo; y que “ambos” se liberen de este “culebrón” al que se han sometido.

Me reí sin ganas.

-          Así será.
-          Pero cuéntame ¿Cuándo vuelves a salir con Paul?

Ahí si me reí y sin pesar alguno.

-          Hoy. Me toca hacer todo lo que él quiera durante todo el día. – me acordé del porqué y se me borró la risa – Perdí una apuesta.
-          ¿Por qué perdiste? – preguntó ella suspicaz.

Gruñí bajo.

-          No le gustó lo que cociné. Me dio una vergüenza terrible.
-          No, no, no, no. Aquí hay algo mal. O está loco; porque tú cocinas genial: o te mintió y tú caíste redondita en sus redes.
-          No lo había pensado.
-          Si, ya me pude dar cuenta de eso. ¡Dios; en serio creo que estás enamorada! Andas más despistada que nunca, hermana.
-          ¡Ay, Gabrii! La verdad es que…no veo posible que eso cambie en mucho tiempo.

<>, pensé.

-          Pues, si la cosas siguen como hasta ahora…a lo mejor te encuentras en frente a tu amor eterno. Como mi Tay y yo. – se rió.

<>.

-          Ojalá, herma. Porque ya estoy harta de sufrir. En serio.
-          Tranquila. Esta vez te va a ir bien. Lo presiento.
-          ¡Aww! Me haces falta. Trata de venir en cuanto puedas. Por favor.
-          Claro que si. Pero ahora mismo estoy en pruebas. Apenas termine con eso; y por supuesto Taylor también; iré a verte. Te lo prometo.
-          Gracias, Gabrii.
-          Te dejo entonces porque ya debo irme a clases. Cuídate. Te quiero mucho.
-          Gracias por llamarme. Yo también te quiero hermana.

Me levanté de la cama. De seguro Paul ya debía estar por venir. Me duché rápidamente y cuando bajé; ya mi padre no estaba. Así que no me maté haciendo desayuno. Solo comí una barra de cereal y un vaso de jugo de naranja.

Sonó el timbre y me di cuenta de que seguía con mi bata de baño.

<<¿Cómo diablos le voy a abrir la puerta con esta facha!>>, pensé. <<…Pero tampoco puedo dejarlo afuera. ¡Demonios!>>.

No me quedó de otra que abrir la puerta tal y como estaba; con la mayor vergüenza del mundo.

A Paul casi se le salen de las cuencas. Contuve la risa.

- Hola, Rachel. –  acomodó sus facciones – Pensé que ya estabas lista.
- No quedamos en una hora concreta. De todas formas no me tardaré casi nada vistiéndome. Dame diez minutos.
- Toma lo que necesites. – luego su expresión cambió. – Mejor no. Puesto que el día es mío. Así que apúrate.
<<¡Desgraciado! Te aproveches de que soy mujer de palabra y cumplo con lo prometo.>>, pensé.

Me reí con sorna y subí las escaleras con toda la parsimonia de la fui capaz.

Después de haberme colocado unos jeans, un sweater y unas botas deportivas, me maquillé y luego bajé. Tardé justo diez minutos.

-          Ya estoy lista – le anuncié al monumento que yacía sentado en mi pequeño sofá.

Se puso de pie.

-          ¡Hasta que por fin de digna a bajar la princesa quilleute! – dijo con sorna e hizo un intento de reverencia.

Puse cara de hastío.

-          ¿Tú eres así de insoportable con todo el mundo o te reservas todo tu arsenal para mí solamente? – le sonreí con ironía.
-          Para ti tengo guardado un montón pero de otras cosas, que nada tienen que ver con esta forma de ser tan ácida. – sus ojos se mostraban profundos.

Tragué grueso y sentí la sangre detrás de mis mejillas.

Tomó mi cara entre sus manos y me besó tiernamente. Le correspondí, pero con ardor y deseo.

Sus labios eran carnosos y calientes. Por más frío que hiciera; entre sus brazos me sentía a punto de ebullición.

Nos separamos pero el reflejo de la excitación nos nublaba la vista a ambos.

-          Vámonos de una vez. No vaya a ser que tu padre nos consiga en algo indebido.

Me abrió la puerta y salimos. Me tomó por sorpresa que me llevara de la mano. Lo miré algo asombrada.

Se desenganchó de mí y el pesar se apoderó de su rostro.

-          Disculpa, Rach. No es mi intención presionarte. Yo no sé que me pasó. Fue como una reacción inconsciente.

Tomé una de sus manos entre las dos mías.

- ¿Por qué me pides perdón? – le pregunté con una sonrisa traviesa. – Al fin y al cabo, hoy se hace lo que tú quieras.

Me sonrió ampliamente.

-          ¿Sabes una cosa? – negué con la cabeza – Te amo, Rachel Black. – me acarició la mejilla y yo me incliné hacia la palma de su mano. – No me importa si tengo que esperar para que seas mía…

Mientras hablaba negué con la cabeza.

-          ¿Qué? – preguntó él.
-          No tienes que esperar nada. Ya era tuya incluso antes de lo supieras…es solo que debo arreglar el desorden que yo misma he creado con mi cobardía.

Él asintió y nuevamente sus labios rozaron mis comisuras lentamente.

Se irguió.

-          ¿Nos vamos en mi auto? – pregunté ya que no había otro afuera.
Él asintió.
Me complació secretamente que accediera a lo que pedí.
-          Bien. Toma las llaves.

Las saqué de mi bolsa y se las di.

Estábamos en el auto hablando plácidamente sobre cosas irrelevantes. Cuando mi celular sonó. Me puse pálida al ver quién era.

-          ¿Es él verdad? – preguntó con voz contenida.

Asentí.

-          ¿No piensas contestar? – presionó.
-          No voy a hacer que escuches esto.
-          Atiende. Prefiero saber que le dices a… - apretó los dientes.

Miré el aparato insistente una vez más antes de responderle.

-          Hola, Mathew ¿Qué pasa?
-          Hola, Rachel. No pasa nada. Bueno si. La verdad es que…te extraño.

Paul apretó la mandíbula de nuevo pero esta vez le chirriaron los dientes. Sabía que su oído lobuno funcionaba más que a la perfección en ese instante.

-          Ah. Está bien.
-          ¿Y yo no te hago falta? ¿Ni siquiera un poco?

Paul volteó a mirarme. Si antes dije que le sonaron los dientes, esta vez debían haber estado por caérsele.

-          Como amigo si, Math. Hace tiempo que te extraño solo como eso.

<>, pensé al ver la furia asesina en la cara de Paul mientras manejaba.

-          Y ¿Cómo tu novio? – preguntó Mathew algo molesto.

Tragué grueso.

<>

-          Contéstame, Rachel. – dijo con pena y molestia.
-          No, Mathew. De esa manera, no. Por favor necesito que vengas y arreglemos nuestra situación.
-          Sigues con la idea de terminar. – comentó - ¿Qué tengo que hacer para que cambies de parecer?. Rachel, yo te amo. Intentémoslo una vez más por favor.

Paul comenzó a temblar.

-          Mathew, quiero hablar contigo pero no por teléfono. Así que dime ¿Cuándo vienes?
-          Parto mañana por la madrugada. Llegaré al mediodía o quizás antes. – dijo con profundo pesar en la voz.
-          Bien. Te esperaré. Ahora no puedo seguir hablando. Así que…Cuídate mucho.
-          De acuerdo, Rach. Pero déjame decirte algo antes de que cuelgues. – rogó.

Paul volvía momentáneamente la vista con ira en los ojos.

-          ¿Qué será? – dije yo.
-          Te amo. Analiza bien las cosas antes de que sea demasiado tarde. Haría cualquier cosa por ti. Piensa en eso.

El otro puso los ojos en blanco con mucha molestia.

-          Adiós, Mathew. – tranqué el teléfono.

Me apreté el puente de la nariz.

-          Es un maldi…- empezó a murmurar.
-          Paul. Cuida tu boca. Mira que él no ha dicho nada malo acerca de ti. – le espeté.
-          ¿Te duele mucho? – me preguntó furioso y casi gritando.

Eso me obstinó a sobremanera.

-          Si porque es mi amigo. – comenzó a temblar de nuevo. Le agarré la mano que tenía sobre la palanca de cambios. – Y tú eres el hombre a quién amo. No me gusta oírte hablar así.

Se detuvo y me miró a los ojos.

-          Me mata de rabia que alguien te diga que te ama. Y peor; que tu le digas que te hace falta. No te puedo imaginar con otro. El solo pensar en eso…

Estaba empezando a temblar de nuevo. Y me abalancé sobre él para besarlo. Sus celos eran tan exquisitos. Me sentí profundamente deseada.

Nuestros labios se devoraban con codicia y nuestras lenguas tenían vida propia. Pasó de mi boca a mi mandíbula y de allí a mi cuello.

Yo respiraba entrecortadamente disfrutando de sus besos y caricias. Además mis manos no se quedaron tranquilas. Ellas se deleitaron con sus brazos fornidos y entraron por su espalda. Era tan sedoso, tan divino.

-          ¡Ya basta! – dijo pegando su frente a la mía – Bajémonos. – pidió jadeando, y con poca voluntad me separó de él.

Yo me giré hacia la puerta y no me detuve a mirar hasta que estuve afuera.

-          ¿Los acantilados? – pregunté. Estaba algo decepcionada. – No creí que fuésemos a saltar hoy.

Él sonrió complacido.

-          Y no lo vamos a hacer. – me tomó de la mano.

Lo dejé que me guiara sin titubear. Fuimos descendiendo por un camino empinado que quedaba a un lado de donde se solía saltar. Era algo intimidante; pero al tenerlo a él tan pegado a mí; protegiéndome; todo perdía importancia.

Bajamos tanto que llegamos a un ángulo en donde había una especie de caverna. Jamás la había visto. Ni siquiera cuando niña. Tampoco había escuchado de su existencia.

-          ¿Y esto? – pregunté asombrada.
-          Es una cueva. – dijo con una estúpida sonrisita de autosuficiencia.

Entrecerré los ojos.

-          ¡No me digas! – le espeté con ironía – Acabas de descubrir el agua tibia.

Se carcajeó.

-          No. En realidad la descubrí hace tiempo. Después de convertirme. – reía divertido.
-          Eres un idiota, Paul ¿Lo sabías?
-          ¡Wow!. ¡Acabas de descubrir el agua tibia! – dijo fingiendo que me iría.

Me tomó por la cintura y me adentró solo un poco más en la cueva.

Puso sus labios en la parte posterior de mi cuello, haciendo que me estremeciera. Se dio cuenta de eso, y se rió por lo bajo.

-          Perdóname, princesa ¿Si?. Juro que no te molestaré más durante el resto del día.

<<¿El resto del día? ¿Con Paul? ¿En una cueva prácticamente desconocida?. Eso definitivamente era una prueba para mi autocontrol. Y tenía tantas probabilidades de aprobarla; como aquel que presenta un examen de manejo y no sabe siquiera encender el carro.>>

Mi corazón se aceleró.

-          Me perdonas ¿Sí o no? – dijo todavía con sus labios pegados a mi cuello. Sentía el calor de su cuerpo, porque estaba recostado a mí.

No sé como lo conseguí. Pero hablé.

-          Eso…de…pende…- dije entre jadeos.

Subió desde mi cuello hasta mi oreja, sin despegarse ni un milímetro.

-          ¿Depende…de qué? – preguntó insinuante.

Respiré profundamente antes de contestarle. Luego me volteé hacia él. Nuestros labios quedaron apenas a unos milímetros de tocarse. Sentía su respiración en mi boca entreabierta.

-          De…cómo te comportes hoy. – le dije en un susurro.
-          Pues te diré la verdad. No seré bueno. No soy así. – sentí su risa bajita de nuevo.

No pude responder a eso porque me pegó aún más contra él y sentí cada parte de su anatomía. Un fuego; que no era el de su piel precisamente; me consumía.

De repente me arrastró hasta la fría pared de piedra. El contraste de lo frío con lo caliente era de lo más excitante. Me besó otra vez. Pero ahora con violencia y desespero. No pude hacer otra cosa más que corresponderle. Parecía que a cada instante que pasábamos juntos, las ansias del uno por el otro se acrecentaban de maneras exorbitantes.

Bajó hasta mi cuello como solamente había hecho una vez. Yo enredé mis dedos en su cabellera negra. Su olor era tan exquisito; como amaderado; y yo lo tenía en mi boca y lo saboreaba en mi lengua. Paul era mi adicción.

Sus manos se movieron lentamente desde mi cintura hasta mi cara. Luego empezaron a descender por mi cuello, mis hombros. Rozaron el límite entre mi tronco y mis senos, bajaron hasta mis caderas; para luego comenzar a subir de nuevo.

Me separó de él. La excitación de ambos estaba en el aire. Las ganas de consumar lo que había comenzado se reflejaba en nuestros ojos hambrientos.

-          Debe ser considerado un pecado capital que me mires como lo estás haciendo. – dijo casi sin aire. Aunque pare ser sincera los “dos” estábamos iguales.

Me reí.

-          Y lo es. Pero no te diré cómo se llama. Ya es hora de que el lobo feroz de comporte. – se rió con displicencia – Además, quiero ver más de esta cueva.

<<¡Mentirosa! Sabes bien que es lo que deseas.>> preferí ignorar a mi voz interior.

Intenté liberarme de sus brazos. Pero mis intentos fueron infructuosos.

-          ¿Te podrías esperar un momento, princesa impaciente? – puse los ojos en blanco - ¡Espérate! No te cuesta nada. – me ordenó.

Me soltó y se adentró en la oscuridad.

Se tardó unos minutos y luego volvió. Su eterno sarcasmo se cambió por un nerviosismo extraño. Me hizo inquietarme un poco.

-          Ya…está. Vamos. – estiró su mano y yo la tomé. Inesperadamente me haló para tomarme de la cintura.
-          ¿No te has dado cuenta de algo? – le dije mientras nos irrumpíamos aún más en la cueva. Él negó con la cabeza. – no me has dicho que es lo que quieres que hago hoy.

Se rió y casi me quedo sin aliento al ver esa dentadura blanca resaltando contra esa piel canela perfecta.

-          Eso es algo simple. Solo quiero que estés conmigo todo el día. Aquí nadie nos molestará; solo los chicos lo conocen, pero no lo frecuentan.
-          ¿Y tú sí? – asintió - ¿Por qué?
-          A veces me gusta alejarme de todo. Aunque sea por un instante, siento que soy normal.

Un dolor horrible atravesó su cara.

Hice que se detuviera. Su comentario me irritó. Respiré profundamente antes de contestarle; no quería hacerlo sentir aún peor.

Puse mi mano en su mejilla a modo de consuelo, él la retuvo en el sitio.

-          Escúchame bien, Paul Howe. No quiero que te veas como un fenómeno. Más bien siéntete orgulloso de ser uno de los protectores de una tribu milenaria; que está repleta de magia y misticismo. Tú eres una muestra de ello. Te has convertido en lo más hermoso que tengo, despertaste en mí sentimientos que nadie había hecho. Eres como un ángel que me rescató del hastío en el que me encontraba sumida. Enderezaste mi mundo.

Me abrazó fuertemente contra su pecho y me besó en la coronilla. Tenía la respiración entrecortada.

-          Rachel, llegaste a mi vida para trastocar todo. Para llenar mi soledad; porque a veces a pesar de que estaba acompañado; me sentía ínfimamente solo. Me enseñaste que esta vida tiene cosas preciosas, eres una muestra de ello. Preferiría que me quemaran vivo, antes de dejarte ir. Te amo demasiado.

Nos quedamos así un momento. Luego me separé.

-          Vamos a ver el interior de la cueva. Me muero de curiosidad por saber que es lo que te traes entre manos. – le sonreí con picardía.

Caminamos tomados de la mano. Otra vez.

Me pareció ver de repente una luz tenue, salir de una entrada. Cuando me paré en el arco de la misma casi me desmayo.

Paul había iluminado la estancia con unos poco velones. En el suelo había tendido una colcha oscura; no sabría decir si era negra o marrón, la iluminación no cooperaba; y sobre ella unos pétalos de rosas blancas.

Reprimí las lágrimas. Me adentré hasta quedar casi encima de la colcha. Era lo más hermoso que había visto. Mi corazón trataba de salirse de mi pecho.

Me senté sobre ella y lo miré con devoción a los ojos.

-          Gracias. – le dije con profundidad en la voz. Y estiré la mano a modo de invitación.

Se sentó conmigo.

-          ¿Te gusta? – preguntó.

Negué con la cabeza.

-          Tú, me gustas. Esto solo sube un grado a la adicción en que has convertido tu presencia para mi. Pero aún así gracias.

Sonrió pleno.

-          Perdona lo escaso. Yo hice lo que pude con lo poco que tenía. – dijo como avergonzado.

<<¿Acaso no entendía lo que yo sentía en ese momento?>> aparentemente no.

-          Paul, esto es más de lo que esperaba…
-          Pero yo te quiero dar todo. – me interrumpió.
-          ¿Todo? Solo contigo he descubierto el significado de esa palabra. Sin ti lo demás no importa. Ni esta cueva, ni las velas, ni los pétalos. Yo tengo todo solo si estoy junto a ti.

Me miró de una manera que no pude descifrar.

-          Si entendieras cuanto te amo; sabrías que lo que te doy me parece irrisorio a lo que tú te mereces. Sabrías que el aire se vuelve intolerable si no estás cerca, y sabrías que las cosas, y hasta yo mismo pierdo los sentidos. Contigo siento que respiro.

Esta vez fui yo la que lo besó.

<<¡Demonios!>> este amor estaba socavando cada parte de mi persona. Era más fuerte y más letal que una enfermedad sin cura. Porque para alejarlo de mí, tendrían que matarme.

Me acosté en la colcha y él se cernió sobre mí. Mis manos se movían anhelantes de cada milímetro de su cuerpo. Lo deseaba tanto. Sentía un temblor de nerviosismo casi infantil. Nunca había estado con alguien. Jamás. Estuve cerca en varias ocasiones con mi novio, pero no pude. Definitivamente esperaba al indicado. Y estaba más que demostrado que Mathew no era.

Nuestros labios parecían haber sido diseñados para reunirse. Se amoldaban con una facilidad increíble. Los suyos eran dulces, suaves y perfectos. Y los míos eran una petición constante de ellos.

Sus manos tocaron lugares que antes no se había atrevido a palpar. Tocó mis senos y a pesar de hacerlo por encima de la ropa, ellos reaccionaron. Las mías por su parte, se movieron con pericia. Se introdujeron entre su camiseta negra para alzarla y quitársela. Su torso cobrizo perfecto quedó expuesto ante mí. Sentí  que una ola de calor nublaba mi razón.

Paul me arrebató el sweater y solo me quedaba el brassier; puesto que no me había puesto camiseta. Sentí su erección entre mis muslos y por encima de mis jeans. Él comenzó  moverse contra mi intimidad de manera superficial mientras me besaba. Mis gemidos no se hicieron esperar.

Desabrochó mi sostén y mis senos quedaron a su merced. Por un segundo los miró, y sus ojos estaban llenos de algo que parecía devoción. Luego en un arrebato de momento se llevó uno a la boca. Jadeé en el acto. Paul disfrutaba de mí y yo le permitía que lo hiciera.

Subió hasta mi oído.

-          Tengo algo que confesar. – dijo entre jadeos. – Hice trampa en la apuesta. Solo quería ganar tu voluntad por un día. Y me salió mejor de lo pensado.
-          Lo sospeché…chico malo. – dije entrecortadamente. Mientras sus labios se deslizaban de arriba abajo.
-          Eres mía, Rachel Black. Solo mía. – y me besó con ira. Como para demostrarme las fuerza de sus palabras.

Una de sus manos soltó el botón de mis jeans. Luego de acariciarme el vientre la introdujo entre mi ropa interior. Solté un gemido magistral que retumbó en la caverna.

Sus dedos se empeñaron en masajear mi núcleo de placer, que ya estaba previamente humedecido por sus caricias externas. Con su mano trazó círculos estimulando mi sexo hasta un punto casi tortuoso.

Tenía mis uñas clavadas en su espalda; pero eso no lo afectó. Poco a poco sentía los espasmos del orgasmo. Mis constantes gemidos generaron un estruendo al chocar con el eco constante del lugar.

Incrementó su presión y su velocidad. Con una arcada de espalda me dejé llevar hasta un delicioso clímax que antes no había sentido.

Sus manos se dispusieron a bajar mis pantalones totalmente.

Pero fue allí cuando supe que debía parar.

-          ¿Paul? – dije entrecortadamente. Todavía no me había recuperado del orgasmo.
-          Dime. – me susurró.
-          Este no es el momento. – se dejó caer de golpe en la colcha.
-          ¿Hice algo mal? ¿Te lastimé? – dijo preocupado.

Negué con la cabeza.

-          No quiero que te molestes, pero hoy no debemos hacerlo. Quiero arreglar lo que te había dicho y luego podremos estar juntos.
-          ¡Maldito sea ese Mathew! – espetó molesto.
-          ¡Paul! – susurré horrorizada.
-          Se ha metido hasta en nuestra vida íntima. ¡Lo odio!.

Le toqué la cara.

-          No digas eso por favor. No es su culpa. Es mi…
-          ¡No! Él si tiene la culpa. Ya debía haber aceptado que tú no lo quieres. En vez de continuar presionándote. Típico niño rico malcriado… – bufaba con ira desmedida.
-          Las cosas no son así. Tranquilízate, por favor. Te lo suplico.

Estaba comenzando a temblar de nuevo; pero se controló.

-          Te juro que a partir de mañana, ya no habrá nada que nos detenga. – le dije

Pegó su frente a la mía.

-          ¿Seguro, Rach? Porque no son simples ganas de tener sexo. Es que literalmente “te necesito”. Tengo ansias de ti, de tu cuerpo, hasta de tu alma. Y lo de ahorita; despertó una vorágine de necesidad.

Le sonreí tímidamente.

-          Te juro que será así, amor mío. Y con respecto a lo de ahorita…Gracias… fue exquisito y perfecto. Porque lo provocaste tú.

Me sonrió con ternura y me besó delicadamente.

-          No fue nada. Quiero que vivamos todo juntos. Y quiero que sea como tú quieras. Si tú necesitas hablar con el tipo ese antes; pues así será. Pero apúrate  Rachel, no soporto que te sientas unido a otro. Así sea por lástima.
-          ¡Paul, eso sonó horrible! – le reclamé compungida de culpa.
-          Lo siento; pero es cierto…- le puse mi mano en los labios.
-          Shhh. Ya no hablemos más de él en este momento.- le pedí.

Y lo besé con fuerza. Primero me respondió; pero luego se congeló y se separó.

-          No me enciendas de nuevo, Rachel Marie. Porque no respondo de mis actos. Te deseo demasiado como para controlarme dos veces.

Me reí y me senté.

-          ¿Puedes alcanzarme mi brassier y el sweater? – me lo pasó de inmediato.

El deseo ardió negro en sus ojos de noche sin luna.

-          Gracias. – le dije.
-          Mientras que te vistes, yo voy a recoger todo.



Llegamos a la casa y aún Billy no había llegado.

-          ¿Quieres comer algo? – le pregunté a lo que entramos.
-          Si, por supuesto. – me contestó alegre.
-          ¿Qué quieres? – le interrogué de nuevo.
-          Lo que quieras preparar. Porque cocinas divino. – dijo con una macabra sonrisa.
-          Idiota. – le espeté a manera de broma y me dirigí a cocinarle a mi lobo hambriento.

Para variar se devoró todo. Esta vez no se molestó en fingir que no le había gustado lo que hice; total ya se había salido con la suya. Cuando terminamos nos recostamos en mi sofá, que para beneficio mío; resultaba pequeño para alguien como Paul. Lo cual nos mantuvo muy juntos. Yacía acostado en su pecho fingiendo que veía la tele; mientras que él hacía zapping con el control.

Allí me sentía cómoda, así que no era de extrañarse que me adormilara. Me puso alerta el hecho de que pasara sus dedos entre mi cabellera.

-          ¿Tienes sueño? – me preguntó con dulzura - ¿quieres que te lleve a la cama?

Negué con la cabeza y me senté derecha.

-          No. No hace falta.

Se me quedó viendo fijamente. Primero con toda la fuerza             que arrastra la imprimación. Luego con rabia y miedo.

-          ¿Qué te ocurre? – le pregunté extraña por su actitud.

Entrecerró los ojos.

-          ¿Cómo vamos a hacer mañana? – me preguntó.
-          Vamos, no. “Yo” seré quién arregle mi situación con Mathew. Sería extremadamente cruel de mi parte que me presente contigo; para terminar con él. – negué con la cabeza.

Casi bufaba por la nariz.

-          ¿Y piensas ir a encontrarte con “ese”? te puede lastimar o envolverte para que no lo dejes.
-          Pues no lo logrará. Sé muy bien a quién quiero. – le sonreí.

Sé que no le gustaba la idea para nada, pero tampoco me daría problemas puesto que todavía no habíamos dado un nombre a lo que teníamos. Aún no le había dado mi respuesta.

-          No sé porqué le tienes tanta rabia. Él no te ha hecho nada. Ni tampoco es una mala persona. Me apoyó cuando llegué a la universidad y estaba sola.

Paul gruñó por lo bajo.

-          Ahora resulta que el tipo es un santo. – se rió con amarga ironía.

Me reí en su cara.

-          Y de paso te burlas de mí. – me recriminó.
- No me burlo de ti, sino de tus celos ridículos.
- Yo no estoy celoso de ese…tipo. Es solo que me cae mal por haberte tenido durante dos años. Fuiste suya. – me dijo en tono recriminatorio.
- Eso en mi idioma lo llaman celos. – me burlé.

En un arrebato; me tomó la cara entre sus grandes manos y miró a mis ojos con profundidad.

Apenas y pude respirar.

- No soporto la idea de que otro haya besado tus labios o… algo más. – le costaba hablar.

Le quité las manos de mi cara y me levanté para sentarme en sus piernas. Paul me sostuvo por la cintura.

- ¿Y a ti qué más te da si yo estuve con él?. A quién amo es a ti. Y puedo asegurarte que jamás en mi vida había amado tanto.
- Discúlpame, soy idiota e inseguro. Pero todo eso es porque te quiero. Solo deseo que estés conmigo. – me dijo con su frente pegada a la mía.
. Eso es solo cuestión de tiempo. Solo espera un poco.
- Te dije que lo haría y así será. – su voz sonó entrecortada.

Acaricié a comisura de sus labios con la yema de los dedos. Él miraba los míos con ansias.

- Mañana todo “eso” se acabará y tendremos un sin fin de tiempo para nosotros. Pero esto debo arreglarlo yo sola.

Gruñó y yo me reí.

- Pórtate bien. Ya basta de malcriadeces. – le dije con falso tono autoritario.
- No puedo. Con él, no. Es que no lo soporto. Quiero que se pase rápido el día y que sea mañana. Las horas se me pasarán lentamente.

Le acaricié los labios de nuevo. Al sentir mi contacto; cerró los ojos.

- Por el mañana no te preocupes. Lo que importa es el hoy. Y “hoy” estamos juntos tú y yo.

Suplanté mis dedos por mis labios, y así comenzó una batalla campal entre la locura y la cordura. La pasión y la razón. Las ganas desenfrenadas de que él se fundiera en mí, y lo que debía hacer correctamente.

Cada beso, cada caricia, cada roce encendía en mi cuerpo una hoguera casi inextinguible. No conocía esta fuerza demoledora, y solo Paul era capaz de activarla.

Sin dejar de besarme, me recosté en el pequeño canapé y él se cernió encima de mí. Su boca descendió hasta mi cuello lentamente y sus manos exploraban mi cuerpo.

Mi respiración era vergonzosamente ruidosa, pero a él no parecía importarle.

Deslizó los dedos entre mi sweater, sentía mi piel arder.

De repente se envaró. Sus manos salieron de mi ropa.

- Viene un auto. – me dijo con molestia.

<>, me senté a su lado.

- Creo que es mejor que me vaya. Además de venir alguien; pareciera que deseas volverme loco en lo que resta de tarde. – me espetó con ironía.

Me extrañé.

- ¿Yo por qué?
-  Porque me enciendes y luego me interrumpes diciendo que “debes hacer lo correcto”. – su amargura era latente. – No sabes lo difícil que es contenerme contigo, Rachel. Me es casi imposible.
- Tienes razón. – me senté correctamente.- No tengo derecho a hacerles esto.
- ¿Hacernos? – preguntó confundido.
- Si, a ti y a Mathew. – asentí.
- ¿Le estás faltando el respeto por estar con quién amas? – se rió con sorna.
- No. Le estoy faltando el respeto porque aún nuestra ruptura no es legal; por así decirlo. Y él jamás me ha dado un motivo para engañarlo.
- ¿Pero engañarlo en qué?. Él se ha engañado a sí mismo; queriendo creer que tú lo amas.
- Eso no cambia las cosas. Solo será hasta mañana que deje de ser su novia oficialmente.

Su cara se transformó en una máscara horrible de dolor combinada con furia y sus manos comenzaron a temblar.

- ¡Maldición, Rachel! Es lo peor que pudiste haber dicho. Me largo. – se separó y comenzó a alejarse en dirección a la puerta. – Me largo.

Corrí tras él..

- ¡Paul! No quiero que te vayas así. ¡No lo tomes a mal!

Volteó hacia mí rápidamente. No estoy segura, pero me pareció que una lágrima se escapó de sus ojos. Pero se adentró en el bosque y no vi más nada.

En ese instante advertí de soslayo la patrulla de Charlie. Entré en la casa antes de que pudieran verme. No tenía ganas de hablar con nadie. Me sentía como una completa miserable.

Logré lastimar a dos hombres que me amaban. Y ambos en el mismo día.