jueves, 28 de octubre de 2010

TERCER CAPÍTULO


DEFINITIVAMENTE INESPERADO”
- Esta noche infernal no se termina de acabar de una vez por todas. – suplico mordiendo la almohada con desespero.
La cama estaba revuelta por todas las vueltas que había dado en medio de mi insomnio. El grupo de almohadas que había apilado detrás de mí para tratar de recrear su presencia no me había ayudado en nada.
<<Debí haber solicitado un par de valiums al botones…>> pensé.
Era la una de la mañana y nada había conseguido que me durmiera y descansara al fin de ese dolor lacerante que me atravesaba no solo el pecho, sino el cerebro y hasta los huesos también.
Lo único que me había “sedado” un poco era recordar el pasado; si bien no lograba que la pena desapareciera, por lo menos; hacía que me perdiera en escenas corrientes y carentes de sentido hasta que “él” llegó…

Me dirigí un poco agotada hacia la puerta. Alguien tocaba con timidez en ella.
- Hola, Ángela. – dije al abrir.
- Hola, Bella. Te traje el desayuno. – sonrió con amabilidad. – No nos conviene que te estés desmayando por hacer hiploglicemias cada dos por tres.
Puse los ojos en blanco.
- No me he desmayado cada dos por tres. Solo fue una vez. – me aparté de la puerta para cederle el paso. – Adelante, Ang. Y muchas gracias por el desayuno.
La chica entró con dos bolsas blancas en las manos.
- Gracias. – me entregó una. – Esta es tuya.
- Oh. ¿No has comido tú tampoco? Pues ven a la mesa conmigo.
Ambas caminamos a la cocina y depositamos allí los paquetes.
Me trajo un pastel de ricotta con espinaca envuelto en masa de hojaldre y un jugo de durazno.
- Hmmmm. Esto se ve delicioso, Ángela. Eres un sol. – le comenté al ver la comida. El estómago me rugía descontrolado.
Me observó escrutadora.
- ¿Cenaste anoche luego de que llegamos del viaje?
Habíamos llegado aproximadamente a las nueve de la noche de la misión en L´ Aquila; y yo llegué demasiado extenuada como para ponerme a hacer comida.
- No. Me di un baño y me fui a dormir. En serio lo necesitaba. – me excusé mientras devoraba el pastel.
- Sabía eso. Por esa razón te traje la comida. No deberías jugar así con tu salud; aparte de que tu ritmo de trabajo no es nada tranquilo, tú le metes además un ayuno obligatorio. Te vas a enfermar. – tomó un sorbo de su jugo.
- Ayyy, no me regañes. Es muy temprano para eso. – dije pesarosa mientras seguía comiendo con gusto. El condenado pastel o estaba muy bueno o yo estaba a punto de morir de hambre.
- Por cierto, Carlisle quiere verte hoy. Dijo que tenía que hablar contigo acerca de algo.
Comencé a toser porque de la impresión se me fue un pedazo de la comida sin masticar.
- ¡Toma un trago de jugo! – dijo Ángela preocupada mientras me alcanzaba el vaso.
Le hice caso y poco a poco recobré la respiración normal.
- ¿Acerca de qué? – pregunté.
- No lo sé. Cuestión de directores, supongo. Él dijo que quería verte como a las diez de la mañana. Porque a primera hora iba a estar reunido con unas personas que venían de la dirección nacional.
- ¿Qué querrán? – seguí masticando.
- Ni idea. Lo sabrás cuando hables con él. A lo mejor te querrá poner al tanto de eso luego.
- Pues sí. Tienes razón.
Terminamos de comer entre más temas concernientes al trabajo y luego me fui a prepararme para ir a la oficina.
Mi eficiente asistente se quedó esperándome hasta que bajé lista.
- A veces siento que necesito vacaciones. – le comenté ya en mi carro.
- ¿Hace cuanto que no tomas unas?
- Hace más de tres años. Desde que llegué a Defensa Civil. Pero no me pesa eso, solo que el cansancio se me ha acumulado un poco. – le comenté mientras tenía la mirada en la carretera.
- Con razón, Bella. Necesitas descansar. Y pronto.
- Lo haré después de diciembre. Primero debo dejar todo preparado para ausentarme.
- Me parece justo. – aceptó un poco más tranquila.
Ángela era una chica muy leal y amable, aparte de ser eficiente. Se había vuelto mi apoyo en las últimas semanas.
De hecho la había solicitado unos días antes de ir a Italia como mi asistente.
No más llegar a la oficina Ben Cheney se me acercó con una carpeta tamaño oficio muy gruesa.
Primero observó a mi compañera con admiración y luego desvió la mirada hacia mí, y cuando advirtió que lo había visto todo se puso rojo cual tomate.
Reprimí una sonrisa imprudente.
- Hola, Bella. Buen día. – dijo por lo bajo con su cortesía habitual.
- Hola, Ben ¿cómo amaneces?
- Con trabajo por hacer y al parecer tú también.
Suspiré con resignación.
- No veo la novedad en eso.
- Si ¿verdad? – comentó él lanzando una mirada furtiva a Ángela.
Asentí.
Mi asistente parecía ausente o se “estaba haciendo” al mirar en otra dirección diferente a él.
Ben se acercó a mí y me entregó la carpeta en las manos.
- Esta es una dotación de logística para el personal de paramédicos de parte de la dirección nacional. Ya se está descargando la misma, pero tienes que revisar lo que está apuntado en este informe y compararlo con lo que ha llegado.
- Gracias, Ben. Revisaré esto ahora mismo y luego chequearé personalmente el material. Mientras quédate con Ángela para que lleven el control pertinente de lo que se está descargando. – sonreí con malicia en mi interior.
Ambos me miraron atónitos, luego a ellos y después al piso.
- Está bien. – aceptó él.
- Apenas termine de hacer esto…- le dije a mi asistente mientras levantaba la mano con la carpeta – iré a ver a Carlisle y luego te veo en mi oficina.
Ella asintió en silencio, sonrojada.
Estos formaban una pareja perfecta. Aunque los dos eran sumamente tímidos.

- Rosalie ¿Ya está disponible el director? – le pregunté a la nueva trabajadora del departamento.
Esta asintió.
- Te están esperando, Swan. – dijo diligente.
No era precisamente muy cariñosa, pero si muy dedicada y diligente; y en este oficio es lo que importa. Además era educada así que no había problema alguno con ella.
<<¿Ha dicho “esperando”?>> me pregunté tarde en la puerta, a la que abrí de inmediato.
- Con permiso. Me dijeron que querías ver...¡Dios mío! – primero me dirigía a Carlisle hasta que ví a quién tenía sentado en frente.
Reconocería ese cabello castaño dorado y a esos ojos color topacio aunque me borrasen la memoria.
Edward se puso de pie al verme y se quedó en una sola pieza.
- Pasa adelante, Isabella. – dijo Carlisle tan galante como siempre.
Creo que no había notado la tensión en el ambiente o estaba intentando aliviarla por el contrario.
- Bella. – lo corrigió Edward.
Su voz era tan diferente a como la recordaba. Varonil y sensual.
Caminé hasta el interior sin quitarle la mirada de encima a quién me había marcado más que nadie en la vida.
Mi respiración se hizo lenta y dificultosa. Sentía que los ojos se me estaban llenando de humedad.
Él no podía verme así…no luego de once años…
- Yo…dejé algo en la oficina. Permítanme un momento. – me retiré del lugar antes de haber llegado frente al escritorio.
Entré a mi dependencia privada y cerré la puerta. Me dejé caer en mi silla sin fuerzas aparentes.
Era él. Después tanto tiempo y tanta espera. Era él.
Estaba más bello que nunca y de paso recordaba cómo llamarme. Había corregido a su propio padre.
<<¿Pero qué carajos me pasa? Se supone que ya debía haber dejado esto atrás>> tenía un torrente de lágrimas que salían sin pedirme autorización alguna y sin detenerse ni un momento.
Me encerré la cara entre las manos mientras que una serie de recuerdos se arremolinaban en mi mente…los carritos de pequeños…su cadena…mi esclava…el primer beso…una promesa rota…
El aire me empezó a faltar y me fui al baño.
Abrí la pequeña ventana a todo lo que daba la pobre y dejé que la brisa de lluvia me diera el oxígeno que me había robado la aparición sorpresa de Edward.
Me lavé la cara para tranquilizarme y luego me fui a sentar de nuevo.
Abrí la tercera gaveta de mi escritorio y saqué una cajita de madera color negro que cerraba con un lazo rojo. Deshice el lazo y vi su contenido.
El último regalo que él me había dado…
- ¿Tú también la llevas contigo? – me sobresalté al ver a Edward frente a mi escritorio con la mano tendida hacia mí y en ella mi esclava de plata.
El aire me faltó de nuevo.
Todo estaba pasando repentinamente rápido.
- Esto no puede ser… - me dije a mi misma entre lágrimas.
¿Para qué esconderlas? Si era el mismo Edward de hace once años atrás que me conocía mejor que nadie, debía de saber que estaba más que turbada. Estaba en shock.
Dio la vuelta y se agachó hasta quedar frente a mí.
- Nunca volviste… nunca llamaste… nunca escribiste. – le reproché.
Asintió con pesar.
- Pero jamás me olvidé de ti. Por dios santo que nunca pude hacerlo. – rozó con temblorosos movimientos mi mejilla izquierda.
Me alejé de su roce desviando mi rostro.
- Ya no somos niños, Edward. En un punto entendí que esas solo fueron palabras de una ilusión pasajera de la adolescencia. No te preocupes en excusarte. – espeté con aparente frialdad.
- Si te creyeras eso no hubieses guardado esa cadena hasta ahora. Como yo tu esclava. Sabes que lo nuestro siempre fue algo más. – su voz seductora era ronca a causa de la emoción y tenía los ojos húmedos a punto de romper a llorar.
Empecé a jadear suavemente.
- ¡Maldición…como te extrañé! – lo abracé con fuerza sin pensar.
Él me estrechó fuerte y olió mi cabello.
- Y yo también te eché de menos, Mi Bella. – me estremecí ante la mención de esas palabras. Solo él me decía de esa forma.
Permanecimos así como un minuto mientras nuestros dedos se clavaban en nuestro cuerpo aferrando al otro tratando de darle realidad a algo que parecía lejano e irreal.
- ¿Qué haces aquí? – le dije separándome de él y viéndolo a la cara – Tu padre me dijo que trabajabas en una trasnacional farmacéutica.
- En efecto, pero mi padre me comentó que necesitaba a un director de de operaciones y no dudé en venir a apoyarlo. De todas formas no me gustaba mi antiguo trabajo. Estaba por dejarlo.
Eso me dejó más impactada de lo que ya estaba.
- ¿Vas a trabajar con nosotros? – pregunté con voz pastosa.
Él asintió con una sonrisa tímida.
- Sí, Mi Bella. Voy a estar aquí de ahora en adelante. A tu lado como debía hacer sido hace once años atrás. – me estrechó las manos entre las suyas pero yo las retiré de inmediato. - ¿Qué te pasa?
- No hagas como si no hubiesen pasado mil cosas antes de llegar hasta a este momento. – lo corté tajante – Tú no sabes como es mi vida de ahora y yo no sé nada sobre la tuya. Ni siquiera sé si tienes pareja y te atreves a decirme “Mi Bella” y que estaremos juntos como “debía haber sido”. Ya no creo en cuentos de príncipes azules, Edward. Esta es la vida real y ya somos suficientemente adultos como para darnos cuenta de que no estamos para juegos de “noviecitos adolescentes”.
Entrecerró los ojos.
- Me merezco que no me creas ni media palabra. Que me consideres lo peor. Pero no intentes quitarle importancia a lo hermoso fueron nuestros recuerdos de la infancia. Y esos no son cuentos de “príncipes” como les dices tú. Para mí fue lo único autentico que tuve.
No quería creer sus palabras, pero mi corazón las arraigó con la misma rapidez con que lo había reconocido en cuanto lo ví. Él siempre me complementó; por eso cuando se fue me había dejado con una parte de mí vacía y sin vida.
Me mordí el labio inferior intentando recolectar fuerzas para poder contestar con algo coherente y realista a sus palabras; pero no lo había. Y es que nuestra “relación” nunca tuvo sentido, desde pequeños sentíamos algo fuerte por el otro sin querer aceptarlo y cuando lo hicimos nos separaron.
- Ahora me cuesta creer lo que dices. No quiero salir lastimada de nuevo, Edward. – le confesé de pronto.
- Tengo tiempo suficiente para probártelo, Mi Bella. Y si me dejas; pondré los puntos en las heridas que yo mismo abrí.

Y eso no fue del todo verdad… porque si bien sanó el daño viejo; luego se encargó de abrir una nueva brecha supurante que nos alejó…y por eso estoy en este hotel… tirada y sola…


Disculpen tanta tardanza con este capítulo pero de verdad que las cositas se han complicado un poco. Gracias por su paciencia y espero que les guste esta nueva entrega.

SEGUNDO CAPÍTULO


“PASEO INDESEADO”

-      Debería ponerme mi peor ropa para ver si así desiste de salir, Hockey. – mi perro me veía con atención mientras yacía acostado largo a largo en mi cama; con la cabeza entre las patas delanteras.
Era un muy robusto pitbull de ocho años de edad, con el pelaje de color marrón atigrado y con unos ojos que parecían cambiar de acuerdo a la luz del día; podías verlos marrón rojizo o chocolate oscuro.
-      No. Ese con tal de agradar a todos es capaz de sacarme hasta en harapos. – dije mientras buscaba algo que usar. – Te diría que lo mordieras pero de seguro tendría que llevarte luego al veterinario; porque su sarcasmo y egocentrismo los lleva en la sangre. Y eso amigo mío, es como veneno.
Al final saqué unos jeans desgastados, una camisa manga larga de cuadros azules con morados y una chaqueta impermeable por si acaso.
Entré en la ducha, tomé un baño rápido y salí.
No tenía ganas de arreglarme mucho por lo que me peiné con un poco de mousse y apenas me maquillé.
Cuando fui a sentarme a la cama Hockey puso su pesada cabeza en mis piernas.
-      Colabora, bebé. Tengo que colocarme los zapatos. – pero el muy sin vergüenza no hizo siquiera el intento de obedecer.
Entorné los ojos con frustración y luego se me ocurrió una idea.
-      ¡Un ratón, Hockey! ¡Un ratón! – le grité señalando a una de las esquinas que tenía al frente en donde estaba una mecedora.
El animal se bajó de la cama como alma que lleva el diablo y se puso a ladrar.
Me reí con malicia mientras me calzaba.
-      Siempre funciona. – dije complacida
Y como si me hubiese entendido; Hockey tuvo una de sus reacciones del tipo “no me jodas”. Me dio la espalda y hasta pareció que me torcía los ojos al salir de mi habitación.
Sí, él era así. Un tanto malcriado.

A la una en punto de la tarde escuché que un auto se aparcaba en la puerta de mi casa. Adiviné que debía ser el “perfectísimo teniente Black”.
-      ¡Bella, te vinieron a buscar! – avisó Reneé emocionada desde la entrada de mi cuarto.
Cerré mi libro “Sombras de la Noche” de Maggie Shayne y me levanté con parsimonia de la cama.
-      No le vayas a hacer desaires al teniente, por favor. Mira que la educación no pelea con la gente.
Tomé mi bolso de la encimera que estaba al lado de la puerta.
-      Eso depende. Si los merece; júralo que no dudaré en decirle sus verdades.
Entrecerró los ojos con rabia.
-      No hagas quedar mal a tu tío Aro con tu mala actitud. Es en serio, Isabella. – ordenó tajante.
-      Bella. – le recordé. Odiaba que me llamara así. – Y tranquila; me comportaré…solo por mi tío.
Me dio un beso para despedirse.
El hombre tocaba a la puerta y fui yo quien se la abrí.
-      Buenas tardes; Isabella. – dijo en tono galante.
<<Otra vez>>
-      Bella. – lo corregí – Buenas tardes, teniente.
Él sonrió ante mi respuesta.
-      Disculpa, Bella. Dime solo Jacob. No eres uno de mis subordinados.
-      Por supuesto que no. – le dije mientras salía al exterior de mi hogar.
-      ¡Hola, Jacob! – dijo mi madre emocionada - ¿Cómo has estado?
-      Muy bien, señora Reneé. – se volvió hacia ella con sus modales “demasiado amables” acostumbrados - ¿Y usted?
-        Gracias dios bien, hijo. ¿A dónde van a ir?
-      A Port Ángeles. La traeré temprano, se lo prometo.
-      Más te vale que sí. – bromeó ella.
Después de unos minutos de conversación; por fin se despidieron y procedimos a entrar en el auto con placa del ejército.
-      ¿No es acaso un acto de corrupción el que estés manejando un carro de la fuerza para cuestiones personales? – le cuestioné con malicia.
El muy descarado se rió mostrando sus dientes rectos y blancos.
-      Este auto se me asignó de manera oficial. No estoy incurriendo en actos de “corrupción” como me acusas. Aunque tuve un superior que me decía: “Militar que no es inmoral, se arruina”.
Enarqué las cejas.
-      ¡Qué hermosas filosofías las suyas! – le espeté – Y mi tío se irá a arruinar porque jamás ha caído a esos niveles.
-      ¡Bah! No nos juzgues por eso. Son simples charadas entre colegas de oficio. – dijo encogiéndose de hombros.
Estuvimos unos minutos sin decir nada…
-      Y… ¿Qué estás estudiando? – la situación se estaba tornando incómoda, y él intentaba salvar la partida.
-      Octavo semestre de administración en la University of Forks.
Asintió.
-      Cierto. Mi general me lo había comentado con anterioridad.
-      ¿Te puedo decir algo? – se me salió sin pensarlo mucho.
-      Lo que sea. – volteaba a momentos para verme a la cara.
-      Odio que le digas así. Sé que es por cuestión de respeto, pero por favor, te agradecería que delante de mí le digas de otra manera.
Las comisuras de sus labios se estiraron en una sonrisa torcida.
-      ¿Te molesta tanto?
-      Sí.
-      ¿Es por eso que te caigo tan mal?
-      Oh no, teniente. Eso es una pequeña parte. – me burlé abiertamente.
-      Bien. Creo que merezco saber las razones por las que no te agrado, al fin y al cabo esta salida es para eso. No quiero que tengas una mala imagen de mí; por lo menos debes de concederme el que pueda defenderme.
Me removí en el puesto del copiloto para acomodarme; la conversación sería larga y el paseo indeseado apenas comenzaba.
-      Bien. La razón principal es que nunca he sido muy amante de los militares; ya que me parecen demasiado…desconfiables. Segundo, no me agrada su actitud para con mi familia…
-      ¿Con tu familia?  - me interrumpió alarmado – Si no he hecho otra cosa más que ser amable con ellos.
-      Demasiado diría yo. Es que me parece que todo ese…respeto y amabilidad es una máscara. Debido a eso viene la tercera razón; que es mi falta de confianza en usted y en sus intenciones de querer agradarme a mí a pesar de que le he querido hacer ver de una manera no muy directa, que no me interesa. – confiada en que no podía rebatirme lo último lo miré victoriosa.
-      Oh, eres bastante sincera ¿Cierto? – asentí – Pero debo decirte que yo soy con tu familia de esa manera porque ellos me han recibido de muy buena manera. El general Aro me ha brindado una mano no solo para que me adapte a este nuevo puesto de trabajo, sino que me abrió las puertas de su casa y núcleo familiar. No puedo hacer menos que ser agradecido.
Se defendió de una manera muy apropiada.
-      Aún así dejaré de llamarlo “Mi general” mientras esté en tu presencia. – continuó – Y con respecto a ti… - se volvió y me miró con picardía – Es que me gustaste desde el primer momento en que te vi. Por eso he intentado agradarte, pero no ha sido fácil. Eres muy testaruda.
Sonreí esperanzada.
-      Entonces ¿dejarás de acercarte a mí ahora que sabes que me incomoda?
-      No. – su cara de autosuficiencia era irritante – no me creas tan buena gente, Bella. Sé que me costará un poco, pero ya verás que no soy el ser horroroso que te has creado en la mente.
-      No solo está en mi mente dicha percepción, ahora mismo creo que lo estoy viendo. – dije un tanto molesta, odiaba perder.
Se carcajeó a todo pulmón mientras seguía conduciendo.

Llegamos a un restaurant nuevo en Port Angeles, especializado en cortes de carnes. Había ido una sola vez con mi tío Cayo y su esposa. Era fabuloso, así me que me tragué mi propio ácido en cuanto a sus gustos, al menos parecíamos afines en ese sentido.
-      Espero que te guste la carne a la parrilla. A mí me fascina. – dijo mientras se estacionaba.
-      Sí, me gusta. – el orgullo dominaba mi comportamiento. Así que antes muerta que decirle que me fascinaba, ya buscaría la manera de utilizar eso en mi contra tarde o temprano.

Entramos en el lugar que parecía estar ambientado al estilo de un rancho campestre, con columnas revestidas en madera un poco basta, techo amachimbrado y de este guindaban luces al estilo cascada de las que se colgaban en las fachadas de las casas en época de navidad. Era algo que contrastaba pero no quedaba mal.
Tomamos asiento en una esquina que Jacob había reservado con anterioridad; me di cuenta porque el mánager lo conocía y lo llevó directamente allá; nos trajeron la carta y comenzamos a leer.
-      ¿Qué te apetece? – me preguntó viendo por encima del menú.
-      Deberíamos pedirle la recomendación al camarero; quizás él nos pueda recomendar un buen corte.
Sonrió sorprendido.
-      ¿Habías venido antes?
-      Sí, con un tío. – le comenté dándome cuenta después; de que había hecho justo lo que proponía no hacer…
-      Osea que escogí bien el lugar. – precisamente por esa actitud de él.
-      Sí. – admití a regañadientes.
-      Creo que deberíamos pedir la punta argentina. Aunque esperemos a ver lo que nos recomienda el camarero.
Lo llamó y consultó con él sobre las mejores opciones, y como Jacob había comentado; el hombre nos recomendó la punta argentina.
Además pidió una botella de vino tinto y ciertos contornos para acompañar la carne.
-      ¿Me haría el favor de traerme un buen picante? – le solicité al mesonero.
-      Por supuesto que sí, señorita. – dijo diligente y se retiró.
Mi compañero de mesa me veía gratamente sorprendido.
-      ¿Te gusta el chile?
-      Sí, me fascinan las comidas picantes.
-      No a muchas personas les gusta. Eso es muy interesante. No eres nada común, Bella. – continuaba con su expresión agradable en el rostro.
-      Gracias. Cuéntame acerca de tu vida; finalmente estamos aquí para que “me quites de la cabeza la mala imagen que tengo de ti”. – bromeé de manera displicente para mi sorpresa.
Hizo un gesto pensativo y luego empezó a hablar:
-      Nací y me crié en la reserva india de La Push…
-      Osea prácticamente aquí mismo. – lo interrumpí asombrada por la información, pensaba que era foráneo.
Él asintió.
-      Mi padre y madre murieron. Billy; de diabetes y Sarah de una insuficiencia cardiaca. Mis hermanas Rachel y Rebecca se casaron y se fueron a vivir lejos. Una que otra vez me comunico con ellas o ellas conmigo.
-      ¡Qué…mal! Lo siento mucho; Jacob. – dije condolida por su mala suerte.
-      No te preocupes. Mi madre murió cuando yo era apenas un niño; casi no la recuerdo y Billy…hace cuatro años. – su boca decía que ya lo había superado pero su mirada me indicaba justo lo opuesto.
Una pena profunda opacaba su mirada al fondo.
-      ¿Por qué decidiste ser militar? – continué.
-      En esos lugares no te dan mucho tiempo para pensar, así que apenas me gradué de la secundaria de la reserva me fui a la academia y ahora estoy aquí. – hizo un gesto con la mano de estar presente, el cual me hizo reír un poco.
-      ¿Y tú por qué no me cuentas de ti? – se alongó sobre la mesa y puso sus manos unidas y debajo de su mentón, haciendo un gesto de concentrarme en mí.
-      Ya te dije en donde estudio. No sé qué más quieres saber. – dije apenada de que no dejara de mirarme.
-      ¿Por qué eres tan pegada a tu familia? O ¿por qué te sonrojas y esquivas mi mirada? – dijo en tono burlón.
Lo miré con los ojos entrecerrados.
-      Porque no me gusta que se me queden viendo fijamente como si fuese un bicho raro. – le espeté con molestia y luego hablé en tono normal – y soy tan pegada a mi familia porque así me criaron. Quiero decir que así somos todos.
-      Y todos te consienten mucho ¿cierto? – levantó una ceja – He notado que eres una niña mimada.
-      ¡No lo soy! – así nos tratan a todos los primos en la casa. No es que seamos muchos; pero sí no cuidan bastante.
Se carcajeó.
-      Vale. No tiene nada de malo que te cuiden. Yo lo haría contigo si me dejaras. – y así un buen momento se vio arruinado por los comentarios fuera de lugar de Jacob.
-      Yo me sé cuidar sola, gracias. No necesito que lo hagas por mí.
-      Oh oh. Ya volvimos al tono beligerante de nuevo. Perdona pues.
Gracias al cielo la comida llegó en ese momento y seguimos una conversación más fluida.

-      ¿A dónde vamos? – pregunté cuando me di cuenta que no íbamos camino a mi casa.
-      A la reserva. Tengo tiempo que no paso por allá. Aunque si quieres vamos para otro lugar. – propuso.
-      No. También hace mucho tiempo que no la visito aunque la tengo ahí mismo.
Sonrió complacido.
-      Vamos pues. – aceleró a fondo.
Cuando llegamos a una curva cercana a la playa encontramos un puesto de artesanías hecha por los Quileutes y nos detuvimos allí.
-      ¿Jacob? – preguntó la mujer mayor que estaba en el puesto. - ¿Jacob Black?
-      Sí, Sue. El mismo que viste y calza ¿Cómo has estado?
La mujer parecía sorprendida.
-      Pues bien. Había escuchado que estabas en la división de Forks pero no lo creí. Como no habías pasado por aquí…- eso parecía un reproche más que una respuesta.
-      He estado muy ocupado, Sue. Lo siento. Me señaló con la mano – Conoce a mi amiga Bella Swan.
La mujer no hizo siquiera el intento de estrecharme la mano; solo me miró con cierta clase de…cortesía. Por así decirlo.
-      Sue Clearwater. Un placer.
-      El placer es mío. – le respondí.
Luego me puse a ver la mercancía.
Había cosas fascinantes. Desde enormes jarrones grabados y pintados. Hasta pulseritas con colgantes de lobos.
-      ¿Todo esto lo hace usted? – le pregunté asombrada. Yo no sabía dibujar ni una manzana en un papel.
-      Sí. Mi familia entera se dedica a la artesanía. – dijo en tono solemne.
-      Oh, tienen un gran talento. Todo es muy hermoso. – dije mientras contemplaba un atrapa sueños que tenía guindado en una pared.
-      Gracias.
Ellos siguieron hablando. O más bien Jacob aprovechó para ponerse al tanto de sus conocidos.

Al ratito nos fuimos y paseamos por la playa.

Me coloqué la chaqueta impermeable ya que el frío estaba arreciando.

Nos sentamos en unos troncos caídos que estaban a unos cuantos metros frente al mar.
-      No recordaba que esto fuese tan hermoso. O debe de ser que no se sabe lo que se tiene hasta que se pierde. – expresó Jacob fascinado con todo el ambiente del lugar.
Y no era para menos. Todo estaba muy bien cuidado.
-      Sí. Es un lugar bonito. – admití – Pero no o has perdido. ¿Acaso vendiste tu casa de aquí?
-      No. No sé en qué estado se encuentra pero a mí no me gusta vivir solo. – me dijo con sinceridad – Por eso prefiero estar en la división. ¿Te gustaría que vayamos a ver cómo está mi hogar?
-      Ahora no, Jacob. Gracias por la invitación pero de verdad prefiero irme a casa.
-      ¿Estás aburrida? ¿Lo has pasado mal? – casi reí al ver su cara de preocupación.
-      Para mi pesar debo admitir que no. Puedes sentirte tranquilo porque sé que no eres el monstruo que pensé que eras. – ahora fui yo quien se carcajeó con todas mis ganas.
-      ¡Oh, vaya. Un cumplido de la señorita orgullosa! – se mofó – Eso es todo un milagro.
-      No hagas que me arrepienta de habértelo dicho.
-      Haz como que no he dicho nada. – hizo como si se cerrara los labios con una bragueta.
-      ¿Nos vamos ya? – le presioné un poco – Es que no he dormido mucho. Anoche me trasnoché un poco viendo una serie en la tv y hockey se creía dueño y soberano de mi cama. Por lo que no descansé mucho.
-      ¿Hockey?- preguntó extrañado.
-      Sí. Es mi perro lo que pasa es que el día de la parrilla no lo viste porque estaba encerrado en mi cuarto. Si no haría desastres con la carne. – me reí divertida. – Es mi consentido.
-      ¿Y por qué le pusiste ese nombre?
-      Yo no fui. Mi mamá me sobornó. Me dijo que si no le ponía ese nombre no dejaba que se quedara, y como ya estaba enamorada del perrito pues accedí a la manipulación.
-      Qué buena estrategia. La próxima vez te chantajeo con tu perrito. – se veía la maldad en sus ojos negros.
-      Pues a ti no te dará resultado. Y en tal caso haré que te muerda. Te lo advierto.
Puso las manos en frente en posición de calma.
-      Tranquila. No hace falta llegar a esos niveles de violencia.
Cuando llegamos a la puerta de mi casa me detuve antes de abrirla.
-      Gracias por la tarde de hoy. La pasé muy bien. – admití pero esta vez no con pesar. Jacob era buen chico cuando se lo proponía.
-      ¿Se puede repetir pronto? – preguntó insinuante
-      Me lo pensaré ¿Vale?
-      Vale. – asintió.
A lo que abrí la puerta Hockey me recibió batiendo la cola como era habitual en él.
-      Hola, bebé. – le sobé la oreja derecha. Eso le encantaba.
-      ¡Wow! ¿Este es el perrito? – dijo Jacob asombrado.
-      Sí. – me reí. – No me digas que estás asustado.
-      No lo estoy. Pero definitivamente me esperaba a un poodle no a un pitbull.
-      Ya lo ves. No me gusta lo convencional. Soy una chica rara. Hasta luego.
-      Hasta luego, Bella. – me dijo con una sonrisa satisfecha para luego irse a su carro.
Mi perro me veía con atención mientras me quitaba la chaqueta y echaba a andar hacia las escaleras.
-      No es tan mal chico como pensaba, Hockey. Pospondremos la mordida para otra ocasión. – dije divertida mientras corría con mi mascota a mi habitación.

OMG! Esta historia es rara lo sé. Pero no me resistí al deseo de escribir este capítulo así. Y definitivamente por si no lo habían notado se lo dedico a mi “perrito” Hockey.