“Espejos rotos”
Carlisle y yo seguíamos en la puerta a la
espera de que alguno reaccionase, y tomando en consideración que yo ya había
dicho mi parte del guión en la cual exigía lo que él tenía de mi propiedad, era
de esperarse que me saliera con un muy acertado y poco previsible “Toma a Isabella, Edward. Tengan una buena y
larga existencia. Te deseamos lo mejor y te escribiremos en navidad”. O la
otra opción, —menos razonable—, pero
más predecible era que me dijese: “¡Maldito
bastardo malagradecido! ¿Cómo osas pisar mi casa después de cincuenta años de
ausencia? ¡Lárgate de aquí!”...pero no.