sábado, 22 de enero de 2011

Anhelo desde la Oscuridad - Sexto Capítulo:




"DEBERÍAS TEMERME"

Sin Jacob Black en mi camino todo era más fácil ahora. Sin molesta presencia Bella se había saturado un poco en su trabajo, pero “milagrosamente” aparecía yo y le ofrecía una mano amiga. La ayudaba con las cuentas y clasificación de personal, además de una serie de eventualidades que también le tocaba que sobrellevar por ser la gerente general de Cullen´s Publicity Office. 

Gracias al cielo; y mi bajo sentido de lo ético; Bella dejó de pensar que a su “amiguito” le había ocurrido algo malo. En vez de eso logré influir en ella para que creyera que él la había abandonado al ver la serie de obligaciones que tenía, o a lo mejor se había escapado con una chica. 

Si, las cosas estaban saliendo como yo quería.




Se suponía que a las veinte horas me vería con Isabella en su departamento; y a penas eran las tres de la tarde. No tenía nada que hacer. Ya había puesto al día absolutamente todo: las cuentas bancarias, las inversiones, las llamadas de negocios, e incluso había hecho los quehaceres de la casa. 

No es que me fascinara hacer de “doméstica” pero con algo debía matar el aburrimiento, ¿Cierto?. Ser inhumanamente rápido puede hacer que el ritmo de vida normal se vuelva largo y tedioso; como se me estaba haciendo esta condenada espera por la cita con Bella. Según ella yo iría a su casa por primera vez y para ayudarla con el cerro de trabajo acumulado que tenía en su escritorio. Habían pasado tres días desde que nos quedamos hasta tarde en su oficina repasando inventarios y listas de recursos humanos. 

Todo eso era lo más tedioso de mi papel, tenía que soportar la lidiosa actuación de “buen chico” mientras me aseguraba que ella cayera en mis redes, cuando estuviese seguro de que no podría olvidarme aunque le diera Alzheimer entonces procedería a transformarla. Según las teorías de Carlisle nuestros dones y sentimientos se intensificaban al transformarnos; basados en mis propias habilidades podía dar crédito de eso. 

O al menos quería creerlo. Solo así toda esta porquería de espera tendría algún sentido para mí. 

Ojalá así fuese.




  • -       ¡Hola, Edward! ¡Pasa! – dijo Isabella después de quedarse deslumbrada por mí en la entrada de su casa.
No es simple arrogancia, la verdad es que me encantaba dedicarle mi sonrisa torcida para disfrutar de su rostro exquisito que parecía extasiarse con solo observar el mío. Eso me hacía sentir más dueño de ella. 

  • -       Buenas noches, Bella. ¿Cómo has estado? Aparte de ocupada, pues eso es lo que me trae acá. <<…Y mi total y completa demencia posesiva por ti…>> - dije al pasar por su lado y escuché con claridad como sus fosas nasales se dilataron para permitir que más aire llenara su nariz de mi fragancia.
Sabía que mi olor natural era una forma de atrapar a mi presa. Y además me gustaba utilizar una fragancia fresca y masculina como la Issey Miyake clásica. 

A ella parecía fascinarle puesto que; basado en las ocasiones anteriores en las cuales me encontré con ella; cuando estábamos juntos inhalaba lo más cerca de mí que le permitiese una conducta socialmente correcta. 

Si supiera que yo la había espiado y acechado de las maneras más viles y enfermizas, y peor aún, que no tenía ningún remordimiento de conciencia por eso. Muy por el contrario, esperaba que ella finalmente me diera la señal de que estaba enamorada de mí para dar el paso definitivo. Convertirla en lo que yo era, un vampiro. Quería que compartiéramos la infinidad de nuestras vidas.

Un amor inmortal. 

Si suena cursi, no me importa. Ese era mi deseo y lo que yo quería. Se cumplía, así que Isabella Marie Swan sería mí compañera más pronto que tarde.

Me sonrió con timidez y su mirada me esquivó tal y como hacía cuando se sentía apenada por algo. En ese momento no comprendí su reacción. Odié no poder leer su mente.

-       Preparaba la cena…- << ¡Ahh comida mortal de nuevo! ¡Asco! >> - y arreglaba los pendientes que vamos a revisar y poner al día.

-       Ya. – asentí y me senté en el sofá.

-       ¿Gustas algo de beber antes de la comida? Aunque esta ya está casi lista…- adoraba verla titubear; su autocontrol se esfumaba si me tenía cerca.

Negué con la cabeza. – Esperaré el plato fuerte. – le guiñé un ojo con picardía causando con esto que sus latidos se incrementaran hasta colmar la sala de estar con su sonido.

Contuve una risa burlona.

La cena estuvo en diez minutos, ella sirvió y cuidó cada detalle de la presentación de los platos. Se veía muy dedicada y para variar eso también me gustó. No podía haberme topado con alguien mejor para erradicar mi soledad. Isabella era la mujer perfecta que debía ser inmortalizada. 

Y así sería.




  • -       No… la verdad creo que deberíamos dejar todo hasta aquí, Edward. Es muy tarde y no deberías esperar a que se haga más tarde…- me dijo Bella con reticencia al percatarse que pasaban de las once de la noche en aquel momento.
  • -       Tranquila, Bella. Yo traje mi carro y el camino hasta mi casa no es peligroso… - << Lo único peligroso en ese trayecto soy yo>> - Además te prometí que te ayudaría…
  • -       Pero ya hiciste suficiente por esta noche. No quiero que te molestes…
  • -       A mí no me molesta ayudarte...- la interrumpí – en nada. Creo que he sido lo bastante claro cuando te he dicho que puedes llamarme a cualquier hora tanto del día como de la noche si me necesitas para algo.
  • -       Sí, lo sé y te lo agradezco. Pero no por eso voy a aprovecharme de ti. – lo dijo con tanta preocupación, que mentiría si digo que solo me conmovió. También me causó mucha gracia puesto que ella ignoraba que de lo único que me cansaba era de esperarla.
Sin poder reprimir el comentario que se me salió a continuación:

  • -       Personalmente, no me molestaría que abusaras de mí. – mi tono era seductor en apariencia con un trasfondo divertido.
Isabella se puso de color carmesí y apenas pude contener el deseo de probar esa deliciosa sangre que la ponía de aquella manera tan irresistiblemente sexi. 

La anhelaba…la quería…la am… la… eh…

En fin. 

Me regodeé en su timidez.

  • -       Edw…ard. Deja de decir necedades. – se hundió más de lo estaba entre sus mullidos cojines del sofá. Además tomó uno y lo apretó contra su pecho; como si así pudiese calmar los latidos desaforados de su corazón.
  • -       ¿Te intimido, Bella? – mi expresión se tornó más seria. Eso me interesaba demasiado como para bromear en ese momento - ¿Te doy miedo?
Ella negó con la cabeza y tragó grueso, pero no habló.

  • -       ¿Te gusto?
La pregunta de fuego…
  • -       Ah…yo…Edward yo…digo tú…
  • -       Isabella no balbucees. Solo dime. Si me dices que no… - << Igual no te dejaré >> - …no hay ningún problema.
  • -       ¿Y si te digo que sí? – pronunció en un débil susurro.
  • -       Entonces te diría que el sentimiento es recíproco.
  • -       ¿En serio? – abrió los ojos como platos – yo te…
Asentí satisfecho y algo aliviado también.

  • -       Tú me gustas, Isabella Marie Swan. Me gustaste desde el mismo momento en que cruzaste la puerta de esa cafetería atestada de gente. Y más desde que decidiste ir a mi mesa a preguntar si me cono…- me detuve en seco ya que esa duda me atormentaba. - ¿De dónde te parecí conocido?
Su sonrojo me enigmó más. ¿Qué me escondía?
  • -       Yo… - se aclaró la garganta y me miró a los ojos. – Pensarás que estoy loca, pero igual lo pienso decir…- la animé con la mano a que continuara - …Yo te vi en sueños varias veces, Edward. Después de encontrarnos en la cafetería intenté hacer memoria de donde me parecías familiar, y luego de mucho pensar…recordé que había soñado un par de veces. Sé que suena descabellado…
  • -       No…a partir de cuando empezaron esos sueños? – tal vez mi actitud le parecería demasiado sospechosas, pero no podía disimular la grata curiosidad que sentía por sus “sueños”.
  • -       Hace más de un mes. – el tiempo que llevaba viéndola y hablándole mientras dormía. ¿Pero cómo veía mi cara en ellos?
  • -       ¿Ha sido continuos?
  • -       Más o menos. A veces dos o tres veces por semanas. ¡No quiero asustarte…!
Le coloqué mi mano tiernamente en su mejilla que inclinó levemente hacia mi palma, poco pareció importarle que estuviese fría ya que se quedó recostada de allí como si estuviese disfrutando de alguna clase de placer.

  • -       No me asustas, Bella. Creo…que eres alguien muy intuitiva. - << ¡No te imaginas cuanto! >> Quizá algo en ti te avisaba que llegaría a tu vida. Me siento halagado.
Antes mis palabras se apartó de mi roce con asombro.
  • -       ¿En serio no te importa?
Negué sin hablar.
  • -       ¿Por qué? Otro en tu lugar saldría pitando de espanto gritando que yo soy una loca y que me alejara inmediatamente de ti. – pronunció las palabras con un falso tono divertido, pero supe que en el fondo estaba especulando con varias respuesta.
Seguramente pensaba que solo quería acostarme con ella e irme para siempre. La verdad…es que eso era mitad verdad. Solo que no pensaba irme y ella no podría huir.
  • -       Creo que ya fui bien claro. Me gustas, tal vez demasiado para las pocas veces que nos hemos visto. Pero aunque te suene cursi, me cautivaste desde el principio. Sin haber siquiera abierto la boca, imagínate lo que sintió este pobre…- me señalé el pecho pero contuve la risa antes de seguir hablando. A pesar de que hablaba en serio. – hombre al ver que se le acercaba una despampánate afrodita moderna.
  • -       ¡Cállate! – dijo tímida mientras se mordía el labio con nerviosismo y sensualidad.
Tuve que recurrir de nuevo a mi autocontrol para no tener una erección que acabara con todos mis progresos hasta ahora…pero lo que vino después no lo pude contener.
Alargué mi mano hasta que mi pulgar rozó su labio hasta que ella soltó el agarre de sus dientes. Sabía que sería placentero, pero nunca esperé sentir ese ramalazo de calor que me envolvió cuando caí en cuenta que era la primera vez que rozaba su boca estando ella consiente.

Avancé poco a poco hasta que intercambiamos alientos, podía sentir el suyo cálido que entraba para calentar mi garganta, que no solo ardió de sed, sino también de deseo. Sobre todo de eso.

  • -       He pensado en esto desde que te conocí. – susurré a un centímetro de su boca.
Su labio inferior temblaba ante la expectativa de recibir la caricia anhelada de mi boca. Sonreí en mi interior con perversidad. Yo también lo quería.
  • -       ¡Pues toma lo que quieras, Edward!
  • -       No digas cosas de las que te puedas arrepentirte luego.
  • -       Tu mismo lo acabas de decir tú mismo ahora. Puede que me arrepienta..pero no será ahorita.
Dicho esto me tomó del cuello de la camisa y juntó nuestros labios. De verdad que quise ser suave y tierno por ser el primer beso. Pero cuando se tiene casi un siglo esperando por una compañía como lo era ella para mí, el autocontrol se vuelve un término desconocido, o al menos no es bien recibido. 

Sin más preámbulos mi lengua se abrió paso vorazmente entre nuestros labios para explorar los secretos de sabor que ese lugar tan codiciado guardaba para mí. Pero ni mis mejores suposiciones se acercaban a esto. Era como el cielo y el infierno. La gloria y la perdición. Un ángel y un demonio juntos en los labios de una mujer que pronto sería inmortal. 

No quería separarme, fue exquisitamente corto, pero si no me apartaba de ella en ese preciso instante la tomaría ahí mismo, aunque su cuerpo fuese frágil. A pesar de que su piel seguía siendo sumamente delicada. Podía dañarla…matarla.

¡No! La esperé demasiado como para perderla. Eso me dolería demasiado, y yo no sé lidiar con ese sentimiento. No pienso en su bien, sino en el mío. Solo que para que mi deseo sea saciado; si es que eso era posible; necesitaba que ella siguiera sana y salva.

Por toda la eternidad y a mi lado.

Poco a poco me deshice de la presa de sus labios, pero antes de separarme totalmente le di un beso corto en las comisuras para que quisiera más de mí. Pero no lo haría esta noche, sino cuando yo quiera y eso sería pronto. 

Mis necesidades de hombre me lo pedían.

Poco tiempo después me despidió en la puerta de su departamento, no le dejé que bajase a despedirme a las afueras de su edificio. Ella quedó encantada con mi caballerosidad y yo con su obediencia. 

Si ella sería sumisa, me haría las cosas más fáciles.

Cuando llegué al lobby me topé con un señor algo avanzado de años, uno sesenta años quizás que tenía un manojo de llaves con las que se apresuraba a cerrar la puerta de la entrada.
  • -       Buenas noches. – dije con una sonrisa algo oscura al recordar el final del conserje anterior – Voy saliendo, caballero.
El hombre de pelo canoso y estatura mediana me concedió el paso con gran educación a pesar de lo agotado que se veía.
  • -       Pase usted, caballero ¿Volverá muy tarde? Es que debo cerrar el portón ya que el otro conserje se desapareció sin dar señales de vida y la junta de condominio cree que pueda  volver y levarse algo de aquí. No quiero sonar indiscreto pero es lo que se me ordenó que dijese en casos como estos.
  • -       Tranquilo. Voy de salida. Es mi…novia quien vive aquí. Asi que no volveré sino hasta maña. Que descanse.
El hombre sonrió y me dije a mi mismo que este no merecía un trágico desenlace como el otro. Al menos por ahora.

Reí ante mi maldad autodesarrollada mientras  iba de camino a mi volvo plateado.

Era una criatura terrible, sin escrúpulos.

-       Deberías temerme, Bella. Deberías hacerlo. – y me carcajeé ante las pocas posibilidades que habían de que eso ocurriese.


OH DIOS POR FIN!! Bien chicas espero que esta nueva entrega les guste. Sé que me tardé mucho; como siempre; pero tengo demasiadas cosas que hacer y que n puedo posponer. De todas maneras denle las gracias a mi amiga del alma Rochii que me presionó para hacer este capítulo más rápido. En realidad me chantajeó; con publicar mi teléfono; pero en fin aquí se los dejo.

PD: Te lo dedico Rochii, por animarme a seguir escribiendo cielo..y por darme un sobrinito tan bello.

“Creen que el capítulo fue bueno? O malo? Pues déjenme un comentario!! O no me lo merezco?”





miércoles, 12 de enero de 2011

ROMPIENDO MIS CADENAS - CAPÍTULO III: “EMPIEZAN LAS CLASES”




CAPÍTULO III: “EMPIEZAN LAS CLASES”
  • -          ¿Acaso no sabes que es pavoso que una mujer coma directamente de una olla?
Detuve la cuchara que llevaba los restos del flan de vainilla que acaba de hacer y que disponía a comer antes de que el Teniente Black apareciera en el marco de mi cocina sin previo aviso.
Lo miré por encima del hombro.
  • -          ¿Según quién? ¿Y qué es lo que puede pasar – le pregunté.
Él sonrió mostrando su magnífica dentadura que contrastaba con su piel.
  • -          Según las creencias de los abuelos, ellos dicen que si haces eso lloverá el día de tu boda.
  • -          Noticia de última hora para el teniente Black: ¡Estás en el poblado de Forks, aquí llueve todo el tiempo!. Cuando decida casarme; cosa que no sucederá en al menos diez años; entonces tendré una carta bajo la manga o un salón de fiesta donde guarecer a mis invitados. Gracias por la preocupación, pero es innecesaria.
Luego de tan ácida respuesta ambos estallamos en risas.
  • -          ¿Cómo estás, Jacob? – lo saludé más indulgentemente.
  • -          Bien, Bella. Con ganas de volver a verte.
Rodé los ojos.
  • -          ¿Tan aburrido estás en el batallón que necesitas pasar por mi casa varios días por la semana?
  • -          ¿Eso es una queja?
  • -          Solo un comentario.
  • -          Ah, me alegro. Pues no. Solo que tu familia ha sido muy amable conmigo y disfruto de su compañía ya que la mía nunca ha sido grande. Y se dedujo prácticamente a nada desde que mi padre murió. – una sombra de tristeza se apoderaba de su rostro cuando hablaba de este tema. Era la segunda vez que lo hacía conmigo.
  • -          Eres bienvenido cuando lo desees. – agregué para hacerlo sentir mejor, una sonrisa en su rostro me indicó que lo había logrado. – Solo que no tienes permiso de interrumpirme cuando estoy a punto de comerme en fondo de la olla en donde hice un flan de vainilla.
Él rió ante mi acotación.
  • -          No lo volveré a hacer. Pero solo si me das de ese flan. Me fascina el dulce.
  • -          Puede ser…si hoy no me sacas de mis cabales.
  • -          Te gusta jugar a los chantajes ¿eh?
  • -          Y a ti también.
De pronto una criatura de pelaje corto y de gran tamaño irrumpió en mi cocina sin prestarle atención a mi tenso acompañante.
  • -          Hola, bebé. – acaricié a Hockey y este se sentó mirándome fijamente.
Yo sabía muy bien lo que significaba esa mirada.
  • -          Toma pues. – dije tendiéndole la cuchara con el flan – Ya te habías tardado demasiado en bajar a exigir tu parte, malcriado.
  • -          ¿Qué demonios…? – Jacob se rió incrédulo ante mi relación con mi perro – Lo tratas como si fuese un niño.
  • -          Es mi niño. – lo corregí – Lo tengo desde pequeño; así que es como una especie de bebé para mí.
  • -          ¿Qué edad tiene?
  • -          Va a cumplir nueve años.
  • -          Ya está viejo.
Negué con la cabeza.
  • -          Solo es adulto. Aún no es viejo. – volví a corregirlo.
  • -          Y aun así lo tratas cual niño malcriado.
  • -          Pues sí. Es mi única mascota. Y la que más me ha durado.
  • -          Oh. Entiendo. – extendió la mano hacia él y lo llamó.
  • Pero como no…Hockey; figura suprema de la petulancia canina ; ni se inmutó en dirigirle la mirada.
  • -          Es tan odioso como la dueña… - bromeó Jake.
Yo me reí a carcajada limpia.
  • -          Eso suele decirme Charlie. Mi papá. – me autocorregí.
  • -          A él no lo conozco.
  • -          No. No lo conoces. – acordé – Él trabaja en New York con un primo y casi no se la pasa aquí. Lo quiero mucho, pero mis tíos son mi más constante figura paterna.
  • -          Con razón los quieres tanto.
  • -          Ni te lo imaginas.
Estuvimos unos momentos incómodos en silencio y luego él volvió a hablar.
  • -          ¿Quieres que salgamos?
Asentí.
  • -          No tengo nada mejor que hacer.
  • -          Eso sonó despectivo. Como si yo fuese la última opción. – dijo Jacob haciéndose el ofendido.
Me encogí de hombros.
  • -          No la última. Sino la única.
A él eso no pareció no molestarle puesto que sonrió como si le hubiesen dado la mejor de las noticias.




  • -          De verdad que me siento realmente miserable. Gocé de dos meses enteros de pura felicidad. Me niego a volver a la cárcel. – me quejé mientras Angela me llevaba del brazo al salón de clases.
  • -          ¡No seas dramática, Bella Swan! Solo nos quedan dos semestres de clase. Luego seremos libres de hacer lo que nos venga en gana. Y te prometo que le prenderemos fuego al uniforme en frente del decano.
Definitivamente mi insurrecta amiga sabía cómo arreglarme una mañana mediocre.
  • -          ¿Y delante del coordinador de deporte? – agregué en tono infantil.
Ella rodó los ojos divertida y asintió.
  • -          Sí, Bells. Delante de él también.
  • -          Hablando de gente desagradable… ¿con quién es nuestra primera clase? – le pregunté con desánimo.
  • -          Con el señor Berty. – añadió ella mientras ojeaba el horario que llevaba en su mano derecha puesto que con la izquierda me iba arrastrando.
  • -          Bien. – dije soltándome de su agarre – Por lo menos déjame entrar al salón con un poco de dignidad.
Ambas reímos y entramos al aula. Saludamos a nuestros amigos más cercanos, a los “a duras penas compañeros” e ignoramos a quienes no nos simpatizaban.
Todos hablábamos animadamente cuando pronto se cerró la puerta del salón. Un hombre alto, joven y visiblemente apuesto se sentaba en la silla que estaba destinada a la momia del señor Berty.
Tenía el cabello castaño dorado, los ojos azul – grisáceos e iba vestido de manera casual. Con unos vaqueros, una chaqueta negra y una chemisse de color azul cobalto que contrastaba exquisitamente  con su piel nívea.
Todas las chicas se miraban entre sí, emocionadas ante la perspectiva de tener a un adonis como profesor en vez de una gárgola antiquísima.
  • -          Buenos días, jóvenes. – su tono de voz era exquisito. Quizá demasiado para que una mujer pueda resistirse a este. – Mi nombre es Edward Cullen, su profesor de literatura. El señor Berty no podía cumplir con tantas horas de carga académica y la universidad me dio la oportunidad de iniciarme en el mundo de la enseñanza con ustedes. Espero estar a la altura de sus expectativas. – y entonces mostró una sonrisa tan arrebatadora que cada chica del salón contuvo el aliento ante tal gesto.
Odié ser parte de ese grupo.
Sus ojos se posaron en mí no por más de tres segundos, pero eso bastó para descontrolarme el flujo de sangre en el cuerpo y dirigir gran parte de esta a mis mejillas.
La clase fue normal. Sin penas ni glorias, solo un hombre guapísimo pero extremadamente serio hablando sobre los libros de Paulo Coelho. Que si Alquimista refleja…Que si A orillas del río piedra me senté y lloré habla de la lucha de…Que si Brida trata acerca de una búsqueda constante de…
Mi imaginación se había ido lejos de allí hacía rato ya…pero seguía disimulando como si lo escuchaba con atención. Me imagino que mi mirada vidriosa se lo indicó puesto que se dirigió a mí de manera despectiva. Como no lo había hecho con nadie hasta ahora, ni siquiera con quienes lo habían interrumpido por estar hablando babosadas.
  • -          ¿Por qué no nos explica señorita Swan, alguna de las teorías que usted cree que han llevado al autor a escribir esas historias? Quiero un enfoque global, no individual. – su tono era certero.
<< ¿Cómo supo mi nombre?>> 
Me tocó que aceptar mi error.
  • -          Lo lamento, profesor. Estaba pensando en…algo. – no iba a admitir que me lo estaba comiendo con la mirada porque su conversación me traía más aburrida que a una ostra. – No escuché lo que explicaba con claridad.
Pensé que su mirada sería furibunda o de burla. Pero no, me sorprendió mucho encontrarme solo con un sombrío sarcasmo.
  • -          ¿Acaso usted se matriculó en la universidad para estar “pensando” en cosas superfluas? – entrecomilló la palabra y todo con un tono vagamente agresivo. – Esa no es la mejor actitud que puede tener un bachiller. ¿Qué era tan importante que mis palabras le resultaban tan aburridas? – dejó entrever un poco de ácido en modo de hablar.
Lo cual me molestó y borró cualquiera rastro de buena educación y sumisión, la cual era mi conducta comúnmente.
  • -          ¡Creo que ya pedí disculpas por mi descuido, profesor! No pienso ir a una iglesia a confesarme como si fuese un pecado que he cometido. No hace falta ser grosero para explicarse.
  • -          Quizá si para usted ya que de manera educada no presta la debida atención. – enfatizó él.
Todo el mundo nos veía como preguntándose que era lo que estaba pasando. Quizá yo también me lo hubiese preguntado de no estar tan molesta en ese momento.
  • -          No pretenda venir a tratarme como un trapeador y esperar que me lo aguante. Será muy profesor y sabrá mucho de literatura pero yo no me voy a dejar de usted y de su mal carácter.
  • -          Siéntese antes de que le pida que se retire y le reste dos puntos a su evaluación final.
Me exacerbé y me puse de pié ante la mirada atónita de todos y la incrédula de él.
  • -          ¿Sabe una cosa? Mejor me largo y nos ahorramos la molestia de soportarnos más. - agarré mi bolso y me dirigía a la puerta.
Pero él volvió a hablar.
  • -          Yo no le he dado autorización para que salga, señorita Swan. – agregó en tono frío e impasible.
Lo miré con soberbia y agregué con una sonrisa sarcástica.
  • -          Mejor todavía. Porque ahora podrá agregar algo más a mi serie de “desacatos” cuando redacte un acta por mi mala conducta. – dicho esto tiré la puerta con todas mis fuerzas y me fui a zancadas rápidas de allí.
La rabia se fue esfumando y poco a poco las lágrimas de impotencia comenzaron a llenar mis ojos. Me moví rápido hacia la parte trasera del campus para que nadie pudiese verme en ese estado y cuando estuve sola rompí a llorar como una idiota.
Odiaba que la gente tuviese ese poder de hacerme llorar cuando me lo estaba. Odiaba llorar por ese estúpido engreído que me había pisoteado sin más delante de todos sin un motivo aparente. ¿Qué demonios pasaba con él?
De pronto el celular sonó anunciando que me había llegado un mensaje de texto. Pensé en no leerlo pero ahora ya no tenía nada mejor que hacer. El mensaje era de Jacob para desearme un feliz primer día de clases. Me hizo reír cuando me deseaba que tuviese fuerzas para soportar ese “suplicio” (así le había dicho en la tarde anterior cuando habíamos conversado amenamente en mi casa).
De pronto se me ocurrió una idea peregrina: decirle que pasase por mí. Puesto que ahora tenía un chofer designado por mi tío Aro para que fuese a por mí, ya que mi auto había muerto hacía unos meses atrás producto de…la verdad no me acuerdo mucho que me dijo el mecánico, o más bien no le entendí lo dijo después de “un fallo en el sistema eléctrico”. Soportar al teniente era preferible antes que a otro militar gilipollas.
Disqué el número de Jacob…
  • -          ¿No aguantaste el suplicio o decidiste acabar personalmente con eso y colocaste una bomba en la universidad? – podía percatarme de su sonrisa en el tono de la voz, pero entonces no me molestó sino me causó gracia.
  • -          La primera es verdad y la segunda me lo tomaré a consideración a partir de hoy.
  • -          ¿Qué pasó? ¿Quieres que vaya por ti? – su tono cambió abruptamente a uno más formal.
  • -          Sí, por favor. Se me quitaron las ganas de ver la segunda clase de hoy.
  • -          ¿Tan malo fue? – escuché como trasteaba con papeles y gavetas mientras hablaba conmigo.
  • -          ¿La verdad? Si. Por algo pido tu socorro. Imagina lo desesperada que estoy como para haberte llamado. – bromeé. Ya no me caía mal pero disfrutaba de llevar esa amistad estilo “te odio”.
  • -          Ya veo. O puede ser que me extrañes tanto que no pudiste esperar a que otro militar fuese a buscarte, sino que quieres verme desesperadamente a mí.
  • -          ¿Sabes qué? Déjalo. Mi casa no queda tan lejos a pie.
  • -          ¡Hey, que genio! Estaré allí en diez minutos ¿Vale? - <<esa es la idea>>
  • -          Vale. Te espero en la salida principal.
Tomé de entre mis cosas mi estuche en donde guardaba el maquillaje para un retoque de emergencia. Y el hecho de haber llorado lo consideré como uno.
Asombrosamente no se me corrió la máscara de pestañas, así que solo me puse un poco de rubor y listo. Estaba aceptable.
Caminé con lentitud hacia la salida principal vendo sin ver nada en específico. Hasta que un Optra de color plateado; no sé de qué año. Mis conocimientos de automóviles no se expanden a tanto; me tocó la bocina dos veces antes de alcanzar a ver al uniformado blanco que venía con una sonrisa deslumbrante de este.
Me dirigí a la puerta y entré sin más.
  • -          Gracias por venir. – le dije con educación.
  • -          No hay problema. ¿Tan mal te fue en la mañana?
Rodé los ojos.
  • -          Ni te lo imaginas.
  • -          ¿Quieres hablar de eso? – me dijo con preocupación en el fondo de su mirada.
Negué con la cabeza.
  • -          Primero quiero desayunar. No me dio tiempo ni de eso. Esta vez va por mi cuenta.
Volvió a sonreír pero de manera petulante.
  • -          De eso ni hablar. Me quitaría la buena imagen ante mi general.
Me hice la ofendida.
  • -          Sabía que me utilizabas.
Ambos nos carcajeamos.
  • -          Me atrapaste. – dijo colocando la mano en la ignición del auto. Luego se acordó de algo y se retiró de ella para apuntar con su mano a la guantera - ¿Puedes buscar allí un saquito tejido de colores?
Asentí y busqué con curiosidad lo que me había dicho.
Encontrétré eso encima de una serie de manuales y documentos de identificación además de un paño amarillo y un spray para evitar el empañamiento de vidrios.
  • -          Aquí está. – se lo tendí pero tomó mi mano e hizo que lo apretara entre mis dedos y envolvió mi mano con la suya.
Quise apartarme pero él no me dejó.
  • -          Te lo compré cuando salimos la primera vez pero no me atreví a dártelo. Creo que ahora es un buen momento. No creo que me lo tires por la cabeza. – finalmente sonrió.
Negué con la cabeza antes de hablar.
  • -          Tampoco ese día lo hubiese hecho. No soy tan maleducada. – nos reímos un momento y luego bajé mi vista a la bolsita. Tiré de su cordón y saqué lo que tenía adentro. Una hermosa pulsera de plata con un lobo tallado en madera rojiza quedó en mi palma.
Levanté mi vista hacia él. No podía negar que me había conmovido así como asombrado.
Sin más le dí un abrazo y deposité un beso amistoso en su mejilla. Luego me volví correctamente en el puesto.
  • -          ¿Quieres que te lo coloque? – me preguntó visiblemente emocionado.
  • -          Sí. – extendí mi muñeca izquierda para él.
Me la puso rápidamente.
  • -          No te vi comprármela. – agregué mientras veías el lobito pendiendo de la misma.
  • -          Es que estabas muy entretenida viendo los atrapasueños. Aproveché eso y le saqué esto a Sue con rapidez.
No dije más nada. Él arrancó y nos fuimos a terminar una mañana que comenzó mal pero que de pronto había cambiado.




Odiaba llegar tan temprano a la universidad. Pero tío Aro hizo que fuese a la división desde por la mañana y me dijo que luego me enviaría a clases, pero no contaba con que le saldría un compromiso y me dejó demasiado temprano para mi gusto, a unos cuarenta minutos antes de empezar la primera clase; que por cierto era con “Ogro Cullen”.
Detestaba que se me hiciese un nudo en el estómago cuando pensaba en él. Era como una mezcla de rabia con excitación. Desde el día en que lo había conocido hacía ya unos tres días atrás no había dejado de pelear con esa mezcla de sentimientos, pero ninguno daba su brazo a torcer.
Aún no me explicaba tampoco porque tenía que ver dos veces en la semana Literatura…pero si quería graduarme pronto debía aguantarme todos esos sucesos inverosímiles a mi parecer.
Ni la rabia…ni la excitación… ¡Maldición!
Harta de esperar desde la intemperie del campus decidí entrar al aula en donde me correspondía clases y como mi mala suerte me acompañará hasta el final de mis días…pues me topé con el “profe” en el salón.
Quise darme de cabezazos contra la pared cuando las piernas me temblaron ante su vista y las manos me empezaron a transpirar de los nervios. Traté de auto convencerme de que era por rabia e impotencia, pero algo en mi interior me indicó que ni siquiera un ciego se creería eso. Por lo que pasé como si nada y me dirigí a una de las mesas del fondo como siempre hacía con Angela.
  • -          Buenas tardes, señorita Swan – dijo con un tono que me parecía un tanto receloso.
No quise levantar mi vista porque sabía que estaba sonrojada y aun no conseguía controlar mis impulsos anteriores.
  • -          Buenas tardes, profesor. – dije sin más.
  • -          ¿Cómo ha estado?
  • -          Estaría mejor si no tuviese que venir un jueves en la tarde para solo ver su materia. – me parecía que ser dura era mejor que demostrar lo nerviosa que me ponía ese hombre. Era impropio, ¡por Dios era mi profesor! Y además era la primera vez que me ocurría. No sabía cómo manejarlo.
  • -          No hay necesidad de ser tan altanera. Estoy tratando de ser cordial con usted. – dijo mientras escuché que se acercaba unos pasos.
Mis latidos se dispararon <<¿Qué diablos me pasa?>> me pregunté.
  • -          Me hubiese gustado que lo hubiese hecho el primer día de clases, antes de humillarme delante del resto de mis compañeros. – por fin encontré la forma de verlo, y fue a través de una máscara de frialdad. – Ya no me importa si quiere ser afable o no.
Él me miró claramente avergonzado y carraspeó antes de hablar.
  • -          Discúlpeme, señorita Swan. A veces tengo problemas con mi carácter; sé que eso es una pobre excusa pero le juro que no fue mi intención en ningún momento haberle faltado el respeto. – lo decía tan sentido y con esa voz que parecía un coro de ángeles.
Me recordé que debía respirar o terminaría colapsando en sus narices.
Asentí con toda la pasividad que me sentí capaz.
  • -          ¿Empezamos desde cero? – me dijo con un extraño brillo en la mirada mientras me tendía la mano – Un placer, me llamo Edward Cullen. Y soy tu profesor de Literatura.
A pesar de que al decir que era mi profesor me alertó de lo incorrecto de mis impulsos por él, no pude evitar sentir un magnetismo que rayaba en absurdo por él. Por tocar su piel aunque sea un instante, entonces me di cuenta de que estaba temblando.
No quería tomarle la mano pero no podía dejar de mirarla, entonces él se acercó más a mí y volvió a tenderme su mano.
  • -          Creo que me merezco por lo menos una pequeña muestra de cortesía, ¿no te parece, Isabella? – me deslumbró con su sonrisa.
Asentí y finalmente dejé que mi mano sucumbiera a la tentación de estrechar la suya. Me la apretó son suavidad y por primera vez me atreví a darle una sonrisa.
  • -          Mejor dime Bella.  – lo corregí. Ya que él se había dejado de formalismos yo también lo hice.
  • -          Entonces es un placer conocerte; de nuevo; Bella. – dijo más galante de lo que me hubiese gustado.
Porque hubiese podido ser fácil dejar claros los límites entre profesor y alumna. Porque hubiese  podido ser fácil pensar que él me veía como una alumna más y porque hubiese podido ser fácil el que yo lo viese como algo que no se debe tocar en vez desearlo de maneras muy poco apropiadas para los que nuestras realidades nos tenían en frente.

¡Uff por fin terminé este capítulo mis niñas…! Espero que les guste…estoy muy feliz por muchas cosas que me han pasado en el día de hoy…y pues…no quiero dedicar este capítulo a tal o cual persona…sino a todas aquellas que se dan a la molestia de leerme y dejarme aunque sea una palabra de aliento para fomentar mi pasión que es escribir. A todas ustedes muchísimas gracias.
También quiero dedicar este capítulo a todas aquellas que son tan fanáticas de la saga; como yo jeje; pero que además no importa su manera de pensar respetan el proceder y libre pensamiento del resto. Para todos ustedes, este es mi humilde homenaje…
Sin más que decirles si no que estoy a su orden..y que me tienen al alcance de un click, o de una pregunta en el recuadro de FORMSPRING…me despido de ustedes…Marie Kikis Cullen Cipriano.