jueves, 17 de marzo de 2011

AUNQUE TE AME / CAPÍTULO IV: “Me enseñaste”





Después de “semejante reencuentro” con Edward, tuve que tomarme un momento a solas para calmarme, luego él me interrumpió y necesité otros minutos más.
Posteriormente me dirigí de nuevo a la oficina de Carlisle, no sin antes advertir la mirada de curiosidad de Rosalie; quien me escrutó antes de entrar a dicho lugar en un estado más sosegado.
-      Disculpen la tardanza. – dije evadiendo la mirada de Edward.
En eso sonó el teléfono de Carlisle y este contestó:
-      ¿Sí, Rosalie? – dijo serio – Está bien. Ponlo en la línea.
El silencio en la sala se prolongaba de manera incómoda hasta que fue interrumpida por el mismo director.
-      ¡Jacob! ¿Cómo has estado? – musitó cortésmente. Me puse alerta al escuchar el nombre de mi amigo, quizás había alguna novedad de la Defensa Civil Nacional – Por aquí todo está tomando su curso, te agradezco tu preocupación. Gracias al cielo ya tenemos director de operaciones, así que las cosas van viento en popa. Por cierto, agradécele a Sam la dotación que nos hizo llegar, fue más de lo que tenía entendido que nos correspondía.
Otro momento de silencio por su parte. Y por la nuestra también. Suponía que ambos estábamos tan inseguros acerca de absolutamente todo que no nos atrevíamos abrir la boca por miedo a agrandar más la brecha que se interponía entre ambos.
-      De todas maneras gracias. Están haciendo una buena gestión en la nacional. – de pronto clavó su mirada en mí. – Sí, ella está aquí. – luego pulsó  el botón del altavoz. – Jacob, estás en conferencia. – no sé si su tono fue un aviso para que mantuviese a raya sus comentarios o si era una mera cuestión informativa.
Opté por creer lo segundo, esperaba que Carlisle no estuviese al tanto de mi antigua relación personal con el anterior director de operaciones.
-      ¿Bella? – preguntó Jake.
-      Hola, Black. Te escucho. – como un auto reflejo volteé a ver a Edward y me sorprendió ver su ceño fruncido con una expresión de leve molestia.
-      Necesitaba hablar contigo. Hace días…
-      Jacob, tomaré la llamada en mi oficina espera un minuto. – dicho esto osé levantarme y darle al botón de transferencia hacia mi oficina.
Luego de musitar un “disculpa” para ambos ocupantes de la oficina, salí de esta azarada hacia la mía. Me tumbé en mi mullida silla gamuzada azul marino y luego pulsé el altavoz.
-      Aquí estoy, Jacob. Habla.
-      ¿Por qué me interrumpiste? – dijo en cierto tono de reproche.
-      Porque tuve la intuición de que podrías soltar algo de índole personal y estaba en plena conferencia con el jefe y el nuevo director de operaciones. ¿Te parece poco?
-      Tienes razón. – suspiró – Quería saber de ti porque hacía muchos días que no escuchaba tu voz.
-      ¿Y pensabas decirme eso en conferencia? ¡Perdiste la razón, Black! ¿Acaso pensaste en lo mal parada que me ibas a dejar?
-      No…
-      Obviamente, no. – resoplé molesta, de pronto me dí cuenta de que me estaba extralimitando y tuve que parar. – Lo siento, Jake. No quise ser grosera ni cruel.
Escuché como suspiraba de nuevo contra el teléfono.
-      Descuida, Bells. Sé que estás bajo mucha presión. Ahora eso disminuirá por la llegada de ese nuevo director… ¿por cierto quién es?
<<Oh oh. Pregunta equivocada>> tragué grueso.
-      Es el hijo del director. –  dije esto entre dientes. Como si estuviese confesando algo vergonzoso. Tuve que desterrar ese pensamiento de mi cabeza, simplemente era una desfachatez.
-      ¿Qué? – gritó rabioso - ¿Cómo puede hacer eso? ¡Es anti ético! Meter familia así en la organización…
-      ¿Es realmente eso lo que te molesta? – dije de manera retadora, aunque quise decirlo de forma interrogante simplemente. Definitivamente estaba alterada.
-      ¡Sí! ¡Y además porque es tu ex! – agregó sin tapujo alguno. – No sé…simplemente no soporto a otro a tu lado. No me puedes culpar. No después de que hayas sido mía durante tanto tiempo.
Sus palabras no fueron las que me consternaron, sino ver a Edward parado en la puerta viendo con cara de asesino a la máquina de la cual procedía la voz.
-      Eh…eh…Jake…yo…te llamo esta noche…- balbuceé.
-      Pero no he terminado…
-      Hasta la noche, Jacob. – dicho esto me apresuré a colgar la llamada.
Un Edward nada feliz pasó y trancó la puerta tras de él. De golpe recordé que él carecía del derecho de hacerme esas caras. No cuando llevábamos…una hora de volvernos a ver tras once años de ausencia.
-      ¿Acaso Esme no te enseñó a tocar las puertas antes de pasar? – dije mientras recogía unos papeles desperdigados por mi escritorio y los metía en una gaveta.
Él asintió con los brazos cruzados mientras permanecía recostado de la entrada.
-      Toqué, solo que al parecer estabas muy ocupada con el amiguito que “te hizo suya por tanto tiempo”. – su tono afilado exacerbó a la milésima potencia mi mal humor.
-      ¿Eso es un reproche? ¡Te aclaro de una maldita vez que no estás en la posición de hacerlo! – le grité y fue entonces cuando él se acercó a mí.
Sin apenas darme cuenta me encontraba de pie y con las manos en el escritorio con el cuerpo inclinado hacia adelante en posición de enfrentamiento.
-      ¿Y tú crees que a mí me importa un diablo si tengo o no derechos a “tu” parecer? Isabella Swan; hace una condenada hora que volví a verte y siento como si no hubiesen pasado esos años. Y podría jurar que tú tampoco.
Me erguí con una dolorosa expresión de petulancia en mi rostro.
-      En eso si erraste, Edward Cullen. Porque si algo no he dejado de sentir, es el paso de estos once años. Ahora si me permites…tengo trabajo que hacer. – le indiqué con mi mano la salida de mi oficina.
Y cuando él salió por aquella puerta me lamenté de haber sido tan cruda…pero no por eso menos sincera.

******

Sonó la alarma estridente del despertador y con un golpe sonoro la callé. ¿Hace cuanto había logrado quedarme dormida? ¿Tres horas? Entonces me arrepentí por no haber tomado algún medicamento para conciliar el sueño. No era costumbre mía hacerlo, pero pasar una noche con insomnio debido a que alguien había vuelto a tu vida y estaba más que decidido a trastocarla.
De nuevo.
Resoplé y me levanté de la cama con un cansancio que me superaba. Tomé una ducha tibia y me arreglé con rapidez. Ni siquiera quise secarme el cabello, solo le puse un poco de crema apara peinar y me dejé las ondas sueltas. Pero sí me tomé un poco de tiempo para maquillarme, no permitiría que Edward viese con esas ojeras, ya que seguramente me preguntaría porqué estaba así y no creía capaz de poder contarle una historia que fuese creíble.
Cuando consideré que me veía bastante decente bajé las escaleras y me fui a la cocina a ver que podía comer. Abrí la nevera para tristemente darme cuenta de que necesitaba hacer compras.
Suspiré, cerré la puerta y me alejé de la cocina para buscar mi bolso e irme a por un desayuno antes de ir a la oficina.
Pero el timbre interrumpió mis intenciones.
Abrí la puerta y…nada. Afuera no había nadie me asomé de lado a lado y no vi a nadie. Suspiré con fastidio, hoy no era la mañana ideal para hacerme bromas ¡Estaba trasnochada!
Bajé la cabeza para cerrar la puerta y entonces la vi.
Una solitaria rosa blanca estaba tirada delante del marco de mi puerta.
Recordé con claridad quién había sido la última persona que me había dado una rosa blanca. Y recordaba más aun que desde hacía once años hasta entonces que las aborrecía por eso. Recordarme a Edward.
-      ¡Cullen! Sé que estás ahí. Déjate de esos juegos desagradables, ya no tienes trece años. – vociferé en la entrada de mi casa, apretando el tallo de la rosa quizá con más fuerza de la necesaria.
-      La idea de darte una rosa era que te pusieras de buen humor. No amargarte la mañana. – Edward salió detrás de un arbusto que estaba en frente de mi puerta con una media sonrisa en la cara y dos bolsas. Una de Starbucks y otra marrón pero sin logo alguno.
Caminaba de manera masculina y sensual, tal cual como lo recordaba. Con un sexy cabello broncíneo que se movía de acuerdo a la dirección de la brisa.
-      ¿A qué juegas?
-      No sé a qué te refieres. – dijo cuando ya estuvo parado frente a mí.
-      Sabes exactamente a lo que me refiero. A la rosita blanca…al presentarte aquí tan temprano…
-      Y a traerte el desayuno…- suspiró con fingida pena. – Soy una mala persona.
Quería seguir molesta, pero es que entre su andar, su cabello, su media sonrisa y su broma me desbaraté.
Pero no del todo.
Me reí todo lo disimulado que pude y le hice señas para que entrara.
Miró cada rincón como si estuviese haciendo una inspección.
-      Nada ha cambiado aquí….todo sig…No. Corrijo. No todos sigue igual. si cambiaste. – hizo cierto énfasis que no pude pasar por alto.
-      Yo…eh… ¿En buen sentido…o en mal sentido?
¿Por qué tenía que preocuparme? ¿Por qué simplemente no podía ser fría o normal como con las demás personas? ¿Qué clase de influencia tenía Edward Cullen en mi persona, que no podía ocupar el puesto de un mortal más en mis listas de conocidos?
Él se aproximó más a mí, envolviéndome en el hechizo de esa mirada azul – grisácea. Olí su aroma y no era el mismo que recordaba de hace años atrás, ahora desprendía un olor a hombre y a Issey Miyake Classic que me alborotaba cada hormona femenina que pudiese tener en mi cuerpo.
Exhaló un suspiro que entró por mi boca entreabierta haciendo que la cabeza me diera vueltas.
-      En el buen sentido de la palabra no, Bella. Sino en el mejor. – tenía sus labios tan cerca de los míos que el espacio entre ellos era hasta angustiosa.
Pero se alejó dejándome con una repentina sensación de vacío y anhelo. Entonces me odié por ser tan débil.
-      Ah. Qué bien. – fue de lo único que fui capaz de decir.
Él se rió ante mi contraste de actitud, pero me miró con ternura.
-      Vamos a desayunar ¿sí? Te traje algo que recuerdo que te gustaba mucho.
-      ¿Qué trajiste? – dije medio recelosa y medio divertida.
-      Pastel de queso crema y jamón de pavo. – dijo muy seguro.
Y ¿Cómo no iba a estarlo si me conocía mejor de lo que había llegado a hacerlo cualquier persona? Además, debía recordar la vez que me indigesté por comer en su casa muchos de estos en miniatura en una fiesta que había dado su madre. Eso ocurrió cuando tenía diez años y él pasó toda la semana llevándome medicinas de parte de su madre y burlándose de mí. Aún no se había atrevido a decirme que le gustaba desde hacía mucho tiempo atrás.
Asentí de manera aprobatoria.
-      Veo que aún recuerdas…ciertas cosas. – dije sentándome en la mesa de la cocina.
-      Ni siquiera sospechas todo lo que aun recuerdo. – agregó mirándome con profundidad a los ojos.
Decidí seguir comiendo en silencio, para no acabar con ese sentimiento de comodidad que de pronto nos había embargado. Edward metió la mano en la bolsa marrón y antes de sacer su contenido me hizo una pregunta con cara de niño travieso.
Se veía tan adorable así, de pronto sentí que tenía enfrente a mi mejor amigo de nuevo.
A mi antiguo amor.
-      A que no sabes los que traje para desayunar yo. – me retó.
Sonreí divertida, apostaría tranquila mi próxima paga entera a que conocía el contenido de esta.
-      Sándwich de pan integral sin bordes, con queso gouda y jamón ahumado. Con tomate pero sin lechuga, porque no te cae bien en el estómago.
Me carcajeé y tomé un bocado de mi pastel. Lo conocía perfectamente, a no ser que ese chico reservado de hace once años atrás hubiese cambiado.
-      ¡Ja! – rió incrédulo y comenzó a comer – Aún recuerdas mis preferencias. Lo que me gusta.
-      Y lo que no también. – puntualicé – Odias que te apuren, por sobre todas las cosas.
Hizo un asentimiento de aprobación.
-      Muy bien. ¿Qué más?
-      Odias la sopa, a menos de que se trate de una crema. Además detestas el café negro; solo lo pasas si tiene leche… - volteé a ver a la bolsa de Starbucks y le dirigí una mirada pícara – Apuesto lo que sea a que allá dentro… – la señalé - …vienen dos lattes de vainilla.
Edward soltó su sándwich en el envoltorio en falso símbolo de rendición.
-      Está bien. Tú ganas. Tienes una memoria excelente…o te volviste bruja y hasta ahora me entero.
Inhalé haciéndome la ofendida.
-      ¿Hasta ahora te das cuenta?
Ambos rompimos en carcajadas. Luego nos miramos fijamente y preferimos seguir comiendo en silencio de nuevo. Solo disfrutando de esa compañía fácil que hacía tanto tiempo no teníamos.

*****

-      Eres un necio. Si se te presenta una emergencia ¿Cómo diablos me devuelvo? – le repliqué una vez que Edward iba manejando como un maniático el pobre volvo plateado del cual era dueño. Y digo pobre no porque fuese viejo o feo; sino porque en poco tiempo ese motor estaría pidiendo relevo.
Él se encogió de hombros y siguió en lo suyo.
-      ¿No se supone que alguien que trabaja para Defensa Civil debería ser más consiente en cuanto al exceso de velocidad? – inquirí de manera reprochadora.
-      Se supone…pero te diré algo para que quede entre tú y yo…siento cierto desdén por las reglas. – y se carcajeó como lo hace un niño que se escapa de algún castigo inminente.
Recordé lo rápido que le gustaba ir en sus patinetas cuando era un pequeño y meneé la cabeza con falsa reprobación.
-      ¿Qué recordaste? – inquirió muy curioso.
-      ¿Cómo supiste lo que estaba haciendo?
-      Porque tu mirada se volvió vidriosa de pronto. Conozco muchas cosas de ti, Bella Swan. Lo sabes bien.
Suspiré admitiendo que él tenía la razón. En algún momento de la vida de ambos, solo nosotros conocíamos cada cosa sobre el otro.
-      Sí. Tienes razón. ¿Sabes una cosa? Cuando me dijiste lo que me habías comprado de desayuno recordé la indigestión que me pegué en la fiesta de tus padres.
-      ¡Ja! Cierto. Pasaste una semana en cama después de eso y yo te llevé medicinas para eso. – recordó feliz mientras tomaba una apretada curva.
-      ¡No fuiste tú! – dije divertida e indignada a la vez - ¡Fue la señora Esme quien me los mandó! No quieras hacerte un santo con los méritos de los demás. Además te pasaste la semana metido en mi casa para burlarte de mí.
-      ¡Hey! Me ofendes. Yo sería incapaz de robar los méritos de mi mamá; es solo que tú me quitaste los míos y se los diste a ella.
-      No se puede ser tan descarado en la vida… - dije asombrada de su aparente capacidad de escabullirse de responsabilidades.
-      ¡No es descaro! Solo te estoy aclarando lo que pasó entonces. Aunque nunca te dije…que fui yo quien te compraba las medicinas después de preguntarle a Esme; en plan casual claro está; lo que podría caerle bien a “alguien” con empache en el estómago. Ella me decía y yo salía en volandas a la farmacia.
-      ¿En serio? – estaba casi en shock.
-      Si. De hecho, tiempo después ella me dijo que allí ya se había dado cuenta de que tú me gustabas y por eso cooperaba con mis débiles intentos de buen samaritano. Utilizaba el dinero que tenía horrado para comprar tus remedios, así que dame un poco de crédito.
Lo miraba boquiabierta, como si sus palabras me fuesen ininteligibles.
-      Lo siento…es que…estoy sorprendida. – dije después de unos momentos.
-      Esa era la idea. ¿Sabes que recordé mientras iba de camino a tu casa?
Negué con la cabeza expectante, frente a lo que podía decirme.
-      Cuándo me enseñaste a comer vegetales. ¿Recuerdas que no comía ningún tipo de ellos, a menos de que estuviesen en una salsa y que esta estuviese licuada?
Puse los ojos en blanco ante eso.
-      Claro. Me decidí a hacer eso después de que montaras una escenita en una pizzería. – agregué en tono tierno.
-      No es mi culpa que le hubiesen puesto trozos gigantescos de pimientos y aceitunas inmensas. Eso arruinaba la pizza.
-      Edward, eran nooooormales. – enfaticé la palabra mientras lo veía de reojo.
-      No voy a discutir contigo acerca lo que debe ser el tamaño normal de una aceituna. Mejor dime algo que yo te haya enseñado. – y me miró de la manera en que lo haría un niño frente a uno de sus personajes de ficción favorito.
Me toqué el mentón con el dedo índice de manera teatral mientras pensaba.
-      Jumm. Me enseñaste a… ¡a mentir!
-      ¿A mentir? – preguntó extrañado.
Asentí antes de hablar.
-      Sí. A mentir para poder vernos a escondidas en alguna parte o en cualquier momento que se te antojara.
-      Lo recuerdo. – dijo en tono solemne.- Bueno, es que eras muy mala inventando excusas. El maestro tenía que darte una lección sobre “mentiras piadosas”.
-      ¡Mentiras piadosas! – reí ante lo ridículo que sonaba eso. Luego continué con el tema de conversación. - ¿Qué más aprendiste de mí?
-      A querer los gatos. – agregó sin titubear.
-      Cierto. Al señorito Cullen no le gustaban porque decía que atraían la mala suerte. ¡Ja! ¡Qué ignorancia!. – me burlé descaradamente.
-      No te burles de mis creencias juveniles. Yo no lo he hecho de tus fobias para con los insectos.
-      Eso es totalmente distinto. ¡Les tengo asco!
-      ¿Todavía? – su sonrisa torcida hizo acto de presencia queriendo mandar al demonio a mi comportamiento racional.
-      Sí. Todavía. Debajo de mi fregadero está la colección más grande y mortífera de insecticida que podrás encontrar en Forks.
-      No me extraña. Aún eres una cobardica a la que hay que salvar de las cucarachas. – y aunque había comenzado a hablar en tono divertido luego se tornó profundo. Y de ese mismo modo hizo contacto visual conmigo. – ¿Quieres saber qué es lo que me hubiese gustado que me enseñaras? – negué con la cabeza – A olvidarte, Bella. Porque Dios sabe que lo intenté más de una maldita vez y nunca pude. Traté de deshacerme de tu esclava y cuando estaba en frente de la basura de donde hubiese decidido que iba a tirarla para siempre, solía darme media vuelta e irme apretándola con más fuerza que nunca.
Las lágrimas me impedían hablar, pero eso para él no fue problema; pues parecía decidido a exponer su punto hasta el final.
-      Te comparé con cada pareja que tuve. Y no fueron pocas; te aclaro; y más tarde me dí cuenta de que en cada una de ellas había algo de ti. Aún así solo me gustaban, o  me apasionaban pero nunca; y te juro por dios que no miento; jamás me enamoraron. – tomó mi mano y se la puso en el corazón. Sus latidos estaban desbocados al igual que los míos. – ¿Sientes esto? Hacía mucho tiempo que él no iba a este ritmo solo por evocar recuerdos. Y la última vez que ocurrió fue porque estaba pensando en ti.
-      ¿Por qué me haces esto? – dije dejando escapar una que otra lágrima. - ¿Por qué haces que sienta dolor después de pasar tanto tiempo sin él?
-      ¿Eras feliz antes, Isabella?
-      No es eso lo que te pregunto.
-      Pero yo sí. ¿Eras feliz? – negué con la cabeza – Yo tampoco. Tenía una carrera exitosa en Canadá. Un buen y jugoso salario además de una linda casa y hasta una gata. – lo vi sorprendida – Si, es en serio tengo una gata, pero no es momento de hablar de ella. Sino de lo incompleto que me sentía allá y por eso cuando mi padre me llamó, no dudé ni por un momento en dejar todo; menos a mi mascota; atrás. Jamás creí que a estas alturas de la vida vivieses aún en esta ciudad; pero algo dentro de mí quiso creerlo. Me dije que de verte sería casi seguro que estarías casada o comprometida y no sabes lo que me alegró saber que no lo estás. – acarició mi mano izquierda; que era la que tenía sostenida contra su pecho.
Me mordí el labio, pelando con el llanto que no quería cesar.
-      ¿Y por qué estás tan seguro de que estoy sola? ¿Se lo preguntaste a alguien? – dije sonriendo de una manera tan vacía que fue imposible para él pasarla por alto.
-      No, Bella. – colocó mi mano en mi pierna pero no la soltó – Yo no necesité preguntárselo a nadie. Porque si hubieses estado con alguien me lo fueses echado en cara para tratar de alejarme de ti.
-      ¿Y hubiese funcionado?
-      Sabes muy bien que no. Al verte de nuevo sentí lo que hacía tiempo que había dejado de sentir. Pero ahora hay algo más…algo que antes, por mi inocencia, no experimenté. – se orilló a un lado de la carretera casi de manera brusca y luego se acercó peligrosamente a mi boca. - ¿Sabes que es, Bella? Es lo mismo que me hace acercarme tanto a tu cara, y es lo que me dice que estoy demasiado lejos de tu cuerpo aunque te tengo al lado. – quería responderle y no a su pregunta. Sino a tratar de alejarlo pero mi falta de voluntad me lo impidió. – Deseo, así se llama.
Y cuando miró mis labios y se acercó a para atraparlos entre los suyos, me salí del auto con los ojos anegados en lágrimas. Él le dio la vuelta al auto y me atrapó entre su torso y la puerta del lado del copiloto.
-      ¿Por qué huyes? ¿Qué es lo que te da miedo? – atrapó mi cara entre sus grandes manos - ¿Qué pueda dejarte de nuevo?
Asentí entre paroxismos de llanto.
-      Antes lo hice porque era un niño y no tenía como imponerme. Pero no ahora. Dame la oportunidad de demostrártelo.
Lo alejé todo lo que me lo permitió, que no fue mucho, pero si lo suficiente para poder pensar con un poco más de claridad.
-      Todo está pasando demasiado rápido, Edward. No me parece lógico…
-      ¿Lógico? Desde que nos conocimos no ha habido entre nosotros nada lógico. La manera en que conectamos siendo apenas consientes del uso de la razón, o de cómo nos hablábamos con solo una mirada. Nuestra amistad no fue nada “lógica” tampoco, te contaba cosas que no hacía ni  siquiera con mi mejor amigo.  Nunca quise irme…- juntó su frente con la mía – …y sé que te prometí regresar pero lo que yo no sabía era que mi familia ya había arreglado todo para mi viaje y educación en Canadá. Perdóname.
-      No tiene sentido que te perdone algo que prometimos siendo niños…
-      ¡No, Bella! ¡No! Mis palabras siempre fueron honestas. Y sentí el peso de estas durante años. No te pido que me creas; solo que no me alejes. 
Solo se escuchaba el sonido de nuestras respiraciones desacompasadas y el sonido de la lluvia que hizo acto de presencia de golpe. Haciendo que Edward me viese con una súplica en sus ojos y yo con miedo, pero al final; y aunque nos pesó a ambos; nos separamos y subimos de nuevo al auto.
Cerré la puerta detrás de mí y lo vi, una lágrima amenazaba con salirse de su cuenca y eso me partió el alma. Aun más de lo que ya la tenía. Peor lo que me sorprendió fue mi acción de respuesta.
Lo halé de la manga a lo que él volteó asombrado y estrellé nuestras bocas en un beso cargado de pura y autentica necesidad. Me gustaría decir que su asombro duró algún rato pero no fue así, muy por el contrario su lengua fue la que me sorprendió cuando irrumpió en mi cavidad húmeda y tibia.
Sabía que sus castos besos me estremecían y que nadie había logrado hacerlo de nuevo. Pero no recordaba que se sintiera así, como si necesitases del roce seductor y desesperado del otro para poder existir en ese preciso instante.
Introduje mis manos en sus cabellos y lo apreté con fuerza pero él no se quejó, por el contrario; atrajo mi cintura hasta acercar lo más que pudo nuestros cuerpos.
Y aunque no quisiéramos respirar tuvimos que separarnos para hacerlo. Edward rozó de manera suave nuestros labios y luego se acomodó en el asiento para arrancar, y una sonrisa estremecedoramente complacida adornaba su cara.
-      Nuestra historia nunca tuvo una explicación racional, simplemente algo tan común como las palabras no pueden explicar lo que sentimos el uno por el otro. Nuestra historia no merecía ese final que tuvo. – luego volteó a verme de nuevo. – Pero ahora estoy aquí para confirmar lo que siempre creí…naciste para ser mía Bella Swan. Solo mía.


Este capítulo está dedicado no solo a las chicas de mi blog que me han demostrado que están ahí y estarán a pesar del tiempo. Gracias chicas. Pero ahora también a las chicas de Fanfiction.net que no solo siguen esta historia…sino que siguen Corazón de Cristal, Anhelo desde la Oscuridad y todas mis demás historias. A todas ustedes…les dedico esta actualización.
Además también me gustaría que vieran la letra de esta canción que me encantó y me inspiró para hacer esta entrega, se llama This ain´t GoodBye de Train. También me basé en la canción ANTOLOGÍA de Shakira.
Solo espero que les haya gustado…Besos y hasta la próxima.