viernes, 29 de abril de 2011

Corazón de Cristal - Sexto Capítulo:





“GUARDIÁN”

Dormí como no lo había hecho en quién sabe cuánto tiempo. Notaba mis músculos relajados por todo mi cuerpo, que se encontraba distendido en el amplio colchón de la cama de Edward. Él, tenía la expresión de la calma en su rostro, como si al fin estuviese en un lugar en el que se encontrase seguro. Y para ser sinceros, no solo él sentía eso. Sí, era cierto que era yo quien cuidaba de él, de su salud mental e incluso de su cuerpo; pero era Edward quién resguardaba mi corazón de cualquier daño. Desde que lo había conocido había eclipsado la pena que me había golpeado más que ninguna otra cosa hasta ahora: La pérdida de mis padres. Primero fue Reneé hacía seis años atrás, quien murió de leucemia y tras dos años de eso, Charlie la siguió con un cáncer en la próstata.
Como enfermera, estaba acostumbrada a ver la muerte como una fase más de la vida, aunque mi especialidad eran los pacientes con Autismo, así concebía yo aquel concepto. Pero este se cayó el día en que Charlie me dijera la frase que me marcaría el resto de mi vida; haciéndome sentir prácticamente nada y al mismo tiempo la más prescindible del mundo: “Ya no tengo a más nadie por quien vivir. Lo demás ya no me importa”.
Sí. “Yo no importaba”. Esas malditas palabras fueron como un fantasma que me asediaba día tras día, cuando me encontraba sin nada más que hacer que atormentarme a mí misma con los recuerdos. Me torturaba por las noches en mis pesadillas, cuando veía a todo el mundo caminar en una dirección contraria a la que yo iba, y pasar por mi lado como si yo fuese nada. No más que una simple ilusión o algo parecido.
Todo eso, quedó atrapado en un baúl cuando Edward apareció y me supe la causante de sus mejoras. Él era como la enfermedad y la cura a la misma vez. Mi vulnerabilidad y mi fortaleza.
Me levanté de a poco y caminé hasta mi habitación; cuando crucé el umbral de la recámara que se me había asignado en la mansión de los Cullen, pude ver el reloj despertador que marcaba las siete y media de la mañana. Tomé una ducha de agua caliente, porque el día había amanecido particularmente frío; cambié el vestido que había usado para ir a mi cita con Emmett por un cómodo par de vaqueros, una remera blanca y una mullida chaqueta azul cobalto.
Regresé al cuarto de Edward cuando ya casi era hora de despertarlo. Luego recordé que era domingo y lo dejé yacer dormido en paz; además se veía sobrecogedoramente hermoso entre las mantas.
Bajé entonces a la cocina por algo cítrico para inyectarme una dosis de vitamina C, pero como nada era perfecto me topé con Claire y su ya más que demostrado desprecio hacia mí. Me recorrió de arriba abajo como si lo que viese fuese un poco menos que el polvo en una encimera y se giró para seguir haciendo el omelette que había estado revolviendo en el momento en el que entré.
—¿Cómo amaneció la escala posiciones, disfrazada de enfermera y heroína del año? —decidí ignorarla y tomar el vaso y el jugo para salir lo más pronto de allí antes de que respondiera de la manera en que en realidad se merecía.
Busqué en los gabinetes y luego en la nevera lo que estaba precisando. Una buena cantidad de coctel de frutas para reactivarme.
—Oh. ¿Ahora que no está la señora de la casa eres hasta incapaz de responder? —la sonrisa implícita en su tono de voz se apagó al decir: —. Debe ser que el nuevo joven Cullen ya la ascendió de posición.
Me detuve en la entrada de la cocina con la mano en el vaso de cristal, apreté los dientes con fuerza, no queriendo demostrar lo molesta que estaba por su comentario; pero me fue imposible no responderle:
—Tal vez te contestaría si tuviese algo coherente a que hacerlo. Ah pero me pregunto algo ¿Por qué estás tan al pendiente de cada paso que doy? Hazte un favor, trata de crecer un poco como persona y deja que yo haga con mi vida lo que quiera. Si por el día soy una enfermera y por la noche una zorra eso no es de tu incumbencia. De lo único que debes estar pendiente, es de tus deberes en esta casa; y el tratar de mantenerte tan lejos como puedas de Edward. Yo que tú me alejaba lo más que pudiese de mí. —me giré sobre mis talones dejándola con una expresión del tipo Voy–A–Matar–A-Esta–Perra.
Caminé con aparente tranquilidad hasta que encontré el comienzo de las escaleras. Las subí quizá con demasiada fuerza; al entrar a mi habitación reprimí las ganas de dar un portazo para no darle el gusto de verme afectada. Me senté en la cama para respirar profundo por unos breves momentos para calmarme. No funcionó mucho que digamos.
¿Cómo se atrevía a decirme zorra así sin más?
Pero lo que en realidad me molestó fue el sentimiento de culpa de nuevo que me quemaba el pecho. Me hacía sentir como si la noche anterior hubiese estado traicionando a Edward en su cara solo porque él no podía defenderse. ¡Se suponía que era yo quien debía ampararlo de todo!
Pasados unos minutos logré calmarme. Afuera no llovía pero la mañana eras gris y estaba rodeada de una neblina espesa que no permitía ver más allá de cinco metros del patio trasero. Vi las florecillas del jardín y recordé el día en que Edward tocó mi cara con sus manos llenas de lodo, recordé el estremecimiento y esa presión en el pecho que me decía que me estaba enamorando cada vez más de alguien que no sabía si podría sentir lo mismo por mí.
Sabía que Edward me quería, eso era innegable. Me necesitaba, o quizás solo de mis cuidados, pero lo que me inquietaba era saber si después de lograr recuperarse- porque sabía que lo haría tarde o temprano- podría verme más que como su amiga y enfermera. Necesitaba saber si alguna vez él podría verme como una mujer y desearme como tal. Sí, quizás era retorcido de mi parte y hasta un poco egoísta pero, ¿Quién ha dicho que el amor no puede ser un poco egoísta? Solo sabía que deseaba estar con él cada momento, y con cada segundo que pasaba, algo además de mi cariño por él, crecía.
El deseo irracional de acariciarlo era casi tortuoso, pero lo peor de todo era sentir esa electricidad entre los dos y no poder cruzar los límites para rozar al menos sus labios y experimentar por un instante aunque fuera, lo que yo pensaba , era la gloria celestial de sus caricias.
Seguí sentada en mi cama cavilando por largo rato, tratando de pensar que sería de mí de ahora en adelante, a sabiendas de mis sentimientos poco profesionales por mi paciente.


*.*.*.*.*
—Te estaba buscando, Bella. —dijo Emmett al encontrarnos en la puerta de mi habitación. Estaba vestido con un pantalón y suéter deportivo de color gris claro; parecía que iba a hacer ejercicio. No creí que fuese a quedarse así con la temperatura que tenía aquella mañana.
Le sonreí con cortesía y respondí con una broma:
—No tengo ánimos de dirigirme al gimnasio. Aquí entre nos, el mal tiempo me pone perezosa. —él me respondió con una sonrisa deslumbrante en la cara.
—No venía a pedirte que entrenaras conmigo. Aunque ahora que lo mencionas serías una excelente compañía en aquella solitaria sala de maquinas allá abajo. —traté de disimular mi vergüenza pero el sonrojo de mis mejillas me delató. Él rió al ver mi reacción. —Tranquila, yo no muerdo.
Me aclaré la garganta y desvié la incómoda dirección que había tomado la conversación.
—¿Para qué venías a buscarme entonces, Emmett?
—Quería saber cómo siguió Edward. Pretendía pasar por su habitación para saber de su estado, pero me acosté lo que yo suponía que sería un segundo, y esta mañana me desperté tal cual como estaba vestido anoche. —parecía sinceramente avergonzado, deduje por su tono de voz.
—No tienes nada de qué preocuparte. Edward es más fuerte de lo que ustedes creen. Pero también es muy inteligente. Comprende cuando alguien está preocupado por él y coopera lo más que puede; claro está si es que quiere; y lo máximo que sus recursos le permiten.
Él suspiró con alivio ante mis palabras, luego clavó una mirada que me hizo sentir seriamente cohibida.
—No sé como hicieron para vivir estos años sin tu ayuda, Bella. Eres una bendición para nosotros.
Intimidada bajé la mirada y caminé hacia un lado como si buscase una vía de escape, en caso de que la situación pudiese tornarse aun más incómoda.
—No creo merecer tus palabras. Solo hago mi trabajo, no es ningún favor. Además como te dije, yo también me veo afectada positivamente por la presencia de tu hermano. Así que si hablamos de bendiciones, él es como una para mí.
Bueno. De todas las reacciones que creí que fuese posible encontrar en la cara del profesionalísimo y- según su madre- el playboy Emmett Cullen, la rabia poco disimulada  no era una de ellas.
—¿Lo quieres mucho, Bella? —preguntó entrecerrando los ojos. Cosa que no me hizo sentir mejor. Pero aún así le respondí sinceramente.
—Sí, le quiero mucho. Bastante, para ser honesta. Pero eso es normal cuando se conoce una persona como Edward. Ahora voy a su habitación, debe estar por despertarse y necesita que lo asistan con eso. Con tu permiso.
—Propio. —asintió Emmett encaminándose al piso de abajo mientras que yo seguía de largo para encontrar el cuarto de Edward.
Al abrir la puerta con cuidado, noté la cama desordenada, con las cobijas revueltas pero sin mi ángel en ella. Me preocupó el no verlo ahí por lo que dirigí mi vista a cada rincón de la habitación para ver si se había caído en cualquier parte. Nada. No estaba en ningún lado. Fui hasta el baño que tenía la puerta cerrada y escuché desde afuera un ruido rítmico que me era conocido y extraño a la vez. Conocido, porque sabía que lo ocasionaba; extraño, porque jamás durante todos los meses que había estado al cuidado de Edward, lo había sorprendido en semejante iniciativa. Bueno…hasta anoche que me había tocado por voluntad propia y además había hablado. Poco pero me había hablado, eso para mí era mucho.
Al abrir la puerta él siguió con sus labores de arreglo personal como si no hubiese nadie más allí con él. Su expresión me recordó a un niño pequeño que se está aprendiendo a lavar los dientes. Sus movimientos eran torpes pero concienzudos.
Con sorpresa y algo de orgullo me acerqué a él y tomé la mano con la cual se estaba peinando a sí mismo. La bajé extrayendo de esa manera el cepillo de su mano. Lo volteé hacia mí y pude regodearme en el brillo de su mirada al encontrarse con la mía.
—¿Qué te parece si te ayudo con eso, ángel? —susurré regalándole una sonrisa.
Tomé un poco de cera para cabello, que desprendía un delicioso aroma masculino, me coloqué un poco en las manos y las froté entre ellas, luego metí mis dedos entre su cabello, disfrutando de su suavidad. Entonces me subí a la encimera de mármol para hacer que él quedara en medio de mis piernas y así poder llegar de manera más fácil a su cabeza, la cual comencé a peinar casi con devoción.
Él frunció el ceño al momento en que bajó su vista hasta nuestros cuerpos rozando mientras ayudaba a peinarlo. Normalmente hacíamos eso en la cómoda. Esperé que en cualquier momento se molestara por la misma razón, pero no hizo nada más que lo del ceño.
—No pretenderías cepillarte el cabello solo ¿Verdad, ángel? Estabas haciéndolo fabulosamente, solo que olvidaste que tienes una cabellera que sale disparada en todas direcciones, si no utilizamos algo que ayude a darle forma. Eres como un león. —Reí un poco por mi broma, pero él no me siguió. Seguimos en esa rutina durante un ratito más hasta que estuve segura de haber dejado todo perfecto.
Cuando me bajé de un pequeño salto frente a él para dirigirme a la habitación, rocé sin querer el miembro que yacía entre los muslos de Edward. Jadeé ante mi acción accidental y volví mi vista hacia arriba para verle la cara. Su expresión estaba consternada como si hubiese recibido un corrientazo o algo así. Sonrojada como nunca y avergonzada de mi torpeza extrema, me alejé tropezando un poco antes de estabilizarme con la toallera.
Normalmente solía ayudarle a elegir la ropa que utilizaría en el día, pero por obvias razones no me sentía con la fortaleza necesaria para hacer ni siquiera esa pequeña tarea. Sentía vergüenza de mí misma, parecía una puberta descubierta con la foto del chico que le gustaba entre las manos.
Mi respiración era irregular y las manos me temblaban. Sabía que había sido un accidente pero no podía dejar de sentirme culpable al no poder frenar el deseo voraz que me impulsaba a cruzar la estancia, ir al baño y tocar cada esquina que tuviese el cuerpo de mi ángel. Entonces recordé la expresión de él,  y eso bastó para desinflar cualquier bomba que se estuviese creando en mi interior.
A Edward le había incomodado mi toque. Se suponía que, siendo él la imagen de la inocencia y la pureza, era de esperarse tal reacción; pero no por ello dejaba de dolerme. Volví a sentirme como no me había vuelto a sentir desde hacía meses atrás al pensar en Charlie y su desdén: como Nada.
Una lágrima se escapó de mi ojo, pero no dejé que saliera una más. Me recordé que yo allí tenía una misión y, si habían nacido sentimientos allí, eran unilaterales. Él simplemente no podía sentir amor por una mujer, porque no conocía de eso. Así que más firme que nunca volví a la habitación y tomé las riendas de lo que me tocaba.
Atender a Edward como mi paciente. Solo como mi paciente.


*.*.*.*.*
Durante ese día traté a Edward lo más profesional que me fue posible, encargándome de sus comidas; su cuidado y supervisión. Era domingo por lo que no tenía porqué someterlo a terapia. Ya tenía suficiente con cinco días a la semana durante muchas horas.
Esa magia y electricidad que solía correr entre los dos no se hizo presente. No hubo más palabras de su parte, ni siquiera brillo en su mirada y tampoco hubo sonrisas mias. Solo una relación enfermera – paciente como debería haber sido desde el principio. No era culpa de él que me hubiese tomado atribuciones que no me correspondían.
Ayudé a un Edward muy gris a acostarse. Lo arropé hasta el cuello, coloqué el CD de clásicos de Claude Debussy para luego despedirme de él con un seco:
—Buenas noches, Edward. Descansa. Mañana tenemos mucho por hacer.
Con el corazón comprimido me fui a mi habitación. Eran apenas las nueve y media de la noche y yo me sentía agotada. Había pasado todo el día peleando con la Isabella Enamorada que quería volver para hacerme creer que Edward en algún momento despertaría de su letargo mental para encontrarse conmigo en un campo florido y así finalmente seríamos felices.
Me autoconvencí que en un par de días ya estaría cuerda y más animada. Tomé una larga pero nada relajante ducha y luego me metí entre las sábanas. Prendí la lámpara de la mesa de noche y tomé un libro al azar del grupo que tenía en la mesa de noche. Y qué casualidad que fuese nada más y nada menos que El Alquimista de Paulo Coelho.
Lo dejé caer al piso. De verdad que esa noche no estaba de humor para esas cosas del tipo Cumple–Tus–Sueños–A-Pesar–De-Todo.
¡Bah! Ya no tenía sueños. Ni siquiera esperanzas. Lo único que podía haberme dado la paz que necesitaba, se había espantado de mí esa mañana haciéndome sentir como una basura de persona. Como una aberrada.
Me retorcí entre las cobijas para luego dejarme caer de lado sobre mi torre de almohadas. Estaba deshecha. Ahogada entre mis cavilaciones, me abracé a estas buscando un consuelo que no llegaría; y así me adormilé.


*.*.*.*.*
Me sobresalté al escuchar la cerradura de mi habitación pugnando por abrirse. Me senté de golpe y la cabeza me dio vueltas.
Parpadeando con fuerza para tratar de liberarme del mareo y los puntos negros que se formaron en mi vista; intenté hacer frente a lo que se trataba de aproximar a mí.
De reojo vi el reloj; marcaba las dos y media de la madrugada. Desde que había llegado a esa casa nadie había entrado a mi cuarto a esas horas ni siquiera por una emergencia, por lo cual me preocupé. Si era un ladrón ¿Con qué le haría frente? Solo tenía el libro que había dejado caer al suelo como posible arma de defensa, y estaba más que segura, que si llevaba un arma de verdad, me dejaría fría en el colchón antes de que me diera tiempo de pegárselo entre las cejas a mi posible atacante.
La puerta chirrió por lo bajo. Jadeé de miedo.
—¿Quién…? —fue lo único que pude pronunciar antes de quedarme pasmada
Edward entró en mi cuarto trastabillando en la oscuridad. Tanteé hasta encontrar el interruptor de la mesa de noche y poder conseguir un poco de claridad para él, ya que desde el ángulo en que estaba mi cama podía ver su sombra debido a la escasa luz proveniente del patio; pero él no vería absolutamente nada.
—¿Qué…qué estás haciendo aquí? —me precipité hacia afuera tomando mi bata, para encontrarlo a mitad de camino.
Cuando estuvimos frente a frente, le repetí la pregunta:
—¿Qué haces aquí?
Él se encogió ante lo frío de mi interrogatorio. Vi la tristeza expuesta en sus ojos; era sobrecogedora. Me estaba partiendo en varios pedazos, o al menos así se sentía. De pronto recordé lo que había pasado en la mañana y volví a mi actitud netamente profesional, lo que se podría traducir en modo impersonal.
—No deberías estar aquí, Edward. Vuelve a la cama. —ni se movió. Más rápido de lo que quería, un nudo en mi garganta se construyó y comenzó a estrangularme. —Edward, por favor…no me hagas esto más difícil. —me desmoroné. Las lágrimas me brotaban a raudales, saberte durante años prescindible para luego creer que habías encontrado a la persona de tu vida y luego entender que no eras deseada…Era simplemente demasiado para mí en ese momento.
Lloré delante frente a él pero con la mirada baja, no me atrevía a ver qué expresión tenía su cara. No me sentía valiente como para hacer eso. Además trataba de evitarle cualquier sobresalto que pudiera originarle una crisis y ya que estábamos puestos a imaginar escenarios caóticos, tampoco tendría una respuesta que ofrecerle a la señora Esme o al señor Cullen -si es que ya hubiese llegado del despacho-cuando vieran a su hijo en mi habitación en medio de la madrugada.
Nefasto. Eso sería sencillamente nefasto.
Me recompuse apenas conseguí un poco de aire en mis pulmones, limpié con mis palmas los rastros de llanto de mi cara, y luego lo encaré.
Edward lloraba. En silencio y sin desviar la mirada de mí viéndome como si tuviese miedo de algo. Sin poder resistir a mis instintos protectores, esos que solo él sabía cómo activar; tomé su rostro entre mis manos y junté nuestras frentes. Su pena se volvió sonora, incluso logré escuchar sus jadeos.
—Te hice daño de nuevo ¿cierto? —como si fuese lo más natural del mundo enterré mis dedos en su cabello —No tengo palabra. Anoche te dije algo y hoy actúo muy distinto a lo que te prometí.
Volvió a jadear y pude saborear su aliento en mi boca. Mi bajo vientre rugió con necesidad y mis labios picaban de deseo.
—¿Qué quieres de mí, Edward? Esta mañana te aterraste de mí y ahora me buscas. Me vas a volver loca. Ya no sé qué hacer contigo.
Su próximo movimiento no lo vi venir. Tal como le tomé, él agarró mi rostro entre sus manos con una fuerza que me tomó por sorpresa.
—Miedo. Bella… —musitó con dificultad.
Me estremecí ante sus palabras. Por primera vez podía decirme o al menos tratar de hacerme entender sus temores.
—¿De qué tienes miedo, ángel?
Sentí su cuerpo temblar y tras un largo silencio dijo:
—No te alejes. Por favor.
Y allí entre lágrimas, temblores, jadeos y escasas palabras me di cuenta de quien velaba por quien.
Como sabía hasta ese momento, yo lo cuidaba a él, pero luego me di cuenta de que Edward era realmente Mi Guardián.
Yo podía estar custodiando su cuerpo y su mente, pero él custodiaba corazón.
Entonces entendí que para él yo nunca podría ser nadie. Muy por el contrario a lo que creía hasta hora, quien podía hacer sentir a alguien menospreciado era yo. Y para mi vergüenza; lo había hecho con mi ángel.

El peor de los pecados.


*.*.*.*.*
Bueno, mis niñas. Estoy ansiosa…está comenzando la nueva etapa de la relación de Edward y Bella y quiero saber su opinión de cómo estoy llevando ese tema del deseo conjuntamente con la enfermedad de él. Espero no estar siendo ofensiva, por el contrario he tratado esto con el mayor tacto del que he sido capaz.
En serio necesito sus opiniones.
Besos.

lunes, 25 de abril de 2011

Anhelo desde la Oscuridad - Octavo Capítulo:




"ETERNAMENTE MÍA"

Comenzaba a tornarme un tanto impaciente pero finalmente Jasper llegaría en pocos minutos, me lo hizo saber cuando aterrizó su avión en el Aeropuerto de Manchester y por el tono de su voz, no venía de muy buen humor; los lugares en los que llovía constantemente no eran sus predilectos precisamente, pero eso no me importaba en lo más mínimo “Negocios son Negocios”; además le sentaría bien que se acostumbrara a la lluvia ya que en la península de Olimpic tendría que lidiar con ella a diario.
Así que…eso me hace un buen samaritano... ¿o no?
Finalmente sonó el timbre y abrí la puerta haciendo un ademan a mi asesor legal y financiero para que entre y así pueda resguardarse de la lluvia. El condenado me llevaba unos buenos dos siglos por delante de edad, pero apenas aparentaba unos diez años más que yo…Si acaso.
Estaba ataviado con unos vaqueros de Armani y una chemisse de Ralph Lauren de color azul marino, unos zapatos casuales de cuero negro que, por la pequeña H que tenían me di cuenta que eran unos Hermes a juego con el maletín que cargaba en su mano derecha. Decir que se veía mal era una gran mentira, pero no perdí demasiado tiempo alabando su forma de vestir ni su estampa; total…todos los vampiros solíamos ser hermosos para atrapar a las presas.
- ¡Bienvenido, Hale! ¿en dónde está tu maleta? – le tendí la mano y él estrechó la mía con fuerza y educación. Tal cual como era él, todo un caballero crecido en el sur del país pero letal como el veneno de la mamba negra.
- Gracias, Cullen. Y decidí viajar sin nada encima. Ayer tuve demasiado que hacer y nada de tiempo para preparar equipaje. Así que apenas terminemos aquí compraré algo en una de las boutiques y luego me iré al hotel.
Le palmeé el hombro con camaradería.
- Sabes bien que tengo un departamento al otro lado de esta ciudad y está totalmente amoblado, no tienes por qué irte a ningún hotel. Aquí no conseguirás nada cinco estrellas a lo que estás acostumbrado. ¡Vamos acepta, amigo! Es lo mínimo que puedo hacer por ti.
De buen gusto Jasper asintió y luego pasamos a la sala de estar, donde tomamos asiento en el sofá.
- Bien, Edward. Me gustaría comenzar con un repaso a tus propiedades e inversiones, así como a las oportunidades que veo, te serían útiles en cuanto a materia financiera.
Negué con la cabeza.
- Nada de eso me preocupa en lo absoluto, Hale. Sé que estoy en buenas manos. Y con respecto a las futuras inversiones, mejor me mandas los detalles por correo; a menos que las hayas traído en físico, solo así las leería luego. Hoy no tengo tiempo para ponerme ahondar en los negocios.
Jasper se removió expectante en su puesto y luego me interrogó con vehemencia.
De pronto recordé que el vampiro tenía el don de conocer y manipular los estados de ánimos de todos a su alrededor.
¡Demonios!
Me aclaré la garganta antes de hablar.
- Bueno…de lo que te iba a hablar era…
- Estás nervioso, Cullen. Por primera vez en todas las décadas que llevamos conociéndonos te veo así.
- ¡No empieces con la ayuda psicológica que lo detesto! – dije de manera brusca. Luego me dí cuenta de mi error – Lo siento, Jasper. No fue mi intención hablarte así. Es solo…- él me miraba con el ceño fruncido esperando por lo que le diría - ...Es solo que esta noche convertiré a alguien-Terminé de decir.
Nada. Eso fue lo que pasó por la mente de mi asesor. Absolutamente nada.
Tras un momento de silencio tanto verbal como mental él dijo algo sin pensarlo demasiado.
- ¿Estás seguro de...querer hacer eso?
Asentí. – Totalmente seguro.
- ¿Acaso crearás una compañera? – dijo mientras apoyaba los codos en las rodillas mientras seguía con la vista puesta en mí.
- Sí. – no quería aflojar más detalles pero tampoco creí que él dejara zanjar el tema de una manera tan escueta.
- Y la chica…eh… ¿Lo sabe?
Negué con la cabeza sin decir nada más.
Jasper se pasó una mano entre las ondas de su cabello dorado a lo Marilyn Monroe y me vio con cierto reproche.
- Me parece un tanto, o más bien completamente…moralmente inadecuado.-Ella al menos debería saber a que se va enfrentar. – dijo Hale con aires de romanticismo de los años victorianos.
Cosa que me sacó de mis cabales.
Me coloqué de pie de manera automática e hice ademanes que mostraban claramente mi exasperación.
- ¿Y acaso es más fácil decirle primero? ¿Y si dice que no? – me pasé los dedos entre el cabello y luego seguí - ¿Si se niega la mano? Lo siento mucho, Jasper. Pero no pienso arriesgarme y mucho menos tratándose de ella. Así que, es mía y punto.
Él se puso de pie con tranquilidad y me escrutó con la mirada, pude sentir su influjo de tranquilidad a través de mi cuerpo.
- No uses tus porquerías sedantes conmigo. Sabes que lo odio. No soy ninguna bestia que necesite un dardo. –dije de manera brusca.
- Lo siento. – pude escuchar en sus pensamientos y él se dio cuenta de cuánto la había embarrado al decir eso. – Pero aun no entiendo porqué me llamaste para que te aconsejara si ya has decidido lo que vas a hacer con ella.
Me encogí de hombros sin una respuesta suficientemente racional a eso, entonces contesté lo primero que me pasó por la cabeza.
- Supongo…que como mi asesor en todo, y como la única persona más cercana a mí, aparte de algún otro ser viviente…creí que me apoyarías, aunque sinceramente pensaba hacerlo aunque no me apoyases, sin embargo quería saber lo que opinabas.
En ese momento me odié por mostrarme como una mariposa de jardín. Todo blandengue.
- No eres débil por contarme esto, Cullen. ¡Yo te considero un amigo!, y esta son la clase de cosas que hacen los amigos. No te preocupes.
- Se supone que el que lee las mentes soy yo.
- Sí. Pero olvidas acaso que, ¿El que lee y manipula emociones soy yo? – ironizo con falsa fanfarronería.
- Siempre eres un engreído bastardo en estos momentos. – dije con una sonrisa de camaradería. No porque me hubiese conmovido sus palabras, sino porque tuve que aceptar que de cierta forma tenía razón.
-Sí. Mátenme por cursi.
Hablamos un poco más acerca de cómo iba a proceder y para cuando había fijado la fecha del codiciado momento. Se quedó petrificado cuando le dije que era esa misma noche, jah…como si fuese muy difícil imitar una maldita roca gélida.
La conversación se extendió bastante, y después de dos horas tuvimos que darla por terminada.
Proseguí a arreglarme para salir a buscar a Isabella y traerla a la casa y a la “vida” que de ahora en adelante serían suyas…y por extensión mías también.
- ¡Edward! – dijo mi Isabella cuando aparecí en su puerta casi de improviso.
Digo “casi” porque si bien ella sabía que iría por ella para llevarla a mi casa, pues no estaba informada de la hora a la que acudiría.
Eran las siete más cuarto cuando atravesé el umbral de su puerta con la sonrisa más resplandeciente que me broto del alma, si es que tengo una. Al fin y al cabo eso no importaba pues dentro de pocas horas finalmente estaría completo. Tendría a Bella por toda la eternidad.
Sería mía y solamente mía.
Se encontraba vestida solo con una bata de salto de cama color verde turquesa, se ajustaba de una manera exquisita a cada curvatura de su cuerpo, el cual también seria mío muy pronto.
Para ella no pasó desapercibido que la estaba mirando con deseo.
- Amm…este…aun no termino de arreglarme. – cuando subí mis ojos a su cara me percaté del rubor adorable que había en sus mejillas. Sentí que algo se estremeció en mi zona sur pero tuve que aferrarme a mi autocontrol.
<<…solo espera un poco más…solo un poco más y podrás tenerla como la has querido desde el primer momento…>> me repetía a mis adentros.
- Siento si te incomodé…-¡Si, claro! - es solo que…tener una Venus cerca de mí y no admirarla es bastante difícil.
Bella se sonrojó más y se acercó a mí para depositar un casto beso en mis comisuras.
- Gracias eso es muy halagador. – musitó en tono bajo. – Voy a terminar de arreglarme para que nos vayamos a tu casa. ¿Sí?
<<Dirás Nuestra Casa>>… - Sí, vamos a mi casa. Puedes llevar algo si quieres pasar la noche conmigo. – dije en tono sensual.
Y como réplica a ello recibí una respuesta que me causó una erección instantánea.
- Esta noche la pasaré contigo, Edward. – dijo Bella con la mirada más abrasadora que me había dedicado hasta el momento.
<>.
En cuanto llegamos la dejé ponerse cómoda. Pasó a mí…nuestro dormitorio; solo que ella aún no lo sabía; y se cambió mientras yo esperaba por ella en la sala de estar.
Decir que estaba nervioso es poco. Sentía entumecido cada hueso de mi cuerpo como si eso pudiese ser posible. Creo que de haber podido transpirar de seguro lo hubiese hecho.
Media hora después, Isabella salió luciendo un exquisito babydoll de color blanco con un encaje inocentemente sensual. Lo recordaba muy bien. En una de mis primeras visitas ilícitas a su apartamento me topé con ese y otros dos conjuntos más. Reservé uno para mi “uso personal” por así decirlo.
Isabella se tiñó de un rubor color rosa en sus mejillas y se concentró en mi mirada. Hubiese dado lo que fuese por poder leer su mente en aquel instante.
Le dediqué mi sonrisa torcida favorita antes de hablar, y noté como se quedaba sin aliento.
- No sabía que la seducción y la inocencia podían comulgar de manera tan perfecta. – me puse de pie y le acaricié su mejilla a lo que su cuerpo reaccionó estremeciéndose – Solo Dios sabe cuánto deseo hacerte mía.
Y maldito fui al decir eso, mi voz ni siquiera tembló.
Ella pareció pasmarse al momento en que dije aquello y luego bajó la mirada.
- No soy nada especial, Edward. No sé cómo ni por qué insistes en hacerme sentir como si fuese única. Soy una mujer común y corriente.
- No sabes lo que dices, Isabella.- me pegué a sus labios y hablé entre ellos. – Durante años esperé que apareciera alguien aunque fuese un cuarto de lo que tú eres. Y me alegro de haberlo hecho; de lo contrario puede que no me hubiese dado cuenta de que tú eras la que yo buscaba.
Sus ojos se pusieron vidriosos y casi me arrepentí de haber dicho aquello. Quería que la noche transcurriese entre deseo y eternidad; no con sentimentalismos absurdos. Y no me refería a ella sino a mí.
- No quiero que llores…- le abracé y deposité un beso en su coronilla. –Quiero que esta noche sea de pura alegría. Ya que será “la primera de nuestra vidas”. – no sé si Bella logró captar el énfasis en mi frase, pero no dijo nada.
Ella asintió y me tomó de la mano. Me guió hasta mi dormitorio en donde se agachó en frente de mí para deshacerse rápidamente de mis zapatos y calcetines. Se anotó unos cuantos puntos al darme un exquisito masaje en los pies que hizo que mi sexo quisiera romper mi bragueta y darse una buena liberada. Luego subió hasta mi camisa de manga larga y despacio abrió los botones de mis puños mientras se sentaba en mi regazo y retorcía sus caderas contra mi erección.
Su roce me envió unas sensaciones que me acercaron bastante a Dios, aunque sabía que estaba muy lejos de él desde hacía mucho tiempo atrás. Pero ella parecía capaz de darle luz a mi oscuridad. Éramos como dos partes de un todo. Lo celestial y lo perverso. Lo divino y lo sacrílego.
- ¡Bella! –gemí en su cuello y lo mordí con suavidad tentándola, ¡y por todo lo celestial!, que me echen al inframundo si no funcionó.
Sus manos desabrochaban los botones de la parte frontal de mi camisa. Uno a uno.
Halé sus cabellos con cierta rudeza pero no se quejó, por el contrario gimió contra mis labios y allí aproveché para introducir mi lengua y degustar su calidez húmeda.
Nos exploramos…nos compenetramos y nos entregamos. Todo en un beso largo y apasionado.
Cuando me di cuenta hasta donde habíamos llegado, Isabella me tenía abierta la bragueta de mi pantalón e introdujo la mano en mis bóxers para acariciar mi pulsante erección.
Hice acopio de mis fuerzas y la volteé sobre la cama y me deshice con presteza de su sugerente encaje blanco. Unos erguidos y hermosos pezones rosados me saludaron e invitaron a saborearlos.
¿Para qué ser maleducados cuando “esa clase de gentileza” te brota al natural?
Sorbí y besé a mi antojo, disfrutando del manjar que esa piel cremosa me proveía.
- Edward…me estás…matando…- dijo en cuanto mis labios se desplazaron de un pecho a otro.
Se arqueó.
- No, mi preciosa Bella. Solamente te doy placer como no has conocido jamás. – mi ego necesitaba hacer una declaración y optó por ese momento en particular.
- Jamás. – repitió ella mientras enterraba los dedos entre mi cabello.
Mientras nuestros sexos se acariciaban y mis labios hacían lo propio con sus magníficos pechos, fui percatándome de algo, si dejaba que las cosas siguieran su curso dentro de poco estaría dentro de ella y quizá podría herirla.
No podía permitir eso. Tenía que alejarme…
Pero entonces Bella se frotó firmemente contra mi miembro y acabó con mi raciocinio. Hacia atrás…hacia adelante…luego más rápido…
Ambos jadeamos y nos fundimos en un beso voraz.
Mientras ella me demostraba cuan cerca estaba del orgasmo yo me deleité en el roce húmedo y caliente que me ofrecía su delicada intimidad.
Gemimos sin tapujo alguno cuando alcanzamos el éxtasis juntos y en ese preciso instante mi naturaleza se hizo presente.
La mordí en la yugular y disfruté del sabor de esa sangre dulce que manaba para mí. Al principio grito pero como los espasmos no remitían no se alejó.
Estaba totalmente perdido bajo la seducción del elixir que la sangre de Bella me proporcionaba; pero mi mente forzó a mi cuerpo a despejarse, así que paré de beber y dejé correr mi ponzoña por sus venas. Comenzó a retorcerse bajos mis manos como si se estuviese quemando. Y si al caso íbamos…se sentía de esa manera.
- ¡Me quemo, Edward! ¡me quemo! – graznó ella entre gruñidos y quejidos.
Acaricié su cabello como si eso pudiese calmar ese dolor. Pero sabía muy bien que esa agonía no la calmaba ¡nada, ni nadie!, solo debía esperar hasta que terminase la transformación.
- Shhh. – le susurré al oído. – Todo saldrá perfecto hermosa. Todo irá bien. Desde ahora estaremos juntos por y para siempre. Y luego voy a acariciar tu alma con las palabras adecuadas para que entiendas que la eternidad no significa nada si no estamos juntos para disfrutar de ella.
Dicho esto bastaba esperar dos cosas:
Que la agonía de Bella terminara en tres días, y que mi maldita soledad se desapareciera de una vez y para siempre.
De ahora en adelante todo sería perfecto, pues ya tendría lo que quería: A mi bella convertida en una maravillosa inmortal solo para mí y por toda una eternidad.
Ya nada podría salir mal. ¿No es cierto?
Sé que tienen ganas de matarme por tardarme tanto, niñas. Y no les quito la razón. Pero mi tesis me reclama. Cuando salga de eso podré escribir tranquilamente.
Este capítulo se lo dedico a las personas que me dan su apoyo por Fanfiction.net. a todos aquellos que me han incluido en sus autoras favoritas o en sus historias favoritas. No saben lo mucho que me fascina leer cada review que me dejan. Gracias por eso.
Y gracias también a las que se toman un minutito de su tiempo para dejarme un comentario de aliento en mi blog.
Para todas…mis eternos agradecimientos y…Ahora es que queda historia ;)
¡Besos!