domingo, 26 de junio de 2011

Tirano - Capítulo Segundo:




“QUEMADAS DE PIEL”

Edward POV:
Sus ondas color chocolate entre mis dedos, sus brazos alrededor de mi nuca evitando un escape que no estaba interesado en realizar, y sus labios demandando los míos.
Mentalmente.
Carnalmente.
Y yo estaba más que dispuesto a hacerlo. Hacía meses que la deseaba con todas mis jodidas fuerzas. Desde el mismo condenado momento en que mi padre me la presentó en su primer día de trabajo.
En el mismo infeliz día en que el bastardo de Jacob Black posó sus garras sobre ella. Y maldito fuera si eso no me enfureció.
El solo pensar en ellos juntos me arrancó un gruñido gutural que se introdujo en su boca, y le hizo restregar sus caderas contra las mías sintiendo la descarada erección que se erigió entre nosotros. Con un desespero insano la levanté de la encimera de la cocina y la recosté contra la pared aprisionándola con mi cuerpo provocando en ella una reacción producto de una mezcla de frenesí con deseo inmediatamente abrió mas sus muslos y me aferro con sus piernas, yo solo hice lo que quería y me pegue completamente en la entrada de su intimidad, mierda, esta mujer me estaba volviendo un desquiciado...¡Que demonios!, en realidad...mi cordura se fue volando muy lejos desde que cruce la primer mirada con Isabella Swan.
- Bella... – gemí entre sus labios, posteriormente volví a arremeter contra ellos.
- A… la cama…- logro exhalar entre algún respiro que le di a su boca.
Me separé; no de muy buena gana, para dejarla que me guiara a su cuarto.
Cuando llegamos a este, solo noté que había una cama, lo demás no importaba. El mobiliario que no sirviera para tenderla y poseerla fue simplemente ignorado por mi vista. Necesitaba un lecho, sus muslos abiertos y su intimidad preparada.
Nada más.
Isabella comenzó a desabrochar su blusa lentamente. La urgencia de repente se disipó y dio paso a la expectativa de ese dichoso baile de seducción que me propiciaba, esta espera solo me decía que al terminar, vería la gloria. Tenerla desnuda y bajo mi cuerpo debía ser eso y más. Mis continuos sueños despiertos me lo indicaban. Deseaba a esta mujer como no había deseado nada más en la vida ¿pero era solo eso, cierto? Puro y recalcitrante deseo.
Pero ese no era momento de cuestionamientos mentales, tan solo de ver, sentir, explorar y saborear. Las preguntas y dudas existenciales nos esperaban pacientemente a las puertas de salida de su cuarto.
Se deshizo poco a poco de sus prendas. Blusa fuera…pantalones fuera… ¡hola, señora Erección palpitante! Pero la detuve de pronto.
- Para, Bella… – dije dando los dos únicos pasos que me separaban de ella. Coloqué una mano en su espalda, a la altura del broche de su sujetador. Mi voz fue ronca cuando volví a hablar. – De esto me encargo yo. – y sin más la despojé de ese estorboso obstáculo.
Oh joder, sí… el cielo existía y estaba plasmado en forma de dos pechos perfectamente calibrados frente a mí.
La besé profundamente mientras tendía su cuerpo en la cama. Fui deslizando la palma de mi mano por su espalda a medida que su cuerpo se iba acostando de a poco, acariciando así toda la extensión de su columna vertebral. Suave, increíblemente suave y tersa. Mi boca vagó de la suya a su cuello, a su esternón, al medio de sus senos, a su estómago, luego erguí mi tronco solo un poco mientras me arrodillaba frente a ella para terminar de despojarla de su braga blanca de seda.
Jamás la ropa femenina me había parecido tan fuera de lugar como en ese cuerpo. Sencillamente una rosa no debe de ser cubierta con nada. E Isabella Swan era exactamente eso, una exquisita e inocente rosa; a la cual yo estaba más que perversamente dispuesto a poseer.
- ¿Edward? – masculló ella entre susurros.
- ¿Hmmm?
- Desnúdate para mí. – me congelé al escuchar sus palabras. – Deseo verte.
Al posar mi vista en su cara me percaté de que tenía una buena parte de su sangre capturada debajo de esas hermosas y definidas mejillas de porcelana. Se notaba a leguas que no estaba acostumbrada a pedir lo que quería, haciéndome sentir curiosamente extasiado de que lo hiciera conmigo.
Despacio me coloqué de pie, me saqué de un tirón su camisa de los Yankees y dejé que cayera a donde la gravedad lo determinase, mi cinturón y pantalón no corrieron mejor suerte, finalmente coloqué mis dos dedos pulgares entre la cinturilla de mis bóxers azul marino de Calvin Klein; de un solo bajón llegaron a mis tobillos y de un puntapié me terminé de deshacer de ellos.
Su respiración pareció detenerse por unos segundos, lo que me arrancó una sonrisa torcida. Me cerní de a poco en su cuerpo para acostumbrarla a mi roce aunque me moría por poseerla como un salvaje. Pero no…con Bella simplemente no podía ser así la primera vez.
Primero presioné nuestros torsos, gruñendo mientras sus prietos pezones acariciaban mis pectorales. Luego nuestras pelvis se acariciaron con delicadeza, mi miembro se estremeció al notar su roce al igual que el cuerpo de ella. De pronto sentí sus manos bajar mi nuca para apresar mi boca en un beso apasionado y profundo.
- Eres…hermoso… - me susurro suavemente.
Sonreí entre sus labios.
- No me gustan que me mientan en medio del sexo, pierdo la emoción. – bromeé. Pero ella se arqueó permitiendo que mi pene se posicionase más profundo contra su entrada.
- ¿Esto…te parece…una mentira? – definitivamente no. La humedad procedente de su interior bañaba mi sensible punta, lo que me indicaba que no solo decía eso para halagarme.
Un medio rugido salió de mi boca y ella sonrió satisfecha. Deslicé una mano entre nuestros cuerpos. Acaricié primero sus labios inferiores que ya estaban bañados de sus jugos, y ella en un arrebato sumamente sensual se mordió el labio inferior para acallar un gemido. No tuvo éxito, pude escuchar claramente como este se escurría por su garganta.
- Deja que te escuche, Bella…- dije en su oído mientras con el dedo pulgar de la otra mano liberaba su labio de la presa de sus dientes – deja que oiga cada ruido que haces por mí. – dicho esto le lamí un lado del cuello y entonces sí que gimió alto.
Introduje dos dedos a lo largo de su intimidad, lubricándolos aún más y luego los adentré en su sexo, haciendo que se restregase contra mi mano. Vaya escena erótica que me estaba brindando mi vista, Bella con la cabeza echada hacia tras con los ojos bien cerrados y el tronco arqueado.
Jadeé ante lo exquisito de la escena y las pulsaciones de su intimidad apretándome con fuerza los dedos. La incité durante unos minutos que nos resultaron infinitamente largos a ambos ¿pero para qué adelantar lo que de seguro vendría a nosotros? Mejor que el éxtasis se hiciese esperar…así sería más desgarrador.
- Edward…por…por favor… - jadeó en suplica.
- ¿Por favor, qué? – le incité desde la vista privilegiada que tenía entre sus muslos.
- Hazme…acabar…
- No. – dije brusco e incitador. – Me torturaste durante meses con una presencia que tenía que ver y no podía tener…y este es mi momento para una sutil venganza.
Ella se mordió el labio conteniendo la mezcla de placer y risa mientras se acomodó entre las almohadas, de pronto sus facciones mostraron una exquisita malicia.
Cuando comenzó a acariciarse los pechos sentí como mi pene dio un respingo ante la escena que Isabella estaba presentando solo para mí. – Entonces tú también te mereces una pequeña cuota de tortura.
Mierda…santa…no pude contener el gruñido que salió desde mi garganta y que amenazaba con tomarla a ella con agresividad, volviéndome el eslabón entre neandertal y cromañón en pleno siglo XXI. Su sexy indirecta – bien directa me dijo lo que mis oídos se morían por escuchar desde hacía tiempo atrás: Bella me deseaba.
Adiós plan de tortura…Bienvenidas, necesidades desmedidas.
Me impulsé y recoloqué hasta quedar posicionado contra su centro, con mi mano acomodé mi miembro en el lugar preciso y sin permitir ningún titubeo de ninguno, la penetré de un solo movimiento.
Ambos gemimos al mismo tiempo. Su centro, tan estrecho y cálido, abrazaba a mi sexo haciéndome borrosa la vista. Quise marcar el ritmo lentamente pero mi cuerpo me pedía otra cosa muy diferente, y al parecer el suyo estaba en sintonía puesto que sus uñas se encajaron en mi trasero urgiéndome a que intensificara el ritmo.
Y demonios, si no le di gusto…
Me aferré con una mano al cabecero de la cama y con la otra a su cintura. Bella bajó sus muslos de mi cintura, que era en donde se colocaron automáticamente en cuanto entré en ella y juntó con ellos, lo más que pudo bajo mi cuerpo. Un ramalazo de corriente se deslizó por mi columna, pasó por toda la extensión de mi pene y se introdujo en el cuerpo de ella.
Ambos nos arqueamos ante la sensación de estrechez.
Los latidos intro vaginales se intensificaron al igual que las pulsaciones de mi miembro, sentía el orgasmo de ambos tan cerca…pero no. Quería prologarlo un poco más. Necesitaba sentirla un poco más. Así que la embestí mucho más lento pero tan o más profundo que antes y me degusté en la sensación de cada pulgada de ella enguantando a la perfección todo lo que le ofrecía.
Un par de gemidos más y mucha fuerza de voluntad después comencé a moverme con necesidad de nuevo y entonces fue imposible dejar atrás el apremio.
Un lado animal que jamás había salido de mí, se apoderó de mis actos y cual si fuese un semental me arqueé para encajarme mejor en ella. Isabella arrastró sus uñas hasta la parte baja de mi espalda y las enterró allí lanzándome por un espiral de placer y dolor que me llevó al orgasmo más crudo que hubiese experimentado.
En medio de las pulsaciones del clímax me di cuenta de que Bella se estaba retorciendo contra mí, jadeando y consumiendo hasta el último rastro del orgasmo que se estaba vertiendo en ella.
Conmocionado ante la profundidad de lo que habíamos experimentado, me quedé justo en el sito en donde estaba: en su interior. Dejé que nuestras respiraciones volvieran a su cauce mientras que observaba como el brillo de un sutil sudor se repartía a lo largo de su cuerpo y la hacía brillar como si fuese una diosa etérea.
- ¿Qué miras? – dijo ella con timidez en cuanto pudo.
Eso me hizo entrar en razón. Había demasiada intimidad en cómo estaba encima de ella y más aún en los pocos deseos de salir de su interior, pero debía volver a la realidad ¿Acaso esperaba que todos mis problemas se resolviesen con una sesión de cama? por más cruel que sonase; no era así.
Simplemente mi mundo no era así.
- Creo…que debería irme. – dije desviándome de su antigua pregunta. – De seguro se deben de estar preguntando en donde estamos ambos. – me pasé la mano por el cabello transpirado antes de hablar – Si quiere… puede quedarse en casa por hoy…- Isabella se tensó ante mis palabras con un expresión de frío desconcierto.
- “¿Si quiere puede quedarse en casa hoy?” – me citó indignada ¡Fabuloso! La había embarrado hasta lo imposible, típico de Edward Cullen, echar a perder hasta los mejores momentos. – Ahora entiendo de que iba ese repentino “bajón de muros defensivos” y hasta el tuteo. ¡Ja! Que ilusa fui. – dijo poniéndose en pie y arrancando la sábana que fue a dar a los pies de la cama. Se envolvió en esta y antes de encerrarse en su baño dijo: - Afuera por el corredor hay otro baño. Úselo si lo desea. Su camisa ya debe estar lista en la secadora; así que tome lo que necesite y salga de mi casa, señor Cullen. En una hora nos vemos en su oficina “como si nada hubiese pasado”.
Y esas cinco palabras me dolieron más que cualquier desplante que me hubiesen hecho hasta ese momento. Entonces mi jodido infierno se hizo peor de lo que había sido alguna vez.
*******
- Aquí tiene los balances de personal rectificados y verificados. Solo se necesita su firma para enviárselo al departamento de recursos humanos. Además le anexé una hoja con el itinerario de reuniones que tendrá mañana. Dos en la mañana: la primera con el director de “Le Mademoiselle” en Londres a primera hora, y la segunda con su padre a las diez y media de la mañana. A las doce en punto tiene un almuerzo con el departamento legal de la compañía para arreglar los detalles de la próxima apertura en Alemania y a las tres de la tarde tiene la última reunión con la gerente de publicidad. ¿Alguna duda, señor Cullen? – el frío trato de Bella me estaba consumiendo de a poco.
Sabía que me lo merecía pues me había comportado como una basura en su casa y justamente después de haber estado juntos. Maldita sean mi lengua y mis inseguridades por haberme dejado dañar el primer momento de verdadera intimidad que había tenido en quien sabe cuánto tiempo.
- Isabella, por favor… -
- ¡Señorita Swan! Usted me dejó claro que el llamarnos por nuestros nombres es demasiado personal. – ratificó con voz seca y mirada muerta.
- Yo no quise…
- Señor Cullen, no tiene porqué pedir disculpas. No le sume más bochorno a una situación que de por sí, ya es bastante vergonzosa.
- ¿Está hablando en serio? – dije con algo más que orgullo herido.
- Sí. Ahora si no necesita nada más, me retiro. Que tenga buenas tardes.
- Dicho desapareció tras la puerta de mi oficina con un cierre tranquilo y firme. Como siempre lo había hecho. O peor aún “como si nada hubiese pasado”.
El día siguiente fue igual a todos los demás. No. Peor que todos los demás; porque ahora tenía en mi mente y en mi cuerpo la sensación de la cercanía de Bella, pero su rechazo en mi cara haciéndome frente cada vez que ingresaba a mi oficina o cuando me notificaba algo por teléfono.
Pero no le dejaría ver cuánto me dolía sus desdenes, había dejado muy claro que el encuentro que para mí fue tan…íntimo para ella había resultado vergonzoso. No. Antes muerto que tirando mi orgullo a sus pies, era lo único que me quedaba; medio roto…pero era lo único a lo que me aferraba.
Me obligué a prestar atención en las reuniones, eso me servía de distracción de lo que sentía y me daba ánimos de seguir en pie “porque la empresa contaba conmigo”. Todo transcurrió de manera “habitual” hasta que se terminó la reunión con mi padre y la alta gerencia de Le Mademoiselle.
- ¿Qué pasa contigo, Edward? – dijo mi padre preocupado, a lo que la oficina se quedó vacía mientras yo recogía mis cosas.
- ¿Ahora que hice, padre? – agregué con tedio.
- No te lo digo que hayas hecho nada mal, Edward. ¿Por qué siempre estás a la defensiva conmigo, hijo?
Puse los ojos en blanco exasperado, no tenía ni ganas, ni tiempo de lidiar con esto justo ahora.
- Lo siento. Es que el día de hoy estoy un poco estresado…
- No. Hoy estás cetrino. Hijo. Al menos no estás desenfocado, pero me preocupa la indiferencia que denotan tus facciones hoy. – Ah, ahora resulta que notas mis emociones…
- No me pasa nada, padre. Ahora si me disculpa, tengo una reunión con el departamento legal.
- Espérame y nos vamos juntos. Yo también voy a ese almuerzo.
Lo miré confundido. – La señorita Swan no me dijo que estarías allí.
- Seguramente se le debe de haber olvidado. Ella es sumamente eficiente y de seguro tiene muchas cosas en la cabeza. Por cierto, haz que ella venga a la reunión. Necesitarás que tome nota de algunas de las decisiones que se tomen allí.
- Yo puedo recordar.
- No seas patán, Edward. – dijo cerrando su maletín. – Isabella es una excelente trabajadora. Haz el favor de ser menos mezquino con ella, no vaya a ser que se harte y pida transferencia o que se largue de la empresa. No estamos en el momento adecuado para buscarte una asistente que sea al menos lo mitad de eficiente que es ella.
Asentí en silencio y salí vía a mi oficina.
*******
El infierno. Eso era justamente ese maldito almuerzo con Isabella, Jacob y mi padre en un mismo sitio.
Isabella, con su frío desinterés.
Carlisle, viéndome como si esperara que yo saltara sobre las mesas e hiciera una exposición de motivos por los cuales Le Mademoiselle necesitaba ser expandida lo más rápidamente a Alemania.
Y Jacob, como si le debiese dinero.
Ese cabrón arrogante. Si alguien se había metido en territorio del otro primero ese había sido él, al decidir que quería salir con mi secretaria. Con mi Bell…con mi secretaria.
A diferencia de mis reuniones en la mañana no me podía centrar, y esta comida de porquería me sabía a cal o a cemento. Lo único que quería era que terminara y poder ir a encerrarme a mi oficina.
O mejor, no…recordé de golpe que tenía una reunión pendiente con la gerente de publicidad…Tanya Denali…Oh dios...
- ¿Por qué no nos da su opinión acerca de lo que estaba diciendo ahora, señor Cullen? – dijo el bastardo de Black con aparente profesionalidad refiriéndose a mí – Digo, usted es como el embajador de la compañía y necesitamos saber si está de acuerdo con los lineamientos que establecimos para la apertura en Berlín. - ¿Pero qué le pasa a este maldi…?
- Cierto, Edward. ¿Tú qué opinas? – dijo mi padre secundándolo sin notar el trasfondo de sus intenciones.
- Sus recomendaciones son pertinentes, señor Black… - noté el shock en su cara – pero las palabras se las lleva el viento. Así que espero dichas ideas por escrito en mi escritorio a más tardar mañana en la mañana, para darle prosecución a los conceptos propuestos. Si tengo algún cambio de parecer se lo haré saber por medio de un oficio para que haga las modificaciones que se ameriten y pueda ser puesta en marcha la construcción de la primera tienda en Berlín. - ¡Ja! Toma ese revendo hijo de perra.
El tipo me vio con cara al mejor estilo de El Padrino, lo que casi me hace soltar una carcajada. Después de eso no volvió a molestarme durante el resto de la comida infernal.
Lo que si me cabreó de lo lindo, fue el hecho de que Isabella tomase notas y comiese sin siquiera notar mi presencia al lado suyo. Cuando todo terminó los tres; ella, Carlisle y yo; nos fuimos en el BMW hacia la empresa de nuevo. Mi padre parecía satisfecho con la reunión aunque esperaba más participación de mi parte. La verdad es que me importó muy poco eso.
Bella no dejaba de contestar mensajes que le llegaban a su condenado blackberry, el hecho de sospechar con quién hablaba me daban ganas de agarra el estúpido aparato y tirarlo por la ventana.
El desgraciado de Black había agarrado a Isabella y llevado aparte de todos para decirle algo en privado, y no saber de qué se trataba me tenía al borde de la locura.
- Edward, estaba esperando por ti. – dijo Tanya de manera disimuladamente seductora en cuanto llegamos a la oficina.
- Disculpa, Tanya. Pero el almuerzo se postergó un poco más de lo esperado, pasa adelante. – dije abriendo la puerta de mi oficina y ofreciéndole el paso con mi mano antes de entrar yo. - Ahora dime, ¿acerca de que necesitas hablar conmigo?
Bella permanecía en el umbral de la puerta viendo a la gerente de publicidad de pies a cabeza por encima del marco de sus lentes rectangulares. Al parecer ella no le agradaba demasiado. Pues mala suerte…a mí me tocó que aguantar a su ex por tres malditas horas, bien podía hacer ella lo mismo.
- Preferiría que fuese en privado. – se relamió los labios con aparente indiferencia – Es de índole personal. – acentuó.
Miré como mi secretaria de ponía tan roja como la bufanda que tenía la gerente en su cuello y que se metía dentro del escote en v de su blusa de seda color champagne.
- Si me necesita para algo Señor Cullen, puede llamarme por el teléfono. – se dio media vuelta y se largó.
No pude evitar sonreír un poco al ver su arranque de ira. Parecía… ¿celosa? Pues sí. Parecía justamente estar celosa y me encantaba.
- Me da gusto que te alegre verme a solas. – dijo Tanya confundiendo todo. O tornándolo a su beneficio; eso sería más típico de ella.
- Me da gusto verte, Tanya. Pero sinceramente me da igual si hay un batallón de mil marines detrás de ti.
- ¡Ouch! El viejo Edward no pierde su frialdad habitual. Eso me encanta…- dijo soltándose el pañuelo de seda roja que usaba como bufanda y lo colocaba en el escritorio. Tragué grueso al predecir su próximo movimiento – Nunca has dejado de parecerme lo más excitante que he tenido en mi cama alguna vez.
Se había abierto “accidentalmente” uno de los botones de su blusa dejando entrever su brassier de encaje color blanco.
- Me imagino que eso también se lo decías al tipo con el que te acostabas mientras éramos novios. Oh, que honor me confieres.
- ¿Celoso, Edward?
- Realista, Denali. Ahora, si no viniste a decirme algo que se relacione a la empresa haz el favor de tomar tu pañuelo de mi escritorio y dejarme trabajar en paz.
Ella rodeó el escritorio y se paró en el espacio entre mi mesa de trabajo y mi silla. Se inclinó sobre la superficie de madera pulida y musitó sensualmente:
- Uy, que genio, Cullen. Y yo que venía a darte un regalo de despedida. – un amago de puchero salió de esos labios color rojo carmín.
- ¿Te vas de la empresa, Tanya? – dije confundido.
Ella asintió con falso pesar mientras se sacaba de un tirón la camisa de los pantalones negros.
- Así que mejor aprovechar mis últimos momentos en Le Mademoiselle. – dicho esto se arrodilló con presteza en mi silla sentándose en mi regazo.
- ¿Acaso no te respetas? – le dije intentando bajarla lo más caballerosamente que me permitía la firmeza de mis acciones.
- Si, lo hago. Pero no me gustan las negativas. Y lo sabes. – dicho esto se lanzó contra mis labios y me besó con fiereza.
Imágenes de lo que había hecho con Bella en su casa aparecieron en mi mente. Sus labios demandantes y sus caderas siendo sacudidas por mis embates mientras la poseía… ¡maldito infeliz! Solo yo podía estar pensando en eso besando a otra…
De golpe la separé de mí, no sin antes notar que su boca tenía el labial corrido y la excitación brillando en su cara.
Algo se movió en la puerta, era Isabella que tenía una carpeta de manila en la mano derecha y una expresión estupefacta en la cara. Tanya volteó al ver mi expresión y cuando se percató de lo incómodo de la situación se levantó de mi regazo y se arregló la blusa delante de mi secretaria sin pudor alguno.
- Bien. Edward. Si quieres terminar…el negocio; tú sabes dónde encontrarme. – me guiñó un ojo y se fue.
Me aclaré la garganta y me puse de pie de manera derrotada.
- Isabella, yo…
Ella caminó hacia el escritorio con firmeza y colocó la carpeta en la mesa con rudeza.
- Su padre me dijo que le entregara esto con urgencia, por eso me atreví a interrumpirle lo siento…
- No, Bella…
- …mucho. Es algo que salió a último momento y que necesita que lea pues es un asunto que merece toda su atención ya que se realizará en las próximas semanas…- hacía como si no me estuviese escuchando.
- Isabella…
- ...así que aquí le dejo el itinerario de actividades para la fundación y ahora me retiro…
- ¡Isabella! – grité.
- ¡Vete al demonio! – explotó y me señaló a la cara con deliberado asco. – Tienes labial en la boca, deberías lavártelo. Sé que a ti no te molesta en nada debido al numerito que acabo de ver, pero su padre podría molestarse al verlo en tal estado.
Se dio la vuelta y la agarré por el antebrazo pero ella se sacudió de mí con rudeza y sin voltearse musitó: - Más nunca vuelva a ponerme una mano encima, señor Cullen. O que dios me ayude pero le voy a dar una bofetada que no le dejará olvidar que no soy su maldito juguete, buenas tardes.
Ahora sí, con un portazo estridente Isabella salió de mi oficina. En un arrebato de irá barrí mi escritorio de un manotazo; todos los papeles, bolígrafos, lámparas y cualquier cosa que estuviese en esa estúpida superficie fue a dar al suelo.
Me fui como un bólido hacia el baño y constaté con molestia que tenía los labios impregnados del labial de Tanya. En definitiva, esa mujer quería arruinar cualquier vestigio de tranquilidad que pudiese tener.
Cuando terminé de lavarme la cara, salí a la oficina de nuevo con la corbata en la mano y los tres primeros botones de mi camisa abierta, la mangas de estas dobladas casi hasta el codo. Había dejado el saco en el tope de mármol del baño.
El suelo alfombrado de mi oficina tenía papeles desperdigados por doquier y no me molesté en recogerlos. Solo un papel llamó mi atención cuando bajé la vista para advertir lo que había pisado.
Era la petición de un orfanato en la ciudad para que lo ayudáramos en lo que nos fuese posible, también decía que apelaban a nuestra ayuda puesto que se estaban quedando sin recursos con los cuales alimentar cerca de doscientas bocas de pequeños que habían sido abandonados.
Algo dentro de mí se aprisionó por el dolor que me influyó aquel triste oficio.
Y así fue como mi vida cambio desde entonces, en aquella tarde por dos quemadas de piel.
La más fuerte causada por la arruinada situación con Bella. Y la segunda, por el pedido de ayuda de los directivos de aquel orfanato.
Algo se había movido en mí…y tenía muchas cosas a las cuales hacerles frente. Sabía perfectamente que isabella no iba a perdonarme, y la piel me quemaba con solo tenerla cerca de mí, esa sensación de necesidad crecía minuto a minuto con mas furor en mi interior, podría jurar que yo…que demonios pasaba conmigo, jamás me permití sufrir por nadie, Bella no iba a ser la excepción…
Como se hizo esperar este dichoso capítulo. XD. En fin, aquí está espero que les guste.
Aprovecho y les comunico que en 15 días haré la presentación de mi tesis, por lo tanto no me tendrán por estos lados, a menos que me ponga a leer los comentarios dejados por ustedes. Después de esos días… ¡SOY LIBRE! Y podré actualizarles muchísimo más seguido.
Este capítulo está dedicado a dos personitas que no quiero sino que ADORO. A mi leelan: Ada y a mi nalla: Karen. Cada una de ellas ha tenido mucha influencia en lo que he plasmado y plasmaré de ahora en adelante en esta historia.
En fin…nos vemos Muyyyy pronto mis chicas… Marie Kikis.

lunes, 13 de junio de 2011

Corazón de Cristal - Séptimo Capítulo:





“ENFRENTAMIENTOS”

—Esto… —dije mientras señalaba mi pecho y luego el de él. —de dormir juntos, se tiene que acabar. —él hizo el amago de una burla en su sonrisa. —¡¿Te estás burlando de mí, ángel?! ¿Cómo te atreves? —siseé reprimiendo las carcajadas. Eran casi las tres de la madrugada y ninguno de los dos conseguíamos conciliar el sueño.
Estábamos en su cuarto puesto que si nos descubría alguien, prefería que fuese allí para poder inventar algo decentemente, creíble. Aún no había ideado alguna excusa, pero tampoco estaba muy concentrada en ello, la verdad sea dicha. No cuando sus manos recorrían mis facciones una y otra vez.
Quería cerrar los ojos pero su mirada de extática curiosidad me seducía de una forma casi imposible de creer. Lo dejé que tocara mi rostro a su antojo. Después de todo, había dos maneras de ver esto: la profesional y la personal. En la profesional, me decía; muy convenientemente; que él se estaba despertando al sentido del tacto. En la personal; que mi alma ya la manejaba a su antojo desde hace un tiempo, así que ¿Qué más daba lo que hiciera conmigo?
—Mañana hay cosas que hacer, ángel. Deberías dormir. —él siguió con su itinerario de caricias. Suspiré rindiéndome para disimular el fuego que se encendía en mi vientre y que pecaminosamente bajaba hasta… ¡Dentenlo, Isabella! —¡Es en serio, Edward! Debes dormir. —en un movimiento rápido como la luz, coloqué sus manos debajo del edredón.
No pareció gustarle demasiado puesto que me frunció el ceño como si yo fuese una niña egoísta que se negara a prestarle un juguete; pero ni modo. Lo de la mañana estaba aún muy fresco. La sensación de pánico me tenía paranoica y descontrolada pero no podía pagar eso con él. Ya habíamos tenido suficientes escenarios horribles para un solo día.
Lo arropé hasta el cuello porque hacía muchísimo frío. Él se acurrucó aun más cerca de mi cuerpo. Siseé por lo bajito. Él en su inocencia no sabía que estaba haciendo estragos con mi control con su proximidad. De pronto entre la baja temperatura, el huir de mis desenfrenadas sensaciones y unas hormonas femeninas bastante caprichosas, decidí que un chocolate caliente nos vendría de maravilla justo en ese momento.
Me removí y traté de levantarme de la cama pero Edward tomó mi brazo entre sus manos.
—No te vayas. —musitó en voz baja, y cómo me enorgullecía escucharlo hablar así. Hacía muy poco que apenas y me dirigía una mirada, ahora mi Edward claramente se sentía lo suficientemente seguro como para comenzar a expresarse en palabras. Para unos sería un logro tonto dada su edad, para mí era uno abismal ya que sabía cuál había sido nuestro punto de partida. Además, tenía un hermoso tono de voz. Un poco ronco y masculino.
—Solo voy abajo para hacernos un chocolate caliente o ¿no quieres? —le sonreí con ternura para tranquilizarlo.
Él asintió. Luego con movimientos medio torpes que me recordaban a un ternerito, se puso de pie. Puede que no estuviésemos durmiendo, pero sí que teníamos un largo tiempo acostados en una misma posición. Sonreí con ternura al verlo.
—Ahhh. ¿Vienes conmigo, eh? —me reí por lo bajo. —No me voy a escapar, ángel. Te lo juro.
Aún así lo esperé en el marco de la puerta, extendí mi mano y estreché la suya para dirigirnos a la planta baja. Atravesamos el pasillo del salón de estar y el comedor, pasando por un lado de un gabinete de madera de color negro; del cual desconocía su contenido; y que tenía encima un sencillo envase de cristal con unas ramas secas pintadas en plateadas tan típicas de la decoración minimalista, unos portarretratos de plata…De pronto un golpe.Me volví en seguida.
Al parecer Edward había rozado una de las fotos y está ahora estaba boca abajo en el frío suelo de mármol. Gracias al cielo no había partido el vidrio.
Esperé un minuto para ver si alguien bajaba a enterarse del motivo del estrépito, pero pasado ese tiempo nadie llegó. Así que procedí a recoger el objeto. Era una foto del señor Carlisle. Salía tan guapo como siempre. Estaba con un traje sastre de color azul petróleo y una camisa blanca. La corbata era del mismo tono que el traje. Pero su mirada era fría, o tal vez sería más acertado decir que era vacía. Coloqué la imagen en donde correspondía y subí mi vista. Edward la miraba sin parar.
—No le hiciste daño, ángel. Vamos. —intenté traerlo a mí de nuevo. Nada. Otro episodio de ensimismamiento. Pero en esta ocasión, fui capaz de notar las emociones en sus ojos: estas eran de anhelo y tal vez tristeza.
—¿Qué pasa, Edward? ¿Lo extrañas? Podríamos levantarnos más temprano de lo habitual para que lo saludes antes de que se vaya al trabajo. —luego comprendí que su tristeza no provenía de la ausencia de su padre, quién regresaba cada noche a su hogar. Sino más bien partía del deseo de compartir algo más que un simple “Que pases un buen día, Edward”.
Él giró hacia mí y asintió tras un momento. Sus ojos brillaban con pena.
—No vayas a llorar, ángel. —le imploré. Tomé su rostro entre mis manos. —Te  prometo que hablaré con él para que pasen más tiempo juntos ¿vale? —lo conseguí. Una medio sonrisa y  comenzó a caminar de nuevo junto a mí. A veces era tan sencillo complacerlo.
Y justo en ese momento caí en cuenta de otra cosa: Carlisle nunca había estado en sus crisis; al menos desde que yo estaba en su casa. Solo la señora Esme, la arpía de Claire, y en el episodio de hacía una noche atrás, su hermano Emmett.
Pero nunca él.
Así pues, tomé la decisión de enfrentarlo y que todas las deidades me protegiesen el cargo. Porque si no, iba a hacer a Claire muy feliz con mi despido.


*.*.*.*.*
—Señor Cullen ¿Puedo hablar un momento con usted? —dije mientras interceptaba al padre de Edward bajando las escaleras de la entrada. Se dirigía a su coche.
—Claro, Isabella. —miró su reloj de pulsera y luego a mí. Cosa que no me gustó. —Dime ¿Necesitas algo para mi hijo?¿Medicinas?...
—Necesito su tiempo, señor. —enfaticé.
—Lo siento pero no le entiendo. —respondió él mientras me veía como si tuviese el pelo verde.
—Necesito que me regale un día para su hijo. Quiero hacerlo interactuar con la familia…
—Discúlpeme, Isabella. Pero por el momento me temo que eso es imposible. Tengo un caso…
—Usted tiene un hijo autista que demanda su atención. —dije firmemente.
—Y tendré a otros demandándome si no atiendo a mis prioridades inmediatas. —me enfrentó con cierta molestia pero sin perder la calma.
—Su hijo debería ser su prioridad.
—Y lo es. Por eso está usted aquí. ¿Lo recuerda? —su puntualización me molestó bastante. Tanto, como para que perdiera el miedo a enfrentarlo.
Explosión número uno:
—¿Dígame que esto es una broma? No puedo ser el suplente de su padre. Puedo ser su enfermera y su amiga, pero difícilmente me verá como una figura paterna.
—¿Está cuestionando mi cariño por mi hijo? —abrió la puerta de su coche, tiró el maletín dentro de este y luego volvió a encararme. —No le conviene, señorita Swan.
Explosión número dos:
—¿Qué hará, señor Cullen? ¿Me demandará o me despedirá? O mejor aún ¿Ambas? —me encogí de hombros restándole importancia a un hecho que en realidad me aterrorizaba bastante, pero dejaría que él viera eso. Sería mi perdición. —Pues entérese: no me importa en lo absoluto si lo hace. Mi misión en esta casa es ayudar a Edward a progresar y proveerlo de lo que necesita en el proceso. No para suplir carencias afectivas. Por otro lado, quizá le interese saber que esta mañana me hizo entender que necesitaba a su padre. —me aparté un paso de él como rechazando su presencia. —Pero parece que él no conseguirá lo que necesita y merece de usted.
—¡No está en posición de cuestionarme, Isabella! —el hombre estaba apretando las manos en puños a cada lado de su cuerpo. Hablaba entre dientes y su mirada era tan helada como Alaska. Pero tampoco me importó.
Explosión número tres:
—Oh, ¡Claro que lo estoy, señor Cullen! Dígame ¿Cuándo fue la última vez que usted ayudó a la señora Esme en una crisis nerviosa de Edward? —él tragó grueso y yo no pude sino seguir increpándolo. —¿Cuándo fue la última vez que usted se presentó de manera voluntaria para ayudar en alguna de sus terapias? ¿Cuándo fue la última vez que usted se sentó con Edward y le preguntó cómo estaba? Es más… ¿Usted siquiera sabe que su hijo ya habla? —él se estremeció consternado. Asentí. —Por lo visto nada ha cambiado. Tranquilo, señor Cullen. Cuando Edward pregunte por su padre, le diré que está haciendo algo importante. Lo triste es que en algún momento él querrá saber qué es lo que significa eso y yo no sabré que responderle sin lastimarlo. —Me giré y lo dejé solo mientras entraba a la casa. De pronto escuché el motor rugir y las llantas chirriar.
Se había ido. Como siempre, fue más sencillo mantenerse alejado.


*.*.*.*.*
—Ángel, hoy has estado genial. —dije mientras supervisaba que terminara de arreglar su cabello correctamente frente a la cómoda. Si todo iba como hasta ahora, estas pequeñas tareas que parecían carecer de importancia para cualquiera, serían un logro que llevaría a cabo Edward por sí solo. El hacer todo por ellos de alguna manera castraba su independencia, que usualmente podría confundirse con cuidados. La terapia ocupacional tenía como finalidad que él recobrara o mantuviera la destreza en los movimientos de su cuerpo. Ese día él había realizado sus tareas sin dudar y fue más que gratificante ver su sonrisa cuando se divertía. E incluso cuando se aburrió me pude reír, al parecer ya no se guardaba sus emociones. Las estaba dejando salir libremente.
Él se estaba recuperando.
—Deberíamos hacer terapia ocupacional por las mañanas, ya que estás más fresco y dispuesto. Y por las tardes, encargarnos de la terapia del lenguaje. ¿Te parece?
Él tardó en asentir. Las cosas no podían arreglarse de golpe. Pero yo tenía paciencia.
—Quiero oírte decirme que sí. Que estás de acuerdo conmigo.
—Sí. —respondió.
—Así me gusta. —sin pensarlo deposité un beso en su mejilla.
Ambos nos congelamos ante lo repentino de la acción. Luego él giró su cara despacio. OhporDios. Las palabras vinieron a mi mente de golpe mientras que su mirada me hipnotizaba. Podía saborear su aliento en mi boca mientras que nuestras comisuras estaban a un milímetro de tocarse.
¿Qué hago? me cuestioné mentalmente.
De golpe me separé. No podía. No podía mancillar su pureza así. Menos cuando Edward aún no conocía lo que era el deseo. Y peor aún no, podía ni debía; confundirlo cuando estábamos progresando tanto. Su bienestar era mi prioridad, incluso por encima de mí misma.
Él se me acercó de a poco, en una mezcla de curiosidad e indecisión. Con sus dedos tocó mi cara, mis labios, mi cuello. Iba a morir allí mismo. Un roce más y mi pobre conciencia que pendía de un borde, definitivamente caería por el precipicio.
—Bella… — susurró de forma baja. Nuestras miradas clavadas en la del otro.
Los dos intercambios un par de jadeos más.
—¿Di…dime, ángel…? —era vergonzoso. Casi humillante que no pudiese controlarme a mí misma frente a él ¿Acaso era una adolescente? La verdad era que no sabía cómo es que mi cordura y la falta de ella estaban en las manos de la misma persona.
—¡¿Bella, estás por aquí?! —escuché la voz de Emmett en la puerta del cuarto.
Me levanté de un tirón que sobresaltó un poco a Edward, luego escuché claramente como se entreabría el espacio de acceso a la habitación.
—¿Se puede? —preguntó él con timidez.
—Pasa. —…casi estaba por besar a tu hermano, pero puedes entrar con confianza. Pensé con un poco de sarcasmo. —¿Se te ofrece algo?
Emmett lucía su excelente cuerpo en una franela color beige cuello en v que llevaba junto a un pantalón deportivo azul y unos tenis Lacoste. Para que luego la gente diga que no se puede comprar el estilo.
Se acercó a Edward y le tocó el hombro.
—¿Cómo te fue hoy, campeón?
Subí una ceja intrigada. ¿Evadía mi pregunta o a mí?
—Bien. —respondió tras un momento.
Me emocionó ver que contestaba cuando se le preguntaba algo. Pero más impacto me causó ver la cara estupefacta de Emmett, él sabía de los adelantos de su hermano, pero no parecía estar listo para que le respondiese a alguna de sus preguntas.
—Creo que mejor los dejo solos. —dije antes de darme la vuelta para retirarme y darles un poco de privacidad.
—¡No te vayas! —me dijo él. Se levantó pero le costó un poco apartar la mirada de Edward. Aún así le dio tiempo de tomarme del brazo.
—Pueden tener un momento a solas mientras voy a conseguirle algo caliente. - dije señalando en dirección a su hermano, quién no dejaba de mirarlo pero ya no de tan buena manera como antes.
Miré donde estaba agarrándome y Emmett pareció comprender que estaba invadiendo mi espacio personal. Me pregunté por qué parecía sumamente tenso esta mañana, como si quisiera decir algo pero no encontrara las palabras exactas.
—Isabella, quédate. O mejor deja y te acompaño ¿vale? —asentí. Se acercó a mi espalda pero esta vez manteniendo un espacio prudente. Indicó con su mano al exterior de la habitación. —Te sigo.
Edward se puso en pie de la cómoda y caminó hacia mí. No pude evitar sonreír un poco.
—¿Te nos unirás, ángel?
—Sí. —dijo esta vez sin titubeos pero sin agregar nada más.
—Es impresionante… —dijo Emmett —Haz hecho maravillas por él. Verlo tan recuperado en tan poco tiempo es… —sus ojos se clavaron en mí con un algo que no sabía cómo manejar ¿Devoción?, ¿Agradecimiento?.
Preferí desviar mi atención hacia otros lados menos escabrosos, así que los tres salimos de la habitación con rumbo a la cocina.
El trayecto silencioso hasta la estancia era tenso, incómodo y repleto de esas emociones que te dan ganas de decir “Bien. Nos vemos mañana, caballeros. Buenas noches”. Lástima que yo no tenía esa opción de escape.
Ambos hermanos tomaron asiento en la barra de mármol que formaba uno de los topes de la cocina. Emmett ayudando a Edward en su puesto. Era lindo verlos así, cooperando entre ellos. Era claro que ambos necesitaban de esa camaradería que solo dos hermanos pueden tener. En ese momento deseé que nada pudiese evitar eso, pero luego pensé ¿Qué podría hacerlo?
Coloqué la tetera de acero inoxidable en la estufa y me fui a uno de los anaqueles para conseguir algunas galletas de…Sí, ahí estaban unas galletitas de canela que me fascinaban. Coloqué un paquete entero en un plato y se los acerqué a los chicos.
Le di una a Edward en su mano y luego tomé una para mí.
—¿Te gusta? —le pregunté.
—Sí. Están… —él buscaba una palabra.
—¿Buenas? —le completé.
—Sí. Buenas. Están buenas. —a lo que volví mi vista a hacia Emmett este me miraba fijamente.
Me incomodó un poco.
—No me mires así.
Le dije tras un momento.
—¿Por qué?
—Porque me incomoda. No es educado quedársele viendo así a la gente. Los haces sentir cohibidos. —sentí el flujo de sangre apoderándose de mis mejillas.
—Lo siento es que me impresiona lo que has hecho por él. —su mirada se tornó sensual. —Además, pienso que te ves adorable cuando te sonrojas.
Escuché una respiración áspera de Edward. Oh no. No de nuevo. Terminé de comerme la galletita en un solo bocado antes de que ocurriese algo que me causara una posible muerte por asfixia.
—¿Por qué no salimos? —preguntó de manera casual. —La vez pasada la pasamos muy bien, creo. Quizás un día en que no tengas que trabajar con Edward…
—No. —una tajante negativa salió de mi ángel sin titubeo alguno.
Ambos lo miramos consternados. Luego Emmett rió con ternura. Por su expresión parecía pensar que su hermano no comprendía lo que él estaba diciendo. El pecho se me encogió dos tallas al darme cuenta de cuán bien lo había entendido.
Oh dios…
—Campeón ¿No, qué? No te la voy a quitar. Solo saldremos y ni cuenta te vas a dar de…
—No. No. No. —decía Edward chirriando los dientes.
—¿No qué, Edward? —dijo su hermano empezando a exasperarse. —Solo quiero salir con Isabella. Ella va a volver, no te va a dejar solo ¿No te parece bien que ella y yo salgamos un rato?
—¡No! —espetó increíblemente molesto.
—¿Por qué? —lo increpó de nuevo.
—¡Mía! ¡Bella…es mía! —¿Qué demonios? Me quedé sin palabras solo por un instante. La determinación de Edward era impresionante y su posesividad también.
—Emmett, lo estás alterando. —le dije temerosa de cualquier reacción que cualquiera de los dos pudiesen tomar de ahí en adelante. —Cambiemos de tema.
—No. —él me interrumpió con repentino interés. —Edward ¿Quieres a Bella? ¿Te gusta? ¿Es por eso que pareces tan molesto?
—Emmett, no seas absurdo... —levantó una mano para hacerme callar.
—Esto quiero saberlo, Isabella. Quiero entender lo que le pasa —clavó su mirada en mí de manera especulativa —. Y con un poco de suerte a ti también.
Tragué grueso para tranquilizarme. Debía hacer lo correcto pero de manera inteligente.
—Mira, lo que necesites saber puedes preguntármelo directamente. No necesitas hacer el intento de analizar las reacciones o sentimientos de tu hermano por mí para obtener una respuesta. —él intentó replicarme pero no se lo permití. Ya había hablado más que suficiente. —¿Quieres saber si saldremos otra vez? Pues la verdad es que no. —él se estremeció y lamenté ser tan cruda, pero debía ser realista. —Eres súper atractivo, inteligente y divertido. Eres el paquete completo, el problema es que yo no quiero más que una amistad contigo. Agradezco tus atenciones, pero no estoy interesada en tener una relación de la manera en que tú pretendes. Te agradezco por cómo has sido conmigo hasta ahora, pero necesito enfocarme en tu hermano y no tengo tiempo para nada más por ahora.
En ese momento temí haber dicho demasiado, y la cara de Emmett me indicó lo lejos que había ido. Dejé colar lo que pasando. ¡Mierda! Merecía que me cortaran la lengua. Emmett me miró con los ojos entrecerrados.
—¿Tú…sientes algo por él? —dijo en tono incrédulo señalando en dirección a Edward.
En ese momento la tetera pitó anunciando que el agua hervía así que me fui hacia la estufa. Dándole la espalda, respondí:
—No tienes derecho a inmiscuirte en mi vida personal. Así que me niego a responderte esa pregunta.
—¿Y a , señorita Swan? —dijo el señor Carlisle que había escogido justamente ese día para llegar temprano a casa. —¿A mí no va a decirme que es lo que siente realmente por mi hijo?

Esto debía de ser el infierno en la tierra. Tenía que serlo.

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AL FIN VOLVEMOS A LEERNOS CHIC@S!!! Todo un mes sin publicar, pero no crean que estaba de viaje ni nada.Estuve de vacaciones solo del mundo bloguero, en fin…me alegra regresar y tenerpara ustedes un capítulo más de esta historia…ojalá que les guste...y como siempre les digo…Sus comentarios me ayudan a encauzar la historia así que no se guarden sus opiniones.
Besos…