miércoles, 27 de julio de 2011

Corazón de Cristal - Octavo Capítulo:




<<¿Entonces, así era que se sentían los que estaban frente a un jurado esperando su ejecución?>>.
¿Me encontraba terrada? ¡No! En realidad estaba muertísima de miedo ante un Emmett y un Carlisle que me lanzaban miradas inquisidoras. Nos habíamos trasladado al estudio de la casa para tener mayor privacidad sobre lo que íbamos a hablar. Mejor dicho, lo que yo iba a confesar.
Mi corazón no parecía responder bien, y ni se diga de mis pulmones. Porque definitivamente algo malo debía de estar ocurriendo con ellos cuando me sentía ahogada pese a estar tomando todo el aire necesario para armarme de valor. Y como si fuese poco, mis nervios me delataban al no poder parar de retorcer los dedos de las manos al mismo tiempo que trataba de encontrar las palabras adecuadas para hacerles comprender lo que sentía.
—Señorita Swan, estoy muy interesado en saber lo que tiene por contarnos, pero me gustaría que no nos tomara el día entero. —dijo el señor Cullen con cierto sarcasmo en la voz mientras se acomodaba en su silla ejecutiva. Indicó con un gesto de la mano para que prosiguiera. Realmente este hombre me tentaba a sacar mi lado más descortés en cuestión de segundos. Sin embargo, y dadas las condiciones, hice un esfuerzo hercúleo en no demostrarle lo mucho que me desagradaba justo en allí.
Me giré para ver a Edward que estaba sentado a mí lago y jugaba con unos bolígrafos y plumas que su padre tenía encajados en una hermosa base de ónix con apliques de lo que parecía ser oro. Su inocencia lo hacía ajeno a la situación que se desarrollaba a su alrededor; aunque prestando la suficiente atención; podía notar que sus juegos no parecían del todo relajados. Con sus manos movía repetitivamente, casi de manera errática; los artículos contra la mesa. Quizás Edward parecía comprender mucho mejor la situación de lo que cualquiera que estuviese en la sala pensara.
—Si no sabe por dónde empezar, podría decir simplemente el tipo de afecto que dice tener por mi hijo. Ese sería un buen punto de partida. —replicó Carlisle impertérrito.
Me armé de valor y encaré la situación lo mejor que pude. Que paspara lo que tuviese que pasar de aquí en adelante.
—Señor Cullen y Emmett, —el último lo dije con cierto resentimiento sin poder evitar una mirada de reproche dirigida a él. No podía dejar de pensar que estaba en un aprieto por su culpa. —Yo…si quiero muchísimo a Edward. —este levantó la vista y desde ese momento mis palabras salieron sin ninguna precaución. Fue como una clase de declaración. Muy diferente a lo que me hubiese gustado; pero una declaración al fin. —Primero era solo mi paciente. Sin embargo, desde el mismo momento en que lo vi, no pude evitar sentir una gran empatía con él. Es una persona excepcional que poco a poco va abriéndose al mundo y me siento más que orgullosa al ser yo, quién le está trayendo de vuelta. —los ojos azul grisáceos brillaban extrañamente infundiéndome ánimos para seguir hablando. Le hice frente a los dos hombres interesados y erguí mis hombros en símbolo de mi fortaleza. —Sé que me pueden tildar de cualquier cosa negativa que se les pueda ocurrir, y no los culpo; pero les juro que mis sentimientos por Edward son totalmente honestos. Comprendo que las condiciones en las que estamos son las menos indicadas para decirle que su hijo me gusta y mucho. Pero no pienso negar eso. —Sí, definitivamente Edward me había dado más valor del que pude imaginar.
—¿Entiende usted lo negativo que podría verse esto para su profesión? ¿Comprende que podría acusarla de querer aprovecharse de la vulnerabilidad implícita del autismo de mi hijo, para quedarse con el dinero que le corresponde por derecho? — Carlisle estaba arremetiendo contra mí como si estuviésemos en un juicio, y yo estaba intentando controlarme para no decir cualquier barbaridad que pudiese agravar la ya de por sí gravísima situación. —¿Entiende, Señorita Swan, que me ha dado justo ahora una buena razón para despedirla y alejarla de él permanentemente? Porque puede decir lo que quiera, Isabella. E incluso puede que sus sentimientos sean sinceros; pero no fue para eso que se le contrató. Así que esto aquí y en cualquier lugar del mundo se conoce como conducta impropia profesional. Y eso es material punible. —me estremecí al pensar en esa demasiado posible opción.
Emmett permanecía callado e impasible detrás de su padre, quizás pensaba lo mismo que él pero yo iba a aprovechar para aclarar las dudas de ambos de una misma vez. Pero justo cuando pensaba hacerlo, irrumpió la señora Esme en la habitación.
—¿Qué está pasando aquí? ¿Por qué están todos reunidos en privado? ¿Y esas caras? ¿Ha pasado algo? ¿Edward, estás bien? —se acercó hasta su hijo menor, pensando equivocadamente que nos hallábamos reunidos en el estudio debido a algo malo con él.
—Sí. —me adelanté a responder. —Pasa algo, señora Cullen. Pero nada que con Edward, que se encuentra bien como lo puede ver. Sin embargo, —casi no salen las palabras de mi boca. —tanto su hijo como su esposo quieren saber la clase de sentimientos que tengo por Edward. —dije mientras trataba de reunir en mí cada ápice de valor y señalaba a cada uno con la mano. —Les decía que yo sentía algo más que una simple relación de paciente–enfermera y que comprendo si  ahora cambian el concepto que tienen de mí, pero no por ello pienso negar lo que acabo de admitir. Me parece ideal, que usted esté aquí; así se enteran todos de una vez: Quiero a Edward, y más allá de lo que puedan creer, yo no necesito su dinero... —remarqué delante de Carlisle. —Lo necesitarán sus hijos, pero yo no. Tengo mi trabajo, y si salgo de acá sin uno entonces conseguiré otro. No soy de las que se sientan a esperar que alguien le resuelva la vida. Muy a pesar de lo que puedan estar pensando justo ahora. —dirigí una fría mirada al padre de Edward y continué defendiéndome. —Conseguí graduarme y sostenerme sin mayores problemas cuando murieron mis padres. Tengo una casa propia en el pueblo, y me basto  sola para conseguir los recursos para vivir dignamente. ¿Quiere despedirme y demandarme? Hágalo, está en su derecho. Pero sepa usted, que le faltarán argumentos para demostrar mi falta de profesionalismo puesto que el estado actual de su hijo es mi mejor defensa. Y más allá de mi admisión sentimental, no tiene ningún fundamento en mi contra. ¿Quiere alejarlo de mí? Pues hágalo, ese también es su derecho como padre preocupado, pero me gustará saber a quién encontrará para suplantarme y que su hijo consiga lograr una relación la mitad de estrecha que tenemos Edward y yo. —alegué con no poca convicción.
Muy contrario a lo que demostraba, me sentía sumamente vulnerable. Como si una simple palabra pudiese quebrarme en mil pedazos que serían imposibles de pegar de nuevo. Si me alejaban de Edward no sabría qué hacer. Él; sin quererlo; se había convertido en mi sino. Me levantaba en las mañanas con una fuerte motivación y todo gracias a Edward. No sabía que iba a hacer si me decían que no podría verlo nuevamente.
—¿Pretende conmoverme, señorita Swan? Porque le informo que he escuchado mejores y más inspiradoras defensas en los juzgados. —dijo Carlisle manteniendo una frialdad perfecta.
—¿Y usted cree que esto es una audición para una película, Señor Cullen?  —dije imitando su talante —No soy una actriz, sino una enfermera. Y aunque al lado de un abogado de su renombre no pueda parecer nada, para mí es algo sumamente importante. Pues me ha unido a su hijo y a decenas de niños y jóvenes en diferentes lugares. No espero que me crea ni tampoco que cambie su forma de ser; pero algo si le digo, señor Carlisle. Tome la decisión que tome, prometo que la acataré; pero quede bajo su responsabilidad y conciencia si Edward tiene alguna recaída tras sus acciones. Y no dudaré en ir ante cualquier instancia que me permita exponer lo que logró con ellas.
—¿Es eso una amenaza, señorita Isabella? —me interrumpió.
—No, señor. Es el planteamiento claro a una situación hipotéticamente posible.
La señora Esme se acercó por detrás y se colocó al lado de su esposo con una serie de conflictos emocionales plasmados en su mirada. Se cruzó de brazos y me interrogó también.
—¿Has sido completamente honesta, Bella? —Asentí —¿Serías capaz de firmarnos un acuerdo en donde renunciaras a cualquier beneficio que le corresponda a Edward en un futuro?
En ese instante mi ángel levantó su mano para tomar la mía con unafuerza tan contraria a la tristeza que mostraba su mirada. El hecho hizo el ambiente más pesado, eso era posible. Sentí el peso de varios pares de ojos posados sobre nuestras manos entrelazadas me negué a rechazar el toque.
—Así es, señora Cullen.
—¿Qué te parecería firmarlo ahora? —habló Emmett por primera vez sin retirar la vista de mi unión con Edward.
Lo miré con frialdad. No sabía si su actitud de idiota arrogante se debía a unos celos injustificados; porque apenas nos habíamos conocido hacía un par de días atrás; o si solo le encantaba sentirse en una posición de poder. 
—¿Dónde firmo? —quizá mi actitud se estaba tornando demasiado retadora, pero si me estaban acusando de cazafortunas, tampoco podía responder con flores y corazones.
El dueño y señor de la casa se irguió en su sitio y siguió mirándome fríamente. Antes de girarse en uno de los múltiples cajones que tenía aquel ridículamente grande escritorio que tenía en la estancia. Sacó una carpeta con un grueso fajo de papeles y rebuscó entre ellos un pequeño grupo. Luego tendió hacia mí las hojas con una mirada que me recordó a la de un felino a punto de atacar.
—Le explico, señorita Swan. Este es una especie de acuerdo prenupcial. Y le digo especie porque no se limita al hecho de contraer matrimonio, sino a cualquier relación sentimental que pudiera mantener con mi hijo en una situación hipotéticamente posible; como que él se encontrara en condiciones para ello. En este le renuncia a cualquier beneficio que pudiese recibir por estar unida a Edward. Incluso aunque se encontrase en una pésima situación financiera. —unió sus manos en un gesto que me recordó a Vitto Corleone.
Erguí mi barbilla en un gesto de orgullo frente a semejante ataque. Me sentía sumamente humillada pero no les dejaría ver jamás que habían golpeado mi orgullo. ¿Qué clase de personas podían ser tan hipócritas para prácticamente venerarme como a una santa y de un momento a otro, tratarme como una prostituta arribista?.
Tomé una de las plumas que tenía en la base de ónix y con las que Edward estuvo jugando hasta hace poco. Rompí nuestro agarre y me incliné sobre el gran mueble de roble para rápidamente estampar mi firma en el papel. No sin antes revisarlo estipulado en esto. Cuando decían que en los acuerdos prenupciales solo se protegía a la parte más poderosa; no se andaban con juegos. Al parecer no tendría ni la autoridad de tomar una decisión médica de Edward. Le tendí la pluma a Carlisle que no había pedido con antelación. Si se pensaba con el derecho de pensarme como una cazafortunas, bien podría lidiar con ese hecho, gran snob megalómano condescendiente.
Adoré ver el tinte de desconcierto en el rostro de los que parecía ser un trío de verdugos frente a mí. Solo Esme no hizo el intento de disimularlo.
—Pero puede que él no escoja estar con usted, Isabella. —sugirió la señora Esme, creando un enorme vacío en mi estomago. De igual forma me mantuve firme.
—Todos ustedes han dejado de lado lo más importante de todo. Cuando Edward salga de su estado; porque sé que lo hará; y sea capaz de elegir, quizás solo desee de mí una amistad o nada. Incluso así yo respetaré su decisión. —muy contrario a lo que sentía, mantuve mi tono sereno sin permitirles saber que me estaba quebrando por dentro. Pero no lo haría delante de unas personas que parecían querer justamente eso. —Si no tienen nada más que agregar, me retiraré por un momento a la habitación. Vendré luego a recibir instrucciones de su parte, señor Carlisle.
Me acerquéun poco hacia Edward para susurrarle:
—Ángel, debo subir a mi habitación, te veré en un rato ¿sí?... —y con pesar me alejé de él. No sabía que iba a pasar después de todo esto.
El señor Cullen me instó con un gesto a salir de la sala. Simplemente yo no estaba en condiciones de quedarme a ver lo que los otros dos querían que hiciese. Salí de la estancia sin decir nada más y me dirigí a la habitación que ocupaba en ese lugar, porque definitivamente no era mi cuarto. Nunca lo había sido, y menos que nunca justo ahora.
Al cerrar la puerta y echar el pestillo me tendí en la cama y ahogué mi llanto con la almohada. Tal cual una adolescente despechada. Me sentía perdida y desolada. Además de exponer lo diferentes que éramos en materia económica, ellos también habían logrado que la posibilidad de que Edward no me quisiera en lo absoluto, se me enconara como una espina en el pecho. Sabía que un futuro con él era no menos que incierto, pero hasta hoy no me había puesto a analizar cuán grande era el significado de esa palabra. ¿Qué haría a partir de ese punto?.
Internamente eso lo sabía. Me iría, sin decir ni pedir más nada, asumiendo mi derrota pero con la tranquilidad de haberlo rescatado de ese mundo de aislamiento en el que estaba. Quizá alguien más sería capaz de quererlo, y él querría a esa persona. Inmediatamente sacudí mi cabeza intentando sacar esos pensamientos de mi mente. Pero la posibilidad de que alguna otra pudiese tener a Edward como yo deseaba hacerlo, hacía que me estremeciera de furia. De celos. ¿Cuán irracional era querer a una persona?.  Quería liberarlo de sus cadenas, pero a su vez quería unirlo a mí tanto como me fuese posible.
Unos suaves golpes sonaron en mi puerta. De golpe me senté en la cama y me limpié los rastros de llanto de la cara para luego levantarme y abrir solo un poco la puerta de la alcoba. Y que ironías de la vida…era Carlisle.
—Dígame ¿Para qué me necesita, señor Cullen? —mi tono más rudo de lo que pretendía.
—Quería hablar con usted, señorita Swan. —su habitual cortesía dominaba ahora su tono. Pero no estaba de ánimos para lidiar con su fría flema aristocrática.
—Usted es mi actual jefe. Así que lo escucho.
—No me gustaría que las relaciones se deteriorasen después de lo hablado en mi estudio. No era esa mi intención.
¿Qué no era esa su…? Necesité de unos segundos para rogarle a todas las deidades que conocía por un poco de racionalidad. Al fin y al cabo nadie me creería que Carlisle se había suicidado con un bolígrafo clavado en toda su frente. Así que hice la segunda mejor cosa que pidió mi orgullo herido: Me erguí ante el marco de la habitación con los brazos cruzados. Y entonces…exploté.
—Entonces ¿Cómo quiere que sean la cosas, señor Cullen? ¿Todos felices y contentos después de lo ocurrido allá abajo? ¿Le gustaría que le acusaran de arribista las personas? ¿Esos con los que usted se hubiese esforzado en demostrar día a día su manera de proceder? Lo siento, señor, pero yo no puedo hacer como si no me hubiese importado de lo que se me acusó no tan indirectamente. Porque le aclaro, señor Carlisle, que si bien sé lo que es aquí y en cualquier parte del mundo una conducta profesional impropia, también reconozco cuando se me llama cazafortunas entre líneas supuestamente civilizadas. —cité con abierta hostilidad las que fuesen sus palabras en su estudio hacía apenas un momento. Luego tuve que respirar profundo y sosegarme si no quería que todo terminara aún peor de cómo estaban las cosas ya. —Ahora; si no le molesta; me gustaría ir un momento al baño y luego reanudaré mis labores con Edward, ya que esa es la única razón por la que estoy en esta casa, salvo que usted venga a informarme de mi despido. —nuevamente quise desplomarme en mi interior.
Al menos el hombre tuvo la decencia de parecer avergonzado, o por lo menos incómodo.
—Isabella, nosotros solo queremos cuidar a Edward. Compréndanos, estamos frente a una situación a la cual no sabemos cómo hacerle frente. Y usted básicamente aceptó que esta no es una situación que pueda procesarse con facilidad. Admito que quizá lo expresamos de mala manera; pero nuestro único deseo es protegerlo a él. —la mirada del hombre se volvió atormentada. Y yo no estaba preparada para ese giro en esta historia. —¿Qué haría usted si hubiese sido testigo de cómo a su hijo lo mirasen solo para tenerle lástima o para burlarse de él? Durante todos estos años hemos tenido que aprender a hacernos fuertes y revestirnos de acero para poder cuidar y defender a Edward. Si sirve de algo tanto Esme como yo estamos sumamente avergonzados por la manera en la que manejamos la situación allá abajo. Usted ha dejado en claro sus intenciones al abarcar por completo la recuperación de nuestro hijo, pero aún así, comprenda que es un poco complejo entender que…
—Que alguien pueda gustar de su hijo a pesar de su condición. —completé. —Puedo entenderlo, lamentablemente, pero puedo hacerlo. He visto suficiente en estos años para saber qué un impedimento físico o metal jamás ha representado una barrera para amar a alguien. No fue planeado, créame que peleé contra esto cada día desde que comprendí lo que me estaba pasando. Sé que es difícil de asimilar que un joven que ha pasado casi todo su vida en una especie de mutismo y al que han sobreprotegido hasta los extremos, pueda desarrollarse tanto socialmente que pueda tener incluso una relación sentimental con alguien. Pero para Edward, pienso que es muy probable, señor. Incluso aunque lo que quiera no sea yo en su momento. Porque eso fue para lo que me contrataron, y no me he olvidado de ello. —tragué hondo poniéndome nuevamente en el puesto del padre de mi ángel. —Mire, señor Cullen, no se moleste en pedirme disculpas, sé que esta es una situación difícil de tragar para cualquier padre, pero ya le he dicho que me voy a enfocar en mi trabajo. Si mi palabra no les basta, m temo que…
—No se excuse más. —me cortó él. Al parecer ambos sabíamos jugar muy bien al Interrumpe Al Que Se está Explicando. Su mirada seguía siendo dura pero su tono fue más bien suave cuando se explicó. —Ya veremos cómo se van dando las cosas. Me gustaría que supiera que esta tarde he vuelto temprano de la oficina porque su llamado de atención me hizo comprender la relevancia que tiene mi papel como padre en la recuperación de mi hijo, y la cual he relegado; vergonzosamente; solo en sus manos y en las de mi esposa. Le prometo contribuir en lo que pueda en este proceso de rehabilitación de Edward, aunque confieso que no sé prácticamente nada. Siempre he dejado actuar a sus anchas a los profesionales confiando en que solo ellos eran necesarios.
No lo esperaba. Sinceramente, no lo esperaba en lo absoluto. Sabía que Carlisle podía ser una persona magnánima por testimonios ajenos. Que era educado, bien parecido y muy profesional eso también escuché. Pero nunca; hasta ahora; había esperado verlo en esta fase tan humana y tan vulnerable.
—Me alegra, señor Cullen ¿Debo interpretar esto como que no está aquí para despedirme? —pregunté conteniendo una sonrisa.
Él negó solemnemente. Puede que incluso quisiera reír; si es que no estaba interpretando mal aquella extraña mueca en su boca.
—No, señorita Swan. De hecho, cualquier mujer que tenga los pantalones para enfrentarme y retarme a que la demande defendiendo sus ideas. Aún a sabiendas de que tiene las de perder; tiene mi respeto. —Oh, sí. Era una sonrisa. Y ya entendía por qué Esme tenía tantos años de casada con este hombre que aparentaba ser de hielo.
Le correspondí el gesto. No demasiado, porque tenía las emociones aún frescas de nuestra discusión. Bueno, nunca había presumido ser la más compasiva. Conocía mis limitaciones.
—Gracias, señor Carlisle. No sabe lo mucho que significa esto para mí. No le faltaré a la confianza que me han brindado.
—Nuevamente Isabella, le pido disculpas en mi nombre y el de mi esposa. Hemos hablado y trataremos de ser todo lo comprensivos que podamos con toda esta situación siempre y cuando el bienestar de Edward no se vea comprometido. —allí estaba nuevamente ese talante tan suyo. Dejó colar de una manera no tan sutil el hecho de que yo estaría alrededor siempre y cuando Edward avanzara. No era como si no me lo esperara. —Con el otro tema, ya veremos como…
—Comprendo. —le interrumpí antes de hacer de esto algo más incómodo de por sí. —Pasos pequeños, señor Cullen. Nos tomaremos todo con calma. La preocupación principal es que Edward se recupere lo más pronto posible.
—Bien. —asintió Carlisle. Se notaba a leguas que tenía ganas de irse los más pronto posible, y para ser francos yo tampoco deseaba retenerlo. Insisto, no era la más compasiva. —Debo retirarme, usted puede retomar tranquilamente sus labores con mi hijo.
Exhalé con alivio cuando vi al jefe del clan Cullen alejándose tranquilo por el pasillo; se sentía como haber quitado un gran peso de encima de mis hombros. Quería relajarme aunque todavía quedaban muchas cosas en el aire. Deseé con fuerza que no se me reprobara por lo que sentía por Edward. Sus padres dijeron que se mostrarían abiertos a la posibilidad de algo entre nosotros, sin embargo no estaba segura que llegado el momento; opinaran muy distinto. Y luego estaba su hermano, quién había actuado como un completo resentido. No sabía cómo se iba a sentir a partir de ahora; pero para ser completamente honesta; eso no me quitaba el sueño.


*.*.*.*.*
—Duérmete, ángel. —le susurré a Edward mientras acariciaba su cabello, pero al parecer él tenía un plan completamente distinto al mío.
Estábamos tendidos bajo las sábanas y cobertores, mientras yo esperaba que lograra conciliar el sueño. Cosa que se nos estaba haciendo rutina. Con sus manos tocaba mi cara o jugaba con mis dedos. A su favor debo añadir que no era demasiado firme en mis indicaciones, ya que cada vez que sus dedos rozaban alguna parte de mí era como un trazo de fuego que dejaba a su paso.
En un instante en que acariciaba mis pómulos con suave torpeza se me escapó un suspiro. Podía sonar cursi y ridículo; pero nadie puede negar que el amor nos impulsaba a hacer cosas que a los ojos de los demás pueden resultar necias. Atrapé su mano contra
mi cara y me volví de lado para enfrentarlo.
—Hoy tuve miedo, ángel. Mucho miedo de que me exigieran que me alejase de ti. De forma permanente. —vi el pesar en sus ojos y comprendí que me seguía aunque no dijese nada. Me acurruqué más cerca de su calor y dejé a su mano vagar libre por mi rostro. Me prendé de su mirada, dejando que su brillo me absorbiera.
Nuestras respiraciones eran la música de la tranquila noche, mientras que una extraña pero agradable electricidad se hacía latente entre ambos. De pronto noté que mi vista estaba fija en sus labios y que una parte de mí deseaba salvar los escasos centímetros que había entre nuestras bocas, pero no. No era correcto. Aún era muy pronto…
Al menos eso pensé yo, pero Edward se acercó lentamente, quizás solo examinándome de cerca, pero mi resistencia estaba llegando al límite. Llegados a un punto, él abrió su boca para respirar y sus comisuras rozaron levemente las mías haciendo que un fuego se encendiera en mí, el cual me impelía a reclamar más.
Luché contra mis ganas, pero allí seguía su tembloroso roce sumado a su respiración agitadamente tentadora, y yo humanamente débil sucumbí a la tentación de probar el gusto de los labios de un ángel.
<<¡Oh…cuan dulce era!>>. 


*****
Gracias por esperarme!!!! Bien, chicas. Todas estas semanas han pasado de manera rápida, disculpen no haber publicado antes. Prometo crearles un buzón de quejas para eso…jajaja.
En fin, este capítulo no es lo que yo quería hacer, pero consideré que debía darle preponderancia al tema de la discusión, no todos los días la gente se enamora de personas autistas y se los confiesa a sus padres…Y con respecto al beso…NO ME MATEEEEEEEEN, pero es que no me pude aguantar. Para la próxima actualización sabrán que más se sintió con aquel beso.
Quiero dedicar este capítulo a alguien a quien desconozco su nombre pero que sé que ha sido vejado por su misma familia por su condición de autista. Me gustaría que todos nos uniésemos en una misma campaña para repudiar cosas de esta clase. Espero saber más sobre él…Muy pronto.