martes, 30 de agosto de 2011

Sin Alternativas - Capítulo Décimosegundo:





“REGRESOS INESPERADOS, SITUACIONES INDESEADAS”

  Paul POV:

Los amigos de Rachel habían partido muy temprano por la mañana con rumbo a Washington y como habían venido en auto, las chicas se vieron forzadas a despedirse con prontitud desde la puerta de mi casa.

Por mi parte, estaba bastante satisfecho de cómo habían salido las cosas durante ese fin de semana. Le demostré a Rach que era capaz de adaptarme a sus amistades “convencionales” y que además era capaz de aceptarlos; aunque cabe destacar para el conocimiento popular que tanto Gabrielle como Taylor eran personas agradables y fáciles de llevar. La primera me cayó de maravillas cuando le contaba a mi novia como había mandado al bastardo de su ex novio a la mismísima mierda por no haberla superado. Y el segundo era un chico normal, así que no tenía ninguna queja de él. Aunque si mi novia lo reverenciara un poco menos me caería mejor, pero nada es perfecto en este mundo…

En fin. Tras la partida de su mejor amiga, Rachel estaba claramente deprimida; y era de esperarse luego de verla llorar junto a Gabrii a la hora de la despedida. Para Taylor y para mi fue uno de esos momentos en los que la testosterona te pide salir huyendo lo más rápido que te dieran las piernas, pero el “Manual de las Relaciones Amorosas Serias” te lo prohíbe terminantemente…si es que existe esa mierda.

Cuando por fin estuvimos tumbados de lado en mi cama, con el cobertor encima de nosotros; no por mí, sino por ella; la tenía abrazada contra mi pecho y con una de mis piernas sobre las de ellas, y durante lo que pareció demasiado tiempo, Rachel no habló ni se movió. Ni siquiera para quejarse del peso de mi cuerpo sobre el suyo. Ni de nada.

-      ¿Tan triste estás, princesa? – dije cuando no soporté más el incómodo silencio.
-      Algo. – susurró.
-      ¿Algo? Rachel Marie, no has hablado en aproximadamente una hora y media, no has dormido, y ni siquiera has hecho el intento de buscar algo para comer a pesar de que son más de la nueve de la mañana. Comprenderás que no me trague tu Algo – Triste estado de ánimo.

Y aunque hablé todo el tiempo en un susurro prácticamente, mi tono fue firme. En ese instante me sentía algo decepcionado puesto que consideraba que ella debía tenerme la suficiente confianza como para decirme como se sentía. No es como si yo fuese a burlarme de ella y llamarle Reina de los Kleenex o algo por el estilo.

Solo le pedía sinceridad.

Hizo el amago de levantarse pero no la dejé haciendo que quedase más apretada contra mi cuerpo.

-      ¿A dónde vas?
-      A prepararte de desayunar.

Entrecerré los ojos.

-      No seas ridícula, Rachel. No te estoy diciendo eso para que me cocines, sé valerme muy bien por mí mismo. – le reñí.

Ella no se movió ni dijo nada tanto para rebatirme o asentir, lo que causó que me chirriaran los dientes de frustración.

Aflojé la presa de mis brazos.

-      Mírame. – le exigí por lo bajo.

Ella se giró completamente y volví a abrazarla.

-      Si quieres llorar, hazlo. Si quieres maldecir, hazlo. Nada de eso me importa, pero lo que si me molesta es que no me tengas la confianza como para abrirte conmigo. No pienso juzgarte pero tampoco me gusta que te aísles de mí, como si yo no fuese lo suficientemente maduro para escuchar como te sientes o como para buscar una solución a situaciones que te ponen en este estado. – no era mi intención ser tan duro con ella, pero debía hacerle entender  mi punto de vista.

Levantó su mano y acarició mi mejilla con suma delicadeza al mismo tiempo que sus ojos negros se humedecían con un brillo de gratitud.

-      ¿Qué habré hecho yo en la vida para merecerte? – besó suavemente mis comisuras y se dejó caer en la almohada – No recuerdo haber sido tan buena como para que los ancestros me hayan premiado con alguien como tú.

Por un momento me provocó responderle con un “Soy yo el verdadero afortunado o me sobreestimas” pero decidí que en ese momento era mejor hacerla reír, así que le dirigí una sonrisa socarrona y me encogí de hombros mientras bromeaba.

-      Lo que hiciste fue aparecer  aquella noche de luna llena en vez de mi vecina. ¿Sabes? Ahora que lo pienso, me perturba lo cerca que estuvo ella de arrebatarte a este galán si se hubiese aparecido en la playa cinco minutos antes que tú.

Entrecerró sus ojos para dedicarme una mirada diabólica y yo me desternillé de risa.

-      Vuelve a decir una cosa así y quemaré las casas más cercanas a las tuyas. – agregó y luego sonrió abiertamente.

Acerqué su rostro al mío para besar sus labios de manera dulce y lenta, poseyendo y siendo poseído por ella cuando nuestras lenguas se entrelazaban. La cogí por la cintura para colocarla encima de mí con presteza.

Levanté su cara por el mentón con suma suavidad y colmé su cuello de besos lentos y tortuosos mientras que introducía mi mano entre su sweater, y bendita sea, ella se levantó para despojarse de sus estorbosas prendas incluyendo sus pantalones y bragas. Luego le permití desnudarme a su antojo.

Estando libres de obstáculos volvió a treparse sobre mí para volver a besarnos durante unos momentos más. Descendió de a poco marcando un húmedo camino de besos y lamidas a lo largo de mi tronco.

Gruñí al notar sus intenciones.

Tomó mi erección hábilmente y la acarició como solo ella sabía hacer para caldear mis ánimos antes de tomarme entre sus carnosos labios. Me arqueé al momento en que su cálida y húmeda cavidad me dio la bienvenida. Con presteza se deslizaba hacia delante y hacia atrás, sorbía con fuerza a mi ya congestionada punta e incluso lamía toda la extensión de mi miembro por la parte posterior de este.

Luego volvía a recomenzar su exquisito itinerario de caricias.

-      Para, Rachel. Por todo lo que es sagrado… - pero en cambio chupó con fuerza – ¡Mierda!…- adiós señora Cordura…

Y ¡hola, señor Orgasmo!

Me vine en su boca inevitablemente. Y mientras yo parecía un semental fuera de control encorvándome y gruñendo a mi antojo, a ella se le veía muy cómoda y segura en lo que hacía. Tragando toda mi simiente a la vez que sorbía con fuerza de nuevo para regalarme un exquisita réplica de éxtasis que segundos antes había experimentado.

Cuando los picos del placer remitieron, noté que tenía agarrado el pobre cabecero de la cama y haciéndolo crujir como si estuviese implorando que no lo partiese. Entonces Rachel levantó la cabeza para dirigirme una sonrisa que parecía decir Solo – Yo – Sé – Hacerte – Esto.

La tomé del cabello con fuerza y la besé esta vez sin delicadezas.

-      Si no hubieses pasado los últimos días conmigo, te preguntaría el lugar y la persona con la cual habías aprendido a hacer eso, para luego dedicarme a castrar hombres a diestra y siniestra. – volví a reclamar su boca, sin molestarme en ningún momento por estar saboreándome en ella. De hecho, mi cavernícola interno se regocijó bastante con aquella muestra de posesividad.
-      Te amo… - graznó sobre mis labios. – Gracias por entenderme.
-      Te amo…- le imité – Gracias por aceptarme como soy.

Con un gesto mortalmente seductor se irguió para colocarse sobre mi pene Súper – dispuesto, lo colocó en posición y luego se sentó sobre él, engulléndolo en su interior se un certero tirón. Jadeó delicada y yo gruñí como el animal que al parecer me había vuelto.

Por primitiva costumbre tomé sus caderas y embestí contra ella con fuerza…
Primero se arqueó hacia atrás para recibirme pero luego negó con la cabeza y colocó mis manos a cada lado de mi cabeza.

-      Déjame a mí, cielo. – se empaló conmigo y yo más que dispuesto la dejé hacer.

Con cada embestida Rachel parecía más y más profundo; enguantándome exquisitamente.

No pasó demasiado tiempo cuando su ya irregular respiración se tornó frenética, precediendo a sus contracciones internas que exprimían mi empalmado sexo.  

Ambos nos liberamos al mismo tiempo.

Cuando cayó rendida sobre mi pecho le di la vuelta y la presioné contra el colchón para reemprender las acometidas dentro de su húmedo canal. Rachel echó su cabeza hacia atrás mientras que sus manos se arrastraban apretando mi espalda contra su cuerpo a medida que las iba resbalando. Cuando llegaron a mi trasero clavó sus uñas fuertemente y se arqueó contra mí. Estaba cerca. Muy pero muy cerca.

-      Oh, Paul…por favor…- graznó entrecortada. Le di lo que necesitaba.

Mis arremetidas rayaban en la violencia pero no se quejó. Por el contrario, lanzó un grito mientras las convulsiones del orgasmo la atravesaban de palmo a palmo. La sola visión de ese despliegue erótico fue suficiente para mandarme más allá del abismo del placer.

Gruñí como un animal salvaje mientras vertía incansablemente mi semilla en ella que gustosa la recibía.

Si existía un paraíso que no la involucrase a ella y a esos momentos celestiales de apareamiento…no quería conocerlo. De hecho, cualquier lugar en donde no estuviese Rachel conmigo sería un infierno.

Mi infierno personal.

-      ¡Kwop kilawtley! (quédate conmigo para siempre – lenguaje quilleute)  - le supliqué en un susurro.
Asintió débilmente mientras una sonrisa de satisfacción coronaba su boca. Besó mi hombro con tierna adoración y se abrazó a mi pecho hasta que el cansancio nos ganó a ambos.

******
Después de comer nos tomamos un rato para descansar en el pequeño canapé de la sala. Rachel estaba vestida con una de mis camisetas blancas de manga corta que le llegaba un poco más arriba de la mitad del muslo, haciendo que sus piernas exquisitamente torneadas lucieran más apetitosas. Me encantaba verla con mi ropa puesta después de yacer juntos, pues era como la constatación de a quién le pertenecía, por muy posesivo que sonase.

-      Ya son más de las siete de la noche. – dije mirando el corriente reloj de madera de pino que estaba por encima de nuestras cabezas, guindado en la pared. – Me imagino que la ceremonia de la boda ya habrá terminado y que la fiesta debe estar en su mejor momento. Billy, Sue y Seth deben de estar pasándolo bien. Bueno…al menos Seth si. No comprendo su predilección por esos chupasangres.  

Ella posó su vista en mí con el ceño fruncido por la confusión.

-      ¿Qué boda? Papá no me comentó que iría a ninguna boda.
-      Primero que nada, has pasado todo el fin de semana conmigo, princesa; por lo que tu padre no tendría la oportunidad de habértelo dicho. Y segundo, la boda es la de de Bella con el Cullen. El chupasangre. Ella es…
-      Sé muy bien quién es Bella, Paul. Y si no he malentendido las cosas, los Cullen no los han atacado nunca; así que el comentario despectivo para con Edward está de más…

Sentí el mal humor bulléndome por dentro.

-      ¿Lo estás defendiendo, Rachel?
-      Sí. – dijo levantando la nariz en gesto de desafiante arrogancia. – Sí lo defiendo. Hasta donde sé, todos ellos fueron sus aliados en una batalla campal que cruzaron hace poco.
-      Sí, lo fueron. – acepté de muy mala gana.
-      ¿Entonces? Deberían haber aprendido a convivir de una manera mucho más respetuosa con ellos. Digo, ya todos son…”personas” adultas.
-      Pero ellos son…- me colocó dos dedos en los labios para interrumpirme.
-      Shhhh. Cambiemos de tema ¿sí? Me da la impresión que ninguno va a ceder en sus punto de vista y ahora estoy más interesada en saber como supiste tú que mi padre estaba allá en vez de discutir contigo.

Suspiré resignado y le respondí:

-      Sam me llamó ayer mientras Gabrielle y tú estaban hablando de “San Matthew”… - espeté con abierto desagrado, como lo hacía cada vez que hablaba de ese gusano pomposo. - … y me dijo que la manada estaría muy alerta durante la ceremonia por si acaso algún chup…alguno de ellos o de sus invitados cruzaba los límites de lo establecido por el tratado.  Le expliqué que tenía invitados y él me dijo que si surgía alguna complicación me haría llamar. Así que todo debe ir a pedir de boca por allá en el “Castillo de los Nosferatus”, porque no ha aparecido aún.

Levantó una ceja y me dirigió una mirada del tipo Creo – que – eres – un – idiota y luego se levantó del sofá con rumbo a la cocina.

-      Amor, mejor cállate un ratito. Voy a traer helado para ver si así se te refrescan las neuronas y dejas de hablar tantas tarugadas. – me guiñó un ojo antes de cruzar el umbral de la cocina y luego solo asomó su cabeza para añadir – Y antes de que me lo preguntes…sí, creo que eres un idiota justo ahora.

Dicho esto se partió de risa dejándome un poco enfurruñado en el mueble de la sala.

Momentos más tarde, cuando un gran envase de helado de menta con trozos de chocolate había “desaparecido en acción”, sonó el timbre de la puerta. Sin necesidad de abrirla lo supe. Era Sam y había habido problemas.

Rachel iba a abrir pero no la dejé, en su lugar me moví rápidamente a enterarme de la contingencia.

-      Lamento interrumpirte, hermano. Pero vengo a informarte que…Jacob ha vuelto. – escuché que Rach se apresuró a la entrada.
-      ¿Él está bien? ¿En dónde está ahora?

Sam asintió, pero por su actitud podía ver claramente que nos había sido un retorno muy feliz.

-      Está en su casa. – dijo dirigiéndose a ella y luego volvió a mirarme – Se enfrentó a Edward y estuvo muy cerca de que él le respondiese… – Rachel se tapó la boca ahogando un grito de terror –...Jared, Embry y yo logramos sacarlo de ahí antes de que hiciera alguna estupidez, pero pudo haber sido muchísimo peor. Gracias al cielo estaban en una parte de la casa bastante alejada del resto de los invitados cuando surgió el altercado. Aun así los dos hermanos varones lo flanquearon casi de inmediato en el momento en que Jake estaba perdiendo los estribos.
-      ¡Mierda! – espeté mientras me tiraba del cabello con frustración. – Debí haber estado allá con ustedes. Perdóname, hermano.

Él negó con la cabeza y colocó una mano en mi hombro.

-      Tranquilo, no fue necesario. Solo vine a avisarte para que estés al tanto de la situación. Billy está con él en casa. Le dije a Embry y Jared que se fueran a las suyas también. No creo tener mayores problemas esta noche. Hablé con Jacob y le ordené que se quedara allí y descansara; por ese lado no creo que haya mayor problema. – Sam no había terminado de decir eso cuando Rachel ya estaba corriendo por las escaleras hacia la habitación.

Cerré los ojos con frustración.

-      Joder. Ahora se irá de una maldita vez.

Las facciones de mi amigo mostraron repentina vergüenza.

-      No era mi intención arruinarles la noche…
-      No te preocupes. – lo corté. – De todas maneras ella debía regresar esta noche a su casa. Es solo que…yo esperaba poder convencerla de quedarse aquí otro día más.

Sam no disimuló la ironía que estaba implícita en su sonrisa.
-      La imprimación te golpeó fuerte, hermano. – se mofó.
-      Dímelo tú, que cuando Emily chasquea sus dedos tu apareces a su lado como por ensalme batiendo el rabo de felicidad.

Ambos nos reímos. Estiró su puño y lo choqué contra el mío. Se despidió y se fue a su casa no sin antes advertirme que lo informara de cualquier eventualidad que ocurriese. Asentí y luego me dirigí a buscar a Rachel.

Cuando llegué a la habitación se estaba colocando los zapatos deportivos.

-      Deja que me coloque una camiseta y estaré listo apara acompañarte.  – ella parecía no notar mi cara y tono de voz de perro atropellado.
-      ¡No! – dijo de repente. – Jacob no nos puede ver juntos. No ahora, Paul.

Intuí lo que estaba por decirme y el desasosiego me congeló en el sitio.

-      ¿Y por qué no? – pregunté entre dientes indignado.

Se levantó de la cama en cuanto terminó con el calzado y tomó mi rostro entre sus manos.

-      Él no sabe que te imprimaste conmigo y realmente creo que este no es el momento adecuado de decírselo. Sería como restregarle en cara que yo conseguí una relación apenas llegué a la reserva, mientras que él tiene tiempo con el corazón roto. Entiéndeme por favor, cielo.
-      Te entiendo. – dije tras un momento.  – Pero no lo comparto.
-      Paul…
-      Lo siento, Rachel. Pero no me pidas que oculte lo nuestro. Te apoyaré no apareciendo en tu casa mientras él no sepa nada, pero no me pidas más colaboración en esto. Porque no lo haré.  – dije tajante.

Me tomó del antebrazo cuando pensaba salir de la alcoba.

-      Solo será unos días apenas, cielo. – agregó ella suplicante. En el fondo me dolía no complacerla, pero en ese punto no era capaz de ceder.
-      Y durante esos días yo no pisaré tu casa. Hwah-lee, Rachel. (me voy, Rachel)
-      ¿A dónde vas, Paul? – tenía un tono rayano en el llanto.
-      A pensar, a hacer rondas…no sé. Simplemente no me provoca quedarme encerrado aquí ahora mismo.

Me alegraba que hubiese vuelo mi hermano, pero me jodía inmensamente que ese fuese precisamente mi cuñado y que además tuviese que esconderle que tenía una relación con Rachel  en pro de su salud mental. Podían decirme egoísta, sinceramente… me importaría una reverenda mierda.

******
¡Después de tanto tiempo por fin la he actualizado!  Desde hacía mucho que he tenido las ideas en la cabeza dándome vuelas y vueltas para hacer este capítulo. Pero no fue desde hace poco que entendí que quería hacerlo desde el POV de Paul. De hecho, planeo darle más protagonismo en su propia historia ya que Rachel ha sido la que cuenta la historia hasta ahora, y he considerado que de ahora en adelante (sobre todo en este ultimo) es necesario su visión de las cosas. 


En fin…La hija pródiga ha vuelto a su primer fic. Besos, chicas.

Marie Kikis Matthew.









miércoles, 10 de agosto de 2011

EL AFFAIR DE LA MARQUESA - Primer Capítulo:


 
“REMORDIMIENTOS”



Tras tres años de ausencia Edward había vuelto; pero ya no como el joven pobre, hijo del capataz. Sino como un reputado y acaudalado abogado.
Pero sobre todo aquello, volvía como un simple hombre enamorado, deshecho y arrepentido.
- Usted dirá, “Caballero de Acero”. ¿A qué debo vuestra “prestigiosa visita” después de tanto, tanto tiempo? – el sarcasmo brotaba a raudales de la boca de bella; pero sus ojos no podían disfrazar la pena existente en su alma.
Edward se posicionó frente al escritorio en el que estaba sentada. Su mirada y postura eran las de un pobre hombre suplicante.
- Bella, os ruego. No me tratéis de esa manera tan…
- ¿Tan qué, señor Cullen? ¿Tan qué? – enfatizó entre molesta y herida - ¿Qué pretendéis después de tanto tiempo de ausencia? ¡Os fuisteis sin darme tan siquiera una razón! Vuestra actitud me demostró que solo queríais tomar mi castidad; y tonta fui yo al dárosla. – de pronto su mirada cambió a un sombrío entendimiento. Abrió la boca con asombro - ¡Ah! Acabo de entender que es lo que habéis venido buscando. “Una noche de cama”. ¿Acaso no hay buenas amantes en Londres? Realmente lo dudo. Sé incluso, que allá están las mejores cortesanas ¿O es que ninguna es de vuestro gusto? Porque sinceramente no creo que sea un problema financiero, ya que hasta el modesto Salisbury han llegado las noticias sobre su ascenso en sociedad y el crecimiento de vuestras finanzas.
Edward yacía estupefacto de asombro ¿Cómo podía hablarle con tal dureza? ¿Había sustituido su amor por odio durante este tiempo?
No. No podía ser verdad. Se negaba a creer que él hubiese cimentado de una joven inocente, a un monstruo.
Pero frente a él tenía a una mujer herida y él se sabía responsable de esto. No podía ignorar la realidad que había creado sus acciones erróneas. Isabela traslúcidamente le transmitía sus sentimientos de odio, y no era para menos él merecía que ella lo odiase, pero no iba a tirar lo toalla hasta que ella supiera la verdad, bella tendría que saber por qué los había dejado sin mas.
- Sé muy bien que mi manera de actuar no fue la más honorable. Y también sé que todos estos años habéis pensado que no he sido más que un vil bellaco; de cierta manera tenéis razón; pero os imploro que por lo menos me permitáis explicar mi versión de los hechos.
Ella se acomodó en su asiento y le dirigió una mirada fría que le heló hasta los huesos. Le hizo una seña con desdén para que procediera antes de hablar.
- Soy toda oídos, señor Cullen.
Él cerró los ojos por un breve instante mientras que la punzada de dolor dimitía de a poco. Pensaba rigurosamente en como hablarle, como transmitirle todo aquello sin que alguna palabra mal juzgada saliera de su boca.
- Decidme, Edward. Por favor. No soporto estos formalismos fríos. No con vuestra persona.
- Lo siento mucho, señor Cullen, pero yo os trataré con el debido respeto que vuestra profesión demanda. Y os agradecería que hicierais lo mismo conmigo. – agregó ella como si hablase de negocios con un extraño.
Él la miró algo turbado e incrédulo.
- ¿Queréis que… que os llame…Marquesa? – no pudo evitar que su tono fuese dubitativo. Ella solía odiar marcar de esa manera tan tajante la posición social entre ambos.
Quizás el tiempo y el dolor habían matado el amor que alguna vez ella sintió por él…
Isabella asintió. – Al fin y al cabo eso soy ¿no es cierto? La Marquesa de Salisbury” – completó con petulancia.
Edward permaneció estático durante un buen rato. Por fuera ella seguía siendo “su Bella”; pero por dentro…algo había cambiado. Y lo único por lo que él imploraba, era que aun existiera una oportunidad de deshacer el daño infligido.
- Marquesa, yo…
De pronto en la puerta sonaron los impactos de unos nudillos interrumpiendo el curso de las palabras de Edward.
Entonces Carlisle hizo acto de presencia en la sala, no sin antes abismarse al ver a su hijo.
Su primera reacción fue de alegría, pero luego esta fue empañada por una abierta decepción.
- Edward. – dijo en tono serio a modo de saludo. Hizo una leve inclinación de cabeza. Más por mera cortesía que por respeto.
- Padre, yo… - y entonces Carlisle levantó una mano para hacerlo callar sin siquiera volverlo a ver.
- ¿Me mandasteis a buscar, Bella? ¿Algo malo…– rodo los ojos en la dirección en donde se hallaba Edward–..ocurre?
Ella negó con la cabeza.
- Tranquilo, Carlisle. Solo quería hablaros sobre ciertos aspectos en el manejo del palacio, y de pronto llegó vuestro hijo… – apretó el puente de su respingada nariz y cerró los ojos. – Pero sinceramente no estoy de ánimos para esto. Si me disculpáis… - exclamó poniéndose en pie.
Edward permaneció de pie en el mismo sitio en donde se encontraba, dándole vueltas a su elegante sombrero de copa. Pretendía de una forma disimulada drenar la presión que sentía sobre él en ese momento.
Bella se detuvo en el umbral de la puerta pero no se volvió hacia los ocupantes que restaban en el estudio.
- Mandaré a prepararos una habitación, señor Cullen. Espero que al menos permanezca unos días aquí…a favor de vuestra madre que os adora. – y finalmente concluyó. – Buenas tardes, caballeros.
Y así, desapareció de su vista.
Edward se sentó en una de las butacas frente al escritorio, por primera vez desde que había llegado a la casa de la marquesa.
Estaba decepcionado; no solo no había podido disculparse y contar su versión de los hechos, sino que tampoco había podido decirle cuanto la seguía amando y por cuánto tiempo había anhelado verle de nuevo. Quizás de esa manera ella podría perdonarlo.
- Explicadme algo, Edward Anthony. – dijo Carlisle con rabia contenida en su voz; mientras caminaba de lado a lado en la estancia con las manos en la espalda y la mirada ausente. - ¿Cómo se puede ser tan descarado en la vida para deshonrar a una casta doncella y luego dejarla abandonada a su suerte? Si no habéis venido a pedir perdón; entonces no sé qué hacéis aquí.
El joven se sintió ofendido y aún más dolido de lo que ya estaba. Su padre. Su propio padre le dirigía aquellas palabras injustas sin saber a cuantos demonios había tenido que hacer cara en Londres.
Y solo.
Siempre solo.
- Padre, comprendo vuestra molestia…- Edward se puso de pie y lo encaró. Fue aún más duro de lo que creyó posible enfrentar la mirada condenadora del hombre a quién más amaba. - …pero vuestras palabras son injustas…
- ¡¿Injustas?! ¿Injustas, Edward Cullen? ¿Vais a negarme en mi cara que la deshonrasteis? ¡La pobre Isabella estaba muerta en vida! – bramó Carlisle apretando los puños a los costados de su cuerpo.
- ¡Yo la amé! – gritó iracundo. Y aunque luchó con todas su fuerzas, las lágrimas brotaron de sus ojos. Se las limpió de un manotazo; pero estas seguían escapando de las cuencas de sus ojos. - ¡No hice tal barbaridad de la cual me acusáis, padre! Y me vais a disculpar, pero si alguien no sabe lo que es sentirse muerto en vida es usted. Porque así estuve yo todos estos años.
Dejó de verlo y se desplomó de nuevo en la butaca.
- Sé muy bien que no fui la hembra que ustedes tanto quisieron; por lo que entiendo el cariño que le profesáis a Bella, pero nadie; ni siquiera ella; sabe lo que pasó. Aún así os tranquilizo. Sí, he venido a disculparme pero no por deshonrarla, sino por dejarla, por pensar ilusamente que tendría un mejor futuro junto a otro. – entonces guardó silencio y bajó la mirada al suelo. – Pensé que si alguien sabía lo que era renunciar a todo por amor era usted, padre. Pero al parecer me he equivocado.
Escuchó los pasos de Carlisle aproximándose a él y sintió su mano en el hombro. – Hijo, yo…- obviamente estaba avergonzado o conmovido. Quizá ambos. Pero Edward no estaba de ánimos para conceder perdones, esos tiempos ya habían pasado. Ahora era el momento para recuperar lo que en algún momento fue de él.
Se levantó de su asiento al mismo tiempo que rechazaba su tacto.
- Ya no importa nada, padre. Solo vine por Isabella, lo hecho…hecho está. No espero ninguna disculpa de vuestra parte, ni siquiera una palabra de aliento. Eso me hubiese gustado hace tres años atrás mientras estuve en Londres. En ese entonces sí que necesité de ellas pero nunca las recibí puesto que habíais sacado vuestras propias conjeturas. Gracias a Dios mi madre continuó en contacto conmigo. Ahora si me disculpa…voy a verla. Con su permiso.
Dicho esto se retiró del despacho.
********
Bella se encerró en su habitación, y tendiéndose en su cama, se echó a llorar amargamente.
Como hacía justamente tres años que no lo había hecho. Desde el instante en que había descubierto que Edward la había dejado a su suerte y con la posibilidad de la deshonra social al haberse llevado su inocencia.
Dio rienda suelta a su pena con su cara contra la almohada y la empapó de lágrimas. Pasó un largo rato así, hasta que sintió que algo caliente se escurría entre sus muslos.
Corrió al baño y se despojó de las bombachas y medias que ya estaban empapadas.
Era sangre.
Su periodo había venido de golpe y lo peor del caso es que bajaba de manera exorbitante. Isabella se asustó puesto que nunca había pasado por aquello.
Tomó unas gruesas toallas de algodón egipcio y se la colocó entre las piernas. Se dirigió a las puertas de su alcoba y llamó a gritos a su doncella Leah; la cual acudió corriendo a ver lo que ocurría con su ama.
Al encontrase frente a ella se abismó de ver la cantidad de fluídos que manaban de su interior.
Algo malo estaba pasando.
********
Esme estaba en el vivero, regando las plantas que tantos años llevaban en aquel palacio y de las cuales ella disfrutaba cuidar. Sus favoritas eran las rosas blancas. Eran como la materialización de la pureza mezclada con la elegancia que le confería su belleza natural.
Como era de suponerse, ella no podía encargarse de todas la plantas que estaban en dicho espacio debido al tamaño de semejante estancia y a la gran variedad de especies que había allí.
A Lady Reneé le apasionaban dichos seres vivos. Incluso más que su propia hija, la pobre Bella. Hubiese sido la mejor de las madres de haberse tomado al menos la mitad del tiempo que le dedicaba a la colección de ejemplares exóticos o comunes, pero ciertamente todos hermosos.
Por eso…estar en aquella estancia recubierta de roble y vidrios tenía un sabor agridulce. Aquella mujer nunca valoró lo que tuvo. Lo que ella hubiese querido tener alguna vez.
Una hija…
Ella adoraba a su Edward, pero siempre soñó con tener una hembra al igual que su esposo. Durante años había experimentado un sentimiento de culpa al sentirse de esa manera. Pero cuando nació Isabella ella entendió que debía estar más que feliz con su único hijo, pues el destino le había dado una hija a la cual criar y amar para tapar el déficit de cariño que tenía la madre natural para con la niña.
Dios. Ahora la ausencia de Edward la mataba; quizá este era su castigo por no haber valorado al principio lo que Dios le había dado. Reprimió las ganas de darle rienda suelta a sus lágrimas.
- ¿Madre? – sonó el susurro de la voz de Edward a sus espaldas, se espabilo tratando de recuperar la postura y sintiendo una presión inmensa de alegría en su pecho.
Se giró de inmediato y se echó en los brazos de su hijo. Lo había extrañado demasiado, y además sabía que él había pasado por muchas situaciones difíciles, aunque desconocía cuales habían sido. Por mucho que intentó persuadirlo por medio de las cartas que le enviaba, él jamás dio su brazo a torcer manteniendo su silencio.
Las lágrimas que antes pudo controlar, se volvieron insostenibles en aquel momento.
- No lloréis, madre. No tenéis porqué hacerlo. Yo estoy muy bien. – ella percibió la falsedad de la última frase, pero era notable que quería tranquilizarla. – He cumplido con todo lo que vosotros habéis querido de mí.
Ella se secó las lágrimas con el fino pañuelo de bordados sobrios que Edward había tendido frente a ella.
- No, cariño. No habéis cumplido con lo que más hemos deseado para vos…que seáis feliz. Nosotros no queríamos para vos una gran fortuna si esta venía con desdicha, solo pretendíamos que tuvieses un mejor futuro que el que vuestro padre y yo hemos tenido. Más me temo que erramos en la manera en que procedimos, no sois feliz y eso me consume cada día.
Él le dirigió una sonrisa carente de alegría pero repleta de esperanza.
- No os disculpéis, madre. Estoy en deuda con vosotros por todo lo que hicieron por mí, las desdichas que he podido pasar han hecho de mí un hombre más fuerte lo cual me ha ayudado enormemente en mi carrera. Me dio una nueva y real perspectiva sobre como debo proceder en ciertas situaciones. Y con respecto a mi felicidad, puedo deciros que vine por ella. Vosotros sois muy importante para mí, pero para estar completo necesito a Isabella. He regresado para recuperarla.
Un nuevo sentimiento de culpa se apoderó de Esme en cuanto Edward pronunció aquellas palabras.
- Nunca debí haberos dicho lo que os dije aquella mañana. Quizás…- parpadeó numerosas veces tratando de sostener el llanto, pero volvió a perder – Quizás ahora fuésemos felices. No creo soportar esta situación durante más tiempo…
Edward se aproximó a Esme de nuevo y le estrechó entre sus ahora muy fornidos brazos. No porque antes fuese precisamente un debilucho, sino que ahora sus brazos se habían transformado en unas prensas fuertes, más no estrambóticas.
Esme sintió cuando su hijo olisqueó su cabello y luego suspiró.
- Os confesaré algo, madre. Cada vez que percibo vuestro aroma me siento en casa; me siento a salvo. Ese sutil perfume vuestro de rosas y caramelo me trasporta a casa. Me parece una eternidad desde que no disfrutaba de esa sensación tan cálida. – su voz ronca transmitía nostalgia.
Y eso fue lo que le dio la fuerza suficiente para pronunciar el voto que siguió a continuación:
- Aún si Isabella no os perdona, yo no volveré a dejaros solo, hijo mío. – su mano acunó su rostro que de pronto se mostró sorprendido.
Ya iba siendo hora de que resarciera sus errores de madre. Aunque eso significara apartarse de alguien a quien amaba como si fuese su propia hija.
¿Lo acompañaría? ¿Su madre le estaba diciendo que estaba dispuesta a separarse de Bella por él? Debía de haber escuchado mal. Pero deseaba por todo lo sagrado que lo que había oído fuese correcto.
Las facciones hermosas de Esme; lo había concebido bastante joven por lo cual aunque ahora fuese una mujer madura, seguía viéndose lozana; fueron transformadas en muecas de remordimiento y tristeza. E incluso un poco de vergüenza.
- Claro. Solo si vos lo deseáis así. No voy a imponeros que presentéis ante la sociedad de Londres a una simple ama de llaves como vuestra madre.
El pecho se le encogió. Las lágrimas le escocieron en las cuencas de los ojos.
Tomó el mentón de ella con tanta ternura… como si fuese cristal delicado y costoso; levantó su rostro hacia él y habló.
- Soy yo quien no soy digno de llamaros madre. – Ella abrió la boca para replicar pero él no la dejó colocándole el dedo índice en sus comisuras – Cuando estuve destrozado, solo vos estuvisteis para mí. – se estremeció ante el recuerdo de esa negra época, que se seguía extendiendo hasta aquellos días. – Cuando el recuerdo de Bella me aniquilaba y me ahogaba, tu cariño y compasión fueron mi bote salvavidas. Fuisteis quién me mantuvo con vida.
Le besó la frente sellando su declaración.
- ¿Nunca sabré con certeza lo que os ocurrió en Londres, hijo mío? – le susurró suplicante al oído.
Negó con la cabeza.
- Ya nada de eso importa, madre. Ahora estoy aquí, a salvo y contigo.
Le acarició la espalda de manera tranquilizadora.
- Y si Dios quiere pronto estaréis con Bella.
- Eso espero, mamá. Eso espero.

De pronto escucharon una carrera frenética que precedió la llegada de una muy agitada Leah. Derrapó un poco en frente de ellos.
- ¡Señora Esme! – al darse cuenta de su presencia le dedicó un torpe y rápida reverencia - ¡Señora Esme! – luego volvió a clavar su desesperada vista en su madre.
Esta se dirigió a la doncella con suma preocupación.
- ¿Por qué entráis de esta manera tan alarmista, Leah? ¿Qué ha ocurrido?
- ¡La señorita Isabella…! ¡El ama le necesita urgentemente! – parecía que temía decir algo de lo que le ocurría a su amada en decoro por ser él. Pero Edward carecía de paciencia para lidiar con las reservas de la criada en una situación como aquella.
- ¡Decid de una condenada vez lo que le ocurre a la marquesa! – bramó él.
Amas lo miraron con asombro pero al final Leah se aclaró la garganta y decidió hacer lo que mejor le convenía, que era decirle la verdad.
- Ella está sangrando…no como lo haría normalmente una mujer, sino como si tuviese algo malo…
Eso fue lo último que Edward alcanzó a escuchar antes de echarse a correr con destino a la casa.
Bien, chicas. Me disculparán estos días de circunspección pero creo que los necesitaba. En fin aquí les presento mi nueva historia. Dedicaría este capítulo a quién se lo prometí pero después de leerlo y releerlo considero que ella no está en condiciones de leer situaciones como las que presento aquí debido a lo que ha vivido últimamente…y como le prometí esta historia a ella, no le dedicaré un capítulo a alguien más, hasta que ella no esté en condiciones de conocer una historia en la cual ella me influenció y hasta me inspiró a escribir.
Hasta pronto, mis niñas.