viernes, 23 de septiembre de 2011

Corazón de Cristal - Noveno Capítulo:




“CAMBIOS SIGNIFICATIVOS”

 Mariposas…    
Es un cliché, sí; pero eso sentía en la boca del estómago mientras los sedosos labios de Edward se movían vacilantes contra los míos. Yo en cambio, revoloteaba con delicadeza por sus comisuras atrapando un pedazo de él a la vez; mientras que Edward; por su parte; hacía movimientos dulcemente torpes.
Le acaricié sus mejillas en tanto probaba de él todo lo que me fuese posible, sin llegar al punto de asustarlo con algo que de seguro le era nuevo y apabullante. Al menos para mí era de esa manera.  No porque fuese mi primer beso; sino porque era la primera vez que todo el cuerpo se me estremecía de una forma que tenía poco que ver con la inexperiencia y mucho con un deseo de posesión desesperado. Tenía miedo de perder el control, obviando que el sentido común lo había extraviado desde la primera vez que cruce mirada con los azul grisáceo de mi ángel.
Tras un momento gloriosamente corto rompí el celestial contacto; no porque quisiera, sino porque no quería llevar mi suerte al límite. Me había salvado por los pelos de ser despedida ese día, y aunque el señor Cullen me había aseverado que mantendría mi trabajo; no estaba de más que me cuidase las espaldas. Todo eso, sumando el hecho de que si alguien me veía en tal acto, como mínimo seria encarcelada por acosadora, violadora o cualquier acusación de mayor grado que se les ocurriera, o al menos eso creía yo.
Cuando estaba tomando distancia, las manos de Edward se aferraron al contorno de mi rostro sosteniéndome en el sitio. Su mirada hipnótica me mantenía cautivada hasta el punto de no darme cuenta que nuestros labios se habían unido de nuevo, inmediatamente una electricidad seductora me recorrió de pies a cabeza. Siguiendo unos instintos que no respondían precisamente a la cordura; enterré mis dedos en su cabello. Y ¡Oh, era tan suave!. Me parecía que era la primera vez que tocaba sus cabellos, al menos cuando me invadía un deseo insaciable de pasión por él.
Amé la sensación de su textura en mis yemas y el sabor de sus labios en mi boca…
Finalmente y con la ayuda de los montoncitos de fuerza de voluntad que logré reunir, me separé de él, no sin antes darle un corto beso y alejarme definitivamente, tomé su cabeza y la acuné contra mi pecho. Y con el sonido de mis latidos desaforados, Edward se dejó ir en sueños.



*.*.*.*.*
Pasados unos tres días desde el enfrentamiento; aún seguía ignorando a Emmett. No me molestaba en disimularlo y nadie me recriminó por eso; ni tan siquiera él. Al menos el señor Cullen sí tuvo la delicadeza de disculparse en nombre de su esposa y de él mismo; pero su hijo mayor no se había acercado a decir ni un miserable <<La he cagado, Bella. Lo siento>> o algo así.
Para nada.
Se limitaba a entrar y salir de la casa con actitud de como si nada hubiese pasado; aunque debo reconocer a favor de él, que se habían dado momentos en los cuales nuestras miradas se encontraban y podía reconocer en ellos un ligero atisbo de remordimiento; pero enseguida Emmett viraba la vista y seguía su camino. Así pues ¿por qué me molestaría yo en detener mi mundo para mostrar consideración por sus sentimientos?
Jodida y absolutamente no.  Eso sería como decirle: <<¡Hey, soy un tapete, Ven y písame!>>. ¡Pues no! Isabella Marie Swan no nació el día de las mujeres con complejo de alfombra. Si Emmett estaba empeñado en comportarse como un idiota orgulloso, yo tranquilamente era capaz de hacer como si él no existía en mi universo. Sonará cruel, pero no por eso era menos cierto.
Por su parte, la señora Esme estaba empeñada en pulular cerca de mí por si me hiciese falta algo. Sabía que era el cargo de conciencia lo que le instaba a actuar de aquella manera, lo cual no me gustaba ni medio pelo; pero tampoco era como si pudiese decirle que fuese a arreglar las cosas con otra. Aparte de que sería una tamaña descortesía. Aún después de todo lo que había acontecido, no podía olvidarme de su forma de recibirme en su propia casa; por lo cual no era de extrañar que le siguiera guardando cariño.
No es que sea una santa, pero sé cuando debo dejar el agua correr…
Por su lado; la arpía de Claire seguía como de costumbre. Lanzando comentarios venenosos por aquí…sirviéndome la comida fría por allá… en fin;  estaba decidida en querer provocarme un acceso de furia para que la atacara y ella pudiese hacerse la víctima. En honor a la verdad, he de aceptar que por unos agridulces momentos contemplaba esa posibilidad en mi mente: ver a Claire despeinada y yo con un buen mechón de sus cabellos entre mis manos y ella llorando de rabia tirada en el piso. Sí, definitivamente era algo divertido de imaginar. Lo malo de eso radicaba en el hecho de que era solo eso: mi imaginación.
Así que la joven que se creía estar haciendo de  villana de alguna especie de reality show seguía en la casa con sus claras intenciones de sacarme de quicio.
—Claire, esta comida no es para mí. Es para Edward —coloqué el plato con el croissant  frío y casi totalmente desmoronado sobre el tope de la cocina con cierta rudeza. La miré sin titubear a los ojos y la señalé con el dedo.  Una cosa era que se emperrara en hacer de mi vida un infierno; pero meterse con él era motivo para hacer estallar la condenada tercera guerra mundial. —por lo tanto te agradezco que pongas más cuidado en lo que le prepares, o me encargaré de que tu ineptitud no solo la note  yo.
— ¡¿Me estás diciendo inepta en mi cara?! —gritó ella a todo pulmón delante del lavavajillas y lanzó el plato de secar los trastes contra el suelo de mármol en un arrebato de furia. No me pudo importar menos.
—Si el guante te queda… —dejé mi comentario abierto; aunque la mirada de oscura diversión al verla tan fuera de sí, lo había cerrado de forma efectiva.
—¡¿Qué te has creído tú, zorra disfrazada de enfermera?! ¿Acaso te crees todopoderosa porque te has ganado el favor de los Cullen? —me reí con ironía por el abierto rencor que demostraba tenerme —Llevo años trabajando en esta casa. Partiéndome el lomo cada día para demostrarles mi agradecimiento y lealtad. —levantó los brazos en símbolo de falso rendimiento y luego me dedicó una mirada de psicópata. —¡Pero claro! Llegó la niñita que juega a la doctora y que pretende cuidar a su hijo demente…
—¿Cómo dijiste? —pregunté en un susurro que tenía más de una tajante amenaza que de interrogante —Me parece que no escuché bien. ¿Le dijiste “demente” a Edward?
Por la manera en que sus rasgos se desfiguraron dando paso a una mueca que fluctuaba entre la disculpa y la vergüenza, comprendí que ella acababa de caer en cuenta de lo que sus impulsivas palabras acababan de desatar.
—Yo…yo…
—¡¿ qué?! —respondí en su cara sin más haciendo un peligroso acercamiento con tan solo un paso. La rabia me atravesaba de palmo a palmo. Sabía que podía ser vehemente, pero pocas veces me había visto a mí misma como una mujer peligrosa y en ese preciso instante lo era. —¡¿ qué, Claire?! ¿ lo sientes? ¿ no quisiste decirle “demente”?
—¡No tienes ningún derecho a hablarme así! ¡Aléjate! —su réplica me indicó que seguía a la defensiva, pero en sus ojos había miedo y más valía que lo tuviese.
Me acerqué nuevamente a ella hasta que solo unos pocos centímetros de distancia evitaban que me le fuese encima.
—¿Y qué te da el derecho a ti de encasillar a Edward como un enfermo mental?
—Yo no dije enfermo…
— ¡Es lo mismo! Demente, enfermo o enajenado mental . —bajé mi tono de voz, no porque me estuviese calmando sino porque mi instinto actuó así en ese momento. La rabia guiaba a mi boca porque mi razón había salido pitando rápidamente de mi cuerpo. —¿Puedes colocarte por cinco minutos en el puesto de Edward? Él es un joven con un potencial abismal pero que lamentablemente requiere de una atención especial que no le habían sabido brindar. Imagínate por un momento lo que sentirías tú al estar en un cuerpo que no reacciona de la misma forma que tu cerebro. Es duro ¿cierto? —caminé delante de ella como lo hace un profesor delante de una clase que se niega cooperar. La frustración me carcomía y tenía los puños apretados a mis costados, sentía la desquiciante y desesperada necesidad de tenerla bajo mi cuerpo para así hacerla saber lo que era meterse con mi ángel. —Ahora colócate en el puesto de la señora Esme o del señor Carlisle ¿Qué crees que debe sentir un padre cuando alguien se expresa de la manera en que tú lo acabas de hacer, tildando a su hijo “loco”?. Si esa es tu manera de demostrar lealtad, Claire, debemos de dar gracias entonces de que no te hayas afanado de mostrarte desagradecida; porque quién sabe de qué serías capaz.
Mi tono era frío. Mi postura era fría. Mi mirada era fría. En ese momento no era una enfermera; sino una leona dispuesta a defender lo que quería a costa de lo que fuera. Y a las leonas no se les debe provocar, si sabías lo que te convenía. Pero ella no lo sabía.
—Edward no es normal. —argumentó ella.
Tuve que hacerlo. Nunca había sido una de esas chicas que se involucraban en peleas de gatas, pero todo esto me superaba. El irrespeto con que Claire venía tratándolo hasta llegar al punto de insultarlo en mi cara me llevó más allá de mis límites y abofeteé su cara con fuerza. Tanta, que su mejilla ahora se mostraba con una zona bastante enrojecida en donde la había impactado.
—Te lo había advertido. —le respondí aún bajo. Todavía peligroso. Ahora que sentía una especie de satisfacción sabiendo como se veía cuando arremetía contra ella; tenía ganas de volver a hacerlo. Por eso decían que la violencia era adictiva. —No le insultes, no les trates mal, no te dirijas a él con algo menos que con educación ¿No quisiste escucharme? —me encogí de hombros. —Es tu problema. Ahora sabes lo que pasa cuando quieras meterte con él. Yo que tú no volvería a intentarlo. No te puedo asegurar que solo sea una bofetada la próxima vez.
—¿Cuál es el escándalo aquí? —la señora Esme entró en la cocina con una expresión que indicaba alarma claramente. Nos miró a cada una y asumió la postura de la señora de la casa con los hombros erguidos.
Mi estrategia favorita en relación al tema de las discusiones siempre ha sido el contraataque; dejo que los demás digan lo que quieran como quieran y luego voy a su encuentro con mi artillería pesada.
Y como era de esperarse, Claire habló primero:
—Lo que está ocurriendo aquí, señora Cullen; es que la Isabella tiene la osadía de venir a la cocina, tirar el plato contra el tope, agredirme con una bofetada y cuestionarme por la manera en que llevo las labores del hogar. Todo por culpa de un croissant tibio.
Maniobra asquerosamente típica de un culpable: tergiversar la realidad hasta el punto en que se nota a leguas que está mintiendo. Esme la miró con escepticismo antes de posar su mirada sobre mí y cuando lo hizo esta ya se había tornado imparcial. Con un asentimiento me instó a hablarle.
—Quiero escuchar tu versión de los hechos, Isabella. —ordenó.
Sin titubeos le respondí clara y concisamente.
—Esa comida helada y destrozada era para Edward. —dije señalando con la cabeza el pedazo de pan desmenuzado a lo que ella respondió estremeciéndose de la rabia en el momento. —Estaba así antes de que él siquiera la tocara.
Los colores de su rostro fluctuaron de un blanco crema a un rosa intenso que dejaba claro lo mucho que le costaba mantener la compostura ante la degradante atención que le había sido dirigida a su hijo.
—¿Y así se lo dió?
Pocas cosas me irritaban más que alguien se pusiera en plan de vieja chismosa; mucho menos yo; pero en ese momento era el argumento de la pelea.
—Sí, señora.
—¿Porqué, Claire? Conoces bien acerca de la condición de mi hijo o es que ¿Acaso crees que porque él no se suele quejar acerca de nada, puedes tomar ventaja de su condición?
Un montón de intentos de decir pero por parte de Claire y un poco de impaciencia por parte de la señora Cullen después, la discusión siguió:
—¿Pasó algo más? —preguntó Esme.
Yo no dije nada aunque me muriese de ganas; pero ya ella estaba sobre suficiente mierda como para que yo la hundiese más. Aunque las ganas de darle un ligero empujón era de lo más seductor. Debía reconocerlo.
—¡Quiero saber que más pasó, ahora mismo!
—Bella malinterpretó mis palabras…
—¿Qué… —dijiste?
—Yo solo estaba discutiendo sobre Edward…
—¿Qué dijiste sobre mi hijo?
— Yo…yo no…yo…
—¡Habla de una vez, Claire!
Y hasta ahí llegó la paciencia de la señora Cullen.
—Dije que Edward era un… —titubeaba tanto que en vez de tornarse en un fastidio, la cuestión se estaba volviendo exasperante. Y cuando por fin habló, lo hizo tan rápido y enredado que si no hubiésemos estado en frente de ella, de seguro no hubiésemos podido entenderla. —Demente, pero fue como un reflejo del momento. Yo no quise ser grosera cuando dije…
—¿Demente? ¿Crees que mi hijo es un demente, Claire? —de golpe y porrazo la expresión de Esme dejó de mostrarse indignada para verse profundamente lastimada; cosa que me hizo un nudo en la garganta. —¿Acaso alguna vez él te lastimó y yo no me enteré? —la doméstica lo negó con la cabeza —No creo que te haya insultado. Hasta hace poco no hablaba, y las pocas veces en que lo ha hecho no ha sido para referirse a ti. —asintió aún más avergonzada de lo que ya estaba. —Entonces explícame, Claire ¿cómo puedo tolerar que tildes a mi hijo de algo que no es cuando él jamás te ha hecho ningún mal? ¿Sabes cuanta gente me ha visto con él en la calle, apartan a sus niños con prisa y luego dicen: “Apártate de ese muchacho, está loco, No sabemos como pueda reaccionar”? Me lo han dicho decenas de veces, y duele. Nunca me acostumbraré a que se vea a mi hijo como un apestado que pudiese hacer algún mal a alguien. Ojalá no tengas que saber lo que es tener un hijo como el mío y que tengas que oír cómo la gente susurra cosas humillantes; aunque dichoso él porque quizás no es consciente de lo que le dicen. Pero nosotros; sus seres queridos. Los que lo cuidamos a diario, compartimos con él y quienes lo conocemos nos sentimos sumamente afectados. O aún peor sería que  tuvieses que ver como los que se hacen llamar “tus amigos” lo ven con lástima y te preguntan el porqué has decidido tenerlo en la casa cuando podríamos tener una vida normal enviándolo a un hospital psiquiátrico en Europa. —la señora recuperó la compostura tras limpiarse unas lágrimas, se irguió de hombro y fue tajante cuando dio a conocer su decisión. —Como comprenderás que no pienso soportar ni una vejación más en contra de Edward. Así que por favor te pido que recojas tus cosas y pases por el despacho para darte el cheque de tu liquidación. Voy a preparártelo de una vez, no tardes. —no hubo agradecimientos por los años de servicios prestados, ni un buena suerte en tu vida.
Y tal como hizo Esme, me di la vuelta para alejarme de la cocina dejando a Claire con ojos anegados en lágrimas y una boca incapaz de proferir ninguna protesta o excusa más.
Cualquiera creería que me sentía satisfecha por como habían resultado las cosas; pero solo podía pensar en las palabras que acababan de ser dichas allí mismo y un nudo intragable se estancaba en la mitad de mi garganta. Era bastante claro para mí: No solo Edward ha estado sufriendo todo esto.
                               
                                
*.*.*.*.*
            Un par de días habían pasado desde el despido de Claire y las cosas parecían estar más tranquilas excepto por el hecho de que Esme estaba constantemente recibiendo personas para entrevistarlas por la vacante que la chica había dejado.
            Sin embargo, no me inmiscuí en el proceso en absoluto. Ya me había visto lo suficientemente envuelta con la anterior y la experiencia no había sido nada buena. Solo esperaba porque la persona que viniera pudiese ser un poco más cordial. Discutir con alguien todo el tiempo robaba demasiada energía.
—Ángel, tienes que dar formar a la plastilina solo con estos dos dedos. —dije moviendo el dedo índice y pulgar indicándole mientras hacía una bola con ellos. —Solo esos, no quiero que intentes engañarme.
Edward estaba en medio de las horas correspondientes a la Terapia Ocupacional, que estaba destinada a mejorar su coordinación de movimientos. Eran una serie de tareas que a cualquiera le parecería una tontería; pero que tanto a los lesionados, como a personas de condiciones especiales, se les hacía difícil de realizar, eran fundamentales que eran para recuperar o desarrollar correctamente el funcionamiento de sus capacidades psico – motoras.
Mi ángel comenzó a hacer lo indicado con apenas cierta dificultad,  a medida que avanzaba, las tareas se le hacían cada vez más fáciles.
En cierto momento, Edward levantó la vista sobre su hombro y la clavó en mí, desatando así la química que parecía envolvernos a los dos. Pero lo que definitivamente no me esperaba era que él tomase la iniciativa y se acercara a mi boca con delicadeza; casi rozando mis labios con los suyos
Le sonreí antes de separarme, acaricié su cabello y él se inclinó sobre la mano que lo acariciaba. No podía seguir mezclando lo que sentía con sus terapias. Eso sería el peor de los egoísmos. El perjudicado en toda esta cuestión sería Edward, y eso era lo último que deseaba. Aunque por dentro me matara el alejarme de él.
—Bella. —soltó con un suspiro.
Le sonreí con ternura y seguí tocándolo. Habíamos avanzado tanto hasta ahora.
Ya hablaba un poco más. Saludaba a quién veía apenas se despertaba, se despedía antes de irse a la cama e iba demostrando que memorizaba excelentemente bien a recordar el nombre tanto de las cosas comunes como de las que le llamaban la atención.
Pasos se escucharon en la entrada del gimnasio, en que le había habilitado un espacio para los objetos con los que Edward llevaba a cabo sus terapias. Era Carlisle. Atravesó el umbral sin sus habituales elegantes chaquetas y corbatas. Tenía la camisa por fuera y una tímida sonrisa en el rostro. Vio mi mano en el cabello de su hijo y no pareció importarle; y si lo hizo no lo demostró.
Se acercó a nosotros y me miró con un poco de timidez sobre algo y mucha convicción acerca de otro algo.
—Hola, papá. —Edward fue el primero en hablar y su padre le dedicó una sonrisa deslumbrante.
—Hola, campeón. —le palmeó la mano y luego me vio.
—¿En qué puedo ayudarle?
—Justo iba a hacerle esa misma pregunta a usted.
Recordé nuestra pasada conversación y me arrepentí de mis últimas palabras, puede que haya tomado reflexión desde nuestro último encuentro, entonces inmediatamente le acerqué una silla al lado de la de su hijo.
—Tome asiento, por favor. —le indiqué con la mano. Él me obedeció.
Le expliqué lo que debía de hacer y se pusieron a trabajar los dos de muy buena gana.
—Le advierto, señor Carlisle; que su hijo suele encantarle hacerme trampas con este ejercicio ya que por lo visto no le agrada demasiado amasar la plastilina y mucho menos armar las bolitas. —luego hice un muy teatrero intento de susurro al oído de él. —Yo que usted me mantengo al pendiente de los hábiles movimientos de este muchacho. —y le señalé con la nariz a Edward.
Su padre le palmeó la espalda y me respondió animado:
—Yo me encargaré personalmente de que este chico hábil haga sus ejercicios. Así que si gusta vaya y tómese un respiro, señorita Swan.
Asentí y me dirigí a la puerta y justo cuando llegué a ella vi lo que hacía mucho tiempo que estaba esperando: A un Edward curándose por medio de la participación de su padre. Y a un padre recobrando el tiempo perdido con un hijo que lo necesitaba infinitamente.
Encantada con lo que veía me dirigí hacia la cocina y cuando llegué allí encontré a una joven de un escaso metro y medio de altura con el cabello cortado como el de un duendecillo. Ella estaba sentada en uno de los taburetes de la cocina mientras que la señora Esme servía dos vasos de zumo de naranja con zanahoria.
La chica me sonrió con naturalidad y yo no pude resistirme a devolverle el gesto.
—Buenas tardes. —me dijo.
La señora Cullen se volteó y me vio.
—Oh, Bella. Qué bueno que estés aquí para que conozcas a quién nos ayudará con las labores del hogar. Ella es Alice. —señaló a la joven con la mano al mismo tiempo que esta me tendía la suya para presentarse.
La estreché con firmeza.
—Un placer, Isabella.
—El placer es mío.
—¿Quieres un poco de zumo, Bella?
Asentí y agradecía cuando me lo entregó.
Allí nos quedamos hablando por largo rato y pude darme cuenta de que era muy poco probable que con Alice en la casa, llegase a echar en falta a Claire y sus desplantes.

Las cosas parecían estar mejorando.

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Tardísimo, como siempre; pero seguro como siempre jaja HE VUELTO! En fin…les cuento que este capítulo está dedicado en tooooda su extensión a Marcos; un chico de 19 años que vive en Costa rica y que padece de Autismo y que ha pasado por muuuuuchas cosas en su vida y ha superado muchos obstáculos. De hecho, ahora es futbolista.
Para él toda mi admiración y mi cariño. “Eres uno de esos ángeles incomprendidos de los que tanto he hablado acá. Me alegro mucho cada vez que recibo noticias acerca de tus mejorías. Un besote.”
Y para ustedes, chicas…gracias por esperarme. Nos leemos pronto. Marie K. Matthew.