jueves, 27 de octubre de 2011

En Pausa...



Bueno..bueno..bueno...¿Quién diría que este día llegaría? definitivamente No yo. Al menos hasta hace un rato...


Para nadie que haya sido asiduo a mi blog o demás redes sociales (excepto en Fanfiction porque es DEMASIADO IMPERSONAL PARA MI GUSTO) sabrá que escribir se ha vuelto más que una pasión.

SIN ALTERNATIVAS - Primer Capítulo:





 “REGRESO”

Rachel Black POV:
Era un jueves infernalmente caluroso de verano en Washington DC. Y mientras me encontraba empacando las cosas para volver a casa, tenía la clásica mezcla de sentimientos de cuando se parte de un lugar en el cual has llevado demasiado tiempo sintiéndote a gusto: Estaba feliz, por reunirme con mi papá y con mi hermano, había pasado ya mucho tiempo desde que había estado en La Push. Y me sentía nostálgica, por dejar la universidad, mis amigos e incluso a mi novio.
Lo dicho. Estaba bipolar.
Si bien mi relación con Matthew no estaba en su mejor momento, sabía que lo echaría de menos, puesto que él había sido un buen amigo durante todos esos años desde que salí de casa. Lo nuestro se había deteriorado por mi causa. Principalmente, porque ya no lograba sentir esa química que al principio teníamos, y yo optaba por “ocupar” mi tiempo en otras cosas en vez de su compañía. En cambio él, siempre buscaba la forma de demostrarme el lugar que ocupaba para él. Si eso no era para sentirse como una basura…
Limpié una furtiva lágrima de culpabilidad después de pasado un minuto, recuperando la compostura. No podía arrepentirme de mi decisión. No era el momento para eso. Y mucho menos podía ser tan egoísta como para condenar a Matthew a un romance mediocre; de manera egoístamente secreta; tenía el anhelo de que al irme lejos, él entendiese el error de que siguiéramos juntos. Las diferencias  ya eran demasiado significativas para dejarlas pasar por alto. En fin…
 La noche anterior me había despedido de mis mejores amigos en una reunión sorpresa que organizaron ellos para mí. Me había graduado anticipadamente de licenciada en administración. El acto  de entrega de título sería dentro de cinco meses por lo cual decidí hacerle una visita al viejo Billy Black y a mi pequeño hermano Jacob. Pequeño para mí, porque ya sabía que debía ser un hombre hecho y derecho a estas alturas.
Pero aún así me encantaba pensar en él como si fuese ese “niño” que yo había dejado atrás hace cinco años atrás. Él me hacía reír a granel con sus anécdotas y sus ocurrencias. Poseía un aura magnífica que hacía sentir a gusto a cualquiera que estuviese abatido en su entorno. Irradiaba felicidad y calor. Era como un sol personal para quién lo tuviese a su alrededor.
En cambio papá era harina de otro costal. Lo amaba con locura y él también a mí. Pero fue justamente esa la razón por la que decidí poner distancia. Era demasiado posesivo, no tanto con mi gemela Rebeca como conmigo. A lo mejor sería porque ella no solía pasar tanto tiempo en su compañía como yo desde que éramos niñas. Siempre veíamos los juegos de fútbol y de béisbol en la televisión. En algunas ocasiones con su mejor amigo, Charlie; quien era el jefe del Departamento de Policía del poblado de Forks. Los  tres nos reíamos mucho e incluso apostábamos en algunas ocasiones. Yo solo podía ofrecer una cosa; que era lo único que tenía en ese entonces: mis habilidades gastronómicas. A veces perdía, y me tocaba que hacer gala de mi “talento innato” solo para ellos. Pero muchas otras ganaba y era entonces cuando “exigía” mi pago. Salíamos a comer a Port Angeles. No había nada mejor en ese entonces para una simple chica de una reserva indígena que no conocía nada más allá de los límites de su localidad.
Me reí involuntariamente al recordar esa buena época.
Continué recogiendo todas mis cosas. Quería irme antes de que llegara mi mejor amiga: Gabrielle. Ella era como una hermana; conocía cada detalle de mí y jamás me había sido desleal bajo ninguna circunstancia. Dejarla así fuese por unos insignificantes cinco meses me dolía profundamente, puesto que  hacíamos todo juntas, incluso me llevaba mejor con ella que con la mismísima Rebeca. En definitiva, ella era mi “hermana de vida”, porque yo la había escogido. No me la habían dado mis padres. Por eso me negaba a decirle adiós a la cara. Despedirnos la noche anterior en la fiesta había sido mejor de cierta manera. Sin protocolos ni lágrimas. No era de las que le gustaba que le viesen llorando por los rincones.
Lo que conseguía reconfortarme era que no la dejaría sola, ya que estaba con su “alma gemela”. Su Taylor. Un chico tierno y divertido, pero que por encima de todo era muy maduro y responsable. Se querían de una manera que yo no había visto nunca. Incluso habían ocasiones en que llegaba a sentir un poco de celos; de los buenos claro está; por ellos, ya que su ejemplar relación mejoraba y se fortalecía cada día; mientras yo me ahogaba en la asfixiante incomodidad de la mía. No deseaba “eso” para ellos; los quería demasiado a ambos.
Debía irme pronto de allí, porque ya estaba sufriendo una crisis EMO - cional. Además ya Gabrii no tardaría en llegar al pequeño departamento que compartíamos. Debía de traerla Jake puesto que había dormido la noche anterior en su casa.
Terminé de embalar todo y salí de allí. Sin volverme para mirar lo que estaba dejando.
******
-          ¿Hay alguien aquí? – pregunté al abrir la puerta de la casa. Afuera llovía torrencialmente, como de costumbre en la zona de la reserva.
-          ¿Rachel? ¿Eres tú, hija? – dijo Billy, quién venía entre agitado y asombrado de la cocina en su silla de ruedas.
Corrí y me senté en sus piernas con mucha delicadeza. Siempre hacía lo mismo. Lo abracé y lo besé.
-          Hola, papá – dije con emoción.
-          Pero… ¿Qué haces aquí…ahora? ¿Pasó algo?
-          No. Es solo que ya terminé todo en la universidad. ¡He conseguido graduarme antes de tiempo!, solo debo esperar al acto de grado… – detuvo el flujo de mi palabrería cuestionándome por haber venido sin avisar previamente. - ¿Llego en mal momento?
-          Jamás, cariño. Es solo que me extrañó esta visita tan repentina. Pero estoy muy orgulloso de ti. Este viejo te ha extrañado mucho. Quizá demasiado.
-          Yo también, papá.
-          Bueno. – dijo dándome unas palmaditas en una de mis piernas -  Esa “graduación adelantada” hay que celebrarla.
-          Claro que sí. ¡Vamos a La Bella Italia!
-          Como en los viejos tiempos – asintió él.
-          Me haces sentir anciana. Y solo tengo 19. No me deprimas, papi. -  fingí un puchero.
Él se rió y me apretó contra su pecho.
-          Te extrañé tanto, pequeña. No te imaginas cuanto.
Antes de que se pusiera más emocional me levanté de sus piernas. Recogí mis maletas. Le sonreí en vez de responderle para no ser tan cortante.
-          Y ¿En dónde está el más pequeño de la casa? – dije en voz alta por si mi hermano estaba en el piso de arriba. Me extrañaba no verlo ahí recibiéndome como lo haría normalmente.
A Billy le cambiaron las facciones de la cara, primero se puso cauteloso y luego con sumo pesar.
-          Jacob no está hija. Se fue. – concluyó.
-          ¿Cómo que se fue? ¿Acaso pelearon? – luego mi voz se escuchó horrorizada –  ¿Le corriste de la casa, papá?
Él negó con la cabeza antes de contestarme.
-          No, Rachel. Es solo que anda deprimido y decidió poner tierra de por medio.
-          Pero deprimido ¿Por qué? – dije triste y confundida.
Se mostró cuidadoso de lo que iba a decir. Tardó un largo minuto para responder. Y cuando por fin lo hizo parecía que ocultaba algo.
-          Es que Jacob se enamoró de la hija de Charlie. Isabella. ¿La recuerdas?
-          ¿Isabella se mudó para Forks? – dije incrédula. Ella detestaba el frío. Recordé que me lo había dicho en una oportunidad cuando de niñas nos juntaban para jugar, pero nunca nos hicimos amigas puesto que éramos demasiado reservadas. Me obligué a centrarme y me invadió una gran ira. - ¿Ella jugó con él?
-          No. – negó con la cabeza – Él se enamoró solo. Ella es novia de uno de los hijos del doctor Cullen. ¿Recuerdas que una ocasión te hablé de él por teléfono?
-          Sí, lo recuerdo. Tenías demasiados prejuicios contra él y los suyos. ¿Eran ciertos o ya lo superaste? – mi ira se había desvanecido.
-          El doctor es buena…persona. Y su hijo es un chico decente.
¡Uff! Este cambio sí que no me lo esperaba.
-          Wow. No estaba preparada mentalmente para esa respuesta – me concentré de nuevo -. Entonces ella hizo una buena elección. Que mal por Jacob, pero la vida es dura y a veces el amor no es lo que esperamos que sea.
¡Puaj! Eso fue una bofetada para mí misma.
-          Si, hija. Supongo que es así.
Dudé que el despecho de mi hermano fuese lo único que tuviese a mi padre en “ese” estado de ánimo. Además de su partida; había algo más que se me mantenía oculto.
-          Algo pasa, papá. Y quiero saber que es.
-          No, Rach. Es solo que lo extraño. – una verdad a medias.
-          Soy un poco más inteligente de lo que crees; así que dime ¿Qué es en realidad lo que le pasa a Jacob o a ti?
-          No, cariño. Es solo eso. Es que Bella se casa en menos de un mes. Eso lo tiene muy mal y por extensión, a mí también. Pero no pasa nada.
Decidí que actuaría como si le creyera; porque en esos momentos estaba extenuada por el viaje por haber manejado tantos kilómetros.
-          Bueno voy a subir a mi cuarto. Espero que no hayan hecho muchos destrozos en él. – le guiñé un ojo.
Billy pareció avergonzado.
-          La verdad cariño es que no hemos limpiado en estos días…
-          Yo solo quiero una cama en donde descansar. ¡Y una ducha urgentemente!
-          Eso sí que lo puedes conseguir. Sube, hija. Ya sabes en donde está todo. Nada ha cambiado demasiado – luego miró al vacío.
Era solo cuestión de tiempo que pudiera descubrir todo lo que estaba ocurriendo en este “hogar”.
Cuando llegué a la que había sido mi habitación hasta hacía unos cinco años, me topé con que Jacob había estado quedándose antes de partir de casa. No me molestó en lo absoluto. Cuando me había ido a Washington sabía que llegaría el momento en que Jake se apoderaría de la habitación mientras Rebeca y yo hacíamos nuestras vidas fuera de ese hogar.
Así que me coloqué una ropa apta para limpiar. Una sudadera y un pantalón de algodón y fui a enfrentarme con “la zona del desastre”, que habían creado los dos “hombres” de mi vida. Y hablo de ambos porque aunque solo pensaba arreglar el cuarto, terminé por limpiar toda la casa que estaba en mal estado.
Limpié los pisos y los muebles. Pero mis esfuerzos fueron inútiles con la grasienta televisión. ¿Qué demonios le habían derramado encima a la pobre?. Por mucho de mi tiempo y de mi ya poca energía que empleé en ella, fue prácticamente en vano. Así que agotada me dí por vencida y me fui a dar una ducha.
Pasé un largo rato en la regadera. Y cuando salí me sentía relajada de nuevo. Me coloqué ropa de dormir y me tumbé en la cama. No me molesté en preparar comida porque Billy había salido para ver un juego de basketball con Charlie y regresaría muy tarde. Por mi parte no existía comida que me hiciera salir de la cama después del maratón de actividades que me había metido ese día.
Estando acostada miré el bolso que había dejado en la mesita de al lado. Estiré el brazo para sacar el celular. Me debatí durante un rato entre si debía prenderlo o no.
Opté por encenderlo. Formó un escándalo descomunal. Entraron decenas de mensajes de texto, uno tras otro; casi todos eran de Gabrielle, en donde me recriminaba el hecho de haberme ido sin despedirme y jurándome que no me dirigiría la palabra más nunca. Lo que traducido en su lenguaje significaban tres días o menos. Ninguna de las dos podíamos pasar más de veinticuatro horas sin contarnos “las últimas novedades”.
Luego vi unos mensajes de Taylor. Deseándome lo mejor y a la vez diciéndome que Gabrii lo traía de cabeza por haberme venido, estaba de un mal genio espantoso y había peleado por él por cualquier nimiedad. Me juró venganza por ello. Me reí recordando los gestos de fastidio de Tay cuando ella se ponía en plan de beligerancia.
Pasé de los mensajes a las llamadas. Allí estaba lo que en definitiva no quería ver; porque si de algo tenía plena seguridad era de lo que vería allí. Eran muchísimos intentos fallidos de Matthew. ¿Por qué tenía que llevar siempre las cosas al límite? ¿Por qué no entendía que romper era lo mejor para ambos?
Solo habían transcurrido veinte minutos desde la última llamada y diez desde que encendí el celular cuando el condenado aparato repiqueteó anunciando otro intento más. Al sexto pitido contesté. Era él.
-          Matthew – le dije en modo de saludo. Aunque el tedio era claro en mi tono.
-          Hola, Rachel – me dijo cortante -. Por fin te dignas a contestarme, solo quería saber que habías llegado bien. Ahora sé que sí y puedo dejarte en paz. Que me imagino, es lo que quieres.
Eso ni él mismo se lo creía…pero aún así me sentí como una miserable por la manera en que lo estaba tratando.
-          Matthew, discúlpame. Es solo que no quería armar un show dramático de despedida.
-          Ahora soy un dramático – dijo en tono molesto.
-          No empieces a tergiversar lo que digo, por favor – le pedí.
-          No, ¡no empieces tú, Rachel! ¿Acaso crees que no me sentí como un maldito estorbo cuando legué a tu departamento y Gabrielle me abrió la puerta para decirme que hacía muchas horas que te habías ido? ¿Acaso piensas en alguien más que en ti misma?. No sé qué fue lo que hice mal contigo. Te di todo lo que podía darte y hasta estoy dispuesto a darte mucho más. Te he apoyado incluso cuando no me lo has pedido. He intentado de todo por salvar esto. Pero parece que soy el único que “quiere” en esta relación.
-          Sabes que te quiero. Y eres demasiado bueno para mí. Pero te lo dije antes, sería mejor si…
-          ¿Terminamos? – me interrumpió - ¡No seas cobarde, Rachel Marie!. Te quieres zafar del embrollo de verte sujeta a una relación con una persona pues siempre te jactas de decir que eres la Independiente Rachel Black, y tener sentimientos por mí sería ir contra tus dictamines. Por eso sé que aún me quieres…
-          Estás demente. – le espeté molesta.
-          Quizás. Porque desde anoche no dormí absolutamente nada pensando en como lidiar con las cosas diarias después de que te fueras. Y cuando voy a enfrentarme a la realidad de despedirme de ti porque acepto  que quieras ir a ver a tu familia antes de volver algún día, me encuentro con que te fuiste temprano sin decirme siquiera un miserable “gracias por todo”. ¿Es eso lo que me merezco tras dos años de relación?
-          Me estás haciendo sentir como la peor persona del mundo. Basta por favor. – le supliqué.
-          Y ¿Cómo demonios crees que me siento yo, Rachel Black?  - me gritó llorando. - ¡Por Dios! Parezco un perro mendigo que se arrastra por tu cariño. Podrías intentar ser más considerada conmigo.
No fui capaz de contestarle. Mi autoconcepto de debatía en etiquetarme entre una cucaracha o una rata. Estaba más que avergonzada.
-          Pienso ir dentro de una semana para allá, no puedo ir antes puesto que unos negocios con mi padre demandan mi atención urgentemente, pero no voy a pasar tanto tiempo sin verte. Además soy el encargado de cerrar unos un contrato en Seattle por lo cual estaré bastante cerca de ti.

Asentí por mera costumbre, sin detenerme a pesar en que no podía verme.
-          Está bien. Avísame cuando vengas en camino.
-          Así lo haré. Y otra cosa antes de colgar. – su tono se suavizó un poco -  Te amo, Rachel Marie Black, y yo sí soy lo suficientemente valiente para aceptarlo y luchar por lo nuestro. Que pases buenas noches.
-          Igualmente, Matthew. Descansa.
No sabía que diablos pasaba conmigo. Siempre había sido altanera y clara. Si tenía una idea peleaba por ella aunque fuese la única que creyera en eso. Cuando un chico no me gustaba; no me andaba con rodeos, lo despachaba sin lugar a réplicas. Pero con Matthew simplemente no podía. Primero fuimos buenos amigos, luego la amistad pasó a un segundo plano cuando aparecieron otros sentimientos en los dos. Solo que parecían haberse deteriorado en mí. Más no en él.
O ¿Sería que él estaba en lo cierto? ¿Lo amaba y no quería aceptarlo por la costumbre de seguir sintiéndome independiente?. No. Me negaba rotundamente a creer eso. El amor no debe ser una carga a cuestas como lo sería una obligación. Sino más bien como una fuerza liberadora que te deja ser quién eres en realidad porque te acepta con todos tus fallos y defectos. ¿Entonces por qué no podía terminar con lo que quiera que fuese esta absurda relación?
Me dormí pensando en eso.
Al día siguiente me levante a media mañana. Tuve pesadillas durante la noche. Así que no fue precisamente relajante la noche anterior.
Me aseé y bajé a la cocina. Papá ya estaba en ella.
-          Hola, princesa. Buenos días.
Lo besé en la mejilla.
-          Hola, papi. ¿Cómo amaneciste?
-          Muy bien, porque ahora estás haciéndome compañía.
Puse los ojos en blanco.
-          ¿Ya desayunaste? – le pregunté.
-          No, iba a preparar…
-          Nada – lo interrumpí. – Yo me encargo. Tú anda a ver la tele.
-          Gracias, Rach. Llegaste en el momento preciso.
-          Sí, lo hice adrede – bromeé - . Vete Billy, tengo un desayuno que preparar y no puedo hacerlo si te quedas acá pululando. – le guiñé un ojo.
Cociné todo con rapidez y tardé más colocando la mesa; que papá; “devorando”; literalmente todo lo que le serví.
-          Wow, Rach. No has perdido el “toque”. Sigues haciendo los mejores pancakes del mundo. Tenía tiempo que no comía con tanto gusto.
-          Voy a tener que venir más seguido para que me subas el ego. – me carcajeé.
-          Hablo en serio, hija. – se mostró pensativo y agregó. - ¿Qué quieres hacer hoy?
-          Voy a hacer las compras y luego me vengo a preparar para salir contigo.
-          Está bien. Si quieres me quedo aquí…
-          No – le di un beso en la frente – Ve a atender tus asuntos, mientras arreglo todo por aquí y luego salgo. Nos vemos esta noche.
-          Bueno. Cuídate, hija.
-          Adiós, papá.
Hice todo con calma. Luego fui al Thrifway que estaba en Forks, al cual no iba desde hacía unos cuantos años atrás; compré los comestibles y salí de allí sin demasiada demora. Cuando estaba en el estacionamiento; cargando mi pequeño Nissan 2.001; sentí un extraño impulso de mirar hacia atrás. Cuando lo hice vi a tres chicos que identifiqué como de la reserva, aunque solo reconocí a quién tenía de frente. Era Sam Uley.  Quién por cierto estaba tan  descomunal que apenas y fui capaz de reconocerlo. Se encontraba con dos jóvenes que eran tan grandes y corpulentos como él pero que no pude identificar ¿Estarían experimentando con hormonas últimamente?. Sin entender el porqué de mis acciones, me llamó la atención uno de ellos a pesar de que se encontraba de espaldas. No entendía la razón por qué de repente sentía un deseo extraño de ver su cara. Quería saber quién era. Incluso mi cuerpo experimentaba una bizarra reacción para con ese desconocido. Un  suave y agradable estremecimiento me empezaba a recorrer de pies a cabeza.
Mi celular sonó sacándome de lo que fuera que fuese ese anormal influjo. Miré la pantalla, suspiré con pesar y atendí.
-          Hola, Matthew… Y comenzó una larga y tediosa discusión mientras me subía en el carro y conducía a casa.

miércoles, 26 de octubre de 2011

Corazón de Cristal - Décimo Capítulo:





"CASTILLO DE NAIPES"

Unos días después, quise ir a comprar nuevos cds para la musicoterapia de Edward. Él adoraba escuchar música, lo hacía sumamente feliz. Además, dicha terapia ayudaba a desenvolver y desarrollar su comunicación e interacción con los demás. Mientras me paseaba por el pasillo que contenía desde música zen hasta clásica no podía quitarme una idea de la cabeza: había dejado algo muy importante fuera de cuestión al llegar al hogar Cullen.
<<¿Por qué teniendo la posición económica que evidentemente tenían, solo habían conseguido una enfermera para Edward?>>. No era un secreto para nadie que Edward estaba avanzando muy bien con las terapias que le estaba aplicando, y aunque todo lo que estaba llevando a cabo con él se encontraba avalado por los manuales de procedimientos aplicados del St, Gabriel´s; habían otros aspectos que solo podía atender un especialista como profesores, fonoaudiólogos o psicopedagogos.
Yo podía haber hecho mucho hasta ahora, pero con la colaboración de un equipo profesional como el anterior podía hacerlo avanzar a un ritmo muchísimo más acelerado. Aunque con eso podrían venir resultados no muy favorables para mí, como el ser innecesaria para él cuando lograra independizarse casi por completo; solo dependiendo cada cierto tiempo de la observación de los especialistas. Pero una vez más me convencí a mí misma que muy por encima de lo que deseara, se encontraba el bienestar de Edward y que esa era mi prioridad. Tendría que aprender a vivir con el hecho de que saliera lastimada en el proceso de darse el caso. Es el precio que se podía pagar al borrar los límites éticos con tu paciente.
Seguí divagando con la idea durante un rato más y me dije que apenas tuviese una oportunidad, tendría que tener otra conversación incómoda con Esme y Carlisle. ¿Acaso no podía pasar un buen tiempo sin que sintiera la compulsión de sumergirme en aguas turbulentas? Por lo visto, era una masoquista sin remedio.
*.*.*.*.*
Cuando llegué a la villa boscosa de los Cullen, me fui directo a la habitación de Edward para enseñarle la nueva música que había conseguido para él, pero me quedé perpleja e incluso paralizada por un momento en el umbral de la puerta. Lo único que podía hacer era ver al gran rasguño que tenía en su brazo. Corrí tan rápido como pude hacia mi pobre ángel castaño que estaba sentado en el piso con su ceño fruncido que parecía más molesto que otra cosa y un brazo levemente herido.
—Ángel ¿Qué te ocurrió? —pregunté con relativa calma cuando logré ponerme en movimiento, dejando  a un lado los nuevos compactos de música mientras él seguía mirando con detenimiento su brazo. Unas tiernas arruguitas se formaban en su frente. No podía acercarme a él en un estado de histeria.
—Tropecé con aquella silla. —me respondió, mientras se limitaba a mirar con enojo la pequeña butaca que había causado tanta alarma.
—¿Te golpeaste en algún otro lado? —ya estaba en modo profesional, moviéndome hacia el baño para conseguir el botiquín de primeros auxilios que tenía en el gabinete inferior, bajo los lavabos, y estaba bien equipado para situaciones como estas o incluso mucho peores.
La carencia de dolor de Edward no me extrañó en absoluto a pesar que tenía una buena línea roja medio hinchada y con un poco de rastro de sangre que parecía haber sido causada con uno de los adornos metálicos de los costados. Los autistas podían tener una alta tolerancia hacia el dolor, lo cual en su caso se había evidenciado el día en que había hecho su primera crisis desde que trabajaba para él. Si acaso, su expresión denotaba que la herida apenas y le causaba molestia.
Si estaba en lo correcto, parecía más bien indignado por el hecho de haberse tropezado con la pequeña butaca de madera y recargaba todo su enojo echándole la culpa a la misma. Ese momento me causó tanto ternura como gracia a partes iguales. Pero fui cuidadosa de no mostrarlo ante él, no fuese a pensar que estaba mofándome de su caída.
Al terminar con él, retiré el mueble de su habitación. Noté que la veía con suma inquietud durante un buen rato y decidí que no tenía que hacerle sufrir un estrés innecesario por un objeto que no era indispensable para él.
No se me escapó el hecho de que sonrió cuando vio la silla situada en una esquina del piso  en el lado contrario a su cuarto.
Ángel quisquilloso.


*.*.*.*.*
—Vale. Vale, tú ganas. Será la azul entonces. —suspiré dándome por vencida.
Edward estaba a sus anchas en la Uley´s Home Furnishings en Port Angeles. Sus padres y yo habíamos acordado una visita a la mueblería después de que le comentara que quería una pequeña modificación en la habitación de su hijo. No era un secreto para nadie que el incidente con la butaca pudo haber sido mucho peor de haber tropezado con otro objeto que pudiese quebrarse y cortarlo o incluso clavársele, causándole así algo mucho más severo que requeriría una atención  compleja, que no podría brindar a pesar de mi muy bien equipado botiquín.
Entre Esme y yo nos habíamos encargado de revisar minuciosamente su cuarto en busca de objetos que pudiesen representar un peligro en potencia para él en caso de que se tropezara o de que sufriera una crisis nerviosa de nuevo. El último no era un posible escenario bonito, pero sí uno muy real y cuando se tiene a una persona en las condiciones de Edward, no se debe pensar con simples Puede que ocurra; simplemente se procede con un En caso de que ocurra; y se hace lo que es pertinente. Punto final.
Pero ninguna estuvo sumida en la miseria considerando aquella opción, por el contrario, tanto la señora Cullen como yo nos tomamos la labor como algo de lo más entretenido. ¿Y todo gracias a quién? A nada más y nada menos que a un Edward Cullen sumamente curioso que nos persiguió por toda la habitación preguntándonos de tanto en tanto sobre las cosas que sacábamos del cuarto. Eso en respuesta a que alguien se cuestionara si en serio estaba dejando su mutismo atrás.
<<No se llevarán los lápices ¿Cierto?>>
<<¿Por qué sacan ese florero?>>
<<¿Por qué…? >>
<<¿Por qué… Por qué?>>
<<¿Por qué… Por qué… Por qué?>>
Parecía uno de esos niños en la etapa de ¿Por qué el cielo es azul? ¿Y por qué si? ¿Y por qué eso no se puede quedar? ¿Y por qué no? De seguro que su madre disfrutaba en grande de una época que no fue capaz de gozar antes en plenitud, mientras que yo veía a un hombre considerablemente recuperado. A un ángel saliendo a la superficie de su realidad. Y quería a ambos para mí.
Eso sin mencionar que se puso en una actitud sobreprotectora con su equipo de sonido y sus compactos de música. Con el ceño fruncido se paró en frente del estante negro de madera que lo contenía y nos miraba fijamente; a pesar de jurarle que no lo quitaríamos de allí, no se apartó.  En resumidas cuentas, fue una tarde de risas por parte de algunas y de cejas levantadas por parte de otros, y eso sí que era digno de recordar una y otra vez en un futuro cercano.
A la mañana siguiente, nos encontrábamos en la tienda de Port Angeles: Edward, Carlisle, Esme y yo buscando cosas nuevas y aptas para él. La idea de ir de compras había sido de su padre, quién abrió un hueco en su muy atareada agenda como dueño del bufete más prestigioso de Forks y sus alrededores; para poder darle a su hijo lo que ameritaba. Para satisfacción mía, había llegado a escucharle decir a su esposa que “no quería seguir eludiendo sus responsabilidades como cabeza de la casa”. Y zas! Aquí estábamos los cuatro, disfrutando de un día diferente con un Edward sumamente testarudo.
—No puedo creer que nos hayas hecho caminar toda la tienda, cielo. —comentó una extenuada Esme Cullen mientras se dejaba caer en uno de los sillones que el local tenía destinado para eso. Su sonrisa era demasiado radiante para ignorarla. Se habían dado cambios significativos en la casa y lo demostraban los ánimos de todos los que allí vivíamos. Bueno. Casi todos. Ya que de esa ecuación, Emmett seguía siendo el factor discordante; pero no es momento de hablar de él.
—Lo que no puedo creer es que se haya empecinado con ese híbrido de silla y  hamaca que fue lo primero que vio al entrar. —respondió Carlisle.
—Eso tiene mucho sentido, señor Cullen. A muchos autistas les gusta tener sitios para ellos solos o envolverse a sí mismos, les da una sensación de protección. Y los muebles que se envuelven en torno a ellos les suelen dar una sensación de seguridad. —clavé mi mirada en Edward que seguía sentado en la hamaca azul medianoche y se mecía con las puntas de sus zapatillas deportivas. La mitad de su cuerpo superior estaba cómodamente recostada en la tela. El objeto en cuestión parecía una gran gota de pintura azul a punto de caer al suelo.
Me acerqué al joven de veinticuatro años en tamaño e inocencia de niño de siete y recargué un poco el lado izquierdo de mi cuerpo en el borde de la Silla – Hamaca, captando su atención.
—Entonces, Edward ¿Te llevamos esto? —acaricié con mi mano la áspera tela.
Asintió.
—Te llevamos esto. 
—No. —dije, acerqué mi mano a su pecho y lo toqué con las puntas de mis dedos. Él aceptaba en líneas generales el contacto de otras personas, siempre y cuando no se hiciese de forma brusca. —“Te llevamos”, hablo de ti.
Me miró por un instante armando la oración en su mente. Aún teníamos problemas a la hora de que él se expresara, pero me mantenía al pendiente de estos.
—¿Lleva-mos? – dijo titubeante.
—Sí, así está mucho mejor. Recuerda “Tú”— toqué su pecho de nuevo y llevé su mano al mío. —“Yo”.
Asintió de nuevo y se puso en pie, sacándome unos cuantos centímetros de altura. Me sonrió desarmándome como solo él podía hacerlo.
—Me equivoqué. —dijo.
Lo tomé de la mano para llevarlo hacia sus padres que estaban a unos pocos pasos detrás de mí.
—Tómalo con calma, ángel.
—¿Y bien? —Expresó Carlisle cuando lo tuvo en frente —¿Qué vas a querer, hijo?
Edward giró su cara y señaló la hamaca de nuevo con un asentimiento. Los tres tuvimos que contener la risa ante su gesto. Su padre insistió, pero esta vez con cara de No–otra–vez.
—Sí, ya sabemos que quieres eso. Nos los has dejado bastante claro desde que llegamos. —Edward se quedó con una expresión que parecía decir Entonces no entiendo porque tu pregunta, si ya lo sabes. Carlisle suspiró resignado pero contuvo la risa. —Creo que será mejor si tú eliges lo que él necesita, Isabella.
—Sí, señor.
Después de mostrarle a la encargada lo que él ameritaba, discutimos sobre cómo sería despachada la mercancía.
—No se preocupe, señor Cullen. Su pedido será entregado debidamente en su casa e incluso si lo desea el personal puede instalarle la silla en donde lo requiera.
—Fabuloso. Estaba por preguntarle acerca de eso ahora mismo. —entonces se enrumbaron hacia la caja registradora mientras Carlisle se preparaba para pagar sacando su billetera del bosillo interno de su abrigo. Cuando llegaron, noté como los movimientos de la dependienta se transformaban en insinuaciones poco disimuladas. Las risitas, los batidos de cabello, las sutiles inclinaciones...Descarada. y demasiado cliché.
Miré a la señora Esme quién vio el espectáculo de la chica y se puso rígida a mi lado, sin embargo, con toda esa clase que la caracterizaba se mantuvo incólume. Reacomodó su cabello con brusquedad. Pero permaneció a mi lado en toda su elegancia.
—¿Quiere que me acerque? —le susurré a su lado. Edward nos miraba sin comprender nada.
Negó con la cabeza.
—Eso le daría poder a ella, y eso es algo que no pienso concederle.
—Pero su esposo no se ve interesado…
—¿Qué crees que me mantiene en este sitio?
Asentí en silencio mientras ambas contemplábamos el incómodo espectáculo en silencio. No podía imaginarme en una situación como esa y comportarme como ella.
Ella me dedicó una carcajada seca de pronto. Evidenciando así su incomodidad.
—Llevamos mucho tiempo juntos, Bella; cualquiera diría que ya no debería importarme pero no he dejado de desear a mi esposo. Siempre he tenido que lidiar con mujeres coquetas a su alrededor. —entonces sus hermosas mejillas se colorearon de un juvenil rosa y su mirada pareció retroceder en el tiempo unos cuantos años. —Quizás las cosas no serán como antes, pero…
—Pero usted lo sigue amando ¿no es cierto?
Asintió con suma timidez. No podía ser nada fácil encontrarse en una situación como aquella: mirando estoica mientras una lagarta le coquetea a tu esposo de hacía muchos años y que te encuentres tan frustrada que compartas vestigios de tu vida privada con una casi extraña porque no tienes con quién más hacerlo. 
—Creo; sin ninguna intención de ser irrespetuosa; que a ustedes les falta es concentrarse en su relación.  —continué. —Salir en una cita.
—¿Qué es una cita? —interrumpió Edward, quizás harto de estar mirando de hito en hito a su madre y a mí.
Mi garganta se cerró al momento pero Esme tomó la delantera sin problema alguno. Era misterioso como Edward lograba dejarme sin coordinación con una simple pregunta inocente.
Acarició su cara con la ternura que solo una madre puede tener y le explicó como si se tratase de un pequeño.
—Es cuando unas personas salen a disfrutar de algo que a ambos les guste. Una cena, un paseo, ir al cine, etc.
Él nos miró dubitativo a ambas.
—¿Cuándo tendremos una cita? —preguntó hacia mí como si nada, y como de costumbre mis mejillas se llenaron de un carmesí intenso.
Miré a su madre y cuando noté que ella se reía expectante, dije lo primero que me salió:
—Yo…yo… ¿Pronto? —dije mirando hacia Esme en busca de aceptación. Ella asintió y se giró a vigilar la situación con la cajera “demasiado amable”.
Sí. Definitivamente era una tarde incómoda.


*.*.*.*.*
Estábamos en medio del jardín sumergidos entre la alta hierba y las florecillas. Edward garabateaba trazos en un blog para dibujos con carboncillo, y yo lo miraba atenta a sus reacciones. Me miraba a mí, luego al paisaje y finalmente a la hoja toda rayada. Y así alternaba su atención desde hacía más o menos una hora.
No podía negar que el extremo del patio en donde nos encontrábamos; que era el sitio favorito de él; tenía una imagen casi surrealista. La señora Esme, quien se encargaba personalmente de la jardinería de la casa; había optado por dejar que la grama y las florecillas crecieran en gran dimensión, de modo que ahora nos llegaban hasta un poco más arriba de los codos, mientras permanecíamos sentados en el suelo. El lugar infundía una sutil sensación de abrigo, ahora podía comprender él porqué de que le gustara tanto estar allí.
Aunque ese día no era precisamente idóneo para una larga estancia. Una llovizna continua nos iba mojando el cabello de a poco en poco.
—Edward, ¿no crees que ya es hora de entrar?
—No. —negó con su cabeza.
—Te puedes enfermar. —le dije utilizando un tono suave de advertencia.
—No.
Suspiré y miré al cielo. Justo en ese momento la lluvia comenzó a arreciar. Lo miré mientras él le fruncía el ceño al ahora papel mojado junto con el carboncillo corriendo por el flujo del agua. No pude evitar soltar una pequeña risita.
—Te dije que entráramos pero no me hiciste caso.
Me miró molesto, extendió su mano con el bosquejo hacia mí…
—Se arruinó.
—Te lo he dicho antes, ángel. Si el papel se moja,  ya no sirve. Tendremos que desecharlo.
Resopló molesto, para tranquilizarlo me incliné hacia él y acaricié su cabello castaño dorado que ahora se veía oscurecido por haberse mojado. Inclinó su cabeza hacia mi mano y cerró los ojos aparentemente disfrutando de la sensación. Entreabrió sus labios para respirar y por un momento tuve el febril deseo de atrapar las gotas que se deslizaban de su boca.
Y eso. Hice.
Cerré el espacio que había entre nosotros, él no se lo esperaba por lo que al principio se sobresaltó un poco, pero luego él mismo; para satisfacción mía; buscó el contacto. Nuestros labios se acoplaron acariciándose con dulzura. Sus manos se movían torpes por varios lugares, pero ahora lo importante era que tenía su sabor en mi boca. Sabía que corríamos el peligro de ser vistos, pero parecía que la lluvia se había llevado mi cordura infundiéndome temeridad. Mi lengua se aventuró a tantear a la suya, quería hacerla reaccionar y que me condenaran si no estaba extasiada en el momento en que lo logré. El beso se volvió más y más profundo, al punto en que no sabías en donde comenzaba una boca o en donde terminaba la otra.
De pronto fui consciente de que una de sus manos se deslizaba hacia la parte de arriba de mi muslo, mi respiración se comenzó a volver errática.
Y subía…subía…
Mi mente gritaba ¡Detenlo! ¡Detenlo pronto! Pero mi cuerpo se negaba a reaccionar y parecía que quería experimentar hasta donde era capaz de llegar. Sentía que el calor de mi cuerpo se mezclaba con el frío de la lluvia y juntos hacían que mi fiebre interna se disparara. Sus labios en los míos, sus manos en mi cuerpo y mis hormonas gritando cosas que eran sumamente inadecuadas. Como la pagana que era, debía admitir que la evidencia de mi excitación se comenzaba a filtrar en mi ropa interior.
Tan mundana por desearlo con fervor…
Tan débil por querer perder el control con él…
Tan enamorada como para desear convertirme en su mujer…
Mi cuerpo lo aclamaba, lo pedía a gritos, y en mi mente comenzaron a dibujarse mis sueños y deseos más profundos. Desde hacía mucho, deseaba trazar cada parte de su torso, probar cada recoveco de su cuerpo. Quería que fuese mío y solo mío. Tanto, como anhelaba que el recorriera mi cuerpo con la suavidad de su toque celestial y me hiciera suya una y otra vez. Me había sumido en un excitante sueño y eso comenzaba a causar efectos irreversibles en mi cuerpo, pero solo basto un pequeño toque para traerme de vuelta.
La punta de uno de sus lagos y elegantes dedos medio rozó furtivamente mi entrepierna y fue entonces cuando me separé de golpe en un sonoro jadeo. Lamenté sobresaltarlo pero la conciencia me llegó de manera violenta.
—Lo siento. —le dije entrecortada. Y agradecí al cielo regresarme a la realidad. De no ser así, no podía imaginar a qué punto hubiese permitido que llegasen las cosas.
—Te…hice daño. —Aseveró preocupado. Negué con la cabeza pero él no lo creyó aí que asintió testarudo. – Sí. Sí. Te hice daño.
Tomé su rostro entre mis manos y apreté nuestros labios brevemente separándome rápido.
—Escúchame bien, Edward Cullen. Tú no me hiciste daño.
—¿Entonces por qué...?
—Shhh. No pasó nada. Dejémoslo allí. —respondí abrazándolo y permaneciendo así bajo la lluvia.
No me había dado cuenta de cuánto había avanzado el mal tiempo hasta ese momento cuando sentí que el agua nos golpeaba con furia y parecía indicarnos que habíamos llevado las cosas demasiado lejos.
Y para mi propio pesar, yo estaba internamente de acuerdo con ella.


*.*.*.*.*
Edward y yo tuvimos que depender de Alice para que nos alcanzara con toallas en la puerta trasera que llevaba al patio para evitar hacer un desastre en el interior de la casa.
Ambos necesitábamos urgentemente una ducha con agua caliente para evitar resfriados innecesarios. ¡Qué irresponsable de mi parte!.
Cuando salí de la habitación me dirigí a la de Edward directamente y Esme iba saliendo justo en ese momento con unas prendas chorreantes de agua.
—Te iba a buscar. —comentó al verme.
—Aquí estoy. Lamento haber tardado pero el agua tibia no me quería dejar salir del baño. Me tenía de rehén. —ella sonrió gentilmente ante mi pésimo chiste.
—Es lo que pasa cuando se juega bajo la lluvia en Forks. —asentí sin decir más nada esperando a que continuase. —Alice hizo chocolate caliente con leche. —señaló hacia su espalda. —Ya le avisé a Edward, pero está terminando de colocarse los zapatos.
—Lo sé y no se preocupe, bajo con él apenas se termine de arreglar.
Asintió y pasó por mi lado en dirección a la cocina; ahora que lo mencionaba; el delicioso olor del chocolate iba invadiendo sutilmente los rincones de la casa, y por el tenue olor a canela podía deducir que le había quedado exquisito.
Cuando entré a la habitación, él terminaba de amarrar sus trenzas pero su cabello seguía hecho un nido de pájaros por haberlo secado con la toalla. Me sonrió cuando se percató de mi presencia.
—Ya me las amarré. —dijo asintiendo hacia sus zapatillas deportivas.
—Puedo verlo, ángel. —cerré la puerta tras de mí y me acerqué a él.  —Pareces un erizo con esos cabellos así. —enfaticé mientras tocaba las puntas húmedas. —La diferencia es que tus púas no son peligrosas.
La confusión cruzó por sus facciones…
—Erizo…
—Es el animal que vimos el otro día en Discovery Channel ¿lo recuerdas? Era una pequeña bolita negra con muchas espinas y que vivía en el mar.
—Ahhhh. El que no tenía ojos.
—Sí. Ese mismo. —una sonrisa se me escapó.
De pronto se dirigió a su cómoda, tomó un cepillo de cerdas duras y comenzó a tironearse el cabello. El pobre pelo crujía demasiado con cada rústico movimiento; lo detuve antes de que se quedara calvo por secciones.
—Recuerda como te enseñé. —tomé el peine en mi mano y comencé a arreglarlo con suavidad. De a poco los nudos iban descendiendo a las puntas hasta que se separaban. —¿Ves la diferencia?
Él asintió.
—Ves la diferencia. —respondió mientras veía mi reflejo en el espejo.
Cesé con el cepillado y le toqué el pecho con mi mano, al igual que apreté una suya. Volvíamos a los problemas del lenguaje.
—Veo, Edward. Yo...tú. —dije mientras utilizaba cada mano. —Tú y yo. Y cuando te pregunto si “ves” cualquier cosa, debes responderme diciendo “veo” o “no veo”. Pero no me dices “ves”; porque eso se lo preguntas a la persona que esté contigo. Por ejemplo: ¿Quieres chocolate?
Me miró un segundo antes de responder. Sus ojos brillaron con una repentina emoción.
—Sí. Quiero chocolate.
—Muy bien, ángel —dejé el cepillo en la cómoda y lo invité a seguirme fuera de la habitación. —Ahora bajemos a la cocina o ese chocolate será cualquier cosa menos caliente.
—¿Por qué? —me preguntó con curiosidad mientras nos encaminábamos.
—Porque poco a poco se le va bajando la temperatura hasta que se vuelve frío.
Y con una serie más de ¿por qué? que responder, me dirigí con Edward hasta la muy aromática cocina.


*.*.*.*.*
Dos tazas de chocolate después de mi parte y tres de Edward; aún seguíamos en la cocina charlando con Alice y Esme. La primera había resultado ser una joven excepcional, con pocos recursos y que trabajaba arduamente para conseguir dinero y así culminar su carrera de educación, detalle que nos conmovió tanto a la señora Cullen como a mí. La pobre nos contaba sobre las penurias que pasaba en donde tenía alquilada una habitación.  
—Siento tanto que hayas tenido que parar tus estudios por falta de dinero, Alice. —le dijo la señora Esme. —¿Por qué nunca solicitaste una beca?
—Sí, lo hice. —dijo la pobre. —Pero no me la otorgaron, así que no pude seguir costeándome los estudios con lo poco que había logrado ahorrar. Pero sé que de poco en poco voy a terminar mi carrera.
De golpe y porrazo se me ocurrió una idea peregrina.
—Podría tener una solución a tu problema. —comenté de pronto. —Tengo una casa que ya no uso tanto. Y allí tengo una habitación casi vacía. Solo hay un armario con ciertas cosas mías y una cama en la que hace mucho tiempo no duerme nadie. Tengo como un mes que no voy allí pues he estado bastante ocupada aquí, pero si quieres vamos juntas el fin de semana.
—¿Y en cuanto me lo alquilarás? —preguntó de manera tentativa.
—Pues mientras que mantengas la casa en buenas condiciones, me doy por pagada. La casa tiene un valor sentimental para mí, por eso no quiero que se deteriore. Cosa que va a pasar irremediablemente si sigo sin ir seguido.
Las dos me veían como si de repente me estuviesen saliendo pintitas amarillas en el cuerpo o volviéndome azul como un pitufo.
—Eso es muy noble de tu parte, Isabella. —dijo Alice después de sacudir la cabeza. Seguía como aturdida pero en sus ojos había gratitud. —Te pagaré. Te prometo que en cuanto tenga suficiente dinero…
—Continuarás tus estudios y saldrás adelante. Punto y final.
Esme me miró con admiración silente y luego vio a Alice.
—Nosotros te daremos el dinero que necesites para pagar tus estudios. Y poco a poco nos lo irás reintegrando…
—Yo no puedo aceptar eso…
La mano de la señora Esme se posó sobre la de ella.
—Aprovecha esta oportunidad. Ve esto como un crédito que poco a poco nos pagarás. —me dedicó una mirada seria. —Pero deberás retomar tus estudios lo más pronto posible.
—¿Y su casa…? —dijo ella renuente.
—Podrás trabajar medio tiempo aquí de acuerdo a tu conveniencia. Y si resulta muy pesado, pues conseguimos otras manos que te ayuden. —concluyó con la determinación de una experta.
Todas estábamos tan inmersas en la conversación que cuando Edward se hizo notar fue casi una sorpresa.
—¡Oh!. —dijo él pesaroso. —Se acabaron las galletas de canela.
Y de pronto todas prorrumpimos en escandalosas risotadas, ignorando el piso lleno de migajas de galletitas de canela.
—¿A qué se debe este escándalo? —dijo un risueño Carlisle.
La señora Esme le dedicó una tierna sonrisa antes de contestarle.
—Porque es muy probable que a tu hijo le dé dolor de estómago dentro de una horas. Se acaba de comer más de quince galletitas él solo y prácticamente de un tirón.
El señor Cullen fingió reñirlo.
—¡Te has pasado de la raya, Edward! ¿Ahora yo que como?
—¿Podrías hacer más, Alice? —preguntó mi ángel de pronto muy emocionado.
Las bromas y risas siguieron llegando mientras él se unía a la conversación. Aprobó sin muchos miramientos lo que su esposa le había planteado a Alice. Pasado un buen rato se dirigió a mí delante de los demás presentes.
—Oye, Bella. Hoy conocí a una chica que es profesora de piano. Le hablé del caso de Edward y a ella le pareció interesante. Me dijo que no tenía ningún problema en comenzar a impartirle clases si tú dabas el visto bueno previamente, claro está. —dijo él mientras tomaba un sorbo del chocolate que Alice había preparado.
Me imaginé a Edward frente al pomposo piano de cola que estaba cerca del salón de estar. Su cara bañada por la blanquecina luz que se filtraba a través de los ventanales panorámicos se veía celestial en mis pensamientos. Y sus dedos gráciles se movían con fluidez por las teclas para inundar el ambiente con notas armoniosas. Casi lo podía escuchar
—¿Y bien…? —me dijo el señor Cullen sacándome del vergonzoso ensimismamiento en el que estaba sumergida.
—Claro que sí, señor Carlisle. Si a Edward le gusta no hay ningún impedimento para aprenda a tocar el piano. De hecho hay personas autistas que tienen excelente oído musical. A diferencia de personas como yo…
Entre bromas seguimos pasando la tarde.
Y a Edward nunca le dolió el estómago, a pesar de que siguió comiendo galletas de canela, ajeno a nuestra conversación que siguió por un buen rato.


*.*.*.*.*
Edward acariciaba la superficie de madera lacada del piano y lo observaba como si jamás en sus veinticuatro años lo hubiese visto antes; pero lo hacía con una reverencia suprema. Como si se tratase de alguna antigüedad que al más mínimo roce se pudiese romper con un movimiento brusco. Verlo ir y venir con sinuosidad tocando la superficie de un brillante color negro ébano me parecía la cosa más deliciosa de ver. Y para él no pasó desapercibida.
—¿Por qué me miras así? —preguntó curioso.
—Porque te ves precioso justo ahora.
—¿Por qué? —no sabía cómo decirle, sin sonar ridícula, que el adjetivo de ángel había tomado más sentido ahora que podía verlo con aquella luz etérea. Así que respondí algo mucho más fácil.
—No lo sé. Quizá porque  nunca te había visto como un posible músico y es te hace ver un poco sexy.
—¿Qué es sexy?
Sonreí ante su inocencia, debería haberme sentido como si quebrara algo santo o casto pero algo más fuerte que yo me impelía a hablar.
—Es cuando una persona te resulta atractiva. — me miró dubitativo por unos segundos y luego dijo…
—Y cuando alguien es sexy ¿Te provoca besarlo como lo haces conmigo?
Ruborizada hasta lo imposible, asentí. Era extraño como podía pasaba a ser la cazadora atrapada de un momento a otro por él. Por su aire de inocencia.
—Sí, ángel. Cuando alguien es sexy te provoca besarlo… —se fue acercando lentamente al banquillo frente al teclado del piano que era donde yo estaba sentada. —Abrazarlo… —<<…Y cosas que requerían que la gente estuviese sin ropa y en posición horizontal. O no necesariamente.>> Pensé para mis adentros removiendo mil sensaciones en mi interior.
Llegó hasta el sillón y se sentó frente a mí, me acarició con suavidad la cara apartándome unos mechones que me habían caído de los lados. Cerré los ojos durante un segundo disfrutando de su tacto hasta que el silencio me hizo abrirlos con la necesidad de ubicarme. No sabía si repentinamente había muerto y estaba en el cielo…
—Entonces tú eres sexy también. —musitó con la vista clavada en mis labios.
Suprimió casi la totalidad de espacio entre ambos en un solo movimiento. Solo se detuvo cuando las puntas de nuestras narices se rozaron. Su boca se abrió, anticipándose a que la mía cerrara el espacio restante para acariciarse…
¡Ding Dong!…
El sonido desde la entrada nos sobresaltó a ambos y nos separamos al instante. Escuchamos en silencio como Alice corría desde la cocina para abrir la puerta y saludar a alguien. La voz sonaba baja y elegante.
Unos pasos se dirigían hacia donde estábamos y cuando la puerta del salón en el que estábamos se abrió, irrumpió una rubia estilizada vestida como si hubiesen hecho corta y pega de la sección “9 Piezas claves” de la revista Cosmopolitan. Una simple remera blanca de algodón enfundada en unos pantalones de lino gris que le llegaban hasta la cintura que le daban un aire retro. Unos stilettos* y un bolso grande que pendían del pliegue de su brazo iban en armonía al ser negros ambos. Y si todo eso no te quitaba el aliento, pues debías esperar a ver su rostro. No había ninguna facción que pudieses decir que estuviese fuera de lugar: sus labios eran bien delineados, su ojos eran grandes y expresivos, sus pómulos y barbilla enmarcaban lo que eran unas líneas preciosas. Eso sin contar la cascada de bucles dorados que pendían de su cabeza. Eran brillantes y platinados, el sueño de cualquier aspirante a modelo.
Sonrió gentilmente y nos dirigió un asentimiento.
—Buenos días, Soy Rosalie Hale. La profesora de piano. —me miró con educación. Tú debes de ser Isabella ¿cierto?
Asentí.
—Un placer, Rosalie.
Dio un par de pasos más hacia nosotros.
Tendió la mano hacia al frente.
—Y tú debes de ser Edward. Encantada de conocerte.
Pero Edward no le contestó, porque un muy inoportuno Emmett interrumpió justo en ese momento.
—Bella, necesito hablar… —el inmenso hombre vio a la profesora con detenimiento durante un instante y se sonrojó ligeramente. —Disculpe, buenos días.
—No se preocupe. —volvió a presentarse de nuevo y luego le indicó lo que haría en la casa de ahora en adelante, tres veces a la semana.
—Pues bienvenida. —dijo de manera cortés pero un poco fría. Pareció como si se hubiese desvanecido lo que había llamado su atención de ella. Luego me dedicó una mirada profunda. —Necesito hablar contigo.
—Tengo que explicarle a la señorita Rosalie…
—Será solo un momento. —me interrumpió. —Les servirá para que se conozcan.
Asentí en dirección a ella.
—Discúlpame, un momento. Por favor.
—No hay problema. —dijo ella.
Cuando salía pude sentir la mirada de Edward clavada en mi espalda.
—¡Bella! —me gritó antes de que cerrara la puerta. —No te vas a ir con él de nuevo ¿Verdad? No me dejarás de nuevo por mi hermano ¿Cierto?
Todos nos quedamos congelados en el sitio sin saber que decir o que hacer.







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            Esta capítulo está dedicado no solo a Marcos que desde que supe de su existencia es una continua fuente de inspiración; sino a Gabriel un pequeño de solo nueve años que todavía no consigue expresarse con palabras pero si a través de sus dibujos. Y para cada personita especial que conozcan ustedes que tenga esta condición. Son el aliciente que necesito para seguir con esta historia y me demuestran que los Ángeles si existen y los tenemos más cerca de lo que pensamos.

            Aprovecho para informarles sobre mi cambio de correo electrónico. De ahora en adelante si quieren comunicarse conmigo pueden hacerlo por el siguiente mail: mariekmatthew@hotmail.com