miércoles, 30 de noviembre de 2011

Corazón de Cristal - Décimo primero:



"Verdades Desagradables"

Después de jurarle a Edward varias veces que solo iba hasta la cocina a hablar con su hermano y volvería con galletas de canela para él, finalmente se quedó tranquilo. Ahora me encontraba con la cadera recostada de uno de los topes de mármol con los brazos cruzados en el pecho y esperando por lo que de seguro sería una muy incómoda conversación con Emmett.
—Tú dirás. —lo urgí a apurarse con un gesto de la mano —Como pudiste ver allá, Edward me necesita.
Sus labios formaron una línea fina.
—¿Y tú?
—¿Y yo…qué?
—¿Y tú lo necesitas a él?—súbitamente su postura dejó de estar tensa y recargada en las encimeras que estaban al frente, con los brazos en la misma posición que los míos. Caminó hasta quedar a tres o dos pasos de distancia de mí. —Sé sincera.
Adelanté las manos en señal de alto para guardar un poco de espacio entre ambos. Necesitaba distancia tanto de él como de esta conversación, pero ambos eran igualmente ineludibles. Sabía que en algún momento iba a tener esta conversación con él, pero en el fondo esperaba que se diera  en condiciones más cordiales. Pero después de todo lo que había pasado últimamente no creía ser capaz de llevar las cosas de esa manera.
—Mira, Emmett, te lo pondré de una manera muy simple: Me levanto todos los días, tomo un baño y me visto rápidamente. Luego, lo primero que hago es asegurarme de que tu hermano se despierte bien y tranquilo. Paso casi todas las horas del día con él; tanto en el tiempo reglamentario de mis funciones como en el de mis ratos libres. Soy feliz cuando el ríe o triste si él se deprime. Me escuchaste enfrentar a tus padres y a ti mismo…—no pude; ni quise; evitar que en mi tono se colara un poco de reproche.—admitiendo mis sentimientos por Edward. Así que ahí lo tienes: Yo lo necesito también.
Inspiró fuerte y cerró los ojos por un momento, luego los abrió para verme con una expresión casi rota.
—No había necesidad de ser hostil.
—Emmett,—no levanté la voz al interrumpirlo, pero si fui firme. —yo no fui la que empezó esta competencia de hostilidad. Si mal no recuerdo, fuiste tú quién dejó de saludar cuando nos cruzábamos. Ni siquiera tenías la decencia de contestarme cuando te hablaba. Evitabas mirarme lo máximo posible y ahora te crees con el derecho de reprocharme algo. Sinceramente, me parece un poco cara dura de tu parte.
Nos quedamos viéndonos durante un momento en silencio. Quizá duró solo un minuto pero a mí me pareció como una hora y mientras tanto, el sentimiento de culpa aunado a su mirada azul grisácea—igual que la de su hermano—que mostraba tristeza, iba haciendo mella en la rabia que sentía.
—Siento si fui grosera. Aún así, espero que entiendas mi punto.
Él asintió pesaroso.
—Alcanzo a comprender lo que me dices y lamento haber sido tan…tan descortés; pero tampoco es fácil que te restrieguen en la cara el rechazo. Y mucho menos me vi venir que tú te sintieses tan atraída por mi hermano. Por su condición jamás pensé…
—Que alguien pudiese enamorarse de Edward. —sentencié. —Sin ningún otro interés en sí, más allá de él mismo.
Asintió.
—Pues sí. No gano nada mintiéndote. Mira…—sacudió la cabeza como si tratase de borrar una niebla que no le permitiese ver con claridad las palabras que me diría. Finalmente tomó una bocanada de aire y soltó lo que tenía entre pecho y espalda: —Bella, me vas a disculpar si mis palabras te suenan ruines, pero me es sumamente difícil de comprender como alguien que conoce a la perfección sobre el autismo y sus efectos, se haya enamorado perdidamente de uno de sus pacientes. Eso suena a telenovela. —ahora un alterado Emmett caminaba de lado a lado por la cocina mientras hablaba. De vez en cuando volteaba hacia la puerta de la estancia, quizá para asegurarse de que no apareciese nadie. —Dime patán, si eso quieres. Tíldame de basura, pero simplemente es algo que no puedo comprender.
Negué con la cabeza. No era como si no me esperaba pasar por esta situación una vez que se supiese sobre mis sentimientos por Edward. Era natural dudar sobre la veracidad de mi comportamiento o palabra, dadas las condiciones económicas y de vulnerabilidad de mi ángel. Siempre supe que lo tendría cuesta arriba al momento de hacerme entender o creer, así que no me sentía en la posición de juzgar a Emmett cuando él se estaba abriendo en canal delante de mí.
—No te diré nada de eso. De hecho comprendo tu escepticismo sobre todo esto ya que no es una situación común. Pero te sorprenderías si supieses cuantas personas que padecen el autismo de alto rendimiento, suelen casarse y llevar una vida relativamente normal. El problema radica en los estigmas sociales que se han creado en torno a ellos como si fuesen unos imposibilitados, y que por su condición fuesen incapaces de sentir afecto o apego a alguien o  algo, lo cual es totalmente absurdo. Deberías documentarte sobre las grandes personalidades que padecen la enfermedad. De hecho, te puedo mencionar a una paciente de autismo que aunque era incapaz de tolerar el contacto físico, se convirtió en parte de su propia terapia. Temple Grandin se doctoró en ciencia animal en la Universidad de Illinois, y desde pequeña no soportó que la abrazaran, y basada en sus vivencias de adolescente en la granja de un familiar, diseñó una máquina que le permitía controlar la presión y la duración del abrazo. Y todo esto pasó porque ella sentía que necesitaba esa caricia pero su condición le hacía rechazarla.
Se quedó mirándome estupefacto por unos segundos antes de que una pena de otra naturaleza embargara su mirada.
—Nunca he dicho que lo viese como un discapacitado. —claramente se trataba de explicar pero lo interrumpí.
—Aún así te has estado preguntándo lo que vi en tu hermano, seguramente. Pues te digo que he descubierto a un hombre fuerte y decidido que cada día lucha para salir adelante. Lo que para nosotros es sumamente sencillo, a él le cuesta el doble y hasta el triple de esfuerzo, aún así, nunca le he escuchado decir “no puedo”. Es honesto, aunque eso es algo muy típico de los que están en su condición. También es tierno conmigo, más allá de lo que alguna vez podría haberlo creído capaz. Puede que le sea difícil empatizar, pero se adapta a casi todo. En resumen: son un montón de cualidades lo que me han atraído hacia Edward. Y todavía me sigue sorprendiendo con algo nuevo cada día.
—Eso solo me indica que puedes tenerle cariño y admiración. —casi podía verlo maquinar en su cabeza, buscándole una lógica a mi comportamiento más allá del ámbito sentimental. Muy típico en los abogados.
Lo miré con firmeza cuando di dos pasos hacia el frente y con esto detuve su errática caminata.
—Emmett, yo deseo  a tu hermano como lo haría con cualquier otro hombre con quien quisiera tener una relación. Y antes de que me lo vayas a preguntar, sexualmente también.—sentí el sonrojo delator coloreando mis mejillas, pero aún así proseguí con la fuerza interna que me impulsaba a dejarle las cosas claras de una vez por todas.—Entiendo que Edward aún no esté preparado para enfrentar esa etapa. Espero ya después de algún tiempo, que llegue el momento para hacerle frente a ese aspecto.
Respingó al escucharme hablar y antes de proseguir, tragó con fuerza el nudo de incomodidad que tenía en la garganta.
—Tú…Edward…¿Ustedes se han besado? —con una vergüenza que me hacía parecer una adolescente, asentí. Como si me hubiesen pillado con las manos en la masa. —¿Y cómo respondió?
No pude resistirme al impulso de sonreír como una tonta.
—Bastante bien en realidad. Al principio hubo un poco de conmoción, pero luego se le dio bastante fácil y hasta natural, he de admitirlo.
Se metió los dedos entre su cabello que era quizá demasiado corto para ese gesto de exasperación, luego se aproximó bastante hacia mí. De hecho, pude sentir el leve temblor de su cuerpo y oler la fresca fragancia de su varonil perfume, mientras que su gran tamaño se cernía sobre mí de manera sobrecogedora e intimidante. Sus ojos eran un par de nubes grises azuladas que presagiaban tormenta, demasiado parecidas a las de su hermano pero sin esa inocencia tan característica de Edward. Sorprendentemente, las lágrimas amenazaban con brotar de sus orbes ante cualquier movimiento en falso; o en este caso palabra.
—Yo…yo amo a Edward, Isabella. Puede que no sepa cómo expresarlo con palabras o que no lo demuestre todos los días, pero te juro que jamás en la vida lo he considerado un discapacitado. O enajenado. —sus palabras denotaban una tristeza y cierto desespero, que no pude evitar dejarme invadir por una ternura hacia él. También sufría por mi ángel, aunque como hombre y heredero del apellido Cullen se sentía obligado a encerrar sus sentimientos dentro una barrera de frialdad inquebrantable. Pero esta se estaba rompiendo.
Acuné su rostro entre mis manos en un gesto protector que pareció sobresaltarlo un poco al principio pero al final terminó recargando su cabeza en mi toque.
—Lo sé, Emmett y te entiendo. Nunca te creí capaz de menospreciar a tu hermano, solo quería que comprendieses mi punto de vista. A veces ni siquiera nosotros, los que solemos especializarnos en el área, logramos entender ciertas conductas que presentan los autistas.
—¡Y lo comprendo! Es solo que creo que te has precipitado un poco con él. Pienso que a lo mejor haz confundido tus sentimientos por Edward; y eso no tiene nada de malo. A cualquiera le puede suceder. A lo mejor si saliéramos una vez más…
—Emmett…
Rodeó mis manos con las suyas, reteniéndolas en el lugar en donde estaban.
—¡Salgamos, Bella! La pasamos muy bien cuando salimos la vez pasada. Y a lo mejor verías las cosas un poco diferentes si tenemos una segunda cita…
—No.
La respuesta tajante vino desde un muy molesto Edward, que estaba parado dos pasos antes de cruzar el umbral de la puerta. Rosalie miraba la situación con incómoda confusión de hito en hito; mientras que una de sus manos parecía haberse congelado antes de tocar el antebrazo de mi ángel.
La mirada intensa de Edward se fijó en mis manos que seguían congeladas aferrando el descolocado rostro de su hermano. No hace falta decir que bajé los brazos de golpe.
—No quiero que vayas con él a una cita, Bella. No – quiero – que – vayas. — puntualizó entre dientes.
Negué con la cabeza antes de poder pronunciar palabra alguna.
—No lo haré, ángel.
—¿Y por qué tocas así a mi hermano? —su manos se apretaban y se relajaban. En sus ojos podía ver que estaba afectado con la situación y necesitaba traerlo a la calma lo más pronto posible antes de que hiciera una crisis nerviosa de nuevo.
—Vamos, Edward… —Rosalie trató de halarlo hacia atrás pero solo consiguió que este se zafara de su agarre para aproximarse hasta donde estábamos Emmett y yo. Se situó a mi lado haciendo que el segundo retrocediera dos pasos con una línea tensa en los labios.
—Tranquilízate, Edward. Deja que Bella decida…
—¿Por qué me la quieres quitar, hermano?—preguntó mi ángel con voz rota. Su tono temblaba al hablar y parecía que de un momento a otro estallaría en llanto. —¿Por qué la quieres apartar de mí? Yo nunca te he quitado nada, porque ustedes me hicieron ver que eso era malo. ¿Acaso te has vuelto una mala persona? O es que ¿Acaso ya no me quieres? Tú no la necesitas como yo.
—Que ella esté conmigo no quiere decir que tengas que dejar de verla. Puede ser tu amiga y tu enfermera. No tiene por qué alejarse.
—¡Si lo hará! —gritó Edward súbitamente mientras se presionaba las sienes con sus puños apretados. —¡Y no la quiero como amiga!
—¡Entonces ¿Qué quieres de ella, hermano?! —Emmett lo miró con ojos desesperados.
Edward estaba demasiado alterado, al punto en que sus dientes se rastrillaban, los superiores con los inferiores, su respiración se hacía cada vez menos profunda y su cara estaba cambiando de color crema hacia el rosa intenso. Entonces dejé de ser la Isabella enamorada para ser la enfermera que necesitaba mi paciente. El más especial de todos, pero mi paciente al fin y al cabo.
—Cálmate, Edward. —se negaba a mirarme, por lo cual tuve que sacudirlo levemente hasta que clavó su vista en mí. Aún así su ira y su dolor no parecían disminuir. —Respira profundo. Aquí nadie quiere hacerte daño ni te lo van a hacer. No dejaré que eso ocurra. No me iré con Emmett ni con nadie, porque mi lugar está aquí contigo.
Respiración. Respiración. Respiración. Sus ojos viajaban de su hermano a mí de manera rápida. Como si esperase un movimiento en falso de alguno de los dos. Claramente no me creía del todo.
—¿Me has escuchado? Asiente si me has oído, por favor. —lo hizo.—Muy bien. Ahora trata de tranquilizarte, ángel. No quiero que te dé una crisis de furia. —Al menos no una peor a lo que acababa de pasar, Pensé para mis adentros.
Sin esperarlo, me estrechó entre sus brazos fuertemente y habló pegado en mi oído en un tono bajo, aunque era fácil que lo escucharan los demás presentes.
—¿No te irás con él? —negué con la cabeza. —¿Jamás? —de nuevo negué. —No entiendo por qué estoy tan molesto, solo sé que no te quiero con él. No quiero dejar de querer a mi hermano; pero por favor…no me dejes por él. Me siento enojado.
Pegué su frente a la mía al tomarlo por la nuca.
—Nunca, Edward. Ni por Emmett ni por nadie, ya te lo he dicho una y otra vez. Tu hermano te adora, eso tienes que saberlo. Ahora es momento de que te tranquilices y dejes que las cosas se calmen.
Escucharlo hablar de esa manera partía el alma de cualquiera que lo escuchase, porque era como si lo estuviese haciendo un niño pequeño que aún creyera que el mundo era un lugar en donde los héroes derrotaban a los pocos villanos que existían. Rosalie se revolvió el cabello desde donde estaba, Emmett se notaba triste e impotente y yo… solo me quedé congelada en el sitio sin saber cómo reaccionar ante ese despliegue de tierna inocencia.
Finalmente, el hermano mayor tomó el mando de la situación, y aunque se le dificultó —se veía que le costaba horrores hablar— lo que decidió hacer logró llevar las cosas a un término tranquilo, pero no necesariamente era feliz para todos.
Emmett se situó frente a un Edward demasiado tenso y le colocó una mano en el hombro y con un gesto de determinación lo miró a los ojos cuando dijo:
—Te amo con toda mi alma. Tanto que si lo que necesitas para ser feliz es a Isabella, yo respetaré eso y me haré a un lado. Al fin y al cabo, creo que no hay nada por lo que deba luchar acá. —me miró a los ojos. —Es mucho más sano. Puedes estar seguro de que yo no la apartaré de tu lado; aunque sospecho que ella no dejaría que nadie lo haga. Ahora debo irme, pero nos veremos más tarde ¿vale?
Dicho esto estrechó entre sus grandes brazos a su hermano que al lado del descomunal tamaño de Emmett parecía el de un niño; como su inocencia. Le dio un beso en la frente y pasó a mi lado dedicándome una mirada que decía claramente “adiós”. Bajó la cabeza y pasó al lado de Rosalie con un cortés Hasta luego antes de que sonara la puerta de la entrada y posteriormente el portón de la casona.
La nueva profesora me veía a los ojos como si quisiera robar las respuestas de mi mirada.
                Ojalá las tuviese, en primer lugar.


*.*.*.*.*
—Toda esa situación fue demasiado rara e incómoda—comentó Rosalie después de que le hubiese explicado lo que había pasado. De principio a fin.
Edward estaba sentado al piano aprendiendo una sencilla melodía, y para sorpresa tanto de su profesora como de la mía lo hacía excelentemente bien. Estaba demostrando una destreza asombrosa al momento de desempeñarse con el instrumento, pero cuando se frustraba lo miraba con una indignación que casi provocaba risa.
Suspiré con cansancio restregándome los ojos.
—Lo sé. Aunque espero que las cosas mejoren. Creo que fue una manera quizá demasiado drástica pero que al fin y al cabo sirvió para que Emmett entendiera la situación entre Edward y yo.
Rose me miró con profunda incredulidad.
—Si te soy sincera, me parece raro que teniendo a un hombre como él; interesado por ti, atractivo y hasta sensible, te hayas enamorado de su hermano que además es…
—¿Autista? —ella pareció apenarse cuando comprendió que su comentario podía malinterpretarse.—Tranquila, sé que no lo dices de mala manera. Explicarte mi relación con Edward me llevaría demasiado tiempo. Te resumiré todo en que yo lo quiero y él parece sentir lo mismo que yo.
—Pero…tú lo… —enarqué una ceja anticipándome a lo que creía que se debía su aparente incomodidad. —ya sabes. Hablo de deseo sexual. No sé cómo explicarme.
Me removí en el sofá tapizado con piel de durazno blanco. La miré a la cara y fui clara y franca cuando admití:
—Sí. Yo lo deseo  también. Ahí donde tú lo ves…—se lo señalé con un asentimiento—él es como cualquiera, solo que cuesta más trabajo comunicarse y otras cosas más. Pero responde a muchísimos estímulos. Y esos no son la excepción.
Para alivio mío, ella pareció entenderlo todo sin juzgarme de mala manera, al menos eso parecía aunque estaría en todo su derecho. ¡Nos acabábamos de conocer! Y nos habíamos visto obligadas a compartir mucho más de lo socialmente aceptable en menos de ocho horas. Esto elevaba la incomodidad a un nuevo nivel.
El piano hizo unos cuantos sonidos discordantes y Rose se le acercó a Edward después de un extraño silencio. Se sentó a su lado y comenzó a deslizar los dedos por las teclas indicándole el ritmo que debía llevar mientras que lo cantaba y tocaba al mismo tiempo. Edward le indicó en su muy acostumbrada y hace poco estrenada franqueza que estaba harto de tocar la misma melodía una y otra vez. Ella lo miró con tierna paciencia; haciéndome entender que Carlisle había escogido a la persona correcta para que lo enseñara.
—Comprendo y dado que puedes tocarla bastante bien, te daré el beneficio de que me digas lo que quieras tocar.
Los ojos de Edward brillaron con tal emoción que si no hubiese sabido que aquella felicidad se debía a la música más que a nadie; hubiese tenido un serio caso de transformación con colmillos y garras incluidas. Traducción simple: Un arranque terrible, y temible, de celos.
—A Debussy. Me gustaría tocar algo de Claude Debussy. —agrego él.
—Bien, será una de Claude. ¿Cuál te gustaría?
Claire du Lune. —dijo sin siquiera un titubeo.
La blanca sonrisa de la guapa instructora irradiaba calidez y una grata sensación de confianza.
—Esa será entonces. Pasado mañana te traeré las partituras y comenzaremos con la pieza. Pero iremos poco a poco ¿Entendido?
—Entendido, profesora.
—Y como primera norma tienes enteramente prohibido que me digas profesora. Llámame Rosalie.
—¿Por qué? La persona que te enseña es un profesor. Pero como usted es una dama debo decirle profesora.
Rose se rió por la lógica con la que Edward planteaba sus dudas.
—Tienes razón. Soy una dama; pero no me gusta que me digan profesora. Y como te quiero considerar un amigo; espero que tú hagas lo mismo conmigo. Y los amigos no se tratan de usted; se tratan de “tú”.
Le tendió una mano; haciendo inconscientemente algo sumamente acertado. Infundiéndole táctilmente a Edward la seriedad de sus palabras. Él se la estrechó con la emoción de un niño al que se le promete un regalo el día de navidad.
Y así se selló algo que se iba a convertir no solo en una especie de musicoterapia; sino en la pasión recién descubierta de mi ángel.


*.*.*.*.*

Cierta tarde; me encontraba con Alice en la cocina preparando unos pequeños canapés de salmón ahumado, queso crema y perejil. Carlisle había llamado unas horas antes anunciando que llevaría a dos de sus candidatos a nuevos asociados del bufete y pidió que todos estuviésemos presentables para conocerlos. Así que mientras Esme terminaba de encargarse de Edward, yo cooperaba con los aperitivos. Tanto Alice como yo ya estábamos arregladas correctamente:
Ella tenía una linda falda de gasa color gris con una camisa de seda en tono blanco y unos zapatos de tacón bajo negros. Por mi parte, usaba unos pantalones de lino color negro de bota bastante ancha con un suéter manga tres cuarto y ceñido al cuerpo en color rojo sangre. Unas cómodas bailarinas rojas completaban el look casual.
—¿Cuándo te mudarás a la casa?—le pregunté a la que era como especie de amiga allí en la casa para mí.
Con su sonrisa habitual se giró hacia mí, haciendo que su cabello negro azabache y en punta se tambaleara por lo repentino de su movimiento. Entre las manos sostenía la manga con la que rellenaba los pequeños cilindros de salmón que yo le iba armando con la ayuda de unos mondadientes.
—Creo que este fin de semana sería una excelente oportunidad para hacerlo. ¿Podrías ayudarme, por favor?
—Claro que sí. —asentí. —Además si no voy ¿Quién demonios te abrirá la puerta?
—Podrías darme las llaves aquí.
—Cierto, pero casi siempre te vas corriendo de acá y casi nunca me da chance siquiera de despedirme de ti.
Ella me miró con cierta sorna en su mirada.
—¿Eso es un reproche?
—¿Sabes una cosa? Sorprendentemente, sí. Ya que eres como una amiga. Y no sé tú, pero yo suelo saludar y despedirme de mis amigas.
Tanto ella como yo nos reímos al caer en cuenta de lo tontas que nos escuchábamos.
—Touché. – dijo ella al final de todo. —Debo mejorar mis modales.
Ambas volteamos a nuestras espaldas cuando escuchamos venir a Esme que se acercaba conversando con Edward. Se les notaba muy animados a ambos mientras las pisadas se acercaban más y más retumbando en el habitual silencio placentero que embargaba a la casa de los Cullen. Bueno, en realidad solo una de las voces resonaba quejumbrosa:
—No me gustan estos zapatos, mamá. Son incómodos ¿Por qué no puedo colocarme los zapatos normales? —se quejaba mi ángel.
—Solo será por un momento, cielo. Además estos zapatos son normales. Sopórtalos un poco ahora, luego podrás quitártelos y te prometo que no tendrás que usarlos más nunca. Compraremos unos más cómodos para la próxima vez que tengas que vestirte formal.
—¿Me lo prometes?
Ella asintió mientras lo abrazaba por la cintura.
—Te lo prometo.
—Entonces los botaré cuando se acabe la reunión. —dijo él satisfecho.
—¿No te parece mejor que los donemos a una tienda de segunda mano para la gente necesitada?
Edward se vio bastante indignado por el comentario. A esa altura ya estaban por el umbral de la cocina.
—¿Por qué le vamos a regalar a otras personas unos zapatos tan incómodos, madre? ¡Son horribles! Nadie debería ponerse esto.
Ahora las tres rompimos en risas. La lógica de él era única en su estilo. Una derrotada pero risueña Esme asintió.
—Tienes razón, Edward. Botaremos los zapatos.
—Gracias.
Muy pagado de sí mismo nos encaró a Alice y a mí.
—Mamá dice que me veo bien. —levantó los brazos y los dejó caer.
Sonreí de lado mientras observaba la suave camisa de seda azul cobalto que llevaba con unos pantalones de vestir en color negro con unos zapatos a juego. No había chaquetas ni corbatas. Sabía muy bien el porqué de eso; a Edward no le gustaban y eso no era negociable.
—Te ves bien. Tu madre tiene toda la razón. Incluso con esos zapatos. —resistí el impulso de mofarme un poco ya que él podría malinterpretarlo.
—Son incómodos, pero se me ven bien. —añadió testarudo y con el ceño fruncido.
Me acerqué y le di un beso en la mejilla.
—Claro que sí, ángel. Te ves bien siempre, pero prefiero cuando andas con tus vaqueros, sudaderas y tus tenis. Son más de tu estilo.
—Me gustaría tenerlas puestas ahora. Pero sé que papá cuenta conmigo. — Edward suspiró nostálgico.
—¡Esa es la actitud!—canturreó Alice terminando de decorar los canapés con el perejil picadito encima de cada rollito.
Entre los cuatro habilitamos un mesón largo que antes decoraba uno de los pasillos y lo convertimos en una pequeña especie de mini buffet de aperitivos en la sala de estar. Esme sacó las botellas heladas de champagne de y las dispuso hieleras de plata. Alice buscó las copas de cristal aflautadas y las colocó en la superficie habilitada, Edward…bueno, él preguntaba el porqué de cada cosa y me ayudaba a acomodar las flores en los tres floreros de cristal cortado.
Escuchamos las puertas abrirse, voces masculinas conversando y riendo con suma elegancia. Solo reconocí la de Carlisle. Nos sentamos con aire relajado en la sala  y recibimos a los tres caballeros. Uno era muy alto y de cabello negro, de buen físico pero de mirada algo presumida. El otro era rubio, son el cabello corto pero en la parte superior se le ondulaba un poco, con los ojos verdes como esmeraldas y una sonrisa cálida.
Carlisle los presentó a ambos. Primero al aparente presumido.
—Familia, este es Félix Vulturi.
Y ahora al chico simpático.
—Y este es Jasper Hale.
Todos contestamos con educación y Edward lo hizo con una fluidez espectacular. Habría que ser muy observador para notar algún fallo en su comportamiento. Pero la cara de Alice…esa era otra historia. Tenía un extraño rubor que nada tenía que ver con el maquillaje o con el frío de aquella noche.
Alguien había llamado su atención. Estaba segura de eso.
Las conversaciones fluyeron fáciles. Carlisle era el anfitrión perfecto al igual que Esme. Edward conversaba en ciertos momentos, pero habían algunos en los que se ensimismaba. No eran muchos ni tampoco tan largos, pero debían de ser suficientemente claros para reforzar el punto de mi presencia en aquella casa. El señor Hale parecía bastante cordial, de hecho se dirigía a todos incluso a Edward con mucha calidez y finura.
El señor Vulturi por su lado, sufría del síndrome del Yo – YoYo me gradué en Syracuse, Yo he ganado tantos casos, Yo soy dueño de una casa así, Yo manejo un Cadillac …bla bla bla. Como lo intuí desde un principio era un egocéntrico en el que su universo giraba en torno a él. En un momento de perversa diversión me dije a mí misma que deberían hacerle un favor a la humanidad asegurándose que sus genes no se multiplicaran; más bien que terminarán en él sus generaciones de ególatras. Negué estarme riendo por algo en particular cuando se me preguntó.
Cada uno fuimos levantándonos esporádicamente a comer en la mesa de los canapés. Esme, Carlisle y Jasper hablaban en una esquina y el señor Yo - Yo, Edward, Alice y yo hablábamos en nuestros asientos. Entonces fue cuando comenzó la conversación incómoda:
—¿Hace cuánto tiempo trata usted a enfermos de autismo, señorita Swan?
—Hace más de cinco años, señor Vulturi. Pero me parecería más adecuado decir que tienen una condición a tildarlos de enfermos.
Con aire arrogante, tomó un trago de champaña y agregó:
—Si tienen trastornos en sus conductas, eso quiere decir que son enfermos. No me lo tome a mal. Solo suelo ser muy directo.
—Creo que “mal educado” sería más acertado. —susurró Alice.
—¿Cómo dijo? – añadió él un poco molesto pero ella no le reculó en ningún momento.
—Creo que es muy grosero tildar las personas de la forma en que a usted le parecen que deban ser llamados. Y más si hay personas especiales como ahora.
—Mi intención no es ofender, señorita Brandon. Solo comento eso, porque Carlisle me comentó que Edward era autista y quería saber cómo se llevaba el tratamiento. No hay motivo para ser tan descortés.
Ella resopló con ira pero la tranquilicé poniendo una mano en su antebrazo. Pero antes de que pudiese salir en defensa de Edward, él hizo una pregunta que iba a cambiar el ritmo de la noche.
—¿Qué yo estoy enfermo de qué? —su mirada estaba confundida.
Y cuando el condenado bastardo abrió su boca de nuevo, se desarrollaron en mí instintos sociópatas.
—Autista, Edward. Eres un autista. Las personas como tú, no desarrollan una parte de sus capacidades y tienden a tener conductas asociales. Pero tranquilo, tu padre dijo que Bella estaba haciendo un muy buen trabajo contigo.
Edward me dirigió una mirada suplicante y hasta un poco decepcionada.
—¿Qué es lo tengo? ¿Por qué nunca me explicaste por qué estabas conmigo? Sabía que me ayudabas pero no sabía…—apretó sus puños y golpeó los posa brazos con desesperación.—¡Qué es lo que tengo?!—dijo entre dientes.
—Ángel, hablamos luego de eso. —le pedí tratando de controlarlo.
—¡No, ahora!
—No, cielo… No puede ser ahora, tranquilízate. —dije mientras veía con abierto repudio a Félix. —Espero que esté satisfecho, señor Vulturi. Su sentido de la prudencia así como sus conocimientos acerca del tema del autismo dejan mucho que desear. De nada le ha servido tener tanta riqueza y educación cuando procede por la vida con semejante falta de modales.
La situación empeoró cuando los tres restantes en la reunión se aproximaron.
—¿Qué está pasando aquí? —preguntó el señor Carlisle.
—¡Qué soy un enfermo, papá! ¡Que soy un enfermo! —gritó Edward fuera de sí.
Esme corrió a su lado pero él no deseaba que lo tocaran así que se apartó y envolvió los brazos alrededor de su torso en un gesto de protección a sí mismo. Esa fue el tope de mi tolerancia. En mi presencia nadie, absolutamente nadie, se metería con una persona especial. Y mucho menos si esa era Edward Cullen.
—Pasa, que su enfermera y su empleada doméstica no parecen soportarme mucho. De hecho, me han tratado de una manera bastante hostil. —se adelantó a responder el tarado de dos metros de altura.
El Doctor Cullen nos miró a ambas con consternación.
—No es que no lo soportemos “mucho”, señor Vulturi. Es que simplemente “no lo soportamos” en ningún nivel. —ataqué con franqueza.
Le tipo sonrió con beneplácito, anticipándose a cualquier reacción que pudiese tomar su jefe y pronto su socio.
—¿Qué pasó aquí, Isabella? —cuestionó Carlisle. Su tono era gélido, lo que indicaba que no estaba como para rodeos, así que fui lo más directa y clara que podía ser.
—Su socio le dio un trato despectivo a Edward por su condición, lo cual generó la crisis que está comenzando a tener su hijo, señor Cullen. Si piensa que voy a tratar con respeto a semejante individuo, es que no me conoce en lo más mínimo.
Ambos miramos a Edward que observaba a la nada con desespero, mientras que gemía y lloraba. Esme y Alice estaban tratando de calmarlo, incluso Jasper se acuclilló frente a él y le daba palabras de aliento.
La mirada de Carlisle se volvió airada. Como la de un león a punto de defender a su manada, se giró hasta el que iba a ser su socio y le dirigió unas frías palabras.
—Haz el favor de salir de mi casa. AHORA. Y quiero a primera hora de la mañana tu renuncia sobre mi escritorio antes de que se me ocurra demandarte por vejación a una persona especial y con agravante por causarle un daño psicológico. —su tono denotaba la inflexión de su posición.
De pronto una gran mano se posó en el hombro de Félix. Emmett acaba de llegar y nadie lo había notado; peor; parecía haber escuchado todo puesto, que sus ojos dirigían llamas de resentimiento hacia el invitado—ya no bien recibido—con demasiada fuerza.
—Vulturi, sal de mi casa antes de que te ilustre vivencialmente sobre el significado de Tomar justicia por mano propia. —dijo al darlo vuelta de forma nada pacífica. Estaba segura que si el gigante vanidoso se hubiese atrevido a decir una cosa más, Carlisle hubiese tenido que pagar una buena indemnización además de una factura de ortodoncista. Porque dudaba seriamente que Emmett le fuese a dejar aunque fuese un diente, si ese fuese el caso.
Félix se desenganchó de mala manera de su agarre y comenzó a caminar hacia la puerta principal flanqueado de Carlisle y su hijo mayor. Si dijo algo más,  no lo escuché. Ahora Edward me necesitaba más que nunca. Y me pesaba que pensara que le había fallado. La forma en que miraba me decía cuán herido estaba por mi silencio.


*.*.*.*.*

—Ángel. —susurré al abrir la puerta y asomar solo la cabeza.
Dos horas habían pasado desde que se había presentado el percance en la reunión de su padre con sus futuros socios. Bueno, ya solo uno. Dos horas, en las que ha yo había estado tirada a los pies de la puerta del cuarto de Edward por la parte de afuera. Dos horas desde que él se había negado a recibir a nadie en su habitación, incluyéndome a mí.
Así que allí estaba, intentando de nuevo que me recibiese y poder explicarle las cosas lo mejor posible.
—¿Quieres hablar conmigo? —cerré la puerta detrás de mí.
—No.
Golpe directo.
—¿Estás molesto conmigo?
—Sí. —respondió sin titubeos.
Otro golpe certero en mi pecho. Casi podía escuchar a mi pobre corazón maltrecho.
—¿Me dejarás que al menos te pida disculpas?
Se encogió de hombros con indiferencia mientras su mirada seguía clavada en la ventana panorámica que mostraba una noche negra como boca de lobo. Caminé hacia la cama y me senté a su lado. Pero no se inmutó.
—Escucha, Edward, llegué a esta casa porque tu padre contactó con el hospital con el cual trabajaba yo, el Saint Gabriel’s Children Hospital, que está especializado en la atención de niños con problemas de autismo. O sea, lo mismo que padeces tú. —viró la vista hacia mí y pude notar sus ojos rojos, además de una mancha de humedad que indicaba que había estado llorando. Tragué el grueso nudo que no quería permitirme hablar.
—Soy enfermera especialista en el área. Ya había trabajado con algunos adolescentes, pero nunca con alguien de veinticuatro años como tú. Gracias a Dios, el tratamiento ha dado resultados tan satisfactorios con las demás personas de menor edad. Nunca creí necesario explicarte lo que padecías, hoy veo que fue un gran error por mi parte. Pero te puedo asegurar una cosa, ángel. El ser Autista no te define como una persona diferente en el mal sentido de la palabra; sino más bien un ser especial que lucha constantemente por superarse a sí mismo, y del cual tanto tu familia como yo estamos sumamente orgullosos.
Una lágrima rodó de uno de sus ojos pero el brillo de emoción que percibí de ellos me indicaba que había comprendido mi punto de vista. Aún así se negó a hablar; y entonces fue cuando recordé algo que tenía guardado entre las cosas que había traído a la casa, cuando me había mudado.
—Vuelvo en un instante. —salí apresurada del cuarto pero antes de llegar a mi habitación tuve que darle a: Carlisle, Esme, Alice, Emmett y hasta a Jasper, una breve explicación de cómo estaba Edward. Luego corrí a mi habitación, rebusqué entre el closet y conseguí lo que necesitaba. De nuevo, fui velozmente hasta donde estaba Edward y le entregué en sus manos el delgado libro de portada brillante y tapa blanda.
—¿Esto es un cuento infantil? —se sentó con una mirada de indignación mientras hablaba con un tono de indignación y el ceño fruncido. —Yo no soy un niño.
Me reí por lo bajo.
—Claro que no, ángel. Eres todo un hombre hecho y derecho; pero quiero que leas lo que dice ese cuento.
Con delicadeza y expectación abrió el libro y puso mala cara.
—Son los dibujos más feos que he visto. —esta vez reí sonoramente. —Es cierto, Bella. ¿Qué son estos dibujos?
—Son de niños, Edward. Lo que pasa es que la autora quería que fuesen dibujos sencillos con los cuales un niño autista se pudiese identificar.
—Ah. —aceptó la premisa, pero su ceño me indicaba su disconformidad con la mano ilustrativa de la obra.
Contuve la risa y le insté a leer. 
El Cazo de Lorenzo. —dijo.
—Ajá. Ahora lee lo que está dentro.
Esperé en silencio a que terminase de leer, aprovechando para estudiar sus expresiones al hacerlo. Primero no se movía, luego sonreía con una que otra imagen y casi al final, me veía a los ojos y luego volvía a lo suyo. Cuando cerró las tapas del libro me aventuré a hablar.
—Como ves, Lorenzo es un niño especial como tú; que le cuesta hacer algunas cosas, pero trabaja duro y lo consigue. Como has hecho tú para llegar hasta dónde estás ahora.
Él me sonrió con ternura y hasta satisfacción.
—¿Porque somos especiales? —no era como si lo dudara, sino más bien como la puntualización de un hecho.
—Sí, ángel. Porque ustedes son especiales. Y además, son todos unos guerreros.
—¿Cómo los de la televisión? —preguntó confundido.
Asentí divertida.
—Sí, Edward. Como esos, solo que ustedes se visten mejor y son más educados.
Ambos sonreímos y hablamos por un rato más sobre el autismo. Me obligó prácticamente a prometerle que lo llevaría alguna vez a donde yo trabajaba. Pasado un rato, lo convencí para que bajásemos a cenar  y me sorprendí al toparme con un Jasper con las mangas dobladas a medio brazo ayudando a una muy sonriente Alice a preparar la comida.
Estupefacta vi a Esme y a Carlisle quienes me miraron de manera cómplice antes de sentarse a conversar con Edward en la mesa de centro de la cocina. La estancia reverberaba con el ruido de las ollas y las risas. Así como con una tenaz búsqueda de galletas de canela por parte de Edward.
Me encontré pensando que las cosas iban bien encaminadas para todos. Luego descubrí que Emmett no estaba y que probablemente se encontrase en su habitación encerrado para ahorrarse la incomodidad de vernos a su hermano y a mí juntos.
Bueno…supuse que entonces mi anterior pensamiento no se aplicaba a todos.


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Siento si las decepciono pero mi sorpresa es este cuento para niños autistas titulado "El cazo de Lorenzo" de Isabell Carrier". Me pareció un lindo detalle para anezarlo a la historia. Sé que muchas están impacientes por leer lemmon aquí (yo también, en realidad XD) pero es necesario seguir el curso natural de las cosas. Así que...un poco de paciencia que luego espero recompensarlas. 

Gracias a todas por su apoyo a ABSOLUTAMENTE TODAS!!! Sobre todo a esas personitas de Fanfiction.net que son tantas que no las puedo colocar en una lista por acá. Sin embargo les dejo saber que yo LEO CADA REVIEW que me dejan y si tienen activada la opción de mensajes directos les respondo también. Así que si no han recibido una respuesta mía es porque de seguro no tienen esa opción activada. 

Sin más que decirles pero mucho que escribirles me despido de ustedes! un beso....

viernes, 25 de noviembre de 2011

Buenooooooooooo chicas :).. como se podran dar cuenta marie y yo (rochii) hemos estado alistando todo y por fin....

viernes, 4 de noviembre de 2011

Anuncio antes de tiempo...(En serio les pido disculpas)...





Buenos, Chicas, sé que les dije que les daría mi decisión dentro de dos semanas pero la determinación me llegó antes de tiempo; pero me fue imposible hacérselo saber debido a que la fuente de mi PC se quemó y me la trajeron hasta el día de hoy.


En fin...comienzo mi explicación de motivos...