lunes, 26 de marzo de 2012

CORAZÓN DE CRISTAL - Décimo tercer Capítulo:



Este separador es propiedad de THE MOON'S SECRETS. derechos a Summit Entertamient y The twilight saga: Breaking Dawn Part 1 por el Diseño.
Nota: Antes de leer el capitulo, disfruten de la canción. Inspiradora y apropiada. 


Paperweight de Joshua Radin (Dear John)





Este separador es propiedad de THE MOON'S SECRETS. derechos a Summit Entertamient y The twilight saga: Breaking Dawn Part 1 por el Diseño.

Capítulo XIII
“Como si fuera la primera vez”

<<Las noches en Forks podían ser aptas para el romance o para una película de terror. Dependiendo de la compañía.>>
Me encontraba pensando en casi un estado de paranoia aquella noche. Observando la  niebla que solía envolver todo alrededor. Mientras se volvía sumamente espesa, tanto que no me permitía ver más allá que la tenue silueta del frondoso pino que flanqueaba el ventanal.
Eso podía hacer las noches perfectas para acurrucarse con un ser querido, o querer esconderte debajo de las mantas por la incertidumbre de que de entre dicha niebla, se pudiese esconder un maníaco para saltarte encima en cualquier momento. O cualquier otro ser que no fuese de naturaleza viva. Y he allí la razón por la cual no era nada asidua al género de terror cuando se trataba de escoger una película: era una total y gran gallina.
Sí, bueno. Podría estar exagerando un poco, pero el hecho es que cuando estás en una inmensa casa que tiene grandes ventanas panorámicas —tan anchas como para que una fila de cinco osos grizzly pasen agarrados de la mano al mismo tiempo—, y comienzas a escuchar ruidos raros; tu mente empieza a decirte mil cosas a la vez: ¿Será un ladrón?, también podría ser Emmett que acaba de llegar pero ¿Y si no lo es?, ¿Entraría un animal?. Conclusión: la cobarde que tenía por dentro se negaba a salir del cuarto y enfrentarse a lo que sea que estuviese allá afuera.
<<¿Sería Edward? No.>> Me convencí a mí misma. Se había quedado dormido en su habitación luego de llegar de casa de Alice y darse un baño con agua caliente.
En ese instante pensé que a pesar de todo, el refrán “la curiosidad mató al gato” no podía ser más cierto. Así que me coloqué mis pantuflas de peluche y salí del cuarto en sumo silencio hacia el pasillo para inspeccionar la habitación de Edward, quién por cierto no se encontraba en ella.
Ahora ese era el ruido en el ala inferior de la casa, tenía un quién. Y apostaba mi paga de ese mes, a que sabía exactamente el porqué.
—Comer tantas galletas de canela no te van a ayudar con ese insomnio, ángel —Edward saltó en la silla donde estaba sentado y casi se atraganta. No pude contenerme y rompí en carcajadas—. ¡Lo siento, Edward! —dije la risa me lo permitió.
Lo encontré sentado justo en frente del mesón desayunador de la cocina, con la espalda encorvada hacia adelante, sin realizar mayor movimiento que el de llevarse algo a la boca. El sonido crujiente me dijo todo lo que necesitaba saber.
Edward me miró con cara de pocos amigos y frunció el ceño haciéndolo lucir como un niño malcriado.
—¿Estás molesto? —luchaba con la risa que aún tenía atascada en la garganta. Bajó la cabeza a modo de respuesta. Era incapaz de mentir, por lo cual cuando no quería admitir algo, optaba por el silencio. —No fue mi intención asustarte. —me acerqué y deposité un beso en su mejilla. Eso pareció mejorar instantáneamente su humor.
—Estaba comiendo galletas de canela. —levantó el círculo marrón en su mano para que lo viera. Aunque en sí, no había mucho que ver. A su lado una o dos galletas en un tarro esperaban su turno para ser devoradas.
—Eso deduje, ángel. No creo que haya algo más en esta cocina que te haga desvelarte.
Miré el desastre de migajas que tenía en el mesón de mármol y luego a él que me estaba viendo con una expresión de satisfacción.
—Me encantan.
—Haz dejado eso bastante claro, ángel. —volví a besarlo en los labios y me fui a la nevera a buscar un poco de leche, que luego coloqué en una taza y puse en el horno microondas por un minuto.  Entonces se la tendí a él.
—No, gracias. —me dijo el muy insolente—. No me gusta la leche.
Se la coloqué justo en frente sin importarme su réplica. Lo miré de forma firme, aunque por dentro me causaba un poco de gracia su actitud.
—No te la estoy ofreciendo, te la estoy dando. Y con “dando” me refiero a deberías tomarla.
Su pose altanera no me sorprendió, pero sí que me hacía las cosas difíciles a la hora de resistir con una postura digna.
—No entiendo porqué. Tú odias las anchoas y nadie te obliga a comerlas. Eres una adulta. — ¡Hijo de…! Sabía que era listo y observador pero no fue hasta esa noche que comprendí el hecho de que podía ponerme en aprietos con sus argumentos sabelotodo.
Respiré profundo y respondí con calma, aunque en serio tenía tantas ganas de reír como de empujar aquella taza de leche por su garganta a la fuerza. Me decanté por la opción de comportarme como una persona cuerda y traté de razonar con él:
—Porque si no lo haces, vas a pasar la noche en vela. No vas poder dormir ni aunque lo quieras con toda tu alma. —ignoré olímpicamente el tema de las anchoas.
—No. No me tomaré eso. —negó rotundamente volviendo a su distracción anterior.
—Por favor, ángel.
—No. —respondió luego de tragar.
—Mañana te hago brownies en compensación, si te la tomas.
—No. —¡Era un terco total.
—¿Y si le digo a Alice que haga más galletas, te la tomarías?
—Eh…— pareció contemplar la opción por un momento, pero al final declinó. —no. Tampoco.
Suspiré paciente. Arrastré un taburete y tomé asiento a su lado para intentar hacerle entender mi punto de vista.
—Ángel, estás consumiendo demasiada cantidad de azúcar. Y eso por la noche es contraproducente porque suele causar insomnio, cosa que me imagino te trajo aquí. —le dirigí una mirada por si se atrevía a negarlo, pero él respondió con su muy acostumbrada sinceridad.
—Pues lo que me trajo acá fueron las piernas. —sabía que no contestaba así porque fuese su intención ser grosero. Por lo cual, decidí pasarlo por alto.
—¿Hambre, Edward? ¡Pero si Jasper y tú se comieron una pizza familiar solos! No dejaron siquiera un champiñón. Y mira que Alice y yo teníamos hambre, pero no pudimos con esa monstruosidad de la que ustedes dejaron solo la caja.
Y aunque no me vio a los ojos directamente cuando lo dije, hizo un mohín con su cabeza como si pensara que era lo más comprensible en aquella situación. Y no dudaba en lo absoluto que así lo creyera.
—Estaba muy buena.
Respiré profundo y me puse en pie captando su atención. Dejé la taza; aún con su contenido intacto; en el mesón y caminé hacia afuera de la cocina.
—¿A dónde vas? —me preguntó confundido.
—A mi cama, por supuesto —respondí.
—¿Me dejarás solo aquí? —me reprochó.
Asentí impenitente.
—Sí, claro. Yo solo bajé a la cocina para ver quién andaba por acá. Eres un hombre adulto, Edward. Ya no tengo porqué cuidar cada paso que das. Te ha vuelto independiente y lo estás haciendo bien. Así que yo me voy a dormir. Buenas noches. —señalé con la nariz a sus amadas galletas de canela caseras.—Buena suerte a la hora de dormir con “esas” en el estómago. Adiós, ángel.
Dicho eso, subí los escalones mientras dejaba salir la risa que tenía comprimida pero muy bajito. Después de todo, no había dicho nada que no fuese cierto. Edward era un adulto y parte de respetar su independencia era dejar que tomase por voluntad propia sus decisiones. Fuesen buenas o malas. Porque al final de cuentas eso haría que se sintiera a cargo y que tuviese que responder por ellas, en caso de que no fuesen las esperadas.
Cuando regresé a mi habitación, me arropé hasta el cuello con el edredón. Abajo no sonaban casi ruidos, así que dejé que el sueño comenzara a apoderarse de mí.


*.*.*.*.*
La cama se movió a mi lado. Y aunque fue solo un suave balanceo, logró despertarme.
Abrí los ojos y me encontré con Edward colándose entre mis sábanas. Tragué grueso cuando las imágenes de lo que habíamos hecho en el sillón de mi antigua casa —ahora de Alice—, vinieron a mi mente. Sus besos apasionados explorando mi boca y mi cuello, mis manos ávidas de él, mi toque en su miembro endurecido por primera vez entre mis manos.
—¿Qué estás haciendo aquí? —susurré entrecortadamente.
A duras penas y podía respirar.
—¡Dios! —brincó él— ¿Por qué me asustas de nuevo?
—Tú eres el que se cuela en mi cama en medio de la madrugada ¡¿Y soy yo la que te asusta?!.
Se arropó hasta el cuello como si no estuviese reclamándole algo, o peor aún, como si esa cama y todo lo que estuviese en ella le perteneciera. No necesito una respuesta a ese comentario. Gracias.
—No me voy a ir. Pienso quedarme a dormir contigo.
Me recargué sobre un codo y lo miré fijamente.
—¿No crees que hoy estás un poco…altanero?
—No. —permanecía con los ojos cerrados y con el edredón hasta el cuello. Por fuera de este, podía ver como sus manos se enganchaban fuertemente. Como si yo fuese a tener la fuerza de correrlo de mi cama. Aunque debería hacerlo, pero ese era otro tema. —Soy independiente, como tú me has dicho que fuese.
—Esto no es ser independiente, Edward. —me ignoró. Y me siguió ignorando durante un largo rato más. Así que demasiado cansada como para jugar; o de lidiar con las ganas de saltarle encima; me giré y acomodé de espaldas a él.
Sentí que se removía a mi lado y se cernía sobre mi costado izquierdo.
Necesitaba fuerza de voluntad. La carne era débil, y yo más aún cuando se trataba de él.
—¿No me vas a abrazar? —sonaba indignado a la vez que me apretaba un hombro para llamar mi atención. Sonreí aún de lado.
—¿Eso quieres? —asintió contra mi costado, haciendo que mi piel escociera por el roce de ese rastro de barba que le estaba creciendo.
—Puede que no tolere ser abrazado por largo rato, pero siempre me abrazas cuando dormimos juntos. Luego te duermes y te vas a tu lado. —argumentó dándole sentido a su punto.
—Vale. —giré determinada a solo abrazarlo y dormir lo que nos quedaba hasta el amanecer.
Sus brazos ciñeron mi cintura contra él buscando cercanía. Cosa que no era de extrañarse en el caso de algunos autistas  e incluso en ASPIS (personas que padecen del síndrome de Asperger), pero mi corazón se aceleró aún más y de inmediato lo notó. Deslizó su palma hasta donde el órgano trataba de escapar.
—¿Esto es por mí? —acarició la zona, hasta que por accidente tumbó uno de los tirantes de mi dormilona de satén plateada. Boqueé por oxigeno y a falta de una mejor respuesta, asentí mientras unos temblores de expectación me comenzaban a recorrer el cuerpo entero. Una sonrisa torcida adornó sus labios y la adoré.— Estas emocionada.
Esta vez saqué fuerzas de donde podía y le respondí:
—Emocionada, no… —moví la cabeza de lado a lado y me atreví a confesarle: —Excitada, Edward.
—Oh.
Un brillo que reconocí como pasión titiló en sus ojos, y que me demanden si eso no me emocionó.
Su mano descendió de a poco por mi brazo dejando estelas de electricidad por donde pasaba, así que lo dejé hacer quedándome mortalmente quieta a su lado. Solo podía verlo a los ojos, mientras él también clavaba esos pozos azul grisáceos en mí con una curiosidad que quería ser saciada. Cuando llegó a mi cadera siguió bajando hasta llegar a mi muslo, entonces intercepté su mano con la mía. La estreché un poco y antes de que mis neuronas pudiesen inventarse una negativa, la deslicé de regreso por donde había pasado ya. Esta vez por debajo de mi bata.
—¿Vas a dejar que te toque como tú lo hiciste conmigo esta tarde? —me preguntó con una inocencia tan frágil que casi lograba quebrar mi deseo y transformarlo en remordimiento por intentar hacer caer un ángel.
—No debería. No sé… —me lo rebatía internamente. Querer y dejarlo, o pensar y detenerlo.
—Déjame tocarte. Por favor, Bella. Déjame tocarte. —su mano comenzó a temblar y su tono era tan suplicante, que yo no me sentía capaz de negarle nada. Ni tampoco quería, en honor a la verdad.
—No hace falta que ruegues, ángel. —estrellé sus labios son los míos y me cerní sobre él con lentitud desesperante. Si luego debía lidiar con las consecuencias que eso acarreara, lo haría.
Deslicé mi lengua hasta las profundidades de su boca. Explorando en ella, aunque ya conociese cada depresión de esta. Porque besarlo a él era como ser besada por primera vez. Su pureza de corazón, que era como el del cristal más fino y delicado, hacía que apenas pudiese creer que un ángel pudiese sentir deseo por una criatura tan terrenal y corriente como yo lo era.
Me despegué de él durante un segundo, cosa que trató de impedir al apretarme contra su cuerpo; pero coloqué dos dedos entre nuestros labios un momento para detenerme a decirle algo sumamente importante:
—Déjame prender la luz, Edward. Necesito que veas cada cosa que voy a hacerte y dejar que me hagas. No quiero conmocionarte en medio de la oscuridad. —la preocupación por él no podía dejarla al lado. Era simplemente algo que siempre me perseguiría en cualquier momento y lugar. Como una segunda naturaleza.
Encendí la lámpara que estaba en la mesita de noche al lado de la cama. Haciendo más evidente la oscuridad de la noche. Y por supuesto, más real la tensión sexual entre él y yo.
Aproveché que estaba arrodillada sobre él, con mis piernas a cada lado y recargué mi intimidad sobre su bajo vientre. La noté enfebrecida, incluso más que en la tarde. Tomé entre mis manos el borde de su camiseta sin mangas mientras veía en sus ojos una expresión curiosa. De a poco introduje las manos y rocé cada centímetro de su torso mientras ascendía, pasé por sus pezones y él se contrajo conteniendo el aire de manera brusca en sus pulmones. Cuando llegué a sus axilas pareció captar la indirecta en mis ojos y subió los brazos sin necesidad de decirle palabra alguna. Terminé de deslizar la prenda por su cabeza y la dejé caer al suelo.
Recargué mi cuerpo sobre su pecho desnudo por primera vez y besé su cuello haciendo que ambos nos estremeciéramos de pies a cabeza.
—¡Bella! —jadeó en mi oído.
—Dime, ángel. —besé y mordí haciéndolo encorvarse.
—Va a ocurrir…lo mismo de esta tarde. —murmuró entrecortado. Lo cual me causó algo de gracia.
—Aguanta lo más que puedas, ángel. —lamí desde el cuello hasta su clavícula. Y en ese descenso, mis bragas de algodón fino rozaron con su furiosa erección. No pude evitar gemir ante el sutil roce. Besé en medio de su esternón para luego descender con mis labios que solo tocaban la superficie ondulante por su respiración agitada.
—Sube las caderas, Edward —le ordené con suavidad y él me obedeció de inmediato sin titubear.
Sujeté el borde de su pantalón con el pequeño largo que tenía de uñas mientras bajaba la prenda por sus muslos. Aún así, pude experimentar de primera mano como su piel se iba erizando por donde la recorría. Tiré la prenda al suelo.
Volví a besarlo en sus labios, volviéndose más urgente por su parte. Aunque no tardé mucho en seguirlo. Una de sus manos buscó mi nuca y la apretó contra él, fijándome en el sitio, pero busqué la forma de deshacerme de su agarre y volví a bajar hasta su erección. Lo miré con aprehensión.
—Si es más de lo que puedes tolerar quiero que lo avises.
Asintió un poco confundido.
—¿Qué vamos a hacer?
—Quiero hacerte lo mismo que hice en casa de Alice. Pero esta vez con mi boca —su naturaleza masculina tomó el control ondulándose debajo de mí. Sonreí con malicia sexual— ¿Eso es un sí?
Volvió a asentir. Entonces con toda la delicadeza que logré reunir, fui metiendo mis dedos centímetro a centímetro en su bóxer para deslizarlo por sus piernas hasta dar al piso. Inspiré un poco antes de atreverme a mirar ¿Eran imaginaciones mías o se veía más grande que antes? La respiración empezaba a fallarme y de pronto sentí la necesidad urgente de deshacerme de mi ropa estorbosa.
Pero muy dentro de mí, sabía que esta primera vez sería más para el disfrute de él que mío. Necesitaba hacer las cosas bien y apresurarme no podía ser una forma correcta. Por eso me incliné y besé su vientre primero, luego justo al lado de su erección —que rozó levemente mi mejilla dejando un trazo de fuego que me quemó de pies a cabeza—, continúe besando bajo la base de su erección y él corcoveó bajito mi nombre. Besé al otro lado de su miembro. Entonces levanté un poco la cabeza, abrí mis labios. Su sabor era  exquisito. Claro que solo había probado unas gotas transparentes que se escapaban de su punta, pero ese leve sabor a masculinidad salada fue como el mejor afrodisíaco que pude haber probado en mi vida.
Edward jadeó y de forma instintiva se impulsó hacia dentro de mí; si no hubiese puesto mi mano en su miembro hubiese habido un embarazoso caso de ahogamiento. Después de ese segundo de espontaneidad, disfruté de tener atrapado con una de mis manos su pene que acaricié de arriba abajo mientras sorbía el placer de Edward.
—Ya no puedo más… —sus manos tironeaban a las pobres almohadas que estaban bajo su precioso cabello castaño dorado. Se mordía los labios y tuve el deseo casi irrefrenable de que fuesen mis dientes en vez de los suyos los que se apropiaran de esa tierna carne. Pero antes había algo que tenía que hacer.
—Vente para mí, ángel. Déjate ir —entonces manipulé su pene que se deslizaba fácil por los fluidos de ambos. Pocos segundos después Edward soltó sus labios y dio rienda suelta a sus gritos de placer.
Pasados unos segundos, escalé por su cuerpo repartiendo besos tiernos hasta llegar a sus labios. En donde me esmeré devorando su boca y su lengua al mismo tiempo.
—¿Te gustó? —murmuré con una sonrisa y volví a besarlo.
—¡Oh si! Eso fuecomo…¡Lo mejor que me has hecho sentir! —me sonrió con esa ternura que era capaz de desarmar al más duro corazón. Tomó mi cara entre sus manos y la acarició son suma delicadeza, como si yo fuese la parte vulnerable de esta relación. Aunque quizá así fuese. Después de todo, él era mi más grande debilidad. — Y yo que pensaba que no podía sentir más cosas por ti. Ahora resulta que te quiero tanto que no sé ni cómo explicarlo.
Sentí que una bola de llanto se atracaba en mi garganta y sin poder detener las lágrimas, estas rodaron desde mis ojos.
—¿Qué pasa? ¿Dije algo malo? —me vio con preocupación— No fue mi intención. —se comenzó a desesperar.
Volteé mi cara hacia una de sus manos y deposité un beso en la palma antes de recargar mi cabeza en ella.
—No, ángel. Por el contrario, acabas de decirme lo que tanto he querido escuchar desde hace mucho. Pero yo si sé como decirte lo mucho que te quiero: Te amo, Edward  Cullen. Quizás lo hice desde que te vi en aquel prado y fuiste incapaz de decirme una palabra, pero tu mirada me lo dijo todo. Te amo por lo que eres y por lo que te has convertido.
Me lancé de nuevo contra sus labios en un breve interludio antes de incorporarme para desprenderme de la bata. Luego me tendí a su lado, subí las caderas y me deshice de mis pantys.
—Eres perfecta. —Edward se había incorporado y miraba mi intimidad ya completamente expuesta con una insistencia deseosa. Su boca estaba entreabierta y cada pocos segundos humedecía sus labios. Dudaba que él se hubiese dado cuenta de ese detalle.
Me apoyé sobre un codo y lo halé hacia mí con la mano libre. Se posicionó entre mis piernas y comenzó a besar mi cuello con suma ternura; como si de una pieza de la más fina porcelana se tratase. Acarició con sus labios mis hombros y clavículas sin besarlos. Trazos de fuego quedaban a su paso mientras su recorrido iba hacia mis pechos que esperaban erguidos de su atención; que tardó en llegar por su inexperiencia. Con dedos temblorosos exploró mis pezones y pareció fascinado cuando me hacía gemir.
—¿Esto… —rodeó una areola y luego mi pezón con la yema de sus dedo índice— te gusta? ¿Lo estoy haciendo bien?
Aferré su otra mano contra mi otro pecho que reclamaba atención. Después, como si mi cerebro hubiese recién procesado la pregunta de Edward, asentí con solemnidad:
—Nadie me había tocado así. Con tanta inocencia y deseo a la vez. —tomé su cara entre mis manos y dejé que nuestros torsos se acariciaran con el vaivén de nuestros cuerpos hambrientos.
Edward pegó su frente a la mía, exhalaba su aliento en mi boca que jadeaba en busca de aire por culpa de la excitación. Apretó sus ojos fuertemente en un momento mientras acariciaba su sexo con mi humedad. Estábamos listos.
—¿Lo habías hecho antes? Me refiero a esto… ¿Soy el primero que te toca, Bella? —abrió sus ojos azules grisáceos y me penetró con su curiosidad invasiva.
Por primera vez sentí vergüenza de no ser virgen. Era como sumar otra evidencia de nuestras diferencias: él tan puro, yo no.
—No, ángel. Y hoy más que nunca me pesa que no lo seas. No poder ofrecerte algo tan importante.
Él me abrazó mientras acariciaba mi cabello con su barbilla.
—No importa, Bella. Yo te quiero más que quienes te tocaron antes de mí. ¿Eso significa algo para ti?— se separó para verme directamente a los ojos.
Sentí entonces el peso de las lágrimas no derramadas en mi garganta, pero las mantuve a raya. Clavé mi mirada profundamente en la suya. Su imagen, dorada por la luz de la pequeña lámpara, se hacía borrosa cuando mis ojos se inundaban. Pero ni en esos momentos desvié mi objetivo de vista.
—Significa todo, ángel. Tú significas todo para mí.
Entonces estiré mi brazo hasta la mesita mientras él me miraba un poco desorientado, no sabía que estaba haciendo algo muy importante para ambos y que el principio de nuestra consumación estaba más cerca de lo que él sospechaba. Tomé un preservativo que tenía guardado en la mesita de noche; lo había comprado hacía un par de semanas atrás. En ese entonces, pensando que este momento se tardaría mucho más en llegar. Gracias a Dios que estaba equivocada. Con mis dientes abrí el envoltorio y se lo enseñé.
—Este es un condón, ángel. Voy colocártelo antes de que entres en mí ¿Está bien?
—¿Por…qué? —preguntó entrecortado mientras lo iba deslizando.
Primer error: No haberle hablado acerca de los métodos anticonceptivos.
—¿Podemos dejar las preguntas para después? —musité cerca de sus labios. Tan cerca, que nuestros temblores lograban que se acariciaran.
Asintió y yo me dejé caer en la cama. Abrí más mis muslos y con mi mano; que era sacudida violentamente por los nervios; lo coloqué en mi entrada más que lista.
—Entra en mí, ángel. —dije al borde. Por los nervios, por la alegría y por la preocupación. Todo al mismo tiempo.
Recargó su peso en sus manos mientras lentamente se iba introduciendo en mi interior centímetro a centímetro. Sus ojos se habían cerrado con fuerza, sus dientes rechinaban por el esfuerzo de contenerse. Los antebrazos le comenzaron a temblar y cuando finalmente terminó de penetrarme, los halé suavemente para que se recargara solo en los codos y no se cansara tan rápido.
Besé sus labios con una mezcla entre placentera y exultante.
—Estás dentro, ángel.
Su sonrisa se amplió y los ojos se le llenaron de una luz grandiosa. Su frente; y también la mía puestos a ser honestos; estaban perladas de sudor. Edward se impulsó, más por instinto que por experiencia, hacia dentro de nuevo y retrocedió. Un ramalazo de placer me recorrió. Volvió a hacerlo una vez y otra vez, y otra más. Así estuvo hasta que su naturaleza lo llevó a desahogarse poco después de haber empezado. Su cabeza se curvó hacia atrás y rugió descargando su orgasmo en la fina película protectora de látex, que me permitió sentir su tibieza entre las piernas por primera vez en la vida.
Respirando aceleradamente se dejó caer en mi pecho que le esperaba ansioso. Acaricié su cabello una y otra vez hasta que se sosegó. Sus brazos me apretaban con fuerza y su cabeza cayó laxa en medio de mis pechos.
—Eso fue… ¡Grandioso! —dijo como si tuviese una pintura fantástica justo frente a sus ojos. Se levantó y una sonrisa amenazaba con romperle la mandíbula. No pude evitar imitarlo.
—No te preguntaré si te gustó, porque tu expresión me lo dice todo. —seguí acariciando su cabello en silencio mientras lo veía pasar la emoción del momento. Seguía teniéndolo dentro de mí, pero me sentía incapaz de retirarlo. Tenerlo allí era la constatación del hecho de que lo que acaba de pasar había sido real y no una invención de mi mente.
—¿Tú… —un rubor adorable pasó a ser un rojo furioso en sus mejillas de pronto. Sus ojos se negaban a ver a los míos, de hecho ahora miraban a su dedo índice juguetear con un pequeño lunar que había entre mis pechos— sentiste lo que sentí?
—¿Me preguntas que si me corrí? —al fin me miró. Negué con la cabeza. —Eso no es importante. Tú eres lo eres ahora.
Se removió inquieto y pareció caer en cuenta que seguíamos unidos puesto que sentí a su miembro comenzar a hincharse de nuevo contra mis paredes distendidas.
—¡¿Cómo que no?! ¡Claro que eres importante! ¿Acaso lo hice? Tú sabes… ¿Mal? —otra vez esa inocencia suya me perturbó un momento. ¿Cómo era posible que alguien que acaba de hacerse completamente un hombre; sexualmente hablando; pudiese ser tan casto?
Seguí acariciando sus cabellos mientras negaba de nuevo.
—No hiciste nada mal, cielo. Es solo que a las mujeres nos cuesta un poco más lograr los orgasmos, a diferencia de los hombres. Ustedes deben luchar para contenerse y nosotras para obtener uno. —me encogí de hombros.
Frunció el entrecejo.
—Eso no me parece justo.
—Si bueno…a mí tampoco, pero así son las cosas en la naturaleza.
—Enséñame como hacer que tu también… ¿Cómo lo digo? ¿Qué te vengas? —me preguntó inseguro con la terminología.
—…O que llegue, que me corra. Hay varias formas de decirlo. —le sonreí.
—Pues yo quiero hacerte sentir eso a ti también. —su expresión era tan inescrutable que no admitía ninguna discusión.
Así que guíe su mano hacia mi feminidad y cuando Edward tocó mi clítoris por primera vez nos estremecimos antes la abrumante humedad caliente que había entre ambos. Le enseñé como lograr mis picos de placer. Cuando menos me lo esperaba, los dos estábamos moviéndonos sincronizadamente. Acercando nuestros cuerpos y retirándolos por turnos. Degustando las exhalaciones de aliento de cada uno. Cuando el placer nos ganaba a ambos, entrecruzamos las manos a ambos lados de mi cabeza y dejamos que la naturaleza y la pasión siguieran su curso. Y sí que lo hizo.
Las caderas de Edward funcionaban como pistones acelerados penetrando en mi cuerpo una y otra vez. De alguna manera había logrado tener acceso a su hueso púbico que acariciaba constantemente a mi clítoris con cada movimiento suyo. Entonces pasó: una sensación de exquisita elevación pareció sacarme de mi cuerpo durante unos pocos segundos. Siendo así, lo mejor que había experimentado en mi vida. El orgasmo más placentero que había tenido jamás.
Cuando emitía mi último jadeo una lágrima furtiva se deslizó por la orilla de mi ojo y antes de que pudiese darme cuenta Edward la atrapó entre sus labios.
—Ahora si sentiste lo mismo que yo antes. —constató, y una sonrisa de autosuficiencia adornó su boca.
Lo abracé con fuerza durante lo que me pareció un rato interminable y corto a la vez. Estábamos tumbados de lado, muy cerca el uno del otro y con ambas palmas juntas entre nuestros cuerpos a la altura del pecho.
El sueño y el letargo postcoital se fue apoderando de ambos.
—¿Bella? —musitó Edward con debilidad ya que ambos estábamos por caer en los brazos de Morfeo.
—¿Hmmm? —murmuré ya en medio camino al país de los sueños.
—Al final si me tomé la leche. Lo hice por ti —bostezó y se quedó dormido con una sonrisa satisfecha en la cara.
Tal cual como la mía.
Segundo error: asumir que todo iría perfecto tras aquello.


*.*.*.*.*
En la mañana, cuando la luz ya atravesaba cada rincón de la impecable casa, me puse en pie con delicadeza y bajé a la cocina a hacer el desayuno para Edward y para mí. Basta acotar que el primero seguía durmiendo en mi cama como una morsa y sin intenciones claras de levantarse. Así que preparé un par de sándwiches con queso cheddar, tomate y prosciutto. Los tosté en una sartén, mientras servía los zumo de naranja.
—Buenos días. —dijo Emmett, pegándome un susto de los mil demonios. Al punto que derramé un poco de zumo en la encimera. —Lo siento.
—Es solo que no te oí llegar. Tranquilo. Buenos días.
Cuando giré, su expresión era de triste resignación. Lo que me hizo tragar grueso. Oh no. Él no podía haber oído. La casa anoche estaba sola. Al menos, eso creía yo.
Como si supiese que había adivinado sus sentimientos, se adelantó a los hechos.
—Estoy feliz por ustedes. Sobre todo por él. —señaló a su espalda con un pequeño movimiento de nariz—. Tiene una gran mujer que lo quiere por lo que es y no por lo que tiene.
—Emmett. —susurré con la voz rota.
Caminó hacia mí con lentitud, depositó un casto beso en mi frente y me miró a los ojos.
—Lo que va a pasar, pasa, Bella. No hay necesidad de que digas nada más.
Se alejó se la cocina con paso firme y desalentador. Sentí mi corazón romperse por él en aquel momento. Puede que no actuara bien en su momento, pero Emmett había demostrado ser un hermano leal y cariñoso. No sentía ningún tipo de placer infringiéndole esa clase de dolor. Todos sabemos de una u otra manera como duele el ser rechazado.

*.*.*.*.*
Después de comer Edward se había ido a su habitación, tomado una larga ducha y se encontró conmigo en la sala de estar, en donde estaba leyendo una vez más Cumbres Borrascosas. Pero llegó a mi lado cargado con una expresión inescrutable en la cara. Muy diferente a la que tenía antes de que lo dejara en su cuarto y me despidiese de él con un beso en los labios.
—¿Qué te pasa? —le pregunté poniéndome de pie con precaución.
—Ya averigüé sobre el uso de los condones. —¡Lo había olvidado! —Dicen que es para evitar embarazos indeseados. —remarcó lo ultimo con un deje de tristeza. —Sobre todo, investigué en su objetivo basado en lo que padezco y ahora entiendo por qué los usaste.
—No, ángel. No te apresures a sacar conclusiones.
Una lágrima se deslizó por su mejilla pero la ignoró. Su expresión era férrea.
—Ahora todo está muy claro. Tienes miedo, Isabella. —me congelé. No. Tachen congelé, mejor diré que sentí como si me hubiesen dado un puñetazo en la boca del estómago. Sí, eso lo resumía jodidamente bien. —Tienes miedo de quedar en estado de un enfermo mental.
—¡No! —grité enseguida con el pánico en mi mirada. Un tema tan crucial se me había escapado de las manos.
—¡Sí! Temes por mi condición de autista. No me lo quieres decir, pero lo sé. Tus acciones me lo dicen.
—Edward, estás sacando todo de contexto.
—No lo creo. Nunca me dijiste para que eran los preservativos, ni siquiera cuando… —cerró los ojos e inhaló conteniendo los sentimiento en su interior. Luego los abrió y había dolor y rabia en su mirada— Cuando…te tomé.
—Ángel… —tomé su cara en las manos pero él se deshizo con brusquedad de mi agarre. Sentí como el pecho se me partía en millones de pedazos nimios. Y dolía. Dolía como si me estuviesen dando tres ataques masivos al corazón al mismo tiempo. Tenía la voz quebrada cuando hablé— No me hagas esto. Estoy cansada de decirte lo mucho que te quiero una y otra vez.
Él se congeló en el sitio como si lo hubiese abofeteado. Bajó la cabeza y murmuró más para sí mismo.
—Sí, quizás eso fue lo que pasó. Te cansaste. —por un momento quise abofetearme por olvidar que los autistas solían tomarse los comentarios a rajatabla. Allí estaba el tercer error.
—Edward… —me ignoró mientras salía de la estancia— ¡Ángel, hablemos por favor!
Pero él prefirió irse a su habitación, encerrarse en sí mismo y de todos los demás.
Me enfrentaba a un desafío abismal que no sabía si podría superar: Tenía que conseguir la manera adecuada de explicarme con Edward. Carlisle y Esme ya estaban por llegar de su escapada romántica e iban a querer una explicación del porqué su hijo estaba deprimido. Todo eso, sin contar que debía hallar la forma de que entendieran que él había pasado de ser un niño a un hombre conmigo.

Y no tenía la más mínima idea de cómo explicárselo.

Este separador es propiedad de THE MOON'S SECRETS. derechos a Summit Entertamient y The twilight saga: Breaking Dawn Part 1 por el Dise&ntilde;o.
¿Por qué será que presiento que la única odiada en este capítulo no será solo Bella? ..Bueno, chicas AL FIN LLEGÓ EL LEMMON! Espero no haberles defraudado con este capítulo, pero siento que la historia debía ser explicada paso por paso para que no pareciera una violación en vez de una relación consensuada.
Otra cosa, este problema de Isabella con Edward, que pienso explicar mejor en el próximo capítulo por motivos de correlación y esas cosas; se basa en el error garrafal de ella en no haberle hablado a él sobre la sexualidad en el autismo. OBVIAMENTE Bella es humana y “el que tiene boca, se equivoca” así que no pueden odiarla por eso. Por el contrario es algo común que muchas personas no sepan cómo hacerle frente a este tema. De hecho; como todos ustedes saben; yo estoy lejos de ser una entendida en el tema, y hago esta historia basada en lo que investigo para poder llevarles lo más aproximado a la realidad; así que me documenté sobre el tema y ¡Zas! Me pasó lo de Edward: me topé con un blog que trataba el tema del autismo de alto rendimiento (Y/o Asperger. Hay demasiadas opiniones sobre si es lo mismo o son dos cosas parecidas pero con ciertas diferencias. INSISTO, eso sigue en debate) y la sexualidad como si ellos fuesen unos animalitos o algo así. 
La cosa es que el tipo tuvo la desfachatez de generalizarlos a todos y decir que “muchos son tomados como enfermos sexuales” cosa que me molestó a todo nivel posible. ¿Acaso ese "ser" no habrá escuchado que muchos de ellos son tan tímidos que ni siquiera son capaces de acercarse a la persona que les atrae? También habla de que son problemáticos en sus relaciones por ser absorbentes; pero a su vez se contradice diciendo que son los novios perfectos “porque son fieles y les gusta que los abracen” ¿Eso les parece una investigación seria? Sinceramente, a mí no. Y no solo eso, sino que al final habla sobre astrología y una gran cantidad de estupideces que no vienen al tema. 
¡Ah! Y olvidaba una de las cosas más indignantes de eso: el hombre ese les “aconsejó” a los padres de dichos pacientes que podían pagarles una prostitutas para que los ayudara a lidiar con sus necesidades; pero que tuviesen precaución porque podían hacerse adictos al sexo y robarles las cosas de la casa para venderles y pagarles a mujeres de compañía.
Esto, chicas, es una muestra de la “vejación” que intento combatir con esta historia. Ustedes o cualquiera que pueda irse a investigar sobre dichos temas pueden encontrarse con basura como esa y deben saber a qué atenerse. 
Mi consejo es: Sensibilicen a sus familiares y amigos, chicas. Que nadie se crea en derecho de insultar a una persona porque se “cree normal”. Hubo un comentario que me partió el alma, que era sobre un paciente que veía a las demás parejas y se preguntaba: ¿Qué tiene ese chico que no tengo yo?... Así que solo me resta decirles que aprecien a cada ángel que conozcan. No saben si esa personita, tendrá el poder de cambiarles la vida.
Me despido de ustedes hasta la próxima.
Marie K. Matthew
PD: Gracias por esa gran aceptación que ha “explotado” esta semana. Un beso para todas.

sábado, 24 de marzo de 2012

CORAZÓN DE CRISTAL - Capítulo Décimo Segundo:



Este separador es propiedad de THE MOON'S SECRETS. derechos a Summit Entertamient y The twilight saga: Breaking Dawn Part 1 por el Dise&ntilde;o.

“Ya eres mía”

La frustración por el tema del autismo estaba casi totalmente superado por parte de Edward. Bueno, tenía que admitir que le costaba un poco hablar de ello cuando salía a colación, pero en la mayoría de los casos, él se lo tomaba —según mi opinión personal— de maravilla. No se mostraba retraído cuando se tocaba el punto, Edward simplemente tomaba la situación con toda la madurez del mundo.
Lo que alguna vez fue un mal recuerdo del fanfarrón Félix Vulturi, ahora era historia antigua y bien enterrada. Esa situación nunca más volvió a embargarnos. El desgraciado había obtenido justo lo que merecía y me había infundido una mayor convicción para no permitir que alguien así se le acercara a mi ángel con claras intenciones de hacerle daño.
Y mientras todo eso ocurría, me gustaba pensar que estábamos tiñendo nuestras vidas con una rutina que nos estaba funcionando bastante bien por el momento. Como justo aquella mañana, en la que me encontraba en mi habitación reorganizando todas mis cosas pero con la compañía de un investigador personal llamado Edward Cullen.
—¿Qué es esto? —preguntó Edward levantando un rizador de pestañas que había dentro de un cajón abierto de mi peinadora.
Estaba arreglando las cosas que me había llevado a la casa de los Cullen, para hacerles campo a las pocas que traería desde mi casa en el poblado de Forks; puesto que Alice quería mudarse esa misma semana. Así que allí estaba un ya habitual curioso Edward “ayudándome” a ordenar. Aunque lo más acertado sería decir que estaba conociendo los artículos de uso femenino.
—Es un rizador de pestañas, ángel —me detuve en mi labor de organizar la ropa en el gran closet negro que estaba en la habitación y que hacía juego con todo el resto del mobiliario. Fui hasta él y le enseñé con mi propio ojo cómo funcionaba y para mí oscura diversión, lo dejé horrorizado. ¿He admitido que en ocasiones no soy una buena persona? Pues esta era una de ellas.
—¡Eso es espantoso! —replicó escandalizado. De hecho se negó rotundamente a volver a tocarlo—. Parece como si te fueses a cortar un párpado. ¡No me gusta!
Me reí y lo coloqué en el cajón en donde estaba acompañando al resto de mis productos de maquillaje.
Edward avanzaba a pasos agigantados conforme pasaba el tiempo. Analizaba todo y ofrecía respuestas a preguntas complicadas que podrían dejar boquiabierto a quien no supiera sobre su autismo. No había podido hablar con sus padres como esperaba poder hacer hacerlo, aún esperaba el momento idóneo para averiguar sobre hasta dónde había llegado la educación de Edward y el porqué de que no tuviese al menos tutorías hasta ahora.
Por el momento me bastó con sorprenderme gratamente cuando lo vi interactuar con la computadora. Se movía como pez en el agua cuando se trataba de buscar algún tema de su interés en la web.
Estaba casi convencida de que si introducías en google Edward Cullen te aparecería la frase “Por favor, danos un respiro.” ya que una vez que hizo contacto con el dichoso aparato, no hubo quien lo separara de sus lecturas.
¿Palabras desconocidas? Las buscaba ahí.
¿Funcionamiento de ciertas cosas? Lo googleaba.
¿Aprendizaje acerca de cocina para ayudar a Alice? Miraba los tutoriales en youtube.
Y por supuesto que cuando hablábamos de música no había quien pudiese despegarlo de allí en menos de dos horas. Luego de esto, le llevaba una lista de melodías a una muy complaciente Rosalie que le enseñaba a interpretarlas en el piano. Y eso era algo que valía totalmente la pena escuchar.
Cuando Edward tocaba, era como si el resto del mundo se congelase en ese instante en el que después de tomar asiento en la butaca, comenzaba el primer tono de cualquier melodía que desease recrear con sus dedos en aquel fino instrumento. Aprendía con prontitud las partituras y cuando menos te lo esperabas, podías escucharlo practicando de memoria todo lo que se sabía. Y para cada persona que habitaba o trabajaba en la mansión era un placer oírlo. Aunque para mí solo equivalía a unos grados más en mi escala de adoración por él. Algo así como la constatación del hecho de que él era casi celestial.
Volviendo al tema de la informática, Carlisle por su parte amaba tenerlo en su estudio mientras trabajaba en sus casos. Él llevaba casi toda la conversación, pues Edward aún era un poco reservado. Pero sí que era capaz de responderle a cada cosa que le preguntase. Su padre le había regalado una laptop completamente equipada y programada para que Edward pudiese usarla, ya que en innumerables ocasiones lo había interrumpido por sus búsquedas; cosa que no le ayudaba mucho a su padre.
Y aunque todos pensamos que no le agradaría demasiado el cambio, mi ángel nos demostró una vez más que podía sorprendernos al apegarse al aparato en cuestión. Casi obviando la existencia de la computadora de su padre. Carlisle había mandado a disponer todo lo pertinente para que él pudiese tener acceso a internet desde cualquier punto de la casa. Así que cuando no llovía, podía verlo metido en aquel pedazo del jardín en el cual se abrigaba dentro de las florecillas lilas de su madre. Escuchando música o simplemente navegando.
En esa parte de su mejoría no podía quedarme yo con todo el crédito ya que todos le habíamos enseñado a hacer algo allí; pero para sorpresa mía quién más había influido en aquel aspecto era Emmett; quién se tomaba un tiempo luego de llegar de su trabajo para enseñar a su hermano como utilizar cada beneficio de la máquina que él conociera. Era hermoso verlos sentados en la sala de estar o en el patio pasando tiempo juntos, y hasta riéndose mientras Edward soltaba una que otra de sus “respuestas inesperadas”. A pesar de que no todo era color de rosa. Aún me podía estremecer al recordar aquella semana competitiva en la ambos amanecían; sin importar si era entre semana; jugando. Eran poseedores de unas ojeras que los hacían parecer un par de osos panda por tanto desvelo.
Y eso nos traía de nuevo a ese Edward revoltoso que estaba hurgando descaradamente entre mis cosas.
—¿Ya terminó la inspección, señor comisario? —dije por encima del hombro y sin voltear mientras terminaba de alinear mis zapatos.
—No soy un policía —dijo extrañado frunciendo el seño.
—Pues lo pareces, porque no has hecho más que pasar revista entre mis cosas —reí. Y luego reí más al encontrarlo con una caja de tampones en la. Su expresión de desconcierto y hasta asustada en un hombre de veinticuatro años era digno de uno de fotografiar.
—¿Qué hay en esta caja? —arrugo su frente y leyó inquiriendo—. ¿Tampax?
—Son unos tubitos de algodón comprimido que sirven para uso personal de las mujeres, ángel —y ahí seguía el analizando como si de una ecuación matemática se tratase. Procedí a tomar la caja y extraje un tampón— Esto entra así…—tomé el tubito blanco de cartón blanco y empujé con el otro que asemejaban la forma de una inyección. Enseñándole como salía un apósito que debía de posicionarse en el interior de una mujer. Luego le expliqué que la cuerdita sobrante era para poder extraerlo.
Cara de póker total.
—Ángel… ¿te encuentras bien?
Él parpadeó aun atónito.
—¿Y eso entra en tu…? —se ruborizó y eso le hizo lucir aún más adorable. Por lo visto era el día dispuesto para horrorizarlo.
—El pequeño apósito sí, Edward. Los tubitos de cartón no —vi como sus facciones se relajaban un poco.
—¿Pero hacer eso no te…duele?
Negué con la cabeza.
—No. Ese estrecho canal puede ampliarse más que esto.
Sí. Esta fue una de esas ocasiones en las que el vientre se me estremecía ante cualquier cosa que llamara a colación el tema del sexo entre nosotros.
Bueno, eso era algo que sabía por antelación que debía manejarlo muy delicadamente con Edward. Pero debía enfrentarlo tanto con discreción como con realidad a la vez. Ya había empezado a despertar con erecciones matutinas y eso le había perturbado bastante en los primeros días. Porque al principio llegó a creer que le pasaba algo malo a su cuerpo.
Podía recordar con claridad el primer día que había ocurrido. Era un sábado lluvioso, cosa habitual en la ciudad de Forks y sus alrededores. Así que todos estábamos remolones en las camas, puesto que nadie se había levantado.
De pronto escuché que la puerta de la habitación de Edward se abría pero me negué a salir para verlo. De hecho ya estábamos en la etapa en la que lo dejaba hacer muchas cosas sin estar siempre supervisándolo. Indicándole con esto que ya era responsable de varias tareas por su cuenta. Muchas veces iba a la cocina por un vaso de agua o a robarse las galletas de canela de Alice. Las cuales siempre bajaba a niveles abismales por las noches. Sobre todo en las que llovía muy fuerte. Estaba explorando el mundo que le rodeaba por sus propios pies, por decirlo de alguna manera. Se volvía un poco más independiente con el pasar del tiempo.
Y para alegría de todos, lo hacía muy bien la mayoría del tiempo.
Continuamos con la parte de la “erecta mañana”…
Escuché sus pisadas apresurarse hacia la habitación de sus padres que quedaba al fondo del primer piso.
Solo alcancé a oír el susurro de su voz y luego la de Carlisle. Así que rápidamente me puse en pie. Lavé mi cara y los dientes para salir a ver qué era lo que ocurría. Cuando lo hice, me topé con una sonrojada Esme que estaba sentada en una elegante chaise longe de líneas simples al frente del ventanal del pasillo.
—¿Qué ocurre? —pregunté tensa.
Ella no supo cómo responder lo cual me asustó e hizo que intentara abrir la puerta pero el pestillo estaba echado para impedírmelo.
—¡¿Qué pasa ahí dentro?! —musité alarmada pero sin levantar el tono de voz.
—Nada malo, Bella —dijo con un hilillo de voz como si no quisiera que la escucharan—. Solo que…bueno…—se negaba a mirarme mientras hablaba— Edward tuvo su primera mañana con…una erección y está algo turbado.
No pude aguantar las ganas de reír y me senté relajada a su lado mientras que internamente daba gracias porque no hubiese pasado nada. Bueno, nada malo por lo menos.
—No tiene por qué darle vergüenza, señora Cullen —le dije con la confianza que ya habíamos logrado—. Eso solo nos indica que los sistemas nerviosos de Edward se están regularizando lo máximo posible en su estado. Y eso es grandioso. Imagino que su padre está tranquilizándolo allí dentro.
—En efecto. —dijo ella sin poder evitar lucir abochornada.
—¿Por qué se apena conmigo? El sexo es la cosa más natural del mundo. Y a muchas personas parece olvidársele que ellos —señalé con un asentimiento hacia la puerta cerrada de la habitación. —también tienen esas  necesidades. Tienen dificultades para comprender ciertos temas, pero no están castrados. En lo absoluto.
Entonces, mientras esperábamos afuera hablamos sobre los tabúes sexuales más comunes, terminamos ahondando en la vida íntima de ellos.
—Hace tanto que no tenemos relaciones, que apenas puedo recordarlo con precisión. Puede que uno año y medio o dos. —admitió Esme con el sonrojo a flor de piel y agonía mezclada con vergüenza en la mirada—. El no tener a nadie para ayudarnos con Edward, más las largas jornadas de trabajo de Carlisle, sumado a muchas preocupaciones más, han mermado el deseo. Supongo que es normal después de estar casados tanto tiempo —se encogió de hombros con una actitud derrotada cosa que no sería extraño encontrar en alguien como ella…¡Si tuviesen ochenta años y Carlisle fuese impotente!.
—¡Pero si ambos son jóvenes todavía! —le cuestioné mientras palmeaba su mano con empatía. — Siguen siendo ambos muy guapos. En mi opinión, lo que ustedes necesitan es tomarse un tiempo para dedicárselo a su relación de pareja. .
De pronto, me sentí como si fuese una especie de amiga sonsacadora, pero por algún motivo, eso no me detuvo de proseguir cuando. una tímida Esme me miraba de frente mientras hablábamos.
—Convenza al señor Carlisle para que pasen un fin de semana fuera de la ciudad, sin ninguna otra cosa que no fuese su celular en caso de emergencia. Me quedaré al pendiente de Edward y Alice de la casa. Todo estará bien —vi en su expresión que hacía muchísimo tiempo que nadie le decía aquello.
Y después de comparar un par de opciones para dicho fin de semana, Esme me agradeció los consejos y la comprensión. Momento que fue interrumpido cuando un exhausto Carlisle salió del cuarto y cerró la puerta a su espalda.
Nos contó que había tenido que tener “La Charla” sobre las relaciones sexuales y además de cómo podía solucionar “sus problemas matutinos” por sus propios medios. Si estaba apenado porque yo estaba escuchando, lo disimuló muy bien porque ni siquiera pareció inmutarse por mi atenta mirada.
Suspiró mientras se revolvía la madeja dorada de cabello una y otra vez.
—Creo que estoy algo viejo para esto. —lo que hizo de aquello algo un poco gracioso. Al menos a mi manera de verlo.
Hizo que nos pusiéramos en pie y fuésemos a hacer nuestras cosas mientras que él se quedaba en la chaise longe. Esperaría durante un rato más por si tenía alguna duda más. Amé ver lo espontáneo de su preocupación.
—Yo me quedaré acá para cuando salga.
Y así Edward Cullen, el epítome de la inocencia. Mi ángel personal, había descubierto parte de la vida sexual de un hombre. De a poco descendía a lo terrenal del deseo. Y mentía si en una parte oscura de mi persona, no me emocionó ese hecho.
Pero la inocencia de Edward era una parte innata de él, y se hizo evidente aquella mañana en la que le estaba explicando el uso del tampón.
—Cuando dices que se ensancha más… —dijo con timidez.
—Hablo de cuando una mujer recibe a un hombre en su interior, ángel. —terminé la frase que él había comenzado pero no sabía cómo acabar.
Su silencio duró tanto, que estaba por terminar de arreglar las cosas cuando por fin rompió su mutismo momentáneo. Yo estaba guardando un par de perfumes cuando lo hizo:
—Bella, ¿nosotros…? —dejó la pregunta a medias.
Cerré los ojos con fuerza y luché con el estremecimiento de la expectación. Luego cerré la puerta del armario y me senté del otro lado de la cama.
—¿Nosotros…qué, ángel? —él tenía que decirlo por su propia boca, y yo estaba más que interesada en escucharlo decir de sus labios.
Tomó aliento y preguntó directamente, tal como él hacía las cosas normalmente.
—¿Nosotros haremos el amor algún día, Bella?
Le tomé una mano y noté que estaba fría y a la vez sudorosa. Sin duda alguna se encontraba un poco nervioso.
—¿Quieres que lo hagamos? —le pregunté con suavidad.
—Sí, lo quiero. —ningún titubeo, ninguna duda, ningún recelo. Solo así. Como el hombre franco en que se había venido convirtiendo.
El placer que esas tres palabras le inyectaron a mi cuerpo era indescriptible. Parecían simples en sí, pero prometían pasos y desafíos tanto para él como para mí en un futuro cercano.
—Entonces lo haremos —convine con dulzura a la vez que sellaba esa compromiso con un beso en las comisuras.
De pronto se separó de mí con curiosidad renovada en los ojos.
—¿Cuándo? —preguntó, haciéndome reír.
—Pronto, ángel —le dije con una inmensa sonrisa en mi rostro.
—¿Cuándo es pronto, Bella? —volvió a inquirir.
—Cuando sea el momento adecuado.
—¿Y cómo sabremos cuál es el momento adecuado?
Me encogí de hombros.
—No lo sé. Supongo que cuando la situación se dé. Y que por supuesto, nos encontremos en un lugar solos los dos. No es que vayamos a hacer algo malo, pero no es un momento muy íntimo.
—Por supuesto —asintió él tan serio que causaba gracia verlo.
—Pronto seré tuya en todos los sentidos de la palabra, ángel —lo besé un segundo en los labios—. Solo ten paciencia.
Él negó con la cabeza.
—Ya eres mía, Bella. Tú misma me lo dijiste hace tiempo atrás. —y me besó como si él supiese mucho acerca de la posesividad de un hombre por su mujer.
Quizá eso también lo había googleado…


*.*.*.*.*
Un par de semanas después…

—¿Estás segura de que estarán bien? —me preguntó Esme con el equipaje en el auto y un esposo impaciente porque el fin de semana privado empezara lo más pronto posible.
Sonreí con tierna envidia. El señor Carlisle había accedido de inmediato cuando su esposa le había propuesto la idea de aquel escape romántico. Así que desde ese viernes por la tarde hasta el domingo por la noche, serían solo un par de esposos sin ninguna otra preocupación latente.
—No deja a dos adolescentes en casa, señora Esme —le dije mientras terminaba de guardar los platos del almuerzo con Alice—. Nosotros tres… —en eso incluía a Edward— ayudaremos a Alice en lo de su mudanza.
—Ella me prometió galletas de canela para que la ayudara —respondió él mientras se terminaba lo que había quedado de tiramisú del almuerzo en un cuenco de vidrio color chocolate.
Alice entrecerró los ojos hacia él.
—Eres un vil interesado, Edward Cullen. Ahora no te haré las galletas hasta que todo haya finalizado. —bromeó ella imprimiéndolo en un tono de indignación que nadie se tragaba.
—¿Y ahora quién es la interesada? —contraatacó despreocupado.
Touché —admitió ella entre risas.
Esme los miró divertida.
—Justo a eso me refiero —los señaló con un asentimiento— ¿Crees que podrás con “ese par”?
—La duda ofende, señora Cullen —espeté mortalmente seria—Para eso existe el Valium. Tengo unos cuantos frascos en mi poder.
Entonces ambas rompimos en carcajadas y nos despedimos.


*.*.*.*.*
—Esta es la última caja —anuncié al traspasar el umbral de mi casa, ahora de Alice, por un tiempo. Esta estaba cubierta de una fina capa de polvo ya que habían pasado unos buenos tres meses, cuando menos, desde que no la pisaba.
Había aprovechado la oportunidad para llamar a Angela, la cual estaba un poco molesta porque no había podido mantener mi promesa de vernos cada fin de semana para tomarnos un café. Esta vez ni me molesté en renovar ese compromiso ya que si algo había aprendido en mi tiempo con Edward, era que nunca sabía lo que me esperaba, fuese bueno o malo. Así que me limité a decirle que la llamaría o escribiría en cuanto tuviese la mejor oportunidad de hacerlo, cosa que no la dejó satisfecha, pero eso era lo que había por el momento en nuestras agendas de profesionales tan ocupadas.
Eran sobre las seis y media de la tarde mientras que Edward, Alice y yo sacábamos las cosas de las pocas cajas que tenía ella para mudarse. Nada de adornos ni muebles, al menos que tomáramos en consideración un puff de color fucsia que ya habíamos colocado en la habitación principal. La cual por cierto solía ser la mía. Solo ropa, zapatos, productos para uso personal y libros que venían embalados o guardados en maletines.
Una laptop descansaba sobre la mesa de pino paliducho por tener tantos años y unas pequeñas cornetas conectadas a un Ipod llenaban el ambiente de música variada. Un poco de Lady Antebellum, una que otra de Bruno Mars, también recordaba que Jason Mraz había sonado con “I’m yours”, muchas de Adele, así como unas cuantas de Christina Perri, Radiohead, Florence and the Machine, entre muchos otros. Habían estado reproduciéndose desde que llegamos hacía ya más de tres horas antes.
—¿En dónde va esto? —Edward tenía entre las manos una caja que no parecía muy pesada y que habíamos olvidado al lado de la entrada.
Alice se giró sobre su hombro y sin necesidad de mirar demasiado, respondió:
—Eso va en el baño principal, Ed. Son artículos de ese cuarto.
—O sea ¿shampoo?
—Además de otras cosas de las que ni sabes para que se usan —respondió ella divertida mientras seguía desembalando en la sala comedor.
Él me miró a los ojos y pude ver el espanto en sus ojos. Entonces me di cuenta que estaba recordando cuando me había “ayudado a ordenar”. No aguanté y rompí en carcajadas mientras los dos me miraban extrañados.
—Es que Edward cree que ciertos instrumentos de uso femenino son cosas aterradoras —me expliqué y volví a reír.
—¿Cómo cuales? — preguntó Al directamente a él.
—Los tampones y los rizadores de pestañas. —contestó él con el ceño fruncido.
—Ah, con razón. —asintió ella.
La puerta de la entrada sonó cuando unos nudillos se estrellaron contra ella tres veces. Nos miramos a la cara para saber si alguien había invitado a alguno más para que se nos uniera. Todos nos encogimos de hombros y lo negamos con la cabeza pero en silencio. Edward se adelantó a abrir debido a que era el que estaba más cerca.
—Hola, Jasper —saludó él.
Casi automáticamente Alice se ruborizó y se peinó con los dedos su corto cabello antes de que le dejara pasar.
Nos saludó a todos pero sus ojos solo brillaron cuando la vieron. Al igual que los de ella se iluminaban de manera especial cuando sabía que él estaba cerca, o pronto lo estaría.
—¿Qué haces aquí? —musitó gratamente sorprendida. Nada más había que verle la cara de idiota enamorada. Cara que yo usaba bastante a diario; debía admitir.
Se encogió de hombros y la camiseta de algodón verde botella que llevaba pegada en sus brazos y torso, se comprimió y estiró con sus movimientos.
—Carlisle me dijo que te mudabas hoy y me dijo donde quedaba tu nueva casa. Así que terminé lo que tenía pendiente en la oficina antes de pasar por acá para saber si necesitabas algo.
—Pero debes de estar cansado.
Tan caballeroso como siempre había demostrado ser, negó con su cabeza y alzó una caja que ella tenía cerca.
—Estoy bien. ¿En dónde coloco esto?
Alice abrió los ojos como platos al notarlo muy cerca de ella y se sonrojó aún más.
—Eh…en mi habitación…si…ahí. —titubeó ella haciéndole reír.
—Subiendo las escaleras, Jasper —le dije yo, pues mi amiga no sabía articular frases completas cuando el señor Hale estaba en los alrededores.
Edward le siguió los pasos con la otra caja que había cogido.
—¿Sabías que se doblan las pestañas con una cosa que parece una tijera? —se fue comentándole por el camino.
Alice giró rápidamente cuando se perdieron de vista y no alcanzábamos a escuchar sus pasos cerca.
—¡¿Qué hace aquí?! —me susurró.
—¿Cómo que “qué hace”? ¡Te viene a ver! Eso hace.
—Pero es que estoy desarreglada…
—Alice, le brillaron los ojos apenas te vio desde el umbral de la puerta. No creo que le importe que vayas vestida con solo unos pantalones de chándal y una franela. Es más, aquí entre nos: Creo que fue a su casa, se cambió de ropa y luego volvió. Si eso no es porque le gustas, entonces no sé qué demonios más podría ser.
Pareció pensativa nuevamente, como si no estuviese convencida del todo. Una sonrisa de tonta apareció en su cara para luego parpadear y abrir sus orbes emocionados.
—¿En serio lo crees?
Entorné la mirada.
—¿Acaso tus ojos no sirven? ¡Pues claro que le gustas! —le grité pero en susurros.
De pronto las pisadas de ambos nos advirtieron que nos calláramos y siguiéramos en lo que estábamos hasta ahora.
—Oigan… —Jasper llamó nuestra atención— Edward me acaba de decir que tiene hambre ¿Qué les parece si vamos por la cena? ¿Quieren comer pizza o alguna otra cosa?
—Me parece mejor que vayan Alice y tú. —intervine—. Es mejor si un hombre se queda para ayudar con las cajas pesadas. Así que vayan ustedes y nosotros vamos adelantando un poco más.
Jasper se notó emocionado al igual que Alice. Era natural que dadas las condiciones, ambos partieran sin rebatir ni por un solo momento mi propuesta.
—Vamos, Edward. Subamos estas cajas mientras ese par va por nuestra cena. Creo que tardarán un buen rato.
—Ayyyyy no. ¡Tengo mucha hambre! —se quejó el pobre.
—Sí. Yo también, ángel. Pero a veces debemos de sacrificarnos por el equipo.
Y duré todo el trayecto de la escalera y el pasillo explicándole porque hice ir a los muchachos a por la comida solos. Y también a qué me refería por equipo.


*.*.*.*.*
Nos encontrábamos despatarrados en el sofá. Yo estaba descansando acurrucada entre los brazos de Edward. Él podría manejar usualmente el tacto de los demás, pero por cortos períodos de tiempo. Y aunque solía aguantar e incluso disfrutar más el mío, no me gustaba abusar de ello. Pero nos dimos cuenta que Edward toleraba mejor abrazarme que a la inversa.
—Nadie me mandó a dejar el abrigo en casa. Tengo un poco “demasiado” frío. —me quejé mientras me acurrucaba más entre sus brazos.
—Eres una despistada, Bella —bromeó él.
—¡Oye! —me quejé y le dí un ligero codazo en las costillas que lo hizo reír.
Busqué sus labios y él recibió a los míos como siempre; más que dispuesto a devolverme los besos.
Su lengua tomaba y daba por turnos con la mía. Mis manos viajaron de su pecho a su estómago para acariciarlo. Se sentían ávidas de más roce , pero de uno que no tuviese ropa de por medio.
Deslicé mis labios dejando un camino medio húmedo de su boca hasta su cuello en el cual me detuve besando y absorbiendo la acidez de su perfume Gucci Guilty. El cual de por sí, ya era una provocación hecha perfume. Escuché como jadeaba cuando mordí suavemente la piel de un costado de su garganta.
Me senté a horcajadas en su regazo y constaté lo que la piel de mi muslo derecho me estaba indicando. Edward estaba teniendo su primera erección conmigo.
Con la máxima delicadeza que el deseo me permitió, acaricié su entrepierna con la mía una y otra vez con lentitud. Volvió a jadear de nuevo pero esta vez con más fuerza.
—Cómo se siente, ángel? —musité entre sus labios.
Sus caderas se arqueaban naturalmente hacia arriba más por naturaleza que por experiencia, en busca de una fricción aún más fuerte.
—Como si algo…fuese a…explotar.
—¿Y eso es bueno… —acerqué la pelvis. — O malo, Edward? —volvía a alejarla.
Gimió.
—Bueno. —estiró cuello dejando caer su cabeza hacia atrás, tensando sus músculos. — Muy bueno.
Abrí de a poco sus vaqueros negros y acaricié su miembro por encima de los calzoncillos para no perturbarlo tanto y de un solo golpe. Lo acostumbraba a mis caricias y cuando creí que ya no había peligro de alterarlo; en una mala manera; introduje la mano y por primera vez sentí la calidez de su sexo contra mi piel.
Profanamente celestial. Así se sentía acariciar a ese ángel que se removía impaciente con mis lentas caricias. A esto debía referirse la gente cuando decían lo bueno que era ser malo.
—¿Te gusta? —pasé la lengua por su labio inferior.
Asintió.
—Se siente…tan diferente.
—¿Diferente a cuando lo haces tú? —asintió de nuevo—. Y esto es solo el comienzo, ángel. Solo el comienzo.
Bombeé con la misma velocidad pero con más presión hasta que las facciones de Edward me indicaron que era el momento de darle su liberación. Fue entonces cuando incrementé mis movimientos hasta que mojó mis dedos a la vez que gruñía mi nombre una y otra vez, mientras le recorrían los espasmos del placer.
Quedó laxo y jadeante recostado en el sofá. Y cuando recobró la respiración normal, nos dirigimos al baño para asearnos.
—No entré en ti. —me reprochó con cierta decepción cuando volvimos al mueble. Él podía haber quedado saciado por el momento, pero yo no estaba ni cerca de eso. Así que por el momento era pertinente que permaneciéramos lejos de las camas.
Le acaricié el rostro y el cabello con ternura para calmarlo.
—Vamos a ir poco a poco, ángel. Ya hemos avanzado mucho y no quiero que una conmoción por esto, nos haga retroceder. —pegué mi frente a la suya casi con desespero. — Eso sí que no podría soportarlo.
—¿Es por mi autismo? —me pregunto con naturalidad.
Incapaz de mentirle, asentí.
—Tengo miedo de que te conmociones demasiado. Antes de estar juntos, debo estar segura de que todo estará bien entre nosotros. Sobretodo contigo.
Él entendió lo que le dije y no presionó más el tema. Pero si dejó claro su punto cuando dijo:
—Solo espero que no tardes tanto en asegurarte, Bella. Puede que no sepa manejarlo aún, pero sé que te estoy deseando. Y mucho.
Me hubiese gustado tener una respuesta coherente para aquello pero la verdad es que para mi vergüenza, me quedé enmudecida. No porque me hubiese sorprendido la declaración de Edward, porque ya hace un buen rato que había dejado muy claro ese hecho. Si no porque comprendí que ya éramos dos que caminábamos al borde del deseo, y ya yo no tenía las fuerzas necesarias para permanecer lejos de él. Así fuese lo más sensato.

            
Este separador es propiedad de THE MOON'S SECRETS. derechos a Summit Entertamient y The twilight saga: Breaking Dawn Part 1 por el Dise&ntilde;o.
Bueno chicas sé que este capítulo les llegó después de lo estipulado por el calendario de publicación, pero les cuento que tengo problemas con mi internet. Así que lo más probable es que los capítulos se tarden un día más de lo esperado. Les pido disculpas por eso y gracias por su paciencia.
Marie K. Matthew