jueves, 31 de mayo de 2012

Corazón de Cristal - Capítulo Décimo Quinto:



Este separador es propiedad de THE MOON'S SECRETS. derechos a Summit Entertamient y The twilight saga: Breaking Dawn Part 1 por el Diseño.
“Ocaso”

Emmett POV:

Ben Cheney. Un abogado recién recibido, trabajaba conmigo desde hacía seis meses aproximadamente. El chico era tímido pero agradable. Además, aprendía con rapidez, por lo cual ahora era como una especie de pupilo para mí. Sumado a Lauren Mallory; quien se desempeñaba como mi asistente. Juntos, eran mi staff de trabajo ideal: sin demasiadas personas o egos con qué lidiar. Una relación respetuosa en todos los sentidos y sumamente eficientes trabajando en grupo o individualmente.
Los tenía ahora frente a mí en mi oficina. Estaban al otro lado de mi escritorio muy abarrotado de papeles. Una, al pendiente de cualquier detalle de “última hora” que me obligase a cambiar, sustituir, eliminar o crear algo en mi agenda de trabajo. El otro, se ajustaba las gafas con cansancio. Se notaba a leguas que se había desvelado leyendo y yo sabía muy bien que no había sido algún libro por mero placer. Ben era así de responsable en cuanto a lo que su trabajo se refería.
—Cullen, tenemos un problema con este caso. —puso delante de mí una carpeta de manila en la que la etiqueta decía Eric Yorkie. Rodé los ojos con fastidio.
—¿Ahora que hizo el condenado mocoso malcriado?
—No sé si conoces a Tyler Crowley, mi amigo del departamento de policía de Forks. —asentí—. Bien. Pues como él sabe que estamos trabajando con este chico me hizo llegar a primera hora de la mañana lo que son, sin duda alguna, agravantes para su caso. Parece que nuestro amiguito pasó un fin de semana muy animado cerca del museo maderero de la ciudad, en casa de un amigo suyo. Le detuvieron por conducir en estado de ebriedad y por posesión de estupefacientes.
Golpeé el escritorio con mi puño en un arrebato rabioso. Ya ese puto caso me traía hasta el gorro.
—¡¿Pero es imbécil ese muchacho?! ¡¿Sigue detenido?! —que mañanita de lunes estaba teniendo.
Cheney negó sin abrir los labios.
—Eso quiere decir que le impusieron una fianza; que por supuesto debió haber sido cancelada por su muy protectora mamita. La cual por cierto… ¡No me avisó en lo absoluto! —miré a Lauren. —Haz el favor de llamar a su madre con carácter de urgencia. Y cuando digo urgente me refiero a “lo dejaré podrirse en una correccional hasta que cumpla los dieciocho”. —mi asistente salió de allí de inmediato sin replicar.
Ben me observó por encima de las gafas.
—¿Qué piensas hacer, Cullen?
—Lo único racional que resta en esta situación, Cheney. —me froté los ojos con extenuación ¿Acaso algo podía ir bien por primera vez en días? Suspiré derrotado cuando recordé la situación por la que estábamos atravesando en casa, en  estos precisos momentos. Tenía ganas de mandar todo a la mismísima…
—Emmett, ya vienen para acá. —apuntó Lauren desde la puerta.
Al menos había “alguien” a quien sí enviaría derechito a la mierda sin remordimiento alguno. Pasados unos minutos me dediqué a revisar algunos casos que ameritaban prioridad y pedirle a Lauren que trajera algunos cafés. Necesitaba estar muy al pendiente y no dejar que nada se me escapara. Justo diez minutos después,  aparecieron en mi oficina.
Con los Yorkie en frente: la madre sobreprotectora y alcahueta sempiterna, el padre sometido y casi castrado por la esposa, y para cerrar con broche de oro, tenía al angelito. Al cual yo por cierto tenía la desgracia de representar. Comencé a decirles lo que debía hacía mucho tiempo atrás.
—Buenos días. —dije secamente mientras los miraba directo a los ojos. Me saludaron con una sonrisa seca y nerviosa. Sabían que no los había citado por mera cortesía o para darles una buena noticia—. Me enteré de lo ocurrido el fin de semana.
Como había sospechado, la señora intentó quitarle hierro al asunto con una risita que honestamente me sacó de quicio.
—Son cosas de chicos, señor Cullen. Una travesura. A su edad usted debió…
—A los diecisiete años; que es la edad de su hijo, señora Yorkie; yo no bebía. Si lo hacía, mi madre me dejaba sin dinero y mi padre se encargaba de que el único aire fresco que recibiera fuese el de la ventana de mi habitación y el de la ventanilla del coche vía al instituto —lo señalé con rabia mientras el pequeño bastardo ponía cara de que estaba exagerando. Estuve tentado a usar mi pisapapeles con forma de globo terráqueo de cristal y plata esterlina como su tratamiento de ortodoncia. —. A su edad, no robé el auto de mis padres para estrellarlo luego contra una propiedad privada. Y para finalizar el conteo de “travesuras” de su hijito, señora Yorkie; a su edad jamás golpeé a mi novia solo por decirme que lo que había ocurrido era: ¡Por estar jodidamente ebrio! —esto último lo grité dando un seco golpe sobre el escritorio.
La mujer dio un brinco en su sitio y el “pequeño travieso” abrió sus ojos demostrando miedo.
Tomé la carpeta que tenía todo el expediente de Eric y se la coloqué de mala manera al frente de ella.
—Aquí está su caso. Tómenlo y llévenselo a alguien que esté interesado en defender a su hijo.
—No puede dejar de representarme. ¡ Le estamos pagando cuatro mil dólares por sus servicios! —el chico volvía a tener la misma sonrisa engreída con la que pretendía darse por ganador sobre ese punto.
—Mira, Eric… —dije entre dientes— Para empezar; jamás en tu vida has trabajado y si no hubiese sido por tus padres, en estos momentos estuvieses fregando inodoros en la correccional juvenil de Port Angeles. Cosa que tienes más que merecida. Segundo, no eres capaz de mantenerte alejado de los problemas, ni siquiera porque pese sobre ti un juicio de; por lo mínimo tres cargos en tus contra. Mucho menos podrás pagar los servicios de un abogado. Y tercero, el hecho de que por mi trabajo tus padres me hayan pagado,  no quiere decir que lo hiciste. No te voy a aceptar que me pretendas manipular con eso porque yo no soy ellos y no tengo por qué tolerarte tus estupideces.
Los tres se quedaron callados así que continué:
—Les aclaro algo: yo no llevo casos en los que mi representado sea un redomado idiota. Mucho menos cuando este, tiene el descaro de seguir ampliando su prontuario mientras que yo trato de salvarle el pellejo de las garras de la justicia. Así que agarren su caso y váyanse ahora mismo, antes de que me ofrezca como colaborador con la fiscalía en tu contra.
Su madre me miró horrorizada y por fin abrió la boca.
—Usted no nos puede hacer eso. No…no es ético —se agarraba la garganta para aparentar que le iba a dar un patatús ahí mismo.
Me acomodé con tranquilidad en mi silla.
—Señora, Yorkie. Déjeme ponerla en perspectiva: Su hijo se emborracha, se estrella contra el garaje de su vecino; gracias a dios que no había nadie por esos lares en ese momento, golpea a su novia, luego vuelve a emborracharse, consume drogas, lo detienen… ¿Y yo soy el que no es ético? Hágame el favor de buscar en el diccionario o la jodida wikipedia que es la palabra ética. Porque me parece que ni usted ni su familia la entiende muy bien.
Todos comenzaron a levantarse de sus puestos, cuando un muy altivo Eric se cernió sobre mi escritorio con una risa de autosuficiencia.
—Entonces devuélvanos todo el dinero que le cancelamos hasta ahora. Se lo daremos a nuestro nuevo abogado.
Respiré profundo tres veces antes de sucumbir al impulso de enseñarle al chico de primera mano, los beneficios de utilizar una plancha dental.
—Mira, pequeño pedazo de mierda: Todo abogado te va a cobrar por la asesoría que brinde, y yo lo hice con ustedes en reiteradas ocasiones. Así que ese dinero me lo gané a pulso. Si quieren demándenme, háganlo, pero tengan en cuenta que cuando le exponga al jurado lo insoportable que es lidiar con un malcriado, borracho y fuma-hierbas como tú, de seguro saldrán  perdiendo. Lo más probable que me cuestione el jurado, es el porqué te cobré tan poco teniendo que lidiar con tan soberano idiota. —La madre quiso protestar pero cuando me puse en pie, se lo pensó mejor. Así que su pequeño retoño se enderezó y salió de mi oficina, en compañía de sus terribles padres, con el rabo entre las piernas.
Cerré los ojos y me recosté contra el espaldar.
Ahora podía respirar un poco mejor.


*.*.*.*.*
Cerca del medio día, preferí adelantarme en salir para ir a almorzar en casa. Le pedí a Lauren que cancelara todas mis citas. Cuando de camino a la puerta, me detuvo:
—Emmett, espera. La señorita Rosalie Hale te acaba de llamar.
¿Rose? ¿Para qué?
—¿No dejó dicho nada?
—Solo que te acercaras a tu casa lo más pronto posible. Dijo que no era nada para que te asustaras, solo que sería bueno que estuvieses allá.
—Qué extraño. —me dije intentando pensar en lo que podría haber pasado pero sin llegar a ninguna conclusión.
Sin mucha parafernalia me despedí de mi asistente y salí como alma que lleva el diablo para enterarme de lo que sea que hubiese sucedido.
¡Dios! ¿No se podía tener un minuto de tranquilidad acaso?

Apenas llegué Esme y Carlisle me pusieron al tanto de lo acontecido: Isabella se había ido.
Alice estaba cetrina en la cocina. Con una expresión triste y atormentada, al igual que el resto de los que estaban allí. Solo Esme tenía una expresión de frialdad, que de por sí,  yo no me tragué en ningún momento. A ella le tuvo que haber pegado más que a cualquiera de nosotros, pues quería muchísimo a Bella.
Rosalie también estaba en la casa con una expresión preocupada. Me gustó darme cuenta que pese a todo, ella se mantuviese en cada momento problemático a nuestro lado en forma de apoyo moral. Se había convertido en alguien en quien confiar para todos nosotros. De hecho habíamos salido dos veces a charlar y tomar un par de cervezas, cosa que no es muy habitual porque no era en plan de “cita”. Más bien eran salidas con una buena amiga, y sentía que eso era lo que me mantenía equilibrado después de tantos disgustos y preocupaciones seguidos.
—¿Crees que retrocederá en sus avances? —preguntó ella con una taza de café humeante entre ambas manos. Parecía estarse dando calor con la misma.
Negué con la cabeza insistentemente. En parte, yo mismo quería poner fe en esas palabras.
—No lo sé. —le dije—. Espero que no, puesto que Bella hizo muy buen trabajo con él —me acomodé entre los grandes y mullidos cojines del sofá—. Creo que mientras mantengamos su rutina lo más parecida posible a como ella la llevaba, no tendremos problemas. Quizás podríamos conseguir alguna institución de formación para integrar a personas como él.
Rose negó con la cabeza.
—Emmett, la institución más adecuada para que vaya tu hermano está a muchos kilómetros de distancia de aquí. En el centro de Seattle. Isabella me lo comentó en una ocasión. Las que hay por estos alrededores son instituciones psiquiátricas en Tacoma, y él no está demente, así que ni siquiera hablemos de ellas. Y tampoco se puede llevar al Saint Gabriel’s Children Hospital puesto que es solo para niños.
—Oh…Estamos muy jodidos por aquí. —la cabeza amenazaba con empezar a dolerme. —. En mal momento se fue Bella. Muy mal momento.
Un silencio se interpuso entre ambos durante un minuto en los que trataba de desenmarañar el nudo de sentimientos que tenía por su partida.
—¿La vas a echar mucho de menos? —preguntó Rosalie con suavidad.
Asentí con una media sonrisa en el rostro; pero esta no era precisamente de felicidad.
—Claro que sí. Ella hizo mucho por nosotros. Más allá de ser la terapeuta de mi hermano; se convirtió en la amiga y confidente de mi mamá, el cable a tierra de papá y hasta la salvadora de Alice. ¡Ja! Me hizo querer sentar cabeza a mí, que vivía como si fuese un playboy. Porque me creía con el estúpido derecho de estar de cama en cama, por el solo hecho de haber nacido con un pene. De alguna manera soy una mejor persona por ella.
Rosalie asintió solemne y se puso en pie.
—¿A dónde vas? —le pregunté intrigado.
—Voy a…llevar el café a la cocina. Creo que ya se enfrió. Nos vemos en un rato.  —y salió con esa gracia tan propia. Su hermoso cabello dorado se balanceó de lado a lado debido a sus movimientos. Como espesa cascada de oro.
Sin ninguna duda Rose era una mujer hermosa. Lástima que yo ya tenía el corazón ocupado y roto a la vez


*.*.*.*.*
A la mañana siguiente iba saliendo para el trabajo cuando vi a Alice parada en el umbral de la puerta de la habitación tratando de razonar con Edward.
—Tienes que comer algo, Ed. Ayer no lo hiciste y hoy no puedes hacer lo mismo. Necesitas estar fuerte para…
—Alice, yo me encargo. —le interrumpí y tomé la bandeja que llevaba una torre de pequeños pancakes con mantequilla y sirope de maple encima. Un vaso de jugo de naranja y un pequeño plato con tres galletas de canela. Le escolté hasta que cerré la puerta tras ella y miré hacia dentro.
La cama estaba pulcramente ordenada al igual que todo el cuarto; cosa que no me extrañó puesto que él era una persona muy metódica. No le gustaba nada fuera de lugar. Así que por el lado del orden, no podíamos deducir que él estaba deprimido.
Estaba en su silla – hamaca de color azul que pendía en un rincón de la habitación. Justo frente a la ventana panorámica con vista al patio trasero y al bosque colindante con la casa. Solo se le veían las piernas, ya que mantenía su cuerpo recargado en el gracioso mueble con forma de gota.
—Vamos, Ed. Ven a comer —le dije a la vez que colocaba la bandeja con la comida en la cama. Me puse frente a él y noté un poco de sombras azules bajo unos ojos rojos. Había estado llorando.
No quiso siquiera verme cuando le hablaba.
—No. No quiero comer.
Ah ¡Demonios, no!
Pues si se iba a comportar como un niño, como un niño lo iba a tratar. Me quité la chaqueta del traje y la coloqué en la cama cuidando que se arrugara lo menos posible. No sabía cuánto tardaría en esto pero no me iría de allí hasta que lo único que dara de todo esto fuese el plato y los cubiertos. Fui hasta la comida, corté los pancakes en varios pedazos pequeños y me dirigí hacia él.
—Abre la boca. —le ordené. Estuve a punto de reírme cuando vi que me miraba con reprobación.
—No soy un bebé. Puedo comer solo y además no quiero. —insistió con tozudez. Pero para su desgracia personal, éramos hermanos y compartíamos ese rasgo.
—Edward, me confundes con alguien a quien le importan tus caprichos. Vas a comer porque el médico lo dijo y punto.  Así que cómo estás empeñado en comportarte como un bebé, te daré la comida como hacen con ellos. Ahora, abre la boca.
Se incorporó con lentitud y me hizo caso con el ceño fruncido. Masticó con rabia infantil, mientras que yo me mordía las mejillas por dentro para contener la risa. Poco a poco fue comiendo y al final se tomó el jugo de naranja prácticamente en un solo trago. Sus ojos se iluminaron con un brillo especial, cuando puse delante de su nariz el plato con las galletas. Con su orgullo ya pisoteado le importó muy poco mostrarse casi desesperado cuando se las comió como un famélico.
Con un gesto de la mano le pedí ir hacia la cama. Luego de que lo hiciera, me coloqué frente a él para hablar de hombre a hombre.
—No entiendo por qué te haces el difícil, Edward. Sabes que no puedes dejar de comer porque prácticamente acabas de salir del hospital. No puedes ser tan irresponsable contigo mismo. —le hablaba con claridad pero no con rudeza. No era tan idiota como para no entender que él estaba así por Isabella.
Bajó la cabeza con tanta tristeza que casi podía sentir su dolor. Me recordó a cómo me sentí  cuando le dije que me apartaría de ella para que él fuese feliz. Tener que verlos juntos cada día, con los ojos brillantes clavados en el otro como si el universo se redujese solo a ellos dos.
Cuando me quedaba trabajando hasta tarde en mi cuarto, había podido verlo a hurtadillas como se escabullía de su habitación para dormir con ella. El vivir con ellos era una completa pesadilla en la que se me recordaba que yo había sido el perdedor en esa historia. Y lo más triste,  fue que jamás tuve una oportunidad de salir airoso de esa contienda porque la inocencia de mi hermano menor había cautivado a Isabella mucho antes de que yo llegara, y ya no tenía ningún chance ante eso. Me costó tiempo para digerirlo, pero lo hice. Aún así, y a pesar de todo lo que había estado pasando agradecía ser yo el que estaba en la posición del saberme no correspondido. Porque si Edward estaba tan alicaído solo porque ella se había ido, no quería ni imaginarme como hubiese reaccionado de haber tenido que lidiar con un “Quiero a tu hermano y no a ti”.
Le apreté el hombro y lo zarandeé para captar su atención. Me miró entre confundido y enojado a la vez.
—¿Por qué me empujas?
Le sonreí con ternura.
—Hermano, no te empujé…
—Claro que sí. Yo sentí que me empujaste.
No podía hablar con seriedad cuando él se ponía en ese plan de ser tan literal.
—Lo hacía para llamar tu atención, no por maldad. Disculpa.
—Te perdono. Pero la próxima vez, llámame por mi nombre.
Sonreí abiertamente y asentí. Ahora que era tan suelto consigo mismo y los demás, no dudaba en ponernos en nuestro sitio con alguna de sus lógicas y acertadas conclusiones. Luego me puse serio porque lo que íbamos a hablar. La situación lo ameritaba.
—¿Por qué, Edward? ¿Por qué la trataste tan mal? —le susurré las palabras tratando de que los reproches no lo abrumaran más de lo necesario.
—Yo no quería que se fuera. —admitió con pesar.
—Lo sé. Pero se cansó de que la trataras mal. Sé que no la dejabas curarte desde que volviste del hospital. Eso la tenía muy afectada.
—¿Te lo dijo ella?
Negué con la cabeza.
—Me lo decía Esme y supe que era cierto porque ya Bella ya no sonreía. Solo permanecía pululando por la casa como si estuviese perdida y con la mirada triste.
—¡Pero yo pensé que ella…! —se sonrojó y se calló de pronto.
—¿Qué pensaste, hermano?
Negó con la cabeza. Su sonrojó se pronunció más. Sospeché que lo que iba a decir tenía que ver con la vez con que había intimado con ella.
—Hey, Edward, mírame —y lo hizo—. Confía en mí. Puedes hablarme sobre cualquier cosa. ¿Qué ibas a decir?
—Es que…cuando nosotros…cuando nos…
—Cuando tuvieron relaciones. —le ayudé.
—Sí, cuando tuvimos relaciones ella me hizo usar preservativo. Y yo leí que los autistas que tenían sexo debían colocárselos para no engendrar bebés enfermos como ellos. —su voz se rompió y su mirada se tornó desesperada—. Y yo creí que ella pensaba eso de mí. Eso me puso triste, porque yo no soy una mala persona, hermano. ¿Qué hay de malo en que nazca un niño como yo? ¿Es porque no soy inteligente como los demás? Si es por eso, lo entiendo. Pero ¡Yo también sé hacer cosas! Sé tocar el piano, y hasta Rosalie dice que lo hago bien.
No lo pude evitar. Simplemente no pude. Las lágrimas se me agolparon en la garganta y lloré como tenía tiempo que no lo hacía. Ni siquiera Isabella pudo quebrarme así, como lo había hecho Edward justo allí.
Lloré con rabia e impotencia porque un idiota en alguna parte del mundo dijo cosas horribles, y él en su inocencia le había creído. Las personas que nos creemos “normales” a veces podemos ser los seres más mezquinos. Creyéndonos superiores a los demás, cuando en realidad somos los causantes de que el mundo y el resto de las cosas vayan mal.
Al ver como mi hermano intentaba explicarse con desespero sobre que no “Era tan tonto como habían dicho en el condenado blog” me sentí sobre pasado.
Por un momento me olvidé de sus límites personales y tomé sus manos para colocárselas las coloqué en el regazo e  intentar calmarlo. Él las retiró casi de inmediato. En su defensa, trató de hacerlo con delicadeza. Como si temiera lastimarme con eso. Como si ya no lo hubiese hecho ya, al verlo allí tan vulnerable.
Tomé aire para enfundarme de entereza. Limpié mis ojos y miré directo a los suyos que eran tan similares a los míos propios.
—Escúchame bien, Edward, tú no eres nada de lo que esa gente dijo en aquella página de internet. Ellos son malos e inescrupulosos. Son personas que no han estudiado sobre lo que verdaderamente es el autismo y se creen con el derecho de decir lo que quieran sobre eso. Entonces incurren en errores garrafales y publican cosas que no solo son ofensivas, sino que además son mentira.
—¡Pero yo no soy como los demás!
—Por supuesto que no lo eres. ¡Eres mejor! Pocas personas aprenden a tocar el piano con tanta facilidad como la tienes tú. Eres especial, hermano. No raro o tonto como leíste en esa mierda de web. Y lo más importante de todo es que Bella lo sabe, por eso te ama tanto. ¿Por qué crees que te prefirió a ti? —el decir eso era como golpearme a mí mismo en la boca del estómago, pero yo no era el que importaba en ese momento. Era Edward. —. Porque eres verdaderamente especial. —remarqué la última palabra esperando que pudiese quedársele grabado en ese cerebro suyo tan obstinado, que creía solo lo que quería.
—Pero Bella no es como yo y es especial. —argumentó.
Tragué grueso al escuchar su racionamiento ¿Y en verdad él no se creía inteligente? Putos blogs de quinta, hechos por retrógrados sin preparación. Que se amparan en la mayoría de las veces, en un anonimato para decir estupidez y media con respecto a lo que se les antojaba.
—Ella es especial a su manera única, Edward. Nadie es como ella. —tuve que darle la razón.
Se puso mortalmente serio.
—¿Aún la quieres?
—Sí. —le dije sin bajar la mirada. No tenía caso mentir.
—Entonces, si eso te pone triste  ¿Por qué nos quieres juntos? —joder con el muchacho superdotado.
—Porque tanto como quiero a Bella, deseo verla feliz. Pero por encima de todo, jamás…y escúchame bien lo que te voy a decir; jamás voy a sentirme completo si tú eres desdichado. Te amo más que a cualquier mujer del mundo. Y ese, Edward Cullen, es el motivo real porque el que quiero que rectifiques lo que has hecho. Para poder ver a mi hermano sonriendo tanto, que pareciera que fuera de las puertas de esta casa no existiese un mundo complicado y repleto de desafíos horribles en el día a día.
Se volvió a alterar un poco, gesticulando desesperadamente.
—Yo quiero hacerla feliz…Yo quiero ser feliz, Emmett. Pero se fue. Me dejó solo y no sé sonreír si Bella no está. Siempre que lo hacía, volteaba y allí estaba ella. No sé cómo hacerlo si no está conmigo.
Suspiré y le di una leve palmadita de ánimo en el hombro. Luego me extra{ó que no se quejara de que lo hubiese golpeado.
—Dale unos días, Edward. Como una semana, más o menos. Déjala que respire y que se tranquilice. Sé que ella se va a dar cuenta que cometió un error. Pero si no lo hace, siempre podríamos ir a buscarla a su casa para que te disculparas con ella por tu actitud tan desagradecida.
—Y grosera. —puntualizó él.
Sonreí.
—Sí, fuiste un grosero, hermano. Eso no te lo niego.
Comenzó a jugar con sus dedos y supe que quería decirme algo.
—¿Qué pasa? —musité receloso.
—Es que…Ayer, cuando ella se fue…  —bajó la cabeza apesadumbrado— Yo tuve la culpa de que se marchara.
—Eso lo habíamos establecido ya, Edward. ¿Pero por qué dices esto ahora? —debía ser delicado con él si no quería causarle una crisis de ansiedad, pero tampoco pretendía tratarlo con pañuelos de seda como si se fuese a romper. Edward había enfrentado muchas cosas adversas y debía ahora hacer frente a sus errores con el mismo temple.
—Yo le dije que no podía soportar que me tocara.
Me quedé paralizado por un momento. Luego me puse de pie y di un par de pasos lejos de él. Entonces giré solo lo necesario para verlo a la cara, la cual por cierto estaba cetrina.
—¿Por qué le dijiste eso, Edward? ¿Te daba asco?
Abrió sus ojos como platos, horrorizado ante lo que le había dicho. Pobre Isabella…
—¡No, por dios! Jamás podría sentir asco de Bella. Yo la amo.
—Si la amas ¿Por qué le dijiste que no soportabas su toque? Edward, la heriste profundamente. Apuesto a que ella llegó a la misma conclusión que yo ahorita. Eso fue horrible. Nunca se debe tratar así a una mujer. Nunca.
—Es que yo…Yo le dije eso porque no portaba que me tocara en verdad. No lo dije para herirla.
Me dejó totalmente descolocado con esa respuesta. Tenía que haber un jodido buen motivo.
—¿Por qué lo dijiste, entonces?
—Porque cuando ella me toca… —se sonrojó. —solo puedo pensar en “eso”.
—¿En “eso”? ¿Dé qué coño hablas, Edward?
—De “eso”, Emmett. De hacerle el amor. Y en ese momento yo todavía estaba triste por ella. Luego ella viene y me toma por sorpresa al acabarme de despertar… ¡Dios, no sé que hice! ¡No quiero perderla, hermano! ¡No quiero!
Si la situación no fuese de por sí tan exasperante me hubiese partido de risa allí mismo. Prácticamente todo ese embrollo era por un malentendido. Aunque viéndolo desde una retrospectiva objetiva, Edward la estaba rechazando desde un poco antes de que le soltase semejante frase. Así que Bella tomó la decisión enajenada por el dolor.
Bueno. Lo hecho estaba hecho, no se podía echar el tiempo hacia atrás. Solo quedaba corregir los errores y lo ayudaría a hacerlo.
—El plan sigue en marcha, Ed. Si, Bella no ha vuelto en cinco días, vamos a por ella.
—¿Y si no quiere volver porque fui malo con ella?
—Volverá, hermano porque te va a comprender. Te quiere demasiado como para no hacerlo. Y si aún así no quiere, siempre podremos secuestrarla para ti. —le guiñé un ojo.
Me miró estupefacto.
—¿Por qué la vamos a secuestrar?
Suspiré dándome por vencido.
—Hermanito, otro día te hablaré sobre lo que significan ciertas frases que uso pero ahora no tengo tiempo. Debo ir a la oficina.
—Tú eres abogado. Debes saber que secuestrar a las personas es ilegal. –refutó él. Luego me siguió a la puerta.
Bajamos juntos las escaleras.
—¿A dónde vas? —le pregunté.
Pasó de largo a mi lado en dirección a la cocina.
—Voy a por las galletas de canela. Tres no son suficientes.
Sonreí y saacudí la cabeza de lado a lado. Él era en muchas formas un niño todavía, pero con deseos de hombre.
¡Qué contradictorio!
Pasé el resto de la tarde en casa. Me permití por primera vez algo de paz y quería disfrutar un poco de la compañía de mi hermano. La pasamos entre el piano con Rosalie y el jardín con mi mamá. Su ánimo había mejorado bastante en comparación a esta mañana y eso era algo que me hacia sumamente feliz. Supuse que eso se debía a que tenía a sus dos hijos pasando tiempo con ella de manera relajada. Me propuse ser mejor hijo, justo allí. Y por ella.
Por otro lado, si bien era cierto que estaba como obsesionado con Isabella; a tal punto que había parecido un condenado espectro en los pasados días; también comprendí otra cosa cuando fui consciente de la mejoría de Edward que ahora ayudaba a Esme con algunas plantas de las cuales desconocía el nombre: La felicidad de un ser amado, es la nuestra. No importaba cuanto decía sentir por ella, eso palidecía ante el amor que tenía por mi hermano menor. No le había mentido cuando le había dicho prácticamente lo mismo a él, justo esa mañana.
Terminé nuestra tarde intentando enseñar a Edward a jugar fútbol americano. Basta decir que lo odió.
—No me gusta. —aseveró tirando el balón con rabia contra el suelo. Yo trataba de recuperar la respiración luego de haberle arrebatado el ovoide de las manos y correr hacia la zona de anotación.
—¡Vamos, hermano! Es fútbol americano, así se juega. —respondí divertido con su actitud.
—Pues tienes malos gustos para las diversiones. ¿Por qué tienen que tocarse y golpease tanto? —dijo mirándome con escepticismo.
—Porque es un deporte de alto contacto. —se quedó viéndome como si esperara un mejor argumento que ese. Dado que la falta de oxigeno no me dejó pensar en ninguna válida, decidí darme por vencido. —Como quieras. —dije rompiendo a reír. Mi madre que se había mostrado enojada todo el día, también se permitió reír ante la rabieta y la cara de “estás loco” que Edward me hizo —Vamos por algo de comer. —le dije convidándolo a la cocina.
            Al llegar, el estómago me rugió por el delicioso aroma que envolvía el lugar.
—¡¿Qué es?! ¡¿Qué es?! —le dije a Alice quien sonrió de soslayo.
—Tranquilo Emmett, es solo un poco de pollo  y papas fritas. Pensé que tendrían ganas de comer algo rico y grasoso después de esa sesión de tacleos.
Me acerqué al oído de Alice y le susurré:
—¿Sabes que no fui muy rudo con él verdad?
—Lo sé, pero Edward no piensa igual y ahora está enojado.           
            Echamos a reír ante la cara enojada que aún conservaba el hombre.
—¿Hay mas galletas de canela? —preguntó Edward.
—Sí, las saqué hace una hora del horno. Ya deberían estar frías.
—Gracias. —contestó escueto para luego pasar por nuestro lado directo a la esquina más alejada de la estancia.
Salió de la cocina con el bol completo de galletas y por su rostro de “ni lo intenten” Alice y yo no le dijimos nada. Si le daba dolor de estomago iba a ser su problema. Por mi parte, me harté de pollo y papas fritas hasta que Alice me regañó porque no le estaba dejando a los demás. Puede que hubiese incluso usado una paleta de madera para finalmente correrme de allí.
Por primera vez en mucho tiempo me sentía feliz. Bella había cambiado muchas cosas en nuestra familia para bien. Incluyéndome a mí. Me sentía orgulloso de Edward y ponía fe en la Bella que conocía: ella regresaría.
Al salir de la cocina rumbo a mi habitación, me detuve al ver un gran destello anaranjado que se colaba por la puerta trasera que daba al jardín. Edward estaba sentado en medio del umbral con su bol de galletas contemplando el crepúsculo que destellaba en su grandiosidad enmarcando al también increíble jardín de mamá.
Se le veía fascinado con eso y decidí darle su espacio. Traté de no hacer ruido al regresar por donde vine para no interrumpirlo, cuando escuché un:
—Bella. —dijo él soltando un muy desanimado suspiro.
Sí, ponía toda mi fe en la Bella fuerte y capaz que había conocido. De ella dependía la felicidad de mi hermano. Ellos eran la mitad de un todo. Un todo que; ahora entendía; no podía vivir sin su mitad. Y desde donde quiera que ella estuviese, debía regresar.
Lo haría.


Bella POV:
Un día antes, en la reserva Quilleute…

Paul me insistió para que fuésemos a comer algo. Así que entramos a un patio largo que hacía a la vez de restaurant. El techo había sido de maderas que habían estado a la deriva. Unas diez mesas de cuatro puestos estaban repartidas por el lugar. No era para nada un lugar elegante, pero la cantidad de gente que había allí me indicaba que o la cocinera era muy buena o estaban regalando la cerveza ese día. Apenas y conseguimos puesto. Una pareja se estaba yendo cuando nosotros llegamos y tomamos su mesa enseguida.
Una chica de tez morena, muy hermosa y con mala cara nos trajo el menú.
—Hola, Leah. —le dijo Paul sin mucho entusiasmo.
—Hola, Paul.
Dicho eso, me medio miró y se fue. Si esa era su estrategia para atraer clientes, no iba bien encaminada.
—Como que no le caigo muy bien. —le susurré por encima del menú.
—¡Nah! No te preocupes. ¿Qué vas a pedir? —me pareció que ese comentario fue uno de esos que usas cuando no quieres dar mayores detalles, así que no seguí insistiendo.
Miré el nombre de los platillos pero sin verlos en realidad. La verdad era que no me sentía especialmente de ánimos para comer. ¡Dios, Edward! Lo había dejado atrás sin más. ¿Qué haría ahora sin…?
—¡Bella! —Paul llamó mi atención tirándome una servilleta hecha bola. —No vinimos para que te vayas a poner a llorar, sino para que comas. Si empiezas ahora, te juro que me te dejaré con la cara de malaleche de las meseras. —me reprendió con una sonrisa de autosuficiencia en su rostro. Lo cual mejoró solo un poco mi ánimo.
—Lo siento. —comencé a mirar la lista del menú, nuevamente—. Creo que pediré…una lasagna. Eso.
—¿Y qué vas a tomar? —insistió viendo su propia carta.
—Una coca cola.
—Bien.
A los dos minutos Leah volvió con libreta en mano. Le hicimos nuestros pedidos y se fue por donde vino sin mucha ceremonia.
Cuando él iba a preguntarme algo, una mujer de edad media y muy parecida a Leah se apareció frente a Paul viéndolo con reprobación y a mí con una expresión como de asco. Vaya…parecía que era el día mundial de putear a Bella Swan. ¡Simplemente fabuloso!
—¡Wow, Paul! No has dejado pasar ni dos meses desde que Rachel se fuera de tu casa para estar saliendo con otra. Y peor aún, con una cara pálida ¿Eh?
Mi compañero de mesa entrecerró los ojos con rabia.
—¿Por qué no te metes en tus propios asuntos, Sue? Yo hago con mi vida lo que me venga en gana y sin darte explicaciones.
Ella sonrió con sorna.
—Uy… ¡Que genio! Yo solo hacía un comentario. —respondió haciéndose la ofendida.
—Pues ve a hacerle tus comentarios a quien le importe y a quien no le moleste tu presencia. —contraatacó él sin prestarle mayor atención que a la mariposa que nos estaba sobrevolando en ese momento.
La mujer entrecerró los ojos y nos dirigió una mirada envenenada a ambos. Eso me sacó de quicio ¿Qué le había hecho a esas mujeres? ¿Aparecer?
—¿Sabe? Los caras pálidas tenemos muy mala fama. Y el hecho de que solo esté aquí molestándonos a mi amigo y a mí cuando queremos comer, solo contribuirá a acrecentar esa fama. Porque me va a obligar a mandarla a la mierda delante de todos estos comensales. —usé un tono de condescendencia que solo consiguió irritar más a la mujer. La cual montó  en cólera y se fue de allí lo más rápido que le dieron las piernas.
Paul se partió de la risa.
—¡Eres buena, joder!
Ahora fui yo la que entrecerró lo ojos.
—Explícame el porqué de que me odien tanto.
Vi como la mirada de él que se apagaba con tristeza y a la vez  se tenía con furia y dolor.
—No quiero hablar de eso.
—¡Oh no, cariño! Tú me obligaste a venir acá y de paso tuve que aguantarme que dos mujeres me tomaran rabia de a gratis. Así que lo mínimo que puedes hacer es explicarte. Me lo debes.
Suspiró pesadamente y accedió a mi orden —petición con reticencia.
—Hace dos meses terminé con mi prometida, Rachel Black. Quien por cierto es la mejor amiga de Leah… —ahí estaba uno de los motivos— y ahijada de Sue —el otro—. Así que deben de creer que estamos saliendo o algo así. Pffff ¡Como si pudiera hacer eso ahora!
Entorné los ojos.
—Bienvenido al club de los despechados. —le dije con una sonrisa carente de alegría.
—A mí me dejaron por no cumplir “ciertas expectativas” ¿Y a ti? —me preguntó casi divertido por la situación.
—Por estúpida. Aunque básicamente también creo que no estuve a la altura y…¡Voilä! Heme aquí.
Paul sacó otra servilleta. La desdobló y comenzó a formar un cilindro con la misma.
—Rachel…Mierda yo adoraba a esa mujer ¿Sabes? Pero no comprendió que yo quisiese estudiar enfermería en vez de ser un licenciado en contaduría como lo que está estudiando ella ahora.
—¡No tiene derecho a hacerte una cosa así! —bufé—. No eres un niño al que se le deben imponer las cosas. Si quieres ser enfermero, yo te apoyo. Tengo unos libros en mi casa que podrían servirte…
Sus ojos se abrieron de par en par emocionados.
—¿Eres enfermera? —asentí— ¡Que coincidencia!
—Pero estoy especializada en pacientes con autismo. Así que no son muchos los que te puedo dar, pero creo que te podrían servir.
—¡Claro que sí! ¿Cuándo los puedo recoger y en donde?
—En Forks. Luego te doy un aventón cuando vuelva.
Me sonrió con cara de picardía.
—Así que vas a volver… —ni yo misma me había dado cuenta de que ya había tomado esa decisión. Supuse que me iría a mi casa, le cambiaría un poco los planes a Alice, pero ni modo.
—Pues si…lo haré.
—¿Por qué escapaste, Bella?
—¿Por qué supones que me escapé?
Comenzó a levantar los dedos enumerando sus teorías.
—Manejas sin rumbo fijo, tienes tu equipaje en la cabina de tu camioneta y de paso tienes cara de mal de amor. Así que creo que estás escapando de alguien. ¿Qué te hicieron?
Me encogí de hombros y bajé mi mirada a la mesa de madera. Comencé a seguir las líneas del tallado con una de mis uñas.
—Hice daño, me hicieron daño. Dejé atrás lo que pudo haber sido mi única familia y a la misma vez mi trabajo.
—Y por eso huyes…
—¿Disculpa? —me comencé a irritar ¿Huir? ¿Yo había huido? ¿Eso les parecía a todos? No pude evitar recordar a Esme y sus últimas palabras. Vaya desastre…
—Claro que huyes. Apuesto lo quieras a que ni siquiera te despediste de “él”. No, por tu cara veo que no lo hiciste. Así que huiste. —afirmó con la cabeza, muy pagado de sí mismo.
—Bueno, señor métomeentodo ¿Por qué mejor no me dice cómo puedo arreglar este embrollo? Si cree que es tan fácil deducir de qué se trata.
—Mira, debes encararlo. Decirle lo que piensas. Si tienes que gritarle, hazlo. —jamás le gritaría a mi ángel. Pensé para mí misma. Él, ignorante de mi línea de pensamientos, continuó su perorata: —. Luego soluciona el problema que tuviste con la familia que tanto quieres, porque me imagino que es recíproco. Y si es así, sabrán perdonarte el error cometido. Y si ellos lo cometieron, tú puedes perdonarlos para no tener que vivir sola. Créeme, de eso yo sé bastante.
Tragué grueso.
—¿Crees que funcione?
—¡Claro! A veces lo que hace falta es que alguien de fuera te dé una perspectiva imparcial y listo. —¿Sería tan fácil? ¿Lo único que necesitaba para volver a mi vida de antes sería “conversar”? Me descubrí cruzando los dedos para que así fuese. —. Bella, tómate unos días para ti. Respira aire fresco y luego ¡Zas! Le haces frente a la situación. Mira que eso de estar solo y de paso desempleado no es una buena combinación.
Y así, sin quererlo se me escapó una carcajada que a su vez me insufló esperanza.
No sabía, a ciencia cierta, qué diría o qué haría todavía. Debía tomar decisiones. Pero mientras, me comería aquella lasagna que pintaba con mi nuevo optimista y accidental amigo, me relajaría y pondría las cosas en perspectiva. Volvería a Edward de una u otra manera.
Al final de la tarde, disfruté de un hermoso ocaso que colindaba con la playa en la reserva. Por una fracción de segundo me permití algo de tranquilidad, pero esta no duró mucho cuando sentí como mis ojos acunaban lágrimas de melancolía. Quizá en otras circunstancias, estaría en los brazos de mi ángel contemplando este hermoso ocaso. Quizá fuese desde el jardín resplandeciente de los Cullen o desde la ventana de su habitación. No importaba dónde, siempre y cuando estuviese en sus brazos.
Con la fuerza que logré reunir, apreté la mano contra mi pecho y contuve el llanto. Debía ser fuerte, por mí y sobre todo por mi ángel. Volvería y aclararía esta tormentosa situación.
—Edward...  —suspiré su nombre. 
Él estar sin él no era un opción... No lo era y jamás lo sería.



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Yyyyyyyyyyyyyyyy bueno aquí estamos oootraaaaa vez con una nueva entrega del ángel. Que espero que sea de su agrado y que a su vez sirva para tranquilizar un poco esa situación tan tirante en la que el capítulo anterior dejó a muchas.
Les insto a que si no les gusta, dejen su crítica PERO DE MANERA RESPETUOSA. No tengo problemas con lidiar con la crítica pero si con los insultos…yyyyyyyyy como yo no soy ninguna santa vamos a dejar unos puntos claros: Solo ésta cabecita; la cual tengo pegada al cuello; sabe el porqué cada cosa aparece en la historia. No siempre son ni serán cosas felices pero que van en la historia porque yo quiero construir la historia así. Y es mi prerrogativa llevar el curso de la misma en las líneas que considere pertinente. Ese derecho me lo concede el hecho de pasar más de cinco o seis horas frente a una pc achicharrándome la vista para llevarles a ustedes un capítulo lo mejor que pueda.
Gracias y mil gracias a quienes se mantienen al pie del cañón conmigo y a quienes se han mantenido a mi lado sin que yo les dé nada a cambio excepto capítulos. Que quizá se tarden mucho, si…pero es que estoy en proceso de tesis…así que muchas gracias por su comprensión.
Sé que tengo las mejores lectoras porque su cariño me lo demuestra. 
Les quiero…
Hasta pronto.         
PD: Me voy a perder del mapa aproximadamente de quince días a un mes y quise dejarles esta última entrega de corazón de cristal para que me extrañen y me comprendan.          

Todo dependerá de lo que me tome abocarme a mi tesis, por eso no les doy fecha exacta.        

Así que...hasta pronto, pequeñas…

*Marie K. Matthew*

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viernes, 25 de mayo de 2012

Sin Alternativas - Capítulo Décimo Cuarto:



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 “Protégeme”


—Paul, relájate, por favor —unos espasmos comenzaban a recorrerle el cuerpo. Pareció comprender que estaba a punto de cambiar y respiró profundamente con la mirada clavada en el vacío. Los temblores comenzaron a remitir hasta que ya no quedaba nada de ellos, fue entonces cuando me acerqué pero él retrocedió.
—No te acerques, Rachel. Apenas consigo mantener la calma —su mirada estaba salpicada de dolor y vergüenza, además de la intempestiva rabia que casi lo había hecho entrar en fase.
—Siéntate. Te traeré un vaso con agua para que te tranquilices…
Meneó la cabeza de lado a lado mostrando su negativa.
—Debería irme porque…
—¡Siéntate! —le dije firme y sin derecho a réplicas— Espérame aquí, ya vuelvo.
Por unos instantes se petrifico ante mi voz de mando, me vio directo a los ojos y pude notar un algo diferente en ellos; ya no estaban oscurecidos por la rabia, ahora eran mas claros e incluso con un destello de tranquilidad. Eso me calmo y me moví rápido hasta la nevera, serví el agua fría en un vaso y me acerqué a la sala en donde yacía sentado Paul con la cabeza entre las manos, estaba alterado, nuevamente.
—Toma, cielo —me senté a su lado y comencé a acariciarle el cabello. – Tranquilo, todo está bien.
—No, Rachel, nada está bien. Casi me transformo delante de ti, tu hermano nos traicionó…yo… ¡Dios! No sé que hubiese hecho si te fuese hecho daño. Jamás me lo perdonaría —ahogó un gemido lastimero que me partió el alma.
Lo abracé por la cintura y traté de confortarlo.
—Shhh. Pero no pasó así que tranquilízate. Ya veremos cómo remediar lo de Jacob…
Se apartó con cierta brusquedad y se puso en pie, ahora estaba molesto pero no parecía estar al borde de perder el control.
—¿Remediar? ¿Te estás escuchando, Rachel Marie? Una traición no se remedia. Tú hermano se puso del lado de los malditos chupasangres y pisoteó la autoridad de Sam como alfa de la manada delante de toda esta, logrando además que Seth se rebelara luego que él. Así que después de escuchar eso, explícame, Rachel ¿Cómo es que piensas que todo esto se puede “remediar”? —espetó con ironía.
—Tiene que haber una explicación para todo esto…él…
—Claro que la hay, que Jacob es un maldito traidor.
Entrecerré los ojos con furia y ahora fui yo quién se puso en pie con deje desafiante, a la mierda la lógica y si quería entrar en fase y dejarme como un jodido mapa de hidrografía que lo hiciera.
—¿Llamaste a mi hermano “maldito traidor”?  ¿Sabes que pienso? Que si Sam se comportó igual de soberbio como tú lo estás haciendo ahora; que te crees con el derecho de venir a mis casa e insultar a mi familia; entonces me enorgullezco de Jacob. Los nietos de Ephraim Black no nacieron para obedecer a nadie.
Se carcajeó con sorna y se acercó hasta casi cernirse sobre mí.
—¿Y yo soy el soberbio? ¡Ja! Mírate, Rachel; tanto tu hermano como tú llevan encima ese sentido de superioridad que creen tener solo porque tu abuelo fue el jefe de la tribu; y que tu padre todavía lo sea no los hace más importante que los demás —se golpeó la cien con el dedo índice y medio—. Métete en esa cabecita tuya tan obtusa, que ustedes no son el principio y el final de los quilleutes… —se alejó un poco para poder mirarme con reprobación, cosa que detonó un lado demasiado sensible en mí de manera sorpresiva— Por el contrario, ahora son la vergüenza de la comunidad…
Sin dejarle pronunciar una palabra más le estampé una bofetada con todas mis fuerzas, tanta; que sentí que algo en mi muñeca hizo clack y un dolor se extendió por todo mi antebrazo. Paul se quedó en una sola pieza mirándome estupefacto ante mi reacción. Sacudí mi mano levemente y para él ese gesto no pasó desapercibido, entonces sus ojos brillaron con preocupación. Alargó sus manos para tocarme pero me alejé con brusquedad, recorrí los tres escasos metros que me separaban de la puerta de la entrada, la abrí con la mano sana y con la otra le indiqué que saliera, el dolor punzante me indicó que había sido mala idea moverme de manera violenta.
—¡Lárgate de una puta vez, Paul! No quiero verte ahora.
—Rach, por favor, estás lastimada…déjame llevarte al médico puedes estar…
Me apreté el puente de la nariz con ofuscación para tratar de contener el torrente de lágrimas que presionaban con fuerza mis ojos; querían salir, pero yo me negaba.
Jodida debilidad mortal.
—Hazme un favor ¿si? o mejor dos... El primero, dale gracias a los ancestros de que Billy no haya estado para escucharte, o esa inmortalidad tuya sería relativa. Y el segundo, lárgate de mi casa de una jodida vez. Ya has dicho suficiente por esta noche —iba a abrir la boca pero no lo deje—. ¡Lárgate!
Respiró profundamente y salió por la puerta con una expresión clara de pena y derrota. Cerré la puerta de un golpe fuerte y traté de escuchar sus pasos sobre el camino de grava, pero fue en vano.
Me senté en el sofá y dejé que mis lágrimas brotaran, pero para lo que no estaba preparada era para que salieran con tanto ímpetu, aun así las dejé correr hasta que solo me quedaron unos paroxismos de llanto. Sabía que Paul había dicho esas cosas tan hirientes porque estaba molesto y ofuscado, aún así decir esas cosas no había estado bien de ninguna manera, quizá la bofetada había sido demasiado pero eso sentaría un precedente: No intentes intimidarme, no jodas con mi familia y aprende a respetarme. Si o si.
Me fui a la habitación para cambiarme de ropa y el solo hecho de tratar de quitarme el jean fue una tortura horrible. Asesiné a mi muñeca derecha con mi mirada.
—Eres una perra inoportuna. Primero me robas mi momento de gloria al no dejarme disfrutar de semejante guantazo que le asesté al soberbio de mi novio y de paso te lesionas.
Salí del cuarto con rabia y estupor, bajé las escaleras con aún más rabia y en el último…
—¡Oh mierda! ¡Oh mierda! —me estampé contra el suelo sentada. Un dolor lacerante se me clavó desde el vientre a la vagina. Me recosté de los escalones para tomar aire y esperar que el dolor remitiera, pero no lo hizo. De hecho las punzadas pasaron a ser como una especie de cólico en toda regla.
            Con la fuerza que tenia, prácticamente me arrastre al sofá. El dolor continuaba y continuaba sin cesar o incluso disminuir un poco. Las punzadas de dolor seguían lacerándome el vientre bajo con fuerza. En ese momento desee aunque sea la presencia de mi engreído novio para que me ayudara a buscar algún medicamento para el dolor.
            En posición fetal, tratando de esperar que calmara mi dolor, pase lo que se me hizo una eternidad. No cesaba y ya me comenzaba a preocupar. No era normal.
Así de simple: te caes, te duele, pero se pasa. Esto no se apaciguaba a pesar de tener unos veinte minutos de haber caído.
Decidida me levante y me fui al auto, manejé; con una sola mano; casi media hora hasta llevar al hospital y cuando llegué a la puerta de este le pedí auxilio a uno de los enfermeros que estaba fumando en la puerta. Cuando el hombre me vio tomó la primera silla de ruedas que vio a su lado y corrió hacia mí.
Tomé asiento y cuando lo hice sentí una humedad que se me escapaba entre los muslos. Alarmada bajé la mirada y vi como el azul claro de los jeans se veía rojo oscuro. Demasiado oscuro.
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Paul POV:

Estábamos en casa de Sam en plena reunión cuando sonó el teléfono. Emily respondió, soltó el aire bruscamente y volvió a mirarme. No hacía falta que me dijera nada, su mirada estaba llena de pánico y pena.
Me puse en pie y tomé el teléfono pero ya no había nadie allí.
—¿En dónde está y que le pasó, Emily? —Sam se situó a mi lado y colocó una mano en mi hombro a modo de precaución y de ánimo.
—Está en el hospital central de Forks. Es…delicado…mejor vamos —dijo esta vez mirando a Sam, quien asintió y corrió conmigo al interior de la camioneta de Sue.
Fue Sam quien manejó al ver que yo era incapaz de detener el temblor de mis manos, le gritaba que se apurara cada cinco segundos pero mi hermano no hizo más que tratar de tranquilizarme. El trayecto fue tortuoso, y no importa cuántas veces te digan “ella va a estar bien” para que te lo creas y puedas tranquilizarte, necesitas verla y constatar que está bien de primera mano. Cuando Sam aparcó frente a la puerta de urgencias, salí en volandas sin molestarme siquiera en cerrar la puerta de la camioneta, pasé las puertas dobles y comencé a preguntar por ella.
—Acaba de salir de quirófano, está en la sala de recuperación —me indicó un médico de pelo cano que cargaba una plaquita dorada que decía Dr. Gerandy— La señorita Black llegó acá con una fisura de segundo grado en la muñeca derecha y un conato de aborto… —colocó una mano en mi hombro— Lo siento mucho, pero no pudimos salvar al niño.
¿Niño? ¿Bebé?...¿Rachel estaba esperando…?
El oxígeno no me llegaba a los pulmones, de pronto solo fui consciente de que estaba hiperventilando y mi cara iba derechito a dar contra el suelo. Unos brazos me cogieron por los hombros e hicieron que quedara sentado de culo en el piso de cerámica fría de la sala de espera del hospital central de Forks.
—¿Ella…perdió…a mi bebé? —susurré con la voz rota. No era consciente de estar llorando en ese momento, pero por las gotas de humedad que estaban cayendo sobre mis pantalones recortados parecía ser cierto— Iba a ser pa…padre.
Sam me levantó del piso como pudo e hizo que tomara asiento torpemente sobre los asientos de plástico helados. Colocó un brazo sobre mis hombros y me apretó luego de zarandearme.
—Lo siento mucho, hermano. Estoy aquí para… —rompí a llorar como una niña, pero no pudo importarme menos. Había perdido a un pedacito de vida que pudo haber sido el creador de la familia que tanto había querido y no había tenido. Lloré. Lloré desconsolado por la pérdida irreparable que había tenido. Lloré desconsolado por sentirme el culpable de ese hecho y lloré más aún porque no sabía cómo iba a reparar una falta tan grande como la que le había hecho a Rachel.
—¿Es usted el esposo de la señorita Black? —preguntó el médico; del cual me había olvidado completamente. Me enjugué las lágrimas y me puse en pie frente a él.
—¿En dónde está ella? ¿Puedo verla?
—No, señor. Lo lamento. Debemos esperar a que ella despierte de la anestesia. Tuvimos que practicarle una intervención quirúrgica de emergencia para extraerle el feto. Fue un aborto incompleto.
—¿Les dijo ella qué pudo haber originado…eso? —pregunté con todo el miedo del mundo a oír la verdadera razón de los labios de un extraño.
A favor del médico he de decir que su expresión era condescendiente pero no de lástima, cosa que me ayudó a mantener la poca cabalidad que me quedaba en esa mierda de situación.
—Señor…
—Paul Howe, doctor.
—Señor Paul Howe, un aborto espontáneo o involuntario puede ser causado por varios motivos, principalmente se deben a anomalías congénitas o; como ocurrió en este caso; accidentes. Por lo que me explicó la señorita Black ustedes no estaban al tanto de su estado.
Negué con la cabeza.
—No. por supuesto que no —No habría sido tan plastorra de haber sabido que ella estaba… ¡Mierda, simplemente no debía haber sido con ella así y punto!
Asintió y con su dedo índice se acercó más las gafas.
—Le informo que a parte de la caída que presumimos fue la causante de la pérdida, también le encontramos una lesión en la muñeca. Ella aseveró que se la había hecho en ese mismo momento —¡Mentira! Yo fui el único condenado causante de eso. Y de todo…—. Pero muy a pesar de todo lo que ha ocurrido, la señorita Black está en muy buen estado. Sus valores son normales y sus signos vitales son fuertes y saludables. La mano derecha fue inmovilizada con una férula. Le recomiendo que tenga reposo absoluto durante unos cinco días; y que no mantengan relaciones en unas cuatro semanas; esto es algo delicado y debe recuperarse bien —me estrechó el hombro con una mano—. No se deje amilanar por lo que ha pasado esta noche, señor Howe. Siempre podrán tener una nueva oportunidad para ser padres, ambos son jóvenes y saludables. Este acontecimiento no dejó ninguna secuela en su esposa; así que les deseo lo mejor del mundo.
Se puso a mi orden para lo que necesitara y se despidió de mí no sin antes decirme que pasaría de guardia hasta el medio día próximo y que estaría al pendiente de Rachel durante toda la noche.
Pasada una interminable jodida hora y media pude pasar a verla en la habitación que le habían designado.
—¿Puedo entrar? —apenas había asomado la cabeza. Se veía triste con la mirada llena de lágrimas que no tardarían nada en ser derramadas. Jugueteaba con un pedazo de la cobija que tenía sobre sus piernas y vientre.
Ella asintió.
En ese momento corrí sin importarme una mierda si ella estaba molesta conmigo, si yo había sido un bruto o sin preguntarme siquiera si ella me dejaría tocarla. Todo lo que sabía era que necesitaba abrazarla con todas mis fuerzas para poder rodearla de la máxima calidez que pudiese con mi cuerpo, transmitirle lo mucho que me importaba que estuviese bien y que a pesar de todo lo que había pasado yo seguía estando allí para ella. Tanto si me quería como si no.
Me senté de golpe en la cama y le rodeé con mis brazos, apretándola duro contra mí y rezando a los espíritus guerreros que no la apartaran de mi lado jamás. Si tenía que dejar de ser un redoblado idiota, lo haría, pero la necesitaba conmigo. No me veía ni tampoco quería hacerlo sin ella a mi lado; podía perder lo que fuera…lo que sea…incluso mi dignidad, pero jamás a ella. Estaría muerto en vida.
—Siento mucho lo que te hice, princesa. Soy un bruto…no merezco tu perdón pero aún así te lo ruego. Discúlpame, Rachel. No sabía…yo…si hubiese sabido no… ¡Mierda! Lamento todo esto!
Ella me sorprendió agarrándose a mi camiseta negra deslavada con fuerza y dejando que los temblores la recorrieran y que sus lágrimas se derramaran con toda la fuerza de su llanto. Y lloramos juntos…lloramos juntos por ese pequeño ser que se había perdido incluso antes de venir al mundo. Por ese pedacito de nosotros que ninguno había pedido y que ahora que no estaba, dejaba estragos por su partida.
—Yo no sabía… —comenzó a decir entre paroxismo de llanto— que estaba embarazada, Paul… Te lo juro… No planeaba ser madre, pero jamás lo hubiese matado…jamás…
—Shhh, lo sé, cielo. Lo sé —traté de reconfortarla al menos con mis caricias. Besé su frente y olisqueé su cabello que olía a frutas y caramelo, como casi siempre olía ella—. Estamos juntos para superar esto, y eso es lo que importa. Ahora recupérate, porque te necesito conmigo…
Ella se apartó de mí y temí que fuese a dejarme claro que no me quería cerca después de todo.
—Pero nosotros discutimos….yo te golpeé…
Clavé mis ojos en las vendas color blanco, tomé su mano envuelta y deposité un beso sentido y la miré por encima de esta.
—¿Y en serio crees que una discusión podría hacer que me separara de ti? Rachel, mi mundo gira en torno a ti. No a la tribu, ni siquiera a la manada, sino a ti. No me importaría perder lo poco que tengo si te tengo a ti a mi lado, que eres mi centro y mi eje. A nada puedo amar más que a ti, simplemente es imposible que exista algo más bello y perfecto como tú.
—Pero yo no soy perfecta —graznó con lágrimas en los ojos y con voz ronca.
—Eres imperfectamente perfecta. Y eso está bien para mí, no quiero a una virgen pura, quiero a mi Rachel testaruda y apasionada.
La abracé y después de estar un rato así, ella levantó la cobija y me dijo que entrara a su lado. Nos quedamos un rato largo solo contemplándonos a los ojos con las manos unidas y pidiéndonos disculpas por habernos herido mutuamente. Habíamos tenido una considerable pérdida, pero ambos nos hicimos entender que no había sido responsabilidad de ninguno, y que no llegaríamos a ningún lado arrastrando culpas que solo servirían para amargarnos en vez de permitirnos mirar hacia delante, que era lo que necesitábamos hacer desde ahora.
Tocaron a la puerta.
—Pase —dije sin moverme de mi sitio. Si Rachel me quería ahí, ahí me quedaría. Que se jodieran los médicos y enfermeras.
Sam seguido de Emily, quien entró empujando a un muy decaído Billy. Supuse que Sam había aprovechado el tiempo que llevaba en la habitación para ir a buscarle.
—Rachel, hija… —se acercó rápido y comenzó a hablar con ella al igual que Emily.
—Gracias, hermano —dije apretando el antebrazo de Sam quien hizo lo mismo conmigo.
—No tienes nada que agradecer. De haber estado en tu puesto sé que hubieses hecho lo mismo por mí.
—Eso no lo dudes ni por un momento.
Miró a Rachel y luego a mí antes de dirigirnos una sonrisa esperanzadora.
—Ya vendrán tiempos mejores.
—Gracias, Sam —dijo ella.
La conversación siguió con momentos livianos y pesados, así como también tan dolorosos que nos robó unas cuantas lágrimas tanto a mí como a mi pareja. Cuando ellos se retiraron aproveché para hablar con Billy a solas, sin que Rachel pudiese escuchar, aunque debía decírselo luego a ella, pero primero necesitaba sortear cualquier tipo de negativa que obtuviese de mi suegro. Esta vez no iba a aceptar un no por respuesta.
—Billy, mañana en la mañana darán a Rachel de alta.
—Si, lo sé. Sam me lo contó cuando me traía hacia acá —su mirada perspicaz me indicó que ya sospechaba sobre mis intenciones.
Asentí.
—Bien, pero quiero decirte algo. Voy a pedirle a Rachel que se vaya a mi casa.
Él bajó la cabeza pesaroso. Sabía que amaba a su hija con locura pero no iba a permitir que ella estuviese asistiéndose sola en esa casa y de paso durmiendo en un maldito sofá.
—Imaginé que querrías que se recuperara contigo y…
—A vivir, Billy —sus ojos se clavaron sorprendidos en mí—. Quiero que Rachel se quede conmigo, de manera definitiva.
—Pero es muy pronto…ella es muy joven y tú también…
—¡Por favor, Billy! Sabes tan bien como yo que esto de la imprimación es para toda la vida. No voy a dejar a Rachel bajo ninguna circunstancia, ni tampoco le romperé el corazón por irme con otra. Sabes que eso es imposible —no quería ser rudo pero habían pasado muchas cosas en un solo día y no estaba de ánimo como para lidiar con nada más, especialmente una negativa a llevarme a Rachel conmigo.
Asintió con expresión derrotada en el rostro.
—Sabía que tarde o temprano esto iba a pasar así es que…está bien. Hazlo. Pero cuida mucho de ella, si no lo haces no habrá diabetes que me impida partirte todos los huesos con una mandarria.
No pude evitar reírme ante eso, me puse en cuclillas hasta quedar a su altura en la silla.
—Contaba con esa respuesta – amenaza. Y oye…Rach no se olvidará de ti, ni siquiera aunque yo se lo pidiera. Siempre estará al pendiente de cualquier cosa que tenga que ver contigo. Lo hizo estando en Washington, y no lo dejará de hacer ahora solo porque se vaya conmigo. Tú eres su padre y yo sé lo se siente el estar sin uno, así que jamás le permitiría que se alejara de su gente.
Sus ojos se levantaron con un brillo conmovedor, sonrió con la nostalgia que le producía dejar ir a la niña de sus ojos, pero también con la alegría de quien sabe que estaría en buenas manos.
—Bienvenido a la familia, hijo.
Asentí con el pecho henchido de orgullo, porque a partir de ese momento mi vida iba a dar un giro de trescientos sesenta grados. ¿Qué si estaba preparado para ello? Ni de coña. ¿Dejaría amilanarme por el miedo? Ni pensarlo, eso simplemente no era un opción. Rachel y yo teníamos que estar juntos. Punto final. Si nos habíamos imprimado era porque estábamos destinados a estar juntos ¿no?
—Gracias, Billy. Ya verás que la cuidaré bien.
—Más te vale, Paul. Más te vale.

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Abrí la puerta de un puntapié, cargaba con toda la ropa de Rachel que habíamos pasado buscando por casa de Billy y luego seguimos hasta la mía. Corrijo, hasta la nuestra.
—Bienvenida a casa, señorita Rachel Black —solté las cosas en el suelo con cuidado y corrí a abrazarla. Le susurré en el oído— Hacía muuuuucho que quería decirte esto.
Escuché su ricita antes de que escondiera su cara en mi cuello.
—Gracias. Aún no logro hacerme a la idea de que viviremos juntos.
—Pero lo haremos a partir de ahora mismo.
—Yo… —su tono se volvió más lúgubre— lamento que se haya dado en estas condiciones todo esto…
—Shhhh —besé su coronilla y me agaché para recoger el equipaje del suelo—. Las cosas pasan porque así lo quiso el destino, princesa. Más adelante…cuando estemos listos, pensaremos en ser padres y las cosas saldrán bien esa vez. Ya lo verás.

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Un mes y medio…¡un jodido mes y medio!... habían cambiado todas las cosas, relativamente para bien. Jacob no regresó a la manada, al menos pactó con Sam y tanto su manada —puesto que Leah había visto la posibilidad de escapar con él de la constante presencia de mi hermano— como la nuestra estábamos en paz. Ambas eran guardianes de la tribu quilleute por lo que no tenía sentido que hubiese rencillas entre nosotros. ¿Y qué había obrado el milagro? La bebé medio humana- medio vampira de Edward y Bella.
Por muy bizarro que pudiese sonar, Jake se había imprimado de ella y ¡zas! Entró en vigencia el código de honor de los lobos.
“Ningún guerrero tendrá el derecho de poner fin a la figura de imprimación de cualquier hermano de la manada”.
Desde entonces las cosas estaban relativamente en paz. La pequeña “cosa” ya tenía dos semanas de nacida; el tiempo de gestación solo había durado un mes; Isabella estaba bien y Jacob vivía metido en casa de los Cullen todo el tiempo. Según lo que él mismo le contó a Sam, la pequeña crecía a pasos agigantados y se desconocía hasta que punto podría llegar ese desarrollo. Su miedo era que llegase a envejecer y morir de manera temprana, cosa que tenía a los chupasangres ocupados buscando una respuesta para dicha incógnita. Por mi parte he de admitir que muchas veces los envidiaba puesto que Edward y Bella si habían podido tener a ese pedacito de ellos en sus brazos, mientras que por el momento solo éramos Rachel y yo. Ella era mi todo y aunque jamás  preferiría tener un hijo a costa de la vida de ella, no podía dejarme de preguntar como hubiese sido, a quien se parecería o si hubiese sido niño o niña. Trataba en lo posible de no atormentarme con esos pensamientos, pero estos volvían como fantasmas y me rondaban haciéndome experimentar un anhelo de algo que ya no podía ser.
—¿A qué se debe esa seriedad? —la cama se inclinó por el lado donde Rachel solía dormir, el izquierdo.
—Solo pensaba.
—Jummmm —sin haberlo querido, pareció comprender lo que estaba rondando en mi cabeza y una expresión triste se coló en sus bellas facciones. Se introdujo bajo la colcha y se apretujó a mi costado. Subió por mi pecho con sus manos hasta detenerse en mi rostro y acariciarla con suma ternura, como si fuese frágil, como un muy fino cristal.
Delineó mis cejas y labios. Besó mis mejillas y mi frente.

—Cómo tú mismo me dijiste cierto día: “Ya será nuestro momento”, pero ahora no lo es. Debemos disfrutar de los dos mientras podamos, luego ya tendremos una bola de pequeñajos acabando con la paz y los adornos de esta casa —me sonrió con dulzura.
La abracé contra mí y no puede evitar sentir que sus palabras eran como un bálsamo que calmaba mis preocupaciones. Así era mi Rachel, siempre con un comentario positivo o en su defecto tratando de evitar que las cosas se vieran más oscuras de lo que ya fuesen por naturaleza. Mi luz en medio de las tinieblas.
Besé sus labios con delicadeza, ternura y lentitud, deleitándome con cada roce compartido. Capturando cada imagen en mi memoria de ese momento tan íntimo y tan casto que resulta extraño para dos amantes apasionados. Absorbí cada gemido y exhalación de placer, sobre todo cuando la despojé —sin pausa, pero sin prisa— de su pequeña batita de algodón. Disfruté de cada espasmo y suspiro que emitió mientras se asía de mis cabellos como si en eso se le fuese la vida. Desperdigué besos por todo su vientre adorando esa parte de ella… esa capacidad de creación que solo las mujeres tienen y de la que muchas no se sienten contentas de tener. Besé su sexo más que con pasión, lo hice con veneración; como si se tratase de una parte sagrada e inmaculada que jamás hubiese sido corrupta. Y no lo había sido, porque ser amada no era en ninguna forma ser ensuciada, por el contrario; se es tratada con toda la adoración y la pasión que ese ser celestial llamado mujer merecía.
Cuando estuve totalmente desnudo y cernido encima de su cuerpo —que ya estaba húmedamente preparada para recibirme—, me arrodillé entre sus muslos, me incliné solo un poco y me deslicé con delicadeza hasta el fondo de sus entrañas. Nos movimos con lentitud, pero esta vez no había apremio, teníamos toda una vida para disfrutar el uno del otro sin estar siempre pendiendo en el frágil hilo de la desesperación. Aguantamos cuanto resistimos y cuando ya el placer amenazaba con sobre pasarnos, casi me detuve. El miedo se coló en mi mirada y ella pudo percibirlo puesto que se aferró a mi cintura instándome a que me corriera dentro de ella. En el fondo sabía que era una necedad puesto que Rachel estaba tomando ahora las pastillas anticonceptivas, pero algo en mí se había roto aquel día y aunque había sido reparado, era como tener un par de cables medio pelados que hacían chispa de tanto en tanto. 
Subió sus caderas hasta enterrar mi erección más en ella y entonces me dejé ir... nuestros orgasmos se mezclaron y trajeron con ellos un remanso de paz en medio del cansancio que nos recorría. Me quedé dormido a su lado pero sin salir de ella. Suponía que los papeles de la relación habían cambiado en cierta forma.
Ahora era Rachel la que me hacía sentir protegido y confiado.

Este separador es propiedad de THE MOON'S SECRETS. derechos a Summit Entertamient y The twilight saga: Breaking Dawn Part 1 por el Diseño.

Yyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyy aquí está otra entrega de mi lobito amado y consentido. ¿Se hizo esperar? Si, lo hizo…pero espero que valga la pena.
Sé que el capítulo fue triste y algo lento pero es que la historia ahora tomará un rumbo en la solo el lemmón no será el protagonista de esta. Vienen momento cumbres de felicidad y penas…
No daré más pistas. Se les quiere y recuerden, dejen sus reviews puesto que todos son bienvenidos, y si tienen una crítica háganla CON RESPETO. De esa manera nos podremos entender bien.
Un beso, mis terroristas.
*Marie K. Matthew*

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