sábado, 21 de julio de 2012

CORAZÓN DE CRISTAL - Capítulo Décimo Sexto:



Este separador es propiedad de THE MOON'S SECRETS. derechos a Summit Entertamient y The twilight saga: Breaking Dawn Part 1 por el Diseño.

 “Mi Ángel”

—¡Bella! —exclamó Alice alarmada al verme bajo el umbral de la entrada— ¡Pasa, por Dios! Te estás empapando.
«Muy tarde» Pensé para mis adentros.
Llevaba puesto un delicado suéter que en realidad de nada servía contra la lluvia torrencial que estaba azotando a la ciudad de Forks en ese momento. «¡Como de costumbre!». Mis zapatillas deportivas y mis jeans ya estaban empapados también. En fin, ya era un desastre andante de agua. Lo impresionante de eso es que había ocurrido en el pequeño trayecto de mi camioneta a la entrada. Claro que habría que sumarle los diez segundos que me tomé para respirar y darme ánimos internamente.
 Entré en la casa y pude sentir en como la calidez me envolvió de inmediato. Además, había un exquisito olor que impregnaba todo el piso inferior de la casa: pollo asado con hierbas. Quizá tendría compañía más tarde, y yo había venido par el mal tercio.
Me giré hacia Alice con expresión de disculpa.
—Si estás esperando a alguien…
Ella me adentró aún más en aquel espacio de madera y colores fríos en las paredes. Ayudó a quitarme el suéter que chororreaba agua por doquier, al igual que mi cabello. Su sonrisa genuina me insufló aliento; aquella me recordaba cómo había sido nuestra relación antes de que todo ese tormentoso día se llevara a cabo. Quizá, a diferencia de lo que yo creía, ella no estaba molesta conmigo por renunciar.
—Bella, ¿Acaso crees que voy a dejar que andes por quién sabe dónde, cuando tú me abriste las puertas de tu casa en el momento que más necesitaba de alguien?  Sabes bien que no lo permitiré, y ¡Además!... Esta es tu casa —hizo énfasis como si de una niña pequeña se tratase.
—Pero yo no te la ofrecí para venir a incordiarte luego…
—A ver…pensemos: La casa tiene tres habitaciones, nosotras somos  solo dos. Así que ¡Explícame el modo en que vas a molestarme! Porque sinceramente yo no lo veo por ningún lado —en sus ojos brilló la ternura que le era tan característica. Su sonrisa de niña hizo que se me llenaran los ojos de lágrimas. Sentía que últimamente no hacía nada más que llorar. ¡Patético! —. Somos amigas, Bella. Y sé por lo que estás pasando, permíteme ayudarte como tú lo has hecho conmigo. Si, sé que no son las mismas circunstancias, pero aun así para eso estamos.
Me haló hacia ella y no pude contener más el llanto. Las lágrimas se resbalan con una calidez contraria a la temperatura que tenía mi rostro en ese momento, ya que éste parecía una panela de hielo al estar expuesto al vendaval. Me aferré a sus hombros como si fuesen mi bote salvavidas. Desahogué todo lo que en el día no había podido hacer con Paul; porque obviamente era un extraño. Buena gente, sí, pero un extraño al fin y al cabo. Él no entendería que la misma persona que me había roto el corazón, era la misma persona inocente que de alguna manera u otra me había hecho sentir viva. Pues antes de él, todo me daba exactamente lo mismo. Las satisfacciones eran buenas pero carecían de profundidad. Pero todo eso había cambiado al conocerlo, cuando me perdí en esos ojos azul grisáceos que me invitaban a querer conocer y sacar a flote ese ángel que tenía aquel muchacho autista tan encerrado en sí mismo.
Alice en cambio, podría comprender mi situación mucho mejor. Ella había visto bastante en los tres casi cuatro meses que llevaba trabajando con la familia Cullen, desde lo magnífico de los avances hasta lo terrible de la arritmia de Edward y posterior a eso, mi partida.
«¡Mierda, había hecho tantas cosas mal!»
—Metí la pata…—sollocé en medio de balbuceos llorosos sacando las palabras que tenía rondando en mi mente desde hacía un buen rato. — la metí hasta el fondo.
Su mano subió y bajó por mi espalda dándome consuelo; importándole muy poco si estaba tan mojada como un trapeador.
—Shhh. Ya luego hablaremos de eso. Mejor sube y toma una ducha caliente mientras yo te consigo algo de ropa y meto la tuya a la lavadora.
Cuando subía en dirección al baño y ella iba a la cocina, me giré para preguntarle por lo más importante en toda esta intrincada ecuación:
—¿Él sabe que me fui? —Alice asintió con un aire de triste comprensión — ¿Y cómo lo tomó?
—¿Cómo crees que iba a tomar que la persona que lo hacía reír y que pasaba cada momento del día con él, se haya alejado de su lado?
Sabía que no lo decía con segundas intenciones pero esos no evitó que la culpa y el dolor me laceraran el pecho. Tenía vacío inmenso allí acompañado de un inseparable dolor.
Derrotada, terminé de subir las escaleras.

*.*.*.*.*
Alice había dispuesto en la mesa dos tazas de chocolate humeante con un platito de galletas para cada una. Por dentro recé para que no fuesen las mentadas de canela, pero no tuve suerte. Sí lo  eran. Tomé asiento y ella también frente a mí. La miré con agradecimiento no solo por la ropa que me había conseguido, sino por el gran gesto de haberme recibido en una casa en la cual no pensaba volver a estar dentro de un buen tiempo. Ironías de la vida.
—Y bien… ¿Dónde estuviste todo el día? —tomó un sorbo de su chocolate tras haberlo soplado bastante.
—Pues… manejé sin rumbo fijo hasta llegar a La Push. Ahí estuve todo el día —aún no había bebido nada, pero aprovechaba la temperatura de la taza para calentarme los dedos que sobresalían de una sudadera; que obviamente no era de Alice. Su tamaño extra grande me lo indicaba.  
—¿Y por qué allí? —sin dudas se encontraba intrigada, si es que aquella ceja levantada era un buen indicativo. Me encogí de hombros.
—Ni idea. Supongo que cuando me dio el arranque escapista no pensé hacia donde iba y las ruedas decidieron por mí.
—¿Qué hiciste todo el día en La Push? No sabía que tenías conocidos por allá. —luego bebió un sorbo de su tasa mientras me veía con algo de curiosidad y escepticismo.
—Es porque no los tenía, pero ahora sí —le medio sonreí—. Conocí a un chico llamado Paul bastante simpático. Me cayó muy bien, aunque no se puede decir lo mismo de sus amistades. La cordialidad no es el fuerte de muchas mujeres de la Reserva.
Alice me escuchaba con expresión reticente.
—¿Sería porque era un bastardo ligón?
—No. En ningún momento ligó conmigo, pero tanto la mejor amiga como la madrina de su ex novia si lo creyeron así. Hubieses visto la manera en que me miraron cuando nos topamos en un restaurant hecho bajo una especie de choza. —no pude reprimir una sonrisa al recordar la expresión de rabia súbita cuando me defendí de su ataque.
—¿Y eso te da risa?
—No, lo que me causa gracia es que tuve que poner a la venenosa madrina en su lugar. Mira, Alice, antes de que pienses mal te digo que Paul está recién salido de una larga relación, aunque no por su propio gusto. Su novia lo dejó porque en vez de buscarse una lucrativa carrera en el mundo de la contabilidad o la administración, se decantó por la enfermería. Esa es la versión corta y precisa.
—¡Qué cabrona!
Finalmente tomé un pequeño sorbo del chocolate hasta que la temperatura subió tanto que casi me quema los labios.
—Pues ya ves, ninguno de los dos andábamos de ánimos para andar en plan de ligue. Así que le ofrecí unos libros de enfermería. Los cuales por cierto, tengo en el ático. —señalé hacia arriba con un asentimiento.
—Ummm ¿Y qué piensas hacer ahora, Bella? ¿Dejarás a Edward definitivamente? o ¿Qué? —se le notaba preocupada. Alice, tanto como me quería a mí, quería a Edward. Pero, es que ¿Quién no lo haría? Cuando él iba por la casa repartiendo sus dosis de “sinceridad literal” que hacían enternecer y reír a partes iguales.
—Pues… la verdad es que yo… pensé que… bueno, yo creo que... No, no creo…
—Bella —me tomo suavemente por el hombro—. Si necesitas pensar mejor las cosas.
—No, ¡No! —dije quitando su mano con sutileza.
—¿Cómo? —me pregunto totalmente confundida.
—Dije que no lo debo pensar. Voy a ir a la casa de los Cullen y hablar con Edward. Seguramente ni Esme ni el señor Carlisle van a querer verme, pero al menos voy a hacer el intento de explicarle a mi ángel… digo a Edward, lo que en realidad pasó.
Una risita infantil y cómplice se le escapó a Alice en ese momento, pero fui incapaz de deducir si se estaba burlando de mi arrebato de valentía. Antes de seguir deduciendo nada, ella me interceptó.
—Amo cada vez que le dices, ángel —y volvió a reírse de nuevo. Yo solo entrecerré los ojos con rabia.
—No te burles de mí. Es una manera en la que siempre me he comunicado con Edward, además…
—¡Bella relájate! No te estoy atacando —extendió su mano a través de la mesa; lo cual no podía suponerle demasiado esfuerzo al ser una pequeña superficie redonda de madera que escasamente podía albergar a cuatro comensales. Los que por cierto debían de incomodarse cuando sus rodillas se tropezaran cada tanto; tomó la mía con un gesto tierno—. Siempre me ha parecido hermoso que lo llames así. Al fin y al cabo, Edward es un ángel. Alguna especie de ángel mortalmente directo y comedor compulsivo de galletas, pero al fin y al cabo, ángel. No te avergüences de llamarlo así en frente de mí, soy tu amiga y deberías tener la confianza suficiente como para sentirte cómoda conmigo. Total, no hay nadie en la casa de los Cullen que no te haya escuchado llamarlo así por lo menos cinco veces.
Me tiré sobre mis brazos cuando me sentí abrumada ¿En serio era tan evidente con respecto a Edward? Escuché las carcajadas de Alice como respuesta a mis pensamientos no vocalizados. Pero ni falta hizo.
—No es gracioso, Alice —le regañé medio en broma—. Todos debieron de burlarse de mis cursilerías, y yo ni cuenta me daba.
—Eso es porque nadie se burlaba de ti, Bella. Deja el drama.
De pronto ella se acomodó en su asiento y enderezó su espalda. Esa repentina seriedad me indicó que venía a continuación una parte de la conversación no muy agradable.
—Bells ¿Qué fue lo que en realidad pasó? ¿Por qué te fuiste de repente si Edward era…?
—¿Todo para mí? —complete aquella frase con toda la naturalidad y fluidez del mundo. Porque eso era él. Todo mi universo.
—Bueno, sí. ¿Qué pasó? —solté un suspiro derrotista.
—Fue todo, Alice. Fue la arritmia de Edward, su negación a dejarme curarle, su último desplante…
De pronto mi amiga me miraba como si me fuese crecer otra cabeza en el cuello.
—¿Último desplante? No sé de qué hablas. Aunque para todos era obvio que pasaba algo puesto que él no te dejaba atenderlo para nada. ¿A qué se debió?
«¡Oh, mierda!»
—Edward y yo… —carraspeé algo, solo algo muy incómoda— hicimos el amor —y allí estaba yo; una mujer de casi veintitrés años de edad, sonrojada como una adolescente, tan solo por el hecho de reconocer ante una amiga que había tenido relaciones. Definitivamente mis actitudes del día ya parecían estar rayando en el patetismo.
Se le desorbitaron los ojos y su expresión quedó mortalmente seria. No sabía que podría estarle pasando por la mente. Quizá ella comenzaba a pensar que era una pervertida que se estaba aprovechando de la inocencia de su paciente autista para sacar cualquier tipo de provecho. Cualquier otro lo podría pensar. Quizá si yo no fuese la que estuviese parada en medio del ojo del huracán, a lo mejor sospecharía lo mismo. Finalmente dio un trago a su ahora tibio chocolate, abrió la boca y la volvió a cerrar al no poder expresar con claridad o tal vez delicadeza, lo que estaba pensando.
—Pregunta directamente, Al. Prefiero que me lo digas directamente a mí, antes de que saques conclusiones que quizá no sean del todo acertadas.
—Es que... ¿Cómo…? ¿Él puede…?
Ya comenzaba a exasperarme al sentirme sobrepasada por toda la mierda de ese condenado día, que ya estaba siendo demasiado largo para mi gusto.
—¿Él puede qué, Alice? ¿Tener erecciones? ¿Tener relaciones sexuales? Claro que sí. Por algo te digo que “hicimos el amor”, no que lo violé. O algo por el estilo. —dije adelantando aclaraciones. Cualquiera podría pensar lo peor de mí, incluso alguien sin malas intensiones como Alice.
Quizá la agresividad en mis palabras era innecesaria, pero ya estaba harta de darle vueltas a las cosas una y otra vez sin poder conseguirle una salida levemente satisfactoria. Lamentablemente, Alice pagó los platos rotos.
—Lo siento, Bella. No quise darte a entender que pensaba eso de ti. Jamás creería eso porque he visto la devoción y la vehemencia que has puesto en la recuperación de Edward desde que llegué a la casa de los Cullen. Y sospecho que fue igual antes de que lo hiciera. La cosa es que… me tomó totalmente desprevenida el hecho de que me dijeses que él y tú mantenían relaciones.
—No, Alice. Me entiendes mal. Edward y yo no “mantenemos relaciones”. Solamente pasó una vez, y luego él leyó no sé qué mierda en internet acerca del autismo y los métodos anticonceptivos que lo llevaron a pensar que le había hecho usar un condón para no traer un niño “enfermo como él” al mundo… —no pude evitarlo. En esa parte simplemente las lágrimas se me agolparon en la garganta e hicieron que mi voz desde ese momento en adelante sonase ronca. — Por eso no planeaba estar con él aquella noche, después de que te ayudamos a mudar aquí. Sabía que él no estaba listo para eso. No habíamos conversado sobre todo lo que implica que una pareja llegue hasta ese nivel. Pero te juro, Alice, que en ningún momento pensé que tener un hijo de Edward fuese una maldición ni mucho menos. Simplemente… no pensé. Sí, eso lo describe bastante bien. Soy una inconsciente de mierda que no pensó en las consecuencias que podía traerle a Edward un momento de debilidad por mi parte.
Me tapé la cara y dejé que las lágrimas siguieran resbalándose por mis mejillas. ¿Cómo era que algo tan bello había salido tan rematadamente mal? Sí, sabía que había cometido un error pero no había derecho a que la vida me pateara tan duro solo por dejar que el corazón tuviese —durante un momento— la voz cantante en mi comportamiento en vez de la razón. Entonces me descubrí pensando que tal vez mi racha de buena suerte ya había pasado, y que haber cuidado a Edward había sido más de lo había merecido hasta entonces. Quizá más adelante sería capaz de agradecer ese tiempo que se me permitió pasar a su lado. Que había sido para aprender a sentir de nuevo. Y que tal vez, cuando ya hubiese superado todo eso, podría aparecer un hombre con el cual podría pasar el resto de mi vida siendo amada y… ¡Mierda, que deprimente era! Mi mente se revelaba en contra de mis propios pensamientos diciéndome que no dejaría ir el recuerdo de Edward demasiado lejos. Jamás. Y que a cualquier lado al que fuese y sin importar con quien estuviese, el fantasma de su presencia sería algo con lo que tendría que lidiar hasta el último de mis días. Al fin y al cabo estaba enamorada, no encaprichada.
«¡Ah, qué suerte tan…!»
—¿Bella, me estás escuchando?
—Lo siento, no. ¿Qué decías?
—Que dejes de flagelarte por eso. Un error lo comete cualquiera, Bells. Somos humanos. Animales de sangre caliente que a veces incurren en meteduras de pata que a veces pueden parecer monumentales. Sin embargo, no creo que esto se trate de uno de esos casos. Si no me equivoco es cuestión de un malentendido. Creo que si te hubieses quedado en la casa y obligado a Edward a escucharte, no habríamos llegado a éstos niveles. Pero todo tiene arreglo.
—¿Tú crees? Porque ahorita debo ser persona “Non Grata” en la casa Cullen.
Al meneó la cabeza de lado a lado y se aferró a una de mis manos con la misma ternura que había hecho hacía un momento. Internamente agradecía contar con una amiga que pudiese comprender toda la situación y que además de eso, me insuflara ánimos para resolver un problema en el que me estaba ahogando.  
—La señora Esme está dolida. Pero tienes que entenderla, para ella es tan duro como para ti. Piensa que debe de sentirse abandonada aparte de decepcionada. No es fácil tener un hijo autista; y eso tú lo sabes mejor que yo misma. Así que es imposible que se tome bien tu partida cuando te consideraba casi parte de la familia.
Me estrujé el cabello mojado con frustración. En todo aquel revoltijo de mal día no había pensado ni por un momento en Esme; quien había sido abandonada demasiadas veces a su suerte con Edward, por quienes se suponían que debían ser sus manos derechas. Debía anotar las palabras egoísta y desconsiderada en mi lista de virtudes (Sí, es sarcasmo.) últimamente desarrolladas hasta niveles estratosféricos.
Y eso sin tomar en cuenta lo que Carlisle debía de estar pensando en ese momento de mí. ¡Oh, diablos! Ahora sí que estaría difícil que me dejaran entrar en esa casa tan siquiera a pedir disculpas.
—¿Qué fue eso que te dijo Edward para que decidieras irte después de todo? —de golpe me salí de mi profundo alelamiento.
Me dolía furiosamente el pecho cada vez que recordaba esas palabras. Que quizá ni él mismo sabía lo mucho que podían herir a alguien, pero que por eso no dejaban de ser mortales cuando eran asestadas con fuerza en tu rostro.
—Me dijo que no lo tocara. Que no soportaba que lo tocara.
—¡Wow! —sus ojos se llenaron de comprensión y desvió la vista de mí. Enroscando ambas manos en su taza y tomando un trago del chocolate de nuevo. El mío ya debía de estar frío así que no me apetecía tomármelo. Sin embargo, tan rápido como el entendimiento se coló en sus facciones, un gesto de determinación se apoderó de ella— ¿Sabes? Sé que él dijo eso por algo en específico y no por lo que tú pudiste creer en ese momento. Es cierto que esas palabras son muy fuertes, pero recuerda que Edward es mortalmente directo, quizá soltó lo primero que le vino a esa cabecita de él sin pensar en que estaba haciendo daño. Definitivamente debes hablar con él.
Le sonreí y me puse en pie para llevar la taza al fregador. Cuando estaba secándola fue que reparé en el jean, la camiseta y el sencillo maquillaje que usaba Alice en ese momento.
—¡Oh Dios, te estoy importunando! Viene Jasper ¿Cierto? —asintió muy sonriente.
—Sí, viene dentro de un rato, pero no me importunas. Puedes quedarte a cenar pollo asado con hierbas.
—No, gracias. Prefiero irme a la cama de una vez. Estoy agotada.
Asintió sin replicar de nuevo. Y se puso en pie de  inmediato.
—Ven, te ayudaré a preparar la cama.
Subimos y a pesar de que ella insistió en que tomara la recámara principal, me negué rotundamente. A final de cuentas lo único especial que tenía esa habitación era  un cuarto de baño privado, ya que las demás tenían también camas matrimoniales.
Después de buscar unas cuantas almohadas en el armario de la habitación, unas sábanas y un edredón grueso, ambas nos pusimos a vestir el colchón.
—¿Sabes una cosa? Yo creo que quizás deberías esperar unos días para ir hacia la mansión Cullen —me quedé parada con expresión que sugería que me estaba gastando alguna suerte de broma o algo. Pero su semblante pensativo y sereno me decía que no lo estaba. — Si, Bella. Tómate unos días de descanso.  ¿Hace cuánto no haces algo que tenga totalmente que ver contigo y nada con Edward?
Habían pasado meses desde de la última vez. De hecho bastante. En realidad, había hecho eso cuando fui con mi amiga Ángela de compras hacía ya ni siquiera cuanto tiempo. Le había prometido que saldría con ella cada domingo; que era el día que me correspondía librar; pero al final de cuentas me había enfocado tanto en mi ángel que habían pasado semanas antes de recordar aquella más falsa promesa. ¡Era una catástrofe de persona en ese preciso momento!
—Bastante, de hecho —fue mi única respuesta.
—Pues ahí está el problema.
—¿Ah? Alice, te juro que a veces me cuesta entenderte a la primera. ¿De qué problema hablas?
—De que toda tu existencia gira en torno a Edward —enumeró lo que decía con los dedos—. Lo que él necesita, lo que él quiere, lo que a él le conviene, lo que a él le gusta o le disgusta, en fin ¡Todo! Bells, comprendo que deseas darle lo mejor pero has puesto tu vida en pausa solo por él. Sabes que eso no es saludable ¿Cierto?
Meneé la cabeza de lado a lado atónita. Tenía razón, hacía mucho que no me dedicaba a mí misma. Si bien nunca había sido muy coqueta, siempre había estado al pendiente de cómo debía verme. Nunca salía sin un maquillaje natural; lo suficiente para disimular las ojeras que suelen ser un tanto habituales para las enfermeras y también para tapar esas pecas que salpicaban mi nariz y mis mejillas. Poco, pero lo hacían. Además me encantaba rizarme y colocarme máscara de pestañas, las hacía lucir kilométricas, mientras que mis comunes ojos chocolates se veían un poco más llamativos. Mi melena del mismo color de mis ojos, iba siempre cepillada ya que ni era rizada ni lisa, solo un ondulado irregular que yo prefería arreglar a golpe de secadora. En resumidas cuentas, me había olvidado por completo de mi feminidad y me había echado al olvido por solo avocarme a mi ángel. Sabía que lo amaba, y con locura- Pero aquello no justificaba poner de lado algo que debía ser mi prioridad, como lo era mi imagen personal. Porque si yo no me quería a mí misma ¿Cómo me querrían los demás?
—Tienes toda la razón —admití—. He dejado de hacer demasiadas cosas.
Alice asintió satisfecha.
—Sabía que podía contar con tu sentido común. ¿Sabes que haremos mañana? Iremos al pueblo a tomar el desayuno en la cafetería, luego partiremos derechito a Port Angeles y allí compraremos. Así sea unos manteles para la mesa, pero compraremos algo. Luego iremos al cine y finalmente cenaremos. Tendremos un día solo para nosotras. ¿Te apetece?
—Sí, y luego ¿Qué?
—Luego te acomodarás aquí y descansarás, porque que tienes casi ocho meses trabajando sin parar. Tomarte unos días para ti, no agravará demasiado las cosas. Después, cuando acomodes la situación con Edward; porque sé que lo harán; espero que tanto tú como el “ángel” aprendan a independizarse el uno del otro —mi cara debió haber sido de horror ya que ella se apresuró a explicar lo que decía—. Cuando digo “independizarse” me refiero a que él aprenda a lidiar con que tú puedas permanecer lejos de él por un día o varios, dependiendo de lo que debas hacer. Y tú, que recuerdes lo que era hacer cosas que no lo involucren a él. ¿Comprendes lo que te digo?
Asentí y en ese leve instante en que sus palabras calaron en mi cabeza, una sensación de pánico se coló bajo mi piel.
—O sea que tú crees conveniente, si aún puedo recuperar mi empleo…
—Cuando lo recuperes.
—Cuando recupere mi empleo, no debería regresar a vivir allí ¿No es cierto?
Asintió con la cabeza y una expresión en su mirar de cautela se coló, como si esperase que yo montara una escena de histeria porque ella simplemente me mostraba un escenario distinto al que estaba acostumbrada. Cosa que obviamente no haría.
—Sería lo mejor, Bella. Aquí tienes tu casa. Ya traes tus cosas en la camioneta, las cuales por cierto deben de estar empapadas, pero en fin. Acomódate aquí. Este es tu espacio y más importante aún: necesitas darle espacio a él. Tienes que dejarle ser todo lo independiente que quiera y necesite ser. Tarde o temprano tenías que dejarle seguir su camino por sus propios pasos sin que tú tuvieses que marcárselos. Además, no creo que él lo soportara demasiado.
Ambas reímos mientras recordábamos los arrebatos de rabia que le daban cuando hacíamos algo por él. Decía que lo tratábamos como a un bebé.
Así que resignada pero no derrotada asentí y le di un abrazo suave pero sentido.
—Gracias por todo. Has sido como mi cable a tierra en todo esto. Sé que he cometido varios errores durante este tiempo y que hoy, a pesar de que ha sido un día de mierda, he podido darme cuenta de donde estoy fallando. Y mucho de eso te lo debo a ti. Todavía tengo bastante en qué pensar, sobre todo para saber cómo voy a hacer las cosas. Sin embargo, me has ayudado más de lo que creí posible. A veces siento que no merezco las amigas que tengo, soy una olvidadiza de primera. Mira a Angela y ahora a ti.
Respondió a mi abrazo con fuerza y luego me soltó.
—Eres una buena amiga, Bella. Despistada también eres, pero sé que esa amiga tuya al igual que yo, sabe lo mucho que significaba para ti ayudar a Edward. Así que cuando hables con ella entenderá tu “abandono”.
—Suficiente. —le dije con el poco de energía que me quedaba— Ahora baja y aprovecha la noche con Jasper al máximo. Él es muy buen chico.
—No le importa lo que soy… —dijo ella con timidez y con las mejillas tiñéndosele de un hermoso rosa.
—¡Espera! ¿Qué significa eso? ¿Acaso eres menos que él?
—Bella, él es todo un abogado hecho y derecho y yo, por ahora solo soy una chica de servicio y estudiante universitaria. No me engaño pensando que no venimos de mundos muy distintos.
—Pero sobre todo eso, eres una de las mejores personas que conozco. Y eso amiga, no todo el mundo lo tiene aunque sea un profesional y exitoso —entonces fingí cierta reticencia y timidez—. Aunque si debo pedirte un favor.
—Dime. Soy toda oídos.
—No griten mucho esta noche. Estoy demasiado agotada para lidiar con eso.
—¡Bella! —exclamo en un grito con las mejillas ahora teñidas de rojo carmesí.
No me extrañé cuando una almohada salió volando en dirección a mi cara. Luego de ese ataque sorpresivo ella se disponía a salir del cuarto cuando recordé de pronto algo.
—Por cierto, Alice. Aunque te quiero y te debo mucho, no le vuelvas a decir a Edward “ángel”. O Jasper tendrá que acostumbrarse a salir con una mujer calva de por vida.
Ambas estallamos en carcajadas, y aunque lo decía en broma había una parte de mi cerebro que decía: No te rías mucho, Isabella. Sabes que lo harías. Estás así de loca.
Me sorprendí riéndome de mí misma en ese instante.

*.*.*.*.*
Si Jasper vino, ni me enteré. Si gritó o no gritó con Alice en la habitación de al lado, tampoco. Lo único que recordaba después de que Alice se hubiese largado, era que había pensado en como solucionaría las cosas: sería frontal y directa en todos los sentidos. Y seguiría el consejo de Al, haría de Edward y de mí dos personas independientes de nosotros mismos. Eso sería una especie de prueba de fuego. Lo que en realidad pasaría si lograba que él me perdonase al explicarle mis razones y mis errores. Pasadas mis cavilaciones, quede profundamente dormida por unas bien merecidas nueves horas.
Al despertar tome una ducha revitalizante con agua tibia y un shampoo con olor a mar y coco, bajé a la cocina para ver si había quedado algo del chocolate de la noche anterior, porque ahora sí que se me antojaba.
—¡Buenos días! —dijo una Alice resplandeciente recostada del viejo empotrado de la cocina tomando una taza de algo caliente.
—Bueno días. ¿Eso qué tomas es chocolate? Porque si es así yo quiero. Y además tengo un hambre atroz.
—Quedamos en irnos a desayunar en el cafetín del pueblo y de allí nos iríamos a Port Angeles. Así que toma una taza y agarra el chocolate que te dejé en la cacerola. Debemos aprovechar el día. —comentó mientras colocaba la taza en el lavaplatos con una sonrisa de oreja a oreja.
—¿Por qué tan feliz? —dije antes de tomarme. Me supo a gloria, aunque al principio me quemó un poco.
—Jasper me pidió anoche que fuese su novia oficialmente. Habíamos salido un par de veces, pero no fue hasta anoche que hablamos de tener una relación seria. Si las cosas van bien entre nosotros, dijo que en unos tres meses me presentará a su familia. —sus manos repasaban y repasaban con la esponja de fregar a la taza que casi desaparecía bajo la bola de espuma que estaba creando distraída en un burbuja de felicidad.
—Pues me alegro por ti. En serio. Espero que les vaya de lo mejor de ahora en adelante. Ahora celebremos con un buen desayuno cargado de calorías, antes de dar unos buenos tarjetazos. —comenté empezando a sentir emoción en lo que parecía mucho tiempo.

*.*.*.*.*
Lo bueno de Port Angeles era que podías encontrar un poco de todo en él. Mucho más que el pueblecito de Forks, pero mucho menos que en Seattle; así que Alice y yo emprendimos nuestro viaje ridículamente corto hasta allí en mi vieja camioneta y cuando llegamos al lugar nos dispusimos a recorrer las calles. Hicimos las compras de comida, puesto que ahora seríamos compañeras de casa, también adquirimos una vajilla de seis puestos; cosa que me pareció casi ridícula pues nuestra única mesa; que era la de la cocina; era solo de cuatro comensales. Alice encontró unas tazas que combinaban a la perfección con la vajilla y también aprovechó unas rebajas en cubertería para reemplazar los que estaban en casa. Que si bien no estaban en mal estado, si que estaban incompletos. Luego fuimos a por unas cuantas camisetas, uno que otro par de tennis para mí y unas zapatillas para ella. Y para finalizar fuimos a una discotienda.
Nada más al entrar noté que sonaba Elvis Presley en los altavoces.
—No sé tú, pero este no me parece un buen momento para escuchar Can´t help  falling in love with you —le comenté en un susurro cuando pasamos.
Ella sonrió radiante, como había pasado toda la mañana y parte de la tarde.
—A mí me gusta escuchar al Rey.
—Si, a mí también. El problema viene cuando una está despechada por las esquinas.
—Bella, podrás estar todo lo despechada que quieras, pero no andas en ninguna esquina, así que deja el dramatismo. —me guiñó un ojo y comenzamos a revisar.
Mientras que yo me decantaba por una melancólica Adele y una romántica Christina Perry, ella tomaba CDs de Lady Gaga y Kesha. Incluso vi que tomó el último de Katy Perry y lo ojeó un poco antes de decidirse a comprarlo. Tomé una compilación de éxitos de Los Beatles y cuando estaba a punto de irme a pagar escuché una melodía que me hizo estremecer al recordarme muchos momentos de un solo sopetón…
Angel ¿May I hold you tight?
Never kissed an angel
Let me me kiss one tonight…

La melodía era suave, romántica y hasta algo cursi, pero aún así era condenadamente perfecta, porque expresaba lo que en muchas oportunidades había pensado y lo que deseaba hacer apenas lo tuviese en frente de mí…
Angel, make my wish come true
Let me be in heaven
Here on earth to you.

Me dirigí a la caja, y mire al dependiente que era un muchacho de unos dieciocho años como mucho, con el pelo rapado, camisa a cuadros y vaqueros, me miró y me sonrió con amabilidad.
—¿Desea algo más?
—La verdad es que sí. Quiero ese CD que está sonando ahora.
—Ese es una recopilación de clásicos de Elvis. Ya se lo consigo.  —se salió tras la máquina registradora y trajo lo que yo quería justo detrás de mí—. Este es.
Sacó la cuenta y salimos de allí.
—¿Un regalo para el an…?
—Alice ¿Recuerdas mi amenaza de anoche? Pues era en serio. No me importaría dejarte calva en lo absoluto. Él único que lo sentiría sería el pobre Jasper que tendrá una novia pelona. —bromeé mientras nos subíamos a la camioneta. Ella se carcajeó con desparpajo mientras se colocaba el cinturón— ¿Qué nos queda por hacer ahora en la agenda?
—Almorzar. Estoy que me desmayo del hambre y además siento que mataría por un buen postre —agregó en un gesto exagerado de desesperación.
—Bien…ya somos dos, querida.

*.*.*.*.*
Mientras Alice subía todas nuestras compras de ropa y zapatos yo descargaba las bolsas que contenían dentro de sus cajas, la vajilla nueva y la cubertería. Fue entonces cuando escuché el motor de un auto acercarse.
Me giré sorprendida cuando reconocí el gruñido suave del Mercedes de Carlisle, quien se estacionó justo detrás de mí. Yo me quedé sosteniendo la caja entre las manos y a pesar de que pesaba un poco no pude moverme del sitio.
—Buenas tardes, señorita Isabella. —dijo mortalmente serio.
—Buenas tardes, señor Cullen. ¿Gusta pasar?
Asintió.
—Gracias. —dijo cortésmente, más aún así en vez de entrar y sentarse tomó una de las cajas que tenía en el suelo y me sostuvo la puerta para que yo entrara.
—No hacía falta que hiciera eso, señor Carlisle. Muchas gracias.
—Tonterías. Está que no puede con esa caja que lleva entre las manos. Nada me cuesta hacerle un favor. —sus palabras me hubiesen tranquilizado más si una sonrisa las acompañara. Pero ese no fue el caso. Por el contrario se limitó a dejar las cajas de la cubertería y las tazas encima de una de las poltronas de la sala y tomó asiento en el sofá. —. Terminará haciéndose daño en la columna sin ninguna necesidad cargando cosas tan pesadas, señorita Swan. Termine de hacer lo que necesite, yo acá le espero para hablar.
No pude evitar tragar grueso mientras iba hacia la cocina. Si él estaba aquí para decirme que me alejara de su hijo, se iba a armar un buen debate pues yo no lo aceptaría de muy buena gana. Quizás fuese una descarada al pensar eso luego de que fuese yo la que se había largado corriendo de su casa, pero eso no me impediría en lo absoluto luchar por lo que quería. Mejor ser considerada una desvergonzada a una sumisa dispuesta a ser vapuleada. Así que descargué el peso en el tope de la cocina y volví hacia la sala dispuesta a enfrentarme a lo que fuese que me dijese el padre de la persona a quien más amaba en todo el condenado mundo.
—No vine a pelear, señorita Swan, si es eso lo que cree, su pose desafiante puede dejarla a un lado.
Me dejó de una pieza en medio del pequeño salón. Me sentí un poco ridícula también.
—¿Ah no? ¿Entonces a qué vino si no es a reprocharme por mi partida?
Él medio sonrió, me indicó que tomase asiento frente a él y luego me miró con algo que reconocí como astucia. Lo que no debía sorprenderme pues estaba ante uno de los abogados más renombrados no solo de la ciudad sino del estado completo de Washington.
—No vine para nada de eso. En realidad vengo a recordarle algo —lo miré sin comprender nada, a lo cual él sonrió—. Verá… cierta señorita me hizo comprender un día de una forma frontal y sin demasiadas vueltas que estaba tratando de llenar vacíos con mi adicción al trabajo. Todo eso a causa de no saber cómo sobrellevar la condición  autista de mi hijo. Ahora, después de darme cuenta que esa joven era capaz de enfrentarse a cualquiera por defenderlo a él, incluso a mí mismo, vengo a hacer lo mismo con ella. A recordarle que una persona le está esperando, echado en un peculiar mueble en forma de gota que pende del techo; y que no ha dejado de mirar por la ventana de su cuarto en espera de que acontezca algo. No sé usted, señorita Swan pero yo no deseo ver a Edward aguardando por usted durante mucho tiempo. No sé qué repercusiones pueda traer en su contra y sobre todo, no quiero seguirlo viendo tan alicaído. Es como sufrir su dolor en mi propia piel. —Esa mirada de zorro en su cara me decía muchas cosas: Sí, estoy manipulándote. Y no, no siento ningún remordimiento por ello. También sé que lo sabes, y cuento con ello. Te estoy devolviendo la baza de hace un tiempo atrás, y me encanta.
Puede que me estuviese armando una novela en mi cabeza, pero la verdad era que ese lee atisbo de sonrisa en el rostro de Carlisle era el típico gesto que esperarías en una sala de negociaciones o en un juzgado. Aún así, la emoción se me agolpó en la garganta, mi ángel había estado esperando por mí. Tras varios tragos gruesos de saliva, finalmente pude hablar:
—Mi idea jamás fue hacerle daño a Edward, señor Cullen. Por el contrario, todo lo que quiero para él es lo mejor. Sé que no he hecho las cosas bien últimamente, pero le juro quería enfrentar todo eso.
—No esperaba menos de la mujer que me hizo entender que estaba siendo un mal padre.
—¡Nunca le dije tal cosa! —rebatí.
Su abierta sonrisa despreocupada me tomó totalmente por sorpresa. Esperaba de él cualquier cosa, incluso una demanda por incumplimiento de contrato, pero no. Allí estaba Carlisle Cullen, sentado en la sala de mi casa; y ahora de Alice también; riéndose de mi horror.
—No hizo falta que lo dijeras. A buen entendedor, pocas palabras, señorita Swan —su semblante se volvió sumamente serio cuando volvió a hablar—. Confío en que sabrá arreglar las cosas, al fin y al cabo es una mujer muy lista. Solo me queda decirle una cosa más… —se puso en pie y caminó hacia la puerta pero en ningún momento dejó de mirarme a los ojos con fijeza— Usted comprendió cuando cometimos errores, ahora nosotros comprendemos porqué usted cometió los suyos; puesto que nadie ha dicho que sea fácil enamorarse. Por eso le pido que recapacite en su decisión de renuncia. Y no se lo pido como su antiguo jefe, sino como el padre cuyo joven usted le devolvió.
Pasados varios minutos aun seguía mirando la puerta por la que había salido el gran patriarca Cullen y que momentos antes me había pedido que volviera a su hijo.
Como si hubiese otro lugar en el que prefiriese estar que a su lado.

*.*.*.*.*
Alice POV:
—Hola, me alegro que sigas despierto. No estaba segura de que me atendieras a estas horas. —dije en medio de susurros para no molestar a Bella que ya dormía desde hacía unas dos horas y medias atrás.
—Sí, es bastante tarde pero no podía dormir. ¿Cómo has estado?
—Supongo que mejor que tú —pasó un rato en silencio— ¿Edward, sigues ahí?
—Sí.
—¿Y por qué no me hablas?
—Porque no me habías preguntado más nada. —una respuesta típica de él. Sonreí para mis adentros.
—Tienes razón.
—Lo sé. —dijo con tanta convicción que me costó horrores no soltar una carcajada escandalosa.
—Si sabes tanto, sabiondo ¿Por qué no tratas de adivinar a quién tengo ahora conmigo?
—¿Cómo puedo saber quién está contigo si yo no estoy allí?
Perdí la batalla contra la risa.
—¡Eres un sabelotodo! Bueno, te lo diré. Bella está conmigo.
Pude escuchar como dejaba escapar una bocanada de aire con fuerza. En mi interior, recé para que no le diese una crisis nerviosa porque no sabría cómo solucionarla. Y mucho menos desde un simple teléfono.
—¿Có…Cómo está ella? ¿Pregunta por…? Yo…
—Edward, ella te echa mucho de menos. Está muy triste desde que se fue de tu casa.
—Pero me dejó…yo sé que fui muy grosero, pero Bella se fue… —le interrumpí antes de que siguieras con su divagaciones.
—Ed, escúchame. Ambos deben hablar, y mucho ¿Crees que podrás escucharla? Tiene cosas muy importantes que decirte.
—¿Cómo qué?
—Eso no te lo puedo decir yo, pero me gustaría que la escucharas. ¿Lo harás?
—Sí. Lo haré, Alice. —su tono no dejó lugar a dudas de que hablaba más que en serio.
—¿Me lo prometes?
—Te lo prometo.
—Buen chico. Te mereces un buen tarro de galletas de canela por ser tan bueno. —intenté premiarlo.
—No soy un perro, Alice. —se quejó, haciéndome reír.
—No. No lo eres, Ed. Disculpa.
—Está bien. —admitió. —Pero igual quiero mi tarro de galletas.
Puse los ojos en blancos. Era una versión dulce por fuera, pero por dentro a veces llevaba a un dictador.
—Y te las prepararé, te lo prometo. Apenas hables con ella.
No sé cómo pudo haber tomado eso puesto que un silencio se apoderó del teléfono, solo podía escuchar su respiración acompasada.
—Edward, voy a irme a la cama ¿Está bien? Tú deberías hacer lo mismo. Nos vemos dentro de unas horas. Que des…
—¿Alice? —por fin habló.
—¿Dime?
—¿Le podrías decir a Bella que aunque fui grosero con ella, la quiero?
Una ola de ternura me sobrepasó. Edward era complicado en muchas cosas, pero demasiado fácil quererlo cuando soltaba cosas como esa.
—Cla… claro que puedo, Ed. Pero creo que sería mucho mejor que se lo dijeras tú en persona. —le sugerí por lo bajito.
—Claro. Tienes razón. —estuvo un breve instante en silencio y volvió a hablar. —Y oye, Alice…
—¿Si?
—Dale un beso por mí ¡Pero no la despiertes! A lo mejor así sueña conmigo. —su tono de voz se volvió más triste de lo que me había parecido antes.
Y hasta que no prometí hacerlo, él se negó a colgar. Quizá a lo mejor se quedaría un poco más al lado del teléfono esperando por si volvía a sonar. Pensé en ello mucho más de lo que esperaba cuando traté de dormirme un buen rato después.
Subí a la habitación de mi amiga y le di un suave beso en la mejilla, cuidando de no despertarla para que no pensara que me estaba poniendo un poco rara con ella. Pero finalmente había fracasado en el pedido de Ed. La había despertado.
—Un ángel te lo ha enviado. —se paró de golpe, pero ya yo iba saliendo de la habitación—. Y por cierto, ya luego me podrás dejar calva —le guiñé un ojo y salí de allí con una sonrisa de satisfacción.

*.*.*.*.*
Cuatro días después…
—No sé si sea buena idea ¿No deberíamos haber llamado antes? —decía Emmett quien iba al volante.
—Por favor… ¿Quién mejor que yo para saber si está o no está? ¿Cierto, Edward? ¿Edward?
No sabía si me ignoraba deliberadamente al estar mirando por la ventana debido al nerviosismo, o si estaba teniendo uno de sus episodios de ensimismamiento, pero no quise presionarlo más. Bastante tenía con haber pasado varios días sin verla.
Cuando llegamos a la casa, Emmett se estacionó tras la camioneta de Isabella. Me siguieron los dos. Saqué las llaves de mi pequeña cartera y cuando abrí la puerta, me encontré con un joven de tez morena sentado en el sofá de la sala. Supe que los muchachos lo habían visto porque cada uno se situó a mis costados. Bella apareció entonces con una caja que le impedía vernos. Se la colocó en el puesto al lado del chico que supuse sería el fulano…
—Aquí están, Paul.
—Bella, deja que te ayude. —dijo él levantándose de forma solícita.
Entonces todo pasó demasiado rápido: Bella vio hacia la puerta, Paul la vio a ella y a nosotros, Emmett tomó a su hermano del antebrazo de manera preventiva y Edward veía a Bella y no parecía nada feliz.
—¡¿Y quién es él?! —preguntó Edward. El cual podría ser muy inocente, pero que en ese momento tenía muy poco de ángel.

Este separador es propiedad de THE MOON'S SECRETS. derechos a Summit Entertamient y The twilight saga: Breaking Dawn Part 1 por el Diseño.

¡¡¡Dos meses!!! Dios, cuanto lamento haberlas hecho esperar tanto. Pero, para quienes han experimentado como son los procesos de las tesis, saben que no son nada fácil y en absoluto predecibles. Muchas gracias a todas aquellas que se tomaron la molestia de mandarme palabras de ánimo tanto en mi blog The Moon´s Secrets como en mi cuenta de Fanfiction.
Les pido disculpas por no contestarles sus reviews anteriores, pero el tiempo no me lo permitía. Así que de ahora en adelante ya podré permitírmelo y les pido que por favor que si me hacen alguna pregunta desde un perfil anónimo en FF, déjenme un email al cual responderles.
Hasta la próxima, que les prometo… no tardará tanto en llegar.
Oficialmente ¡¡¡¡HE VUELTO!!!!
Les quiere…
*Marie K Matthew*