“Desafíos”
Emmett POV:
¡Viernes de mierda! ¡Día
de mierda!
No había logrado concentrarme ni en un cincuenta por
ciento frente a las litigaciones que tenía en mis narices. Nada que no fuesen
las palabras Rosalie y Padre podían llamar mi atención lo
suficiente. Es que ¿Qué clase de padre podría ser para una criatura inocente? Estaba
especializado para las disputas legales y para llevar la perfecta vida de un playboy. Pero ahora ya no había vuelta
atrás. Rose estaba embarazada de mi bebé
y no dejaría que ella recorriera ese camino sola. Aunque se empeñase con toda
esa tenacidad que le caracterizaba.
—Y más te vale que
no lo intentes, Rosalie. No sabes lo obstinado que puedo llegar ser cuando algo
me importa.
Las palabras que le había dicho más temprano en su casa
no dejaban de resonarme en la cabeza una y otra vez. Ella era terca. Yo también
lo era. Menuda combinación de padres seríamos. Pobre criatura. Lo que lo estaba
esperando de este lado no era muy prometedor por ahora.
Hacia el final de la tarde le pedí a Lauren que cancelara
el resto de mis compromisos. Necesitaba escapar con urgencia de esas cuatro
paredes blanquísimas que comenzaban a hacerme sentir claustrofóbico.
—¿Te sientes mal, Emmett? —preguntó solícita cuando le
dije que me iría temprano de la oficina ese viernes.
—Descentrado diría yo. Pero aquí no lo voy a lograr y
comienzo a desesperarme. Llama a la señora Spencer y dile que nuestra reunión
sobre la manutención será aplazada para el lunes.
—El lunes tienes está repleto en tu agenda. Tienes la
primera presentación en el tribunal por el caso Green, luego un almuerzo con el
fiscal de Portland: el doctor Jameson y finalmente dos reuniones con nuevos
clientes. No hay forma de acomodarla a ella ese día.
Lauren era tan eficiente que a veces se me parecía más a
una máquina organizadora o un calendario de actividades parlante en vez de una
asistente personal.
Asentí extenuado de nada más escuchar la agenda.
—Entonces consíguele puesto lo más cercano posible.
Tecleó en la computadora y me miró por encima de sus
gafas.
—El martes hacia el final de la tarde…
—Bien. Que sea el martes. —la corté y me dirigí a la
puerta.
Sé que la había dejado confundida pero no tenía más ganas
de conversar.
—Emmett ¿Ocurre algo grave? —su voz sonaba sinceramente
preocupada.
Me giré para tranquilizarla lo máximo posible. Al fin y
al cabo, se lo merecía. Era demasiado considerada como para dejarle pensando
que podía haber cometido algún error que pondría su trabajo en peligro o algo
por el estilo.
—Es algo importante, Lauren. Algo que yo… no me esperaba. —y me sorprendí a mí
mismo cuando mi voz se dulcificó. —Pero no puedo decir que es algo “grave”. Eso
sería verlo como algo “negativo”.
No le di chance para que se hiciera más conjeturas, así que
solo me despedí y cerré la puerta antes de que cualquier pregunta saliera de su
boca. Podía apreciar a mi personal de gran manera, pero me negaba a compartir
mi vida privada con ellos. Me gustaba mantener esa parte lo más alejada de mi
trabajo por sanidad mental.
Manejé hasta mi casa con prisa y cuando llegué a esta,
traté de no encontrarme con nadie. Cerré la mi habitación, dejé el maletín al
lado de la puerta, me deshice de la corbata en dos tirones y la tiré a cualquier
parte. Suspiré de alivio cuando sentí el impacto del colchón en mi espalda y me
coloqué un brazo sobre los ojos.
El sonido de mi respiración estaba comenzando a parecerme
demasiado insoportable en lugar de apacible. ¿A quién trataba de engañar? No me
podría relajar hasta que no supiese en qué iba a parar mi situación con
Rosalie. Todo era demasiado tirante entre ambos y sabía que eso no podía ser
bueno ni para ella ni para el-la-bebé. ¿Qué sería? ¿Si era una pequeña…? ¡¿Y si
tenía una niña?¡ ¡Por Dios no! La providencia no me podía hacer eso a mí.
Estaba harto de lidiar con casos por acoso sexual en diferentes ambientes, con
maltrato de género, incluso con asaltos sexuales. No. Definitivamente Rose
tenía que tener un varón. O lo más seguro es que terminara representándome a mí
mismo en la corte y admitiendo mi culpabilidad por homicidio. Ya me podía ver:
—Su señoría, fue en
legítima defensa. El pequeño bastardo estaba viendo a mi hija y accidentalmente
corté su cabeza. —sí. Que mal me veía.
Mi cerebro no paraba de vomitar situaciones para
agobiarme con el espectro del futuro al que no sabía si podría enfrentar. Mentía.
Sabía que lo haría, lo que en realidad ignoraba era si saldría victorioso de
ello. Y eso me atemorizaba como nada más podría hacerlo hasta ahora.
Entonces mi subconsciente comenzó a reprocharme sin
parar: ¿Ves lo que pasa cuando no usas la cabeza? ¿Valió la pena haber pasado
un segundo de placer con Rosalie cuando el resultado sería tan desastroso?
—¡Claro que lo valió! —gruñí en voz baja. Luego me quedé
estupefacto ante mi reacción tan visceral. Pero lo más abrumador, es que era totalmente
cierto.
Sí, todo había ocurrido de una manera errónea. Pero muy
contrario a lo que pensé en aquella noche en que pasó todo, Rosalie había hecho
que me sintiera como si le importara a alguien. Como si fuese único. Aunque
después me había dado a la tarea de destrozar todo a puñetazos, incluído su
corazón en el proceso. La verdad es que cuando estaba con ella me sentía en paz
mientras que con Bella siempre había en mi interior una guerra de sentimientos:
el deseo de tenerla para mí, el remordimiento al saber que Edward la amaba más
allá de lo racional, la envidia porque Isabella prefería a mi hermano menor
antes que a mí…en fin. Con ella nunca había podido sentir realmente sosiego.
Entonces unos débiles golpes resonaron en mi puerta
interrumpiendo mi hilo de pensamientos. Casi le agradezco a quien quiera que
fuera por ello. Esme asomó su cabeza y me miró con preocupación maternal.
—¿Pasa algo malo, cariño?
Negué con la cabeza.
—¿Entonces por qué has llegado directo a tu habitación,
sin tan siquiera avisarnos que estabas en casa? ¿Te sientes mal?
—No, mamá. Solo fue un día difícil.
Se paró en el umbral respetando mi espacio personal. No
la había invitado a pasar.
—¿Quieres hablar de eso?
Ni siquiera la dejé terminar.
—No. Solo necesito pensar.
Su mirada se volvió triste aunque sus labios se esforzaron en hacer aparecer una
sonrisa tranquilizadora. Cuando hubo cerrado la puerta tras de sí, me sentí aún
peor. Últimamente me estaba haciendo un especialista en hacer sentir mal a las
mujeres. ¿Me estaba volviendo un bully emocional? No era de manera intencional
pero dudaba que eso fuese una justificación.
Hastiado de tanta diatriba mental decidí darme una ducha
para despejarme, pero resulta que ni el agua ni el champú limpian rastros de
preocupación. Solo de suciedad y un poco de cansancio pero más nada. Aún bajo
la alcachofa de mi baño, no podía dejar de pensar sobre lo que estaba ocurriendo
y para completar el rompecabezas mental que tenía en ese momento, vino a mí la
imagen de una Esme tristona.
No pude evitar compar esa expresión cuando de adolescente
me metía en problemas en la escuela por el simple placer de hacerme notar. No
es algo fácil cuando se tiene un hermano autista que demanda tanta atención y
cuidados de parte tanto de padres como de médicos y hasta enfermeras. Varios
años de psicoterapeutas después, entendí que mi comportamiento era debido a mi
necesidad ávida de atención.
Finalmente y después de todas las reprimendas de mis
padres, de los profesores y de las orientaciones del psicólogo de la
preparatoria; conseguí corregir mi camino y hacerme con una carrera. El
prestigio que envuelve a un abogado Cullen; mucho de este heredado gracias a la
trayectoria de Carlisle; suele atraer tanto dinero como mujeres. Pero a
diferencia de mi padre, yo no me resistí a los encantos de ninguno de los dos.
Así que mi vida fluctuaba entre trabajar como un adicto, parrandear como un
universitario en vacaciones de primavera y follar como una máquina. Pura
necesidad de desfogue, nada de sentimientos de por medio.
La vida en Seattle había sido bastante buena conmigo.
Pero después de un tiempo, ese placer vacío que durante años me sedujo con
bastante éxito, se me tornó aburrido. Así que volví a casa solo con lo
necesario. Un poco de ropa y mi inseparable laptop. En Portland seguían esperando
por mí varios trajes de diseñadores, un apartamento de soltero espectacular y
una colección de numerosos revolcones entre las sábanas de mi inmensa cama.
Antes me aterraba volver a esa rutina vacía. Ahora simplemente me parecía que
estaba a años luz de poder volverme un adultolescente como
lo había sido allá.
Iba a ser padre.
Mi vida había dado un giro de 180° y no estaba seguro de
que todo fuese para mejor.
*.*.*.*.*
Me levanté sobresaltado por otros golpes en mi
habitación. Carlisle estaba colocando una charola con comida en una de las
mesitas de noche que flanqueaban mi cama. Tomó asiento a mi lado sin esperar ni
pedir mi aprobación. Era tan diferente a Esme…
—Como esto de no bajar a comer se te está haciendo un
hábito, pensé en traerte la comida. Las soluciones a los problemas tienden a
ser más lógicas con el estómago lleno. —meneé la cabeza y hasta sonreí un poco.
Una deliciosa y humeante pechuga de pollo asada
acompañada de ensalada fresca hacían retorcerse a mis tripas. Tenía hambre.
Mucha.
—¿Según quien? —pregunté agarrando la charola, trozando
un pedazo de pollo y metiéndomelo a la boca. ¡Benditas sean Alice y sus manos!
—Según yo. —bromeó.
—No sé porqué, pero me figuré que dirías eso. —y hasta
allí llegó la conversación.
Devoré la comida más que comí. El zumo de naranja me lo
bebí en unos cuantos sorbos y durante lo que duró la comida, Carlisle miró a mi
alrededor esperando que rompiera mi silencio. Sabía que no se iría hasta que no
rompiese mi mutismo. De alguien había heredado la terquedad y ahora sabía de
quién.
—¿Sabes? Hoy fue un día terriblemente largo. —empezó él
con el tedio de quién está dando la hora
por décima vez. Solo deseaba venirme a casa y descansar, por lo cual te pido
que hables antes de medianoche. En serio necesito dormir.
—¿Qué quieres que te diga? —mi tono era mordaz.
—¿Qué pasó con Rosalie? Parece que ella es la única capaz
de ponerte en este estado.
—¿Cuál estado?
—Taciturno, malhumorado, distante. Puedo hacer la lista
más larga. ¿Quieres? —su mirada me sugería que tenía más apelativos bajo la
manga.
Meneé la cabeza desesperado.
—No sé cómo lidiar con esto. Así que prefiero guardármelo
hasta que encuentre una solución.
Se inclinó hasta que sus codos se posaron en sus rodillas
y me vio a los ojos con toda esa sabiduría paternal que Carlisle poseía.
—Si no sabes cómo lidiar con lo que estás pasando, es
difícil que puedas conseguirle una solución, como dices querer hacer antes de
hablar. Quizás si me cuentas lo que te preocupa, entre los dos podamos buscarle
una salida a lo que tanto te preocupa. —la solemnidad de las palabras que me
dijo a continuación me dejaron boquiabierto. —La paternidad concede cierto
grado de sabiduría a través tanto de los años como de las experiencias vividas.
Las buenas y malas. Ambas enseñan por igual solo que con diferentes cuotas de
dolor.
Me repasé el cabello corto de delante atrás con
brusquedad en una clara muestra de exasperación. Tenía ante la posibilidad de
hablar, pero de repente me sentía como un adolescente que le diría a su viejo
que acababa de meter la pata.
—Rosalie y yo…ella es… —susurré con voz temblorosa
mientras me veía los dedos de la mano. No era capaz de mirarlo a los ojos.
—Rose está embarazada. —mi padre respingó. No lo había visto pero sí lo había
sentido en la cama. —De mí.
Y entonces, para mi propia vergüenza personal, hice algo
que no hacía desde hacía demasiado tiempo, lloré con tanta desesperación que
podía escuchar mis penosos jadeos como si fuese un niño de seis años.
Carlisle me dejó desahogarme todo lo que quise sin decir
ni una palabra.
—¡¿Qué clase de padre voy a hacer?! Cuando mi hijo me
pregunte acerca de cómo vino al mundo ¿Debo decirle que por accidente? ¿Qué estaba enamorado de una
mujer que no era su mamá? La cual por cierto no me correspondía porque casualmente
¡Era la mujer de su tío! Si Rose me detesta ¿Cómo sé que no me odiará mi propio
hijo?
Cuando conseguí sosegarme, levanté los ojos hacia mi
padre que me miraba tranquilo a pesar de lo que le había confesado.
Contrario a todo lo que creí posible que hiciera,
Carlisle me haló de un hombro y me estrechó con fuerza entre sus brazos; como
si fuese un niño pequeño que necesitara protección y consuelo. De repente me
encontré pensando que medía un metro con veinte en vez de un metro ochenta y
cinco.
Pasado un momento, se apartó de mí lo suficiente para
poder ver directamente a mis ojos y decirme con seguridad:
—Nadie conoce el futuro, hijo. Y la paternidad no es una
de esas cosas que sea fácil de llevar, ni aunque te leas todos los libros del
mundo sobre el tema. Los niños no vienen con manuales que te indiquen como
debes tratarles, alimentarles y cuidarles; eso debes de aprenderlo sobre la
marcha. Es como toda experiencia en la vida. Ensayo y error. —apretó una de mis
muñecas con fuerza. —Lo más importante es que no eludas tu responsabilidad como
padre, aunque se te presenten situaciones que sientas que te superan. Eso te
dirá la clase de padre que eres.
—¿Por qué me miras así? —le pregunté sin pensarlo.
—¿Cómo te veo, Emmett? —se mostró solo un poco
confundido. Palabras claves: solo un poco.
—Tan tranquilo. Como si no hubiese cometido un error
garrafal. Como si no te hubiese decepcionado.
—Porque no lo has hecho, hijo. —respondió seguro y antes
de que pudiese preguntarle otra cosa me respondió: —En ningún momento me has
dicho que le pedirás que aborte o que lo abandone. Que no lo reconocerás o que
te niegas a responsabilizarte del bebé.
—Yo no haría eso. —le aseveré.
Asintió sonriendo.
—Lo sé. Por eso no tengo nada porqué decepcionarme de ti.
Quizás ahora no es el mejor de los momentos, pero a veces las cosas pasan por
una razón. Y en tu caso, me parece que el hecho de que pasara ahora tiene mucho
sentido.
Su comentario me pareció me pareció enigmático.
—¿Ah sí? ¿Y por qué? —los papeles de confusión se habían
invertido.
Su mirada fue del tipo que parece decirte que te creía
más inteligente. Luego se encogió de hombros y me sonrió malicioso.
—Pensé que lo sabrías. O al menos lo habrías supuesto. —
dijo Carlisle.
—No, papá. No sé por qué lo dices.
—Entonces dejaré que lo averigües solo. —puso una mano al
lado de su boca como si me dijera un secreto y habló en susurro como si alguien
pudiese oírnos. —Suele causar más impacto cuando ocurre de esa manera.
¡Arg! ¡Que frustrante!
—Por cierto, hijo. Tu madre se ve bastante afligida. No
me dijo que era por ti, pero la preocupación de ella en su voz cuando pregunté
si bajarías a cenar, me dejó claro que sí lo era. Comprendo que este es un tema
delicado y que lo debes manejar como te parezca mejor, pero creo que tu madre
se siente dejada de lado. Habla con ella. —lo último no fue una petición. Fue
una orden.
Conocía lo suficiente a mi padre como para pensar que le
mencionaría a la primera oportunidad algo de mi conversación a Esme, pero
también lo conocía bastante como para creer que pasaría por debajo de la mesa
algo que le afectase. La amaba y la protegía demasiado. Siempre había sido así.
—Hablaré con ella, papá. Te lo prometo. —aseguré.
Asintió complacido.
—Gracias, hijo. —insistió en tomar la charola pero no le
dejé. Así que me vi forzado a salir de mi cuarto e ir a la cocina. Allí estaba
Alice toda sonriente y envolviéndose en una mullida chaqueta porque ya casi era
hora de irse. Antes de que poder ofrecerme a llevarla hasta su casa, me comentó
que Jasper vendría a buscarla; así que me tragué mi oferta.
Luego recordé que Jasper era hermano de Rose ¿Qué debía
hacer? ¿Le diría de una buena vez? ¿Rosalie ya le habría dado la noticia? Pero
en un momento de celestial iluminación me vino a la mente una respuesta:
debería preguntarle a ella. No podía inmiscuirme en su familia sin su previa
autorización. Eso podría empeorar nuestra situación así que preferí no hacerlo.
Pasé por el salón de estar y vi a Edward repantigado en el
sofá viendo televisión. Tenía el volumen un poco alto y estaba
boquiabierto. Miré hacia la pantalla y vi al Capitán Barbosa preguntándole a la señorita Elizabeth Swan si creía en fantasmas. Piratas del Caribe: La maldición del Perla Negra. Por su expresión
y su ensimismamiento me di cuenta que de allí no lo levantaría ni Dios.
Aún así hice la prueba por mera curiosidad.
—Hola, Edward. —y entonces un pino hubiese sido más
demostrativo de atención a mis palabras. Levantó la mano en un gesto ausente y
la sacudió en un intento de saludo.
Meneé la cabeza y crucé el espacio hasta llegar al patio
buscando a…sí, allí estaba. Esme estaba sentada en un moderno mueble de mimbre
teñido en marrón oscuro con un libro entre las manos la expresión
pensativa y triste. Al menos no lloraba. No sabía cómo lidiar con una mujer
llorando (¡Y eso que en mi oficina había visto algunas!), mucho menos con ella.
¡Demonios no sabía ni cómo actuar con las mías! Admiraba a Carlisle por saber
llevar todo eso con tanto temple.
Toqué el vidrio del la puerta para alertarla de mi
presencia. Ella volteó y se sorprendió de que fuese yo. Bueh, hoy parecía un
buen día para sorprenderse.
—¿Interrumpo?
Ella negó con su cabeza y su exquisito cabello color
caramelo se batió a la par de la brisa que pasó.
—¿Qué lees, mamá? —pregunté a falta de saber cómo
comenzar la conversación.
—Es solo Jane Eyre.
Una vez más.
Sin saber cómo responder a eso tampoco, me limité a
asentir y responderle con cara de idiota: —Ah. Vale. —me toqueteé el cabello
—Creo que no está muy interesante, porque estabas mirando al vacío.
Sonrió algo triste y me quise patear el culo a mí mismo
en ese momento.
—Es muy bueno, pero me distraje un momento pensando.
—¿En qué pensabas? Porque te veías triste. —me lancé de
frente.
Abrió sus ojos desmesuradamente y luego volteó sonrojada
hacia cualquier lado.
—Eh…pensaba en…
—¿En mí? —le interrumpí. Ella me miró y su sonrojo se
acentuó, sin embargo no me contestó así que continué: —¿En lo idiota que fui más
temprano?
Me acarició la mejilla mientras me miraba horrorizada.
—Yo nunca pensaría así de ninguno de mis hijos. Jamás.
—Cuando escuches lo que tengo que decirte quizá y cambies
de opinión. —agregué con una sonrisa temerosa.
Giró su cabeza hacia un lado y frunció el ceño en un
gesto de confusión.
—¿De qué hablas?
Tomé un largo respiro y lo solté:
—Que lo que le pasa a Rose está estrechamente relacionado
conmigo. —sacudió su cabeza aún más confundida que antes. —Vas a ser abuela.
Ella está esperando un hijo mío.
Sí, bueno…otra sorprendida más. Únete al club, mamá.
Bella POV:
—¡Alice, llegó la pizza! —grité desde la puerta de la
casa. A veces no podía evitar pensar que era lo único que se comía en esta casa
cuando venían los chicos.
—¿Puedes pagarle tú, Bella? ¡Luego te doy el resto porque
estoy llena de pintura hasta en los dientes!
—¡No! ¡Esta la pagas tú!
La pobre criatura bajó por las escaleras con todas las
manos llenas de pintura rosa y unos salpicones en su cara de duende. Bajaba con
cara de confusión pues yo nunca le había dicho nada así…y se le quitó justo
cuando vio a Jasper en el umbral cargado con dos cajas inmensas de pizza. Sus
ojos azabaches se iluminaron y corrió hasta él para besarle en los labios con
ternura.
—Sí. Yo le pago a este chico la pizza. —dijo encantada.
Me encogí de hombros.
—Sí, a eso mismo me refería. No pensaba pagarlas yo. —me
carcajeé cuando ella me sacó la lengua en un gesto infantil.
Fui hasta el auto para sacar las botellas de coca cola y el sixpack de Corona
que Jazz me había dicho que había comprado.
—¿Y cómo van, chicas? —preguntó el novio de mi amiga
recargado en una de las encimeras de la cocina. Alice suspiró bruscamente y yo
puse los ojos en blanco. —¿Tan mal?
Opté por responderle yo.
—Velo de esta manera y saca cuentas: Alice tiene más
pintura en sus manos que en las paredes de su cuarto y yo solo he pintado una
pared la cual quedó horriblemente veteada. Parece como si hubiese humedad en
los muros.
Se carcajeó exquisitamente y se cruzó de brazos.
—O sea que esto de la pintura y el bricolaje no es lo
suyo.
—No. —respondimos al unísono Alice y yo.
—Vaya. —se impulsó hacia la mesa, en donde estaba la
comida. —Pues son afortunadas por tenerme, pero primero comeremos.
En ese momento sonó la puerta y le dije que se adelantaran.
Debía ser mi ángel. No era como si esperaba que me
ayudara demasiado pintando pero sí que quería pasar el fin de semana completo
con él.
Abrí la puerta y me quedé boquiabierta.
¡Ahí estaba Paul! Cargado con unos rodillos y algo
parecido a unas esponjas. Todo metido dentro de un balde de plástico en el que
también había un pequeño frasco del que ignoraba completamente su contenido.
—¡Hola, Bella! —me saludó animadamente.
—Hola, Pa..Paul. ¿Qué haces aquí?
Su deslumbrante sonrisa contrastaba con su brillante piel
bronceada. Tan típica de los quileuttes.
—Cuando hablamos por teléfono esta mañana me dijiste que
estarías pintando, así que pensé en pasar y echarte una mano. —un tenue rubor
cubrió de rosa sus mejillas haciéndolo parecer más un niño avergonzado que un
chico de casi dos metros de altura. —Ya sabes…tú me diste esos libros sin
aceptar ni un centavo y…
—¡Oye, yo no quiero que me los pagues! —repliqué.
Encogió uno de sus hombros y sonrió tímido.
—Lo sé. Pero quería hacer algo por ti. Y… —¡Ay Dios!
¿Ahora qué? —Y pedirte un consejo. Si no es demasiada molestia.
Lo dejé pasar pero no tenía ningún sitio en donde
ofrecerle asiento pues tenía mi diminuta sala repleta de camas desarmadas,
colchones, mesas de noches, cómodas, lámparas, etc.
—¿Un consejo sobre qué? —me recargué contra el colchón de
la cama de Alice. Él se paró en frente de mí con expresión dudosa. —Dime, Paul.
Puedes confiar en mí. ¿Tienes problemas con la carrera de enfermería? —se
apresuró a negarlo —¿Entonces?
Su expresión se volvió una extraña mezcla de confusión y
tristeza.
—Ella volvió, Bella. Rachel. Mi ex-novia volvió.
Vaya. Ya podía imaginarme por donde vendrían los tiros.
—Oh, Paul. ¿Quieres pasar y comer algo? —negó con la
cabeza.
—Ya comí antes de venir.
—Bueno, igual acompáñame a la cocina porque yo no he
almorzado.
Asintió y pasamos a la cocina. Presenté a Jasper, y noté
como se relajó cuando después de unos minutos notó que Paul no miraba a Alice
en lo absoluto. ¡Hombres! Lo cavernícola les viene en el ADN. Mi amiga por su
lado fue un poco reacia a aceptarlo al principio por lo que adiviné que era
lealtad a Edward, pero como su novio, pasados unos minutos se relajó y pareció
no darle importancia a la presencia de Paul. O quizá su alivio se debió a que
se dio cuenta de que hablábamos sin cesar sobre la ex de mi amigo. Edward tenía
a una defensora en ella.
Y hablando del gato…
Mi ángel se apareció en el umbral de mi casa acompañado
por Esme. Saludé a ambos con un beso…solo que en sitios y con efusividades
distintas.
Esme nunca había estado en mi casa y me avergonzó que justo
tuviese que verla cuando estaba patas arriba. Más a ella no pareció importarle
en lo absoluto. Mi ángel por su parte…no se encontraba nada feliz al haber
encontrado a Paul en la mesa de la cocina. No me soltaba la mano y tenía el
ceño fruncido. Lo miraba de reojo y trataba de no reír al verlo tan enfurruñado
y territorial conmigo. Carlisle no tardó en unírseles, luego de aparcar el auto
y traernos una exquisita cheesecake con fresas que habían comprado en la pastelería
del pueblo cuando venían de camino.
El maduro y rubísimo padre de mi novio me dijo que iría a
almorzar con Esme y que harían unas compras, por lo cual no se quedaron
demasiado en casa. Les ofrecí algo de beber pero lo rechazaron y posteriormente
se fueron.
El teléfono de Alice sonó en su pantalón y ella salió de
la cocina para hablar con comodidad. Nos quedamos Jasper, Paul, mi ángel y yo.
—¿Quieres pizza, ángel?
—Sí. —seguía enojado.
Entonces pensé una pequeña estrategia para quitarle esa
animadversión que sentía por mi pobre amigo Paul que en nada se merecía ser el
blanco de los celos de Edward.
—Paul, creo que ya conocías a Edward Cullen. Mi novio.
Le sonrió cálido y le tendió una mano.
—Paul, hermano.
Mi ángel le estrechó la mano pero lo miró con el ceño aun
más fruncido, esta vez por la confusión.
—Edward, y yo no soy tu hermano.
Traté de ahogar una risita tonta tras ver la cara
descolocada de Paul por la respuesta de mi ángel. Así que procedí a explicarle.
—Edward, es un autista de alto rendimiento. —lo vio
sorprendido. —Y las sutilezas no están en su lenguaje. En muchas ocasiones no
entienden las bromas o el sarcasmo, incluso jergas que para nosotros sería algo
normal. Él es más literal al significado de las cosas. —me sentí obligada a justificarlo.
No quería que el pobre muchacho fuera a hacerse una idea errónea acerca de mi
ángel.
Pero para mi alivio, Paul comprendió todo y se relajó en
su silla. La incomodidad que pareció sentir por la presencia de Edward se
disolvió en ese instante y me agradó ver que en ningún momento lo examinó como
si fuese un esnob o alguien a quién tenerle lástima. Se notaba que tenía muchas
dudas pero lo admiré aún más por su discreción callárselas y limitarse a vernos interactuar.
Acaricié la mano de Edward con cariño y coloqué un plato
delante de él y unos cubiertos mientras le explicaba la presencia de Paul allí.
Pasaríamos muchas horas juntos así que no me convenía tener a un novio malhumorado
pululando por la casa.
—Ángel, Paul es un amigo al que le regalé unos cuantos
libros de enfermería. ¿Lo recuerdas?
—Sí. —ni más ni menos. No estaba de ánimos para mucho.
Contuve la risa y continué.
—Bien. Pues él quiso venir a ayudarme a pintar la casa en
agradecimiento por habérselos dado. —miré hacia Paul —Cosa que no hace falta,
pero es un bonito detalle. Además vino a pedirme ayuda para un problema que
tiene. Solo eso.
Entonces Edward giró su cara hacia el otro lado de la
mesa con preocupación.
—¿También estás enfermo y vienes para que Bella te ayude?
—preguntó con inocencia.
Mi inesperada visita le sonrió con comprensión y algo de
diversión en sus ojos.
—No, Edward. Vine a pedirle un consejo con un problema
personal que tengo. La chica que amo volvió a mi pueblo y…es algo muy
complicado.
—¿Es tu novia?
—Solía serlo. Pero rompimos.
—¿Por qué? ¿No te quería?
Y así, de una manera bizarra y algo desdichada, al menos
para Paul, comenzó una extraña amistad. Edward se había metido a Paul en un
bolsillo con sus preguntas llenas de una curiosidad casi infantil y el otro se
ganó a Edward respondiendo a sus dudas con suma paciencia. Además de que le
contó sobre todos los atractivos de La Push. Mi ángel se revolvía inquieto en
la silla mientras picoteaba un pedazo de pizza mientras Paul se explayaba
exaltando los encantos de su reserva, las leyendas de sus ancestros y lo
divertido de lanzarse desde los acantilados.
Jasper que los escuchaba entretenidos conmigo se me
acercó un poco y me susurró al oído: —Han creado un monstruo. Y este no te
dejará en paz hasta que no lo lleves a la reserva para que constate todo con su
propia vista.
Puse los ojos en blanco y mordí un pedazo de mi pizza.
—Lo sé. —respondí con la boca algo llena imaginándome lo
difícil que sería entretenerlo en nuestras futuras citas en un pueblo tan
aburrido como el pueblecito de Forks.
*.*.*.*.*
Hay algo que los científicos nunca nos han explicado a
las mujeres ¿Por qué los hombres cuando se trata de labores de
reconstrucción-remodelación y afines en una casa son tan buenos? ¿Por qué ese
talento nato que tienen se deriva en soberbia? ¿Y por qué no tienen suficiente
paciencia con nosotras cuando nos inmiscuimos en estas?
No lo sabía. Así que Alice y yo tras casi lograr que
tanto a Jasper como a Paul ¡e incluso Edward! Les diese una úlcera por
nuestra falta de aptitudes “como pintoras” decidimos emigrar hacia la cocina
para mantener sus estómagos llenos con tentempiés exquisitos preparados por
ambas. Yo guiada por Alice, por supuesto. Y mantener también su sed a raya. Nos
turnábamos para subir a llevarles limonada bien fría, cervezas (a Edward no,
por supuesto), coca colas, té helado y una variedad de comida para picar. Ellos
no parecían necesitarnos y nosotras estábamos más que encantadas de no lidiar
con esos ladinos rodillos que nos salpicaban toda la cara de pintura, los
brazos, las manos…en fin ¡Todas nosotras!
A la hora de la cena preparamos unos churrascos de carne
en el grill de la cocina y lo acompañamos de una ensalada y puré de papas. Una
botella de merlot fue el acompañante perfecto. El postre constó de helado de
chocolate con menta. y para mi ángel, también galletas de canela. Paul las probó
y las amó, tanto que le tocó a Edward establecer su territorio sobre a quién le
pertenecía el monopolio de galletas preparadas por Alice:
—Dos y no más. Alice las hace para mí. —y dicho eso se
quedó tan ancho como si hubiese estado hablando del clima.
Todos en cambio estallamos en carcajadas y un Paul
risueño no pudo más que conformarse con las dos galletitas que Edward le había
dejado comer de más.
A las nueve de la noche Paul se retiró, prometiéndonos
que vendría al día siguiente para seguirnos ayudando. En mi fuero interno
estaba segura que lo haría tanto para evadir a su Rachel como para disfrutar de
la camaradería que había establecido con Jazz y Ed.
Camaradería que no pareció afectarse con el hecho de que
Edward no fuese de tanta ayuda a la hora de pintar. En un momento se escabulló
hacia la sala en la cual se topó con una caja repleta de revistas viejas que
luego tiraríamos. Pasó muchísimo tiempo mirando entre las hojas de la National Geographic. Cada tanto llamaba
mi atención o la de alguien más para que compartiéramos su interés ante las
impresionantes fotografías. Jasper le prometió una suscripción para su
cumpleaños. Mi ángel no podría parecer más emocionado.
Hablando de nuestros hombres…nos fuimos a bañar cada
pareja a un baño apenas terminaron de llevar los colchones a las habitaciones,
sin las camas por supuesto, dormiríamos en el suelo. Aquello no hizo demasiada
gracia a mi ángel, pero me sorprendió al no insistir en el tema. Alice y yo
vestimos los huérfanos lechos y los alcanzamos en las duchas. Ella en la de la
habitación secundaria que se empeñó en cambiarme y yo en la habitación
principal a la que tuve que volver a mudarme. Encontré a Edward peleándose con
una mancha de pintura sobre los vellos de su antebrazo izquierdo.
A pesar de encontrarse sumamente concentrado en su pegote
cuando me vio totalmente desnuda se comenzó a empalmar. Sus pupilas se
dilataron un poco y las aletas de su nariz se agitaban con más prisa que antes.
Pasé, cerré la cortina de plástico, tomé una esponja, la llené de jabón líquido
que tenía en un dispensador pegado a los azulejos de la ducha y procedí a
lavarle. En cuatro pasadas ya le había retirado la mancha.
—Cierra los ojos, ángel. —lo hizo y proseguí a lavarle
con delicados círculos los restos de pintura adheridos a su hermoso rostro. Me
reí en silencio sin que él pudiese verme por lo tierno que se le veía frente a
mí, un poco encorvado para que yo pudiese alcanzarle y confiando en mis
cuidados. Suspiré cursi…mi dulce ángel pintor. No tenía la menor idea de cómo
arreglar una casa, sin embargo estaba allí para ayudarme con la mía. A pesar de
que le dieran asco as manchas de pinturas en su piel.
Enjuagué su cara con mucho cuidado de que el jabón no
entrase en sus ojos y antes de que abriera sus ojos ya estaba pegada a sus
labios agradeciéndole en silencio que me cuidara a su manera.
Su lengua entró en mi boca y demandó atenciones que yo
estuve más que dispuesta a darle. Mis manos enjabonadas paseaban por sus
hombros pecosos lavando los restos de pintura, sudor y perfume que se había
colocado más temprano. Clavé mi nariz en su cuello e inhalé ese exquisito olor
masculino que se había quedado en su cuerpo. Sus dedos viajaron a mis pezones y
los acariciaron con suma delicadeza. Como si de algodón se tratara. Me empujó
hacia la alcachofa de la ducha e hizo que me empapara mientras que sus dedos
seguían su sensual masaje. Cerré los ojos y me abandoné a la sensación de sus
¡Oh benditos labios! En mis pechos. Empuñé sus cabellos y me aferré a ellos
para no desvanecerme en el piso. Una humedad distinta a la del agua tibia se
colaba de entre mis muslos. Una que me preparaba para la invasión que se avecinaba,
una que disfrutaba más que cualquier otra cosa en el mundo.
Bajó su boca trazando un hilo de besos que pasaron por mi
ombligo y que se detuvieron cuando llegaron a mi clítoris.
—¡Ángel! —susurré desesperada.
—Quiero besarte aquí. —me retorcí al sentir un círculo
delicado sobre el pequeño capullo.
Lo miré con la mirada nublada de deseo.
—Puedes…hacerlo…ángel. Sabes que…soy…tuya.
Sus dedos índice y medio no dejaban su tortura. Además
que había algo oscuramente erótico en tenerlo de rodillas queriendo darme
placer a mí. Un ángel de rodillas frente a una pecadora. Irónica y
equivocadamente perfecto.
—Mía para hacer lo que quiera contigo. —sonrió
satisfecho. Abrió mis labios y chupó.
El cielo realmente existía y estaba en la boca de Edward.
Mi Edward.
*.*.*.*.*
—¡Más fuerte! —gemí mientras mi ángel se movía dentro de
mí.
Estábamos acostados ya en mi habitación aunque la ropa de
dormir se había quedado sobre una silla al lado de la puerta, las toallas
tiradas en algún lugar del suelo y el edredón a nuestros pies; en el piso;
esperando a que terminásemos nuestro sexy maratón para poder darnos calor.
Edward jadeaba descontrolado en mi oído e incluso en
algunas ocasiones escuché el chirrido de sus dientes mientras se movía rápido y
profundo. Golpeando y tomando. La unión de nuestros cuerpos desnudos se hacía
sonora en el espacio de ese cuarto casi vacío y nos envolvía en un aura
exquisita y sensual.
Clavé mis uñas en su trasero y lo moví aún más profundo.
Él gruñó y embistió aun más fuerte. Sentí el nudo de calor formándose dentro de
mí. Incitando a todo mi cuerpo a que se arqueara y recibiera todo lo que mi
hombre tenía para mí. Y exploté de manera irremediable. Las convulsiones de mi
interior incitaron el éxtasis de Edward, se derramó en mi interior reclamándome
como suya.
*.*.*.*.*
—Tengo unos rasguños en mi trasero. —se quejó Edward
contoneándose tanto como podía para verlos.
Sonreí recargada sobre mi mano.
—A ver, ángel, enséñame.
Tenía unas líneas rosas que surcaban sus blancas y
prietas nalgas. Casi me sentí culpable al verlas. Casi, porque una parte de mí
sonreía satisfecha al verlo marcado por mí. Necesitaba terapia con urgencia.
—Me escuecen. —dijo sobándose.
—¿Mucho? ¿Quieres que te unte alguna crema?
Meneó la cabeza.
—Quiero dormir. Estoy… —bostezó formando una perfecta O
con sus labios. Lo miré con ternura. —cansado.
Se apretujó a mi lado y nos cubrí a ambos con mi edredón.
—Buenas noche, ángel. —murmuré sobre su pelo.
—Buenas noches, mi Bella. —contestó antes de que sus ojos
se terminaran de apagar.
Apenas había dormido un par de horas cuando sentí
unos labios en la curva de la mandíbula. Me apretujé contra Edward…
—Que buen comienzo de domingo, ángel. —y en pocos minutos
ya lo tenía de nuevo en mi interior.
Me estaba volviendo insaciable cuando de su cuerpo se
trataba.
*.*.*.*.*
El lunes Alice, Edward y yo salimos temprano para casa de
los Cullen con normalidad. Jasper se había ido el domingo por la tarde porque
tenía que ocuparse de su pequeña Charlotte. Paul volvió al día siguiente y la
agenda se mantuvo más o menos igual al sábado, solo que también tuvo que volver
temprano y aprovechó el aventón que Jasper le dio.
Así que esa mañana desayunamos y arrancamos en mi vieja
Chevy. Edward se quejó porque el viejo equipo de sonido no agarraba bien la señal
de las estaciones radiales y Alice se burlaba de mi pobre máquina.
—Digan lo que se les dé la gana. Pero esta vieja cafetera
es lo que evita que se vayan a pie hasta la casa Cullen, par de malagradecidos.
—protesté. Aunque fue en vano puesto que tanto mi ángel como mi amiga seguían
despotricando de mi destartalada camioneta.
Cuando llegamos, nos encontramos a Esme en el islote de
la cocina con una llorosa Rosalie. Ambas tenían una taza blanca de cerámica en
la mano. Algo malo había pasado…¡Oh mierda! ¿Por qué en esta casa no se podía
bajar la guardia? Parecía que viviéramos en una especie de serie de drama o
algo así.
Quise dar media vuelta e irme pero Rosalie nos llamó a
todos e hizo que nos sentáramos. Hasta a Edward. Temí por lo que fuesen a decirle.
—No sé de qué vamos a hablar pero…creo que depende de que
tan grave sea prefiero ser yo quién se lo comunique a Edward.
Él se giró preocupado hacia mí.
—¡No! Yo quiero saber porqué Rosalie está llorando.
Me coloqué detrás de en menos de un suspiro. Puse mi mano
en la parte baja de su cintura y escuché.
Rosalie intentó sonreír pero en sus ojos había tanta
tristeza que no podía convencer aunque lo intentaba con todas sus fuerzas.
Acercó su mano hacia Edward y le estrechó la de él.
—Lloro de felicidad, Edward, porque…hay un bebé creciendo
en mi interior. —y la petrificada fui yo entonces. —Vas a ser tío.
Alice estaba boquiabierta, Esme solo se veía un poco
tristona. Sin embargo no podía disimular la risita de ilusión que pendía en sus
labios. Yo seguía con cara de no creer lo que escuchaba, aunque en el hospital
lo hubiese sospechado. Edward estaba pensativo.
—Si va a ser mi sobrino es porque…¡Oh! —la miró con una
ceja enarcada —¿Perdonaste a mi hermano por portarse mal contigo?
Rosalie sacudió su cabeza sin poder entender.
—¿De qué hablas, Ed? No lo comprendo. —su voz se volvió
ronca por la expectación.
—Emmett ha estado muy triste por ser un idiota contigo.
Él mismo me dijo eso. ¿Le perdonaste? ¿Por eso van a tener un bebé?
Una vez más, en la cocina de los Cullen donde se habían
dado tantas situaciones diferentes, un autista. Mi Edward, nos dejaba
totalmente pasmados con su forma de ver el mundo.
Quizá si viéramos las cosas desde su punto de vista se
nos haría más fácil perdonar y seguir adelante con nuestras vidas. Pero lamentablemente
no éramos como mi ángel.
*.*.*.*.*
Hola, mis chicas. Primero que nada
quiero pedirles disculpas por actualizar tras dos semanas de ausencia.
Segundo, quiero agradecerle a todas y
cada una de laschicas que dejaron mensajes en mi muro o en el grupo de facebook
llenos de ánimo y compresión. No saben cuánto lo aprecio.
Para las que no lo saben, hace un
parte de semanas atrás perdí de forma inesperada a mi perra más pequeña y fue
un golpe anímico bastante duro para mí. Y me tomó unos cuantos días volver a
ser persona, y unos cuantos más a decidir sentarme frente a la computadora. Y
la verdad, es que en este último mi principal motivo fueron ustedes.
Básicamente.
Ahora estoy mucho, mucho, mucho mejor.
Ya he ido asimilando lo que pasó y trato de verlo de la manera más optimista
posible.
De nuevo: Gracias a todas por su apoyo
invaluable.
Tercero: Para las que habían leído ya
esta historia podrán encontrar que poco a poco voy borrando las comparaciones
de Aspies y Autistas de Alto Funcionamiento. Y esto se debe a qué algunas de
ustedes me han hecho ver sus puntos de vistas sobre si son o no la misma cosa.
Solo agregaré que en mi muy corta
experiencia leyendo sobre el autismo, he llegado a la conclusión de que en ambos
temas quedan demasiadas cosas por decirse aún. Creo firmemente en mantenerme
neutral en que ambas pueden ser o no la misma cosa, así como lo sostienen
muchos especialistas. Solo el tiempo y las investigaciones pertinentes nos
darán las respuestas pertinentes. Y me atrevo a pedirles una cosita: Ténganme
paciencia, por fis. Desde el principio he dicho que no soy una especialista en
el tema ni nada parecido. Solo soy alguien que se embarcó en la idea de plasmar
en letras unos personajes que vinieron a mi cabeza, y que me pidieron que
contara su historia. Trato de hacerlo lo mejor que puedo.
Un mega beso para todas. Nos seguimos
leyendo.
Marie C. Mateo