sábado, 9 de febrero de 2013

CORAZÓN DE CRISTAL - Vigésimo Segundo Capítulo:



“Miedos”


Bella POV:

El hecho de ser personas con el cien por ciento de nuestras facultades o “normales” como algunos dirían;  no nos hacía capaces de entender como trabajaba la mente de alguien como Edward. Quien veía al mundo a su manera. La cual parecía ser tan sencilla que como nosotros estamos acostumbrados a complicarlo todo, no podíamos comprenderla.
A falta de una respuesta satisfactoria para él de cualquiera de los lados implicados, Rose decidió comenzar a hablar sobre sus clases de piano. Noté que aunque algo le inquietaba; tenía el ceño fruncido como cuando está preocupado por algo; siguió el ritmo de la conversación con su profesora/futura madre de su sobrino.. Entonces decidí darles su espacio e irme hacia otro punto de la casa.
Me dirigí a la biblioteca e hice uso de uno de los privilegios que tenía en aquella magnífica casa: tener acceso ilimitado a los libreros de los Cullen. Últimamente, trataba de sacar provecho de los avances de Edward provocados por la nueva asesoría de estaba recibiendo; de la cuál hablaría más adelante; de cómo funcionaba su capacidad de análisis con respecto a la comprensión lectora. Y allí fue cuando un pensamiento que tenía tiempo rondando en mi mente me golpeó en la cara sin que pudiese evadirlo: Mi ángel pronto no necesitaría más una enfermera.
Me estremecí de terror y casi dejo caer al suelo Cumbres Borrascosas. Lo atrapé contra mi pecho como si así pudiera exorcizar mi miedo. Mi misión en casa de los Cullen estaba cerca de su fin. Demasiado cerca como para que me fuese grato. Y esa no era suposición, sino una certeza cuando se veía al paso en que iba evolucionando Edward.
—¿Bella, estás bien? —Emmett cortó el hilo de mis pensamientos tan abruptamente que hizo que respingara del susto. —Lo siento no quería asustarte.
Por un momento no pude evitar preguntarme sobre dónde se había ido el galán que siempre tenía un brillo de picardía en su mirada. Ante mí solo tenía a un hombre con tormento en sus ojos. Se notaba en las ojeras que ahora los rodeaban que no estaba descansando bien. Y no era para extrañarse en lo absoluto. Por lo visto su relación con Rosalie no era lo que se podía decir “normal” si es que había algo entre ellos a estas alturas. Y lo que era más grave; ahora había un embarazo que de alguna manera los iba a vincular para toda la vida por medio de ese hijo. ¡Mierda, pobre Emmett!
Le sonreí con ternura.
—Tranquilo, Em. Es solo que estaba perdida en mis pensamientos. —señalé un sofá de cuero que pegado a una pared a mi espalda con mi pulgar. —¿Quieres hablar un poco?
—¿De qué? —sonrió con sorna. —Sinceramente ahorita no tengo nada positivo que conversar con nadie, Bella. No soy una compañía estimulante.
—Quizá necesitas hablar… —seguía tenso así que dudé. —o no.
Me encogí de hombros y clavé la vista de nuevo en los libros. No quería que Emmett pensara que andaba de entrometida, interesada en todos los últimos detalles morbosos de su vida.
—Lo siento. —el cuero del mueble se estremeció cuando se sentó. Me giré a verlo. —No sé donde tengo la cabeza, mucho menos los modales. —y por primera vez se mostró tímido. —Siéntate, Bella…eh…si quieres, claro está.
Caminé con la tercera edición de mi libro favorito forrado en cuero y que seguramente costaba unos…mejor tomaba asiento sin pensar en tonterías “obscenamente costosas” que me harían sentir incómoda. Me senté con un puesto de por medio pero con el cuerpo en dirección a él. Esperé en silencio a que comenzara a hablar sobre lo que quisiera cuando estuviese listo.
—¿Sabes una cosa, Bella? Cuando volví a la casa fue porque quería paz. Deseaba tener esa tranquilidad que transmite el estar en familia y no ese ajetreo típico de un playboy adicto al trabajo. Definitivamente no fue eso lo que conseguí: Me encapriché contigo a la misma vez que tuve que lidiar con un hermano menor sorprendentemente territorial. Y en mi intento por apartarme de ambos,  sin entender el peso de lo que hacía—Emmett se sonrojó. ¡Ay Dios mío que no diga lo que creo que va a…! —…estuve con Rosalie y me comporté terrible. Nunca fui un caballero, Bella, pero jamás había utilizado a una mujer como lo hice con ella. Y eso me pesa en la conciencia cada puto día y cada puta noche.
Con razón Rosalie estaba tan molesta con él. Por eso Emmett se veía tan atribulado. Con razón yo estaba inquieta por su situación tan tensa, de alguna manera mi subconsciente presentía que tenía algo de culpa en todo eso.
—Emmett, yo…—a ver ¿Qué podría decirle?  De alguna manera me sentía responsable por lo que estaban atravesando, pero me parecía fuera de lugar asumirlo frente a él. Aparte de ególatra, se me hacía algo completamente innecesario. Al final terminé diciendo algo tonto, aunque no por eso menos cierto. —Nunca quise causarte ningún tipo de problema.
Una media sonrisa, que se asemejaba más a una mueca incómoda se pendió en sus labios.
—Lo sé, Bells. No es tu culpa nada de esto. Es mi desastre para lidiar. Quizá es un precio a pagar por la soberbia con la que me movido durante años. —se calló durante un segundo luego continuó como si se estuviese corrigiendo a sí mismo. —Discúlpame, de vez en cuando me da por victimizarme.
—¿Qué es lo que te tiene tan preocupado? ¿Quieres que hablemos sobre ello? ¿Es por el bebé?
Sacudió la cabeza compungido.
—Es todo. Es por cómo está la situación entre Rosalie y yo. Es por no saber qué haré con un niño en este punto de mi vida y bajo estas condiciones. Son muchas cosas, Bella.
Puso sus codos sobre sus rodillas y la cabeza entre las manos. Su vista estaba clavada en el suelo desesperada como si buscase las respuestas a su predicamento en la alfombra a sus pies. Sentí el irracional deseo de colocar una mano en su espalda para infundirle ánimos pero al final pensé que sería muy fuera de lugar ese gesto entre nosotros. Preferí quedarme sentada con las manos entrelazadas en el regazo.
—Solo…quererlos. —giró su cuello para poder verme. Sin duda estaba confundido. —Se nota que Rose tiene importancia para ti, más allá de sea la madre de tu futuro hijo. Quizá lo que necesites hacer es tratar de entender cuán especial es, y al margen de lo que decidas, deberías tratar de que se sienta apreciada. Ahora tienen un magnífico lazo que los unirá de por vida, a pesar de que indistintamente no terminen juntos. Ella es una magnífica mujer de carácter fuerte y decidida, cualquier hombre sería afortunado de tenerla a su lado como compañera. Y con respecto al bebé, solo tienes que quererlo. A partir de allí las decisiones las tomarás más por instinto e impulso. Como cualquier padre. —le guiñé con complicidad. —Serás un papá maravilloso y seguramente muy divertido. Ese niño o niña tiene mucha suerte por quienes lo traerán a este mundo.
Una sonrisa tierna se fue extendiendo en sus labios lentamente. Quizá podría empezar a imaginarse ese ámbito.
—De todas las personas de las que podía haber esperado escuchar palabras reconfortantes, tú eras la última en mi lista.
Sonreí comprensiva.
—No debería. —luego me puse seria —Tomando en cuenta todo lo que has hecho por Edward y por mí, es lo mínimo que puedo hacer. Puede ser que más adelante podamos ser buenos amigos.
—O cuñados. —puntualizó y por Dios santo que sentí como el corazón me daba un respingo antes de latir desaforado nada más de imaginarme llevando un anillo en  la mano con la promesa de un futuro con mi ángel.
Luego busqué algún signo de resentimiento en la cara de Emmett, pero no pude encontrarlo. Le agradecí internamente por eso también. Sin tener más nada que decir, me puse en pie antes de despedirme de él infundiéndole ánimos de nuevo.
Cerré la puerta de la biblioteca, ofreciéndole un poco de privacidad para que reflexionara. Supuse que si había regresado tan temprano del trabajo no sería para hablar con cada uno de los que estábamos en la casa precisamente.

*.*.*.*.*
La mañana había pasado de forma normal y corriente: Edward con sus clases de piano con Rosalie, Alice trasteando en la cocina. Esme leyendo y haciendo anotaciones aunque ignoraba sobre qué. Mientras, yo me encontraba revisando el cuaderno donde llevaba registrado el ABA (Applied Behavior Analysis). Estaba sumamente orgullosa de hasta donde había llegado Edward hasta ahora.
Pasó de no poder articular una palabra a ser incapaz de quedarse con una duda en su boca. De gemir como único medio para expresar sus emociones, a decirle a cada persona lo que pensaba acerca de todo sin importar si el momento era el indicado o no. Y ni hablar de su desenvolvimiento en lo que me gustaba pensar que era “nuestra vida privada”. Sonreí a pesar de la nostalgia que me embargaba. Edward era una deliciosa ambigüedad entre la inocencia de un niño y la pasión de un adulto. El hijo menor de Esme, su pequeño inocente ahora era mi ángel no tan puro. El hombre al que amaba más que a nada en este mundo.
Cuando le había dicho a Carlisle y a Esme que iba a armar un equipo multidisciplinario para él, lo decía en serio. Así que poco tiempo después de aquel día, no me había cortado a la hora de utilizar mis contactos obtenidos en el Saint Gabriel en pro de ello.
La terapeuta ocupacional nueva, la señora Bloom, era una mujer fuerte de mediana edad, ampliamente calificada en la recuperación de personas con capacidades y necesidades especiales. La había visto hacer maravillas con al menos una decena de niños con dificultades motrices; aunque ella me había comentado en alguna ocasión que solo se limitaba a trabajar con ellos. Por lo cual no dudé en llamarla.
Fue duro, no mentiré. Edward se resistió al principio cuando supo que otra persona que no era yo, se encargaría sobre su acondicionamiento físico. Sin embargo, la menuda mujer no se daría por vencida tan fácil, así que juntas acordamos que entre ambas llevaríamos acabo las sesiones. Edward se mostró mucho menos reacio de esa manera. Y la verdad es que Stella tenía un carácter divertido que no tardó en ganarse el aprecio de mi ángel.
Así que dos veces al mes, Bloom venía al gimnasio personal de los Cullen y trabajaba con Ed. Sesiones en las cuales podía, o no estar yo.
Luego estaba lo más importante: el asesoramiento con el doctor Dave Poomar. Un afamado psiquiatra, cuya trayectoria trascendía los límites de Seattle. Lugar en que residía actualmente. Carlisle no escatimó en gastos cuando le hablé sobre el impresionante currículum del hombre.
Conseguir que el afamado especialista nos hiciera un espacio en su apretadísima agenda, no fue fácil pero dudaba que hubiese algo que no pudiese lograr el prestigioso abogado Carlisle Cullen. Así que en menos de una hora de negociaciones, ya Edward estuvo entre la lista de sus prioridades. Y  en una semana estábamos recibiendo la primera visita del hombre.
No era muy alto pero sí tenía un cuerpo que indicaba lo bien que se cuidaba, vestía serio pero no lo esperado en un médico de cuarenta y dos años de edad. Y era guapo. Aquellos rasgos tan exóticos típicos de los provenientes de la India, no faltaban en su cara. Su cabello estaba impecable como todo el resto de su persona. Las fotografías no le hacían justicia, en persona el doctor Poomar era un hombre increíblemente atractivo. Ahora entendía el porqué de la devoción de muchas que lo conocían.
—No me hace falta un psiquiatra. Ya me vieron hace años atrás. —replicó Edward huraño cuando se lo presentamos. —Ya sabemos que tengo autismo de alto funcionamiento.
El hombre, tan amable como astuto no nos pidió salir de la sala como se podría esperar en una sesión con un especialista. Por el contrario, nos invitó a permanecer en la sala. Supuse que solo hasta que a él le viniera bien.
—Yo no vine a decirte lo que tienes, Edward. —respondió paciente el hombre. Tomó asiento frente a él, pero de manera informal y con aparente despreocupación. Aunque yo sabía que cada gesto, palabra y acción de Ed estaba siendo cuidadosamente estudiada. —Tus padres e Isabella no me buscaron para eso.
—Bella. No le gusta que le llamen por su nombre completo. —le dirigí una sonrisa torcida a Poomar que le indicaba que él era un chico muy listo pero que no sería receptivo a las primeras de cambio.
Este último asintió corrigiendo su error:
—Discúlpame. Corrijo entonces: Ni tus padres ni Bella me buscaron para que te examinara como si tuvieses algo malo.
—¿Ah no?
—No. Ellos me dijeron que necesitaban que un especialista te ayudara a encontrar ciertas herramientas para enfrentar de la mejor de las maneras los desafíos que tendrás en un futuro cercano. —aseveró con un interés tranquilo pero legítimo. Me gustaba como estaba actuando hasta ese momento.
Edward pareció dubitativo por un breve instante pero no se pudo callar sus dudas por mucho más tiempo.
—¿Cuáles desafíos? —mi ángel se inclinó un poco interesado en lo que aquel desconocido para él, tenía que decirle.
—¡La vida, Edward! Me hablaron sobre tus excelentes avances hasta ahora. Por lo cual sé que eres un chico brillante, ordenado y disciplinado. Así que yo solo te ayudaré a sobrellevar todo aquello que te preocupe como los cambios en tu rutina, enfrentaremos tus miedos y buscaremos la mejor de las salidas a los problemas que te molesten.
Entonces mi ángel; en un movimiento muy de él, cuestionó de nuevo las intenciones del médico:
—Entonces ¿Usted no vino a tratarme porque estoy enfermo? —sabía que Edward había pasado por malos tratos con profesionales pero revivir eso siempre me hacía sentir enferma de rabia y pena a la vez. —Porque ya han habido doctores y enfermeras que me han dicho que soy tonto o que lo que yo tengo es una enfermedad mental. Pero Bella dice que no lo soy, solo tengo necesidades especiales.
Dave aceptó el cuestionamiento de su paciente con total tranquilidad. Sabía que tendría que estar habituado a casos muchísimos más complejos que este, aunque no conocía ninguno de primera mano.
—Tienes que entender, Edward, que las personas que te han tratado hasta el momento, no han sido las indicadas. Pero eso no es culpa de nadie, tus padres buscaron ayuda y aquellos inescrupulosos traicionaron su confianza y profesionalidad. Pero no todos somos así. —el hombre nos pidió dejarlos a solas pero solo si a Edward le parecía. Ed dudó al principio pero al final aceptó con ciertas reticencia. Sabía que se le hacía difícil quedarse a solas con desconocidos porque temía por lo que pudiesen hacerle o decirle. Cuando al fin se encontraron solos, continuó: —Por lo que estoy viendo justo ahora y basado en lo que me han dicho sobre ti, puedo asegurar que no eres ni un tonto ni un enfermo…
—¿Ni un loco? —le interrumpió Edward.
Yo permanecía muy cerca por si mi ángel sufría alguna crisis nerviosa o algo por el estilo. Pero debía admitir que aunque había estado tenso en gran parte de la conversación, no pareció en ningún momento estar cerca de perder los estribos.
—Tampoco un loco, Edward. —respondió Poomar. —Esa palabra no es médicamente aceptable.
—¿Ah no? ¿Y por qué el doctor Mike y la señorita Stanley me dijeron loco?
—¿En serio no lo sabes, Edward? —supuse que habría negado con la cabeza. A lo que el hombre respondió. —¡Pues porque son idiotas!
Escuché una risita baja de mi novio/paciente/ángel.
—Entonces ¿Vas a permitirme que te ayude a superar tus dificultades? —presionó Koomar con calidez.
—Sí. —respondió mi ángel con seguridad. —Quiero ser el hombre que se merece Bella.
Un nudo se formó en mi garganta. Esme, que permanecía a mi lado, se rascó el ojo o quizá se limpió una lágrima. No estaba segura, porque no podía reaccionar tras semejante declaración. Carlisle me palmeó el hombro y susurró en mi oído:
—Bien hecho, Bella. —y no estuve segura de si lo había dicho por haber conseguido a la eminencia que estaba sentada ahora en su sala de estar, o por algo concerniente a su hijo.
—Pues vamos a demostrarle lo que eres capaz de lograr, Edward. —prometió el doctor Dave.
Volví entonces de mi viaje por los recuerdos. Seguía estando en su habitación, con el cuaderno de ABA entre mis manos y una lágrima que se me escapaba por la comisura del ojo izquierdo.
Cuando le había dicho a Edward hace ya un tiempo atrás que nuestra relación sufriría unos cambios, este me había venido a la mente pero me negué a prestarle atención porque sabía que sería doloroso. Y porque ignoraba era cuán cerca estaría el día de dejar de ser necesaria.
—¡Bella, Emmett y yo estábamos viendo Piratas del…! ¿Por qué lloras? —Edward entró en su cuarto como un bólido sin darse si quiera tiempo para disimular mis emociones y por supuesto que no podía mentirle. No podía faltarle el respeto así. Se acercó hasta el escritorio en donde colocaba su amada laptop y se colocó entre mis piernas. Me miraba preocupado. —¿Qué pasa, Bella? ¿Por qué estás triste?
Acaricié el borde de su rostro con una mano y con la otra me limpié el rastro húmedo delator.
—Estoy llorando de alegría y de orgullo.
—¿Por qué? —se le veía muy confundido.
—Porque recordaba cuanto has avanzado desde que llegué a esta casa. Ya casi no me necesitas.
Sus ojos se abrieron sorprendidos.
—¡Te necesito, Bella! Sabes que te necesito y mucho. Yo… —se estaba comenzando a alterar más de lo debido. Desde lo de su bradirritmia no quería que se alterara demasiado acerca de nada. De hecho trataba de mantener sus sobresaltos solo en materia sexual. Aún así, trataba de no abusar. —No te vayas…
Tomé su cara entre mis manos y lo miré intensamente:
—Shhhh, tranquilo. Nadie dijo nada sobre irse. —acaricié su cabello —Solo te comentaba que ahora ya casi no ameritas una enfermera por acá, cosa que sabes que es cierta. Estás recibiendo toda la atención que necesitabas y cada día se nota más la seguridad con que te vas adaptando a las cosas cotidianas. Sin embargo nunca dije que te dejaría. En caso de que tomase otro trabajo… —el terror se reflejó en sus ojos —eso no significaría que no te seguiría viendo. Tenemos una relación más allá de enfermera-paciente ¿Lo recuerdas?
Asintió.
 —¡Pero no estarías más aquí! —lo decía como si el mayor de sus terrores se estuviese haciendo realidad.
—¿Sabes una cosa, ángel? La mayoría de las parejas del mundo no trabajan juntos.
—Pero muchas terminan. —nuevamente su lógica me sorprendía.
—En efecto, pero no siempre es la distancia lo que se interpone entre ellos, sino cosas más grandes y menos fáciles de tolerar. Como por ejemplo: La pérdida de los detalles, que se les acabe el amor o el respeto. En fin, hay demasiadas maneras de dañar una relación sin que un poco de espacio sea el verdadero culpable.
Rascaba una pelusa invisible en mi pantalón.
—Pero ya estás en tu casa. Tienes tu espacio. ¿Por qué quieres más? —odiaba hacerle daño de cualquier manera. No lo soportaba, pero necesitaba que entendiera que ese sería un próximo paso en nuestra relación y definitivamente; una prueba a superar.
—Oye… —tomé su cara entre mis manos nuevamente. —no me estoy refiriendo a nosotros. Hablaba en general, pero necesito que comprendas que cuando llegue el momento; yo deberé dejar este trabajo e ir a ayudar a otra persona especial como tú. —Una lágrima se deslizó por un costado de su cara. Lo atraje a mi pecho y lo aferré con fuerza a mi pecho. —No soporto que llores, ángel. Me parte el alma.
—Tengo miedo. —se atrevió a decirme pegado a mi cuello.
—Miedo ¿de qué?
—De que me dejes. Que conozcas a una persona y que también te quiera a ti. Tú has dicho que no sé casi nada del mundo, pero lo que más necesito de él a ti. —puntualizó.
Oh, mi ángel. Tan niño y tan hombre a la vez. No perdía el toque a la hora de hacerme nudos en la garganta.
Lo alejé un poco de mí para poder verlo a los ojos y medir su reacción a mis palabras.
—Edward, lo que nosotros tenemos… —nos señalé con la mano. —no es algo que se consiga en todos lados. De hecho se da de uno en un millón de relaciones, quizá menos. El hecho es que tú eres mi millón y no te dejaría por que otra persona se mostrara interesada en mí. Estoy comprometida en esta relación ¿Y tú?
—¡Claro que sí! —casi sonaba ofendido lo que me causó un poco de risa.
—Bien. Entonces esto será solo una pequeña prueba para nosotros. Aunque creo que saldremos bien parados de todos modos.
Medio sonrió aunque no dijo nada. Estaba indeciso, y tan sincero como era no se mostraba de acuerdo cuando estaba reticente a una idea. Lo conocía demasiado.
—Te amo, ángel. Y no me voy a dar por vencida por nada. Eres demasiado importante para que mis fuerzas flaqueen.
Apoyó su cabeza sobre mis piernas y se acurrucó a mis pies.
—Te amo, Bella.
Y esas tres palabras significaban más que nada en el mundo. Podía no confiar en una situación determinada, pero definitivamente si lo hacía en mí.



*.*.*.*.*
Carlisle y Esme insistieron en que tanto Alice como yo cenáramos antes de irnos a casa. Momento que Edward no dejó pasar para comentar lo que habíamos hablado más temprano. Al principio los señores Cullen se mostraron sorprendidos con el comentario de su hijo. Luego esperaron a oír lo que yo tenía que  decir. Cuando hablé de que no se trataba de algo inmediato, Esme se relajó, sin embargo Carlisle se mostró muy pensativo y silencioso.
—No es una renuncia y mucho menos un preaviso. Solo le explicaba a Edward que sus necesidades han cambiado. Ahora que está recibiendo la atención pertinente y adecuada a sus necesidades, necesita más de aquello que le lleve al máximo de su potencial cognoscitivo. —alegué ante todos.
—¿Y qué harás después de estar aquí? ¿Volverías a tu otro trabajo? —inquirió Esme.
Sacudí la cabeza.
—No. Lo más seguro es que trabaje con algún niño autista. Tenía varias opciones antes de decidirme por Edward. —me dirigió una sonrisa de chiquillo satisfecho que casi logra que le correspondiera. No podía durar enojada con él. Y parece que él también lo sabía. Astuto.
Fue hasta entonces cuando Carlisle intervino:
—¿Y quién se encargó de esos pequeños cuando tú aceptaste este empleo?
—No lo sé. Quizá sigan buscando a alguien. —contesté de forma llana.
¿Qué era esa determinación en su mirada? Tramaba algo. Ya conocía bastante de los hombres Cullen para aseverar aquello.
—Lo cual indica que necesitan atención, no solo uno sino varios de ellos. Tengo entendido que cada uno de ocho niños desarrolla autismo.
—Así es…—respondí recelosa.
—Pues crea una fundación, Isabella.
—Bella, papá. —le corrigió Edward.
—Bueno, Bella. ¿Qué dices? —el patriarca rubio y guapísimo tenía toda su atención sobre mí en ese momento.
 Parpadeé anonadada pero mi cerebro procesó rápido una respuesta.
—Una fundación demanda mucho dinero, señor Cullen. Dinero que yo no tengo. Ni siquiera para empezarla.
—¿Y si mi bufete es tu principal beneficiario? Luego podrías conseguir varios más. Eres una mujer astuta.
Así que hacia esto me quería llevar. Si aceptaba seguiría con los Cullen de la mano en mi vida profesional y en la personal. No me extrañaba que Carlisle fuese abogado, era un viejo zorro sagaz.
—¿Te atreverías, Bella? Hace un mes que la idea me viene rondando la cabeza. Tú puedes conseguir al personal que se  requiere para desarrollar ese proyecto. No digo que sea algo macro, solo que atendamos a varios de esos jóvenes que no pueden costearse una enfermera personal o que sus padres y familiares no saben cómo tratar.
—Y a ellos también los podríamos enseñar a cómo lidiar con ese desafío de tener hijos autistas. —comenté al empezar a imaginarme lo que se podría llegar a hacer con un proyecto así.
—¡Exacto! —respondió él comenzando a parecer entusiasmado.
Ambos estábamos tan emocionados y concentrados entre nuestras ideas que solo cuando Edward tosió porque un poco de zumo de piña se le fue por un camino equivocado, nos dimos cuenta que el resto de comensales nos veían sorprendidos. Pasado el “ataque de tos” Carlisle volvió a mirarme con seriedad.
—¿Lo haremos?
Asentí más que feliz. Esto era mejor que cualquier trabajo que hubiese podido imaginarme. Sería arduo porque trabajaría con varios pacientes a la vez, pero conseguiría un buen grupo de trabajo. Carlisle me estaba confiando algo demasiado grande; aparte de a su propio hijo, cosa que no tenía parangón. Y yo le demostraría que estaba a la altura de sus expectativas.
—Lo haremos. —acepté.
Desde que había llegado a esa casa mi vida era una constante toma de desafíos, pero hasta aquel momento no me arrepentía de ninguno de ellos. Puede que aquella fundación representase para Edward y para mí más que un lugar de trabajo o de terapia según fuese el caso.
Y yo no sabía cuán cierto iba a ser aquello. En lo bueno, y en lo malo.

*.*.*.*.*
—¡Estás demente, Mary Alice! —dije en un grito ahogado. —Qué Esme y tú decidieron hacer…¡¿Qué?!
La muy descarada sonrió y me adentró en una sala completamente vacía y pintada a la perfección.
—Quisimos darte una sorpresa entre ambas. Ya sabes, por cómo te has comportado con ambas. Tú dijiste que no te gustaban esos muebles viejos y horribles y la señora Esme vio la oportunidad perfecta de devolverte algo a cambio.
—Pero no a estas magnitudes! —susurré aun abrumada por la situación.
Alice se encogió de hombros y nos dirigió hasta nuestras alcobas que estaban perfectas y limpias. Con solo nuestros colchones en el suelo, puesto que el equipo que contrató la matriarca Cullen se había deshecho de todo el mobiliario de la casa para reemplazarlo por unos más modernos que combinaran mejor con el estilo zen que ahora tendría mi casa.
—Ayudar a mejorar a un hijo autista y alojar a una persona que no es tu familia cuando no tenía donde quedarse, es mucho… —siguió hablando mientras me dirigía al baño. ¡No teníamos retrete! ¿Dónde se supone que…? —Así que acepta esto en nombre de las dos. Porque lo hacemos con mucho cariño para ti.
En el umbral de un cuarto de baño carente de grifería y hasta de inodoro, entendí que tenía mucho más de lo que alguna vez había podido llegado a creer que tendría. Sí, no había tenido una familia en el pasado pero el futuro se mostraba lleno de personas que de alguna manera extraña se habían aparecido para enseñarme diferentes tipos de lecciones. En este caso, Alice me enseñaba sobre lo grandioso que podía ser el agradecimiento y la amistad. Pero a pesar de eso, recordé un detalle demasiado importante como para pasarlo por debajo de la mesa.
—Alice, no puedo creer que estés gastando tu salario en esto…
Rompió a reí.
—¡Por supuesto que no gasté un centavo! La señora Cullen no me lo permitió. Mi contribución en esta misión encubierta fue la de engañarte. —me guiñó un ojo con complicidad.
—¡Gracias! —la abracé a falta de algo mejor que decir. —No sé como agradecerles por todo esto!
—Con seguir cuidando a Edward como lo has hecho hasta ahora, Esme quedará satisfecha. —se señaló al pecho con un aire aniñado. —Y yo, pues con que no me eches, tengo.
Le sonreí con dulzura.
—Por supuesto que no.
—Esme quería que nos quedásemos en un hotel…
Me encaminé a mi habitación y ni siquiera me giré a verla cuando dije: —Ni en sueños.
—Sí, eso mismo me figuré que dirías.
A la mañana siguiente desayunamos en el Starbucks del pueblo antes de seguir hasta la casa de los Cullen. Le agradecí a Esme por su sorpresa y luego me dirigí a la alcoba de Edward.
Vislumbré sus piernas guindando por el borde de la silla-hamaca del rincón y me dirigí hacia ella, aunque permanecí detrás de él.
—Hola, ángel. Buenos días.
—Hola, Bella. Buenos días. —de inmediato noté su desaliento. Rodeé el mueble y me encontré con una mirada ceñuda y ausente.
—¿Qué va mal, Edward?
Negó con la cabeza pero no habló. Eso me preocupó aun más.
—¿Discutiste con Emmett? –volvió a negar. —¿Con tus padres? —no de nuevo —¿Alguien te insultó? ¿Leíste algo en internet que te haya afectado?
Todo fueron respuestas negativas.
—Ángel, me estás preocupando ¿Qué te tiene tan decaído?
—No tengo ganas de conversar, Bella.
Me mordí el labio tratando de lidiar con la frustración que me producía que él se encerrase en sí mismo de aquella manera.
El resto del día se mantuvo igual y eso no le pasó desapercibido tanto a su madre como a Alice. Todas hicimos recuento de lo que había hecho pero ninguna encontramos nada que pudiese haberle causado un malestar. Sin embargo respetamos su decisión de permanecer en silencio, aunque si me mantuve al tanto de su estado emocional. Pues si bien dejamos que se impusiera su independencia, necesitaba monitorear cualquier posible alteración en el funcionamiento del marcapasos. Pero no la hubo, para tranquilidad de todos, aunque igualmente fue sumamente frustrante verlo tan taciturno y retraído.
Tres días pasó Edward sumido en su silencio. En un intento de sacarle de su área de ensimismamiento; entiéndase por esta la silla-hamaca; decidí dar una vuelta con él por Port Angeles. Estacionamos el sedán de Esme; que ella me obligó a utilizar; y recorrimos sus calles por las aceras a pie. Con esto buscaba ganar tiempo para poder sonsacarle a Edward la razón de su estado de ánimo. Y para lograrlo, hizo falta que pasáramos casualmente por un lugar: la tienda de ropa para niños.
Mi ángel no pudo evitar detenerse delante de una vidriera que encerraba a unos pequeños maniquíes que exhibían cinco modelos distintos de mamelucos en colores variados. Todos en la gama de los tonos pasteles.
Fue entonces cuando una pequeña sospecha se coló en mi línea de pensamientos, pero preferí ignorarlo para no adelantarme  a los acontecimientos. Lo tomé de la mano para arrastrarlo hacia dentro y le obligué a enfrentar lo que lo estaba molestando. Tomamos varios modelos y noté que su mal genio se fue incrementando poco a poco.
Una muy coqueta y dulce vendedora se acercó hacia nosotros con una sonrisa de oreja a oreja y un parpadeo insistente cuando posaba su mirada en mi ángel, aunque me tranquilizaba que él no la tomara en cuenta. No podía asesinar a cada mujer que notara lo guapo que era Edward. No era sano. En algún momento cometería un error, y alguien me vería sepultando un cadáver en el bosque.
Le pregunté por un conjunto de mameluco, gorrito y manoplas en color verde agua estampada con un tierno gusanito bordado en el frente. Nos miró a ambos con abierta curiosidad a ambos.
–¿Es para un regalo o están esperando ustedes?
Ese fue el detonador. Edward salió de la tienda y se recostó a un lado de la puerta. Me excusé con la chica y le entregué las piezas de nuevo. Era ahora o nunca.
—¿Ya podemos hablar de lo que te pasa, ángel, o necesito desaparecerme de tu vida durante un tiempo para que medites sobre si quieres volver a verme?
Sabía que era bajo el recurso que estaba utilizando, pero se me agotaban las herramientas de acción con él.
Sus ojos de abrieron demostrando terror y tortura.
—¡No, Bella! ¡Por favor no te vayas!.
—Entonces háblame, Edward. —Edward, no ángel. Hablaba con el carácter que demandaba una pareja cualquiera en una situación tensa.
Sus ojos se enfocaron en la nada y sus palabras empezaron a fluir porque ya no me enfrentaba a mí, sino a su demonio interno.
—He pensado que…no sé si seré bueno con el bebé de Rosalie y Emmett. No puedo ser su tío.
¡Bingo! Sospechaba que era miedo lo que estaba escondiendo, aunque debía admitir que no sabía por dónde venían los tiros hasta que le vi paralizarse ante la ropa de bebé.
—No puedes hacer nada contra eso, Edward. Serás su tío tanto como lo quieras como si no. Los unirá la sangre. —repliqué con serenidad.
—¡No es que no quiera al niño! ¡No se trata de eso!
—Entonces ¿De qué?
Escondió el rostro en las manos y aunque el sonido era amortiguado, aun así pude comprenderle con total claridad.
—Estoy enfermo, Bella… —y aunque estaba esperando que dijera eso; lo hacía cada vez que se sentí mal consigo mismo; no pude evitar que un nudo se atascara en mi garganta. Mi pobre ángel vulnerable. —Soy incapaz de poder cuidarlo. Tú eres la que cuida de mí. Mi sobrino pensará que tiene un tío estúpido.
Me abracé a él y lo dejé gemir hasta que pareció sosegarse.
—¿Ángel, qué harías si saliera en estado ahora mismo? —se apartó de mí con brusquedad y quedó pegado a la pared de nuevo mirándome entre aterrado y confundido. —¿Me dejarías porque llevo a tu hijo y tú tienes miedo de ello? ¿Te alejarías de mí? —en serio lo estaba llevando a los límites.
—¡No, por Dios! Yo…no sé… —miraba a los lados como si la respuesta pudiese llegarle de alguno de los transeúntes que se nos quedaban viendo al pasar. Tomé su cara entre mis manos y lo obligué a mirarme.
—Si tuvieras un hijo y resultara autista ¿Te gustaría que alguien se refiriera a él como estúpido? —negó —Pues imagina cuánto me entristece que te refieras a ti mismo de esa manera. Es como si menospreciaras los esfuerzos que he hecho para ayudarte durante todo este tiempo.
—¡No te quería insultar, Bella! Te lo juro.
—Shhhh, no te exaltes, recuerda que llevas un marcapasos. Edward, escucha con atención esto que te voy a decir: No eres y nunca has sido estúpido. El autismo no te hace menos capaz de ser protector con una familiar, recuerda la historia de El Cazo de Lorenzo. Puedes hacer lo que te propongas, aunque deberás trabajar un poco más que los demás. —acaricié la mejilla de él ahora con comprensión en la mirada. —Eres lo más valioso que alguna vez me han puesto en las manos.
Acurrucó su cabeza en mi mano y cerró los ojos torturados.
—¿Era eso? ¿Es eso lo que te tiene tan mal? –él asintió. —Ángel, aprende a confiar en mí. Necesito que te comuniques conmigo, así es como funcionan las parejas. No puedo ir siempre llevándote al límite para que me admitas tus miedos y dudas.
Tomé su mano y nos encaminé hacia un viejo café que me gustaba bastante, mientras que aprovechaba para contarle acerca de una de las personas que más admiraba.
Temple Grandin era una científica, ángel. Y al igual que tú, padece de autismo. —escuchaba atento a lo que le decía —Ella pasó muchas dificultades durante su adolescencia porque los chicos de su escuela no comprendían su condición y se burlaban constantemente. A raíz de eso, Temple presentó mala conducta durante su período académico e incluso fue expulsada de su escuela. Tenía un problema que le causaba mucha ansiedad y no exteriorizaba: era incapaz de soportar el contacto humano pero algo dentro de ella lo anhelaba a la misma vez. Imagina tener una necesidad desesperada y a la vez no ser capaz de tolerar lo que la aliviaría.
—Yo me sentía desesperado cuando no podía hablar. Cuando mamá lloraba delante de mí y yo no era capaz de hacerle sentir como me afectaba. —pero definitivamente estaba en sus ojos la pena cuando hablaba de esos momentos. Recordé el primer día que lo vi en aquel prado, incapaz de pronunciar una palabra o demostrar una emoción más allá de un gemido.
Asentí comprensiva y continué mientras seguíamos caminando en vía al café.
—Cuando conoció el sistema que se le aplicaba al ganado vacuno para lidiar con sus brotes de pánico, ella decidió construir lo mismo para ella. Así que el chuto de retención de los vacunos se convirtió en una especie de máquina de abrazos para ella. De hecho, cuando estaba bajo mucho estrés se metía dentro del chuto y se presionaba lo suficiente hasta que el sentimiento de pánico disminuía. Como típica autista, se obsesionó en el diseño de una máquina que permitiera un trato más humano para con los animales y así fue como se nació el “sistema de inmovilización central” que fue ampliamente usado en la ganadería. Más adelante se convirtió en conferencista ¡Y hasta escribió un libro!.
—Y ella estaba enferma como yo. —no era una pregunta.
—Enferma no, ángel. Ella padece de autismo, sin embargo eso no la ha detenido para lograr lo que ha querido, solo se lo ha puesto un poco más difícil. Aunque Temple es grandiosa, hay algo que no puede hacer que tu sí. —su mirada se mostró expectante. —No puede tocar el piano y hacer que se paralice una casa entera solo para escucharle. Un talento que tú desarrollaste prácticamente de oído.
Sonrió tímido y continué.
—Ella dijo una vez algo que me marcó profundamente: “La naturaleza es cruel, pero nosotros no tenemos que formar parte de eso”. Me marcó porque era algo que no solo se aplicaba a lo que ella había ideado, sino a muchos ámbitos. Por ejemplo: la naturaleza fue cruel cuando hizo que personas tan especiales como tú tuviesen que esforzarse el doble o hasta más para lograr lo que se tracen. Sin embargo ustedes los autistas se destacan por tener algún talento oculto a la espera de que alguien se los ayude a desarrollar.
Tenía a un hombre magnífico caminando de mi mano, y aunque mi relato le había parecido sumamente interesante, sabía que me costaría un poco más conseguir que volviese a su estado de ánimo habitual.
Y recordando mis propias palabras fue cuando la idea entró en mi cabeza: La música era la mejor manera de expresión de Edward. Pues esta vez sería también su refugio. Era mi última herramienta disponible y por Dios santo que la iba a utilizar a mi favor.

*.*.*.*.*
¡Hola, mis chicas! Otra actualización más. Y créanme que me costó bastante. ¡Hasta prendida en fiebre estoy! Pero bueno…basta de cosas negativas. Lo importante es que la historia sigue avanzando más y más.
Me encantará leer lo que piensan sobre ciertos cambios que le introduje a este capítulo específicamente.
Un mega beso. Y nos seguimos leyendo.

Marie C. Mateo















viernes, 1 de febrero de 2013

SIN ALTERNATIVAS - Capítulo Décimo Quinto:


Este separador es propiedad de THE MOON'S SECRETS. derechos a Summit Entertamient y The twilight saga: Breaking Dawn Part 1 por el Diseño.
“Heridas Abiertas”

Rachel POV:
El olor de laca de uñas O.P.I embargaba la no muy gran sala de estar de mi ahora casa. Mi casa…sí, dos meses y medio habían pasado desde que me había mudado con Paul luego de la inesperada y dolorosa pérdida que habíamos sufrido. Y digo “sufrimos” porque si bien fui yo la que había abortado espontáneamente a raíz de una caída, mi novio también se había visto afectado; incluso más de lo que creí que podría haberlo afectado toda esa condenada situación. Paul había tenido una infancia acompañado solo de su madre, puesto que su padre; un miembro de la comunidad Makah; había decidido no reconocerlo como su hijo jamás y su progenitora era demasiado orgullosa como para perdonar semejante afrenta. Así que nunca permitió que se encontraran nunca, aunque ninguno de los dos parecía haberse sentido compelido a buscarse entre ellos.
 En honor a la verdad debía admitir que en los planes de nosotros dos no estaba el ser padres, pero sobretodo en los míos. Aún así el haberme enterado que estaba perdiendo una vida que era mitad mía y mitad de la persona a la que más amaba en la vida me puso el mundo patas arriba, porque a pesar de que no sabía un demonio acerca de maternidad sentía como si se me estaba yendo algo precioso y puro entre la sangre que manaba de entre mis piernas y que jamás lo volvería a recuperar. Y así fue, no recuperaría a ese pequeño granito de vida. Ninguno de los dos. Podríamos tener más hijos pero jamás sabríamos como hubiese sido aquel. La duda nos acompañaba desde ese día. Aún así, cosas buenas habían ocurrido: Paul y yo nos habíamos apoyado en la pérdida, nos habíamos mudado juntos y ahora empezábamos esta especie familia Howe prácticamente desde cero. Como toda convivencia, a veces discutíamos por temas que hasta resultaban estúpidos como lo son que él bebiera la leche directamente del cartón en vez de un vaso o que yo utilizara la secadora de cabello justo antes de acostarnos e hiciera que el cuarto se sintiera caluroso por las noches. Pero todas estas disputas tenían un lado positivo: las reconciliaciones. En el momento en que alguno pronunciaba las palabras mágicas “lo siento mucho” se desataba un vendaval sexual que no paraba tras dos o tres satisfactorios orgasmos.
Así que si, podía decir que estaba muy feliz en mi nueva casa. Paul me ayudaba con los quehaceres del hogar, hacía esculturas con madera que serían vendidos por otros lugareños de la reserva en el malecón de la playa y luego repartían las ganancias. Ya que tenía que estar constantemente en alerta con la manada, y además de todo eso le quedaba tiempo para nosotros. Era absurdo decir que me sentía abandonada, cuando sabía que todo lo que hacía tenía una misma finalidad: el bienestar y la felicidad de ambos. Era un cliché sí, pero el más hermoso y perfecto cliché en nuestra historia en plena creación.
Y eso me traía al principio de nuevo, sentada en el sofá de la sala de estar de mi nueva casa, la cual ahora olía a pintura de uñas mientras que mis manos y ahora mis pies pasaban a ser de color rojo cereza. Solo llevaba dos dedos en mis pies cuando Paul entró en la estancia y se me acercó con una sonrisa tierna en sus labios.
No me hartaba de verlo. No podía. Simplemente era imposible que me fastidiara de ver ese cuerpo forrado de firmes músculos que lo hacían ver fuerte e intimidante ante los ojos de los demás, mientras que para mí transmitía una abrumadora sensación de protección. Su cabello negro como la noche y rebelde; sus puntas se negaban a domarse del todo por lo cual lucía como un niño; iba siempre en cortas puntas. Sus largas piernas adornadas con jeans largos que se amoldaban a su fornida forma o con viejos vaqueros recortados a la altura de la rodilla para cuando necesitaba salir de patrulla con la manada. Su pecho iba la mitad del tiempo tapado vilmente con camisetas que se pegaban a su bien trabajado abdomen y la otra mitad con su bíceps al aire exhibiendo en toda su gloria lo que debía ser el cuerpo de un guerrero quilleute. Estaba orgullosa de mi macho. Sí, señor.
—Hola, princesa. —me besó en los labios con delicadeza un momento, engañándome con una serenidad que luego fue reemplazado con un violento saqueo con su lengua que despertó cada una de mis hormonas femeninas.
—Creo que me extrañaste. —le dije contra sus labios, riendo.
—Siempre. —me apresó la nuca y volvió a besarme con ferocidad.
—Grrrr, no quiero que me hagas excitar…más de lo que ya estoy. Me arruinaré las uñas. —le reclamé.
Levantó mis piernas que estaban sobre el pequeño canapé de estilo rattan y las colocó sobre las suyas. Me quitó el pequeño botecito de vidrio que tenia entre mis dedos.
—Yo te las pintaré, princesa. Así harás menos desastre, terminarás más rápido y podremos ir a revisar “la resistencia de la cama”.
—Me gusta ese plan. —solté unas risitas tontas cuando me hizo cosquillas en las plantas de los pies y luego me relajé contra un cojín mientras comenzaba a pintarme cada uña con una destreza que me impresionó, tanto que no pude evitar comentárselo. —No pensé que el barniz de uña fuese algo que manejaras con tal facilidad. ¡En dónde aprendiste? O más importante aún... ¿Con quién?
El muy descarado se rió de manera siniestra y satisfecha.
—Eres tan territorial que pareciera que la loba fueses tú. ¡Ouch! ¡No me pellizques! No tengo la culpa de que saques conclusiones erradas. Además te dañarás las uñas de las manos.
—No me importaría hacerlo ya que luego te tocaría arreglarlas a ti. ¡Y no te desvíes del tema!
Su mirada se bajó a mis dedos que seguían estando absurdamente impolutos mientras que él pintaba cada pequeña uña con sumo cuidado. Su sonrisa se fue apagando hasta que solo fue una especie de mueca triste.
—Cuando mamá enfermó hasta el punto de no poder pararse de la cama, excepto para ir al baño, tuve que aprender a hacer muchas cosas para atendernos a ambos. Ella era muy coqueta, no le gustaba estar desarreglada; así que cada mañana luego de ayudarla a bañarse, la cambiaba de ropa y hasta le peinaba su cabellera… —una lágrima rodó por una de sus mejillas, agrietando mi fortaleza con cada milímetro que descendía. —…Era preciosa. Su cabello era de un castaño oscuro y tan largo como el tuyo. Anne, adoraba que la peinara, tanto que luego me enseñó cómo arreglarle las uñas…- se limpió el rastro de llanto con el antebrazo y siguió con la mirada clavada en mis pies, mientras que una sonrisa nostálgica pendía de sus labios. —Me acostumbré tanto a esos momentos de paz de ambos, que cuando estaba con ella en el hospital de Tacoma me sentía como un claustrofóbico con toda esa gente a nuestro alrededor.
Acaricié su hombro queriendo transmitirle fortaleza, pero dudo que él siquiera lo sintiese puesto que sus facciones cambiaron mostrando una pena absoluta.
—Solo seis meses, Rach. En solo seis meses esa maldita enfermedad me robó a Anne. No hubo radioterapia ni quimioterapia que combatiera a ese jodido cáncer de mama. Le hizo metástasis en la ingle y aunque le practicaron varias intervenciones en ese corto período de tiempo…nada pudo con él. —Paul lloró como si no fuese un hombre de veinte años, sino como lo haría un niño de diez. Lo atraje a mi hombro, a los cuales se aferró y mojó con su llanto. Los temblores lo estremecían por completo. —Recé, Rachel, recé cada condenado día en esas salas desoladoras llena de niños, jóvenes y adultos en los que les practicaban la terapia. Recé porque Anne se salvara, porque en algún momento pudiésemos despedirnos de esas personas con una sonrisa en la cara e insuflándoles esperanza. Pero no…a los cinco meses la desahuciaron y nos enviaron a la casa a esperar lo inevitable. ¿Y sabes algo? Ella estaba feliz de estar en su casa, en su cama, a pesar de que los dolores eran tan brutales que ni la maldita morfina le hacía efecto ya. La última semana fue sin duda la peor de todas. Estaba tan gris… —sorbió por la nariz mientras seguía aferrado a mí y yo acariciando su cabello a la par que no podía evitar llorar con él. Imaginando ese dolor por el cual había pasado solo…absoluta y tortuosamente solo. —…ya no era ella. Esa mujer que yacía lánguida en aquella habitación al final del pasillo, no parecía mi madre. Físicamente estaba sin ese brillo tan característico de ella, sin su cabellera lustrosa y sin aquella coquetería tan de ella. Emocionalmente tampoco parecía a la Anne que conocí durante mi vida, ya no sonreía ni me tomaba de la mano. Al final ese maldito cáncer le había ganado! Y ella lo sabía. En unos días…se quedó dormida y más nunca despertó.
Los gemidos se volvieron horribles. Cada sonido desgarrado lo sentía como si lo estuviese sufriendo en mi propia carne, puesto que sabía; aunque él no me hubiese dicho nada; que la pérdida del bebé le estaba removiendo los fantasmas de la muerte de su madre. Yo la había visto muchísimas veces antes de irme a la universidad en Washington, y siempre había desprendido esa aura de mujer independiente y fuerte. Era desgarrador escuchar como se había ido apagando como una luz por culpa de una terrible enfermedad.
—¿Por qué, Rach? ¿Por qué Anne no fue capaz de curarse como los hacen tantas personas? ¿Por qué ella no pudo ser una de ellas? ¿Por qué los ancestros no pudieron ayudarla? ¿Por qué tuvieron que hacerme perder todo cuanto tenía? Nunca fui tan malo. Nunca…lo fui…
—Shhhh, amor…lo sé. —¿Qué palabras le decías a alguien en esa situación? Cuando perdí a Sarah apenas tenía ocho años. Un accidente de tránsito de arrebató a la que debía ser la mujer que me enseñara todo en la vida, pero las cosas no habían resultado de esa manera. En cambio fue Billy quien tuvo que lidiar con toda la vergüenza del mundo con mi primera menstruación, la primera charla sexual y hasta la primera conversación del “noviecito” en la escuela. Solo había tenido a Billy, quien aunque hizo todo lo que tuvo a su alcance, no fue suficiente. La necesitaba a ella…y con Paul era lo mismo, aunque hubiese tenido dieciocho años cuando su madre murió, él la había necesitado y aún lo seguía haciendo. Quizás su dolor era incluso más profundo que el mío puesto que él había tenido mucho más tiempo para amar a su mamá que yo y también tuvo que verla como se le escapaba de las manos. Mi pobre lobito…Tan fuerte pero tan débil. —¿Nadie estuvo contigo en esos días, amor? —acaricié su cara como si pudiese romperse con el más nimio roce. Negó con la cabeza y no pude evitar sentirme indignada. —¿Nadie te visitó, te acompañó en la ceremonia de la liberación de las cenizas?
Se encogió de hombros.
—Unos cuantos fueron, Billy entre esos. Estuvieron en la ceremonia y luego se despidieron. Uno que otro me visitó, pero prefería que no lo hicieran, no soportaba sus caras de lástima que parecían decirme que no lograría sobrevivir sin ella. En ese momento creía precisamente eso. —recuperó un poco la compostura, se limpió las mejillas con el antebrazo y vio al vacío. Rememorando. —Dos días después de que cumpliese seis meses de muerta Anne, me convertí. Allí mismo en el patio trasero. Era tanta la ira, el dolor, la confusión de no saber qué era lo que pasaba…que después de varios días sintiéndome extraño, terminé explotando y entrando en fase por primera vez. Pasé tres días completos como lobo. Aullando como un desquiciado y corriendo en plena histeria. Sam me encontró pasadas las veinticuatro horas de haberme transformado, pero no pudo sacarme hasta dos días después. Era horrible, princesa. Nunca podrás imaginar cómo era ese dolor de tus músculos mutando mientras que peleas con tu interior intentando volver a ser el de antes. Desde ese momento Sam se convirtió en una especie de hermano mayor para mí ambos sabíamos lo que era estar solo y valernos por nosotros mismos. —de pronto me dirigió una sonrisa que pugnaba por salir detrás de semejantes experiencias devastadoras. —Pero todo esto de ser lobo no ha sido del todo malo, mírate, nos ató de por vida y eso sí que no puedo reprochárselo a los ancestros guerreros.
Tomé su cara entre mis manos y lo besé con ternura, tratando de minimizar su dolor dentro de lo posible.
Was ho, Paul Howe, no tendrás que perder a nadie. Nunca más. Si fui la destinada para acabar con tu soledad y tu ira, cumpliré a cabalidad con mi papel. No porque me lo impusieron los dioses, sino porque te amo más allá de lo verosímil. Havli chuh, mi guerrero. (De ninguna manera) (Soy tuya)
-          Havhli chid, mi princesa. (Soy tuyo)
Y entonces no me pudieron importar menos las uñas, pues mis manos y mis pies estaban desesperados por encontrar el lugar perfecto para anclarse en Paul. Mi bote salvavidas y mi despertar a un mundo místico lleno de magia ancestral.
Adiós sudadera, adiós camisetas, adiós panties y brassier, adiós calzoncillos, adiós franela sin mangas y vaqueros recortados. Adiós cualquier estorbo que se interpusiera entre su cuerpo y el mío para acoplarnos. No solo sexualmente, sino emocionalmente, buscando sanar en los brazos del otro las heridas infligidas por eso que la gente suele llamar destino a lo largo de los años.
—Rachel… —gimió en mi boca mientras acariciaba entre mis labios y sentía mi humedad, esa que solo se derramaba por las caricias de él. Coloqué una de mis manos sobre la suya mientras Paul trazaba círculos sobre mi clítoris.
Jadeé y me retorcí buscando una liberación que sus dedos se negaban a darme con  tortuosa lentitud. Introdujo el índice en mi interior y luego el dedo medio ensanchándome y preparándome para su invasión. Sus yemas se curvearon y tocaron ese punto rugoso que logra que casi cualquier mujer se desarme en los brazos de cualquiera.
Lo atraje de la nuca hasta mis labios y lo devoré hasta que me dolieron las comisuras, su lengua rozaba la mía mientras que la punta de su miembro tanteaba buscando mi entrada, y en cuanto la encontró, en una lenta y apasionada una sola estocada se deslizó en mí.
Ssh havh… —siseé. (Tan bueno)
Me garré a sus hombros y recibí sus embestidas que pasaron de ser tiernas a desesperadas y potentes. Su miembro golpeaba con fuerza en mi interior mientras que mis paredes luchaban por atraparlo entre ellas. Sus manos amasaban mi trasero con tanta fuerza que sabía que a la noche de seguro tendría cardenales en ellos, pero eso no me pudo importar menos en ese momento. Solo existíamos Paul y yo con nuestro placer. Entrando y saliendo por turnos.
Cuando comencé a sentir los espasmos arrollándome, curvé la espalda sobre el cojín donde seguía recostada y grité sin tapujo alguno. Me aferré a su miembro con desespero en busca de disfrutar hasta del más mínimo segundo de ese delicioso orgasmo que él me regalaba. Paul se tensó y me penetró con más fuerza aún haciéndome remontar sensaciones y logrando que los dos estalláramos en un exquisito clímax.
Pasado el placer del momento, sentimos la incomodidad del mueble pequeño y nos fuimos hacia la habitación…bueno, en realidad él me llevó en brazos porque yó me negué a soltarme de su cintura. Nos llevó directo a la ducha y nos colocó bajo la alcachofa de esta cuando el agua caliente comenzó a salir después de unos segundos.
Me mordió el labio inferior con una sonrisa sombría:
—¿Qué me das a cambio de que te enjabone entera? —su mano con la pastilla ya se resbalaba por la curva de mi cintura hacia abajo.
Lo tomé de los glúteos acercándolo explícitamente contra mi entrepierna. Él gruñó y su miembro latió frente a mi vientre indicándome lo “dispuesto” que estaba.
—Un masaje de cuerpo entero antes de ir a dormir.
—¿Con “final feliz”? —sus cejas se enarcaron con diversión y deseo a la vez. Me carcajeé.
—Sí, con final feliz, amor. —lo besé con ternura, tomando su cara entre mis manos para consentirlo con mis caricias, tal como Paul estaba haciendo con mi cuerpo en ese momento.
—¿Rach? —susurró entre besos.
—¿Mmm?
—Gracias. —abrí los ojos y me percaté que él me estaba mirando con una adoración abrumadora. No hizo falta preguntarle el porqué, él respondió antes de que pudiese preguntarle. Lo cual sería necio, puesto que sabía de qué hablaba. —Por llegar a mí y hacer que ganara cuando ya estaba harto de perder.
Tragué grueso al escuchar sus palabras. Palabras que me hacían sentir con una gran responsabilidad a cuestas: debía cuidar ese corazón tantas veces maltratado. Pero lo más inverosímil de la situación era que no me sentía en absoluto obligada, sino bendecida.
Le acaricié un lado de la cara con las yemas.
—La que se despierta cada mañana envuelta en los brazos de un guerrero ancestral que se ha enfrentado a muchas vicisitudes, que me protege cada día y que me ama con mi infinidad de defectos más allá de lo racional; soy yo ¿y tú eres el premiado? Obviamente no te ves con claridad, amor. —rocé sus comisuras con la delicadeza de una mariposa.
Me abrazó con fuerza y suspiró contra mi hombro.
—¿Dios, te amo!
No, no soy Dios pero sí que te puedo enseñar el cielo por unos instantes… —sonreí arrastrando mis uñas por su espalda, haciendo que lo recorrieran escalofríos.
—¡Oh si, por favor!
—Con una condición.
—La que quieras. —ya se estaba colocando mis piernas en su cintura.
—Que luego del baño recojas el desastre de ropa que dejamos en la sala.
—Hecho.
Dicho eso le mordí en el hombro haciéndolo gruñir y reírse complacido.
—Entonces hazme tuya, mi lobo.
Este separador es propiedad de THE MOON'S SECRETS. derechos a Summit Entertamient y The twilight saga: Breaking Dawn Part 1 por el Diseño.
Llegamos a la casa de Sam y Emily, que estaba a cinco minutos en carro desde la nuestra. Paul y yo llevábamos una botella de cerveza sin alcohol y un pie de limón como contribución con ellos que nos habían invitado para una parrillada. Toda la manada estaba allí: Jared con Kim quienes estaban alejados hablando muy cerca y dándose besos de tanto en tanto. Quil jugaba en el suelo con Claire quien le tenía las manos todas pintadas con los marcadores con los que coloreaba su libro que tenía apoyado en el suelo de grama recortada del patio, Brady y Collin; los más jóvenes de la manada; estaban pegados a Sam en las brazas robándole pedazos de la carne que se iba haciendo mientras que este repartía espatulazos a diestra y siniestra…eran una familia. Una loca y extraña familia unida por una leyenda que trascendía mucho más allá de lo que era comprensible para la mente humana. Compartían lo malo y lo bueno, como era en ese momento esa reunión en la que los lobos y sus mujeres estábamos compartiendo un mismo núcleo. En realidad no eran todos, me recordé a mí misma con pesar. Ni Jacob, ni Seth, ni Embry; pues hacía apenas unos días que habían seguido a mi hermano;  ni Leah pertenecían a este grupo ahora. Habían tomado su decisión de alejarse por diferencias que ahora ya habían sido salvadas pero aún así no habían regresado. La que me parecía que tenía los mejores motivos para apartarse era Leah, no podía ni imaginarme lo horrible que debía tener que soportar ver a la persona que amabas estando con otra. Paul me había aseverado en más de una ocasión que Sam lo pasaba casi igual de mal que ella pero no podía estar de acuerdo con él en ese punto, puesto que no era su amigo el que tenía que llegar a casa abatida y sola después de pasar el día al lado del hombre que amabas, tener que soportar sus órdenes sin rechistar y hacer como si él no fuese más que un integrante más de la manada, cuando todos en esta sabían que no era así al verse forzados a compartir sus pensamientos. No…era imposible que Sam pasara por el mismo dolor cuando al regresar por la tarde o por la noche tendría a su mujer esperándole para consagrarse a él y él a ella, como la imprimación lo demandaba.
Paul permanecía a mi lado, como era de esperarse, pero su postura no estaba del todo relajada. Suponía que eso se debía a que era la primera vez que compartiría con la manada y él tenía miedo acerca de algo. Quizá de que alguien sacara el tema de la pérdida del bebé y yo me sintiese mal, no es como si lo hubiese superado del todo pero tampoco era de cristal. No me iba a romper tan fácil, una esposa de un guerrero no podía darse ese lujo. Debíamos sobreponernos lo más pronto por nuestros machos, era lo mínimo que podíamos hacer por ellos. A mi modo de ver las cosas. Así que esa actitud de él me parecía un poco sobreprotectora pero aun así adorable, al fin y al cabo él siempre querría cuidarme de todo y de todos y yo tenía que aprender a lidiar con eso. Por eso le estreché la mano que tenía apretada con la mía y le sonreía con ternura.
—La pasaremos bien, cielo. —le di un corto beso en los labios y me separé cuando la voz de Sam se dejó escuchar.
—Rachel, bienvenida. —me dijo con una sonrisa educada y le tendió el antebrazo a Paul quién se lo estrechó antes de darle una palmada en la espalda. —Hermano, bienvenido. Pasen adelante.
—Gracias, hermano. ¿Y tu Emily en dónde está?
—Está en la cocina preparando la…aquí viene. —apareció por la puerta trasera con un bol transparente que dejaba ver claramente su contenido. Emily traía un enoooooorme tazón con ensalada y que colocaba en un largo mesón que tenía allí varias botellas de cerveza sin alcohol, vasos, algunas cosas para picar y una pila de platos y cubiertos. Pasó por el lado de Collin y Brady y les llamó la atención por según ella “no dejarle nada a sus hermanos”, aunque yo veía una bandeja inmensa con carne y salchichas esperando por ser las próximas en las brasas.
Cuando ella nos vio nos sonrió con educación; tal cual como lo había hecho su prometido; y su cara se deformó un poco por la tirante cicatriz que tenía de un lado de esta. Llegó al lado de Sam y este le besó la marca al tiempo que le estrechaba su cintura contra su cadera.
—¿Cómo están, chicos? Bienvenidos. Los estábamos esperando.
—Hola, Emmy. —dijo Paul, reteniéndome a su lado como lo hacía Sam con ella.
—Hola, muchas gracias por la invitación. Les trajimos más cerveza sin alcohol para su arsenal y un pie de limón para el postre. —le tendimos lo que llevábamos en las manos y el anfitrión tomó todo no sin antes invitarnos a formar parte del grupo.
—Pasen adelante y póngase cómodos. Bueno…a ti no tengo que decírtelo, Paul. Sé que te estás comportando con educación solo porque Rachel está aquí contigo. —le guiño un ojo y salió corriendo antes de que mi novio le acertara en el hombro con el puño en broma. Emily nos guió a la mesa para que nos sirviéramos pero preferimos pasar a saludar a los demás invitados.
Saludamos a Jared, a quién no veía desde hacía un tiempillo y le habíamos interrumpido un beso apasionado con su Kim; esto último con abierto regocijo de Paul. Acordamos quedar una noche para ver películas con ellos, pero Kim y yo nos complotamos para decidir poner alguna película bastante melosa y cursi para tenerlos aburridos. En resumidas cuentas, me pareció una chica muy graciosa y fácil de llevar. Luego saludamos a los más jóvenes presentes, Paul se mofó de Brady por llevar el cabello más largo. Según él cuando se transformara se parecía a un león que se hubiese aplicado un desriz. Collin no abogó por su amigo en cambio se unió a las burlas de Paul y le revolvió el cabello a Brady, a quien en mi opinión personal le quedaba precioso su cabello color castaño chocolate. Luego fue el turno de Quil quien no parecía cansado a pesar de que una enérgica Claire saltaba de aquí para allá con sus marcadores y le tenía los brazos como un mapa de carreteras. Me acerqué a la pequeña y le sonreí a manera juguetona mientras le tendía una mano:
—Oye, Claire ¿crees que me puedes prestar ese marcador? Es que quiero escribir algo.
La nena en vez de darme el marcador me tomó de la mano y men llevó hasta donde estaban los demás desparramados por el jardín.
Atí hay mash. Mida… —levantó unos cuantos y me los dio pero no soltó el que tenía en la manito. —Te osh peshto.
—¡Oh, que amable! La cosa es que…yo quería que me prestaras ese que tienes en la mano ¿no puedes? —le pregunté intentando ayudar a Quil que parecía una madre histérica, preocupado por que la niña se pudiese hacer daño pero que al estar lidiando con su objeto de imprimación se le hacía casi imposible negarle algo. Entendía que había varias maneras en las que la imprimación se llevaba a cabo y que no necesariamente tenía que ser algo sexual. De hecho lo de Claire y Quil no lo era en absoluto, él era como un hermano mayor para ella. En los próximos catorce o quince años probablemente la historia daría un gran vuelco.  Le sonreí a la pequeñita y le hice un patético intento de puchero. —¿Puedes prestármelo, Claire?
No. —dijo con naturalidad.
—¿Por qué?
Podque teno que pintad a mi Quil. —puso los ojos en blanco como si la cosa fuese obvia para todo el mundo.
Me carcajeé y me acerqué a Paul quien veía la situación con un brillo extraño en la mirada pero que cambió en cuanto su mirada se encontró con la mía. Me sonrió y me tomó de la cintura pegándome mucho a él. Dejé pasarlo por ese momento. Vi a Quil y me mofé de él:
—Lo siento mucho. Hice lo que estuvo en mis manos, así que es toda tuya.
El chico suspiró como si estuviese al límite de sus fuerzas:
—Muchas gracias, Rachel. Eres muy ama… ¡Claire, ya te dije que no corras con el marcador destapado! —se excusó mientras se levantaba como si tuviese un muelle en el trasero y salió detrás de la pequeña.
Comimos…Bueno, las mujeres comimos, los hombres en cambio “devoraron” la carne a la parrilla, la exquisita ensalada silvestre, unas divinas patatas asadas en el horno y finalmente el gran pie que llevamos además de una tarta de calabaza espectacular que Emily había preparado. Insistí en lavar los trastes pero de eso se quisieron encargar los machos y nosotras no nos esforzamos demasiado en hacerles cambiar de opinión. De hecho huimos antes de darles oportunidad a retractarse.
Así que allí estábamos Emily con su sobrina Claire en brazos, Kim y yo, sentada en el patio trasero. La pequeña estaba a punto de caerse desmayada de sueño después de tanto correr y comer, sus ojitos luchaban por permanecer abiertos pero su boquita formaba demasiadas O como para creer que le quedaba más energía.
—Me asusta que después de una patrulla Jared no llegue. —dijo Kim estremeciéndose al imaginarse esa situación. Todas allí comprendimos ese sentimiento porque era algo que en algún momento o en varios se nos había cruzado por la cabeza.
—Aunque es natural preocuparnos por ellos, debemos confiar en sus cualidades y habilidades. No son unos simples lobos, recordemos que son unos guerreros dotados con fuerza, velocidad e inteligencia. Ellos saben lo que hacen muy bien. Tenemos que transmitirles nuestra confianza. —respondió una muy sabia Emily. Ella de todas era la que más tiempo tenía de imprimada y conocía la dinámica de ser una “chica lobo”.
Yo solo respiraba profundo tratando de imaginarme sin Paul. ¿Cómo podía sobrevivir sin él, cuando este se había convertido en el centro mismo de mi universo? ¿Moriría con él la imprimación? Pero si esta moría dudaba que el amor lo hiciese. No, no podía imaginarme un escenario así. Era simplemente horrible. ¿Yo sin Paul? Imposible. Si los ancestros nos habían emparejado, era por algo.
Íbamos a estar juntos para siempre. Punto.
De pronto los hombres salieron con un alboroto por la puerta trasera. Estaban empujando a Paul hacia mí y este luchaba para resistirse a las bromas de sus hermanos. No entendía absolutamente nada.
Él se veía tenso de nuevo y cuando finalmente llegó hasta mí se acomodó su franela de manga corta gris oscura que se apretaba a sus músculos y se limpió sus manos en los vaqueros negros. Su mirada rabiosa se desvió de nuevo hasta los chicos que volvían a bromear y reírse a carcajada limpia.
—¿Pueden callarse? La cosa no es para reírse. Es más…lárguense de aquí que la cosa no es con ustedes. Este es un asunto serio.
—Ohhhh no. Eso no fue lo que dijiste en la cocina. —se mofó Quil ahora con los brazos cruzados al pecho y con cara de abierta malicia.
Sam intercedió con su innegable voz autoritaria:
—Ya basta, chicos. Dejemos que Paul diga lo que tiene que decir, ya luego habrá tiempo para que estén molestando. —y todos se callaron de inmediato pero sin duda alguna estaba conteniendo la risa. Aún así acataron la orden del alfa y ninguno volvió a hablar.
Me removí inquieta en la silla y miré a Paul, quién le dio la vuelta a mi puesto y se puso entre mis piernas y luego se bajó hasta posar ambas rodillas en la tierra, se metió la mano en el pantalón y sacó una bolsa rústica tejida y me la extendió con nerviosismo. Yo estaba temblando y también comenzaba a hiperventilar. No podía ser…no delante de sus hermanos…Los ojos me picaban.
Sacó un precioso anillo de oro reluciente con un hermoso zafiro de color azul y este estaba rodeado de pequeños brillantitos que hacían que el anillo se viera espectacular. Era viejo sin duda alguna, su diseño así me lo decía, pero estaba tan precioso y brillante que parecía como si nadie lo hubiese utilizado antes.
—Rachel Marie Black, aquí delante de mis hermanos y delante de sus mujeres. Delante de la única familia que he tenido desde Anne hasta que te encontré, te pregunto: ¿Te gustaría formar una nueva familia? ¿Convertirte en mi esposa? No te prometo que todo será fácil ni que seré perfecto, pero te prometo…no, te juro que todo lo malo que hay en mí luchará con todas sus fuerzas para merecer el honor de poder llamarte esposa. Dame esa oportunidad, princesa. Permíteme llamarte oficialmente mi mujer delante de mis hermanos y la reserva entera. ¿Lo deseas?
Jadeé quedándome sin aliento. Allí, en medio de un sencillo jardín, en una parrillada y con todos vestidos en vaqueros y franela había recibido la propuesta con la sueña toda mujer desde niña. No venía de un príncipe azul con armadura y corcel blanco, pero sí que venía de alguien fantástico y luchador. Alguien que había sorteado y se había levantado de los golpes que le había propinado el destino y también nuestros ancestros. A pesar de que él me había hablado de sus hermanos y sus mujeres me sentía incapaz de apartar mis ojos de él para ver si se estaban riendo de nosotros. Solo existíamos en ese momento  nosotros dos.
Extendí la mano hacia él, ya sin poder contener las lágrimas y asentí:
—Acepto el honor y el placer de convertirme en tu esposa delante de tus hermanos, sus mujeres y de la reserva entera, Paul. Si… —la voz se me estranguló cuando él deslizó el anillo en mi dedo anular. Me quedó un poco flojo pero no se me salía del dedo así que no me importó en lo absoluto. Él me podía haber dado un anillo salido de uno de los huevos Kinder, y mi emoción hubiese sido la misma.
Me abrazó y me atrajo contra su pecho para besarnos, nos colocó en pie y estalló el pandemoniun de gritos y silbidos en el patio. Después de un beso cargado de emoción por parte de ambos, Paul se alejó un poco y me vio a la cara mientras las bromas seguían a nuestras espaldas:
—¿En serio aceptas?
—Claro que sí. Me muero por ser llamada la “Señora Howe” de ahora en adelante. —le abracé con fuerza y entonces, por encima del hombro divisé a Jake que estaba parado detrás de Billy. El primero sonreía satisfecho, el segundo se mordía los labios tratando de tragarse las lágrimas que brillaban en sus ojos.
—Por cierto… —Paul me dijo al oído. —El anillo le perteneció a Sarah Black. Fue la condición de Billy para concederme tu mano. Y ya que él está aquí te doy esto… —volvió a meter la mano en el saquito y sacó un brazalete que tenía entretejido los colores aguamarina y marrón. Temblé de emoción nuevamente al reconocer eso… —Ya lo pedí al estilo habitual y ahora toca al estilo quilleute. ¿Te desposarás con este humilde guerrero kwoh lay or? (quilleute)
Fingí que lo pensaba con detenimiento.
Wqli rzcha. Déjame pensarlo. —me pellizcó suavemente el brazo riendo maligno. —¡Ouch! —me puse seria de nuevo y le respondí: —Fqfi te acepto, Paul. (No sé) (Aquí y ahora).
Volvimos a besarnos pero esta vez sin tanta efusiva más aún así se escapó uno que otro silbido.
Miré primero mi muñeca y finalmente me detuve en mi dedo y temblé al entender que de ahora en adelante, mi madre estaría conmigo de una manera tangible, haciéndome sentirme agradecida por la vida que tenía y por las personas que había en ella.
Una lágrima me rodó por un costado mientras veía mi hermano y a mi papá que se acercaban lentamente hasta nosotros.
—Lamentamos la tardanza… —dijo Jacob con desparpajo. Le estrechó el antebrazo a mi ahora prometido y este le respondió con una sonrisa complacida. Difícil era creer que hacía solo un par de meses no podían ni verse por cosas…de manadas y aquelarres. —Pero definitivamente no nos perdimos la atracción principal, que era ver a Paul suplicando de rodillas… —se carcajeó y Paul lo soltó para darle un puñetazo amistoso en el hombro. Me miró antes de darme un abrazo. —No sé si felicitarte o darte mi sentido pésame por quedarte con semejante ser tan borde. ¡Hey, Rach, no me golpees!
—Jacob, deja de ser tan pesado con tu hermana. —luego me miró a mí y sus ojos brillaron emocionados. —Felicitaciones, mi niña. Espero que seas muy feliz al lado de Paul. Él es un buen chico y sabrá protegerte de todo. Cuida  tú de su corazón que es lo más valioso que un guerrero puede encomendarle a su mujer.
Su mano estrechaba fuerte la mía más no me quejé en ningún momento. Estaba demasiado emocionada como para quejarme. Lo abracé con fuerza y deposité un sonoro beso en su mejilla ahora empapada de lágrimas.
—Gracias, papá. —le dije a falta de algo menos empalagoso de lo que tenía en mi cerebro en ese momento.
Los cuatro hablamos durante largo rato y luego se nos unió Sam quién participó en la conversación como si las manadas nunca se hubiesen roto. Sabía que los lazos entre él y mi hermano se habían estrechado tras eso pero fue allí cuando entendí que la hermandad de los lobos en realidad nunca se rompía.


Este separador es propiedad de THE MOON'S SECRETS. derechos a Summit Entertamient y The twilight saga: Breaking Dawn Part 1 por el Diseño.

Mil disculpas por ser tan descuidada con este fic…y mi más sincero agradecimiento para quienes a pesar del tiempo que pasa…aún continuán dándole una oportunidad.



         
Marie K. Matthew