martes, 8 de octubre de 2013

CORAZÓN DE CRISTAL - Capítulo Vigésimo Sexto:



Este separador es propiedad de THE MOON'S SECRETS. derechos a Summit Entertamient y The twilight saga: Breaking Dawn Part 1 por el Diseño.

Capítulo XXVI
“Cambio de curso”

Bella POV:

Las salas de espera de los hospitales suelen ser lugares diseñados normalmente para transmitir calma a las personas que estuviesen en ellas. Lástima que casi nunca cumpliesen con su cometido.
Como en aquel momento, cuando el ambiente estaba a rebosar de tensión: ninguno sabíamos nada más allá de que Rosalie estuviese sangrando o que los Cullen estaban de camino. Jasper no dejaba de caminar de un lado al otro sin decir una palabra tan siquiera de frustración. Alice permanecía sentada cerca de donde él caminaba pero esperaba paciente a que este rompiera el silencio. Fui incapaz de hacer otra cosa que no fuese emularla, pero desde una ubicación más lejana a ese par por si requerían algo de intimidad.
Emmett irrumpió en el sitio con el rostro ceniciento del susto y una mirada casi maníaca de la preocupación.
—¿Dónde está? —preguntó sin muchas ganas de detenerse.
—La están examinando. No puedes pasar. —gruñó Jasper.
Ni Alice ni yo necesitamos ponernos de acuerdo para, de una manera muy disimulada ponernos en pie para evitar cualquier enfrentamiento que comenzara a volverse físico de un momento a otro.
Emmett se giró hacia él.
—¿Por qué? —preguntó alarmado. Parecía estar demasiado aturdido como para darse por enterado de la beligerancia del hermano de Rose.
—El médico lo quiso así. —tercié.
La llegada de un niño podía ser recibida de muchísimas maneras: algunas repletas de alegría y otras no tanto. Sabía que la noticia de la existencia de este bebé, la cual ahora parecía peligrar, no había sido precisamente celebrada de entrada.
El mismo Emmett me lo había comentado, pero aún así su expresión me hacía entender que en algún punto aquello cambió drásticamente. Y en lo más personal, comenzaba a creer que no solo habían sentimientos por el nonato en ese enorme pecho, si no por la madre también. Solo había que fijarse en como la observaba a escondidas cuando acudía a su casa para impartirle a Edward sus lecciones de piano, o como se ocupaba de que no le faltara nada cuando él se encontraba cerca. Además, cuando se trataba de Rose, un brillo extraño se colaba en su mirada. Algo que en definitiva no había percibido cuando Emmett juraba sentir cosas por mí. En secreto eso me tranquilizaba mucho.
El teléfono de Jasper llamó la atención de casi todos, menos de Emmett, al repiquetear.
—Dime, mamá…—Exhaló sin mucha paciencia. —No, aún no sabemos nada. No  vengan, por favor. Prefiero que se queden allí con Charlotte hasta que pueda salir de aquí. No me gustaría que estuviese ella aquí dados los acontecimientos.
Y mientras que la conversación continuaba, el resto de los Cullen se fueron dejando caer en el hospital. Esme se notaba muy preocupada. Edward en cambio se acercó hasta donde me encontraba con una cara de póker, le besé como saludo y dejé que tomara mi mano entre la suya.
—¿Rosalie está mal? —preguntó un poco tenso.
—No lo sabemos, ángel. Aún el médico no nos ha dado información. Puede que no sea nada como puede que sea algo muy grave. Solo nos resta esperar por lo primero.
—¿Qué sería lo más grave que podría pasar?
—Perder al bebé e incluso tener una hemorragia interna y ella… —Me negué a continuar enumerando “los posibles” por temor a conjurar a alguno de estos. Además temía que Emmett alcanzara a escuchar algo de esta conversación y terminara de perder la poca compostura que parecía quedarle.
Carlisle, como cosa habitual, hacía acopio de toda su entereza para mantener la calma en una sala de estar fría e impersonal que permanecía parcialmente llena de individuos nerviosos y un ambiente tan tenso que casi podía tocarse.
Una enfermera vestida de verde agua y con una tablilla de metal atravesó las puertas.
—¿Los familiares de Rosalie Hale? —Emmett y Jasper corrieron hasta ella prácticamente. Carlisle se acercó a su esposa para escuchar y yo apreté la mano de Edward esperando lo que pudieran decirnos.
—¿Ella está bien? —preguntó azorado Jasper.
—No estoy autorizada para darles mayores detalles, pero está fuera de peligro —contestó la amable mujer—. Ya luego el doctor les explicará mejor la clínica de la paciente.
—¿El bebé como está? —inquirió Emmett contradiciendo lo que esta le acababa de indicar.
Ella suspiró comprensiva y le dirigió una sonrisa tranquilizante.
—El bebé sigue allí. No se preocupe ¿Usted es el papá? —Él asintió  —Venga conmigo.
La expresión de exasperación de Jasper no nos pasó desapercibida a ninguno. De hecho, Carlisle se le acercó por la espalda y le colocó una mano en el hombro tratando de llamarlo a la calma.
—¡Pero yo soy su hermano! —replicó él.
—Lo siento, señor. —se disculpó la chica pequeña y morena. —Pero se me ordenó buscar a la pareja de la paciente…
—¡Él no lo es!
—Jasper, por favor. —intercedió Carlisle con toda su flema diplomática— Tranquilízate, hijo.
La chica se excusó para luego adentrarse con Emmett tras ella. En defensa de Jasper he de reconocer que se notaba a leguas que peleaba con su genio una feroz batalla. No era fácil contener a un abogado. No cuando demandaba lo que creía su derecho. Carlisle lo llevó hasta una esquina en la que hablaron en un tono tan bajo que no pudimos escucharle. Alice se le acercó tras un par de minutos de conversación y me di cuenta que intentaba calmarlo también.
—¿Por qué Jasper está tan alterado? —musitó Edward con la mirada fija en su amigo.
—Está preocupado. Tiene a su hermana y a su sobrino del otro lado de estas puertas y no se le permite entrar. También está molesto.
—Pero la señorita ya le explicó por qué no podía pasar. —añadió como si le pareciera inconcebible el hecho de desobedecer una instrucción dada.
Le miré a esos ojos preciosos que tanto me fascinaban.
—Imagina que fuese yo la que estuviese allá atrás… —Utilicé a mi persona en vez de a su hermano por meros tecnicismo de afinidad.
—Pero tú no eres mi hermana…
—Por supuesto que no.
—Así que no es lo mismo.
—Ángel, deja que me termine de explicar. Imagina que soy yo la que estoy tras aquellas puertas, sangrando a principios de un proceso de gestación y no te dejan entrar para asegurarte de que me encuentro bien ¿Cómo te haría sentir eso?.
Sus ojos se fueron llenando de comprensión a medida que el silencio se extendía.
—¿Ves? —le dije. —No es fácil estar en el lugar de Jaz. Es su única hermana.
Asintió.
—Si Emmett se enfermara yo también me preocuparía. —admitió con seriedad.
Sonreí para mis adentros. Él era demasiado inteligente para su propio bien.
—Lo sé.
Y a partir de allí estuvo contándome sobre lo que él y Emmett hablaban en sus antiguos trotes matutinos sobre la protección entre hermanos.
Aproximadamente veinte minutos después, salió la misma enfermera informando que podíamos dirigirnos al sexto piso. Rosalie estaba en la habitación seiscientos treinta y cinco. Me pareció prudente esperar fuera de esta a que algunos de los presentes se tranquilizaran.
Como era de esperar Jasper entró sin perder el tiempo, Carlisle lo hizo detrás de él en caso de que tuviese que intervenir de nuevo, aunque yo lo veía bastante calmado en comparación a como había estado en la sala de emergencias. Esme, Alice y Edward parecieron pensar lo mismo. O al menos esperaron a que les autorizaran a entrar.
—¡Qué nervios! —exclamó Esme cuando pasados unos minutos aún no sabíamos que pasaba dentro. Solo escuchábamos susurros pero no alcanzamos a distinguir nada que pudiese darnos pistas.
—Tranquila, mamá. Recuerda que la enfermera dijo que Rose se encontraba fuera de peligro. Y el bebé también. —intercedió Edward tomando las palabras de la enfermera como una verdad absoluta.
Por primera vez era este quien llamaba a la calma. Si alguna vez había visto un parecido entre su padre y él, no fue ni la mitad de lo que lo presencié en ese momento. Su talante y su razón se imponía en una situación en la todos nos veíamos afectados.
—Lo sé, cielo. Supongo que debo de sosegarme un poco. —agregó ella con dulzura y paciencia.
—Sí, debes hacerlo.
Alice volteó a mirarme y yo le dirigí una expresión que mostraba lo acostumbrada que estaba a su brutal sinceridad. No había motivo para extrañarse.
Carlisle fue quien acompañó al doctor; quien por cierto era un hombre de facciones afroamericanas y que elevaba el adjetivo “alto” a otro nivel. El médico nos saludó con cortesía antes de prestarle atención a una llamada telefónica mientras que miraba su reloj. Luego se retiró antes de dirigirnos una escueta despedida.
—¿Qué les dijo?—supuse que tranquilizarse era más fácil de decir que de poner en práctica. La pobre Esme no podía dejar sus manos quietas mientras acribillaba a su esposo a preguntas. —¿Cómo están? ¿Jasper sigue molesto? ¿Y Emmett?
Por un momento una sonrisa joven se apoderó de los labios de Carlisle y la dulzura invadió una mirada que iba solo dirigida a su esposa. Tal como la caricia delicada que le prodigaba en su mejilla derecha con el dorso de su mano.
—Tranquila, querida. Todo está bien. Por lo visto, este bebé está dando señales de ser  tan revoltoso como su padre. El sangrado de Rosalie no se debe a nada preocupante.
—Entonces ¿A qué? —intervino Alice.
El patriarca de los Cullen se acercó más hacia nosotros trayendo consigo a su esposa del hombro. Como arropándola con su brazo.
—No puedo hablarles con los mismos tecnicismos médicos con los cuales me lo dijeron a mí, pero en resumidas cuentas hay mujeres que presentan cierto sangrado como si fuese una especie de menstruación, lo cual hace que muchas no se percaten de su embarazo hasta pasado varios meses. Van a dejarla hasta mañana solo para monitorearle por precaución. Pero por el momento, no parece haber peligro alguno ni para ella ni para el feto.
Me di cuenta de que todos respiramos un poco más aliviados. Excepto Edward que seguía escuchando a su padre con atención. Esme quiso entrar a la habitación y pasó con él. Alice y yo esperamos fuera a que alguien saliera para poder accesar. No era prudente que estuviesen demasiadas personas en una habitación. Al menos así nos lo había advertido una de las enfermeras.
—¿Podrías venir conmigo? —le pidió un Jasper visiblemente cansado a Alice. Ella asintió. —Charlotte se lo está poniendo difícil a mis padres esta noche. Está muy inquieta.
—Vamos. —dijo ella al mismo tiempo que se cerraba un poco la cremallera de la chaqueta. Jaz me sonrió con cortesía y se despidió de mí con la mano, Alice en cambio se acercó un momento hacia donde estaba sentada. —¿Necesitarás algo?
Ella tan solícita como siempre.
—No, Al. No creo que dure demasiado aquí si ya sabemos que Rosalie está bien. De un momento a otro pedirán que nos retiremos para que ella pueda descansar. De todas maneras, gracias.
Fue hasta entonces que se retiró satisfecha. Jasper insistió en traerme un café, pero rechacé la oferta enternecida por su gesto. Ambos se complementaban, tenían una calidez humana impresionante. Excepto en el caso de Jaz cuando se trataba de Emmett.
Me envolví más entre mi grueso abrigo y soplé entre mis manos despotricando en mi fuero interno sobre el clima de Forks.
 <<¿Por qué tenía que ser tan inclemente?>>
No sé cuánto tiempo permanecí con la cabeza recostada a la pared hasta que el sonido de la puerta llamó de nuevo mi atención. Fue entonces que caí en cuenta de lo cansada que me encontraba.
<<Quizá si debí aceptar aquel café>>
 Abrí los ojos y me encontré con un Emmett mucho más calmado de lo que había visto abajo. Incluso, me sonrió un tanto avergonzado por despertarme.
—¿Estás muy agotada?
Negué con la cabeza y me levanté para terminar de despabilarme.
—Carlisle dijo que la dejarán acá toda la noche.
Se encogió de hombros.  
—Por mera cuestión de chequeo. Le colocaron un medicamento para disminuir el sangrado y ahora solo le resta descansar. —Cerró sus ojos y respiró profundo. Quizá sería el primer momento en el que podía asimilar que no iba a pasar nada malo allí. —No sabes el susto que pasé, Bella. Pensé tantas cosas de camino hacia acá. Todas malas.
—Suele pasar. A las personas nos mencionan la palabra hospital y nos volvemos fatalistas de una vez.
—Cierto. Apenas ahora puedo respirar con tranquilidad. Cuando llegué sentía que el oxígeno no me llegaba a ningún lado.
Le di un empujoncito con el hombro para infundirle ánimo.
—Hay embarazos plagados de sustos, Em. Hay otros en cambios que pasan con mucha normalidad. En mi opinión personal, ese bebé es todo un Cullen: lo persigue el drama.
Emmett se me quedó viendo y estalló en risas por primera vez en un buen rato.
—Sí, definitivamente es todo un Cullen.
No llevaba el saco del traje que traía al llegar ni la corbata tampoco. Los puños de su camisa se encontraban doblados casi hasta la altura de los codos, y tres botones estaban abiertos hasta mostrar un pequeño indicio de la piel de su pecho.
Tras un par de comentarios sin mayor importancia, me dio un corto abrazo y luego se largó de allí también. Debía de buscar algunos artículos personales en casa de Rosalie para ella. Pero no se fue antes de invitarme a pasar.
Giré el pomo de la puerta y me asomé poco a poco para ver si el momento era el indicado, y como no vi nada fuera de lo común, lo hice. Rosalie giró su cabeza hacia mí y me dirigió una mirada levemente apenada.
—Hola, Bella. Siento mucho este susto.
—No te preocupes, Rose ¿Cómo te sientes? —pregunté cerrando la puerta tras de mí.
—Ahora bien. Pero la verdad es que me asusté mucho. Toma asiento, por favor. —me indicó hacia una silla que estaba a un costado de su cama, que de hecho quedaba en frente de donde estaba Esme.
Edward permanecía un poco más lejos con su padre; quién le estaba hablando pero él me miraba a mí. Estuve tentada a hacerle un gesto disimulado para que le prestara atención a la persona que tenía a su lado, pero decidí no arriesgarme a que su reacción lo dejara aún más en evidencia de lo que ya su postura lo hacía.
—Le contaba a Rosalie que mis dos embarazos fueron completamente diferentes. Cada uno parecido a las personalidades de mis hijos. —comentó la matriarca Cullen. —Con Emmett las náuseas matutinas fueron terribles. Se supone que ese proceso cesa en el primer trimestre pero a mí me duró casi hasta la segunda.
—¿Y cómo lo soportaste? —le preguntó Rosalie.
Esme arrugó un poco la nariz, como rememorando aquella época en su paladar. El gesto le confirió un aire tanto soñador como juvenil. No me sorprendía en lo absoluto que su esposo hubiese caído a los pies de esa mujer y nunca más se hubiese levantado. No solo tenía una manera de ser muy simpática, sino que además era hermosa.
—Con mucho hielo y galletas saladas. Si vieran lo delgada que me puse. Carlisle estaba asustado. Ni siquiera tenía grande el vientre. Pero eso sí, cuando esos meses terminaron y el séptimo llegó, comencé a comer todo lo que antes no soportaba y hasta más. Me puse enorme.
—Y el de Edward ¿Cómo fue? —le pregunté realmente interesada en saber sobre ese tema en específico.
A ella se le dulcificaron los rasgos.
—Con Edward todo fue muy tranquilo. Los primeros meses tuve algunas  molestias pero no fueron ni de cerca tan malas como con su hermano. Esa vez no pasé de ser un hueso a una bola en tiempo violento. Mi embarazo fue más típico y su padre estuvo más calmado. No parecía un desquiciado corriendo de su trabajo a la casa y de la casa al trabajo. —El repentino silencio tenso expresó lo que ella no se atrevió a decir: que los problemas con Edward habían venido después.
Podían juntar las manos de tres docenas de personas y me quedaba corta cuando recordaba las veces en que insistía en que no se debe de ver el autismo como una enfermedad, sino más bien como una condición. Pero indiscutiblemente representa un gran desafío tanto para las personas que lo tienen, como para sus familiares. Dificultades que podían ser motoras, agravadas con algún retraso, intolerancias alimenticias, de aprendizaje o incluso todas. Así que era imposible no sentir empatía con ella, sobre todo cuando veías en sus ojos el dolor que le producían aquellos recuerdos.
No quise que el ambiente se tensara así que decidí lanzar una broma tonta para aligerar la cosa:
—Y me imagino que comiste todo el chocolate que estaba en la ciudad. Yo lo haría. —Me encogí de hombros. Ella sonrió un poco y nos desviamos de ese tema tan delicado.
Así estuvimos un rato más: Esme hablándonos acerca de las experiencias vividas en sus períodos de embarazo. Lo lindo, lo feo y hasta lo raro. Rosalie por su lado le hacía cualquier cantidad de preguntas. Por lo que escuché, aún estaba en la etapa de los vómitos matutinos, de allí que pareciera un poco más delgada, pero solo hasta ahí llegaba la evidencia física de sentirse mal. Esa mujer era ridículamente bien parecida. Y yo, me limité a escuchar cualquier cantidad de teorías acerca de las “barrigas ajenas”.
No deseaba esa suerte, pero me era difícil no echar una mirada de vez en cuando hacia Edward y cuestionarme sobre la posibilidad de traer a “otro ángel” al mundo. Me preguntaba si lo aceptaría, si tendría la paciencia necesaria para lidiar con berrinches que no fueran los suyos cuando el niño intentara imponer su voluntad. Eso, entre decenas de interrogantes pululaban por mi mente haciéndome sentir un poco ansiosa, pues no podía predecir a con exactitud la respuesta a estas. Mentiría si dijese que no había contemplado esa posibilidad en más de una ocasión. Pero siempre terminaba con más dudas que certezas. Dudas que no podrían ser aclaradas ni siquiera aunque las vocalizara, puesto que Edward necesitaba vivir las cosas para saber cómo enfrentarlas.  
Si al saber sobre la existencia de su sobrino se había visto afectado ¿Cómo sería si se enterase de que sería padre? Podía ser una profesional en mi área. Acostumbrada a lidiar con muchas situaciones contrarias en el campo del autismo, pero dudaba que poseyera la capacidad para hacer frente a semejante temor.
Sabía por descontado que él no poseía ese chip machista de salir corriendo para no enfrentar sus responsabilidades. Pero ¿Qué pasaría si la paternidad lo agobiaba demasiado?
Y uno de mis más grandes miedos: Si el bebé desarrollara autismo ¿Edward se sentiría culpable de ello? ¿Se volvería a su introspección si fuese ese el caso?
Era mejor dejar de pensar. Solo un drama a la vez, por favor.


*.*.*.*.*
Jasper no había regresado, Carlisle se había llevado a Esme a su casa a descansar, pero en cambio Edward, se había negado en redondo a dejarme allí. Así que me comprometí a llevarle luego a la suya. Pero poco después de que sus padres se fueran, él se quedó rendido en el sofá de tal manera, que ni siquiera se dio cuenta de que le arropé con la chaqueta que había dejado tirada su hermano, el cual tampoco había regresado aún.
Luego de eso, aproveché ese breve instante de paz para acercarme a Rosalie.
—Deberías dormir tú también un poco. —le insistí.
Ella negó con la cabeza.
—Aun siento la descarga de adrenalina del susto recorriéndome el cuerpo. No podría pegar un párpado ahora ni aunque lo intentara.
—Lo comprendo.
El ambiente entre ambas no siempre había sido el mejor pero tampoco fue demasiado tirante. Hasta ese momento…
—¿Puedo ser honesta contigo, Bella? —¡Rayos! Sentí una opresión en el pecho. Como cuando alguien tiene la sensación de que lo van a rechazar. O quién sabe, quizá solo sería la inseguridad.  
—Por supuesto. Dime.
—Toda esta situación entre Edward, Emmett, tú y yo ha sido difícil de procesar para mí. No, no…déjame terminar, por favor. Tuve mis dudas más de una vez acerca de ti. Incluso cuando Emmett se me acercaba para desahogarse, juraba que tú nunca le habías dado alas, pero lo dudé. Nunca tuviste un mal gesto para conmigo, así que no podía tratarte mal. —se notaba que confesar todo eso la incomodaba, y a pesar de ello la estoica mujer continuó: —Pero…estos últimos meses han sido para mí un golpe de realidad en muchos sentidos; y uno te incluye a ti. He tenido mucho tiempo para pensar y hasta observarte, pero me di cuenta que hay intangible que los une a Edward y a ti. —Una de sus manos quiso acercarse a una de las mías, pero quizá se sintió tímida al respecto, y la alejó con disimulo —Tienes una manera de mirarle que no compartes con nadie. Y me consta que estimas e inclusive quieres a los Cullen, y a Alice. Pero a Edward…no lo sé. Quizá este embarazo me tiene cursi y sentimental, pero me parece que su sola presencia incide hasta en tu postura. Te yergues protectora a su lado y cuando lo miras, lo haces con una devoción muy grande.
—Yo…no estoy segura de comprender lo que tratas de decirme con todas estas cosas, Rosalie. —balbuceé penosamente.
Levantó la barbilla logrando verse muy firme en lo que iba a decirme.
—Quiero disculparme contigo. Porque verte aquí, velando por mí como si fuese otro miembro más de la familia, me recuerda que he sido injusta. Puede que tú no te hayas dado cuenta de eso, pero aun así quería decírtelo. —Ese rubor en sus mejillas me hizo comprender que la pose de suficiencia era solo una armadura que le había dado el tiempo a Rose como defensa.
Le sonreí con ternura y dije:
—Rose, hablas de todo esto como si te hubieses mantenido en las sombras todo este  tiempo, tramando alguna especie de plan en mi contra  ¿Qué tuviste tus reservas conmigo? Yo en tu lugar también las habría tenido. —Entonces sí que me aventuré a darle un apretón en su mano. A ella se le escapó una tímida sonrisa. —Yo misma me aterrorizo nada más de pensar en Edward compartiendo con otras personas en la fundación. Le amo tanto que me estremezco solo de pensar en si eso que siente por mí ahora, pueda cambiar por otra mujer. Así que entiendo que toda esta situación te hubiese puesto un poco aprehensiva. Sin embargo no acepto tus disculpas… —Se tensó pero continué antes de que pudiese sacar una conclusión errada. Si algo había aprendido en esta vida, era que con las hormonas de las mujeres en estado era mejor no meterse. —No. No puedo aceptarlas de la mujer que ha incidido de una manera tan positiva en el hombre que amo. Le has ayudado a desarrollar disciplina y dedicación para con algo que a él le gusta. Incluso con toda esta situación has influido en él, de una manera increíble. Ha crecido un poco más gracias a ti. El que ha hecho algo por él, ha hecho mucho por mí. Así lo veo yo. —Luego cambié mi tono de voz y mi postura a uno de complicidad. —¿Sabes? Si hablamos de miradas y comportamientos alterados, tengo que decirte que yo nunca vi que Emmett perdiera tanto los estribos como esta noche. Estaba frenético.
—Pobre…
—¡No, pobre no, Rose! ¿Acaso no lo ves? Como hombre al fin, tuvo sus momentos de caprichos, pero es contigo con quien lleva una relación real. Puede que hasta ahora pareciera que solo se haya centrado en el bebé, pero es que no creo que un hombre como Emmett Cullen pueda sentirse cómodo hablando de lo que siente. Mucho menos después de todo lo que ha pasado por aquí. —Le guiñé un ojo. —Tenle paciencia.
—¿Tú crees?
—¿Dónde firmo mi apuesta de que ese hombre estará arrastrándose por ti dentro de poco? Si es que no se puede considerar que ya lo esté, dado el hecho de que salga como loco a buscarte cosas en medio de la madrugada para que te sientas más cómoda acá. A pesar de que mañana te darán de alta.
—A veces me da miedo de que solo actúe así por el bebé. —admitió en un breve instante de debilidad.
—Ahí es donde viene la parte de la confianza, Rosalie. Debemos decidir si nos arriesgamos a amar sin reservas o vivir sin sentir por miedo.
Pareció sospesar mis palabras durante un momento, luego asintió pareciendo conforme.
—Gracias, Bella. No sé mucho sobre tener amigas; de hecho todos los que tengo son hombres. Los músicos que he conocido a lo largo de los años, pero esto se me asemeja bastante.
Le di una palmada en la mano.
—¡Oye! Claro que puedo ser tu amiga. Y no creo que Alice se niegue a serlo. Solo debes abrirte un poquito a las personas para que dejes ver todo lo que vales, Rose. —Sonreí con gesto malicioso. —¿Y qué dice Emmett de todos esos amigos varones?
Suspiró y se hundió en los almohadones.
—Los odia. O por lo menos, no los soporta ¿Puedes creer que muchos de ellos me han ido a visitar al enterarse de mi estado y él se ha negado a moverse del área en la que estemos? Por eso no hemos acabado con muchas cosas en la casa. No le gusta dejarme sola.
No pude evitar carcajearme ¿Esta mujer estaba ciega? ¿O qué? El mayor de los Cullen estaba arrastrando la cobija por ella y lo único que Rose hacía era estar llena de dudas. Pobrecita.
Me fue contando anécdotas de las trastadas de Emm con sus amistades; sobre todo con un ex con el que mantenía muy buenas relaciones; y yo reía. Una que otra vez la interrumpía para darle mi opinión a favor de él y luego seguía riéndome.

*.*.*.*.*
Emmett llegó con una pequeña maleta repleta de cosas para Rosalie, quien no se explicó el porqué de esa exageración cuando a la mañana se iría.
Charlotte apareció demasiado achispada para ser una niña de cuatro años despierta a unas horas tan altas, pero luego me explicó Jasper que su madre le había dado Coca – Cola en la cena y de paso le había contado que su tía estaba en el hospital. Así no hay pequeño que pegara ojo, y menos cuando esta estuviese acostumbrada a que su papá le leyera antes de dormir.
Apenas entró, se trepó a la cama de su tía y la vio con esos ojitos azules preciosos.
—Tita, mi papi me dijo porqué te habían traído al doctor —Miré a Jasper y él me guiñó un ojo. —¿Te cortaste mucho?
—¿Ahhh?
—¿Puedo ver el dedo que te cortaste? Papi dijo que sangraste mucho y por eso te tuvo que traer.
—Fue horrible, Charly. Por eso no debes de tocar los cuchillos de la cocina. Te pueden colocar esto… —Rose le enseñó el dedo índice conectado al monitor donde se reflejaba su ritmo cardiaco.
—Vaaaaaaya ¿Te duele?
—Mucho.
—Oh. —Permaneció callada un rato y luego pasó sus manitas por la barriga aún plana de su tía. —La abuela dijo que el bebé tenía que crecer pero tú estás muy flaquita. Memet ¿Acaso no sacas a comer a mi tita? ¿No ves que no tiene pancita aún?
—¡Charlotte! —Su padre le llamó la atención con suavidad.
—¿Qué, papi? —Ella lo miró como si no hubiese logrado que su tía se ruborizara, que Alice y yo tuviéramos que disimular las risotadas con tos, y que Emmett se mostrara entre avergonzado y enternecido; todo con un solo comentario suyo.
—Tienes razón, muñeca. —dijo tomándola en brazos. Y caminando hacia el sofá de la otra esquina en donde Edward había dormido. Ahora estaba en el baño desperezándose y tratando de domar esa cabellera rebelde que me encantaba acariciar. —Prometo llevar a tu “tita” a comer muy pronto. Y a ti, si quieres.
—¡Siiiiiiiiii! ¿Y a comer helados?
—También. Helados muy, muy, muy grandes.
—¿Con nubecita arriba? —Supuse que así le diría a la crema batida.
—Sí, con nubecita arriba.
—¿Y con una cereza? Las cerezas son mis favoritas.
—Con cuantas cerezas quieras, muñeca.
—¡Siiii! —Charlotte abrazó a su Memet apretujando su mejillita con la de él y casi haciéndole una llave de lucha en el cuello de lo fuerte que lo estrechaba entre sus bracitos.
Sentí un poco de lástima por Jasper en ese momento. Tenía que aceptar que dos mujeres de su vida estaban estrechamente ligadas a ese gigante. Una lo amaba y sería la madre de su hijo en unos seis meses aproximadamente, la otra lo adoraba porque… Bueno, porque así era Charly.

*.*.*.*.*
Apenas Edward salió del baño, me fui con él, pero contrario a lo que habíamos acordado primero; él decidió irse a mi casa. No hubo fuerza terrenal que lo hiciera cambiar de idea. Y como a mí no me molestaba en absoluto, le seguí el rollo.
Llamó a la suya para que no se preocuparan. Estábamos al borde del colapso cuando llegamos, así que solo nos duchamos, por separado porque no había fuerzas para más nada, y luego nos fuimos a la cama.
—No estaba dormido. No al principio. —me dijo cuando ya habíamos apagado las luces y estábamos acostados uno encajado en el otro. Su mano estaba en mi cadera.
—¿A qué te refieres, ángel?
—Cuando me abrigaste en la clínica, desperté y pude escuchar tu conversación con Rosalie. Aunque no era mi intención. —admitió. No sonaba nada avergonzado, pero dudaba que tampoco comprendiera muy bien sobre lo errado de hacer algo así. Sin embargo, lo dejé pasar. Al final de cuentas, ahí estaba él confesándolo todo.
—No te preocupes. —Le di unas palmaditas en la mano que tenía apoyada en mí. —No pasa nada.
Se quedó callado durante un rato. De hecho pensé que se había quedado dormido, pero luego vino al ruedo de nuevo:
—Me gustó escuchar lo que Rosalie dijo de nosotros.
—¿Qué se me nota que te quiero? —recordé.
—Sí.
Aquello me sacó una sonrisa.
—Ángel, el reto está en tratar de ocultarlo.
—Supongo. —Me acarició el brazo de arriba abajo. Una y otra vez, así supe que algo lo tenía inquieto.
—¿Qué pasa, ángel?
—Tú… Rose…Ustedes hablaron sobre familia y yo me preguntaba si tú… ¿Vas a querer una más adelante?
Noté que su postura era tensa.
Respiré lentamente, tratando de conseguir una respuesta adecuada a eso. Llena de inseguridades, decidí quedarme de espaldas a él y apretar entre mis dedos esa mano que me acariciaba.
—Edward, yo quiero todo contigo, pero seremos nosotros los que decidamos que hacer con nuestra relación de pareja. No dejaremos que los demás nos digan que hacer. Sí, quiero tener una. Pero si llega a pasar el tiempo y solo somos nosotros dos ¿Te sentirías decepcionado? Creo que hay muchos tipos de familias, y nosotros podemos hacer la nuestra como creamos que sea bueno para ambos.
Suspiró en mi oído y me apretó contra sí. Su respiración acariciaba mi oreja una y otra vez.
Esta conversación no se acababa allí. De eso estaba segura.

*.*.*.*.*
Pasaron los días y una serie de modificaciones se dieron en la casa Cullen:
Edward ya no veía clases de piano en su casa, puesto que a Rosalie le habían recomendado un reposo moderado. Por lo que decidieron trasladar las lecciones hasta su casa. Específicamente a su salón de ensayo, en donde un Steinway And Sons clásico era el centro de atención. El resto de sus terapias se mantuvo con normalidad.
Así que eso generó a su vez varios hechos más; que Edward y su hermano pasaran más tiempo juntos. Emmett le pedía constantemente la opinión a Edward sobre los arreglos que se estaban llevando a cabo en la casa de Rosalie. Todo destinado a que el lugar estuviese dispuesto para recibir de la forma más segura posible a su bebé. Charlotte y mi ángel estrecharon aún más sus lazos. De hecho la pequeña había logrado que su padre o sus abuelos la llevaran casi a diario para verse con su amigo Edward, y que él tocara para ella en el pianote de su tita, según sus propias palabras.
 Rosalie, ya no tenía vómitos matutinos. Pero se había despertado en su cuerpo un hambre feroz. Así que en pocas semanas su vientre plano fue dando lugar a una pancita que le quedaba muy bien. Ella, como madre coqueta y orgullosa que era, se colocaba vestidos ceñidos que le quedaban muy bien, y que no se molestaban en ocultar su estado para nadie. Era impresionante ver lo emocionado que encontraba Emmett. Cada día que lo veía cerca de ella, no duraba demasiado rato sin pasar su mano por el vientre de Rose, o pululando a su alrededor por si necesitaba algo. Creo que no se había dado cuenta aún, pero parecía como si orbitara a su alrededor. No sé qué pasaba con ese par en privado, pero no podía dejar de admirar lo lindos que lucían así.
Esme y su escuadrón de arreglo de casas comenzó a ser algo más serio. Carlisle, convencido del talento de su esposa, le propuso dedicarse a la decoración de interiores de su oficina; cosa que a ella le encantó. Comenzaba a creer que esta nueva pasión de ella, podría convertirse rápidamente en algo más que un pasatiempo. Un nuevo brillo se había apoderado de toda su persona, y no era la única que lo notaba: escuché en un par de ocasiones que tanto Al como Rose le hacían un comentario parecido al verla.
Y hablando de Alice, resulta que aprobó sus exámenes finales con éxito, así que no me extrañó cuando recibió una nueva propuesta de trabajo: Carlisle le propuso la idea de colaborar con nosotros en la puesta en marcha de la fundación. Mi amiga, encantada de la vida, aceptó la oferta. Muchas responsabilidades cayeron sobre ambas después de eso, al ser él un abogado tan ocupado no podía salir del bufete cada vez que quería; así que fuimos nosotras las que tuvimos que encargarnos de buscar lugares para desarrollar la fundación. Aún seguíamos buscándolo incansablemente.
Y fue en uno de esos viajes que mi vieja Chevy murió. Gracias al cielo, nos había dado chance tanto a Alice como a mí de llegar a Port Angeles pero no sin antes armar todo un espectáculo de humo como si fuese a estallar de un momento a otro ¡Estúpido sistema eléctrico! Recalentó tanto la maquinaria, que muchas piezas se vieron afectadas.  Dos días después llegué a mi casa con una Jeep Commander en color negro. Pero no era nueva, claro que no. Me sentía en la obligación de reemplazar a mi camioneta por algo parecido a ella: un auto que tuviera historia. Así que esta nueva era de unos seis o siete años atrás, pero el vendedor me había asegurado que su dueño anterior había sido una viajera. Eso selló el trato para mí. Amaba pensar que el vehículo seguía teniendo en sus neumáticos la tierra de los lugares anteriores, y que ahora sería yo la que le añadiera memorias. Era una cursi perdida.  
Algunas veces extrañaba el ronroneo de mi antigua camioneta, pero decidí tomarme aquel nuevo detalle como un cambio más en esa serie de desafíos que se había puesto en marcha desde hacía ya un tiempo. Además amaba mi todoterreno.
Basta acotar que Alice y Edward no pudieron estar más felices con el fallecimiento de mi camioneta. <<De malagradecidos estaba lleno el infierno>>

*.*.*.*.*
Una noche, bastante buena por cierto ya que Edward se había quedado a dormir, me levanté a por un vaso de agua para él, cuando me encontré con una Alice llorosa en el islote de la cocina. Me acerqué hasta ella preocupada.
—¿Qué ha pasado? ¿Llegaste hace mucho?
Era sábado y contaba con que estaría fuera de casa para no tener que ser tan cuidadosa. Sentí de pronto como el calor se iba a mis mejillas.
—El suficiente para escuchar tus chillidos. —Dejó escapar una risita antes de que más sollozos se retomaran.
No era como si ella no supiera lo que hacía con Edward en mi habitación, pero me parecía innecesario que hasta los vecinos se enteraran de que mantenía una vida sexual activa.
Me aclaré la garganta e hice como si no hubiese dicho nada.
—¿Por qué estás llorando?
—Discutí con Jasper. —Pareció una niña pequeña cuando un puchero apareció en su rostro de duendecillo. Fruncí el ceño.
—¿Nunca lo habían hecho?
—¡Por supuesto que sí! Pero esta vez fue…peor. Él está muy raro.
Tomé asiento a su lado.
Apoyó la frente en palmas, su mirada se clavó en el granito de la encimera y sus lágrimas se deslizaban por el puente de su nariz hasta mojar la gélida superficie.
—Jasper ha actuado extraño, se podría decir que hasta un poco frío, como si nunca tuviese tiempo para mí. Y cuando logramos estar juntos, si le suena el teléfono, sale disparado a atenderlo pero lejos de donde pueda escucharlo. He tratado de no comportarme como una neurótica ¡Pero ya no puedo seguir ignorando los hechos! —Se limpió un rastro de humedad de la nariz con el dorso de la mano. Como una niña. —De paso, estoy en mi síndrome premenstrual.
La verdad era que tenía razón. No era normal en él que se comportara de esa manera. Jaz solía ser por lo general un hombre dulce y atento con todos, pero con Alice solía rayar en la adoración. Ahí había algo raro en todo eso.
—Habla con él, Al. Dile todo esto que me estás diciendo a mí. A lo mejor tiene un caso que le trae estresado en el bufete y no ha querido abrirse sobre ello. Quizá es demasiado delicado.
Se frotó de nuevo la nariz antes de mirarme.
—Lo haré. Pero no esta noche. Debe ser él quien me busque a mí.
Le di un empujoncito con el hombro y una sonrisa de ánimo.
—Todo saldrá bien, Al. Tranquila. Todos discutimos. Míranos a Edward y a mí, hace dos días me molesté con él.
—¿Y eso? —Me vio como si yo tuviese dos cabezas. Como si en su cabeza no pudiera existir nada por lo cual molestarse con Edward. Mentalmente rodé los ojos.
—Porque fuimos a cenar al nuevo restaurant de comida tailandesa y la camarera estaba más interesada en ver a Edward que de prestar un buen servicio. Él, como no se entera de nada, luego de que me quejara le dijo que no se lo tomara personal. Que en general yo era muy buena y que solo estaba en mi período.
Fue entonces cuando Alice volvió a sonreír, aunque solo fuese un poco.
—¡No te rías! ¡Fue vergonzoso!
—Me imagino su cara, la de la camarera y la tuya.
Rodé los ojos con cansancio otra vez.
—Casi ni comí de lo enojada que estaba. En medio de la cena me preguntó dos veces si me pasaba algo, pero no fue hasta que estuvimos en el auto que le dije la verdad. Entonces luego terminamos discutiendo también sobre el hecho de que yo “omitía” la verdad. Te juro que a veces hasta yo me exaspero.
—¿Y cómo reaccionó?
Esta vez fui yo la que sonreí de ternura.
—Primero se sorprendió, porque en ningún momento había querido ser maleducado. Luego me pidió disculpa tantas veces, que hasta me hizo sentir culpable de molestarme con él. Pero entonces añadió que yo a veces lo frustraba. Volvimos al punto de inicio —sacudí la cabeza. —Ese hombre será mi perdición.
Sus ojos pasaron rápidamente de la ternura por mí  a llenarse de lágrimas de nuevo. La abracé un rato hasta que cansó de llorar en la cocina y subió a su habitación. Imaginé que a seguir en lo mismo, pero en privado. Sin tener que preocuparse sobre lo que los demás pudieran pensar sobre ella en lo absoluto. Nosotras y nuestra enfermiza necesidad de hacernos las duras, las invencibles, como si fuese una especie de pecado el mostrarnos vulnerables cuando algo nos lastimaba.
Subí las escaleras con el vaso de agua y encontré a Edward desnudo mirando por la ventana ensimismado. Toqué su brazo con el vaso mojado y frío. Él se estremeció, luego se giró hacia mí.
—Dale gracias al cielo que esta ventana te cubre justo lo necesario, o si no, tú y yo estuviésemos teniendo una nada agradable conversación sobre exhibirse ante las curiosas miradas de las vecinas como Dios te echó al mundo. —Me abracé a su costado y olfateé su pecho. Olía a una adictiva mezcla de sudor y a Cool Water de Davidoff. Miré las pecas que salpicaban su pecho e incluso llegaban hasta la parte superior de su espalda. Las recorrí con el dedo, pasando por encima de los vellos y acariciando su estómago un tanto curvo. Nada de six pack para mí, pero eso no podía importarme menos. —Y tú en serio no quieres eso.
Frunció el ceño.
—No ha pasado ninguna.
—Menos mal. —me apretujé más contra él. —¿Qué estabas viendo entonces?
—Ese búho que está en esa rama. Nunca había visto uno tan de cerca. Son preciosos… —dio un sorbo a su agua y siguió mirándolo como si fuera algo único y raro. De reojo vi que su celular estaba cerca de él, no me extrañaría nada encontrar una fotografía sobre el exuberante animal en la galería.
Seguí su mirada y me encontré con los ojos curiosos del ave, eran grandes y oscuros. El plumaje tenía una variedad interesante de tonalidades café y su ulular confería a la noche neblinosa, un aire misterioso que me recordaba a las novelas de misterio que leía de pequeña hasta entrada la madrugada. Comprendía su fascinación, pero temí que si no lo quitaba de allí podía pasar la noche completa de pie frente al cristal de la ventana.
Le arrastré a la cama y en esta ocasión fue él quien se acercó a mí. Encajó su rostro en mi cuello y depositó un beso en él.
—¿Podemos volver a hacerlo, Bella?
Esos comentarios no dejaban de tomarme con la guardia baja, y aún no lograba controlar la risa que me causaban. También me causaban una tremenda ternura.
—Sí, ángel, podemos. —Acaricié la longitud de su pene. Poco a poco su piel se erizó y calentó por mi toque. Fui testigo una vez más de cómo se hinchaba entre mis dedos, hasta empezar  segregar líquido pre seminal. —¿Qué voy a hacer contigo?
Jadeó contra mi cuello.
—¿Por…? ¿Por qué? ¡Oh!
—Porque no te sacias, —comencé a besar su pecho a medida que hablaba. —porque me has hecho adicta a ti, porque me vuelves loca. No sé qué hacer contigo.
—Acariciarme… como ahora. —Esa fue su escueta contestación y no pude evitar reírme.
Me coloqué a gatas sobre él. Tomé su miembro y hablé sobre la cabeza hinchada y llorosa: —No tengo ninguna queja sobre ello. De hecho, tengo una buena idea de cómo hacerlo.
Tomé su pene entre mis labios hasta que casi tocó mi campanilla. Pasé la lengua por su tallo de regreso y saboreé lo que salía de él. Su sabor me producía casi tanto placer como verlo culminar, chupé con fuerza cuando llegué a la punta arrancándole expresiones de descarado placer. Así estuve un rato más, hasta que la mandíbula me comenzó a arder y decidí ayudarme con los dedos.
En unos pocos movimientos Edward se corrió en mi boca, pero tuve que echarme hacia atrás porque se arqueó de forma tan repentina que tuve que retirarme para que no llegara hasta el fondo de mi garganta y me causara náuseas. Tomé todo de él y saboreé su gusto.
Escalé por su cuerpo, tomé su erección y lentamente me clavé en él. Ambos gemimos cuando me fui ciñendo en torno a él.
—Me encanta…estar…dentro de ti. —gruñó.
Estaba muy hablador esa noche en particular. Moví mis caderas en círculos lentos.
—¿Mucho?
—Sss…Sí.
—Demuéstramelo, ángel. Enséñame cuanto te gusta. —A mi parte egoísta; a esa tan terrenal y mundana; le encantaba el hecho de verlo incapaz de formular una frase larga durante el sexo. No eran necesarias, y de paso me hacía sentir empoderada.
Tomó mis caderas con fuerza y se encajó en mí con fuerza. Sus embates se volvían desesperados con cada segundo que pasaba. Agarrada a sus antebrazos, arqueé el cuerpo y recibí su rudeza. Me aferré a sus caderas con los muslos cuando sentí los espasmos comenzar a recorrerme, entonces profundicé más las estocadas y me curvé hasta que su pene tocó ese punto en mi interior que me volvía loca. No tardé en sentir su calor invadirme y su cuerpo se convulsionó completo.
—¡Bella!
Me dejé caer sobre él incapaz de dar una sola bocanada profunda por oxígeno. Envuelta entre sus brazos, besó mi frente y suspiró cansado:
—Me encanta tu interior. —musitó con la vista fija en el techo, pero sabía que estaba lejos de estar hablando sobre mi habitación o mi forma de ser.
Si hubiese tenido energía probablemente me habría reído, en cambio solo acaricié su pecho un tanto mojado por el sudor, deposité un beso y dejé que el cansancio hiciera lo suyo. 
Era momento de dormir entre los brazos de un ángel. ¡Bendita mi suerte!

*.*.*.*.*
—Tendrías que estar allí para entenderlo, Bella. ¡Tenías que estar ahí! —contaba Edward emocionado sobre su experiencia. Dudaba mucho que la mujer que debía estar con las piernas abiertas en una silla ginecológica, deseara tener un gran público. Él era la excepción a la regla.
Rosalie le volvió a invitar para que le acompañase al control de obstetricia aquel mes. Él aceptó con una mezcla de curiosidad y emoción a la vez, dada la última vez que habían acudido a la consulta.
Pero en esta ocasión volvió en una especie de vorágine energética. Pasar de ver una diminuta figura sin demasiada forma con un movimiento de latidos, a captar con claridad la silueta de un pequeño humano con sus manitas incluidas; había despertado una fascinación de la que no lo creía capaz en toda esta situación. Mi típico error con él: Subestimar a Edward y luego darme cuenta de que a su manera; y sin estar siquiera consciente de ello;  me ponía en mi sitio.
Emmett al parecer no pudo contener una pequeña lágrima que se escapó de su ojo, por lo que su hermano me contaba. Y Rose, no paraba de susurrar cosas en voz muy baja mientras se acariciaba el vientre. Pero mi novio fue una historia completamente distinta: Su emoción era tal que hablaba tan alto, que podía parecer que estaba gritándome. No había dejado de expresar lo increíble que le parecían los cambios que había sufrido el feto en apenas unas cuantas semanas. Que si el médico había dicho luego que eran dos y no uno solo...
Basta decir en este punto que tardé unos cuantos segundos en darme cuenta de que no estaba respirando. Aunque supuse que mi sorpresa no era tan grande como la de los padres, que por lo que mi fuente de información personal me había reportado, tardaron un par de minutos en reaccionar; y cuando finalmente lo consiguieron, no dejaban de repetirse entre ellos que todo estaría bien. Como si ambos temieran que alguno saliera corriendo asustado del lugar. Creo que yo lo hubiese hecho, dadas las condiciones.
Y luego el doctor estalló en risas y confesó que solo había sido una pequeña broma. Edward no entendió en el momento porque ambos respiraron profundo después de ello, y no sería sino hasta que habló conmigo cuando le expliqué que cada niño viene con una cantidad impresionante de desafíos, y que para una relación en un estado tan complejo como estaban esos dos padres, lo mejor era que vinieran de un niño a la vez.
Y entonces fue cuando se vino la debacle…
—¡Pues yo quiero un hijo, Bella! ¡Tengamos un bebé! —propuso con un brillo fanático en su mirada color de tormenta.
Decir que me tomó desprevenida era decir poco. Si me había quedado sin palabras cuando me enteré de la broma del médico, luego de eso, me costaba siquiera encontrar una respuesta coherente que pudiera zanjar la conversación con la menor cantidad de bajas posibles. Spoiler: no lo logré.
—Edward, yo… —balbuceé. Hasta comenzar me costó horrores— No estamos preparados para eso.
—¡¿Por qué?! —debatió él sin querer rendirse a la primera. —Si Emmett y Rosalie, que están separados, van a tener un hijo ¿Por qué nosotros, que estamos juntos, no podemos? Nos amamos…
—Eso no es suficiente, ángel. —solté sin pensarlo. Edward retrocedió como si le hubiese asestado un empujón. Sus rasgos, antes en un frenesí de emoción, ahora parecían más bien recelosos.
—¿Cuándo dejó de ser suficiente eso, Bella?
—No saques conclusiones apresuradas, Edward. Eso siempre nos mete en un incómodo aprieto. Me refiero al tema de la paternidad. No es tan sencillo como lo estás imaginando.
Juro que jamás había visto esa expresión en su mirada. Como si estuviese sopesando cada una de mis palabras con desconfianza. Como si fuese una especie de desconocida para él.
—Se me dificulta pensar ahora que no me estás tratando como a un idiota.
—¡Jamás he hecho tal cosa! ¡Lo sabes! Estás siendo injusto conmigo.
—¿Injusto, Isabella? Casi nunca te pido nada. Trato de no molestar…
—¡No me molesta atenderte, Edward! —Tuve que repetirme a mí misma que debía bajar el tono de voz o esto terminaría realmente mal. —Ya no sé de qué manera demostrártelo. Nunca has sido una carga para nadie, y mucho menos para mí. Pero lo siento, no puedo complacerte en todo. No en esto.
 Me levanté de la cama para dirigirme a la ducha y poder tomarnos un momento para calmarnos, pero Edward tenía unos planes distintos:
—No quiero que te alejes. —fue una orden alta y clara. Por primera vez en toda nuestra relación estábamos teniendo una discusión “de tú a tú”, y él se negaba a dar su brazo a torcer. —No me has dado un motivo de peso por el cual no podemos avanzar.
Si no hubiese visto como hablaba antes de esta pelea, habría jurado que Edward tenía un hermano mellizo. Uno bastante beligerante, por cierto. Su rostro no denotaba nada más que molestia, pero sabía que su mente y su corazón debían ser un hervidero de emociones justo ahora. El problema es que los míos estaban en un estado similar y por primera vez no estaba en la posición de poder lidiar con ambos casos.
—Hemos avanzado, y mucho. Pero si tuviera que hablar de manera profesional, tendría que decirte que no creo que estés listo para enfrentarte a la paternidad. Sé que en muchas oportunidades nos has sorprendido, pero me temo que estamos ante un escenario muy distinto. Uno al que toca enfrentar sí o sí cuanto llega. No hay forma de revertir una decisión así. —argumenté. Me encontraba demasiado perdida, y tenía que admitir que me sentía arrinconada, en todo aquel pleito.
Edward se acercó hasta mí con las facciones frías. Tanto que comenzaban a temblarme las manos, temía a los derroteros de esta conversación. No hallaba la manera de poder ponerle un buen fin.
—Creo que me estás tratando como a un niño. Como tu paciente, no como  tu novio.
—Eres las dos cosas, y me preocupo por ti de ambas formas.
—¡Pues no me gusta! —comenzó a levantar la voz de nuevo. —Esto algo entre tú y yo como pareja.
—Sí, Edward, pero pareces olvidar que también trabajo para ti. —Inhalé implorando por palabras que pudiesen sacarnos de este embrollo— Por favor, colabora conmigo. Voy a exponerte los hechos y quiero que pienses que lo haré por el bien de nuestra relación. Pero por encima de todo, del tuyo propio:
>>Ángel, cada noche que has pasado aquí duermes poco y mal. Solo descansas cuando estás absolutamente agotado, de resto, terminas despertándote por la madrugada con la excusa de buscar un vaso con agua. Tardas demasiado abajo y cuando regresas, pasas un largo rato en el baño. Con el tiempo comprendí que no era yo, es solo que esta no es tu cama ¿O me equivoco?
Me miró en silencio incapaz de rebatir los hechos. No había querido sacar este tema en una situación como aquella, pero era necesario ponerle las cosas en perspectiva. No hablábamos de comprar un auto o adoptar una mascota; era acerca de algo tan irrevocable como la paternidad.
—¿Ves? No puedes negarlo. Y por eso he dejado que seas tú el que diga cuando desea quedarse aquí. Detesto ver las profundas ojeras que tienes por la mañana, luego de que hemos pasado tan buenos momentos por la noche. ¿Quieres hablar de avanzar sobre nuestra relación? Entonces hablemos acerca de la posibilidad de traer tu cama para que puedas sentir que perteneces a este lugar, o ir trayendo de a poco objetos que te ayuden en ese proceso de adaptación. Pero no me pidas que te dé un hijo. No puedo, Edward. Un niño cambia demasiado las cosas y ambos estamos encontrando haciendo nuestro propio camino como para meter a una personita que sufriría demasiado en el proceso.
Él apartó la mirada de mí, pero me acerqué hasta que levanté su mirada hacia la mía.
—Te lo dije una vez y lo repito: Lo quiero todo contigo. Pero no me pidas que haga algo que sé con absoluta certeza nos cobraría un precio muy alto.
Esa noche no dormimos demasiado. Él, porque aquella cama seguía siendo un lugar poco familiar tanto para su mente como para su cuerpo. Y yo, porque todo lo que le atormentaba, lo hacía también conmigo. Más aún, cuando en medio de la noche me llegó una revelación:
Era el momento de dar el siguiente paso en nuestra relación. Lo quisiéramos o no.

*.*.*.*.*
Tanto Esme como Carlisle se encontraban consternados de que los hubiese llamado a su propio despacho para hablar. Edward, por su parte, tenía cara de pocos amigos y permanecía lejos de todos nosotros, con los ojos en el impresionante ventanal que embargaba de luz toda aquella estancia.
Tomé aire un momento y luego hablé sin rodeos.
—Esme —La miré. Luego a su esposo. —… Carlisle. Los llamé para informarles mi decisión. Edward y yo ya hablamos sobre ello antes de venir.
La madre del amor de mi vida estaba pálida como un papel mientras veía a su hijo enfurruñado en la otra esquina, y su esposo parecía mantenerse calmado, como era habitual en él. Pero yo sabía muy bien que en su cabeza estaba preparándose para todos los escenarios posibles.
—Renuncio. —sentencié con la seguridad de quien hace lo mejor, pero con el miedo de lo que una decisión así podía traer consigo. La última vez que había dicho esa palabra, los resultados fueros desastrosos para todos los involucrados.  
Por un momento que pareció más bien una eternidad, nadie emitió ningún ruido. Hasta que de pronto un portazo nos estremeció con su estruendo.
Él no me lo pondría fácil. Eso lo sabía por descontado.

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¡Hola, chicas! Esta actualización se tardó aún más que la anterior en llegar. Y me disculpo por eso. Estuve trabajando en la segunda edición de mi novela que se lanzará el próximo 15/12. Y eso sin contar que las preparaciones decembrinas me están robando muchísimo tiempo. Les doy las gracias por su paciencia y por su apoyo.
Les dejaré en mi perfil los links para mi novela por si desean adquirirla. (El ebook en Amazon está en oferta hasta la fecha de relanzamiento).
Nos seguimos leyendo…
Marie C. Mateo