“Sensibilidad”
Bella POV:
—Espero que esta decisión venga con una
justificación. —dijo un calculador Carlisle.
Bueno… eso de decir sería simplificar demasiado.
Solo alguien que hubiese pasado suficiente tiempo en esta casa, y que haya estado
expuesto a las distintas caras de este impresionante hombre, podría darse
cuenta que había un subtono de amenaza bajo su superficial calma.
A Carlisle le había costado un poco reencontrar su
papel en la vida de Edward, pero cuando estuvo en su sitio; se había vuelto una
especie de león protector. Dudaba que alguien osara meterse con su hijo si
sabía lo que le convenía. Puestos ya en contexto, retomo los hechos de aquella
mañana:
—Y la hay. —respondí con mucha seguridad. Con una
especie de pena y preocupación por el comportamiento de Edward, pero con la
firme convicción que era la mejor opción. La única viable. —Como les dije con
anterioridad; anoche hablé con su hijo sobre esta decisión. Y aunque a él no le
gustó en lo absoluto, comprendió los motivos por los cuales tomé la decisión de
cesar en mis funciones como su enfermera personal. Incluso hablamos por
videoconferencia con el doctor Poomar. Él encontró mi decisión comprensible, y
me ayudó a explicárselo. Sin embargo, parece que no fue sino hasta esta mañana
que se dio cuenta que iba en serio, y por eso su reacción. —Internamente
esperaba que solo fuese eso: rabia. Aunque no era tan tonta como para ignorar
que donde estaba emoción, había un
trasfondo de tristeza. Y viceversa.
Pero no podía pararme esta vez. Era el momento en
que tanto él y yo tomáramos distancia en algo tan fundamental como esto. Nos
permitiría crecer como individuos, y si terminaba bien, haría mejorar nuestra
relación. Romperíamos con lo que solo se podría explicar cómo codependencia en
ambos.
Esme tomó la palabra con el ceño fruncido repleto
de preocupación:
—Pero, Bella ¿Por qué llegaron a esta decisión tan
drástica? ¿Qué harás ahora?
Mantuve una mirada firme en su esposo cuando
respondí:
—Carlisle y yo tenemos un proyecto que va a
demandar mucho de mi tiempo. Y lo cierto es que aquí ya estoy trabajando más
con lo de la fundación que como enfermera de Edward. —Tomé un respiro y
proseguí con mi segunda, pero no menos importante, justificación— Además, esto
nos ayudaría a los dos a marcar las diferencias entre lo profesional y lo
personal, que en varias ocasiones no parece tan claro. Anoche por ejemplo:
Cuando Edward y yo manteníamos una discusión sobre el tema de tener hijos,
luego de una de mis respuestas a sus dudas; argumentó que quería verme
preocupada por él como novia, no como profesional. Entre algunas cosas más, que
ahora no vienen al caso. Les explico todo esto para ponerlos en contexto. —mi
tono no cambió en seguridad, pero sí en ternura. —Estoy más que agradecida con
ambos por todo lo que han hecho por mí, más de lo que pueda llegar a
expresarles. Pero creo que esto sería algo positivo para ambos. Es una especie
de separación para crecer, pero de una manera menos drástica.
Terminé mi explicación y esperé su respuesta, como
el imputado que debe esperar paciente al veredicto del jurado. Y mi caso, eran
unas personas que era de alguna manera, la única familia que había tenido
después de mucho tiempo.
Carlisle se apresuró a responder:
—No veo ningún problema en lo que dices. Seguirás
trabajando en todo lo relativo a la fundación, así que no es como si estuvieses
poniendo una distancia insalvable. —su lenguaje corporal, con las manos unidas
desde las bases de los dedos pero reposadas desde un costado sobre el
escritorio. Sus hombros rectos pero no tensos, y su semblante serio pero con
mirada serena. Me atrevería a decir que hasta aliviada. —Además, creo que esto
ayudaría a que ambos crezcan. Desarrollen sus intereses particulares por
separado, sin necesidad de buscar la aprobación mutua.
Esme asintió en concordancia. Pero se le notaba un
poco de reticencia.
—Estoy un poco en shock aún… —admitió. Me encogió
de hombros como si quisiera restarle peso a lo que decía, pero sus hombros
hundidos y la evasiva de su mirada me indicaba algo totalmente distinto. — Pero
tienes razones más que suficientes para justificarte. Aunque Edward…
—Hablaré con él. —le interrumpí para tranquilizarle.
Además, no era algo que necesitara pedirme, sin embargo necesitaba hablar con
ellos antes de salir corriendo detrás.
Luego de dejar claros mis puntos para evitar
situaciones dolorosas e innecesarias, me dirigí hacia la puerta; pero solo por
asegurarme, dirigía una última mirada a mis espaldas:
—¿Estamos bien?
—Claro que sí. Ve tranquila. —respondió Carlisle
con una medio sonrisa tranquilizadora.
Luego miré a Esme, porque quería escuchar también
su opinión. No la daba por sentado en lo absoluto.
—Sí, Bella. —ella me sonrió amable, pero sabía que
algo quedaba ahí, sin decir. Y no tardaría en buscar la ocasión para
escucharle.
*.*.*.*.*
Edward no estaba en la silla que solía darle
confort cuando estaba inquieto por algo. Tampoco estaba en ninguna parte dentro
de la casa. Le encontré en el patio trasero, sentado en una de las escaleras
que daban al patio trasero.
Había una pequeña capa de nieve sobre el césped y
las florecillas de Esme, esas que usualmente cuidaba con tanto mimo, comenzaban
a dormirse debido a las bajas temperaturas. Personalmente era alguien de calor,
pero no podía que todos aquellos elementos en conjunto formaban un paisaje
preciosísimo. Sobre todo con él allí, incluso con el aire taciturno que tenía
en ese momento y con Winter a sus pies en postura tranquila. Como si supiese
que su amo necesitaba ser reconfortado. Y luego las personas dudaban del sexto
sentido de los animales…
—Edward. —me anuncié tras mi momento de
contemplación— ¿Quieres hablar conmigo?
No se giró, sin embargo contestó a mi pregunta sin
rechistar:
—Sí.
Tomé asiento a su lado pero sin tocarle, no sabía
si tanta cercanía sería bien recibida dadas las condiciones de la situación.
—Puedes contarme todo lo que está pasando por tu
mente justo ahora. No temas lastimar mis sentimientos, sé que no será tu
intención. —le animé a abrirse conmigo.
Y él no me decepcionó:
—Estoy contrariado, Bella —comenzó, aún sin
verme—. Por un lado estoy molesto o quizá frustrado, aún no lo comprendo muy
bien, por el hecho de que te vayas. No —titubeó—… Creo que es más por el hecho
de que sé hablamos sobre irte anoche, y también sé que tus motivos son
comprensibles. Pero allí es cuando viene la parte triste, porque siento que nos
vamos a alejar. Y no quiero eso. Si hubiese sabido que pedir un hijo te
alejaría…
Lo detuve. Tenía que hacerlo.
—¡Alto! —repliqué con vehemencia, tanta que hasta
él se volteó a verme por fin. —Disculpa. No quise sonar tan cortante. Pero no
puedo dejar que digas eso. Nunca temas decirme lo que en realidad piensas.
—Entonces sí me aventuré a tocar su rostro con delicadeza; y traté en lo
posible; de alejar a una enérgica lobita que saltaba como maníaca desde que me
había sentado a su lado.
Edward recargó su mejilla en mi palma prolongando
un poco más aquel momento de inocente intimidad.
—Pero no quiero estar sin ti. Odio como me siento
cuando nos alejamos, y más cuando estamos molestos.
Asentí porque comprendía su punto a la perfección.
Aunque debí explicar algo de nuevo:
—Y es por sentimientos así que debemos hacer esto.
Ambos nos hemos vuelto codependientes el uno del otro, y fue mi error el
permitir que llegara hasta aquí. —le acaricié un momento más la mejilla antes
de apartar mi mano de allí y posarla sobre su muslo para tranquilizarle:— Pero
estamos a tiempo de hacer las cosas bien. Y si hay alguien que ambos nos
merecemos, es una buena relación. Una sana en la que ambos nos sintamos a gusto
juntos, y a salvo por separado.
En esta ocasión fue Edward quién asintió para
darme la razón y aquellos ojos azul grisáceos mostraron algo parecido a la esperanza.
Él confiaba en mí, a pesar de todo. Y por primera vez, yo también lo hacía a
plenitud. Estábamos haciendo las cosas como debía ser, y me sentía optimista.
Porque al final de la jornada parecía como que
todos los caminos me llevaban a Edward, y viceversa. Nadie dijo que el amor
sería fácil, y mucho memos con alguien tan especial como él, pero el premio
valía muy bien el costo.
*.*.*.*.*
Algunos días después…
—“…Este será
mi eterno reposo. Aquí descasará mi cuerpo, libre de la fatídica ley de los
astros. Recibe tú la última mirada de mis ojos, el último abrazo de mis brazos,
el último beso de mis labios, puertas de la vida, que vienen a sellar mi eterno
contrato con la muerte. Ven, áspero y vencedor piloto: mi nave, harta de
combatir con las olas, quiere quebrantarse en los peñascos. Brindemos por mi
dama. ¡Oh, cuán portentosos son los efectos de tu bálsamo, alquimista veraz!
Así, con este beso…muero.” 1
Escuché el crujido del libro al ser cerrado, y
posterior a eso, un suspiro que estaba lejos de ser satisfactorio por la
lectura que reseguían unos ojos de tormenta. Despegué la mirada del monitor de
la computadora para ser testigo de su próxima reacción.
—¿Qué pasa, ángel? ¿No te agradan las palabras de
Romeo? —inquirí y en ese instante dejó el libro en el asiento para girarse
hacia mí. Tenía el ceño fruncido.
—No me agrada esta novela —Junté las manos y las
coloqué bajo mi barbilla preparándome para su interesante punto de vista sobre
clásicos literarios.
—¿Quieres explicarme por qué?
—Romeo me parece un necio —respondió muy pagado de
sí mismo y yo ahogué una risita, luego aclaré mi garganta y me dirigí a él con
un tono bastante anticuado.
—Ok. Y ¿Por qué le amerita tanto desagrado el
caballero Romeo, señor Edward? —lo que lo hizo fruncir el ceño entre pensativo
y reprobatorio.
—Creo que fue su conducta volátil la que causó toda
esta tragedia… ¡Ella tenía solo trece años! Lo cual… —hizo un gesto de
reprobación— me parece algo terrible. No tenía la madurez suficiente para tomar
decisiones racionales.
—Pero Julieta tuvo su cuota de culpa al ser tan
ilusa —repliqué—. Además, ángel, en esa época; como bien te lo dijo el libro;
la sociedad consideraba los trece como una edad casadera. De un tiempo parar
acá fue que establecieron los cánones de la edad adulta que hasta ahora son
válidos para nosotros.
—¡Pero él debió protegerla!... No pensó en que las
consecuencias de sus acciones los podría arrastrar a ambos. Eso no es amor
—contraatacó indignado.
Enternecida y algo divertida; he de reconocer; por
su súbita vehemencia, le acaricié una mejilla con el dorso del dedo índice al
protagonista de mi propia novela romántica no escrita. La pluma la teníamos
ambos y ni nosotros mismos conocíamos el final de esta historia.
—Tienes razón.
Abrió la boca para replicar pero la cerró en
seguida y me miró confundido.
—¿En serio crees eso?
Asentí satisfecha por lograr mi cometido.
—Romeo es un necio, pero ella también —tomé una
mano de él para juguetear con sus dedos mientras hablaba sin quitarle la mirada
de encima—. Para ser honesta, tuve que leerla varias veces antes de crearme
esta opinión, no como tú que lo has hecho a la primera, chico listo. Verás…
desde pequeñas a las chicas se nos inserta el chip del romanticismo y casi en
su totalidad te presentan el “amor perfecto” como el de Romeo y
Julieta. Así que en cuanto lees la novela, vienes ya con la influencia de otra
persona. En una primera instancia no crees que alguien haya amado más que él o
ella misma. Pero conforme maduras, te das cuenta que el trasfondo de la
historia no habla de su amor sino de la tragedia —aparté con delicadeza un
mechón rebelde que se había escapado a su frente—. En realidad creo que esa es
la obra más renombrada de Shakespeare porque en el interior, todos deseamos a
alguien que nos ame tanto que sea capaz de morir por nosotros; pero pocos se
dan cuenta de que no es sano que tu vida se detenga si el corazón de la otra
persona deja de latir, eso no es amor.
Edward me miraba entre concentrado; mientras
sopesaba el significado de mis palabras; y confundido.
—Entonces ¿Qué lo es, Bella?
Me encogí de hombros.
—No lo sé, ángel. Lo estoy descubriendo contigo
—sonreí—. Si me preguntaban antes lo que era, seguramente hubiese estado de
acuerdo con la explicación que te acabo de dar. Pero ahora no creo que sea eso;
pues sé que soy capaz de seguir viviendo si tú no estás. Es solo que no quiero
hacerlo, y estoy dispuesta a hacer muchísimas cosas con tal de evitar ese
momento. Pero me gusta creer que si me pides que me aleje de ti, puedo ser lo
suficientemente fuerte como para respetar tus deseos.
Posó su mano libre en un costado de mi rostro y
con su pulgar acarició mi mejilla con suma suavidad.
—Creo que entonces soy un necio también, Bella —mi
garganta se apretó anticipándome a la respuesta. Tanto, que fui incapaz de
preguntar el esperado porqué de
esa aseveración, más no tuve que esperar demasiado para escuchar su respuesta a
ello—. Pues no sé vivir sin ti. Sé que existía antes de que tú llegaras, pero
no fue hasta después de eso que empecé a vivir… Tú me enseñaste como hacerlo.
Atraje su cara a mis labios y después la posé
sobre mi pecho. De seguro estaría escuchando mi desaforado corazón, pero
milagrosamente no comentó nada al respecto. Acaricié una y otra vez esa
cabellera cobriza mientras encontraba mi propia voz para responderle. Pasaron
unos minutos hasta que pude hacerlo.
—Hay un personaje histórico y romántico con el
cuál siempre sentí empatía: el Señor
Darcy. Se había vuelto un cínico; por decirlo de alguna manera; por el
entorno que lo rodeaba: la falsedad de la alta sociedad, la ambición de quienes
lo asediaban, en fin… todo eso le había hecho ser una persona fría e
introvertida. Era su manera de protegerse de los demás —mi mano continuaba
acariciando esas hebras sedosas a la vez que me emocionaba mientras seguía
hablando—. Así estaba yo antes de conocerte, Edward. Sin sus millones y su
opulencia, claro está. —bromeé, pero a Edward no pareció hacerle gracia mi
pseudo chiste, así que continué: — Sí, disfrutaba de mi profesión y de la
compañía de todos los niños con los que he compartido, pero me faltaba más.
Faltaba algo, o alguien, que me diera fe en las personas. Fue entonces cuando
me encontré con un tesoro en medio de un jardín lleno de florecillas lilas.
Se apartó para verme a los ojos, y cuando iba a
seguir con mi declaración, una vocecita nos interrumpió:
—¿Bella? —graznó Charlotte desde la entrada del
estudio, donde se restregaba los ojitos con sus manos. Bostezó perezosa y se
acercó a mí, iba descalza. La tomé en brazos en cuanto estuvo cerca y la
coloqué en mi regazo.
—¿Qué haces despierta, Charly? Hace menos de una
hora que te acostaste linda… ¿No tienes sueño? Tu papá me dijo que amabas las
siestas largas —le hice unas cosquillas en su panza y cuando se retorció la
dejé en paz—. Pensé que dormirías más, pequeña marmota.
Frunció el ceño al hablar.
—Me despertó el teléfono de Edward
—agregó un poco enfurruñada—. Suena mucho.
El aludido abrió los ojos cayendo en cuenta de lo
que la pequeña estaba diciendo.
—Lo olvidé cuando te acompañé a dejarla allí. Lo
siento.
Me encogí de hombros y me llevé a mi dúo dinámico
hacia el patio trasero por un poco de aire otoñal; no sin antes pasar por las
botitas de Charlotte al cuarto de huéspedes. Dos horas después, un Edward
exhausto se acercó a mí en busca de que lo ayudara con Winter y la pequeña.
—Tienes que cansarla ahora para que pueda dormir
—le dije con malicia—. Jasper llegará tarde.
—¿Y por qué nosotros no fuimos a la graduación de
Alice? ¡Ella nos invitó! —cuestionó un poco indignado.
—Pues sí, Edward, pero hay cosas de las que ellos
tienen que hablar y si estábamos ahí, no creo que lo arreglen.
—¿Pelearon?
—No —recogí la charola donde llevaba la merienda
que había preparado para todos. Sí para todos… Incluso cargaba con unas
croquetas de perro.
—Dime.
—Eres demasiado curioso ángel.
—No es curiosidad. Es… —pareció pensarlo durante
un momento, pero al parecer su mente tan acostumbrada a ser honesta, no
encontró ninguna excusa— ¡Dime, Bella!
—No.
Distraerlo no fue una batalla fácil. Tuve que
recurrir miserablemente a la ayuda de una cachorra de husky y a una niña
demasiado hiperactiva para ello.
*.*.*.*.*
Con Carlisle y Esme en casa, un par de horas
después, pude retirarme a la mía aún con Charlotte. Edward se había quedado
ayudando a su padre con la cena, aunque sabía por descontado que Carlisle era
un desastre para la cocina. No por falta de intentos, lamentablemente, sino por
falta de talento. Imaginaba que padre e hijo estarían debatiendo qué hacer
hasta que alguno de los dos cediera y terminaran encargando algo por teléfono.
Casi siempre era Edward quién se quebraba primero.
Charly por su parte, se había rendido también pero
al cansancio. Tras solo cinco minutos de camino a las afuera de Forks, se
desvaneció en el asiento trasero de mi camioneta. Gruñó un poco cuando la tomé
en brazos para acostarla dentro de la casa, pero ni siquiera por eso se
despertó.
Aproveché el rato para recoger un poco los papeles
que teníamos Alice y yo desperdigados en un ala un tanto oculta del salón de
estar que hacía a la vez de estudio. El escritorio estaba repleto de diferentes
tipos de inventarios que nos hablaban de lo que necesitaríamos para poner en
marcha la fundación. A veces pensaba que incluso con la ayuda del poderosísimo
doctor Cullen, sería imposible poder echarla a andar. Necesitábamos dinero. Demasiado dinero. Y no todos los
contactos del prestigioso padre de Edward estaban dispuestos a sacar sus
chequeras para ayudar a jóvenes con capacidades distintas; pues no era algo que
los tocaba de cerca. Otros contribuían solo para conseguir una buena rebaja en
su pago de impuestos y un tanto de publicidad también. Era entonces cuando me
sentía como el Señor Darcy. Sin
embargo, casi al instante me recordaba a mí misma el porqué hacía lo que hacía
y más importante aún, para quién lo hacía: Para personas como Edward. Ayudar en
su integración social era algo básico para todo paciente con necesidades
especiales; puesto que no siempre estaba la familia para apoyarlos.
Mientras revisaba algunos papeles, me encontré
sentada buscando en la red una locación que nos permitiera llevar el proyecto a
cabo. Era lo más urgente, y no lo teníamos siquiera. Fue allí donde escuché que
habían llegado Alice y Jasper; pero a diferencia de lo que yo había esperado,
sus problemas distaban de estar solucionados:
—Piensa bien lo que dijiste, Alice. Ahora estás
molesta pero quizá mañana… —él hablaba en susurros, así que sabían que yo
estaba en casa pues mi camioneta estaba en frente de la puerta. Imaginé que quizás
trataban que no los escuchara, pues ella
le respondió en el mismo tono de voz.
—Tu ausencia todos estos días me ha dado
suficiente tiempo para pensar las cosas, Jasper. No es algo que decidí al calor
del momento. —se hizo una pausa, o al menos yo no alcancé a escuchar que se
dijeran nada más y luego él; como buen caballero sureño; pidió permiso antes de
subir las escaleras para buscar a su niña.
Fui hasta donde estaba Alice y la encontré con una
expresión dura y adusta que nunca había visto en ella. Como si estuviese
reprimiendo algo. Traía la toga y el birrete en una mano, el título en la otra.
No vi la medalla en ningún lugar, pero supuse que estaba en su bolsa de mano.
En definitiva, algo malo pasaba cuando alguien que estaba sumamente emocionada
por graduarse no prestaba atención a ninguno de sus reconocimientos
obtenidos ¡El mismo día del acto de recibimiento del título!
—Hola —pregunté cautelosa.
Hizo un intento de sonreír que me partió el
corazón.
—Hola, Bells.
—¡Felicidades! —le dije en un tonito que trataba
de alegrarla, aunque fuera una pizquita pero me sentí ridícula y fuera de lugar
nada más terminé de decirlo.
—Gracias ¿Cómo estuvo su día? —hizo un ademan con
la cabeza en dirección al piso superior. Iba a responder con una risita
nerviosa cuando Jasper bajó los escalones con cuidado de no hacer más ruido del
necesario. Miró en mi dirección y saludó pero él no hizo ni el más mínimo
intento de parecer feliz. Estaba de una seriedad funeraria, diría yo.
—Gracias por haberla cuidado, Bella ¿Te dio mucho
qué hacer? —negué con la cabeza rotundamente.
—Se portó muy bien. No puedo quejarme.
Asintió educado antes de despedirse.
—Gracias de nuevo. Buenas noches, Bella.
—Buenas noches, Jaz.
Alice solo permaneció parada en la puerta con una
postura demasiado severa. Como si estuviese interpretando un papel; pero a
leguas se notaba que algo pasaba. Toqué su hombro pero no se inmutó,
permaneció impasible. Con la mirada perdida en el auto en el que Jasper estaba
subiendo a una desvanecida Charlotte.
—Se acabó, Bella —el hecho de que se esforzara
tanto en parecer fría me preocupaba más—. El cuento de hadas llegó a su fin.
Ahora empieza mi realidad.
Cuando en el ambiente no quedó ni tan siquiera un
rastro de ruido del coche, ella pasó y nos quedamos viéndonos. Entonces… se
vino abajo. Tiró las cosas de cualquier manera hasta que llegó al sofá. Sentada
en el, con su cabeza en mi regazo; dejé que se desahogara por todo. Lloró hasta
que sus ojos se veían ribeteados en rojo. Después de un rato, la seguí a su
cuarto mientras seguía hablándome sobre todo lo que hablaron ella y Jasper en
la cena.
—…¡Y cuando le estaba reclamando por esas llamadas
sospechosas que él respondía a solas, su teléfono comenzó a repicar de nuevo!
Trató de esconder su inquietud pero lo conozco bien, Bella… —se secó la nariz
con un poco de papel higiénico mientras se desmaquillaba y lloraba a la vez—
Quería atenderlo. Ahí fue que me di cuenta que había llegado a mi límite, y
simplemente terminé. Acabé con él y con todo. Era demasiado perfecto para durar.
—su comentario me confundió.
—¿A qué te refieres?
Puso los ojos en blanco antes de mirarme por medio
del espejo del baño.
—Es obvio, Bella, que somos distintos. Él y su
familia han pasado por cosas duras, es cierto, pero siguen siendo de otra clase.
En cambio esta servidora… solo es eso, una servidora. Trabaja en las casas
ajenas para poder pagarse los gastos de universidad ¿Y sabes una cosa? ¡Está
endeudada hasta las trancas con sus créditos estudiantiles! —hizo un gesto con
la mano como para zanjar el rumbo que había tomado su conversación. Siguió
desmaquillándose—. El encanto se rompió y aquí está cenicienta. Con un vestido
prestado; por la hermana, por cierto, con manchas de rímel bajo los ojos y con
la realidad abofeteándola en el rostro. Debí haberlo visto venir.
Creí que lo último se lo decía más a ella misma
que a mí. A pesar de que me sentí inclinada a apretar su hombro para infundirle
conforte, fui incapaz de moverme del umbral. Pero de lo que si fui capaz fue de
decirle lo que pensaba, pero cuidando que mi tono no sonara más reprobatorio de
lo necesario.
—¿Sabes una cosa? Decir que tú eres solo
una servidora, en el contexto que le estás dando a esa palabra, es como si
minimizaras todo lo que has hecho por todos los que te queremos. Y de alguna
manera también nos lo haces a nosotros.
Sus hombros se encorvaron, dejó caer su cabeza y
el pesar embargó su tono de voz. Estaba llorando de nuevo. Sentí culpa al verla
en ese estado pero no podía dejarla que esa situación la consumiera ¿Qué clase
de amiga sería si lo permitiera?
—Lo siento, Bells. No fue esa mi intención. Ya no
sé ni lo que digo —fue entonces cuando palmeé su espalda con cariño.
—Lávate la cara, cámbiate y acuéstate. Te subo un
té en unos minutos.
Giró hacia mí con un camino de lágrimas bajándole
por las mejillas, su cabello corto ahora despeinado y sus labios haciendo un
puchero lastimoso le hacían asemejarse a una niña vulnerable. Y de cierta
forma, cuando las mujeres nos despechamos, lo somos. Diez minutos después, colocaba
una taza de té de tila en su mesita de noche. Alice ya estaba acostada y con su
pijama.
—Aquí tienes, cielo. Coloqué unas gotitas de valeriana
para que puedas dormir —me encogí de hombros soltando un suspiro—. Descansa.
El día después… y los siguientes a este, Al era
una sombra de la su antigua personalidad. Reía, pero esa sonrisa no le llegaba
a los ojos. Lloraba, pero en donde nadie; ni siquiera yo; la viera. Me estaba
costando dormirme cuando por las noches escuchando sus sollozos ahogados por
los delgados muros. Sin embargo, lo más difícil, sin ninguna duda, era verla
esforzándose en volver a la normalidad. Queriendo hacer como si nada hubiese
pasado. Personalmente, no creía que eso fuera especialmente bueno.
*.*.*.*.*
Casi dos semanas después de que ambas fuésemos a
chequear un galpón que estaba en venta, fuimos a llevarle la información a
Carlisle; como él nos lo había pedido previamente por teléfono.
—¡El lugar era simplemente perfecto! ¿Cierto, Al?
—me giré emocionada hacia ella. Esta asintió sonriente. Me volví a Carlisle que
permanecía en su gran escritorio perfectamente organizado pero con inmensas
torres de expedientes de los cuales encargarse—. Era una antigua fábrica de
cuerdas de fibra natural que quebró hace casi una década. El dueño es una
persona mayor, y sus familiares están interesados en vender ese lugar. Les
reporta más gastos que nada.
Con su rostro feliz pero tranquilo, como casi
siempre, asintió y preguntó:
—¿Contactaste con un agente de bienes raíces?
—En efecto. Ya estaba harta de ir dando brincos de
un lado para otro, así que me fui al centro de Port Angeles y un chico muy
amable me atendió. Su nombre es Embry Call. Fue él quien me ofreció ese lugar
que está casi a las afueras. Es tranquilo y tiene mucho potencial.
—Te veo emocionada, Bella.
—¡No puedo evitarlo! Buscamos tanto y nada se
adecuaba a nuestras necesidades. Pero este… ¡Tengo un buen presentimiento acerca
de este! Casi pude imaginar el lugar ya restaurado.
—¿Necesita muchos cambios? —allí su expresión se
hizo un poco menos tranquila y antes de responder fruncí los labios a un lado.
—Más o menos. Pero considerando el precio y lo
grande que es, y aunado a esto el tiempo de abandono; me parece normal.
—¿Cuánto piden por ella?
—Piden trescientos mil —abrió los ojos en asombro.
—Pero Embry cree que están pidiendo demasiado basados en el tiempo que lleva
eso en el mercado y aun no lo han podido vender. Dice que se puede ofertar unos
doscientos cincuenta y un máximo de doscientos setenta.
La sonrisa volvió a su boca.
—¿Cuánto mide?
—Trescientos metros cuadrados.
—¡¿Qué?! ¡¿Trescientos mil por seiscientos metros
cuadros??! ¡¿Es en serio?!
Allí fue que me comencé a poner nerviosa. Al fin y
al cabo era él quien iba a ser la pupila principal de esa fundación.
—Ehh…y hay un terreno trasero de unos doscientos
metros cuadrados más —respondí dubitativa.
Se hizo un silencio tan desesperante en la oficina,
que estuve a punto de tirarle el pisapapeles al reloj para que dejara de contar
los segundos que transcurrían sin que Carlisle Cullen diera algún tipo de
respuesta. Dejó de frotarse la barbilla con el dedo y me miró con una ceja
levantada.
—¿Crees que haya algún tipo de trampa en esto?
—Ehh yo… no lo sé, Carlisle. Solo te digo lo que
vi y hablé con el agente.
Él asintió y me pidió los datos de la oficina en
Port Angeles. Se los di junto con todos los que me había suministrado Embry.
Hizo algunas llamadas y mandó a investigar tanto a los dueños del lugar como a
la oficina de bienes raíces, y de paso, a su agente. Luego se giró hacia
nosotras con expresión satisfecha.
—Creo que si todo esto… —señaló con las manos a
los papeles que le había colocado delante— es perfectamente legal, podríamos
proceder a ofertar lo más pronto posible.
—¡¿En serio?! —tanto Alice como yo casi brincamos
de nuestras respectivas sillas.
Asintió.
—Considerando el tamaño del lugar, el precio es
una ganga. Ese agente debe de ser muy astuto, pues no creo que ignore eso.
Imagino que debe querer hacer esta venta. Puede quedarse con un buen
porcentaje. Así que ¡Aprovechemos!
Ambas dimos un grito ahogado de emoción. Quedamos
en esperar la confirmación de los datos que había solicitado el perspicaz
abogado, pero llamamos a Embry para decirle que le daríamos una respuesta en
las próximas cuarenta y ocho horas.
—Necesitaremos una contratista para que nos ayude
con la restauración. Y podríamos decirle a mi esposa que les ayude con la
ambientación. Obviamente dentro de sus parámetros —nos señaló. Luego levantó el
dedo índice—. Esperen un momento, tengo una persona para ello. Son los hermanos
de uno de mis socios. Así que… ¿Qué dicen, chicas? ¿Vamos a por la fundación de
jóvenes especiales?
Nuestra respuesta sonó más como un juramento
solemne.
—Vamos —sin ningún tono de duda.
—Bien —dijo él dando el tema por zanjado, entonces
Jasper irrumpió en la oficina sin mayores cortesías más allá de dos toques desaforados
en la puerta.
—Discúlpame, Carlisle, pero necesito hablar con
Alice un momento —la miró a los ojos con una necesidad que hasta yo la podía
percibir. Estaba ojeroso y con su cabello un poco revuelto. Parecía que iba a
necesitar un corte de cabello pronto, o sus rizos se asemejarían demasiado a
los de Charlotte. Su atónito jefe le indicó con la mano que pasara. Supuse que
para nadie era habitual ver a Jasper tan fuera de sí.
—Por… supuesto. Pasa. Ya casi habíamos terminado.
Por dentro crucé los dedos para que todo este
enredo pudiera terminar de una vez por todas. Ya estaba harta de ver a mi amiga
taciturna y atiborrándose de cuanto helado y mala película de terror se le
pasara por delante.
Al se puso de pie, me miró y esperó que la
ayudara.
—Bella y yo ya nos íbamos ¿Cierto? —abrió sus ojos
de manera desmesurada.
Fingí ignorarla.
—Puedo esperarte. Tranquila.
Entrecerró los ojos con rabia. Ahora solo me
quedaba esperar a la explosión de su ira post-traición, y si el porte de Jasper no hablaba suficiente de su
desesperación, entonces lo haría la manera en que la tomó de la muñeca y se la
llevó de la oficina en volandas. Como si temiera que algo pudiese interferir en
eso que iba a decirle. Puestos a ser justos, Jaz había llamado a Alice en más
de una ocasión mientras yo estaba con ella, solo Dios sabrá cuantas lo haría en
total. Sin embargo Alice se había erigido como una maestra en el arte de
utilizar la opción Rechazar de
su celular.
Carlisle y yo nos quedamos a solas en la oficina
pensando en qué decir que no fuese una indiscreción.
—¿Le enseño las fotos que tomamos? —finalmente
agregué. Y el mostrando su elegancia de caballero asintió sin mostrar señas de
curiosidad por el tema Jalice. 2
*.*.*.*.*
Con Rosalie la relación funcionaba de maravilla,
éramos más cercanas. Incluso nuestras reuniones telefónicas se extendían por
largos lapsos, incluso cuando hablábamos de naderías.
—¡Está cambiadísimo, Bella! —el asombro de Rosalie
era palpable hasta por teléfono—. Mandó a una contratista a preparar la
habitación del bebé. Lo cual me pareció normal. Sin embargo eso se extendió a
la casa. Cada cosa que ameritaba un reparo, pues ahora será cambiada…
conjuntamente con todo su entorno. Así que ahora la mayoría de mi casa es una
pesadilla de polvillo de construcción. Una mezcla de cemento, arena y yeso
—suspiró un poco harta—. Emmett es digno hijo de Esme. Empezó por un cuarto y
se extendió por la cocina, el salón de estar, comedor, patio trasero, la
piscina y de último, mi habitación. En fin… toda el lugar. Y los que no fueron
remodelados del todo… fueron pintados. Falta mi habitación, pero como
ninguna de las otras alcobas está lista, no han empezado allí. No quiere
exponerme a una gripe y que eso afecte al bebé.
Sonreí para mí, porque ella no podía verme, además
el teléfono estaba en altavoz en la cama mientras me pintaba las uñas de los
pies. Así que era mejor no estar cara a cara; así no podría verme contorsionada
como un pretzel.
—¿Y contigo cómo se ha comportado? Ojo: no me
estoy refiriendo a la madre de su hijo, sino a Rosalie. La mujer.
—Bueno… él ha… —balbuceó— La verdad es que no
estoy muy segura acerca de cómo se comporta.
—Si pudieras explicarme a qué te refieres, sería
fabuloso. No te sigo —la punta de la brocha se me sacudió de forma involuntaria
manchándome todo menos la uña de azul cobalto— ¡Demonios!
—Bells ¿Qué ocurre?
—Disculpa. No era contigo, Rose. Es que estoy en
medio de un intento de pedicure. Pero la verdad es que está siendo algo,
bastante, miserable.
El sonido de su risa me llegó desde el otro lado
de la línea.
—Con razón la voz te salía tan rara. Yo renuncié a
eso desde que me recomendaron a una chica que trabaja muy bien. Vive aquí
mismo, por Calawah Way, va a
domicilio a donde sea.
Después de un pequeño break frívolo, retomamos la
conversación donde la habíamos dejado:
—Él es extraño. No le gusta que vengan mis amigos
del conservatorio de música; pero no me dice absolutamente nada. Pone una
expresión de enojo que me descoloca, pero no admite lo que le pasa.
—Supongo que sabe que no tiene ningún derecho a
reprocharte nada. Además son solo amigos los que te visitan ¿No?
—Por supuesto. Aunque ya te había comentado que
entre esos está mi ex, pero eso terminó hace más de dos años y somos muy buenos
amigos. Siempre lo fuimos. En fin… Emmett con todos ellos solo ha cruzado un
par de palabras. Nada más allá de un saludo frío —enarqué una ceja.
—¿Pero han salido para otras cosas que no sea
comprar cosas para el bebé? —pregunté. Bajé las piernas resignada al hecho de
que había hecho mi mejor esfuerzo, y con la convicción de llamar la próxima vez
a la chica que Rose me recomendó.
—Vamos a comer cuando salimos de compras ¿Eso
cuenta? —en su voz se notaba una risita más bien triste. Sentí pena por ella.
—Lamento decirte que no. No cuentan esas comidas
—quizá era rara la conversación que ella y yo estábamos manteniendo, si nos
remitíamos a todo lo que había ocurrido entre Emmett, ella y yo. Bueno, quizá
no. Lo era y punto. Pero en ningún momento sentí por él nada más allá de un
cariño, así que prefería pasar por debajo este hecho. Puede que ella quisiera
hacer lo mismo—. ¿Por qué no lo invitas tú?
—¿No sonará desesperado? No quiero que él piense
que quiero atraparlo con el embarazo. No es quisiera eso, en lo absoluto.
—Bueno… podrías cocinar algo en tu casa e
invitarlo a comer. Nada demasiado elegante. Solo una comida informal entre
amigos —y pareció sopesarlo por un momento antes de responder.
—Eso me parece de hecho, una buena idea.
Al día siguiente me encaminé rumbo a casa de Rose…
esta había sufrido muchos cambios, más no así su relación con Emmett. Algo
parecía bloquearlo a él, y ella comenzaba a sentirse incómoda con cada
insinuación sutil que intentaba y fallaba. Pero en esta ocasión no iba a
visitarla. Solo a recoger a Edward, quién mostraba interés por diferentes cosas
excepto por conducir. Le provocaba mucha ansiedad el estar frente al volante.
Hasta ahora ese tema se había convertido en una gran traba para sus avances e
independencia.
—¡Bella! —fue él mismo quién me recibió en la
puerta.
Tomó mi cara entre sus largos dedos para besarme
con entusiasmo. Demasiado, en realidad. Estaba eufórico. Se le notaba en sus
ojos brillantes y más abiertos que de costumbre, aunque no sonriera demasiado.
Tomó mi mano y me haló hacia el interior de la casa, y me dirigió con prisa
hacia el salón de estar en donde se encontraba el piano.
—Ángel ¿En dónde está Rose? —miré en todas
direcciones tratando de localizarla. Fue en vano.
Tomó asiento en el banquillo frente al piano y me
haló con un poco de rudeza para que yo hiciera lo mismo.
—Está en su habitación, en el piso de arriba
—respondió con desinterés. Cuando se disponía a empezar a tocar, lo detuve.
—¿No crees que debería saludarle a ella antes de
hacer cualquier otra cosa? —con toda la suficiencia y el descaro que tenía en
todo su ser, dijo:
—No. Yo voy a interpretarte una canción y ella
está ocupada. Esto es más importante.
Lo miré con una expresión severa. Al menos lo
intenté. Lo cual pudo haber tenido mejor efecto si me hubiese visto a la cara
antes de que me riera derrotada.
—Ok, señor. Toque para mí —suspiré.
De alguna manera estaba acostumbrada a que él
cantara para mí. Lo hacía tras cada lección de Rosalie. Sin embargo él siempre
lograba tocar una fibra muy sensible dentro de mí, pero ese día no estaba ni
cerca de imaginar cuánto.
Everyday I wake up next to
an angel
More beautiful than words could
say
They said it wouldn't work but what did they know?
Cause years passed and we're still here today
Never in my dreams did I think that this would happen to me
No reconocí la canción ni tampoco al intérprete.
Sin embargo eso era lo menos significativo en ese momento. Allí existían
solo Edward y el piano. Ni siquiera yo. No estaba segura de si me
encontraba en carne y hueso en esa sala, o era una especie de alucinación
celestial de la cual me despertaría en cualquier instante con el pitar del
reloj despertador.
No se podía amar tanto ¿O sí?
Y es que no era únicamente significativo el que
Edward estuviera cantándome. No. Lo que me abrumó más fue cuando comprendí que
se esforzaba en aquellas clases no solo porque le gustara. Sino porque a través
de la música abría su corazón para mí. Decía esas palabras con las cuales no se
sentía seguro. Entendí entonces que seguía pareciéndome al Señor Darcy;
teniendo asumidas muchas cosas y no viendo la grandeza de los pequeños detalles
hasta que estos prácticamente te golpeaban en la cara por la persona. En mi
caso era Edward el que me recordaba una y otra vez cuán hermoso seguía siendo
el mundo, al que mis ojos ven de una forma monótona y desabrida. Mientras que
para mí una hoja en el suelo solo era una muestra del paso del viento o de una
estación a otra, para él era la despedida que nos daba el otoño de una manera
cálida a través de sus colores. Sí, en definitiva él era un ser humano
grandioso.
As I stand here before my woman
I cant fight back the tears in my eyes
Oh how could I be so lucky
I must've done something right
And I promise to love her for the rest of my life. 2
Continuó cantando, pero en vez de ser él el que
llorara como rezaba la canción; en su lugar eran mis ojos los que estaba
anegados de lágrimas. Y amaba cada una de ellas. Detuvo la música y
se giró hacia mí emocionado hasta que notó la humedad en mis mejillas. Entonces
su expresión se tornó insegura.
—Aprendí esa canción para ti porque creí que te
gustaría… —lo callé con mis dedos en sus labios. Luego un beso.
—Amé cada una de esas palabras, ángel. Gracias.
—Pero lloras, Bella —recogió las gotas con un
gesto delicado—. No estoy seguro de que estés siendo sincera. No pareces muy
feliz que se diga.
—Lo estoy, ángel. Es solo… que hay veces que
olvido la suerte que he tenido. Un completo error por mi parte.
—Te dije que le gustaría, Edward —una barrigona y
sonriente Rosalie se encontraba recargada en el umbral de su salón. En cuanto
nos interrumpió caminó en dirección a nosotros—. Me guiñó un ojo—. ¿Cómo estás,
Bella? Aparte de visiblemente emocionada.
Un tanto avergonzada me volví hacia ella por
completo. Le conté no solo a Rose sino también al amor de vida todo acerca de
lo que había visto en la fábrica y lo que había hablado con Carlisle. Una se
mostró casi tan excitada como yo, el otro; bueno, dejémoslo en que tenía
demasiada hambre (cosa que no era de extrañar en Edward) como para prestar
atención. Después de unas buenas copas de helado y de conocer la habitación ya
lista del próximo niño o niña; pues aún no quería dejarse ver; nos pusimos en
camino.
—Estás pensativo. —ni siquiera había encendido la
radio y comenzado a jugar con las emisoras; como solía hacer.
—Es solo que… hasta ahora no había caído en cuenta
de que nunca me has hablado de tu familia. No los conozco en absoluto. —me vio
contrariado.
La plenitud que tenía en el cuerpo se me esfumó
como si solo hubiese sido una aparición etérea, como el humo de un cigarrillo.
—¿Les has hablado sobre mí? —insistió y yo sacudí
la cabeza.
—¿A qué vienen esas preguntas, Edward?
—Es que te escuché hablando con Rose sobre las
familias de ambas y no pude recordar nada acerca de la tuya.
—Es porque nunca te he dicho nada acerca de ellos
—susurré temblorosa. Había esqueletos en el closet que no creía que fuesen
removidos de su sitio, pero como cada cosa que asumía con Edward; resultaba lo
contrario. Casi siempre.
Se negó a quitar su mirada de mí. Podía sentirla
fuerte incluso si no movía los ojos del parabrisas.
—¿Por qué no lo has hecho? ¿No crees que les
agrade? —mordí mis labios nerviosa. Buscaba una respuesta rápida que me sacara
de ese aprieto sin tener que dar detalles. No la encontré.
—¿Es porque soy autista? —allí si reaccioné rápido
e indignada. Más de lo que debía, en realidad.
—¡Demonios, Edward, no! ¿Por quién me tomas?
—giré mi cara hacia él con un gesto menos severo. Las lágrimas ya se
aproximaban a la puerta de escape—. Lo siento. No debí hablarte así, lo
siento. Es totalmente innecesario. Es solo que… no vuelvas a decir eso. Jamás,
jamás, —insistí con vehemencia— jamás vuelvas a decir, o a pensar,
que yo pueda avergonzarme de ti. Eso no pasará malditamente nunca.
—Estás maldiciendo —agregó impasible y sentí el
sonrojo en mis mejillas.
—Lo siento, de nuevo.
—Maldices cuando estás enojada. Te molesté.
Quizá hubiese sido mejor si tomara una de sus
manos entre otra mía; pero simplemente no fui capaz. Estaba demasiado ocupada
estrangulando el volante con ambas. Librando una batalla campal con unas
lágrimas que me derrotaban de forma miserable. El silencio que se extendió fue
incómodo. Tanto que él mismo lo zanjó.
—Lo siento.
—¿El qué?
—Haberte hecho llorar —su voz se notaba afectada.
Inspiré con fuerza y cerré los ojos por solo un segundo.
—¡Dios, ángel, no! No me pidas disculpas. No
estoy llorando por ti…
—Ahora estás mintiendo, y no me gusta que lo
hagas. —contraatacó.
—No. No lo hago. Es que el hablar de mis padres no
me sienta bien. Hace mucho que no lo hago. En realidad no lo hago nunca.
—¿Por qué? —su curiosidad fue renovada.
—Porque ambos están muertos.
*.*.*.*.*
Aunque era viernes, Edward no se quedó en mi casa
ni tampoco salimos a ningún sitio. Me limité a dejarle en su casa e irme. Ni
siquiera pasé a saludar a nadie. Me dirigí directo a casa en donde tomé un
largo baño y me puse a hacer lo que mejor sabía. Evadir los recuerdos de mis
padres con trabajo. Cuando no hubo más papeleo que arreglar, me fui a la sala a
ver un poco de televisión. Y cuando me aburrí de ello, llamé a Alice. La
contestadora cayó de inmediato. Tenía el celular apagado. No estaba segura de
qué podía significar aquello. El reloj de mi teléfono marcaba las once menos
quince. Demasiado temprano para dormir, pero prefería evadirme en sueños que
pensar en cosas que no tenían arreglo y a las que no quería hacerles frente. Ni
ahora ni nunca. Pero como sabía que Morfeo me evitaría, decidí de antemano
apelar por una medida de emergencia. Un poco de antigripal y estaba lista.
Pero ni siquiera así dormí tranquila.
A la mañana siguiente, no podía eludir el
sentimiento de culpa que tenía por la forma en que había reaccionado con
Edward. Al fin y al cabo él no tenía la culpa de nada. Y tampoco es que yo
había tenido una vida horrorosa. Me estaba auto compadeciendo, y no había cosa
que soportara menos que esa. Llamé a Edward, después de desayunar y quedé a
recogerlo en la puerta de su casa en una hora. Terminé de arreglarme y me
encaminé. Al llegar, él estaba puntual en el lugar acordado. Esme estaba a su
lado, así que la saludé sin bajarme del auto. Aun no sabía bien lo que haría.
Ni tan siquiera tenía claro el motivo por el que lo hacía. Solo tenía el
presentimiento de que eso era lo adecuado.
—¿A dónde vamos? —preguntó él confundido.
—Al Forks
Cemetery, ángel.
No sabría decir bien si se sorprendió o si se
asustó, quizá un poco de ambos; pero nunca dijo ni una sola palabra que me
hiciera pensar que necesitaba salir corriendo de allí.
Pasamos la
entrada con sus pinos de gran altura, lápidas de piedra, montones de flores de
diferentes colores e incluso una pareja que parecía estar rezando frente a una
tumba. Cuando llegamos a una lejana parcela, nos bajamos del auto y comenzamos
a ir hacia el fondo lateral de esta. Tuve especial cuidado de no pisar las
tumbas. De niña odiaba eso, me parecía que por la noche los dueños de aquellos
pedacitos de tierra vendrían a reclamarme por mi falta de consideración a su
sueño eterno. Ahora de adulta, no sentía ese miedo irracional, pero si cierto
repelús. Edward siguió mis pasos atentamente. Cuando llegamos a dos tumbas
comunes y corrientes, sin ningún tipo de adornos más allá de sus respectivas
lápidas, me detuve y señalé los nombres.
—Charlie y Reneé Swan. Son tus papás —musitó él
pesaroso.
Asentí. Pensaba que ver esa piedra fría no me
afectaría. Ya había pasado demasiado tiempo de eso.
—Son ellos —señalé a ambos lugares. Luego tomé su
mano con fuerza—. Te debo una disculpa por cómo reaccioné ayer, me tomaste con
la guardia baja y reaccioné mal. Es una pésima excusa pero es la única que
tengo.
Sentí una suave caricia en la mejilla que me
confortó. No fue hasta que vi que se secaba la mano en el pantalón, que me di
cuenta de que estaba llorando. Lo estaba haciendo muy seguido últimamente.
—Muchas veces vine aquí a decirles cuanto los
extrañaba, y en otras, cuanto los odiaba —Edward se sorprendió pero no me
interrumpió. Para mi sorpresa—. Sobre todo a Reneé. Por años y años la culpé de
cuán triste me sentía porque se hubiese ido antes de enseñarme muchas
cosas. Terminé culpándola absolutamente de todo. Incluso de que Charlie no
me quisiera.
—Y ¿Eso era cierto?
Apenada y con un nudo en la garganta negué con la
cabeza. Después de unos cuantos sollozos volví a hablar.
—No. Ahora entiendo que no. Ella me dio todo el
amor del que fue capaz, durante el tiempo que pudo. El que su cáncer le
permitió. Charlie me lo contó antes de consumirse en su depresión. Y él
también… —Edward me apretó contra su pecho. Solo guardó silencio y me apoyó
contra él ¿Cómo podían generalizar que personas como él no eran
empáticos?—también… ¡Jesús! —exclamé intentando controlar mis sentimientos.
Me tomé un minuto para calmarme, pero ni lo solté
a él ni dejé de mi mirar unas lápidas palidecidas que habían sido testigos de
mi ira durante años.
—Charlie también me amó. Pero amó más a Reneé
—aparté mi rostro para poder verlo a los ojos. Estaba más que convencida de lo
que diría—. Eso nunca tuvo sentido para mí, hasta ahora que te tengo a ti. No
hay nada a lo que ame más que a ti. Y aunque el perderte no me lleve a la tumba
de forma literal, de alguna manera me mataría. Esa Isabella que volvió a creer en
ángeles y que no ve las cosas solo en blanco y negro, sino en colores, moriría
—una risa amarga se escapó de mis labios—. Ya ves, ángel. Después de todo, no
tengo mucho que reprocharle a Julieta. En cierta forma somos parecidas.
Esperaba con que me saliera con alguno de sus
comentarios que me desbarataban por completo. Sin embargo, lo que dijo después
hizo que me sintiera más entera que nunca.
—No sé como quiso Charlie, ni tampoco lo sé a
ciencia cierta de Romeo tampoco. Pero lo que sí sé es cómo te amo yo: No es un
amor de muerte ¿Cómo podría hacerlo si tú me reviviste?
Y allí. En medio de un césped húmedo, de un
ambiente demasiado callado y gris, perdoné. Perdoné a mis padres por el
abandono que había sentido desde hacía tanto tiempo. Me perdoné a mí misma por
no creer que fuese la hija que ellos pudieron haber querido. Volví a sentirme
entera. Y de alguna manera había sido Edward quién había colocado la última
pieza del rompecabezas. Tomé la mano de mi ángel y me giré hacia las lápidas y
dije en tono audible:
—Reneé, Charlie. Él es Edward Cullen. Mi
novio, mi ángel y mi complemento. Siento que debo darles las gracias por haber
intercedido para qué algún Dios allá arriba me concediera el milagro de cruzar
nuestras vidas.
Él sonrió con ternura y me apretó.
Siendo una vez más lo que desde siempre había sido:
Mi rayo de gracia divina.
Seems like yesterday when she first said hello
Funny how time fly's by when you're in love
It took us a lifetime to find each other
It was worth the wait cause I finally found the one
Never in my dreams did I think that this would happen to me
1.- Cita textual de Romeo y Julieta de William Shakespeare.
2.- Rest
of my Life - Bruno Mars.
3.- Alice + Jasper= Jalice
*.*.*.*.*
Bueno…bueno…bueno…Esta
actualización llega dos horas pasadas de los miércoles que habíamos acordado,
pero aquí estamos. Un poco trasnochadas, pero cumpliéndoles. Espero que esta
nueva actualización les agrade, y como les dije la vez pasada: Los reviews me
encantan. Amo leer lo que cada una tiene que decir, incluso cuando piensan que
alguien no está actuando como debería. ¡Háganse sentir, mis chicas! (Eso sí, desde
el respeto XD)
Espero
que pasen una magnífica semana. Y por cierto: la próxima actualización será el
día de navidad. Es mi regalo para ustedes y su lealtad… Y sí, desde la semana
que viene llegan los capítulos nuevos!
Se
les quiere muchísimo. Nos seguimos leyendo…
Marie C. Mateo
They said it wouldn't work but what did they know?
Cause years passed and we're still here today
Never in my dreams did I think that this would happen to me
I cant fight back the tears in my eyes
Oh how could I be so lucky
I must've done something right
And I promise to love her for the rest of my life. 2
Funny how time fly's by when you're in love
It took us a lifetime to find each other
It was worth the wait cause I finally found the one
Never in my dreams did I think that this would happen to me