viernes, 30 de abril de 2010

Sin Alternativas - Segundo Capítulo:





“SIN ESCAPATORIA…SIN ALTERNATIVAS”


El teléfono suena. Ni siquiera me digno a ver quién llama.
- ¿Hola?
- ¡Eres la peor amiga del mundo! – dijo Gabrielle. O ¿Es más acertado decir que “gritó”? - …Podías haberme mandado un mensaje de texto, pero no lo hiciste. Pudiste haberme llamado pero tampoco lo hiciste. Por lo menos pudiste haberme dejado una nota, pero adivina ¿Qué? ¡Tampoco lo hiciste!. ¿Ese es el trato que merece tu mejor amiga?...Bueno si es que ya no te conseguiste una por allá en La Push.
Me revolví entre las sábanas por el dolor de cabeza.
- Gabrii. Por favor. No grites, te lo imploro. Ayer salí con papá y tomamos vino. Llegamos a la casa y seguimos en lo mismo. Fue culpa de él que me engatusó. Y ahora tengo una resaca horrorosa. Ten piedad por todos los años de amistad que nos han unido.
La muy malvada se rió a carcajadas. La cabeza me palpitó.
- ¡Mejor todavía! – vociferó – Eso te pasa por desleal. Ingrata. Mala amiga.
- Aww, Gabrielle. No hagas eso. – le supliqué - . Para. Mejor pregúntame como llegué o algo así. Yo sé que me extrañas. Por eso llamas. – me reí, porque la conocía demasiado.
- Pues sí, te extraño. Pero ni eso me quita lo molesta que estoy contigo. – dijo testarudamente - . Y… ¿Cómo has estado?
- Ocupada desde que llegué. La casa estaba algo descuidada ya que Jacob se fue de la casa. Papá dice que fue por escapar del despecho. Pero sé que hay algo más. Solo que lo esconde. – por un instante me ensimismé en los recuerdos de la conversación del día anterior. No había averiguado nada. Aún. – Y… peleando con Mathew.
- ¿Qué? ¿Te llamó? ¿Cuándo? ¿Por qué? - se quebró su máscara de dureza.
- Si. Me ha hecho la vida miserable. Me recriminó todo lo que ha podido. Ayer cuando salí de hacer las compras me contó que se había enfermado, y no sé si es que estoy paranoica pero me pareció que me culpó también de eso. No sé que hacer. Le he dicho para terminar, que eso sería lo mejor y no lo entiende. No lo acepta – dije con una mezcla de preocupación y tedio.
- ¡Rachel Black!, tienes que detener esto – una ira repentina reemplazó sus sentimiento anteriores - . No puedes dejar que él te siga manipulando. Eres astuta para todo y con él te comportas como una estúpida.
- ¿Será que en el fondo lo amo? Es que no lo quiero herir. Le debo demasiado. Aparte de ti, él fue quien más me apoyó cuando me mudé de aquí y no tenía nada ni a nadie.
- Pero ¿Acaso te estás escuchando? Pues claro que “no” lo amas. Has reemplazado tus sentimientos por lástima y agradecimiento ¿Cuántas veces tenemos que hablar de esto?
Sabía que gestos solía hacer cuando hablaba de esa manera. Se tocaba la frente con desespero; mientras que ponía los ojos en blanco. Le exacerbaba esta situación mía.
- Bueno, por lo pronto esperaré a que venga la semana que viene. Así hablaremos de todo cara.
- Espero que tengas suficiente valor para romper con Mathew de una vez por todas.
- Está bien. ¿Gabrii?
- ¿Qué? – preguntó. Había regresado a su tono beligerante de antes.
- Te quiero mucho, hermana – le dije en tono de disculpa. Se notaba en mi voz el falso puchero que estaba haciendo.
- Si, si, si Yo también. – dijo con una sonrisa contenida. – Te llamo luego. Ah, dice Taylor que te dé sus saludos.
- Dile que son bien recibidos. Y que le envío un beso. Hasta pronto, hermanita.
- Hasta pronto, hermana.
Colgamos. Con pesar me levanté de la cama; pero en serio “necesitaba” un analgésico. Porque el dolor de cabeza no se me aliviaría por obra y gracia de la “corte celestial”. Me tomé un par de Tylenol, y me fui al baño. Pensé que una ducha relajante me restituiría más rápido.
Hice todo cuanto tenía que hacer en el día. Luego me recosté para ver si me recuperaba del todo. Funcionó. En la noche serví la cena. Papá y yo comimos muy relajados. Analicé cada una de sus expresiones para ver si lograba descifrar el paradero de Jacob. Pero para mí frustración personal, ni siquiera se incomodó durante toda la serie de tópicos que tocamos en la comida.
Finalizadas mis labores domésticas; me dirigí a mi habitación y me cambié de ropa. Me coloqué un conjunto deportivo. La noche era fría pero el cielo estaba muy despejado; casi en su totalidad.
Había una luna llena hermosísima. Y me moría de ganas de verla. Sentía una gran necesidad de acudir allí. Tuve una sensación de “deja vu” puesto que me hizo revivir la atracción hacia el extraño del Thrifway. “Qué raro”.
Salí disparada a la salida de la casa.
- ¿Vas a salir? – preguntó Billy. Siempre curioso y controlador para conmigo. Pero yo ya no era una niña.
- Sí, papá. Voy a caminar a la playa, hoy es una noche preciosa. Y quiero verla desde allá. Regresaré pronto. Cuídate.
Le mandé un beso invisible y salí.
Me estacioné en el bordillo de la carretera. Caminé varios metros hacia el sur. El viento batía con fuerza mi negra cabellera que casi llegaba a mi cintura. El clima seguía estando frío pero aunado a esa hermosa noche, no me importó casi congelarme. Hacía tanto tiempo que no disfrutaba tanto de la soledad. Este era un lugar místico, sin lugar a dudas. Donde parecía que cualquier cosa podría posible.
A lo lejos divisé una figura aproximarse hacia donde yo me dirigía. Sin duda alguna era un hombre.
Era alto y fornido. De cabello negro y piel canela. De repente se giró por un instante; parecía buscar algo; y me dio la espalda. No sé a qué se debió ya que allí estábamos solo él y yo. Fue allí cuando me di cuenta de que era unos de los compañeros de Sam Uley. El que llamó mi atención. Mi ansiedad se disparó. Quería saber quién era ese chico tan enigmático y tan atractivo.
Se fue acercando poco a poco y lo reconocí. Era Paul. Un chico de nuestra tribu quilleute. Lo último que recuerdo de él era que no tenía esa gran estatura de ahora; sino por el contrario era algo petizo. Y ni hablar de su carácter. Solía pensar que era muy amargado para edad. Osea, en traducción simple: nada que ver con alguien interesante.
A cada instante nos aproximábamos más. Sentí esa fuerza rara de atracción en dirección a él. No entendía que me pasaba.
Ambos nos detuvimos frente a frente. Sin dejar de mirarnos.
Yo no sé qué sentiría él en ese momento; pero no podía voltear hacia otro lado. Solo necesité verlo por primera vez. Y un calor que no puedo explicar recorrió mi cuerpo. Entonces lo supe. No tenía oportunidad de defenderme. Estaba enamorada de él y sin alternativa alguna de huir de esto. Parecerá imposible; pero así era.
Nos quedamos en silencio uno frente a otro. Durante un largo momento. Fue él quien habló primero.
- ¿Rachel Black? – me quedé estupefacta. Me recordaba. Sonrió y me quedé sin aliento, como una idiota. - ¿Eres tú? ¡Qué cambiada estás!
Pretendí tapar mi vergonzoso proceder con una actitud ácida. Eso sería más propio de mi personalidad.
- ¿Y quién más va ser? Hola Paul, ¿Cómo has estado?
- Pues bien, algo ocupado. Pero bien. Sam me dijo que te había visto. Pero lo que no me dijo fue… - y se quedó callado.
Me puse nerviosa por lo que no atrevía a decir. Pero lo disimulé; aunque no sé si me delataban mis irregulares latidos. Estaban desaforados.
- Es de mala educación comenzar a hablar de una persona y no terminar la idea. – dije con desdén autoritario que disfrazaba precariamente mi nerviosismo.
Se rió con un aire de sarcasmo.
- Habrás cambiado físicamente, pero no de carácter. Sigues siendo la misma jovencita testaruda y malcriada de siempre.
¿Cómo osaba decirme “malcriada”. No nos habíamos visto hacía cinco años y en menos de dos minutos me estaba juzgando. Eso me hizo enojar y querer devolverle el golpe.
- Y tú sigues siendo el mismo fanfarrón sarcástico e insoportable de siempre. Solo que ahora te dignaste a ir al gimnasio. O ¿Será que has estado usando hormonas de crecimiento? – mi boca destilaba veneno.
Para mi sorpresa eso lo hizo reír en vez de enfurecer. <> me decía a mí misma.
- Vamos a empezar de nuevo, Rachel ¿Cómo has estado? ¿Cuándo llegaste?
Me mantuve a la defensiva. Estaba deslumbrada como imbécil. Pero no dejaría que me viera débil. Eso jamás.
- Bien. Llegué hace dos días.
- ¿Cuánto tiempo te vas a quedar por aquí? – de repente pareció súbitamente interesado.
- Un par de meses…quizás tres.
- ¿Por qué tan poco? – pareció decepcionado. Eso me alegró; pero me contuve de nuevo.
- Porque debo volver para mi acto de graduación. Vine porque terminé todos mis estudios anticipadamente. Solo me falta eso. – ya estaba más tranquila.
- ¿Te graduaste antes? Wow, Rach. Felicitaciones. Si quieres podemos salir a festejarlo. – me dijo algo ansioso. -. Mejor sentémonos aquí. – dijo señalando la orilla del mar. – Así hablaremos mejor.
No podía resistirme, por más que quisiera, a esa propuesta. Paul me atraía de una forma irracional. ¿Cómo era posible que me sintiera tan atraída hacia alguien que acababa de ver tras años de ausencia, y peor aún, que incluso me desagradaba?.
Para mi sorpresa, él se había vuelto la criatura más encantadora. Nuestra conversación fue placentera y fluida. Cuando nuestras miradas se encontraban, parecía que ambos cobrábamos el poder de hundirnos en la del otro. Luego yo intimidada, desviaba la mía. No comprendía cómo me veía; como si estuviese mirando un amanecer espectacular y sin par. O el sol por primera vez. No sé como lo hacía yo; pero no podía evitar cada cierto tiempo; comérmelo con los ojos. Después de un silencio muy largo lleno de miradas insinuantes. Volvió a hablar.
- Ahora veo que Sam es egoísta y avaro.
Me extrañó escuchar eso. Luego de haberse referido a él con gratitud y respeto. Me había dicho que lo consideraba como su hermano.
- ¿Por qué te expresas así de él? – dije confundida por su antigua actitud. Quizás era bipolar.
- Porque te vió primero que yo, no me avisó que estabas cerca. Y peor aún; no me dijo lo hermosa que estabas. – sonrió tímidamente y me vió embelesado a los ojos. Tuve que desviar de nuevo la vista, puesto que estaba segura que en mi cara se notaban mis sentimientos.
El corazón se me iba a salir del pecho. Quería tocarle la cara e incluso sus carnosos labios. Su pecho descomunal, marcado con unos hermosos músculos. Paul no podía ser más perfecto. Por primera vez sentí el deseo de nuevo. Y con una fuerza demoledora.
Estaba que explotaba de felicidad. No era indiferente ante sus ojos. Al contrario, me veía hermosa. Quería decirle que para mí era más que guapo, que era perfecto y otros elogios más. Pero era cobarde y no iba a demostrarle lo mucho que me atraía. Lo iba a espantar.
- Gracias. Tú tampoco estás mal. – dije sintiendo la sangre detrás de mis mejillas.
- ¿Te gustaría salir mañana un rato? – preguntó.
Contuve la risa.
- Y ¿Qué haríamos de interesante?
- Lo que tú quisieras ¿Qué preferirías? – estaba interesado ávidamente.
- Soy una chica de La Push. Aquí nos divertimos haciendo salto de acantilado. Eso no lo cambiaría por nada.
Él rió incrédulo.
- Y es que ¿Acaso tu recuerdas eso?. Cómo llevas tantos años de citadina.
- La nieta de Ephraim Black no olvida de donde viene. – dije en tono presumido fingido. Luego reí.
- ¡Perdóneme! Se me olvidaba que hablaba con la princesa quilleute Rachel Marie Black.
- ¡Estúpido! – dije en juego. Luego miré el reloj. – Es tarde. Debo irme. Gracias por la plática.
- ¿Por qué tan rápido? – dijo un poco apesadumbrado.
- ¿Rápido?. Paul llevamos tres horas y media aquí sentados. Además el viejo Billy se debe estar muriendo de preocupación.
- Cierto. Te acompaño a tu casa.
- Tranquilo. Yo vine en mi carro, si gustas te llevo a la tuya.
- Está bien. Veamos si la princesa quilleute se acuerda en donde viven los “plebeyos”. – dijo con una sonrisa torcida.
- Rétame – le contesté.
Los dos reímos.
- Solo vámonos, Rachel.

Era lunes. El día anterior Paul y yo habíamos salido por primera vez. Nos divertimos muchísimo.
No recordaba que fuese bueno en el salto de acantilado y ahora parecía ser un experto. Yo lo hacía bien, pero no llegaba ni a la mitad de espectacular como lo hacía él. Fanfarroneó hasta que se hartó. Luego nos fuimos porque estaba haciendo demasiado frío. Aunque solo yo me quejé de la temperatura. Me acompañó hasta la casa. Y nos despedido relativamente de lejos. Fue un final decepcionante. O ¿mejor debería decir frustrante?. Tenía ganas de besarlo. Pero debía controlarme. No reconocía este comportamiento irracional mío.
Me despabilé. Tenía que levantarme. Aunque no me provocaba en lo más mínimo.
Mientras que preparaba el desayuno; tocaron a la puerta.
La abrí y era Paul.
- Hola ¿Qué te trae por aquí? – le pregunté entre extrañada y feliz.
- Vengo a hacerte una invitación. Si quieres, claro está.
Puse los ojos en blanco.
- ¿De qué se trata?
- Salgamos a ver una película esta noche y luego a cenar ¿Te parece? – dijo ansioso.
Me daban risa esos “ataques”.
- Mejor cena sin película. No me gusta el cine. – dije cambiando su propuesta.
- Como quieras ¿Te parece bien a las 6pm?
- Si. No tengo ningún inconveniente. – le repuse con una sonrisa. Estaba eufórica.
- Bueno, entonces te dejo para que sigas en lo tuyo. – dijo a modo de despedida.
- ¿No te gustaría desayunar conmigo? – me apresuré a decirle.
Sin esperar una segunda invitación, cerró la puerta y sonrió ampliamente.
- Pero por supuesto que sí. – luego su entusiasmo cambió a sarcasmo. -. Veremos si la “princesita” sabe cocinar.
- Apostemos, pues. Si yo gano; tendrás que cocinar luego para mí.
Se mostró más que de acuerdo con lo planteado.
- Y ¿Qué gano yo?
- Umm. ¿Qué te gustaría?
- Un día completo para mí. Y solo se hará lo que “yo” diga. – dijo muy seguro. En sus ojos vi la expectación del triunfo. - ¿Trato hecho?
- Trato hecho – confirmé con un apretón de manos. Nos quedamos así por unos segundos y luego nos despabilamos.
Preparé un sinfín de comida. Pancakes; eso era imperdible puesto que sabía que ellos me darían la victoria; huevos revueltos, tostadas francesas. También recalenté unos muffins que había hecho la tarde anterior, freí tocinetas y preparé jugo y café. Paul me ayudó a colocar la mesa.
Papá todavía no se veía por la casa. Pero sabía que no tardaría mucho. Aún así comenzamos sin él.
Cuando digo que Paul comió de “todo” no es ninguna exageración. Corrijo no comió; devoró. No entendía como podía mantenerse en forma con un apetito tan voraz. Pero encantada cocinaría todos los días para él. Era una idiota enamorada; y seguramente lo estaba sola.
Terminamos de comer.
- ¿Y bien? ¿Qué opinas de mi “sazón”? – disfracé mi miedo con sorna.
Se mostró dubitativo.
- Umm. La verdad…no te ofendas, Rachel pero no me gustó mucho. – dijo como con vergüenza.
- ¿Qué? – pregunté incrédula.-. pero si comiste de todo. Y además parecía que…con gusto.
- Sería un maleducado si no lo hubiese hecho. – dijo dejando care sus hombros.
- Bueno. – estaba apenada, derrotada y medio molesta. -. Tú ganas.
Le brillaron los ojos.
- Si ya lo sé. El día de mañana es “todo mío”. – estaba complacido.
- Bien. Así será. – hice un mohín.
Papá entró a la cocina.
- Hola, Rachel cariño ¿Cómo ama… - le cambió el semblante y se mostró preocupado. – Paul, ¿Qué ha pasado, muchacho?
No entendí la reacción exagerada de papá.
- Billy ¿Podemos hablar un momento afuera, por favor? – le pidió Paul muy serio.
- Sí, claro. – y salieron apresuradamente de la casa.
Los espié desde la ventana de la cocina. No sabía que le decía a Billy pero este se veía muy molesto. Luego pareció calmarse y fue entonces cuando entraron.
Me hice la desentendida mientras que arreglaba todo.
- Rachel – habló mi padre en tono perentorio. – Dice Paul que saldrás esta tarde con él.
- Eso es cierto. – le dije con falso desinterés.
- Y ¿No pensabas contármelo? – dijo algo molesto.
- Papá. Sabes bien que no soy una niña, y no me gusta que me controles como si fuera una. – me mantuve firme.
- Perdón, Rach. Es solo que acabas de llegar y me parece raro que ya estés…Bueno. No pienso darles problemas. De todas formas Paul tiene que hablar de ciertas “cosas” contigo. – dijo sombríamente.
Lo miré con curiosidad.
- ¿Acerca de qué? – pregunté.
- Te lo explicaré esta tarde. Te lo juro.
Y salió disparado de la cocina con cara de preocupación.






lunes, 26 de abril de 2010

SIN ALTERNATIVAS - PRIMER CAPÍTULO:


“Regreso”


Rachel Black POV:
Era un jueves infernalmente caluroso de verano en Washington DC. Y mientras me encontraba empacando las cosas para volver a casa, tenía la clásica mezcla de sentimientos de cuando se parte de un lugar en el cual has llevado demasiado tiempo sintiéndote a gusto: Estaba feliz, por reunirme con mi papá y con mi hermano, había pasado ya mucho tiempo desde que había estado en La Push. Y me sentía nostálgica, por dejar la universidad, mis amigos e incluso a mi novio.
Lo dicho. Estaba bipolar.
Si bien mi relación con Matthew no estaba en su mejor momento, sabía que lo echaría de menos, puesto que él había sido un buen amigo durante todos esos años desde que salí de casa. Lo nuestro se había deteriorado por mi causa. Principalmente, porque ya no lograba sentir esa química que al principio teníamos, y yo optaba por “ocupar” mi tiempo en otras cosas en vez de su compañía. En cambio él, siempre buscaba la forma de demostrarme el lugar que ocupaba para él. Si eso no era para sentirse como una basura…
Limpié una furtiva lágrima de culpabilidad después de pasado un minuto, recuperando la compostura. No podía arrepentirme de mi decisión. No era el momento para eso. Y mucho menos podía ser tan egoísta como para condenar a Matthew a un romance mediocre; de manera egoístamente secreta; tenía el anhelo de que al irme lejos, él entendiese el error de que siguiéramos juntos. Las diferencias  ya eran demasiado significativas para dejarlas pasar por alto. En fin…
 La noche anterior me había despedido de mis mejores amigos en una reunión sorpresa que organizaron ellos para mí. Me había graduado anticipadamente de licenciada en administración. El acto  de entrega de título sería dentro de cinco meses por lo cual decidí hacerle una visita al viejo Billy Black y a mi pequeño hermano Jacob. Pequeño para mí, porque ya sabía que debía ser un hombre hecho y derecho a estas alturas.
Pero aún así me encantaba pensar en él como si fuese ese “niño” que yo había dejado atrás hace cinco años atrás. Él me hacía reír a granel con sus anécdotas y sus ocurrencias. Poseía un aura magnífica que hacía sentir a gusto a cualquiera que estuviese abatido en su entorno. Irradiaba felicidad y calor. Era como un sol personal para quién lo tuviese a su alrededor.
En cambio papá era harina de otro costal. Lo amaba con locura y él también a mí. Pero fue justamente esa la razón por la que decidí poner distancia. Era demasiado posesivo, no tanto con mi gemela Rebeca como conmigo. A lo mejor sería porque ella no solía pasar tanto tiempo en su compañía como yo desde que éramos niñas. Siempre veíamos los juegos de fútbol y de béisbol en la televisión. En algunas ocasiones con su mejor amigo, Charlie; quien era el jefe del Departamento de Policía del poblado de Forks. Los  tres nos reíamos mucho e incluso apostábamos en algunas ocasiones. Yo solo podía ofrecer una cosa; que era lo único que tenía en ese entonces: mis habilidades gastronómicas. A veces perdía, y me tocaba que hacer gala de mi “talento innato” solo para ellos. Pero muchas otras ganaba y era entonces cuando “exigía” mi pago. Salíamos a comer a Port Angeles. No había nada mejor en ese entonces para una simple chica de una reserva indígena que no conocía nada más allá de los límites de su localidad.
Me reí involuntariamente al recordar esa buena época.
Continué recogiendo todas mis cosas. Quería irme antes de que llegara mi mejor amiga: Gabrielle. Ella era como una hermana; conocía cada detalle de mí y jamás me había sido desleal bajo ninguna circunstancia. Dejarla así fuese por unos insignificantes cinco meses me dolía profundamente, puesto que  hacíamos todo juntas, incluso me llevaba mejor con ella que con la mismísima Rebeca. En definitiva, ella era mi “hermana de vida”, porque yo la había escogido. No me la habían dado mis padres. Por eso me negaba a decirle adiós a la cara. Despedirnos la noche anterior en la fiesta había sido mejor de cierta manera. Sin protocolos ni lágrimas. No era de las que le gustaba que le viesen llorando por los rincones.
Lo que conseguía reconfortarme era que no la dejaría sola, ya que estaba con su “alma gemela”. Su Taylor. Un chico tierno y divertido, pero que por encima de todo era muy maduro y responsable. Se querían de una manera que yo no había visto nunca. Incluso habían ocasiones en que llegaba a sentir un poco de celos; de los buenos claro está; por ellos, ya que su ejemplar relación mejoraba y se fortalecía cada día; mientras yo me ahogaba en la asfixiante incomodidad de la mía. No deseaba “eso” para ellos; los quería demasiado a ambos.
Debía irme pronto de allí, porque ya estaba sufriendo una crisis EMO - cional. Además ya Gabrii no tardaría en llegar al pequeño departamento que compartíamos. Debía de traerla Jake puesto que había dormido la noche anterior en su casa.
Terminé de embalar todo y salí de allí. Sin volverme para mirar lo que estaba dejando.
******
-          ¿Hay alguien aquí? – pregunté al abrir la puerta de la casa. Afuera llovía torrencialmente, como de costumbre en la zona de la reserva.
-          ¿Rachel? ¿Eres tú, hija? – dijo Billy, quién venía entre agitado y asombrado de la cocina en su silla de ruedas.
Corrí y me senté en sus piernas con mucha delicadeza. Siempre hacía lo mismo. Lo abracé y lo besé.
-          Hola, papá – dije con emoción.
-          Pero… ¿Qué haces aquí…ahora? ¿Pasó algo?
-          No. Es solo que ya terminé todo en la universidad. ¡He conseguido graduarme antes de tiempo!, solo debo esperar al acto de grado… – detuvo el flujo de mi palabrería cuestionándome por haber venido sin avisar previamente. - ¿Llego en mal momento?
-          Jamás, cariño. Es solo que me extrañó esta visita tan repentina. Pero estoy muy orgulloso de ti. Este viejo te ha extrañado mucho. Quizá demasiado.
-          Yo también, papá.
-          Bueno. – dijo dándome unas palmaditas en una de mis piernas -  Esa “graduación adelantada” hay que celebrarla.
-          Claro que sí. ¡Vamos a La Bella Italia!
-          Como en los viejos tiempos – asintió él.
-          Me haces sentir anciana. Y solo tengo 19. No me deprimas, papi. -  fingí un puchero.
Él se rió y me apretó contra su pecho.
-          Te extrañé tanto, pequeña. No te imaginas cuanto.
Antes de que se pusiera más emocional me levanté de sus piernas. Recogí mis maletas. Le sonreí en vez de responderle para no ser tan cortante.
-          Y ¿En dónde está el más pequeño de la casa? – dije en voz alta por si mi hermano estaba en el piso de arriba. Me extrañaba no verlo ahí recibiéndome como lo haría normalmente.
A Billy le cambiaron las facciones de la cara, primero se puso cauteloso y luego con sumo pesar.
-          Jacob no está hija. Se fue. – concluyó.
-          ¿Cómo que se fue? ¿Acaso pelearon? – luego mi voz se escuchó horrorizada –  ¿Le corriste de la casa, papá?
Él negó con la cabeza antes de contestarme.
-          No, Rachel. Es solo que anda deprimido y decidió poner tierra de por medio.
-          Pero deprimido ¿Por qué? – dije triste y confundida.
Se mostró cuidadoso de lo que iba a decir. Tardó un largo minuto para responder. Y cuando por fin lo hizo parecía que ocultaba algo.
-          Es que Jacob se enamoró de la hija de Charlie. Isabella. ¿La recuerdas?
-          ¿Isabella se mudó para Forks? – dije incrédula. Ella detestaba el frío. Recordé que me lo había dicho en una oportunidad cuando de niñas nos juntaban para jugar, pero nunca nos hicimos amigas puesto que éramos demasiado reservadas. Me obligué a centrarme y me invadió una gran ira. - ¿Ella jugó con él?
-          No. – negó con la cabeza – Él se enamoró solo. Ella es novia de uno de los hijos del doctor Cullen. ¿Recuerdas que una ocasión te hablé de él por teléfono?
-          Sí, lo recuerdo. Tenías demasiados prejuicios contra él y los suyos. ¿Eran ciertos o ya lo superaste? – mi ira se había desvanecido.
-          El doctor es buena…persona. Y su hijo es un chico decente.
¡Uff! Este cambio sí que no me lo esperaba.
-          Wow. No estaba preparada mentalmente para esa respuesta – me concentré de nuevo -. Entonces ella hizo una buena elección. Que mal por Jacob, pero la vida es dura y a veces el amor no es lo que esperamos que sea.
¡Puaj! Eso fue una bofetada para mí misma.
-          Si, hija. Supongo que es así.
Dudé que el despecho de mi hermano fuese lo único que tuviese a mi padre en “ese” estado de ánimo. Además de su partida; había algo más que se me mantenía oculto.
-          Algo pasa, papá. Y quiero saber que es.
-          No, Rach. Es solo que lo extraño. – una verdad a medias.
-          Soy un poco más inteligente de lo que crees; así que dime ¿Qué es en realidad lo que le pasa a Jacob o a ti?
-          No, cariño. Es solo eso. Es que Bella se casa en menos de un mes. Eso lo tiene muy mal y por extensión, a mí también. Pero no pasa nada.
Decidí que actuaría como si le creyera; porque en esos momentos estaba extenuada por el viaje por haber manejado tantos kilómetros.
-          Bueno voy a subir a mi cuarto. Espero que no hayan hecho muchos destrozos en él. – le guiñé un ojo.
Billy pareció avergonzado.
-          La verdad cariño es que no hemos limpiado en estos días…
-          Yo solo quiero una cama en donde descansar. ¡Y una ducha urgentemente!
-          Eso sí que lo puedes conseguir. Sube, hija. Ya sabes en donde está todo. Nada ha cambiado demasiado – luego miró al vacío.
Era solo cuestión de tiempo que pudiera descubrir todo lo que estaba ocurriendo en este “hogar”.
Cuando llegué a la que había sido mi habitación hasta hacía unos cinco años, me topé con que Jacob había estado quedándose antes de partir de casa. No me molestó en lo absoluto. Cuando me había ido a Washington sabía que llegaría el momento en que Jake se apoderaría de la habitación mientras Rebeca y yo hacíamos nuestras vidas fuera de ese hogar.
Así que me coloqué una ropa apta para limpiar. Una sudadera y un pantalón de algodón y fui a enfrentarme con “la zona del desastre”, que habían creado los dos “hombres” de mi vida. Y hablo de ambos porque aunque solo pensaba arreglar el cuarto, terminé por limpiar toda la casa que estaba en mal estado.
Limpié los pisos y los muebles. Pero mis esfuerzos fueron inútiles con la grasienta televisión. ¿Qué demonios le habían derramado encima a la pobre?. Por mucho de mi tiempo y de mi ya poca energía que empleé en ella, fue prácticamente en vano. Así que agotada me dí por vencida y me fui a dar una ducha.
Pasé un largo rato en la regadera. Y cuando salí me sentía relajada de nuevo. Me coloqué ropa de dormir y me tumbé en la cama. No me molesté en preparar comida porque Billy había salido para ver un juego de basketball con Charlie y regresaría muy tarde. Por mi parte no existía comida que me hiciera salir de la cama después del maratón de actividades que me había metido ese día.
Estando acostada miré el bolso que había dejado en la mesita de al lado. Estiré el brazo para sacar el celular. Me debatí durante un rato entre si debía prenderlo o no.
Opté por encenderlo. Formó un escándalo descomunal. Entraron decenas de mensajes de texto, uno tras otro; casi todos eran de Gabrielle, en donde me recriminaba el hecho de haberme ido sin despedirme y jurándome que no me dirigiría la palabra más nunca. Lo que traducido en su lenguaje significaban tres días o menos. Ninguna de las dos podíamos pasar más de veinticuatro horas sin contarnos “las últimas novedades”.
Luego vi unos mensajes de Taylor. Deseándome lo mejor y a la vez diciéndome que Gabrii lo traía de cabeza por haberme venido, estaba de un mal genio espantoso y había peleado por él por cualquier nimiedad. Me juró venganza por ello. Me reí recordando los gestos de fastidio de Tay cuando ella se ponía en plan de beligerancia.
Pasé de los mensajes a las llamadas. Allí estaba lo que en definitiva no quería ver; porque si de algo tenía plena seguridad era de lo que vería allí. Eran muchísimos intentos fallidos de Matthew. ¿Por qué tenía que llevar siempre las cosas al límite? ¿Por qué no entendía que romper era lo mejor para ambos?
Solo habían transcurrido veinte minutos desde la última llamada y diez desde que encendí el celular cuando el condenado aparato repiqueteó anunciando otro intento más. Al sexto pitido contesté. Era él.
-          Matthew – le dije en modo de saludo. Aunque el tedio era claro en mi tono.
-          Hola, Rachel – me dijo cortante -. Por fin te dignas a contestarme, solo quería saber que habías llegado bien. Ahora sé que sí y puedo dejarte en paz. Que me imagino, es lo que quieres.
Eso ni él mismo se lo creía…pero aún así me sentí como una miserable por la manera en que lo estaba tratando.
-          Matthew, discúlpame. Es solo que no quería armar un show dramático de despedida.
-          Ahora soy un dramático – dijo en tono molesto.
-          No empieces a tergiversar lo que digo, por favor – le pedí.
-          No, ¡no empieces tú, Rachel! ¿Acaso crees que no me sentí como un maldito estorbo cuando legué a tu departamento y Gabrielle me abrió la puerta para decirme que hacía muchas horas que te habías ido? ¿Acaso piensas en alguien más que en ti misma?. No sé qué fue lo que hice mal contigo. Te di todo lo que podía darte y hasta estoy dispuesto a darte mucho más. Te he apoyado incluso cuando no me lo has pedido. He intentado de todo por salvar esto. Pero parece que soy el único que “quiere” en esta relación.
-          Sabes que te quiero. Y eres demasiado bueno para mí. Pero te lo dije antes, sería mejor si…
-          ¿Terminamos? – me interrumpió - ¡No seas cobarde, Rachel Marie!. Te quieres zafar del embrollo de verte sujeta a una relación con una persona pues siempre te jactas de decir que eres la Independiente Rachel Black, y tener sentimientos por mí sería ir contra tus dictamines. Por eso sé que aún me quieres…
-          Estás demente. – le espeté molesta.
-          Quizás. Porque desde anoche no dormí absolutamente nada pensando en como lidiar con las cosas diarias después de que te fueras. Y cuando voy a enfrentarme a la realidad de despedirme de ti porque acepto  que quieras ir a ver a tu familia antes de volver algún día, me encuentro con que te fuiste temprano sin decirme siquiera un miserable “gracias por todo”. ¿Es eso lo que me merezco tras dos años de relación?
-          Me estás haciendo sentir como la peor persona del mundo. Basta por favor. – le supliqué.
-          Y ¿Cómo demonios crees que me siento yo, Rachel Black?  - me gritó llorando. - ¡Por Dios! Parezco un perro mendigo que se arrastra por tu cariño. Podrías intentar ser más considerada conmigo.
No fui capaz de contestarle. Mi autoconcepto de debatía en etiquetarme entre una cucaracha o una rata. Estaba más que avergonzada.
-          Pienso ir dentro de una semana para allá, no puedo ir antes puesto que unos negocios con mi padre demandan mi atención urgentemente, pero no voy a pasar tanto tiempo sin verte. Además soy el encargado de cerrar unos un contrato en Seattle por lo cual estaré bastante cerca de ti.

Asentí por mera costumbre, sin detenerme a pesar en que no podía verme.
-          Está bien. Avísame cuando vengas en camino.
-          Así lo haré. Y otra cosa antes de colgar. – su tono se suavizó un poco -  Te amo, Rachel Marie Black, y yo sí soy lo suficientemente valiente para aceptarlo y luchar por lo nuestro. Que pases buenas noches.
-          Igualmente, Matthew. Descansa.
No sabía que diablos pasaba conmigo. Siempre había sido altanera y clara. Si tenía una idea peleaba por ella aunque fuese la única que creyera en eso. Cuando un chico no me gustaba; no me andaba con rodeos, lo despachaba sin lugar a réplicas. Pero con Matthew simplemente no podía. Primero fuimos buenos amigos, luego la amistad pasó a un segundo plano cuando aparecieron otros sentimientos en los dos. Solo que parecían haberse deteriorado en mí. Más no en él.
O ¿Sería que él estaba en lo cierto? ¿Lo amaba y no quería aceptarlo por la costumbre de seguir sintiéndome independiente?. No. Me negaba rotundamente a creer eso. El amor no debe ser una carga a cuestas como lo sería una obligación. Sino más bien como una fuerza liberadora que te deja ser quién eres en realidad porque te acepta con todos tus fallos y defectos. ¿Entonces por qué no podía terminar con lo que quiera que fuese esta absurda relación?
Me dormí pensando en eso.
Al día siguiente me levante a media mañana. Tuve pesadillas durante la noche. Así que no fue precisamente relajante la noche anterior.
Me aseé y bajé a la cocina. Papá ya estaba en ella.
-          Hola, princesa. Buenos días.
Lo besé en la mejilla.
-          Hola, papi. ¿Cómo amaneciste?
-          Muy bien, porque ahora estás haciéndome compañía.
Puse los ojos en blanco.
-          ¿Ya desayunaste? – le pregunté.
-          No, iba a preparar…
-          Nada – lo interrumpí. – Yo me encargo. Tú anda a ver la tele.
-          Gracias, Rach. Llegaste en el momento preciso.
-          Sí, lo hice adrede – bromeé - . Vete Billy, tengo un desayuno que preparar y no puedo hacerlo si te quedas acá pululando. – le guiñé un ojo.
Cociné todo con rapidez y tardé más colocando la mesa; que papá; “devorando”; literalmente todo lo que le serví.
-          Wow, Rach. No has perdido el “toque”. Sigues haciendo los mejores pancakes del mundo. Tenía tiempo que no comía con tanto gusto.
-          Voy a tener que venir más seguido para que me subas el ego. – me carcajeé.
-          Hablo en serio, hija. – se mostró pensativo y agregó. - ¿Qué quieres hacer hoy?
-          Voy a hacer las compras y luego me vengo a preparar para salir contigo.
-          Está bien. Si quieres me quedo aquí…
-          No – le di un beso en la frente – Ve a atender tus asuntos, mientras arreglo todo por aquí y luego salgo. Nos vemos esta noche.
-          Bueno. Cuídate, hija.
-          Adiós, papá.
Hice todo con calma. Luego fui al Thrifway que estaba en Forks, al cual no iba desde hacía unos cuantos años atrás; compré los comestibles y salí de allí sin demasiada demora. Cuando estaba en el estacionamiento; cargando mi pequeño Nissan 2.001; sentí un extraño impulso de mirar hacia atrás. Cuando lo hice vi a tres chicos que identifiqué como de la reserva, aunque solo reconocí a quién tenía de frente. Era Sam Uley.  Quién por cierto estaba tan  descomunal que apenas y fui capaz de reconocerlo. Se encontraba con dos jóvenes que eran tan grandes y corpulentos como él pero que no pude identificar ¿Estarían experimentando con hormonas últimamente?. Sin entender el porqué de mis acciones, me llamó la atención uno de ellos a pesar de que se encontraba de espaldas. No entendía la razón por qué de repente sentía un deseo extraño de ver su cara. Quería saber quién era. Incluso mi cuerpo experimentaba una bizarra reacción para con ese desconocido. Un  suave y agradable estremecimiento me empezaba a recorrer de pies a cabeza.
Mi celular sonó sacándome de lo que fuera que fuese ese anormal influjo. Miré la pantalla, suspiré con pesar y atendí.
-          Hola, Matthew… Y comenzó una larga y tediosa discusión mientras me subía en el carro y conducía a casa.



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