jueves, 27 de diciembre de 2012

CORAZÓN DE CRISTAL - Vigésimo Capítulo:


Este separador es propiedad de THE MOON'S SECRETS. derechos a Summit Entertamient y The twilight saga: Breaking Dawn Part 1 por el Diseño.

“Vuelta de Página”

Bella POV: 

Las relaciones de pareja son cosas bastante complejas tanto de explicar como de llevar día con día. No puedes definirlas con exactitud porque siempre habrá alguien con un punto de vista diferente al tuyo y el cual también será válido. Demandan atenciones de los lados involucrados. Y cuando uno de ellos no se dedica tanto como el otro, entonces los problemas hacen acto de presencia.
La falta de comunicación, poca dedicación en la relación, escasez de detalles entre muchas otras razones; son los motivos más frecuentes de los rompimientos. Si me preguntaban por los que yo creía a los que tendríamos que hacer frente Edward y yo, la repuesta sería simple: dejaría que las cosas tomaran su curso, tal cual habíamos hecho hasta ahora.
Nuestra primera cita había sido muy “normal”. Fuimos al cine a ver Thor “Un mundo oscuro”. Edward no era precisamente fan de los comics; de hecho creo que no lo era de otra cosa que no fuesen las galletas de canela de Alice y la música; el caso es que si bien no le gustó nada que yo quedase flechada con Chris Hemsworth, le encantó la película. ¿Leer cómics? No. Lo odiaba. No soportaba la manera en que tenía que saltar su vista de un lado a otro para leer, y de paso aseguraba que los vibrantes colores de sus páginas le desagradaban a la vista. No había vuelto a pasar por una tienda de cómics desde aquella primera y única vez.
 Por mi parte fue entretenida: Me gustaron los efectos, la trama y por sobre todas las cosas; el espectacular cabello dorado largo del sexy dios nórdico. Por supuesto eso no hizo feliz a mi repentinamente posesivo novio.
—¿Qué te llamó la atención de ese hombre? —gruñó.
Fingí suspirar como una niña enamorada solo para irritarlo un poco. En un lado oscuro no muy oculto en mí, me gustaba verlo un tanto molesto porque algún otro hombre pudiese llamar mi atención. Sabía que me iría al infierno, pero en honor a la verdad nunca había asegurado que yo fuera un ángel.
—Me gustaron sus ojos azules. —respondí conteniendo una sonrisa.
—¡Yo tengo los ojos azules! —respondió indignado. Luego pareció pensárselo mejor y se auto corrigió: —Bueno, grises azulados.
—Y esa barba no le quedaba nada mal. —era maligna. Había una puerta en el infierno con mi nombre en ella y un cartel de Reservado.
—¡Era horrible! De seguro le pica mucho a su novia cuando la besa.
Contuve la risa y continué:
—Y me gustó su heroísmo.
Harto de mis comentarios, se adelantó resoplando cuando salíamos del cine en Port Angeles. Lo dejé hacer su pataleta unos cuantos metros más, hasta que llegó a un cruce que nos llevaría lejos de donde yo quería que fuésemos.
—¡Hey…—lo aferré por la cintura— McDonalds es hacia el lado contrario.
Me observó enfurruñado.
—¿A qué vamos a McDonalds?
—¡¿Cómo que a qué vamos, ángel? ¡A llenarnos de comida chatarra! ¿Qué sería de una noche de cine sin calorías?
Le sonreí pero él no me correspondió; así que lo apreté aún más a mi costado y echamos a andar.
—Ángel, no puedes ponerte celoso por un actor de cine. Casi todas las personas tienen un enamoramiento platónico con algún actor o cantante. Por ejemplo: yo tengo un enamoramiento con tres actores: dos británicos y con este australiano. Pero aunque ame verlos en pantalla; no te cambiaría por ninguno de ellos ni en un millón de años.
—¿Por qué si te gustan tanto? —aun seguía beligerante.
Lo encaré de forma momentánea, encerré su cara entre mis manos y lo vi fijamente cuando hablé:
—Porque solo hay una persona que me haría renunciar a lo que fuera sin titubear, porque solo unos ojos me persiguen cada vez que cierro mis párpados y son de color azul grisáceo y como si todo eso no fuera suficiente; solo hay un rostro lampiño que me fascina acariciar hasta dormirme después de hacer el amor. Creo que tú eres el dueño de todo eso, ángel. Cuando te dije que te amaba no lo dije relativamente. Te amo por encima de todo y todos, y contra eso no hay cara linda que valga.
Él me besó en los labios con una traviesa sonrisa llena de satisfacción.
—Y porque eres mía. ¿Cierto?
Asentí.
—Lo más cierto del mundo.
Volvimos a caminar. Acercándonos cada vez más a la escandalosa M amarilla.
—¿Puedo tener un amor platónico también?
—Sí, ángel. Pero no me digas quién es. Podría ser una actriz o una cantante que admire y no quiero tener deseos de arrancarle la melena cada vez que aparezca en la tv. —le guiñé un ojo.
—Porque estarías celosa. —era una aseveración no una pregunta. Edward me conocía más de lo que a veces recordaba.
—En efecto. —concluí. —Oye, ángel, apura el paso. Estoy famélica y deseo una fría Coca Cola.
—¿Me darías tus papas?
—¡Por supuesto que no! —dije fingiéndome firme. A pesar de que sabía que en cuanto terminara con las suyas vendría a por las mías con todo el descaro del mundo.


*.*.*.*.*
Alice y yo estábamos en la cocina de la casa de los Cullen mirando entusiasmadas como una Esme muy pagada de sí misma nos enseñaba a hacer unos brownies. Era impresionante ver a una dama como ella tras los fogones de una cocina: era tan impoluta cocinando, como se conducía por la vida. Pero después de verla por un rato no podías evitar pensar que estaba en su elemento: partía huevos con una sola mano y separaba la yema de la clara, cernía la harina y derretía el chocolate a baño de María…
—Les daré mi ingrediente secreto. —alzó una botella marrón oscura con una etiqueta negra con detalles en dorado y rojo que gritaba Havana Club. Le agregó a su preparación. —Un chorrito de ron. Amo los dulces con un sabor sutil a licor. Los hace…muy interesantes.
—¿No es un ron ilegal? —le pregunté.
—Sí. A partir del dos mil doce, pero este ya estaba aquí antes. —sonrió pícara.
Cuarenta y cinco minutos, y dos vasos de limonada después la señora Esme sacaba del horno dos fragantes bandejas de brownies calientes.
—Y no los pueden tocar hasta que no estén tibios. —añadió sentándose con nosotras en la isleta de la cocina.
—¡No hay derecho! —se quejó Alice —Yo dejo que se coman mis galletas calientes.
—Ehhh…—la corregí. —De hecho, el único que se arriesga a perder los dedos es Edward. Y él no está aquí, así que tus argumentos son inválidos.
Todas reímos.
—Me recordaste a Jasper cuando hablaste así. —sus facciones pasaron de ser dulces a cautelosas en un parpadeo. —Hablando de él, me contó algo sobre él que yo no sabía. Y que no creo que ninguno lo sepa aquí. —habíamos desarrollado con el tiempo una dinámica de amistad, de familia. Y fue agradable ver, que a pesar de mi metedura de pata, no la había perdido.
Tanto Esme como yo la miramos sin molestarnos en disimular nuestro interés.
—Él tiene una hija de cuatro años. —la seguimos viendo a la espera de que concluyese pues se notaba a leguas que no era lo único que tenía por decir. Su titubeo así lo indicaba.—Y sufre de Cretinismo desde hace dos.
—¡Oh! – me quedé de piedra al oír la noticia. Y Esme nos miró a ambas en busca de alguna explicación anexa que pudiese darle a entender sobre qué se trataba el término. Fui yo quién se lo explicó. —El Cretinismo es una insuficiencia de la agenesia tiroidea y esta produce una especie de enanismo. —Pero eso tiene tratamiento.
Alice asintió.
—Y ella lo está. Pero igual se ve pequeña para su edad, según me dijo él. Solo tiene cuatro y no lo parece.
Esme permanecía con la boca abierta aún y con cierta pena en los ojos.
—No me imagino lo que esa criatura ha tenido que pasar a su corta edad.
Por un momento todas nos quedamos calladas mientras las notas Turning Pages de Sleeping at Last sonaban en el piano interpretado por Edward que estaba en aquel momento en su clase con Rose.
Fue entonces cuando me permití la descortesía de perderme en la corriente musical que me atraía como el canto de las sirenas a los pescadores solitarios. Y me regodeé en mi propio egoísmo, cuando de manera casi automática las estrofas venían a mi mente acompañadas de recuerdos que me habían marcado desde que había conocido a mi ángel.
I’ve waited a hundred years
But id wait a million more for you…
La imagen de Edward de espalda a mí en medio del prado de su casa vino a mi mente lentamente, como en una especie de película romántica. ¿Qué era cursi? Sí, y mucho. Pero era mi mente así que nadie me iba a recriminar nada. Además, me reservaba todo el derecho de ser casi ridícula cuando se trataba de Edward.
Nothing prepared me for
The privilege of being yours
If I had only felt the warmth within
Your touch
También rememoré cuando un sentimiento desmesurado de protección se apoderó de mí cuando presencié su primera crisis nerviosa. La forma en la que lo abracé por la cintura cuando estuvo calmado, sus latidos desaforados y nuestra respiración entrecortada. Aún así lo que más recuerdo de ese instante, es el alivio que sentí cuando lo tuve a salvo conmigo.
If I had only seen how you smile when
You blush
Or how you curl your lip
When you concentrate enough
I would have known.
Sus labios y su ceño fruncidos cuando hacía alguna rabieta también fueron parte de la película que se armó mi mente. Lo vi claramente como en una escena cuando se inclinó en su cama para tomarme de la muñeca para que no me fuese. Esa fue la primera vez que me habló.
What I was living for
What ive been living for
Your love is my turning page
Only the sweetest words remain
Sí, su amor fue mi vuelta de página en todos los sentidos, los mismos que Edward me complementaba. Había sido para mí un cambio de ciento ochenta grados. Una nueva Isabella Swan se había creado a partir de mi ángel: una egoísta cuando se trataba de compartirlo, una generosa cuando él necesitaba algo de mí, una territorial cuando necesitaba mostrarle que él era mío y una adicta cuando su cuerpo y caricias estaban de por medio.
Every kiss is a cursive line
Every touch is a redefining phrase
I surrender who I've been
For who you are. 


Nothing makes me stronger than
Your fragile heart
If I had only felt how it feels to be yours
I would have known.
Momentos tensos en los que había tenido que defenderlo como una leona ante los demás también tenían cabida en ese instante, cuando recordaba cómo había atacado a Félix y a Claire por menospreciarle. Parecía que me estaba viendo desde un espejo completamente ajeno a mi persona y aún así en el que me reflejaba. Furiosa y frustrada, pero allí estaba defendiendo lo más delicado y frágil que había tenido alguna vez. El corazón de cristal inmaculado de mi ángel.
Were tethered
To the story we must tell
When I saw you
Well I knew we'd tell it well

With the whisper
We will tame the vicious scenes
Like a feather
Bringing kingdoms to their knees.
Así finalizaba de divagar una mente ridículamente enamorada, pero la historia de una sencilla enfermera de pueblo que se había enamorado de su paciente apenas comenzaba a escribirse. Y sí que se podía asegurar que la guardiana estaba de rodillas frente a su ángel.
—Bella ¿Sabías que tienes rato sonriendo con cara de tonta? —Alice se había atravesado en mi campo visual con un gesto socarrón en sus facciones que me sacó de mi ensoñación al mismo tiempo que las últimas notas se iban apagando en los dedos que sabían muy bien serían los de mi Edward.
Entrecerré los ojos, fingiéndome indignada para no demostrar lo apenada que me sentía al saber que se me había notado tan claramente que no le estaba prestando la más mínima atención a mi amiga, cuando ella nos confiaba a la señora Cullen y a mí una notica tan importante como era lo de la niña de Jasper y su enfermedad. Aunque para ser sinceras, Alice no se veía molesta sino por el contrario se regodeaba en mi momento de maleducado despiste.
—Edward te trae hasta las trancas ¿No? —la ironía que había en su sonrisa descarada discordaba totalmente con la ternura que sugerían sus ojos negros como la noche y como su cabello de duendecillo travieso.
—¡Eres una indiscreta! —le reñí.
Esme se limitaba a reír por lo bajito de nuestras tonterías. Luego se levantó en dirección a la bandeja de brownies, colocó una mano por encima y al notar que estaban demasiado calientes aún se dirigió de nuevo a la isleta. Fue entonces cuando un estruendo seco nos tensó a todas.
No pensé ni un segundo en salir corriendo en dirección al salón hasta que llegué y el corazón que me dio un vuelco desagradable.
Rosalie yacía en el suelo inconsciente, desmadejada por la forma en la que quedó cuando cayó. El banco estaba en el piso volteado con el asiento en la misma orientación que el cuerpo de Rose y Edward estaba en pie mirando la escena petrificado con cara de espanto.
Me debato entre atenderlo a él o a ella pero a quién veo en peor condición es a la hermosa y pálida profesora de piano de mi ángel desmayada y sin ninguna intención de recobrarse. ¡Tamaño golpe se había dado en la cabeza!
Tomo sus signos vitales y descubro que su ritmo cardíaco está lento, su piel está fría al tacto y sus ojos están casi perdidos en sus párpados.
Esme ya había llamado a una ambulancia y Alice se había encargado de sentar a Edward en el sofá mientras yo trataba de reanimar a Rosalie de lo que parecía ser una bajada de tensión.
Me impresionó que los paramédicos llegaran en un santiamén y se dispusieran a atenderla con presteza. Mientras que ellos hacían lo suyo, me acerqué a Edward que seguía tenso y sin hacer caso a Alice para que tomara un poco de agua para calmarse aunque solo fuera un poco.
—Edward, toma el vaso que Alice te está ofreciendo. Bebe poco a poco.
Sus ojos me miraron desorbitados indicándome cuán asustado estaba por toda la situación que se estaba desarrollando en el salón.
—No tengo sed.
—Pero yo quiero que te la tomes, y tú necesitas hacerlo. —repliqué con ese tono que no dejaba duda acerca de la seriedad con que hablaba.
Frunció el ceño como cada vez que no estaba seguro de algo, pero igual me hizo caso. Tomé asiento a su lado, puse su mano entre las mías y noté que estaba sumamente frío.
—¿Qué le pasó a Rosalie, ángel?
Negó con la cabeza de forma frenética y volviéndose a tensar, me contestó:
—¡No lo sé! ¡No lo sé! Ella estaba sentada conmigo y…
—¡Hey! —enmarqué su cara obligándome a que me viese a mí y no a su profesora yaciendo lánguida en una estrecha camilla de emergencia. —Si hablas tan rápido y tan alterado no puedo comprenderte. Respira profundo como te he enseñado. Eso…muy bien. Ahora continuemos ¿Qué más pasó?
Se encogió de hombros y su mirada se perdió en mis vaqueros que usaba para trabajar.
—Cuando terminé de toca, Rose se sostenía la cabeza con una mano. No la había visto antes, porque estaba concentrado en la música y…y luego, cuando me puse en pie para estirarme ella se cayó del banquillo. —en su tono de voz se notaba torturado. —Fue mi culpa ¿cierto? No debí levantarme del banquillo para que ella no se cayera. Pero juro que no fue mi intención.
—Edward, mírame. Mírame, por favor. ¿Por qué no me ves?
—Porque estoy avergonzado.
—¿Por qué tendrías que estarlo?
—Yo la dejé caer.
Le levanté la cara a juro y lo obligué a verme fijamente.
—Escucha con atención lo que voy a decirte: Rose no se cayó del banquillo por tu culpa. No, no me mires así. Lo que te estoy diciendo es cierto. Ella se desmayó y por eso fue a dar al piso, no porque tú no la sostuvieses, ángel.
Su rostro se tornó vacilante.
—¿En serio?
—¿Cuándo te he mentido?
—Nunca. —aseveró.
Asentí conforme.
—Bien. —volteé al escuchar el chirrido de la camilla que era arrastrada por dos hombres musculosos uniformados de azul marino. —Déjame averiguar que va a ser de Rose y vuelvo contigo ¿Vale?
Fue su turno de asentir, aunque aún se le notaba preocupado.
Los paramédicos nos hicieron saber a  Esme, Alice y a mí que Rosalie sería llevada al Hospital Central de Forks. Como había pensado, el causante del desvanecimiento fue una hipotensión ahora necesitaban encontrar a qué se había debido aquello. Como cosa típica en su trabajo, nos instaron a tranquilizarnos; aspecto en el que solamente yo les había tomado la palabra mucho antes de que me indicaran. Pidieron un acompañante para ella en la ambulancia. Alice se ofreció de inmediato y yo le prometí que la seguiríamos.
Me acerqué a Edward y al verlo tan nervioso le pedí a la señora Cullen que se quedara con él mientras yo iba al hospital; más él me cortó de manera tajante con un:
—No, Bella. Si tú vas, yo voy.
Y no había fuerza humana sobre la tierra que hiciera que Edward Anthony Cullen cambiara de parecer si estaba determinado a hacer algo. Así que nos dejamos de intentos fútiles y salimos como alma que lleva el diablo en el Mercedes CLK de la señora Esme que casi nunca se movía del garaje. Yo iba manejando porque ella se sentía demasiado nerviosa como para hacerlo; además de que casi no le gustaba conducir.
Probablemente, si la situación no fuese tan tensa como era esta hubiese disfrutado mucho de estar conduciendo semejante sedan por las carreteras boscosas de Forks.
Cuando llegamos al hospital nos vimos obligados a aparcar en un sitio lejano a la puerta de emergencias, puesto que el estacionamiento estaba prácticamente abarrotado. ¿Pero cómo diablos se podían tener tanta emergencias en un pueblo como este? Si el estacionamiento parecía tener más plaza que habitantes el pueblo.
Llegamos a la sala de espera y allí encontramos a Alice tranquila sentada en una banqueta de plástico. Al vernos se puso en pie y se acercó a nosotros.
—¿Cómo está? —preguntó una casi frenética Esme.
Al asintió tranquila.
—Está bien. De camino recuperó la consciencia aunque seguía mareada. Rosalie les dijo a los paramédicos que había comido en la mañana pero que no le había sentado demasiado bien el desayuno y lo devolvió. Así que prefirió pasar unas horas antes de volver a probar alimento… —se encogió de hombros en un gesto que la hizo lucir inocente e infantil. —pero no llegó a hacerlo.
Miré el reloj de mi celular; pues nunca usaba uno de pulsera. No me gustaban; y vi que las agujas indicaban que eran las cuatro de la tarde menos diez. Probablemente había sufrido de un caso de…
—Hipoglucemia. —dijo Alice, diciendo en voz alta la palabra que tenía en mente. Ella había seguido hablando con Esme, Edward y conmigo. Al parecer ese día estaba haciendo gala de mi mala educación con mi pobre amiga y lo que tuviese por decirme.
Tomamos asiento. Mientras esperamos por el médico que debía salir a ponernos al tanto de la situación en cualquier momento. Sin embargo, primero llegaron Jasper y Carlisle. El primero con una cara de espanto que le hacía parecer gris en vez de blanco. El segundo se remitió a mantenerse sosegado y serio hasta que le explicamos la situación. Jasper se calmó un poco, pero aún así se notaba nervioso.
Las puertas de emergencias se abrieron y un doctor bajito, regordete y calvo se acercó hasta nosotros acomodándose los lentes en su nariz aguileña.
—¿Familiares de la señorita Rosalie Hale? —Jasper se puso en pie como si hubiese tenido un resorte en el trasero y dejó bien claro que él era su hermano. —Bien, señor Hale, su hermana sufrió un caso de hipoglucemia, o una baja de azúcar lo  cuál le produjo el desmayo. Les estamos realizando las pruebas concernientes para determinar que no haya nada fuera de lo común en sus niveles de insulina y glicemia más allá de la baja. Mañana en la mañana podemos darle de alta luego de realizarle las pruebas que falten por realizarse hoy. —Jazz le agradeció sus atenciones y le estrechó la mano. El médico nos indicó el número de la habitación a la que la habían trasladado y se despidió de nosotros para luego atender a una pareja que preguntaba por su hijo el cual había ingresado por emergencia pediátrica. <<Amigdalitis>> pronunció el doctor antes de pedirles un poco de paciencia y retirarse de nuevo a la sala.
Pues sí, parecía que era la tarde de los accidentes. Aunque puestos a ver, en el área de espera no había ni la mitad de gente que esperaba ver basados en el número de autos estacionados.
Subimos al ascensor, llegamos al segundo piso y ubicamos la habitación 215 casi al final de un pasillo. En el cuarto nos topamos con una Rosalie pálida pero sonriente.
—¡Nos has pegado un susto de muerte, señorita! —le riñó su hermano al tiempo que depositaba un beso en su frente. Y ni siquiera por eso le soltó la mano a Alice, la cual traía enganchada de la mano casi desde que había llegado. —¿Cómo es eso que dejaste de comer, Rose? Sabes que no puedes estar aguantando hambre. Sueles marearte con cierta frecuencia.
Ella le sonrió con un deje culpable en los labios, pero en su mirada había un tormento que parecía tener poco que ver con no haber almorzado. O quizá me estaba volviendo paranoica.
—Ha sido sin querer. El sándwich de pavo de esta mañana no me ha sentado muy bien en el estómago, por eso vomité. A lo mejor quedé algo débil después de eso y por eso hice hipoglucemia.
Esme se acercó a ella con esa hermosa sonrisa comprensiva a la que nos tiene habituados a todos y le estrechó la mano desde el otro lado de la cama. Edward y yo permanecíamos viendo todo en silencio desde los pies de la misma.
Rosalie nos agradeció a todos por atenderla y luego le indicó a mi ángel que se acercara. Cada uno de los demás presentes se había dirigido al típico y feo sofá de hospital que había en un rincón de la habitación. Le estrechó la mano a él y con una dulzura que casi me sobrecoge, le susurró:
—¿Te asusté mucho?
Él asintió sin titubeos.
—Sí. Pensé yo tenía la culpa de que te cayeras del sillón.
Rosalie abrió sus ojos mostrando su consternación y negó de manera rotunda con la cabeza.
—Para nada, Edward. La responsabilidad de que esto ocurriese es mía y nada más, por no haber comido.
—¿Lo ves, ángel? —intervine —Te dije que no habías tenido nada que ver.
—¿Se asustó mucho? —esta vez se dirigió a mí.
—Algo. Pensaba que al ponerse él de pie, te habías caído del banquillo.
Asintió.
—¿Te golpeaste fuerte? —preguntó Edward, quien por cierto miraba frecuentemente a la vía intravenosa conectada al brazo de Rose.
—Sí. Se me hizo una gran protuberancia en la cabeza ¿Quieres tocarla? —y mi ángel se acercó a ella con toda la delicadeza del mundo para sentir de primera mano lo que causaba un golpe de esa índole. Casi envidié la facilidad y la intimidad que con la que ambos se trataban, pero estaba claro que a ella no la veía de la misma manera que a mí. La falta del brillo de la pasión, del deseo o de la posesividad me dejaba con una egoísta satisfacción que solo me era capaz de reconocer a mí misma. Así de mezquina era cuando se trataba de los sentimientos de él.
Y mientras que Rose le contaba a un muy curioso Edward sobre todo lo que le habían inyectado en “aquella manguerita” fue cuando Emmett hizo acto de presencia con una preocupación que era extraña en él. Entró y nos saludó a todos de manera escueta. Toda su atención estaba puesta en la rubia que aún estando convaleciente, se veía despampanante en aquella camilla de hospital.
Más ella no se veía muy feliz de verlo. De hecho, me pareció que había palidecido un poco más. Entonces un hilo invisible tejió todos los acontecimientos en mi mente de manera rápida dejándome sin palabras. ¿Sería posible que Emmett y Rosalie…?
—¿Cómo te sientes? —le preguntó solícito. Acarició con delicadeza el antebrazo que tenía recargado en el colchón, sin embargo ella se apartó del toque con toda la sutileza de la que fue capaz. Luego, su expresión se volvió distante.
—Bien. Solo fue un desmayo.
Entonces fue cuando intervine. Esto dos necesitaban arreglar algo y Edward y yo solo estábamos haciendo el mal tercio.
—Ángel, acompáñame un segundo al cafetín. Necesito algo con chocolate urgentemente.
—¡Yo también! —dijo Alice oportunamente aunque era ajena a la situación. Carlisle quiso café y le pidió a Esme que lo acompañara. Así que dejamos solos a una pareja que necesitaba solucionar algo y por dentro recé que no fuese lo que yo estaba pensando.

*.*.*.*.*
Después de una buena ronda de moccas y capuccinos, tanto Alice y Jasper como Esme y Carlisle subieron de nuevo a la habitación de Rosalie. Edward y yo nos quedamos pues él aún comía unas galletas de almendra y tomaba su gingerale con toda la parsimonia del mundo. En mi vaso de cartón solo quedaban los restos fríos de mi moccaccino.
—Creo que Emmett se quedó con Rose para pedirle disculpas. —y volvió a meterse un pedazo de la galleta a la boca.
Enarqué las cejas sumamente interesada en lo que tenía por decir.
—¿Por qué dices eso, ángel? ¿Por qué tendría que hacerlo?
—Porque… —otro trago de gingerale. —él se comportó como un idiota.
Abrí los ojos impactada por escucharlo hablar de esa manera de su hermano y luego no pude evitar reírme. Simplemente se me hizo imposible.
—No te burles. Mi hermano me dijo eso. —respondió censurándome como si hubiese dicho una barbaridad. ¡Oh mierda! Podría ser verdad entonces lo que creía…
—Lo que me da risa es la novedad de escuchar esa palabra en tu boca, ángel. Nunca te has referido a nadie de esa manera y mucho menos a tu familia. Cosa que no debes hacer jamás ¿Eh? Aunque con ciertos extraños puedes hacer esa excepción.
—¿Cómo quién?
—Como por ejemplo ese jodido idiota de Félix Vulturi ¿Lo recuerdas?
Sus ojos se perdieron en la mesa con una expresión triste. Una parte muy pequeña en mi interior me reprochó por no haberle sacado los ojos cuando había tenido oportunidad. Definitivamente una parte sociópata. Lo agarré de la nuca y le acaricié con el pulgar desde la base del cuello hasta el comienzo del cabello.
—El que me dijo que era un enfermo. —rechiné los labios con rabia. Sí, debí haberle arrancado algo al bastardo.
—¿Ves? Él es uno de esos extraños a los que me refiero. Es un idioooooooooota.
Me miró de soslayo con una media sonrisa.
—¿Con tantas O?
—Sí, porque es un idiota demasiado grande. Un soberano idiota. —lo acerqué a mis labios y deposité un beso casto allí. —No dejes que te afecte, ángel. Yo siempre estaré ahí para defenderte de personas así de malas y cabronas. Eh…no repitas esa palabra. Antes de que me preguntes porqué, te aclaro que es muy muy ofensiva.
—¿Y por qué la dices tú?
—Porque soy una deslenguada, ángel. En cambio tú no.
—Mmmm. ¿Felix es un cabrón? —me preguntó con la inocencia de un niño mientras se metía otro pedazo de galleta a la boca.
—Oh sí. Claro que lo es, ángel. Y no te imaginas cuanto.
—Pero me hago una idea. —susurró pensativo.
Traté de ahogar una carcajada pero fracasé de forma vergonzosa. Volví a besarlo porque me parecía irresistible en aquellos momentos en los que pasaba de celestial a mundano en un parpadeo. Y luego nos fuimos a la habitación de Rosalie.
Por dentro crucé los dedos para que alguna deidad les hiciese el favor a Emmett y a Rose para que arreglaran sus problemas, pues ambos merecían ser felices. Y solo un reverendo ciego no se daría cuenta de lo cautivada que tenía el hermano mayor de los Cullen a la guapa profesora de piano.

*.*.*.*.*
Al día siguiente una persona muy insistente me obligó a hacer una llamada casi que de “emergencia”:
—Espera un momento, Rosalie. Edward quiere hablar contigo y no me dejará en paz si no lo comunico contigo. —una melodiosa carcajada resonó desde el otro lado del teléfono. —Adiós, Rose. Recupérate pronto.
—Adiós, Bella. Gracias por llamar.
Le pasé el teléfono a Edward y este se guindó a hablar con Rose como si tuviese semanas sin saber de ella. La habían dado de alta en la mañana y esperé hasta bien entrada la tarde para llamarla.
Recogí mi bolso y mi abrigo del armario de la entrada y cuando volví aún Edward hablaba por mi celular, así que pasé por la sala de estar a despedirme de Esme y luego por la cocina para hacerlo de Alice a quién Jasper vendría a buscar al salir del trabajo para salir.
Ed se acercó hasta mí cuando me paré al final del vestíbulo y muy cerca de la puerta para esperar por mi teléfono e irme.
—No te vayas. —me suplicó.
—Hicimos un trato, ángel. Debemos respetarlo.
Apesadumbrado asintió y me acarició la mejilla con ternura.
—Duermo mejor cuando estás conmigo.
Mi corazón se ensanchó cinco tallas al oír esas palabras. Lo abracé por la cintura y le besé con ternura, demorándome en acariciar sus comisuras con las mías con lentitud.
—Ya casi es sábado, ángel. Podrías ir a mi casa. Alice y yo comenzaremos a pintarla y necesitamos manos extras. Además…—me removí descarada contra su entrepierna. —dejaría que pasaras el fin de semana completo conmigo ¿Qué dices?
Sonrió emocionado y asintió.
—Digo que sí. —me tomó de la mano y me haló hacia una puerta lateral. —Te acompañaré a tu camioneta.
Entramos en el inmaculado garaje de los Cullen en donde mi vieja Chevy desentonaba bastante con el ambiente. Era muy vieja y algo destartalada. El espacio y los coches que allí aparcaban eran de última generación y tendencia. Nada que ver con puertas rojas desvencijadas y una que otra abolladura.
Abrí la puerta del piloto, tiré mi bolso al interior y luego me giré para despedirme con un rápido beso. Sin embargo Edward me sorprendió apresándome contra la carrocería. Su boca urgió a la mía a que le respondiera con la misma desesperación con que me besaba a mí. Y esta ni corta ni perezosa salió a su encuentro con todas las ganas de darle guerra.
Una mano suya se coló bajo mi sudadera y aprisionó mi seno de manera sensual. Sentí los pezones erguirse y gemí vergonzosamente. Me arrastró hasta el asiento y contra este me aprisionó de nuevo. Subí a la camioneta dejando las piernas por fuera de manera que él pudiese quedarse en medio y sin pensar en nadie más que nosotros le desabotoné los vaqueros, le bajé la cremallera y colé mi mano por debajo de sus calzoncillos de algodón. Acaricié su erección hasta que se hinchó en todo su esplendor, y seguía acariciándole después de eso.
—¡Ah, Bella! —graznó con voz pastosa y volvió a besarme con desespero.
Dejé que él también colara su mano entre mis pantalones y ropa interior, pero sus caricias eran demasiado abrasivas. Así que con mi mano le insté a hacerlo un poco más lento hasta que él mismo cogió el ritmo correcto y me hizo retorcerme en el asiento.
Tanteó y exploró mi sexo a su antojo e incluso se aventuró a introducirme un dedo a lo que respondí con una sexy ondulación. Me encantaba tenerlo en mi interior y en ese momento lo necesitaba furiosamente pero debía conformarme con lo que tenía. Así que lo insté a que introdujera otro dejo y moviese la mano más rápido. Edward obedeció como el chico bueno que era.
—¡Ángel! —siguiendo mis directrices, tocó ese punto glorioso que toda mujer tiene y al que no es fácil accesar y lo acarició varias veces, siendo consciente de que me estaba volviendo loca. Tan mundano, me encantaba. Movió sus dedos de lugar en medio de la vorágine y dejó de presionarme allí. —Vuelve a curvar tus dedos…¡oh!
Un buen alumno. Edward era un excelente alumno.
La ola de placer fue arrasando lentamente por mi vientre, revolucionando cada órgano que tenía por dentro hasta que por fin el ramalazo de placer sacudió mi interior.
Cuando terminé de correrme me di cuenta de que aún tenía su miembro en mi mano y volví a masturbarle con fuerza. Edward desencajó la mandíbula y echó las caderas hacia adelante cada vez más rápido. Hasta que una exquisita y cremosa humedad me bañó los dedos y hasta salpicó mis jeans. Recargó su cabeza en mi pecho mientras ambos respirábamos como si hubiésemos corrido una maratón. Sonreí y acaricié ese cabello castaño dorado y luego lo separé para buscar en mi guantera una toallita húmeda. Respingó cuando sintió lo fría de esta pero no se quejó.
Besé sus labios rápidamente y luego subí en la camioneta después de presionar un botón rojo en la pared que abrió la compuerta eléctrica.
—Eso es una pequeña muestra de lo que te espera el sábado en mi casa, ángel. —le guiñé un ojo y salí del garaje y posteriormente de la casa de los Cullen rogando al cielo que no hubiese cámaras allí de las cuales yo no supiese nada.

Rosalie POV:
Yo había pensado en innumerables ocasiones sobre este momento desde hacía mucho tiempo. Y durante años pensé que en el momento en que me enterase de ello, no habría nada que pudiese eclipsar esa dicha.
Pero en aquel momento la palabra POSITIVO se me antojaba más como una tragedia que como una bendición. Estaba embarazada, sola y de paso enamorada hasta las trancas de un hombre que lo estaba de otra mujer. La cual por cierto lo estaba de su talentoso hermano.
No pude evitar sonreírme con sorna a mí misma. ¿Acaso no somos un cuadro de telenovela?.
El timbre suena y yo escondo la insignificante hoja de papel que hoy me ha cambiado la vida de manera irremediable entre el pliegue del asiento en el sofá y el espaldar. Corro hacia la puerta y veo por la mirilla. Mi corazón traidor se revoluciona al verlo en el umbral de mi puerta con expresión tensa.
Nunca lo había visto entrar a mi casa con tranquilidad, siempre había algo que le preocupaba y esta vez me lamenté por ser yo quien lo inquietara. En realidad quería hacerlo, pero no de aquella manera que se sentía tan forzada como patética. Volvió a tocar.
—Rose, sé que estás allí. Por favor abre.
Giré el pomo y dejé que Emmett pasara a mi casa. Cerré la puerta y me recosté en ella.
—Estoy bien ¿Qué quieres? —le espeté con acritud. Porque no había nada más efectivo para agriar a una mujer que utilizarla para sacarte un clavo y luego pulular a su alrededor haciéndola sentir como una criatura humilada.
Se tensó con incomodidad y se acercó un paso hacia donde yo estaba.
—Quiero que me digas lo que te dijeron los exámenes médicos, Rosalie. Necesito saber si… —Claro. De eso se trataba. Por eso estaba allí.
Se aflojó la corbata y esperó en silencio.
—¡Mírate, Emmett Cullen! Casi tiemblas a la espera de una respuesta, pero tranquilo. No necesito nada de ti así que te puedes largar en paz.
Abrió sus ojos sus ojos hasta tal punto que temí que se le salieran de las cuencas. El temor que se coló en ellos desboronó lo poco que quedaba intacto de mi corazón y amor propio. Y  cobarde como me sentía en ese momento, huí hasta la cocina en busca de un vaso con agua que justificara la evasión. Cuando dejé que el líquido frío bajara por mi garganta, unas náuseas que comenzaban a hacerse en mi estómago se calmaron. Escuché sus pasos entrar hasta la cocina.
—Estás esperando un hijo mío. —no era una pregunta, pero aún así asentí antes de voltearme a encararlo con mi mejor máscara de frialdad. Él no podía enterarse de que por dentro todo esto me estaba hiriendo.
—Sí, Emmett. Y si pretendes decirme que lo aborte te puedes ir por donde viniste. Tendré a mi hijo. Lo quieras o no. —me sorprendí a mí misma al darme cuenta que no era una simple aseveración. Defendería ese pequeño bultito; ahora impalpable; en mi vientre con garras y dientes. —Y como te dije, no necesito tu manutención. Así que despreocúpate, no te exigiré que lo reconozcas.
Emmett respingó como si le hubiese dado una bofetada y entrecerró los ojos furibundos. ¡OH MIERDA!
—¡¿Pero quién coños crees que soy, Rosalie?! Para que te claro: No el maldito cabrón que te has figurado que soy. Tampoco un príncipe, pero definitivamente no soy la basura que piensas.
Me recubrí con toda mi soberbia y le contesté:
—No creo en cuentos de hadas ni en príncipes, Emmett. Pero si lo hiciera, estoy segura que tu serías ahora mismo el villano de mi historia. —casi en el mismo instante en el que dije eso, me arrepentí.
Me vio con una decepción abismal y entonces comprendí que le había hecho daño. Mucho daño. Eso a cualquier hombre le hubiese bastado para irse y más nunca regresar. Pero no a él, por supuesto. Más adelante lo vería esforzándose por demostrarme lo equivocada que estaba. Pero vamos con calma.
Rodeó el islote de la cocina y me arrinconó entre este y su cuerpo. Su expresión era el de un depredador. Calculador y frío.
—Te permito que ahora digas lo que quieras porque estás sobrepasada por todo lo que ha pasado en estos días, Rosalie. Pero estás muy equivocada si crees que dejaré que mi hijo ande por allí como si no tuviese padre. Yo también tengo algo que decirte: Aunque me odies ahora, no vas a apartar a mi hijo de mí. No planeaba tenerlo ahora. De hecho puestos a ser sinceros, no lo había planeado en absoluto, pero no habrá una maldita fuerza sobre este planeta que me aleje de este niño a partir de ahora. —colocó su mano en mi vientre y fue como si un ramalazo de energía nos atravesara a ambos haciéndonos estremecer. Por un momento lucimos descolocados, luego volvimos a nuestras posiciones beligerantes de antes. Caminó rabioso hasta la puerta.
—¡Yo nunca dije que haría algo así! —repliqué a falta de algo mejor que decirle.
Se giró solo lo suficiente para que viese su expresión impasible.
—Y más te vale que no lo intentes, Rosalie. No sabes lo obstinado que puedo ser cuando algo me importa.
Y tenía razón, no lo sabía en absoluto.

*.*.*.*.*

¡Hola, mis chicas! Supongo que estos capítulos suponen una alegría para todas esas lectoras amantes de la pareja EmxRose. Así que espero esos comentarios entretenidísimos (como solo ustedes los saben hacer) para saber su opinión sobre la trama.
Otra cosita, las actualizaciones en todas las plataformas en que estoy publicando CDC (Wattpad, fanfiction.net, blogspot y ahora Sweek!) serán subidas los días miércoles. Eso debido a que los lunes se me estaba volviendo casi imposible hacerlo, así que prefiero tener un día que se me haga más desahogado y pueda integrar en la historia los cambios que deben ser agregados con coherencia.
Saludos. Nos seguimos leyendo.
Marie C. Mateo


miércoles, 21 de noviembre de 2012

Corazón de Cristal - Capítulo Décimo Noveno:


Este separador es propiedad de THE MOON'S SECRETS. derechos a Summit Entertamient y The twilight saga: Breaking Dawn Part 1 por el Dise&ntilde;o.



“Reacciones Inesperadas”

Bella POV:

Había pasado por innumerables pruebas de fuego, como cualquier persona en la vida. Pero sentía que en ese momento estaba atravesando una de las más importantes y difíciles de todas. Tenía sentada frente a mí, con el porte y la elegancia de una reina, a la persona que podía devolverme o no mi empleo. Pero no era tan simple como pedir un reenganche a un jefe al cual conoces desde hace tiempo; sino que a quien debía pedirle una nueva oportunidad era nada más y nada menos que la madre del amor de mi vida. A la cual por cierto me había encargado de decepcionar profundamente en el momento de salir la última vez que nos vimos por la puerta de su casa.
Sabía que estaba al borde de sacarme sangre del labio inferior y de tener las palmas de las manos en carne viva de tanto frotarlas contra mis vaqueros una y otra vez.
—¿Isabella? —me presionó pero sin perder esa distinción tan propia en ella. Aunque ver una mirada fría en ella si era extraño e incluso amedrentador.
Respiré unas dos veces lo más profundo que pude, la miré directamente a los ojos y comencé a hablar sin tener claro que era lo que le diría más allá de disculparme.
—Yo…vine acá por varios motivos. El primero de ellos, es para pedirle disculpas por la manera en la que me comporté cuando me fui. Ahora comprendo que actué como una cobarde y aunque pueda pensar que para eso no existe excusa posible, me gustaría poder explicarle igualmente lo que me llevó a renunciar de una manera tan…errada. —si en cierto punto de todo esto había esperado que ella me diese alguna señal o una especie de ayuda en algún momento; había estado jodidamente equivocada. Porque en definitiva no lo hizo. Tan solo se limitó a seguirme mirando con tranquilidad, erguida en el sofá que estaba en frente de mí. Entonces comprendí que la distancia entre ambas era de antemano, una mala señal: sus piernas se cruzaban a la altura de las pantorrillas, sus manos apoyadas en los muslos y no hacía ningún tipo de movimiento. —Señora Esme, la verdad es que Edward y yo tuvimos una especie de malentendido el cual solucionamos ayer. Él sacó unas conclusiones erróneas con respecto a mí y yo erré al tomar tan literal lo que él me dijo una semana después de haber regresado del hospital. Y eso aunado al hecho de que no me permitía curarlo, fue el detonante de mi frustración. Para nadie es un secreto la manera en que son las cosas entre Edward y yo, por lo que es absurdo pensar que puedo actuar con él como con cualquier otro paciente. Simplemente no puedo. Aún así y después de todo eso, el próximo asunto que me trae hasta acá es... —sentía como si los pulmones me habían dejado de funcionar de repente, y que la temperatura de mi cuerpo descendía unos cuantos grados antes de soltar mi súplica. La cual podía ser pateada; y con mucha razón. —Me gustaría pedirle que considere dejarme volver a mi empleo. Comprendo cómo pudo haberse sentido…
—¡¿De verdad crees que lo entiendes, Isabella?! —finalmente explotó, aunque no con gritos. Pero lo cortante y frío de su tono era imposible de pasar por alto. —¡¿En serio piensas que puedes comprender lo que significa para una madre ver a su hijo durante más de veinte años ser vejado, vapuleado y echado a un lado por las personas que se supone que deberían haberlo ayudado a mejorar?! No. No lo sabes, solo por una sencilla razón: Pudiste haberlo visto en el Saint Gabriel´s pero nunca lo sentiste en carne propia, porque no eres madre. Así de fácil. —no podía refutarle ninguna de sus palabras pues cada una de ellas eran más cierta que la anterior. Tuve que mantenerme en silencio, tomando cada palabra sin importar lo hiriente que fuese, porque eso no las hacía menos ciertas.
En numerosas ocasiones había podido ver en el hospital como procesaban a colegas por tratar de una manera irrespetuosa a algunos pacientes. Es importante acotar que solíamos tratar con un número considerable de padres que estaban siempre a la defensiva por tratar de proteger a sus hijos de cualquiera que ellos considerasen que pudiese maltratarlos de alguna manera. Situación que muchas veces se podía tornar tensa y desagradable si el personal profesional encargado no tenía la paciencia suficiente para lidiar con ellos y sus inquietudes. En mi caso particular, aunque no todos los representantes con los que lidié eran de mi agrado; podía decir que había logrado hacer buenas migas con la gran mayoría de ellos quienes se encargaron de recomendar de boca en boca mis cuidados para con sus pequeños. Haciendo que me ganara una buena reputación en el Saint Gabriel´s Specials Childrens Hospital. Irónicamente ahora tenía que tratar no solo con una primera queja, sino con un reproche en toda regla proveniente nada más y nada menos que de la madre del paciente más importante que alguna vez haya podido atender. La persona a quien amaba más que a nada: Edward Anthony Cullen.
Normalmente en una discusión los dos involucrados  desean tratar de hacer valer o imponer su  punto de vista ante el contrario, pero en esta situación ya me sentía derrotada de antemano. No solo no podía rebatirle a Esme cada uno de los puntos de vista que mencionaba, sino que además parecía como si la seguridad que había reunido durante días se hubiese extinguido como la llama en una varita de incienso que se extingue en pocos segundos y que de su presencia solo restaba aquel humo fragante que ella despide.
Así me sentía justamente, como aquel sutil humo que en cualquier momento terminaría por extinguirse tras esa llamarada de seguridad y aliento que había logrado reunir. No solo por mis propios medios, sino también con la ayuda de Alice.
Esme siguió enumerando sus disconformidades:
—Tampoco creo que sepas lo que se siente al ver que la persona a la que le abriste no solo las puertas de tu casa, sino también de tu familia, se larga en medio de una situación difícil. —directo a la yugular y sin ningún tipo de anestesia. Aun así, su mirada pasó de ser desafiante y dolida a circunspecta y algo vacilante. —Y mucho menos pienso que sepas cuán arrepentida me sentí por las últimas palabras que te dije, Bella. Mi impotencia tomó el control de la situación y me dirigí a ti con palabras innecesariamente duras. Porque no solo no hacía falta acusarte de cobarde, sino que fue más que injusto decir que tú nos habías prestado solo un servicio; cuando has hecho mucho más que eso.
Sabía que tenía cara de idiota, pero no podía comprender el cambio de ruta que había tenido la conversación. En un instante yo era “la desconsiderada que no había sido madre” y ahora era “una buena persona”. Sí, seguramente debía de tener cara de imbécil.
Esme continuó con su discurso…
—… Lamento si fui muy dura hace un instante, pero era importante que comprendieras como me sentí en ese momento. No perdí solo a una enfermera el día en que te fuiste; sino a alguien a la que le mostré mucho de mi persona. Cosa que no me había permitido excepto por mi esposo; el cual estaba también un poco alejado de mí hasta que tú interviniste. Una cosa más por la que agradecerte.
Me mordí el labio inferior tratando de drenar un poco del nerviosismo que se había apoderado de mí en aquella situación. En otro momento podría haberme puesto a llorar como una magdalena; ahora parecía que la impresión me había inyectado un tranquilizante.
Se movió de su sitio para situarse a mi lado. Su manera de verme entonces fue con abierta ternura. Como estaba acostumbrada a que ella lo hiciera, y con una profunda disculpa a la cual todavía yo no había respondido. Pensé que iba a tomar una de mis manos entre las suyas o algo así. Muchos suelen hacer eso, sin embargo Esme permaneció con la espalda tensa en espera de una contestación.
—Señora Esme, —carraspeé, pero aun así mi voz sonaba pastosa cuando retomé mi patético y titubeante intento de arreglar las cosas. —no sé qué decir. Había armado en mi mente varios escenarios de cómo podía resultar esta conversación. Unos más tensos y desalentadores que este, pero jamás creí que… —respiré profundo para tratar que se oxigenara mi cerebro, para ver si así finalmente lograba terminar una frase de forma coherente. —…usted iba a pedirme disculpa. En efecto, sus palabras me hirieron aquel día pero las había justificado por la manera en que había salido huyendo de su casa. Porque en realidad eso fue lo que hice; y todo aquello sin tomar en cuenta los puntos que usted misma acaba de exponer.
—Sé que pude haber sido dura, pero… —me interrumpió con súbito nerviosismo.
—Pero puedo entenderlo a la perfección. —la corté con tranquilidad. No sabía hasta cuando iba a conservar tanta compostura. Así que mejor aprovechaba cada segundo de ella. —Si yo hubiese estado en su lugar, no estoy segura de haberme permitido siquiera sentarme en su sala. —le sonreí tímida y me contestó de la misma manera. Me acerqué un poco más a ella pero sin establecer más contacto que el visual. —Aun pensando eso, estoy acá porque no pienso seguir faltando por más tiempo a aquella promesa que le hice el primer día que pisé esta casa. Sí, es verdad que él está mucho más recuperado desde que lo conocí hace tantos meses; pero yo le prometí que me quedaría apoyándola. Y este es mi sitio correcto hasta que usted lo considere así. Porque no solo creo que debo estar con Edward; que es quién que más me importa; sino que también considero que acá tuve la familia que no sabía que echaba en tanta falta, hasta que ya no la tuve más.
Esto era material de oro para escribir alguna telenovela. La situación había recorrido un gran camino de incomodidad – disgusto – reproches- disculpas y ahora estábamos en algún punto entre conmovidas y cursis. Explicándonos la una a la otra cuán relevantes habíamos sido en nuestras vidas.
Muchos no comprenderán que el hecho de tener órganos reproductores en perfecto estado no los hace padres en lo absoluto. Eso fue exactamente lo que les ocurrió a los míos: Renee había sido una madre intermitente. Sí, una que podía cambiar de ánimos tan rápido, que si parpadeabas te perdías el segundo de transformación. En un momento podía estar contigo disfrutando de tus regalos de navidad y al siguiente te estaba zarandeando con fuerza por los hombros porque habías tropezado con el cable de las luces del árbol.
Por supuesto que a los seis años de edad no comprendes porqué tu madre te acusa de ser una “niña estúpida”, hasta que luego de siete años te enteras que sufre de esquizofrenia y poco tiempo después ella muere a causa de leucemia. En medio de su depresión, se negó a recibir tratamiento. Entonces tu padre;  normalmente ausente; posterior al deceso de su esposa se encargó de dejarte claro que tú no eras nadie de vital importancia para él. Ni siquiera porque fueses “un pedazo de los dos”. Tanto así, que se había echado a beber como si no hubiese un mañana. Y dos años después de la muerte de Renee, para él no lo hubo. La cirrosis hepática se encargó personalmente de eso. ¿Ven? Precuela del culebrón.
Entonces tenía dieciséis años solamente. Así que me tocó que quedarme con unos tíos lejanos en Phoenix, parientes de Charlie, que no tenían hijos por lo cual no tenían mucha experiencia de cómo lidiar con una adolescente, recién huérfana y sumamente retraída. No se podía esperar demasiado cariño en aquella relación. Sin embargo eso solo duró poco tiempo ya que había sido promovida dos veces en la secundaria, y la carta de aceptación en la universidad no tardó tanto en llegar. Me negué a regresar a mi casa, pues me traía terribles recuerdos por lo que preferí quedarme en el campus y trabajar medio tiempo para costear mis gastos. Luego me gradué, llegué al Saint Gabriel´s, me retiré de allí. Llegué a la casa de los Cullen y el resto es  historia.
Y después de ese relato largo, tedioso y triste al mejor estilo de un drama de película independiente y de corto presupuesto, creo que queda bien establecido el porqué me había vinculado tan estrechamente con la familia Cullen. Odiaba ser la pobre chica sin familia y ser mirada con lástima o con esa ternura con la cual Esme lo hacía en ese momento. Por eso no había hablado de eso con absolutamente nadie hasta ahora. Los detalles básicos y fundamentales que tenía que dar en cierto momento eran sacados a la luz, pero nada más. Y aún así, después de verme forzada a hacer cara con la vulnerabilidad de mi pasado, prefería no estar en el lugar de ella. Porque para que la madre de Edward se vinculara estrechamente conmigo tuvo que pasar por docenas de decepciones que no solo traían consigo el desasosiego de no saber qué pasaría con la salud de su hijo menor, sino que además lo acompañaba una acrecentada desesperanza al verse impotente frente  a una situación que se le salía de sus manos día con día. No conforme con todo ese revoltijo de emociones negativas, tuvo que enfrentar en silencio el alejamiento de su esposo; quien basta destacar que también estaba en una posición similar a suya pero mal enfocada; para con ella misma y con Edward.
Hubo un momento de incómodo silencio, el cual rompí cuando recordé que había olvidado mencionarle algo sumamente importante:
—Señora Esme, casi me paso por alto un detalle que ya le comenté a Edward. —me miró con suma atención. En algún rincón podía sentir una leve punzada de temor por la reacción que ella podía tener, pero muy por encima de eso prevalecía mi convicción de que estaba haciendo lo correcto al imponer un poco de límites e independencia en nuestro sistema de relaciones. Sobre todo entre la de su hijo y la mía, que era la que más me importaba. —A pesar de regresar a trabajar en su casa, no me quedaré viviendo aquí. Como antes hacía.
Abrió sus ojos desmesuradamente y al instante me pareció que se llamó internamente a capítulo, porque su posición volvió a ser tan seria como siempre. Asintió.
—Respeto tus motivos para haber tomado esa decisión, Bella. —sabía que lo había dicho sinceramente, pues en su tono de voz no se dejó entrever el reproche.
—Gracias. Sin embargo quiero dejarle claro cuál es mi propósito. Antes de que Edward fuese a mi casa para arreglar todo este embrollo, tomé la decisión de volver a mi casa puesto que él ya está lo suficientemente recuperado como para pasar las noches sin un monitoreo constante. Eso aunado al hecho de que también debo tomar mi tiempo para hacer cosas que tengan que ver solo conmigo. Ya que durante muchos meses me aboqué solo a su causa; algo de lo que no me arrepiento; pero a la vez puse de lado a personas e intereses que quería llevar a cabo.
Suspiró aliviada y hasta sonrió un poco.
—Te comprendo, Bella. Y lamento que te hayas tenido que dar cuenta de eso después de todo lo que pasó. Debimos haber sido más comprensivos con tu privacidad.
—Creo que la principal responsable soy yo, pues debí haberme tomado los domingos libres como habíamos acordado al principio. Sin embargo no me arrepiento de cuál ha sido el resultado de mi trabajo. De hecho, ahora puedo irme a mi casa y descansar tranquila sabiendo que Edward no va a tener una crisis nerviosa a medianoche estando yo lejos para asistirlo. Ya él comprende muchísimo más de lo que creíamos posible al comienzo de todo este proceso, por lo cual me atreví a hablarle de esto.
—¿Y se lo tomó bien?
—Después de explicarle casi lo mismo que a usted pero más detallado, él lo comprendió.
Sonrió para sí misma y negó con la cabeza.
—Imagino que no le gustó demasiado la idea. No le gustan los cambios.
—Lo sé. Y eso es muy propio de los de su condición. Sin embargo debo acotar que después del chantaje adecuado, él cedió. —le correspondí la sonrisa. Pero esta vez con un poco de timidez, porque aún quedaba algo que informarle. Se quedó en silencio esperando porque le comentara sobre esa pequeña extorsión a la que lo había sometido. —Le dije que podía tener ese tiempo que yo no estaba acá para realizar cosas que a él le interesaran. Como el piano por ejemplo. La idea le agradó completamente. Además de eso le dije que a cambio podíamos salir y hacer cosas diferentes de las que habíamos hecho antes.
—Eso me parece bien…
—“Cosas normales de novios”. Como él me pidió ayer. —esperé y esperé en el más incómodo de los silencio lo que ella tenía por decir.
Sería estúpido darme una negativa después de todo lo ocurrido, pero no sabía cómo podría tomar una madre de un paciente con autismo de alto rendimiento que su hijo quería tener una relación nada más y nada menos que con su enfermera de cabecera. Estaba preocupada, hasta que se carcajeó de una manera sumamente delicada y femenina.
—No quiero ni imaginarme como te lo pidió… —sí. Mejor que ni preguntara. Sería muy incómodo decirle que había sido en medio de nuestro letargo postcoital. —pero me alegro que lo haya hecho. Mi hijo es un chico inteligente y por lo visto tiene muy buenos gustos.
Sabía que estaba sonrojada como una estúpida, pero ¡Qué diablos! no todos los días tu  casi – suegra alaba el hecho de su hijo tuvo buen ojo a la hora de escogerte. Disfruté mi momento de gloria.
—Gracias, señora…
—¡Esme! —se apresuró a corregirme.
—Bueno, Esme. La cosa es que lo sonsaqué para que terminara accediendo a cambio de tener citas en nuestro tiempo libre. Pero todo esto de manera equilibrada. Le expliqué que eso es necesario en toda relación. Y después de una serie de preguntas finalmente estuvo conforme. Por lo cual espero que no sea un problema para usted… —me reprendió con la mirada por el formalismo así que de inmediato rectifiqué. —para ti y para el señor Cullen.
Me palmeó mi mano con suavidad y volvió a sonreírme con esa calidez tan propia de ella.
—No tengo más problema que el hecho de echarte de menos por acá. Pero creo que de lunes a viernes es un tiempo suficiente para paliar eso. Y uno que otro fin de semana que quieras venir de visita después de “sus citas”.
—Por supuesto que sí. – accedí satisfecha.
De pronto su mirada se volvió profunda y seria cuando tomó una de mis manos entre las suyas y la apretó:
—Estoy dándote la muestra de confianza más grande que alguna vez haya tenido con alguien: dejando en tu poder uno de mis tesoros más preciados. Y sin duda alguna el que más he cuidado con celo. Espero que en eso no me defraudes ni un solo segundo, Bella. Porque entonces ya no habrá disculpa posible entre nosotras si tengo que sanar el corazón de mi hijo.
Asentí con firmeza y correspondí el apretón.
—Comprendo la gran responsabilidad que tengo con él, Esme. Y fue así desde el primer día. Sin embargo soy yo la que tiene miedo en esta relación, donde él solo tiene certeza. —confesé con un poco de vergüenza, sintiéndome una completa tonta. —Yo he visto lo suficiente del mundo como para saber que solo lo quiero a él a mi lado. Edward en cambio ha visto las cosas a través de mí todo este tiempo. Y temo que más adelante aparezca alguien con la cual él desee verlo a su lado en vez del mío porque ¿Cómo podría reprocharle algo? Él jamás lo haría a propósito.
Contemplar ese escenario, aunque solo fuera hipotéticamente, era jodidamente desgarrador. Y más triste aún era que era posible.
Esme asintió de nuevo y miró al vacío entre ambas; probablemente pensando en los desafíos que debíamos atravesar como pareja de ahora en adelante. Sin embargo su mirada era de confianza cuando volvió la vista hacia mí.
—Eso no pasará. Edward es demasiado testarudo como para dejar que alguien más entre en su corazón para reemplazarte a ti. Probablemente la eche de forma directa, aunque descortés. Algo muy típico de él.
Ambas nos reímos al imaginarlo.
—¡Oh Dios! Lo que me recuerda que debe hacerse la sorprendida cuando él le dé la noticia de que estamos juntos. Me dijo de camino hacia acá que él quería decírselo a sus padres. De seguro se molestará si sabe que le eché a perder la sorpresa.
—Prometido.


*.*.*.*.*
Edward y Carlisle se encargaron de la cena. Lo que en su idioma se traduce como: Llamar al restaurant chino y pedir raciones monumentales de comida hipercalórica y deliciosa. 
El ambiente era liviano, tanto que casi me olvidaba de avisarle a Alice cómo habían salido las cosas entre Esme y yo. Así que me excusé un momento y le envié un mensaje de texto. “Llegaré tarde hoy. Cenaré con los Cullen. Todo salió bien”. No quería que la pobre se tomara la molestia de prepararme algo de comida cuando ni siquiera iba a mirarlo.
Poco después me encontraba preguntándome mentalmente por Emmett, quien estaba en la casa pero no había aparecido a comer con nosotros. Por un segundo se me antojó incómodo el posible hecho que no estuviese allí por mi presencia, pero luego me reproché a mí misma el pensamiento ególatra. Sin embargo su madre no se cortó a la hora de preguntar sobre su paradero y tanto Carlisle como Edward se miraron con incomodidad. Al final el primero fue el que respondió:
—No tenía ganas de comer cuando le avisé. Le guardamos un poco en el horno para cuando sienta hambre. —con eso dejó el asunto zanjado y cambió la conversación hacia vías menos incómodas.
Definitivamente ese era mi lugar en el mundo: con Edward de mi mano y su familia a nuestro lado.


*.*.*.*.*
Acurrucados bajo el grueso cobertor, estábamos Edward y yo. Sus manos apresaban mi cintura en una posición algo incómoda; puesto que estábamos de lado; y sus labios se acariciaban contra los míos mientras que las lenguas jugueteaban sacándose a pasear sensualmente por turnos.
Todo en su roce era ternura hasta que las cosas se nos iban de las manos un poco y era entonces cuando me tocaba hacer acopio de razón y separarme un poco distrayéndolo con conversación. A pesar de mis numerosos esfuerzos, Edward seguía con una media erección que me punzaba contra la unión entre el muslo y la ingle. Me separé de su boca cuando un feroz relámpago precedió a un ensordecedor trueno. Mi ángel se sobresaltó un poco, yo solo miré mal a la cascada de agua que bajaba por los ventanales antes de ver el reloj del celular. Eran las once más cinco de la noche. ¡Mierda! Llevaba más de cuarenta y cinco minutos esperando que la lluvia menguara lo suficiente para poder montar mi vieja camioneta e irme a casa. No quería incumplir con lo que me había impuesto a las primeras de cambio.
Dejé caer mi cabeza contra la almohada y suspiré exasperada.
—¿Qué pasa, Bella? —preguntó mi ángel con el ceño fruncido de preocupación.
—No deja de llover.
—Eso es bastante obvio.
Sonreí ante su respuesta sabelotodo y le acaricié los labios con mi pulgar. Estaban rosados e hinchados por el exquisito uso.
—Listillo. —me giré para sacar su antebrazo que me estaba maltratando la espalda. Cuando lo hice él emitió un gemido de dolor mientras se lo frotaba. Lo miré divertida durante unos minutos. —No es gracioso que se te duerma un miembro ¿Cierto?
—No. Molesta mucho. Siento como si tuviese hormigas por debajo de la piel. —su ceño seguía fruncido. Tomé su antebrazo y le froté con más vigor. A los pocos segundos ya lo podía mover sin malestar.
En ese preciso momento Esme hizo acto de presencia en la habitación después de haber pedido permiso previamente. Si le había molestado o sentido incómoda al vernos tan cerca a los dos en la cama, no me había dado cuenta. En lo absoluto.
—Bella, no me parece conveniente que te vayas a estas horas con esa camioneta tuya. —su expresión era firme. De esas que te decían que te iría mejor si no le replicabas. —Ha llovido demasiado como para que sea seguro manejar por esas curvas tan cerradas que hay de camino al pueblo. Me parece mejor que pases la noche aquí.
La vi con expresión un poco sardónica al recordar la potencia de mi anciana chevy.
—Creo que sufrir un accidente de tránsito manejando a solo ochenta kilómetros por hora, es un poco improbable.
—Pero no sabes si eres la única en la vía y quizá la otra persona venga al doble de velocidad que tú. —¡Diablos! Eso no podía rebatírselo. Suspiré resignada.
—En eso debo darte la razón. Le escribiré a Alice para que no se preocupe. —ella salió sin decir más nada.
Edward sonrió complacido. En realidad su gesto me parecía más una burla que una risa, por lo cual lo increpé haciéndome la ofendida:
—No logro ver la diversión en todo esto. 
—Pues que tendrás que quedarte a dormir aquí. Y conmigo. —espetó con una naturalidad que rayaba en el descaro.
Me encogí de hombros restándole importancia al asunto solo por el placer de llevarle la contraria.
—El hecho de que me vaya a quedar en tu casa esta noche no quiere decir que dormiré contigo. —¡Ja! Por dentro me sentía victoriosa al verlo con el ceño fruncido. De pronto pareció pensarlo mejor e hizo un gesto malicioso que casi me hizo romper en carcajadas.
—Y el hecho de que tú te quedes en otra habitación no quiere decir que yo no pueda escabullirme hasta allí en medio de la noche.
Me dejó atónita ante su atrevimiento y estallé en carcajadas. Le di un golpe juguetón en el hombro.
—¡Eres insoportable!
—Claro que no. Solo te explico lo que haré esta noche.
—O sea que ya lo decidiste. —no fue una pregunta.
Asintió.
—Y no puedes hacer nada para detenerme.
Lo besé de una manera sensual y posesiva. Luego me separé dejándolo con ganas de más. Yo también podía jugar a ser mala.
—No lo haré, pero te advierto que vas a pagar por tu impertinencia. —cuando él me iba a dirigir una de sus imaginativas respuestas, Esme llegó con una hermosa cascada de brillante seda plateada.
Caminó hasta los pies de la cama para dármela, pero me coloqué a su lado para tomarla. Me parecía una descortesía dejar que me atendiera mientras yo estaba tirada en su cama.
La bata que me había puesto en frente era una preciosidad sinuosa de color metálico. Imaginé que los pechos no podían quedar demasiado cubiertos con aquellos pequeños triángulos de tela. El resto era una ondulante caída que debía ceñirse en la cintura y quedaba abierta desde los muslos hasta los tobillos. Lujo, belleza y simplicidad juntas. Además también trajo consigo un pequeño bolsito en color negro con dorado en el cual había un cepillo de dientes y uno de cabello, un desodorante, crema hidratante con olor a vainilla, una máquina de afeitar nueva y enjuague bucal. Me extrañó la ausencia de pasta dental pero imaginé que en el baño de mi antigua habitación habría una. De pronto pareció darse cuenta de algo y se mostró avergonzada.
—¡Olvidé traerte unas pantuflas…!
—No te preocupes, Esme. Amo estar descalza. No las busques. Solo haré un pequeño recorrido de la cama al baño, así que no las echaré de menos.
—¡Pero está haciendo frío!
—No te preocupes.
Finalmente asintió. Tomé las cosas en la mano y la seguí cuando ella se dirigió a la puerta. Se giró y me miró divertida:
—No me creerás tan esnob; otan tonta; como para llevarte a una habitación aparte de Edward. Además ambas sabemos que probablemente él no duraría mucho tiempo encerrado en la suya. —me guiñó un ojo y salió. Dejándome con la boca abierta y las mejillas encendidas.
Ese había sido un día bizarro. Con cumbres y valles emocionales, pero aun así no cambiaría nada de él.
Cuando me giré vi que Edward se estaba quitando la ropa y doblándola concienzudamente; como cada vez que se desnudaba. Lo miré atónita aún por… ¡Mierda, por todo!
—¡¿Qué haces?! —lancé un grito ahogado.
Terminó de doblar los calcetines en una bolita y procedía a quitarse los bóxers, cuando se interrumpió a la mitad de la acción y me miró como si fuera tonta.
—Voy a hacer lo mismo que esta mañana. —se los bajó con una tranquilidad que le envidié porque comenzaban a temblarme las manos y el bajo vientre. Caminó en dirección a la ducha y se me quedó viendo con impaciencia. —¡Vamos, pues! No puedes bañarte con ropa. Eso es absurdo.
Dicho eso se fue muy ancho con su miembro semi empalmado bamboleándose ligeramente de lado a lado.
Una exquisita humedad volvió a escurrirse por en medio de mis muslos, burlándose de mi falta de autocontrol cuando Edward y el sexo estaban en la misma ecuación y lugar. Gustosamente dispuesta a ceder ante mis deseos me deshice de los vaqueros, camiseta y zapatillas deportivas, pero a diferencia de Edward solo las dejé extendidas en una silla que estaba en una de las esquinas de su habitación.
Cuando caminaba a la sala de baño, mi vista se quedó prendada en la silla-hamaca que pendía en un rincón frente a la ventana. No pude evitar pensar en la similitud que ese dichoso mueble tenía conmigo: a Edward le encantaba porque le daba sensación de calidez y protección. Lo que nos diferenciaba era que ella solo lo hacía a nivel superficial mientras que yo me sentía la guardiana no solo de su cuerpo sino también de su alma. Esa era mi responsabilidad más importante y la que más placer me generaba.
Entré en aquel espacio de decoración zen, lo encontré en la tina y me senté en su regazo para abrazarlo estrechamente y besarlo con ternura. Él me correspondió con más fogosidad, lo que no me extrañó puesto que el sexo era algo nuevo para Edward, así que pasaría algún tiempo para que se lo tomase con calma.
Aparté mi cuerpo del suyo y reí con cierta malicia.
—Es hora de pagar por tu impertinencia y esa tendencia tuya a ser un sabelotodo siempre. —lo hice subirse hasta el descansillo que había entre la pared y el borde de la bañera. Sentado allí miraba hacia abajo en todo el esplendor de su inocencia que no menguaba con el sexo, sino que se transformaba en algo que era tan caliente como la lava y tan celestial como halo de luz que se escapa por entre las nubes.
Las yemas de mis dedos ascendieron por el interior de sus muslos arrancando estremecimientos en el trayecto. Cuando llegué al nivel de sus ingles descendí con la misma lentitud tortuosa, pasando por encima de sus rodillas y hundiéndose en el agua cuando acariciaba sus pantorrillas. El nivel de esta me llegaba al nivel de las caderas. Subí esta vez agarrada plenamente a cada pedazo de piel por el que me deslizaba. Paré el trayecto de nuevo en las ingles y dejé caer la cabeza; sin perder contacto visual; para lamer con la punta de mi lengua la desafiante erección que tenía frente a mí. De un jadeo violento Edward dejó escapar el aire de sus pulmones. Sus manos se encallaron en mis hombros con firmeza y su mirada prefirió desviarse de la mía para disfrutar en la intimidad de sensaciones que confieren unos párpados cerrados.
Di otro lento lametazo pero esta vez enfocada en aquella pequeña cabeza rosa de su pene. La rodeé con la lengua para posteriormente llevarlo hasta donde la cavidad de mi boca lo permitió. Chupé suavemente y me retiré dejando un brillante rastro de humedad. Probé su exquisito sabor salado, casi me dejo llevar por el impulso de quererlo hacer explotar por el simple placer de saborearlo en mayor intensidad. Pero ese mismo lado del cerebro que te hace pensar en lo dulce que es una venganza, me dio la fuerza necesaria para alargar la tortura de mi ángel.
Coloqué la mano en la base de su erección. Entre mis labios y ella nos encargamos de acariciarlo para luego encontrarnos a la mitad de su miembro y retroceder hasta el principio y el final del mismo. Aumenté la velocidad y la presión y el reaccionó contoneándose en su sitio, pero lo inmovilicé cuanto pude por sus caderas.
Abrió sus ojos que en ese momento estaban vidriosos. Sabía que estaba al límite de sus fuerzas. Lo sentía en las pulsaciones cada vez más rápidas de su pene.
—Bella…ya no puedo… más. —eso fue antes de que tomara sus testículos y los halara suavemente hacia abajo para retrasar un poco más su clímax. ¿Quién dijo que la Cosmo no era una excelente instructora?
Le sonreí con maldad y lo saqué con un sonoro ¡Plop! De mi boca.  
—No, ángel. Te vas a venir cuando yo quiera. —lanzó un gemido de dolor pero aparte de eso debo reconocer que no se quejó.
Volví a la tarea de lamer – y – chupar pero esta vez con mayor rapidez y vigor. La mandíbula me empezaba a doler y hasta se me escapó en dos ocasiones de entre mis labios; me reí un poco en cada una de esas ocasiones puesto que el sexo no siempre es perfecto y solo nos queda verlo como algo gracioso en vez de vergonzoso. Al menos así lo veía yo.
La respiración de mi ángel se volvió más errática de lo que ya era. Me dejé de juegos y lo llevé hasta ese final lleno de temblores extáticos y deliciosos sabores masculinos. Y cuando terminé de degustarlo, me alejé con una insatisfacción que esperaba que fuese calmada en breve pero con la felicidad que me daba ver la expresión satisfecha de Edward. Ahí, en ese preciso instante no había un autista y una enfermera, sino un hombre y una mujer disfrutando de las luces que les ofrecía esa unión de caminos en la que tanto se habían empeñado. Para poder hacer frente a las sombras que se les cernirían en un futuro cercano.
Edward se dejó caer dentro de la bañera y me tocó que cerrar la llave rápidamente cuando me di cuenta de que estuvimos a punto de causar un tremendo desastre de agua en el baño. Después me volví a sentar en su regazo y lo besé con dulzura en la comisura de sus labios. Mis brazos rodearon su cuello y los suyos mi cintura.
—Te amo, Bella. —no pude evitar la sacudida que me atravesó el pecho con fuerza. Conocía sus sentimientos más que bien pero no había manera de que me acostumbrase a escuchar de su propia boca la declaración de estos.
—Yo también te amo, ángel. —…más de lo que alguna vez podrás llegar a comprender. Tomé su mano para llevarla a mi entrepierna y presionarla contra mi protuberancia inflamada. —Ahora repasemos lo que te enseñé en la mañana.
No me sorprendió que Edward resultase un alumno habilidoso.


*.*.*.*.*
Por la mañana, bajé mientras Edward aún dormía plácidamente en la cama de la habitación de invitados. No me sorprendió encontrarme a sus padres compartiendo un café matutino en medio de demostraciones de cariño mutuas. Las cuales cesaron apenas fueron conscientes que estaba frente a ellos.
—Buenos días. —les saludé con una sonrisa.
Ambos me respondieron de igual manera. Por un momento estuvimos compartiendo opiniones sobre naderías políticas o sociales basados en lo que rezaba el diario que tenía Carlisle entre las manos. Lo típico de las mañanas. Entonces opté por sacar a colación un tema que tenía pendiente desde hace un buen tiempo atrás:
—Necesito preguntarles algo a ambos. Esto pululaba en mi mente esperando el momento idóneo de hacerlo y creo que es mejor ahora que Edward aún duerme. —comencé mientras dejaba mi taza de café aún humeante sobre la encimera de mármol. Les miré a los ojos. —¿Por qué buscar solo una enfermera para él?
Ambos parecieron confundidos de entrada, pero no les di chance antes de seguir:
—Teniendo su capacidad económica ¿Por qué él no recibió mayor ayuda profesional?
Se miraron mutuamente antes de que Carlisle tomara la palabra.
—Edward recibió de pequeño ayuda de un psicopedagogo mientras estuvo en la escuela. Sin embargo, casi al finalizar la secundaria tuvimos que optar por una educación domiciliada por los reiterados abusos de sus compañeros de clases. Lo golpeaban, lo sometían a burlas públicas y en una ocasión lo encerraron en un armario de artículos de limpieza. —donde el tono de Carlisle se llenaba de furia, los ojos de Esme se nublaban con profundo pesar al rememorar aquello. —Nos llamaron demasiadas veces para ir a recogerlo tras las agresiones o porque Emmett se metía en una pelea por defender a su hermano de los abusivos. Al final decidimos que lo más sano era que Edward se educara en casa y así su hermano no estaría en peligro de ser expulsado por conducta agresiva.
Esme tomó la palabra entonces:
—Buscamos unos profesionales que nos habían recomendado unos conocidos, pero lo cierto es que tanto el psicólogo como la terapeuta; que resultaban ser pareja; trataban a Edward con desdén. Nos dimos cuenta de ello a través de las cámaras de seguridad de la casa. Con el pasar de los años, Edward se fue tornando más y más rebelde y se negaba a colaborar con quien fuera que traíamos para ayudarle. Hasta que llegados a un punto él se aisló de tal manera que no hablaba y casi no hacía nada más que permanecer taciturno. Que fue como lo conociste. —se notaba que se veía muy mortificada. Como si creyera que yo podría pensar en ellos como unos padres negligentes.
Me explicaron durante un rato más lo que habían pasado durante años y los escuché como lo haría con cualquier otro paciente. Al final hablé con total convicción:
—Vamos a necesitar crear un equipo de trabajo profesional para apoyar a Edward. Primero necesitaremos hacerle unos chequeos para ver en qué punto estamos con Edward y desde allí mediremos sus avances. —ambos estuvieron de acuerdo conmigo. Continué. —Sé que debimos hacer esto desde un principio, pero Ed no parecía muy abierto a colaborar en ese sentido. Así que lo he postergado hasta lo máximo que consideré prudente. Ahora bien, quiero que comprendan que es muy posible que Edward pelee y discuta si no está de acuerdo con algo de este proceso. Pero es necesario que presentemos un frente unido y que no le permitamos hacer su voluntad si no es en pro de su bienestar.
Los tres cruzamos miradas y no hizo falta que ninguno dijera más nada. Todos estábamos comprometiéndonos a hacer lo mejor que pudiéramos por Edward a partir de entonces.
Era hora de darle a mi ángel las herramientas que haría que tomase las riendas de su vida como el hombre en que se estaba convirtiendo.

Emmett POV:

Por primera vez en la vida, estar ahogado entre carpetas y pilones de documentos me parecían una necedad. De hecho me sorprendí a mí mismo queriendo hacer una barrida con ellos y mandarlos a la mierda de un solo manotazo. Quizá se debía a que lo que me estaba ahogando en realidad era otra cosa...
Probablemente sería el hecho de que Rosalie se negaba a tenderme el teléfono.
Volví a apretar la tecla de llamada y me exasperé al escuchar repetidamente el puto intento fútil de conexión. Saltó el buzón de voz y me negué a dejar un mensaje más. Ya tenía unos cuatro. El primero pidiendo disculpas, el segundo exigiendo que me contestara la llamada, el tercero indicándole lo inmadura que estaba siendo y el cuarto fue para pedirle disculpas nuevamente.
Carlisle pasó al estudio después un par de toques pero sin esperar confirmación por mi parte. Traía un plato inmenso y humeante de tallarines en la mano.
—Pensé en dejarte la comida en el horno, pero no lo vi en un futuro cercano así que decidí traértelo. —lo colocó frente a mí pero mi estómago no rugió, como normalmente lo haría. Se limitó a medio estremecerse con un poco de hambre, así que pinché un par de trozos de cerdo agridulce con el tenedor y los mordí sintiendo la salsa estallando en mi boca. Estaban buenos más no me entusiasmaron. Sí, definitivamente estaba en la cumbre del patetismo.
—Gracias, papá. —le dije y volví a tomar un bocado.
Fue hasta un pequeño refrigerador que estaba situado en una de las esquinas de la biblioteca, sacó acertadamente una simple botella de agua mineral y me la entregó. Tomó asiento frente a mí, cruzó las piernas y se recargó contra el espaldar. ¡Oh, mierda! Aquí venía una conversación jodidamente incómoda.
—Bien… —suspiró cansinamente. —¿Qué te pasó?
—¿Por qué tiene que haberme pasado algo?
—Emmett, déjame dejarte unas cosas en claro; aunque creo que son tan obvias que me harán lucir como un estúpido. Aun así me arriesgaré: sé qué te pasa algo porque eres mi hijo y hace veintiocho años que te conozco. Andas sumido en una preocupación desde hace algún tiempo pero que se acentuó desde ayer, no demuestras tu habitual apetito voraz de león hambriento. Y además estás un domingo por la noche ahogándote entre expedientes, cuando odias hacer eso con toda tu alma. Eso sin mencionar la taciturnidad.
A veces se me olvida lo observador que podía ser mi padre. Desde niños se integraba en cada actividad que tuviese que ver con sus hijos tanto como se le permitiera. Se preocupaba por cada cosa que pudiese perturbar la tranquilidad de sus hijos; incluso cuando se distanció de la situación de Edward, el malestar se le transformó en malgenio, estrés e incluso desarrolló hipertensión. Así que el que Carlisle haya podido darse cuenta de mi cambio de actitud; incluso cuando yo mismo no era del todo consciente de ello;  no me sorprendía demasiado.
—La cagué, viejo. —solté simplemente.
—¡Hijo, ese lenguaje tuyo! —se quejó un poco. Carlisle era sumamente educado, ni siquiera cuando se molestaba era capaz de soltar maldiciones. Ese, obviamente, no era mi caso.
—¡Es verdad! ¡La cagué, papá! Todo lo he hecho mal una y otra vez. Eso es todo lo que pasa.
No perdió la paciencia ni tampoco volvió a reprocharme por mi lenguaje soez.
—¿Qué pudo haber sido tan terrible?
Bueno...si me iba a echar de cabeza, iba a hacerlo a lo grande. Total, dudaba que las cosas pudieran empeorar.
—Pues comencemos por el hecho de que me enamoré de Isabella, debido a eso lastimé a mi hermano y luego Rosalie; que era la única persona con la cual podía confesarme sin peligro de parecer un patético desgraciado, se molestó conmigo por haberla usado como un burdo substituto de Bella. Ahí lo tienes. Eso fue “lo terrible”.
Mi padre inhaló profundamente pero no hizo más nada que pudiese indicarme que estaba molesto conmigo.
—Creo… —comenzó a decir con suma calma. —que no estás tan “enamorado” de Isabella como piensas.
Me reí ante su comentario con abierta sorna.
—Discúlpame, papá. Pero yo mejor que nadie sé lo que siento y por quién.
Se encogió de hombros y cruzó los brazos con desparpajo.
—Pues si estuvieses tan enamorado de ella ¿Por qué has tratado todo el día de comunicarte con Rose? Sospecho que es por ella por quien has pasado todo el día pegado al teléfono.
¡Sabihondo infeliz! …No podía ser cierto lo que me decía.
—Yo. No me…
—Hijo, todo hombre en algún punto de su vida se encapricha con lo prohibido. Lo importante es ser lo bastante astuto como para reconocer el momento en el cual debes seguir adelante sin mirar a eso que no debes tener. Resistirte a la tentación es una de las lecciones más relevantes en la vida. No solo en materia de relaciones personales, sino con respecto a todo.
Resistirme a la tentación, encaprichado, seguir adelante. Tres cosas que aún no sabía gestionar muy bien.
—¡Emmett!  —Carlisle llamó mi atención agitando las manos frente a mis ojos. – Céntrate. No voy a decirte como actuar, sin embargo me siento obligado a decirte que no creo que una disculpa telefónica sea suficiente para solucionar lo que pasó con Rosalie.
—¡Pero no quiere hablarme, mucho menos verme!
—Hasta donde yo sabía; tú eras el ser humano más tenaz y atorrante que pisaba la faz de la tierra. – me guiñó un ojo y caminó hacia la puerta. En el marco de esta se detuvo como si se le hubiese olvidado algo y acotó: - Por cierto, hijo. Si tu hermano se queda sin profesora de piano; tú tendrás que darle las clases. No sé como lo harás, pero me encargaré de que así se haga.
Le sonreí y agradecí…pero en silencio.
Decidí aplicar lo mismo que le recomendé a Edward pero con menos certeza de tener un buen resultado en este caso. De hecho lo único que tenía era esperanza.
Me tomó un mes más o menos hartarme de intentar que me cogiera el teléfono o que me evitara cuando estaba en clases con Edward. Así que me decidí a ir hasta su casa.
Estacioné un poco más abajo puesto que dos vehículos me impidieron hacerlo frente a su puerta, pero cuando me disponía a bajarme reconocí a uno de los carros como el de Jasper. Las tripas se me revolvieron ante las posibilidades de lo que podría estar haciendo allí.
Entonces ella salió con él tomados de la mano y lo abrazó demasiado fuerte como para creer que eran simples conocidos o amigos. Un sentimiento diferente al que me corría por el cuerpo cuando veía a Edward con Bella me atravesó las venas quemándome en el trayecto.
Furia. Eso era. ¡¿Pero que hacía ese mamón con Rose si supuestamente estaba con Alice?! ¡¿Y cómo podía ser ella tan desleal?!
Cuando él se hubo ido, Rosalie pasó a su casa y yo salí del interior del coche dando un portazo. No toqué a su puerta, sería más acertado decir que la aporreé con ira. Ella abrió a la pobre víctima de mi molestia de un tirón y con expresión asesina en los ojos.
—¿Se puede saber qué demonios te pasa? —escupió con abierta hostilidad.
—¡Me pasa que venía a pedirte disculpas y te vi abrazándote con Hale!
—Ajá ¿Y? Te adelanto que no creo que esto sea una disculpa. Vas mal encaminado de antemano.
—¿Y? ¿Y…dices? ¿Cómo puedes hacerle eso a la pobre ingenua de Alice? ¿No te da remordimiento de conciencia? —no me podía controlar. Simplemente las palabras salían por mi boca sin pasar por mi cerebro para ser analizadas.
—¿Hacer qué? ¿Ser abrazada y visitada por “mi hermano”? ¡¿Eso?! —se encogió de hombros aparentemente desinteresada.
—Her…hermano…Tú… —si. Ahora era un buen momento para quedar como un idiota balbuceante. Tenía mucho sentido después de semejante escena de… ¿Celos?
Nah. No podía ser eso. Era simple indignación por Al.
—¡Dios, Emmett! Hace poco más de un mes que estuvimos juntos y ya te crees con derecho a aparecerte en mi casa para armar un escándalo. —se tomó la cabeza con las manos y caminó al interior. La seguí cauteloso en espera de una próxima descarga de furia. Que por supuesto, me merecía.
Tomó asiento en su sofá modular y apretó sus piernas contra su pecho. Sus ojos verdes normalmente hermosos estaban apagados y ojerosos. De hecho, su piel también se veía un tanto pálida.
—Rose… —susurré sentándome a su lado sin esperar invitación. —¿Estás enferma? Si necesitas ir a un médico yo puedo…
—Emmett. —levantó una de sus manos para hacerme callar. Su expresión era indescifrable. Nunca jamás en la vida había visto una como esa para poder compararla. —Tengo dos días vomitando sin parar y terriblemente cansada. Por eso no  he podido ir a ver a tu hermano. Apenas y tengo energía para bajar a la cocina a por comida. Aunque poco después vaya a dejarla en el inodoro.
Expectación. Eso si pude reconocerlo. Y miedo…
—Vamos al médico, Rosalie. —le presioné. —Puede ser grave y no debes  automedicarte.
Se puso en pie de un salto frente a mí y agitó las manos exasperada pero no llegó a gritar.
—¿Acaso eres sordo? Tengo dos condenados días vomitando, jamás me enfermo y ahora estoy aterrada ¡¿Es qué no puedes verlo?!
—La verdad es que… —negué con la cabeza. Estaba como obnubilado.
—¡Emmett, por dios! —respiró profundamente y trató de sosegarse mientras se limpiaba las lágrimas con las mangas de su suéter blanco de punto. —Déjame explicártelo de otra manera. Esa noche que pasó…lo que pasó entre nosotros estaba tan alterada que no recordé tomar mi pastilla anticonceptiva.
Abrí los ojos desmesuradamente. De todas las posibles cosas que me podía decir Rose esta no era una de mi lista. No podía tolerarlo. No podía lidiar con eso.
¡No!
—¿Tú…t…tú crees…? —y ahí estaba el estúpido titubeo de nuevo.
—No lo sé. Ya no sé nada. Aunque dudo que esto sea un efecto secundario de no tomar una píldora. Nunca me había pasado. —sonrió irónica para sí. —Aunque esto sí que sería un “efecto secundario”.
Para un temor tan grande solo había un nombre: Embarazo.
Y no era algo para lo que ninguno de los dos estuviésemos preparados para hacer frente.
No cuando teníamos tantas cosas negativas entre nosotros.

*.*.*.*.*
Hola, chicas. Esto de pone color de hormiga!
Déjenme en los comentarios lo que opinan sobre TODO XD. Estaré más que encantada leyendo sus opiniones. Como siempre.
Discúlpenme por la tardanza de las actualizaciones.
Un besote. Nos seguimos leyendo.
Marie C. Mateo