sábado, 17 de diciembre de 2011

ANHELO DESDE LA OSCURIDAD - Capítulo Undécimo.




“Espejos rotos”


Carlisle y yo seguíamos en la puerta a la espera de que alguno reaccionase, y tomando en consideración que yo ya había dicho mi parte del guión en la cual exigía lo que él tenía de mi propiedad, era de esperarse que me saliera con un muy acertado y poco previsible “Toma a Isabella, Edward. Tengan una buena y larga existencia. Te deseamos lo mejor y te escribiremos en navidad”. O la otra opción, —menos razonable—, pero más predecible era que me dijese: “¡Maldito bastardo malagradecido! ¿Cómo osas pisar mi casa después de cincuenta años de ausencia? ¡Lárgate de aquí!”...pero no. 

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Corazón de Cristal - Décimo primero:



"Verdades Desagradables"

Después de jurarle a Edward varias veces que solo iba hasta la cocina a hablar con su hermano y volvería con galletas de canela para él, finalmente se quedó tranquilo. Ahora me encontraba con la cadera recostada de uno de los topes de mármol con los brazos cruzados en el pecho y esperando por lo que de seguro sería una muy incómoda conversación con Emmett.
—Tú dirás. —lo urgí a apurarse con un gesto de la mano —Como pudiste ver allá, Edward me necesita.
Sus labios formaron una línea fina.
—¿Y tú?
—¿Y yo…qué?
—¿Y tú lo necesitas a él?—súbitamente su postura dejó de estar tensa y recargada en las encimeras que estaban al frente, con los brazos en la misma posición que los míos. Caminó hasta quedar a tres o dos pasos de distancia de mí. —Sé sincera.
Adelanté las manos en señal de alto para guardar un poco de espacio entre ambos. Necesitaba distancia tanto de él como de esta conversación, pero ambos eran igualmente ineludibles. Sabía que en algún momento iba a tener esta conversación con él, pero en el fondo esperaba que se diera  en condiciones más cordiales. Pero después de todo lo que había pasado últimamente no creía ser capaz de llevar las cosas de esa manera.
—Mira, Emmett, te lo pondré de una manera muy simple: Me levanto todos los días, tomo un baño y me visto rápidamente. Luego, lo primero que hago es asegurarme de que tu hermano se despierte bien y tranquilo. Paso casi todas las horas del día con él; tanto en el tiempo reglamentario de mis funciones como en el de mis ratos libres. Soy feliz cuando el ríe o triste si él se deprime. Me escuchaste enfrentar a tus padres y a ti mismo…—no pude; ni quise; evitar que en mi tono se colara un poco de reproche.—admitiendo mis sentimientos por Edward. Así que ahí lo tienes: Yo lo necesito también.
Inspiró fuerte y cerró los ojos por un momento, luego los abrió para verme con una expresión casi rota.
—No había necesidad de ser hostil.
—Emmett,—no levanté la voz al interrumpirlo, pero si fui firme. —yo no fui la que empezó esta competencia de hostilidad. Si mal no recuerdo, fuiste tú quién dejó de saludar cuando nos cruzábamos. Ni siquiera tenías la decencia de contestarme cuando te hablaba. Evitabas mirarme lo máximo posible y ahora te crees con el derecho de reprocharme algo. Sinceramente, me parece un poco cara dura de tu parte.
Nos quedamos viéndonos durante un momento en silencio. Quizá duró solo un minuto pero a mí me pareció como una hora y mientras tanto, el sentimiento de culpa aunado a su mirada azul grisácea—igual que la de su hermano—que mostraba tristeza, iba haciendo mella en la rabia que sentía.
—Siento si fui grosera. Aún así, espero que entiendas mi punto.
Él asintió pesaroso.
—Alcanzo a comprender lo que me dices y lamento haber sido tan…tan descortés; pero tampoco es fácil que te restrieguen en la cara el rechazo. Y mucho menos me vi venir que tú te sintieses tan atraída por mi hermano. Por su condición jamás pensé…
—Que alguien pudiese enamorarse de Edward. —sentencié. —Sin ningún otro interés en sí, más allá de él mismo.
Asintió.
—Pues sí. No gano nada mintiéndote. Mira…—sacudió la cabeza como si tratase de borrar una niebla que no le permitiese ver con claridad las palabras que me diría. Finalmente tomó una bocanada de aire y soltó lo que tenía entre pecho y espalda: —Bella, me vas a disculpar si mis palabras te suenan ruines, pero me es sumamente difícil de comprender como alguien que conoce a la perfección sobre el autismo y sus efectos, se haya enamorado perdidamente de uno de sus pacientes. Eso suena a telenovela. —ahora un alterado Emmett caminaba de lado a lado por la cocina mientras hablaba. De vez en cuando volteaba hacia la puerta de la estancia, quizá para asegurarse de que no apareciese nadie. —Dime patán, si eso quieres. Tíldame de basura, pero simplemente es algo que no puedo comprender.
Negué con la cabeza. No era como si no me esperaba pasar por esta situación una vez que se supiese sobre mis sentimientos por Edward. Era natural dudar sobre la veracidad de mi comportamiento o palabra, dadas las condiciones económicas y de vulnerabilidad de mi ángel. Siempre supe que lo tendría cuesta arriba al momento de hacerme entender o creer, así que no me sentía en la posición de juzgar a Emmett cuando él se estaba abriendo en canal delante de mí.
—No te diré nada de eso. De hecho comprendo tu escepticismo sobre todo esto ya que no es una situación común. Pero te sorprenderías si supieses cuantas personas que padecen el autismo de alto rendimiento, suelen casarse y llevar una vida relativamente normal. El problema radica en los estigmas sociales que se han creado en torno a ellos como si fuesen unos imposibilitados, y que por su condición fuesen incapaces de sentir afecto o apego a alguien o  algo, lo cual es totalmente absurdo. Deberías documentarte sobre las grandes personalidades que padecen la enfermedad. De hecho, te puedo mencionar a una paciente de autismo que aunque era incapaz de tolerar el contacto físico, se convirtió en parte de su propia terapia. Temple Grandin se doctoró en ciencia animal en la Universidad de Illinois, y desde pequeña no soportó que la abrazaran, y basada en sus vivencias de adolescente en la granja de un familiar, diseñó una máquina que le permitía controlar la presión y la duración del abrazo. Y todo esto pasó porque ella sentía que necesitaba esa caricia pero su condición le hacía rechazarla.
Se quedó mirándome estupefacto por unos segundos antes de que una pena de otra naturaleza embargara su mirada.
—Nunca he dicho que lo viese como un discapacitado. —claramente se trataba de explicar pero lo interrumpí.
—Aún así te has estado preguntándo lo que vi en tu hermano, seguramente. Pues te digo que he descubierto a un hombre fuerte y decidido que cada día lucha para salir adelante. Lo que para nosotros es sumamente sencillo, a él le cuesta el doble y hasta el triple de esfuerzo, aún así, nunca le he escuchado decir “no puedo”. Es honesto, aunque eso es algo muy típico de los que están en su condición. También es tierno conmigo, más allá de lo que alguna vez podría haberlo creído capaz. Puede que le sea difícil empatizar, pero se adapta a casi todo. En resumen: son un montón de cualidades lo que me han atraído hacia Edward. Y todavía me sigue sorprendiendo con algo nuevo cada día.
—Eso solo me indica que puedes tenerle cariño y admiración. —casi podía verlo maquinar en su cabeza, buscándole una lógica a mi comportamiento más allá del ámbito sentimental. Muy típico en los abogados.
Lo miré con firmeza cuando di dos pasos hacia el frente y con esto detuve su errática caminata.
—Emmett, yo deseo  a tu hermano como lo haría con cualquier otro hombre con quien quisiera tener una relación. Y antes de que me lo vayas a preguntar, sexualmente también.—sentí el sonrojo delator coloreando mis mejillas, pero aún así proseguí con la fuerza interna que me impulsaba a dejarle las cosas claras de una vez por todas.—Entiendo que Edward aún no esté preparado para enfrentar esa etapa. Espero ya después de algún tiempo, que llegue el momento para hacerle frente a ese aspecto.
Respingó al escucharme hablar y antes de proseguir, tragó con fuerza el nudo de incomodidad que tenía en la garganta.
—Tú…Edward…¿Ustedes se han besado? —con una vergüenza que me hacía parecer una adolescente, asentí. Como si me hubiesen pillado con las manos en la masa. —¿Y cómo respondió?
No pude resistirme al impulso de sonreír como una tonta.
—Bastante bien en realidad. Al principio hubo un poco de conmoción, pero luego se le dio bastante fácil y hasta natural, he de admitirlo.
Se metió los dedos entre su cabello que era quizá demasiado corto para ese gesto de exasperación, luego se aproximó bastante hacia mí. De hecho, pude sentir el leve temblor de su cuerpo y oler la fresca fragancia de su varonil perfume, mientras que su gran tamaño se cernía sobre mí de manera sobrecogedora e intimidante. Sus ojos eran un par de nubes grises azuladas que presagiaban tormenta, demasiado parecidas a las de su hermano pero sin esa inocencia tan característica de Edward. Sorprendentemente, las lágrimas amenazaban con brotar de sus orbes ante cualquier movimiento en falso; o en este caso palabra.
—Yo…yo amo a Edward, Isabella. Puede que no sepa cómo expresarlo con palabras o que no lo demuestre todos los días, pero te juro que jamás en la vida lo he considerado un discapacitado. O enajenado. —sus palabras denotaban una tristeza y cierto desespero, que no pude evitar dejarme invadir por una ternura hacia él. También sufría por mi ángel, aunque como hombre y heredero del apellido Cullen se sentía obligado a encerrar sus sentimientos dentro una barrera de frialdad inquebrantable. Pero esta se estaba rompiendo.
Acuné su rostro entre mis manos en un gesto protector que pareció sobresaltarlo un poco al principio pero al final terminó recargando su cabeza en mi toque.
—Lo sé, Emmett y te entiendo. Nunca te creí capaz de menospreciar a tu hermano, solo quería que comprendieses mi punto de vista. A veces ni siquiera nosotros, los que solemos especializarnos en el área, logramos entender ciertas conductas que presentan los autistas.
—¡Y lo comprendo! Es solo que creo que te has precipitado un poco con él. Pienso que a lo mejor haz confundido tus sentimientos por Edward; y eso no tiene nada de malo. A cualquiera le puede suceder. A lo mejor si saliéramos una vez más…
—Emmett…
Rodeó mis manos con las suyas, reteniéndolas en el lugar en donde estaban.
—¡Salgamos, Bella! La pasamos muy bien cuando salimos la vez pasada. Y a lo mejor verías las cosas un poco diferentes si tenemos una segunda cita…
—No.
La respuesta tajante vino desde un muy molesto Edward, que estaba parado dos pasos antes de cruzar el umbral de la puerta. Rosalie miraba la situación con incómoda confusión de hito en hito; mientras que una de sus manos parecía haberse congelado antes de tocar el antebrazo de mi ángel.
La mirada intensa de Edward se fijó en mis manos que seguían congeladas aferrando el descolocado rostro de su hermano. No hace falta decir que bajé los brazos de golpe.
—No quiero que vayas con él a una cita, Bella. No – quiero – que – vayas. — puntualizó entre dientes.
Negué con la cabeza antes de poder pronunciar palabra alguna.
—No lo haré, ángel.
—¿Y por qué tocas así a mi hermano? —su manos se apretaban y se relajaban. En sus ojos podía ver que estaba afectado con la situación y necesitaba traerlo a la calma lo más pronto posible antes de que hiciera una crisis nerviosa de nuevo.
—Vamos, Edward… —Rosalie trató de halarlo hacia atrás pero solo consiguió que este se zafara de su agarre para aproximarse hasta donde estábamos Emmett y yo. Se situó a mi lado haciendo que el segundo retrocediera dos pasos con una línea tensa en los labios.
—Tranquilízate, Edward. Deja que Bella decida…
—¿Por qué me la quieres quitar, hermano?—preguntó mi ángel con voz rota. Su tono temblaba al hablar y parecía que de un momento a otro estallaría en llanto. —¿Por qué la quieres apartar de mí? Yo nunca te he quitado nada, porque ustedes me hicieron ver que eso era malo. ¿Acaso te has vuelto una mala persona? O es que ¿Acaso ya no me quieres? Tú no la necesitas como yo.
—Que ella esté conmigo no quiere decir que tengas que dejar de verla. Puede ser tu amiga y tu enfermera. No tiene por qué alejarse.
—¡Si lo hará! —gritó Edward súbitamente mientras se presionaba las sienes con sus puños apretados. —¡Y no la quiero como amiga!
—¡Entonces ¿Qué quieres de ella, hermano?! —Emmett lo miró con ojos desesperados.
Edward estaba demasiado alterado, al punto en que sus dientes se rastrillaban, los superiores con los inferiores, su respiración se hacía cada vez menos profunda y su cara estaba cambiando de color crema hacia el rosa intenso. Entonces dejé de ser la Isabella enamorada para ser la enfermera que necesitaba mi paciente. El más especial de todos, pero mi paciente al fin y al cabo.
—Cálmate, Edward. —se negaba a mirarme, por lo cual tuve que sacudirlo levemente hasta que clavó su vista en mí. Aún así su ira y su dolor no parecían disminuir. —Respira profundo. Aquí nadie quiere hacerte daño ni te lo van a hacer. No dejaré que eso ocurra. No me iré con Emmett ni con nadie, porque mi lugar está aquí contigo.
Respiración. Respiración. Respiración. Sus ojos viajaban de su hermano a mí de manera rápida. Como si esperase un movimiento en falso de alguno de los dos. Claramente no me creía del todo.
—¿Me has escuchado? Asiente si me has oído, por favor. —lo hizo.—Muy bien. Ahora trata de tranquilizarte, ángel. No quiero que te dé una crisis de furia. —Al menos no una peor a lo que acababa de pasar, Pensé para mis adentros.
Sin esperarlo, me estrechó entre sus brazos fuertemente y habló pegado en mi oído en un tono bajo, aunque era fácil que lo escucharan los demás presentes.
—¿No te irás con él? —negué con la cabeza. —¿Jamás? —de nuevo negué. —No entiendo por qué estoy tan molesto, solo sé que no te quiero con él. No quiero dejar de querer a mi hermano; pero por favor…no me dejes por él. Me siento enojado.
Pegué su frente a la mía al tomarlo por la nuca.
—Nunca, Edward. Ni por Emmett ni por nadie, ya te lo he dicho una y otra vez. Tu hermano te adora, eso tienes que saberlo. Ahora es momento de que te tranquilices y dejes que las cosas se calmen.
Escucharlo hablar de esa manera partía el alma de cualquiera que lo escuchase, porque era como si lo estuviese haciendo un niño pequeño que aún creyera que el mundo era un lugar en donde los héroes derrotaban a los pocos villanos que existían. Rosalie se revolvió el cabello desde donde estaba, Emmett se notaba triste e impotente y yo… solo me quedé congelada en el sitio sin saber cómo reaccionar ante ese despliegue de tierna inocencia.
Finalmente, el hermano mayor tomó el mando de la situación, y aunque se le dificultó —se veía que le costaba horrores hablar— lo que decidió hacer logró llevar las cosas a un término tranquilo, pero no necesariamente era feliz para todos.
Emmett se situó frente a un Edward demasiado tenso y le colocó una mano en el hombro y con un gesto de determinación lo miró a los ojos cuando dijo:
—Te amo con toda mi alma. Tanto que si lo que necesitas para ser feliz es a Isabella, yo respetaré eso y me haré a un lado. Al fin y al cabo, creo que no hay nada por lo que deba luchar acá. —me miró a los ojos. —Es mucho más sano. Puedes estar seguro de que yo no la apartaré de tu lado; aunque sospecho que ella no dejaría que nadie lo haga. Ahora debo irme, pero nos veremos más tarde ¿vale?
Dicho esto estrechó entre sus grandes brazos a su hermano que al lado del descomunal tamaño de Emmett parecía el de un niño; como su inocencia. Le dio un beso en la frente y pasó a mi lado dedicándome una mirada que decía claramente “adiós”. Bajó la cabeza y pasó al lado de Rosalie con un cortés Hasta luego antes de que sonara la puerta de la entrada y posteriormente el portón de la casona.
La nueva profesora me veía a los ojos como si quisiera robar las respuestas de mi mirada.
                Ojalá las tuviese, en primer lugar.


*.*.*.*.*
—Toda esa situación fue demasiado rara e incómoda—comentó Rosalie después de que le hubiese explicado lo que había pasado. De principio a fin.
Edward estaba sentado al piano aprendiendo una sencilla melodía, y para sorpresa tanto de su profesora como de la mía lo hacía excelentemente bien. Estaba demostrando una destreza asombrosa al momento de desempeñarse con el instrumento, pero cuando se frustraba lo miraba con una indignación que casi provocaba risa.
Suspiré con cansancio restregándome los ojos.
—Lo sé. Aunque espero que las cosas mejoren. Creo que fue una manera quizá demasiado drástica pero que al fin y al cabo sirvió para que Emmett entendiera la situación entre Edward y yo.
Rose me miró con profunda incredulidad.
—Si te soy sincera, me parece raro que teniendo a un hombre como él; interesado por ti, atractivo y hasta sensible, te hayas enamorado de su hermano que además es…
—¿Autista? —ella pareció apenarse cuando comprendió que su comentario podía malinterpretarse.—Tranquila, sé que no lo dices de mala manera. Explicarte mi relación con Edward me llevaría demasiado tiempo. Te resumiré todo en que yo lo quiero y él parece sentir lo mismo que yo.
—Pero…tú lo… —enarqué una ceja anticipándome a lo que creía que se debía su aparente incomodidad. —ya sabes. Hablo de deseo sexual. No sé cómo explicarme.
Me removí en el sofá tapizado con piel de durazno blanco. La miré a la cara y fui clara y franca cuando admití:
—Sí. Yo lo deseo  también. Ahí donde tú lo ves…—se lo señalé con un asentimiento—él es como cualquiera, solo que cuesta más trabajo comunicarse y otras cosas más. Pero responde a muchísimos estímulos. Y esos no son la excepción.
Para alivio mío, ella pareció entenderlo todo sin juzgarme de mala manera, al menos eso parecía aunque estaría en todo su derecho. ¡Nos acabábamos de conocer! Y nos habíamos visto obligadas a compartir mucho más de lo socialmente aceptable en menos de ocho horas. Esto elevaba la incomodidad a un nuevo nivel.
El piano hizo unos cuantos sonidos discordantes y Rose se le acercó a Edward después de un extraño silencio. Se sentó a su lado y comenzó a deslizar los dedos por las teclas indicándole el ritmo que debía llevar mientras que lo cantaba y tocaba al mismo tiempo. Edward le indicó en su muy acostumbrada y hace poco estrenada franqueza que estaba harto de tocar la misma melodía una y otra vez. Ella lo miró con tierna paciencia; haciéndome entender que Carlisle había escogido a la persona correcta para que lo enseñara.
—Comprendo y dado que puedes tocarla bastante bien, te daré el beneficio de que me digas lo que quieras tocar.
Los ojos de Edward brillaron con tal emoción que si no hubiese sabido que aquella felicidad se debía a la música más que a nadie; hubiese tenido un serio caso de transformación con colmillos y garras incluidas. Traducción simple: Un arranque terrible, y temible, de celos.
—A Debussy. Me gustaría tocar algo de Claude Debussy. —agrego él.
—Bien, será una de Claude. ¿Cuál te gustaría?
Claire du Lune. —dijo sin siquiera un titubeo.
La blanca sonrisa de la guapa instructora irradiaba calidez y una grata sensación de confianza.
—Esa será entonces. Pasado mañana te traeré las partituras y comenzaremos con la pieza. Pero iremos poco a poco ¿Entendido?
—Entendido, profesora.
—Y como primera norma tienes enteramente prohibido que me digas profesora. Llámame Rosalie.
—¿Por qué? La persona que te enseña es un profesor. Pero como usted es una dama debo decirle profesora.
Rose se rió por la lógica con la que Edward planteaba sus dudas.
—Tienes razón. Soy una dama; pero no me gusta que me digan profesora. Y como te quiero considerar un amigo; espero que tú hagas lo mismo conmigo. Y los amigos no se tratan de usted; se tratan de “tú”.
Le tendió una mano; haciendo inconscientemente algo sumamente acertado. Infundiéndole táctilmente a Edward la seriedad de sus palabras. Él se la estrechó con la emoción de un niño al que se le promete un regalo el día de navidad.
Y así se selló algo que se iba a convertir no solo en una especie de musicoterapia; sino en la pasión recién descubierta de mi ángel.


*.*.*.*.*

Cierta tarde; me encontraba con Alice en la cocina preparando unos pequeños canapés de salmón ahumado, queso crema y perejil. Carlisle había llamado unas horas antes anunciando que llevaría a dos de sus candidatos a nuevos asociados del bufete y pidió que todos estuviésemos presentables para conocerlos. Así que mientras Esme terminaba de encargarse de Edward, yo cooperaba con los aperitivos. Tanto Alice como yo ya estábamos arregladas correctamente:
Ella tenía una linda falda de gasa color gris con una camisa de seda en tono blanco y unos zapatos de tacón bajo negros. Por mi parte, usaba unos pantalones de lino color negro de bota bastante ancha con un suéter manga tres cuarto y ceñido al cuerpo en color rojo sangre. Unas cómodas bailarinas rojas completaban el look casual.
—¿Cuándo te mudarás a la casa?—le pregunté a la que era como especie de amiga allí en la casa para mí.
Con su sonrisa habitual se giró hacia mí, haciendo que su cabello negro azabache y en punta se tambaleara por lo repentino de su movimiento. Entre las manos sostenía la manga con la que rellenaba los pequeños cilindros de salmón que yo le iba armando con la ayuda de unos mondadientes.
—Creo que este fin de semana sería una excelente oportunidad para hacerlo. ¿Podrías ayudarme, por favor?
—Claro que sí. —asentí. —Además si no voy ¿Quién demonios te abrirá la puerta?
—Podrías darme las llaves aquí.
—Cierto, pero casi siempre te vas corriendo de acá y casi nunca me da chance siquiera de despedirme de ti.
Ella me miró con cierta sorna en su mirada.
—¿Eso es un reproche?
—¿Sabes una cosa? Sorprendentemente, sí. Ya que eres como una amiga. Y no sé tú, pero yo suelo saludar y despedirme de mis amigas.
Tanto ella como yo nos reímos al caer en cuenta de lo tontas que nos escuchábamos.
—Touché. – dijo ella al final de todo. —Debo mejorar mis modales.
Ambas volteamos a nuestras espaldas cuando escuchamos venir a Esme que se acercaba conversando con Edward. Se les notaba muy animados a ambos mientras las pisadas se acercaban más y más retumbando en el habitual silencio placentero que embargaba a la casa de los Cullen. Bueno, en realidad solo una de las voces resonaba quejumbrosa:
—No me gustan estos zapatos, mamá. Son incómodos ¿Por qué no puedo colocarme los zapatos normales? —se quejaba mi ángel.
—Solo será por un momento, cielo. Además estos zapatos son normales. Sopórtalos un poco ahora, luego podrás quitártelos y te prometo que no tendrás que usarlos más nunca. Compraremos unos más cómodos para la próxima vez que tengas que vestirte formal.
—¿Me lo prometes?
Ella asintió mientras lo abrazaba por la cintura.
—Te lo prometo.
—Entonces los botaré cuando se acabe la reunión. —dijo él satisfecho.
—¿No te parece mejor que los donemos a una tienda de segunda mano para la gente necesitada?
Edward se vio bastante indignado por el comentario. A esa altura ya estaban por el umbral de la cocina.
—¿Por qué le vamos a regalar a otras personas unos zapatos tan incómodos, madre? ¡Son horribles! Nadie debería ponerse esto.
Ahora las tres rompimos en risas. La lógica de él era única en su estilo. Una derrotada pero risueña Esme asintió.
—Tienes razón, Edward. Botaremos los zapatos.
—Gracias.
Muy pagado de sí mismo nos encaró a Alice y a mí.
—Mamá dice que me veo bien. —levantó los brazos y los dejó caer.
Sonreí de lado mientras observaba la suave camisa de seda azul cobalto que llevaba con unos pantalones de vestir en color negro con unos zapatos a juego. No había chaquetas ni corbatas. Sabía muy bien el porqué de eso; a Edward no le gustaban y eso no era negociable.
—Te ves bien. Tu madre tiene toda la razón. Incluso con esos zapatos. —resistí el impulso de mofarme un poco ya que él podría malinterpretarlo.
—Son incómodos, pero se me ven bien. —añadió testarudo y con el ceño fruncido.
Me acerqué y le di un beso en la mejilla.
—Claro que sí, ángel. Te ves bien siempre, pero prefiero cuando andas con tus vaqueros, sudaderas y tus tenis. Son más de tu estilo.
—Me gustaría tenerlas puestas ahora. Pero sé que papá cuenta conmigo. — Edward suspiró nostálgico.
—¡Esa es la actitud!—canturreó Alice terminando de decorar los canapés con el perejil picadito encima de cada rollito.
Entre los cuatro habilitamos un mesón largo que antes decoraba uno de los pasillos y lo convertimos en una pequeña especie de mini buffet de aperitivos en la sala de estar. Esme sacó las botellas heladas de champagne de y las dispuso hieleras de plata. Alice buscó las copas de cristal aflautadas y las colocó en la superficie habilitada, Edward…bueno, él preguntaba el porqué de cada cosa y me ayudaba a acomodar las flores en los tres floreros de cristal cortado.
Escuchamos las puertas abrirse, voces masculinas conversando y riendo con suma elegancia. Solo reconocí la de Carlisle. Nos sentamos con aire relajado en la sala  y recibimos a los tres caballeros. Uno era muy alto y de cabello negro, de buen físico pero de mirada algo presumida. El otro era rubio, son el cabello corto pero en la parte superior se le ondulaba un poco, con los ojos verdes como esmeraldas y una sonrisa cálida.
Carlisle los presentó a ambos. Primero al aparente presumido.
—Familia, este es Félix Vulturi.
Y ahora al chico simpático.
—Y este es Jasper Hale.
Todos contestamos con educación y Edward lo hizo con una fluidez espectacular. Habría que ser muy observador para notar algún fallo en su comportamiento. Pero la cara de Alice…esa era otra historia. Tenía un extraño rubor que nada tenía que ver con el maquillaje o con el frío de aquella noche.
Alguien había llamado su atención. Estaba segura de eso.
Las conversaciones fluyeron fáciles. Carlisle era el anfitrión perfecto al igual que Esme. Edward conversaba en ciertos momentos, pero habían algunos en los que se ensimismaba. No eran muchos ni tampoco tan largos, pero debían de ser suficientemente claros para reforzar el punto de mi presencia en aquella casa. El señor Hale parecía bastante cordial, de hecho se dirigía a todos incluso a Edward con mucha calidez y finura.
El señor Vulturi por su lado, sufría del síndrome del Yo – YoYo me gradué en Syracuse, Yo he ganado tantos casos, Yo soy dueño de una casa así, Yo manejo un Cadillac …bla bla bla. Como lo intuí desde un principio era un egocéntrico en el que su universo giraba en torno a él. En un momento de perversa diversión me dije a mí misma que deberían hacerle un favor a la humanidad asegurándose que sus genes no se multiplicaran; más bien que terminarán en él sus generaciones de ególatras. Negué estarme riendo por algo en particular cuando se me preguntó.
Cada uno fuimos levantándonos esporádicamente a comer en la mesa de los canapés. Esme, Carlisle y Jasper hablaban en una esquina y el señor Yo - Yo, Edward, Alice y yo hablábamos en nuestros asientos. Entonces fue cuando comenzó la conversación incómoda:
—¿Hace cuánto tiempo trata usted a enfermos de autismo, señorita Swan?
—Hace más de cinco años, señor Vulturi. Pero me parecería más adecuado decir que tienen una condición a tildarlos de enfermos.
Con aire arrogante, tomó un trago de champaña y agregó:
—Si tienen trastornos en sus conductas, eso quiere decir que son enfermos. No me lo tome a mal. Solo suelo ser muy directo.
—Creo que “mal educado” sería más acertado. —susurró Alice.
—¿Cómo dijo? – añadió él un poco molesto pero ella no le reculó en ningún momento.
—Creo que es muy grosero tildar las personas de la forma en que a usted le parecen que deban ser llamados. Y más si hay personas especiales como ahora.
—Mi intención no es ofender, señorita Brandon. Solo comento eso, porque Carlisle me comentó que Edward era autista y quería saber cómo se llevaba el tratamiento. No hay motivo para ser tan descortés.
Ella resopló con ira pero la tranquilicé poniendo una mano en su antebrazo. Pero antes de que pudiese salir en defensa de Edward, él hizo una pregunta que iba a cambiar el ritmo de la noche.
—¿Qué yo estoy enfermo de qué? —su mirada estaba confundida.
Y cuando el condenado bastardo abrió su boca de nuevo, se desarrollaron en mí instintos sociópatas.
—Autista, Edward. Eres un autista. Las personas como tú, no desarrollan una parte de sus capacidades y tienden a tener conductas asociales. Pero tranquilo, tu padre dijo que Bella estaba haciendo un muy buen trabajo contigo.
Edward me dirigió una mirada suplicante y hasta un poco decepcionada.
—¿Qué es lo tengo? ¿Por qué nunca me explicaste por qué estabas conmigo? Sabía que me ayudabas pero no sabía…—apretó sus puños y golpeó los posa brazos con desesperación.—¡Qué es lo que tengo?!—dijo entre dientes.
—Ángel, hablamos luego de eso. —le pedí tratando de controlarlo.
—¡No, ahora!
—No, cielo… No puede ser ahora, tranquilízate. —dije mientras veía con abierto repudio a Félix. —Espero que esté satisfecho, señor Vulturi. Su sentido de la prudencia así como sus conocimientos acerca del tema del autismo dejan mucho que desear. De nada le ha servido tener tanta riqueza y educación cuando procede por la vida con semejante falta de modales.
La situación empeoró cuando los tres restantes en la reunión se aproximaron.
—¿Qué está pasando aquí? —preguntó el señor Carlisle.
—¡Qué soy un enfermo, papá! ¡Que soy un enfermo! —gritó Edward fuera de sí.
Esme corrió a su lado pero él no deseaba que lo tocaran así que se apartó y envolvió los brazos alrededor de su torso en un gesto de protección a sí mismo. Esa fue el tope de mi tolerancia. En mi presencia nadie, absolutamente nadie, se metería con una persona especial. Y mucho menos si esa era Edward Cullen.
—Pasa, que su enfermera y su empleada doméstica no parecen soportarme mucho. De hecho, me han tratado de una manera bastante hostil. —se adelantó a responder el tarado de dos metros de altura.
El Doctor Cullen nos miró a ambas con consternación.
—No es que no lo soportemos “mucho”, señor Vulturi. Es que simplemente “no lo soportamos” en ningún nivel. —ataqué con franqueza.
Le tipo sonrió con beneplácito, anticipándose a cualquier reacción que pudiese tomar su jefe y pronto su socio.
—¿Qué pasó aquí, Isabella? —cuestionó Carlisle. Su tono era gélido, lo que indicaba que no estaba como para rodeos, así que fui lo más directa y clara que podía ser.
—Su socio le dio un trato despectivo a Edward por su condición, lo cual generó la crisis que está comenzando a tener su hijo, señor Cullen. Si piensa que voy a tratar con respeto a semejante individuo, es que no me conoce en lo más mínimo.
Ambos miramos a Edward que observaba a la nada con desespero, mientras que gemía y lloraba. Esme y Alice estaban tratando de calmarlo, incluso Jasper se acuclilló frente a él y le daba palabras de aliento.
La mirada de Carlisle se volvió airada. Como la de un león a punto de defender a su manada, se giró hasta el que iba a ser su socio y le dirigió unas frías palabras.
—Haz el favor de salir de mi casa. AHORA. Y quiero a primera hora de la mañana tu renuncia sobre mi escritorio antes de que se me ocurra demandarte por vejación a una persona especial y con agravante por causarle un daño psicológico. —su tono denotaba la inflexión de su posición.
De pronto una gran mano se posó en el hombro de Félix. Emmett acaba de llegar y nadie lo había notado; peor; parecía haber escuchado todo puesto, que sus ojos dirigían llamas de resentimiento hacia el invitado—ya no bien recibido—con demasiada fuerza.
—Vulturi, sal de mi casa antes de que te ilustre vivencialmente sobre el significado de Tomar justicia por mano propia. —dijo al darlo vuelta de forma nada pacífica. Estaba segura que si el gigante vanidoso se hubiese atrevido a decir una cosa más, Carlisle hubiese tenido que pagar una buena indemnización además de una factura de ortodoncista. Porque dudaba seriamente que Emmett le fuese a dejar aunque fuese un diente, si ese fuese el caso.
Félix se desenganchó de mala manera de su agarre y comenzó a caminar hacia la puerta principal flanqueado de Carlisle y su hijo mayor. Si dijo algo más,  no lo escuché. Ahora Edward me necesitaba más que nunca. Y me pesaba que pensara que le había fallado. La forma en que miraba me decía cuán herido estaba por mi silencio.


*.*.*.*.*

—Ángel. —susurré al abrir la puerta y asomar solo la cabeza.
Dos horas habían pasado desde que se había presentado el percance en la reunión de su padre con sus futuros socios. Bueno, ya solo uno. Dos horas, en las que ha yo había estado tirada a los pies de la puerta del cuarto de Edward por la parte de afuera. Dos horas desde que él se había negado a recibir a nadie en su habitación, incluyéndome a mí.
Así que allí estaba, intentando de nuevo que me recibiese y poder explicarle las cosas lo mejor posible.
—¿Quieres hablar conmigo? —cerré la puerta detrás de mí.
—No.
Golpe directo.
—¿Estás molesto conmigo?
—Sí. —respondió sin titubeos.
Otro golpe certero en mi pecho. Casi podía escuchar a mi pobre corazón maltrecho.
—¿Me dejarás que al menos te pida disculpas?
Se encogió de hombros con indiferencia mientras su mirada seguía clavada en la ventana panorámica que mostraba una noche negra como boca de lobo. Caminé hacia la cama y me senté a su lado. Pero no se inmutó.
—Escucha, Edward, llegué a esta casa porque tu padre contactó con el hospital con el cual trabajaba yo, el Saint Gabriel’s Children Hospital, que está especializado en la atención de niños con problemas de autismo. O sea, lo mismo que padeces tú. —viró la vista hacia mí y pude notar sus ojos rojos, además de una mancha de humedad que indicaba que había estado llorando. Tragué el grueso nudo que no quería permitirme hablar.
—Soy enfermera especialista en el área. Ya había trabajado con algunos adolescentes, pero nunca con alguien de veinticuatro años como tú. Gracias a Dios, el tratamiento ha dado resultados tan satisfactorios con las demás personas de menor edad. Nunca creí necesario explicarte lo que padecías, hoy veo que fue un gran error por mi parte. Pero te puedo asegurar una cosa, ángel. El ser Autista no te define como una persona diferente en el mal sentido de la palabra; sino más bien un ser especial que lucha constantemente por superarse a sí mismo, y del cual tanto tu familia como yo estamos sumamente orgullosos.
Una lágrima rodó de uno de sus ojos pero el brillo de emoción que percibí de ellos me indicaba que había comprendido mi punto de vista. Aún así se negó a hablar; y entonces fue cuando recordé algo que tenía guardado entre las cosas que había traído a la casa, cuando me había mudado.
—Vuelvo en un instante. —salí apresurada del cuarto pero antes de llegar a mi habitación tuve que darle a: Carlisle, Esme, Alice, Emmett y hasta a Jasper, una breve explicación de cómo estaba Edward. Luego corrí a mi habitación, rebusqué entre el closet y conseguí lo que necesitaba. De nuevo, fui velozmente hasta donde estaba Edward y le entregué en sus manos el delgado libro de portada brillante y tapa blanda.
—¿Esto es un cuento infantil? —se sentó con una mirada de indignación mientras hablaba con un tono de indignación y el ceño fruncido. —Yo no soy un niño.
Me reí por lo bajo.
—Claro que no, ángel. Eres todo un hombre hecho y derecho; pero quiero que leas lo que dice ese cuento.
Con delicadeza y expectación abrió el libro y puso mala cara.
—Son los dibujos más feos que he visto. —esta vez reí sonoramente. —Es cierto, Bella. ¿Qué son estos dibujos?
—Son de niños, Edward. Lo que pasa es que la autora quería que fuesen dibujos sencillos con los cuales un niño autista se pudiese identificar.
—Ah. —aceptó la premisa, pero su ceño me indicaba su disconformidad con la mano ilustrativa de la obra.
Contuve la risa y le insté a leer. 
El Cazo de Lorenzo. —dijo.
—Ajá. Ahora lee lo que está dentro.
Esperé en silencio a que terminase de leer, aprovechando para estudiar sus expresiones al hacerlo. Primero no se movía, luego sonreía con una que otra imagen y casi al final, me veía a los ojos y luego volvía a lo suyo. Cuando cerró las tapas del libro me aventuré a hablar.
—Como ves, Lorenzo es un niño especial como tú; que le cuesta hacer algunas cosas, pero trabaja duro y lo consigue. Como has hecho tú para llegar hasta dónde estás ahora.
Él me sonrió con ternura y hasta satisfacción.
—¿Porque somos especiales? —no era como si lo dudara, sino más bien como la puntualización de un hecho.
—Sí, ángel. Porque ustedes son especiales. Y además, son todos unos guerreros.
—¿Cómo los de la televisión? —preguntó confundido.
Asentí divertida.
—Sí, Edward. Como esos, solo que ustedes se visten mejor y son más educados.
Ambos sonreímos y hablamos por un rato más sobre el autismo. Me obligó prácticamente a prometerle que lo llevaría alguna vez a donde yo trabajaba. Pasado un rato, lo convencí para que bajásemos a cenar  y me sorprendí al toparme con un Jasper con las mangas dobladas a medio brazo ayudando a una muy sonriente Alice a preparar la comida.
Estupefacta vi a Esme y a Carlisle quienes me miraron de manera cómplice antes de sentarse a conversar con Edward en la mesa de centro de la cocina. La estancia reverberaba con el ruido de las ollas y las risas. Así como con una tenaz búsqueda de galletas de canela por parte de Edward.
Me encontré pensando que las cosas iban bien encaminadas para todos. Luego descubrí que Emmett no estaba y que probablemente se encontrase en su habitación encerrado para ahorrarse la incomodidad de vernos a su hermano y a mí juntos.
Bueno…supuse que entonces mi anterior pensamiento no se aplicaba a todos.


*__*__*__*__*__*__*__*__*__*__*__*__*__*__*__*__*__*__*__*__*__*__*__*

Siento si las decepciono pero mi sorpresa es este cuento para niños autistas titulado "El cazo de Lorenzo" de Isabell Carrier". Me pareció un lindo detalle para anezarlo a la historia. Sé que muchas están impacientes por leer lemmon aquí (yo también, en realidad XD) pero es necesario seguir el curso natural de las cosas. Así que...un poco de paciencia que luego espero recompensarlas. 

Gracias a todas por su apoyo a ABSOLUTAMENTE TODAS!!! Sobre todo a esas personitas de Fanfiction.net que son tantas que no las puedo colocar en una lista por acá. Sin embargo les dejo saber que yo LEO CADA REVIEW que me dejan y si tienen activada la opción de mensajes directos les respondo también. Así que si no han recibido una respuesta mía es porque de seguro no tienen esa opción activada. 

Sin más que decirles pero mucho que escribirles me despido de ustedes! un beso....

viernes, 25 de noviembre de 2011

Buenooooooooooo chicas :).. como se podran dar cuenta marie y yo (rochii) hemos estado alistando todo y por fin....

viernes, 4 de noviembre de 2011

Anuncio antes de tiempo...(En serio les pido disculpas)...





Buenos, Chicas, sé que les dije que les daría mi decisión dentro de dos semanas pero la determinación me llegó antes de tiempo; pero me fue imposible hacérselo saber debido a que la fuente de mi PC se quemó y me la trajeron hasta el día de hoy.


En fin...comienzo mi explicación de motivos...

jueves, 27 de octubre de 2011

En Pausa...



Bueno..bueno..bueno...¿Quién diría que este día llegaría? definitivamente No yo. Al menos hasta hace un rato...


Para nadie que haya sido asiduo a mi blog o demás redes sociales (excepto en Fanfiction porque es DEMASIADO IMPERSONAL PARA MI GUSTO) sabrá que escribir se ha vuelto más que una pasión.

SIN ALTERNATIVAS - Primer Capítulo:





 “REGRESO”

Rachel Black POV:
Era un jueves infernalmente caluroso de verano en Washington DC. Y mientras me encontraba empacando las cosas para volver a casa, tenía la clásica mezcla de sentimientos de cuando se parte de un lugar en el cual has llevado demasiado tiempo sintiéndote a gusto: Estaba feliz, por reunirme con mi papá y con mi hermano, había pasado ya mucho tiempo desde que había estado en La Push. Y me sentía nostálgica, por dejar la universidad, mis amigos e incluso a mi novio.
Lo dicho. Estaba bipolar.
Si bien mi relación con Matthew no estaba en su mejor momento, sabía que lo echaría de menos, puesto que él había sido un buen amigo durante todos esos años desde que salí de casa. Lo nuestro se había deteriorado por mi causa. Principalmente, porque ya no lograba sentir esa química que al principio teníamos, y yo optaba por “ocupar” mi tiempo en otras cosas en vez de su compañía. En cambio él, siempre buscaba la forma de demostrarme el lugar que ocupaba para él. Si eso no era para sentirse como una basura…
Limpié una furtiva lágrima de culpabilidad después de pasado un minuto, recuperando la compostura. No podía arrepentirme de mi decisión. No era el momento para eso. Y mucho menos podía ser tan egoísta como para condenar a Matthew a un romance mediocre; de manera egoístamente secreta; tenía el anhelo de que al irme lejos, él entendiese el error de que siguiéramos juntos. Las diferencias  ya eran demasiado significativas para dejarlas pasar por alto. En fin…
 La noche anterior me había despedido de mis mejores amigos en una reunión sorpresa que organizaron ellos para mí. Me había graduado anticipadamente de licenciada en administración. El acto  de entrega de título sería dentro de cinco meses por lo cual decidí hacerle una visita al viejo Billy Black y a mi pequeño hermano Jacob. Pequeño para mí, porque ya sabía que debía ser un hombre hecho y derecho a estas alturas.
Pero aún así me encantaba pensar en él como si fuese ese “niño” que yo había dejado atrás hace cinco años atrás. Él me hacía reír a granel con sus anécdotas y sus ocurrencias. Poseía un aura magnífica que hacía sentir a gusto a cualquiera que estuviese abatido en su entorno. Irradiaba felicidad y calor. Era como un sol personal para quién lo tuviese a su alrededor.
En cambio papá era harina de otro costal. Lo amaba con locura y él también a mí. Pero fue justamente esa la razón por la que decidí poner distancia. Era demasiado posesivo, no tanto con mi gemela Rebeca como conmigo. A lo mejor sería porque ella no solía pasar tanto tiempo en su compañía como yo desde que éramos niñas. Siempre veíamos los juegos de fútbol y de béisbol en la televisión. En algunas ocasiones con su mejor amigo, Charlie; quien era el jefe del Departamento de Policía del poblado de Forks. Los  tres nos reíamos mucho e incluso apostábamos en algunas ocasiones. Yo solo podía ofrecer una cosa; que era lo único que tenía en ese entonces: mis habilidades gastronómicas. A veces perdía, y me tocaba que hacer gala de mi “talento innato” solo para ellos. Pero muchas otras ganaba y era entonces cuando “exigía” mi pago. Salíamos a comer a Port Angeles. No había nada mejor en ese entonces para una simple chica de una reserva indígena que no conocía nada más allá de los límites de su localidad.
Me reí involuntariamente al recordar esa buena época.
Continué recogiendo todas mis cosas. Quería irme antes de que llegara mi mejor amiga: Gabrielle. Ella era como una hermana; conocía cada detalle de mí y jamás me había sido desleal bajo ninguna circunstancia. Dejarla así fuese por unos insignificantes cinco meses me dolía profundamente, puesto que  hacíamos todo juntas, incluso me llevaba mejor con ella que con la mismísima Rebeca. En definitiva, ella era mi “hermana de vida”, porque yo la había escogido. No me la habían dado mis padres. Por eso me negaba a decirle adiós a la cara. Despedirnos la noche anterior en la fiesta había sido mejor de cierta manera. Sin protocolos ni lágrimas. No era de las que le gustaba que le viesen llorando por los rincones.
Lo que conseguía reconfortarme era que no la dejaría sola, ya que estaba con su “alma gemela”. Su Taylor. Un chico tierno y divertido, pero que por encima de todo era muy maduro y responsable. Se querían de una manera que yo no había visto nunca. Incluso habían ocasiones en que llegaba a sentir un poco de celos; de los buenos claro está; por ellos, ya que su ejemplar relación mejoraba y se fortalecía cada día; mientras yo me ahogaba en la asfixiante incomodidad de la mía. No deseaba “eso” para ellos; los quería demasiado a ambos.
Debía irme pronto de allí, porque ya estaba sufriendo una crisis EMO - cional. Además ya Gabrii no tardaría en llegar al pequeño departamento que compartíamos. Debía de traerla Jake puesto que había dormido la noche anterior en su casa.
Terminé de embalar todo y salí de allí. Sin volverme para mirar lo que estaba dejando.
******
-          ¿Hay alguien aquí? – pregunté al abrir la puerta de la casa. Afuera llovía torrencialmente, como de costumbre en la zona de la reserva.
-          ¿Rachel? ¿Eres tú, hija? – dijo Billy, quién venía entre agitado y asombrado de la cocina en su silla de ruedas.
Corrí y me senté en sus piernas con mucha delicadeza. Siempre hacía lo mismo. Lo abracé y lo besé.
-          Hola, papá – dije con emoción.
-          Pero… ¿Qué haces aquí…ahora? ¿Pasó algo?
-          No. Es solo que ya terminé todo en la universidad. ¡He conseguido graduarme antes de tiempo!, solo debo esperar al acto de grado… – detuvo el flujo de mi palabrería cuestionándome por haber venido sin avisar previamente. - ¿Llego en mal momento?
-          Jamás, cariño. Es solo que me extrañó esta visita tan repentina. Pero estoy muy orgulloso de ti. Este viejo te ha extrañado mucho. Quizá demasiado.
-          Yo también, papá.
-          Bueno. – dijo dándome unas palmaditas en una de mis piernas -  Esa “graduación adelantada” hay que celebrarla.
-          Claro que sí. ¡Vamos a La Bella Italia!
-          Como en los viejos tiempos – asintió él.
-          Me haces sentir anciana. Y solo tengo 19. No me deprimas, papi. -  fingí un puchero.
Él se rió y me apretó contra su pecho.
-          Te extrañé tanto, pequeña. No te imaginas cuanto.
Antes de que se pusiera más emocional me levanté de sus piernas. Recogí mis maletas. Le sonreí en vez de responderle para no ser tan cortante.
-          Y ¿En dónde está el más pequeño de la casa? – dije en voz alta por si mi hermano estaba en el piso de arriba. Me extrañaba no verlo ahí recibiéndome como lo haría normalmente.
A Billy le cambiaron las facciones de la cara, primero se puso cauteloso y luego con sumo pesar.
-          Jacob no está hija. Se fue. – concluyó.
-          ¿Cómo que se fue? ¿Acaso pelearon? – luego mi voz se escuchó horrorizada –  ¿Le corriste de la casa, papá?
Él negó con la cabeza antes de contestarme.
-          No, Rachel. Es solo que anda deprimido y decidió poner tierra de por medio.
-          Pero deprimido ¿Por qué? – dije triste y confundida.
Se mostró cuidadoso de lo que iba a decir. Tardó un largo minuto para responder. Y cuando por fin lo hizo parecía que ocultaba algo.
-          Es que Jacob se enamoró de la hija de Charlie. Isabella. ¿La recuerdas?
-          ¿Isabella se mudó para Forks? – dije incrédula. Ella detestaba el frío. Recordé que me lo había dicho en una oportunidad cuando de niñas nos juntaban para jugar, pero nunca nos hicimos amigas puesto que éramos demasiado reservadas. Me obligué a centrarme y me invadió una gran ira. - ¿Ella jugó con él?
-          No. – negó con la cabeza – Él se enamoró solo. Ella es novia de uno de los hijos del doctor Cullen. ¿Recuerdas que una ocasión te hablé de él por teléfono?
-          Sí, lo recuerdo. Tenías demasiados prejuicios contra él y los suyos. ¿Eran ciertos o ya lo superaste? – mi ira se había desvanecido.
-          El doctor es buena…persona. Y su hijo es un chico decente.
¡Uff! Este cambio sí que no me lo esperaba.
-          Wow. No estaba preparada mentalmente para esa respuesta – me concentré de nuevo -. Entonces ella hizo una buena elección. Que mal por Jacob, pero la vida es dura y a veces el amor no es lo que esperamos que sea.
¡Puaj! Eso fue una bofetada para mí misma.
-          Si, hija. Supongo que es así.
Dudé que el despecho de mi hermano fuese lo único que tuviese a mi padre en “ese” estado de ánimo. Además de su partida; había algo más que se me mantenía oculto.
-          Algo pasa, papá. Y quiero saber que es.
-          No, Rach. Es solo que lo extraño. – una verdad a medias.
-          Soy un poco más inteligente de lo que crees; así que dime ¿Qué es en realidad lo que le pasa a Jacob o a ti?
-          No, cariño. Es solo eso. Es que Bella se casa en menos de un mes. Eso lo tiene muy mal y por extensión, a mí también. Pero no pasa nada.
Decidí que actuaría como si le creyera; porque en esos momentos estaba extenuada por el viaje por haber manejado tantos kilómetros.
-          Bueno voy a subir a mi cuarto. Espero que no hayan hecho muchos destrozos en él. – le guiñé un ojo.
Billy pareció avergonzado.
-          La verdad cariño es que no hemos limpiado en estos días…
-          Yo solo quiero una cama en donde descansar. ¡Y una ducha urgentemente!
-          Eso sí que lo puedes conseguir. Sube, hija. Ya sabes en donde está todo. Nada ha cambiado demasiado – luego miró al vacío.
Era solo cuestión de tiempo que pudiera descubrir todo lo que estaba ocurriendo en este “hogar”.
Cuando llegué a la que había sido mi habitación hasta hacía unos cinco años, me topé con que Jacob había estado quedándose antes de partir de casa. No me molestó en lo absoluto. Cuando me había ido a Washington sabía que llegaría el momento en que Jake se apoderaría de la habitación mientras Rebeca y yo hacíamos nuestras vidas fuera de ese hogar.
Así que me coloqué una ropa apta para limpiar. Una sudadera y un pantalón de algodón y fui a enfrentarme con “la zona del desastre”, que habían creado los dos “hombres” de mi vida. Y hablo de ambos porque aunque solo pensaba arreglar el cuarto, terminé por limpiar toda la casa que estaba en mal estado.
Limpié los pisos y los muebles. Pero mis esfuerzos fueron inútiles con la grasienta televisión. ¿Qué demonios le habían derramado encima a la pobre?. Por mucho de mi tiempo y de mi ya poca energía que empleé en ella, fue prácticamente en vano. Así que agotada me dí por vencida y me fui a dar una ducha.
Pasé un largo rato en la regadera. Y cuando salí me sentía relajada de nuevo. Me coloqué ropa de dormir y me tumbé en la cama. No me molesté en preparar comida porque Billy había salido para ver un juego de basketball con Charlie y regresaría muy tarde. Por mi parte no existía comida que me hiciera salir de la cama después del maratón de actividades que me había metido ese día.
Estando acostada miré el bolso que había dejado en la mesita de al lado. Estiré el brazo para sacar el celular. Me debatí durante un rato entre si debía prenderlo o no.
Opté por encenderlo. Formó un escándalo descomunal. Entraron decenas de mensajes de texto, uno tras otro; casi todos eran de Gabrielle, en donde me recriminaba el hecho de haberme ido sin despedirme y jurándome que no me dirigiría la palabra más nunca. Lo que traducido en su lenguaje significaban tres días o menos. Ninguna de las dos podíamos pasar más de veinticuatro horas sin contarnos “las últimas novedades”.
Luego vi unos mensajes de Taylor. Deseándome lo mejor y a la vez diciéndome que Gabrii lo traía de cabeza por haberme venido, estaba de un mal genio espantoso y había peleado por él por cualquier nimiedad. Me juró venganza por ello. Me reí recordando los gestos de fastidio de Tay cuando ella se ponía en plan de beligerancia.
Pasé de los mensajes a las llamadas. Allí estaba lo que en definitiva no quería ver; porque si de algo tenía plena seguridad era de lo que vería allí. Eran muchísimos intentos fallidos de Matthew. ¿Por qué tenía que llevar siempre las cosas al límite? ¿Por qué no entendía que romper era lo mejor para ambos?
Solo habían transcurrido veinte minutos desde la última llamada y diez desde que encendí el celular cuando el condenado aparato repiqueteó anunciando otro intento más. Al sexto pitido contesté. Era él.
-          Matthew – le dije en modo de saludo. Aunque el tedio era claro en mi tono.
-          Hola, Rachel – me dijo cortante -. Por fin te dignas a contestarme, solo quería saber que habías llegado bien. Ahora sé que sí y puedo dejarte en paz. Que me imagino, es lo que quieres.
Eso ni él mismo se lo creía…pero aún así me sentí como una miserable por la manera en que lo estaba tratando.
-          Matthew, discúlpame. Es solo que no quería armar un show dramático de despedida.
-          Ahora soy un dramático – dijo en tono molesto.
-          No empieces a tergiversar lo que digo, por favor – le pedí.
-          No, ¡no empieces tú, Rachel! ¿Acaso crees que no me sentí como un maldito estorbo cuando legué a tu departamento y Gabrielle me abrió la puerta para decirme que hacía muchas horas que te habías ido? ¿Acaso piensas en alguien más que en ti misma?. No sé qué fue lo que hice mal contigo. Te di todo lo que podía darte y hasta estoy dispuesto a darte mucho más. Te he apoyado incluso cuando no me lo has pedido. He intentado de todo por salvar esto. Pero parece que soy el único que “quiere” en esta relación.
-          Sabes que te quiero. Y eres demasiado bueno para mí. Pero te lo dije antes, sería mejor si…
-          ¿Terminamos? – me interrumpió - ¡No seas cobarde, Rachel Marie!. Te quieres zafar del embrollo de verte sujeta a una relación con una persona pues siempre te jactas de decir que eres la Independiente Rachel Black, y tener sentimientos por mí sería ir contra tus dictamines. Por eso sé que aún me quieres…
-          Estás demente. – le espeté molesta.
-          Quizás. Porque desde anoche no dormí absolutamente nada pensando en como lidiar con las cosas diarias después de que te fueras. Y cuando voy a enfrentarme a la realidad de despedirme de ti porque acepto  que quieras ir a ver a tu familia antes de volver algún día, me encuentro con que te fuiste temprano sin decirme siquiera un miserable “gracias por todo”. ¿Es eso lo que me merezco tras dos años de relación?
-          Me estás haciendo sentir como la peor persona del mundo. Basta por favor. – le supliqué.
-          Y ¿Cómo demonios crees que me siento yo, Rachel Black?  - me gritó llorando. - ¡Por Dios! Parezco un perro mendigo que se arrastra por tu cariño. Podrías intentar ser más considerada conmigo.
No fui capaz de contestarle. Mi autoconcepto de debatía en etiquetarme entre una cucaracha o una rata. Estaba más que avergonzada.
-          Pienso ir dentro de una semana para allá, no puedo ir antes puesto que unos negocios con mi padre demandan mi atención urgentemente, pero no voy a pasar tanto tiempo sin verte. Además soy el encargado de cerrar unos un contrato en Seattle por lo cual estaré bastante cerca de ti.

Asentí por mera costumbre, sin detenerme a pesar en que no podía verme.
-          Está bien. Avísame cuando vengas en camino.
-          Así lo haré. Y otra cosa antes de colgar. – su tono se suavizó un poco -  Te amo, Rachel Marie Black, y yo sí soy lo suficientemente valiente para aceptarlo y luchar por lo nuestro. Que pases buenas noches.
-          Igualmente, Matthew. Descansa.
No sabía que diablos pasaba conmigo. Siempre había sido altanera y clara. Si tenía una idea peleaba por ella aunque fuese la única que creyera en eso. Cuando un chico no me gustaba; no me andaba con rodeos, lo despachaba sin lugar a réplicas. Pero con Matthew simplemente no podía. Primero fuimos buenos amigos, luego la amistad pasó a un segundo plano cuando aparecieron otros sentimientos en los dos. Solo que parecían haberse deteriorado en mí. Más no en él.
O ¿Sería que él estaba en lo cierto? ¿Lo amaba y no quería aceptarlo por la costumbre de seguir sintiéndome independiente?. No. Me negaba rotundamente a creer eso. El amor no debe ser una carga a cuestas como lo sería una obligación. Sino más bien como una fuerza liberadora que te deja ser quién eres en realidad porque te acepta con todos tus fallos y defectos. ¿Entonces por qué no podía terminar con lo que quiera que fuese esta absurda relación?
Me dormí pensando en eso.
Al día siguiente me levante a media mañana. Tuve pesadillas durante la noche. Así que no fue precisamente relajante la noche anterior.
Me aseé y bajé a la cocina. Papá ya estaba en ella.
-          Hola, princesa. Buenos días.
Lo besé en la mejilla.
-          Hola, papi. ¿Cómo amaneciste?
-          Muy bien, porque ahora estás haciéndome compañía.
Puse los ojos en blanco.
-          ¿Ya desayunaste? – le pregunté.
-          No, iba a preparar…
-          Nada – lo interrumpí. – Yo me encargo. Tú anda a ver la tele.
-          Gracias, Rach. Llegaste en el momento preciso.
-          Sí, lo hice adrede – bromeé - . Vete Billy, tengo un desayuno que preparar y no puedo hacerlo si te quedas acá pululando. – le guiñé un ojo.
Cociné todo con rapidez y tardé más colocando la mesa; que papá; “devorando”; literalmente todo lo que le serví.
-          Wow, Rach. No has perdido el “toque”. Sigues haciendo los mejores pancakes del mundo. Tenía tiempo que no comía con tanto gusto.
-          Voy a tener que venir más seguido para que me subas el ego. – me carcajeé.
-          Hablo en serio, hija. – se mostró pensativo y agregó. - ¿Qué quieres hacer hoy?
-          Voy a hacer las compras y luego me vengo a preparar para salir contigo.
-          Está bien. Si quieres me quedo aquí…
-          No – le di un beso en la frente – Ve a atender tus asuntos, mientras arreglo todo por aquí y luego salgo. Nos vemos esta noche.
-          Bueno. Cuídate, hija.
-          Adiós, papá.
Hice todo con calma. Luego fui al Thrifway que estaba en Forks, al cual no iba desde hacía unos cuantos años atrás; compré los comestibles y salí de allí sin demasiada demora. Cuando estaba en el estacionamiento; cargando mi pequeño Nissan 2.001; sentí un extraño impulso de mirar hacia atrás. Cuando lo hice vi a tres chicos que identifiqué como de la reserva, aunque solo reconocí a quién tenía de frente. Era Sam Uley.  Quién por cierto estaba tan  descomunal que apenas y fui capaz de reconocerlo. Se encontraba con dos jóvenes que eran tan grandes y corpulentos como él pero que no pude identificar ¿Estarían experimentando con hormonas últimamente?. Sin entender el porqué de mis acciones, me llamó la atención uno de ellos a pesar de que se encontraba de espaldas. No entendía la razón por qué de repente sentía un deseo extraño de ver su cara. Quería saber quién era. Incluso mi cuerpo experimentaba una bizarra reacción para con ese desconocido. Un  suave y agradable estremecimiento me empezaba a recorrer de pies a cabeza.
Mi celular sonó sacándome de lo que fuera que fuese ese anormal influjo. Miré la pantalla, suspiré con pesar y atendí.
-          Hola, Matthew… Y comenzó una larga y tediosa discusión mientras me subía en el carro y conducía a casa.