martes, 8 de octubre de 2013

CORAZÓN DE CRISTAL - Capítulo Vigésimo Sexto:



Este separador es propiedad de THE MOON'S SECRETS. derechos a Summit Entertamient y The twilight saga: Breaking Dawn Part 1 por el Diseño.

Capítulo XXVI
“Cambio de curso”

Bella POV:

Las salas de espera de los hospitales suelen ser lugares diseñados normalmente para transmitir calma a las personas que estuviesen en ellas. Lástima que casi nunca cumpliesen con su cometido.
Como en aquel momento, cuando el ambiente estaba a rebosar de tensión: ninguno sabíamos nada más allá de que Rosalie estuviese sangrando o que los Cullen estaban de camino. Jasper no dejaba de caminar de un lado al otro sin decir una palabra tan siquiera de frustración. Alice permanecía sentada cerca de donde él caminaba pero esperaba paciente a que este rompiera el silencio. Fui incapaz de hacer otra cosa que no fuese emularla, pero desde una ubicación más lejana a ese par por si requerían algo de intimidad.
Emmett irrumpió en el sitio con el rostro ceniciento del susto y una mirada casi maníaca de la preocupación.
—¿Dónde está? —preguntó sin muchas ganas de detenerse.
—La están examinando. No puedes pasar. —gruñó Jasper.
Ni Alice ni yo necesitamos ponernos de acuerdo para, de una manera muy disimulada ponernos en pie para evitar cualquier enfrentamiento que comenzara a volverse físico de un momento a otro.
Emmett se giró hacia él.
—¿Por qué? —preguntó alarmado. Parecía estar demasiado aturdido como para darse por enterado de la beligerancia del hermano de Rose.
—El médico lo quiso así. —tercié.
La llegada de un niño podía ser recibida de muchísimas maneras: algunas repletas de alegría y otras no tanto. Sabía que la noticia de la existencia de este bebé, la cual ahora parecía peligrar, no había sido precisamente celebrada de entrada.
El mismo Emmett me lo había comentado, pero aún así su expresión me hacía entender que en algún punto aquello cambió drásticamente. Y en lo más personal, comenzaba a creer que no solo habían sentimientos por el nonato en ese enorme pecho, si no por la madre también. Solo había que fijarse en como la observaba a escondidas cuando acudía a su casa para impartirle a Edward sus lecciones de piano, o como se ocupaba de que no le faltara nada cuando él se encontraba cerca. Además, cuando se trataba de Rose, un brillo extraño se colaba en su mirada. Algo que en definitiva no había percibido cuando Emmett juraba sentir cosas por mí. En secreto eso me tranquilizaba mucho.
El teléfono de Jasper llamó la atención de casi todos, menos de Emmett, al repiquetear.
—Dime, mamá…—Exhaló sin mucha paciencia. —No, aún no sabemos nada. No  vengan, por favor. Prefiero que se queden allí con Charlotte hasta que pueda salir de aquí. No me gustaría que estuviese ella aquí dados los acontecimientos.
Y mientras que la conversación continuaba, el resto de los Cullen se fueron dejando caer en el hospital. Esme se notaba muy preocupada. Edward en cambio se acercó hasta donde me encontraba con una cara de póker, le besé como saludo y dejé que tomara mi mano entre la suya.
—¿Rosalie está mal? —preguntó un poco tenso.
—No lo sabemos, ángel. Aún el médico no nos ha dado información. Puede que no sea nada como puede que sea algo muy grave. Solo nos resta esperar por lo primero.
—¿Qué sería lo más grave que podría pasar?
—Perder al bebé e incluso tener una hemorragia interna y ella… —Me negué a continuar enumerando “los posibles” por temor a conjurar a alguno de estos. Además temía que Emmett alcanzara a escuchar algo de esta conversación y terminara de perder la poca compostura que parecía quedarle.
Carlisle, como cosa habitual, hacía acopio de toda su entereza para mantener la calma en una sala de estar fría e impersonal que permanecía parcialmente llena de individuos nerviosos y un ambiente tan tenso que casi podía tocarse.
Una enfermera vestida de verde agua y con una tablilla de metal atravesó las puertas.
—¿Los familiares de Rosalie Hale? —Emmett y Jasper corrieron hasta ella prácticamente. Carlisle se acercó a su esposa para escuchar y yo apreté la mano de Edward esperando lo que pudieran decirnos.
—¿Ella está bien? —preguntó azorado Jasper.
—No estoy autorizada para darles mayores detalles, pero está fuera de peligro —contestó la amable mujer—. Ya luego el doctor les explicará mejor la clínica de la paciente.
—¿El bebé como está? —inquirió Emmett contradiciendo lo que esta le acababa de indicar.
Ella suspiró comprensiva y le dirigió una sonrisa tranquilizante.
—El bebé sigue allí. No se preocupe ¿Usted es el papá? —Él asintió  —Venga conmigo.
La expresión de exasperación de Jasper no nos pasó desapercibida a ninguno. De hecho, Carlisle se le acercó por la espalda y le colocó una mano en el hombro tratando de llamarlo a la calma.
—¡Pero yo soy su hermano! —replicó él.
—Lo siento, señor. —se disculpó la chica pequeña y morena. —Pero se me ordenó buscar a la pareja de la paciente…
—¡Él no lo es!
—Jasper, por favor. —intercedió Carlisle con toda su flema diplomática— Tranquilízate, hijo.
La chica se excusó para luego adentrarse con Emmett tras ella. En defensa de Jasper he de reconocer que se notaba a leguas que peleaba con su genio una feroz batalla. No era fácil contener a un abogado. No cuando demandaba lo que creía su derecho. Carlisle lo llevó hasta una esquina en la que hablaron en un tono tan bajo que no pudimos escucharle. Alice se le acercó tras un par de minutos de conversación y me di cuenta que intentaba calmarlo también.
—¿Por qué Jasper está tan alterado? —musitó Edward con la mirada fija en su amigo.
—Está preocupado. Tiene a su hermana y a su sobrino del otro lado de estas puertas y no se le permite entrar. También está molesto.
—Pero la señorita ya le explicó por qué no podía pasar. —añadió como si le pareciera inconcebible el hecho de desobedecer una instrucción dada.
Le miré a esos ojos preciosos que tanto me fascinaban.
—Imagina que fuese yo la que estuviese allá atrás… —Utilicé a mi persona en vez de a su hermano por meros tecnicismo de afinidad.
—Pero tú no eres mi hermana…
—Por supuesto que no.
—Así que no es lo mismo.
—Ángel, deja que me termine de explicar. Imagina que soy yo la que estoy tras aquellas puertas, sangrando a principios de un proceso de gestación y no te dejan entrar para asegurarte de que me encuentro bien ¿Cómo te haría sentir eso?.
Sus ojos se fueron llenando de comprensión a medida que el silencio se extendía.
—¿Ves? —le dije. —No es fácil estar en el lugar de Jaz. Es su única hermana.
Asintió.
—Si Emmett se enfermara yo también me preocuparía. —admitió con seriedad.
Sonreí para mis adentros. Él era demasiado inteligente para su propio bien.
—Lo sé.
Y a partir de allí estuvo contándome sobre lo que él y Emmett hablaban en sus antiguos trotes matutinos sobre la protección entre hermanos.
Aproximadamente veinte minutos después, salió la misma enfermera informando que podíamos dirigirnos al sexto piso. Rosalie estaba en la habitación seiscientos treinta y cinco. Me pareció prudente esperar fuera de esta a que algunos de los presentes se tranquilizaran.
Como era de esperar Jasper entró sin perder el tiempo, Carlisle lo hizo detrás de él en caso de que tuviese que intervenir de nuevo, aunque yo lo veía bastante calmado en comparación a como había estado en la sala de emergencias. Esme, Alice y Edward parecieron pensar lo mismo. O al menos esperaron a que les autorizaran a entrar.
—¡Qué nervios! —exclamó Esme cuando pasados unos minutos aún no sabíamos que pasaba dentro. Solo escuchábamos susurros pero no alcanzamos a distinguir nada que pudiese darnos pistas.
—Tranquila, mamá. Recuerda que la enfermera dijo que Rose se encontraba fuera de peligro. Y el bebé también. —intercedió Edward tomando las palabras de la enfermera como una verdad absoluta.
Por primera vez era este quien llamaba a la calma. Si alguna vez había visto un parecido entre su padre y él, no fue ni la mitad de lo que lo presencié en ese momento. Su talante y su razón se imponía en una situación en la todos nos veíamos afectados.
—Lo sé, cielo. Supongo que debo de sosegarme un poco. —agregó ella con dulzura y paciencia.
—Sí, debes hacerlo.
Alice volteó a mirarme y yo le dirigí una expresión que mostraba lo acostumbrada que estaba a su brutal sinceridad. No había motivo para extrañarse.
Carlisle fue quien acompañó al doctor; quien por cierto era un hombre de facciones afroamericanas y que elevaba el adjetivo “alto” a otro nivel. El médico nos saludó con cortesía antes de prestarle atención a una llamada telefónica mientras que miraba su reloj. Luego se retiró antes de dirigirnos una escueta despedida.
—¿Qué les dijo?—supuse que tranquilizarse era más fácil de decir que de poner en práctica. La pobre Esme no podía dejar sus manos quietas mientras acribillaba a su esposo a preguntas. —¿Cómo están? ¿Jasper sigue molesto? ¿Y Emmett?
Por un momento una sonrisa joven se apoderó de los labios de Carlisle y la dulzura invadió una mirada que iba solo dirigida a su esposa. Tal como la caricia delicada que le prodigaba en su mejilla derecha con el dorso de su mano.
—Tranquila, querida. Todo está bien. Por lo visto, este bebé está dando señales de ser  tan revoltoso como su padre. El sangrado de Rosalie no se debe a nada preocupante.
—Entonces ¿A qué? —intervino Alice.
El patriarca de los Cullen se acercó más hacia nosotros trayendo consigo a su esposa del hombro. Como arropándola con su brazo.
—No puedo hablarles con los mismos tecnicismos médicos con los cuales me lo dijeron a mí, pero en resumidas cuentas hay mujeres que presentan cierto sangrado como si fuese una especie de menstruación, lo cual hace que muchas no se percaten de su embarazo hasta pasado varios meses. Van a dejarla hasta mañana solo para monitorearle por precaución. Pero por el momento, no parece haber peligro alguno ni para ella ni para el feto.
Me di cuenta de que todos respiramos un poco más aliviados. Excepto Edward que seguía escuchando a su padre con atención. Esme quiso entrar a la habitación y pasó con él. Alice y yo esperamos fuera a que alguien saliera para poder accesar. No era prudente que estuviesen demasiadas personas en una habitación. Al menos así nos lo había advertido una de las enfermeras.
—¿Podrías venir conmigo? —le pidió un Jasper visiblemente cansado a Alice. Ella asintió. —Charlotte se lo está poniendo difícil a mis padres esta noche. Está muy inquieta.
—Vamos. —dijo ella al mismo tiempo que se cerraba un poco la cremallera de la chaqueta. Jaz me sonrió con cortesía y se despidió de mí con la mano, Alice en cambio se acercó un momento hacia donde estaba sentada. —¿Necesitarás algo?
Ella tan solícita como siempre.
—No, Al. No creo que dure demasiado aquí si ya sabemos que Rosalie está bien. De un momento a otro pedirán que nos retiremos para que ella pueda descansar. De todas maneras, gracias.
Fue hasta entonces que se retiró satisfecha. Jasper insistió en traerme un café, pero rechacé la oferta enternecida por su gesto. Ambos se complementaban, tenían una calidez humana impresionante. Excepto en el caso de Jaz cuando se trataba de Emmett.
Me envolví más entre mi grueso abrigo y soplé entre mis manos despotricando en mi fuero interno sobre el clima de Forks.
 <<¿Por qué tenía que ser tan inclemente?>>
No sé cuánto tiempo permanecí con la cabeza recostada a la pared hasta que el sonido de la puerta llamó de nuevo mi atención. Fue entonces que caí en cuenta de lo cansada que me encontraba.
<<Quizá si debí aceptar aquel café>>
 Abrí los ojos y me encontré con un Emmett mucho más calmado de lo que había visto abajo. Incluso, me sonrió un tanto avergonzado por despertarme.
—¿Estás muy agotada?
Negué con la cabeza y me levanté para terminar de despabilarme.
—Carlisle dijo que la dejarán acá toda la noche.
Se encogió de hombros.  
—Por mera cuestión de chequeo. Le colocaron un medicamento para disminuir el sangrado y ahora solo le resta descansar. —Cerró sus ojos y respiró profundo. Quizá sería el primer momento en el que podía asimilar que no iba a pasar nada malo allí. —No sabes el susto que pasé, Bella. Pensé tantas cosas de camino hacia acá. Todas malas.
—Suele pasar. A las personas nos mencionan la palabra hospital y nos volvemos fatalistas de una vez.
—Cierto. Apenas ahora puedo respirar con tranquilidad. Cuando llegué sentía que el oxígeno no me llegaba a ningún lado.
Le di un empujoncito con el hombro para infundirle ánimo.
—Hay embarazos plagados de sustos, Em. Hay otros en cambios que pasan con mucha normalidad. En mi opinión personal, ese bebé es todo un Cullen: lo persigue el drama.
Emmett se me quedó viendo y estalló en risas por primera vez en un buen rato.
—Sí, definitivamente es todo un Cullen.
No llevaba el saco del traje que traía al llegar ni la corbata tampoco. Los puños de su camisa se encontraban doblados casi hasta la altura de los codos, y tres botones estaban abiertos hasta mostrar un pequeño indicio de la piel de su pecho.
Tras un par de comentarios sin mayor importancia, me dio un corto abrazo y luego se largó de allí también. Debía de buscar algunos artículos personales en casa de Rosalie para ella. Pero no se fue antes de invitarme a pasar.
Giré el pomo de la puerta y me asomé poco a poco para ver si el momento era el indicado, y como no vi nada fuera de lo común, lo hice. Rosalie giró su cabeza hacia mí y me dirigió una mirada levemente apenada.
—Hola, Bella. Siento mucho este susto.
—No te preocupes, Rose ¿Cómo te sientes? —pregunté cerrando la puerta tras de mí.
—Ahora bien. Pero la verdad es que me asusté mucho. Toma asiento, por favor. —me indicó hacia una silla que estaba a un costado de su cama, que de hecho quedaba en frente de donde estaba Esme.
Edward permanecía un poco más lejos con su padre; quién le estaba hablando pero él me miraba a mí. Estuve tentada a hacerle un gesto disimulado para que le prestara atención a la persona que tenía a su lado, pero decidí no arriesgarme a que su reacción lo dejara aún más en evidencia de lo que ya su postura lo hacía.
—Le contaba a Rosalie que mis dos embarazos fueron completamente diferentes. Cada uno parecido a las personalidades de mis hijos. —comentó la matriarca Cullen. —Con Emmett las náuseas matutinas fueron terribles. Se supone que ese proceso cesa en el primer trimestre pero a mí me duró casi hasta la segunda.
—¿Y cómo lo soportaste? —le preguntó Rosalie.
Esme arrugó un poco la nariz, como rememorando aquella época en su paladar. El gesto le confirió un aire tanto soñador como juvenil. No me sorprendía en lo absoluto que su esposo hubiese caído a los pies de esa mujer y nunca más se hubiese levantado. No solo tenía una manera de ser muy simpática, sino que además era hermosa.
—Con mucho hielo y galletas saladas. Si vieran lo delgada que me puse. Carlisle estaba asustado. Ni siquiera tenía grande el vientre. Pero eso sí, cuando esos meses terminaron y el séptimo llegó, comencé a comer todo lo que antes no soportaba y hasta más. Me puse enorme.
—Y el de Edward ¿Cómo fue? —le pregunté realmente interesada en saber sobre ese tema en específico.
A ella se le dulcificaron los rasgos.
—Con Edward todo fue muy tranquilo. Los primeros meses tuve algunas  molestias pero no fueron ni de cerca tan malas como con su hermano. Esa vez no pasé de ser un hueso a una bola en tiempo violento. Mi embarazo fue más típico y su padre estuvo más calmado. No parecía un desquiciado corriendo de su trabajo a la casa y de la casa al trabajo. —El repentino silencio tenso expresó lo que ella no se atrevió a decir: que los problemas con Edward habían venido después.
Podían juntar las manos de tres docenas de personas y me quedaba corta cuando recordaba las veces en que insistía en que no se debe de ver el autismo como una enfermedad, sino más bien como una condición. Pero indiscutiblemente representa un gran desafío tanto para las personas que lo tienen, como para sus familiares. Dificultades que podían ser motoras, agravadas con algún retraso, intolerancias alimenticias, de aprendizaje o incluso todas. Así que era imposible no sentir empatía con ella, sobre todo cuando veías en sus ojos el dolor que le producían aquellos recuerdos.
No quise que el ambiente se tensara así que decidí lanzar una broma tonta para aligerar la cosa:
—Y me imagino que comiste todo el chocolate que estaba en la ciudad. Yo lo haría. —Me encogí de hombros. Ella sonrió un poco y nos desviamos de ese tema tan delicado.
Así estuvimos un rato más: Esme hablándonos acerca de las experiencias vividas en sus períodos de embarazo. Lo lindo, lo feo y hasta lo raro. Rosalie por su lado le hacía cualquier cantidad de preguntas. Por lo que escuché, aún estaba en la etapa de los vómitos matutinos, de allí que pareciera un poco más delgada, pero solo hasta ahí llegaba la evidencia física de sentirse mal. Esa mujer era ridículamente bien parecida. Y yo, me limité a escuchar cualquier cantidad de teorías acerca de las “barrigas ajenas”.
No deseaba esa suerte, pero me era difícil no echar una mirada de vez en cuando hacia Edward y cuestionarme sobre la posibilidad de traer a “otro ángel” al mundo. Me preguntaba si lo aceptaría, si tendría la paciencia necesaria para lidiar con berrinches que no fueran los suyos cuando el niño intentara imponer su voluntad. Eso, entre decenas de interrogantes pululaban por mi mente haciéndome sentir un poco ansiosa, pues no podía predecir a con exactitud la respuesta a estas. Mentiría si dijese que no había contemplado esa posibilidad en más de una ocasión. Pero siempre terminaba con más dudas que certezas. Dudas que no podrían ser aclaradas ni siquiera aunque las vocalizara, puesto que Edward necesitaba vivir las cosas para saber cómo enfrentarlas.  
Si al saber sobre la existencia de su sobrino se había visto afectado ¿Cómo sería si se enterase de que sería padre? Podía ser una profesional en mi área. Acostumbrada a lidiar con muchas situaciones contrarias en el campo del autismo, pero dudaba que poseyera la capacidad para hacer frente a semejante temor.
Sabía por descontado que él no poseía ese chip machista de salir corriendo para no enfrentar sus responsabilidades. Pero ¿Qué pasaría si la paternidad lo agobiaba demasiado?
Y uno de mis más grandes miedos: Si el bebé desarrollara autismo ¿Edward se sentiría culpable de ello? ¿Se volvería a su introspección si fuese ese el caso?
Era mejor dejar de pensar. Solo un drama a la vez, por favor.


*.*.*.*.*
Jasper no había regresado, Carlisle se había llevado a Esme a su casa a descansar, pero en cambio Edward, se había negado en redondo a dejarme allí. Así que me comprometí a llevarle luego a la suya. Pero poco después de que sus padres se fueran, él se quedó rendido en el sofá de tal manera, que ni siquiera se dio cuenta de que le arropé con la chaqueta que había dejado tirada su hermano, el cual tampoco había regresado aún.
Luego de eso, aproveché ese breve instante de paz para acercarme a Rosalie.
—Deberías dormir tú también un poco. —le insistí.
Ella negó con la cabeza.
—Aun siento la descarga de adrenalina del susto recorriéndome el cuerpo. No podría pegar un párpado ahora ni aunque lo intentara.
—Lo comprendo.
El ambiente entre ambas no siempre había sido el mejor pero tampoco fue demasiado tirante. Hasta ese momento…
—¿Puedo ser honesta contigo, Bella? —¡Rayos! Sentí una opresión en el pecho. Como cuando alguien tiene la sensación de que lo van a rechazar. O quién sabe, quizá solo sería la inseguridad.  
—Por supuesto. Dime.
—Toda esta situación entre Edward, Emmett, tú y yo ha sido difícil de procesar para mí. No, no…déjame terminar, por favor. Tuve mis dudas más de una vez acerca de ti. Incluso cuando Emmett se me acercaba para desahogarse, juraba que tú nunca le habías dado alas, pero lo dudé. Nunca tuviste un mal gesto para conmigo, así que no podía tratarte mal. —se notaba que confesar todo eso la incomodaba, y a pesar de ello la estoica mujer continuó: —Pero…estos últimos meses han sido para mí un golpe de realidad en muchos sentidos; y uno te incluye a ti. He tenido mucho tiempo para pensar y hasta observarte, pero me di cuenta que hay intangible que los une a Edward y a ti. —Una de sus manos quiso acercarse a una de las mías, pero quizá se sintió tímida al respecto, y la alejó con disimulo —Tienes una manera de mirarle que no compartes con nadie. Y me consta que estimas e inclusive quieres a los Cullen, y a Alice. Pero a Edward…no lo sé. Quizá este embarazo me tiene cursi y sentimental, pero me parece que su sola presencia incide hasta en tu postura. Te yergues protectora a su lado y cuando lo miras, lo haces con una devoción muy grande.
—Yo…no estoy segura de comprender lo que tratas de decirme con todas estas cosas, Rosalie. —balbuceé penosamente.
Levantó la barbilla logrando verse muy firme en lo que iba a decirme.
—Quiero disculparme contigo. Porque verte aquí, velando por mí como si fuese otro miembro más de la familia, me recuerda que he sido injusta. Puede que tú no te hayas dado cuenta de eso, pero aun así quería decírtelo. —Ese rubor en sus mejillas me hizo comprender que la pose de suficiencia era solo una armadura que le había dado el tiempo a Rose como defensa.
Le sonreí con ternura y dije:
—Rose, hablas de todo esto como si te hubieses mantenido en las sombras todo este  tiempo, tramando alguna especie de plan en mi contra  ¿Qué tuviste tus reservas conmigo? Yo en tu lugar también las habría tenido. —Entonces sí que me aventuré a darle un apretón en su mano. A ella se le escapó una tímida sonrisa. —Yo misma me aterrorizo nada más de pensar en Edward compartiendo con otras personas en la fundación. Le amo tanto que me estremezco solo de pensar en si eso que siente por mí ahora, pueda cambiar por otra mujer. Así que entiendo que toda esta situación te hubiese puesto un poco aprehensiva. Sin embargo no acepto tus disculpas… —Se tensó pero continué antes de que pudiese sacar una conclusión errada. Si algo había aprendido en esta vida, era que con las hormonas de las mujeres en estado era mejor no meterse. —No. No puedo aceptarlas de la mujer que ha incidido de una manera tan positiva en el hombre que amo. Le has ayudado a desarrollar disciplina y dedicación para con algo que a él le gusta. Incluso con toda esta situación has influido en él, de una manera increíble. Ha crecido un poco más gracias a ti. El que ha hecho algo por él, ha hecho mucho por mí. Así lo veo yo. —Luego cambié mi tono de voz y mi postura a uno de complicidad. —¿Sabes? Si hablamos de miradas y comportamientos alterados, tengo que decirte que yo nunca vi que Emmett perdiera tanto los estribos como esta noche. Estaba frenético.
—Pobre…
—¡No, pobre no, Rose! ¿Acaso no lo ves? Como hombre al fin, tuvo sus momentos de caprichos, pero es contigo con quien lleva una relación real. Puede que hasta ahora pareciera que solo se haya centrado en el bebé, pero es que no creo que un hombre como Emmett Cullen pueda sentirse cómodo hablando de lo que siente. Mucho menos después de todo lo que ha pasado por aquí. —Le guiñé un ojo. —Tenle paciencia.
—¿Tú crees?
—¿Dónde firmo mi apuesta de que ese hombre estará arrastrándose por ti dentro de poco? Si es que no se puede considerar que ya lo esté, dado el hecho de que salga como loco a buscarte cosas en medio de la madrugada para que te sientas más cómoda acá. A pesar de que mañana te darán de alta.
—A veces me da miedo de que solo actúe así por el bebé. —admitió en un breve instante de debilidad.
—Ahí es donde viene la parte de la confianza, Rosalie. Debemos decidir si nos arriesgamos a amar sin reservas o vivir sin sentir por miedo.
Pareció sospesar mis palabras durante un momento, luego asintió pareciendo conforme.
—Gracias, Bella. No sé mucho sobre tener amigas; de hecho todos los que tengo son hombres. Los músicos que he conocido a lo largo de los años, pero esto se me asemeja bastante.
Le di una palmada en la mano.
—¡Oye! Claro que puedo ser tu amiga. Y no creo que Alice se niegue a serlo. Solo debes abrirte un poquito a las personas para que dejes ver todo lo que vales, Rose. —Sonreí con gesto malicioso. —¿Y qué dice Emmett de todos esos amigos varones?
Suspiró y se hundió en los almohadones.
—Los odia. O por lo menos, no los soporta ¿Puedes creer que muchos de ellos me han ido a visitar al enterarse de mi estado y él se ha negado a moverse del área en la que estemos? Por eso no hemos acabado con muchas cosas en la casa. No le gusta dejarme sola.
No pude evitar carcajearme ¿Esta mujer estaba ciega? ¿O qué? El mayor de los Cullen estaba arrastrando la cobija por ella y lo único que Rose hacía era estar llena de dudas. Pobrecita.
Me fue contando anécdotas de las trastadas de Emm con sus amistades; sobre todo con un ex con el que mantenía muy buenas relaciones; y yo reía. Una que otra vez la interrumpía para darle mi opinión a favor de él y luego seguía riéndome.

*.*.*.*.*
Emmett llegó con una pequeña maleta repleta de cosas para Rosalie, quien no se explicó el porqué de esa exageración cuando a la mañana se iría.
Charlotte apareció demasiado achispada para ser una niña de cuatro años despierta a unas horas tan altas, pero luego me explicó Jasper que su madre le había dado Coca – Cola en la cena y de paso le había contado que su tía estaba en el hospital. Así no hay pequeño que pegara ojo, y menos cuando esta estuviese acostumbrada a que su papá le leyera antes de dormir.
Apenas entró, se trepó a la cama de su tía y la vio con esos ojitos azules preciosos.
—Tita, mi papi me dijo porqué te habían traído al doctor —Miré a Jasper y él me guiñó un ojo. —¿Te cortaste mucho?
—¿Ahhh?
—¿Puedo ver el dedo que te cortaste? Papi dijo que sangraste mucho y por eso te tuvo que traer.
—Fue horrible, Charly. Por eso no debes de tocar los cuchillos de la cocina. Te pueden colocar esto… —Rose le enseñó el dedo índice conectado al monitor donde se reflejaba su ritmo cardiaco.
—Vaaaaaaya ¿Te duele?
—Mucho.
—Oh. —Permaneció callada un rato y luego pasó sus manitas por la barriga aún plana de su tía. —La abuela dijo que el bebé tenía que crecer pero tú estás muy flaquita. Memet ¿Acaso no sacas a comer a mi tita? ¿No ves que no tiene pancita aún?
—¡Charlotte! —Su padre le llamó la atención con suavidad.
—¿Qué, papi? —Ella lo miró como si no hubiese logrado que su tía se ruborizara, que Alice y yo tuviéramos que disimular las risotadas con tos, y que Emmett se mostrara entre avergonzado y enternecido; todo con un solo comentario suyo.
—Tienes razón, muñeca. —dijo tomándola en brazos. Y caminando hacia el sofá de la otra esquina en donde Edward había dormido. Ahora estaba en el baño desperezándose y tratando de domar esa cabellera rebelde que me encantaba acariciar. —Prometo llevar a tu “tita” a comer muy pronto. Y a ti, si quieres.
—¡Siiiiiiiiii! ¿Y a comer helados?
—También. Helados muy, muy, muy grandes.
—¿Con nubecita arriba? —Supuse que así le diría a la crema batida.
—Sí, con nubecita arriba.
—¿Y con una cereza? Las cerezas son mis favoritas.
—Con cuantas cerezas quieras, muñeca.
—¡Siiii! —Charlotte abrazó a su Memet apretujando su mejillita con la de él y casi haciéndole una llave de lucha en el cuello de lo fuerte que lo estrechaba entre sus bracitos.
Sentí un poco de lástima por Jasper en ese momento. Tenía que aceptar que dos mujeres de su vida estaban estrechamente ligadas a ese gigante. Una lo amaba y sería la madre de su hijo en unos seis meses aproximadamente, la otra lo adoraba porque… Bueno, porque así era Charly.

*.*.*.*.*
Apenas Edward salió del baño, me fui con él, pero contrario a lo que habíamos acordado primero; él decidió irse a mi casa. No hubo fuerza terrenal que lo hiciera cambiar de idea. Y como a mí no me molestaba en absoluto, le seguí el rollo.
Llamó a la suya para que no se preocuparan. Estábamos al borde del colapso cuando llegamos, así que solo nos duchamos, por separado porque no había fuerzas para más nada, y luego nos fuimos a la cama.
—No estaba dormido. No al principio. —me dijo cuando ya habíamos apagado las luces y estábamos acostados uno encajado en el otro. Su mano estaba en mi cadera.
—¿A qué te refieres, ángel?
—Cuando me abrigaste en la clínica, desperté y pude escuchar tu conversación con Rosalie. Aunque no era mi intención. —admitió. No sonaba nada avergonzado, pero dudaba que tampoco comprendiera muy bien sobre lo errado de hacer algo así. Sin embargo, lo dejé pasar. Al final de cuentas, ahí estaba él confesándolo todo.
—No te preocupes. —Le di unas palmaditas en la mano que tenía apoyada en mí. —No pasa nada.
Se quedó callado durante un rato. De hecho pensé que se había quedado dormido, pero luego vino al ruedo de nuevo:
—Me gustó escuchar lo que Rosalie dijo de nosotros.
—¿Qué se me nota que te quiero? —recordé.
—Sí.
Aquello me sacó una sonrisa.
—Ángel, el reto está en tratar de ocultarlo.
—Supongo. —Me acarició el brazo de arriba abajo. Una y otra vez, así supe que algo lo tenía inquieto.
—¿Qué pasa, ángel?
—Tú… Rose…Ustedes hablaron sobre familia y yo me preguntaba si tú… ¿Vas a querer una más adelante?
Noté que su postura era tensa.
Respiré lentamente, tratando de conseguir una respuesta adecuada a eso. Llena de inseguridades, decidí quedarme de espaldas a él y apretar entre mis dedos esa mano que me acariciaba.
—Edward, yo quiero todo contigo, pero seremos nosotros los que decidamos que hacer con nuestra relación de pareja. No dejaremos que los demás nos digan que hacer. Sí, quiero tener una. Pero si llega a pasar el tiempo y solo somos nosotros dos ¿Te sentirías decepcionado? Creo que hay muchos tipos de familias, y nosotros podemos hacer la nuestra como creamos que sea bueno para ambos.
Suspiró en mi oído y me apretó contra sí. Su respiración acariciaba mi oreja una y otra vez.
Esta conversación no se acababa allí. De eso estaba segura.

*.*.*.*.*
Pasaron los días y una serie de modificaciones se dieron en la casa Cullen:
Edward ya no veía clases de piano en su casa, puesto que a Rosalie le habían recomendado un reposo moderado. Por lo que decidieron trasladar las lecciones hasta su casa. Específicamente a su salón de ensayo, en donde un Steinway And Sons clásico era el centro de atención. El resto de sus terapias se mantuvo con normalidad.
Así que eso generó a su vez varios hechos más; que Edward y su hermano pasaran más tiempo juntos. Emmett le pedía constantemente la opinión a Edward sobre los arreglos que se estaban llevando a cabo en la casa de Rosalie. Todo destinado a que el lugar estuviese dispuesto para recibir de la forma más segura posible a su bebé. Charlotte y mi ángel estrecharon aún más sus lazos. De hecho la pequeña había logrado que su padre o sus abuelos la llevaran casi a diario para verse con su amigo Edward, y que él tocara para ella en el pianote de su tita, según sus propias palabras.
 Rosalie, ya no tenía vómitos matutinos. Pero se había despertado en su cuerpo un hambre feroz. Así que en pocas semanas su vientre plano fue dando lugar a una pancita que le quedaba muy bien. Ella, como madre coqueta y orgullosa que era, se colocaba vestidos ceñidos que le quedaban muy bien, y que no se molestaban en ocultar su estado para nadie. Era impresionante ver lo emocionado que encontraba Emmett. Cada día que lo veía cerca de ella, no duraba demasiado rato sin pasar su mano por el vientre de Rose, o pululando a su alrededor por si necesitaba algo. Creo que no se había dado cuenta aún, pero parecía como si orbitara a su alrededor. No sé qué pasaba con ese par en privado, pero no podía dejar de admirar lo lindos que lucían así.
Esme y su escuadrón de arreglo de casas comenzó a ser algo más serio. Carlisle, convencido del talento de su esposa, le propuso dedicarse a la decoración de interiores de su oficina; cosa que a ella le encantó. Comenzaba a creer que esta nueva pasión de ella, podría convertirse rápidamente en algo más que un pasatiempo. Un nuevo brillo se había apoderado de toda su persona, y no era la única que lo notaba: escuché en un par de ocasiones que tanto Al como Rose le hacían un comentario parecido al verla.
Y hablando de Alice, resulta que aprobó sus exámenes finales con éxito, así que no me extrañó cuando recibió una nueva propuesta de trabajo: Carlisle le propuso la idea de colaborar con nosotros en la puesta en marcha de la fundación. Mi amiga, encantada de la vida, aceptó la oferta. Muchas responsabilidades cayeron sobre ambas después de eso, al ser él un abogado tan ocupado no podía salir del bufete cada vez que quería; así que fuimos nosotras las que tuvimos que encargarnos de buscar lugares para desarrollar la fundación. Aún seguíamos buscándolo incansablemente.
Y fue en uno de esos viajes que mi vieja Chevy murió. Gracias al cielo, nos había dado chance tanto a Alice como a mí de llegar a Port Angeles pero no sin antes armar todo un espectáculo de humo como si fuese a estallar de un momento a otro ¡Estúpido sistema eléctrico! Recalentó tanto la maquinaria, que muchas piezas se vieron afectadas.  Dos días después llegué a mi casa con una Jeep Commander en color negro. Pero no era nueva, claro que no. Me sentía en la obligación de reemplazar a mi camioneta por algo parecido a ella: un auto que tuviera historia. Así que esta nueva era de unos seis o siete años atrás, pero el vendedor me había asegurado que su dueño anterior había sido una viajera. Eso selló el trato para mí. Amaba pensar que el vehículo seguía teniendo en sus neumáticos la tierra de los lugares anteriores, y que ahora sería yo la que le añadiera memorias. Era una cursi perdida.  
Algunas veces extrañaba el ronroneo de mi antigua camioneta, pero decidí tomarme aquel nuevo detalle como un cambio más en esa serie de desafíos que se había puesto en marcha desde hacía ya un tiempo. Además amaba mi todoterreno.
Basta acotar que Alice y Edward no pudieron estar más felices con el fallecimiento de mi camioneta. <<De malagradecidos estaba lleno el infierno>>

*.*.*.*.*
Una noche, bastante buena por cierto ya que Edward se había quedado a dormir, me levanté a por un vaso de agua para él, cuando me encontré con una Alice llorosa en el islote de la cocina. Me acerqué hasta ella preocupada.
—¿Qué ha pasado? ¿Llegaste hace mucho?
Era sábado y contaba con que estaría fuera de casa para no tener que ser tan cuidadosa. Sentí de pronto como el calor se iba a mis mejillas.
—El suficiente para escuchar tus chillidos. —Dejó escapar una risita antes de que más sollozos se retomaran.
No era como si ella no supiera lo que hacía con Edward en mi habitación, pero me parecía innecesario que hasta los vecinos se enteraran de que mantenía una vida sexual activa.
Me aclaré la garganta e hice como si no hubiese dicho nada.
—¿Por qué estás llorando?
—Discutí con Jasper. —Pareció una niña pequeña cuando un puchero apareció en su rostro de duendecillo. Fruncí el ceño.
—¿Nunca lo habían hecho?
—¡Por supuesto que sí! Pero esta vez fue…peor. Él está muy raro.
Tomé asiento a su lado.
Apoyó la frente en palmas, su mirada se clavó en el granito de la encimera y sus lágrimas se deslizaban por el puente de su nariz hasta mojar la gélida superficie.
—Jasper ha actuado extraño, se podría decir que hasta un poco frío, como si nunca tuviese tiempo para mí. Y cuando logramos estar juntos, si le suena el teléfono, sale disparado a atenderlo pero lejos de donde pueda escucharlo. He tratado de no comportarme como una neurótica ¡Pero ya no puedo seguir ignorando los hechos! —Se limpió un rastro de humedad de la nariz con el dorso de la mano. Como una niña. —De paso, estoy en mi síndrome premenstrual.
La verdad era que tenía razón. No era normal en él que se comportara de esa manera. Jaz solía ser por lo general un hombre dulce y atento con todos, pero con Alice solía rayar en la adoración. Ahí había algo raro en todo eso.
—Habla con él, Al. Dile todo esto que me estás diciendo a mí. A lo mejor tiene un caso que le trae estresado en el bufete y no ha querido abrirse sobre ello. Quizá es demasiado delicado.
Se frotó de nuevo la nariz antes de mirarme.
—Lo haré. Pero no esta noche. Debe ser él quien me busque a mí.
Le di un empujoncito con el hombro y una sonrisa de ánimo.
—Todo saldrá bien, Al. Tranquila. Todos discutimos. Míranos a Edward y a mí, hace dos días me molesté con él.
—¿Y eso? —Me vio como si yo tuviese dos cabezas. Como si en su cabeza no pudiera existir nada por lo cual molestarse con Edward. Mentalmente rodé los ojos.
—Porque fuimos a cenar al nuevo restaurant de comida tailandesa y la camarera estaba más interesada en ver a Edward que de prestar un buen servicio. Él, como no se entera de nada, luego de que me quejara le dijo que no se lo tomara personal. Que en general yo era muy buena y que solo estaba en mi período.
Fue entonces cuando Alice volvió a sonreír, aunque solo fuese un poco.
—¡No te rías! ¡Fue vergonzoso!
—Me imagino su cara, la de la camarera y la tuya.
Rodé los ojos con cansancio otra vez.
—Casi ni comí de lo enojada que estaba. En medio de la cena me preguntó dos veces si me pasaba algo, pero no fue hasta que estuvimos en el auto que le dije la verdad. Entonces luego terminamos discutiendo también sobre el hecho de que yo “omitía” la verdad. Te juro que a veces hasta yo me exaspero.
—¿Y cómo reaccionó?
Esta vez fui yo la que sonreí de ternura.
—Primero se sorprendió, porque en ningún momento había querido ser maleducado. Luego me pidió disculpa tantas veces, que hasta me hizo sentir culpable de molestarme con él. Pero entonces añadió que yo a veces lo frustraba. Volvimos al punto de inicio —sacudí la cabeza. —Ese hombre será mi perdición.
Sus ojos pasaron rápidamente de la ternura por mí  a llenarse de lágrimas de nuevo. La abracé un rato hasta que cansó de llorar en la cocina y subió a su habitación. Imaginé que a seguir en lo mismo, pero en privado. Sin tener que preocuparse sobre lo que los demás pudieran pensar sobre ella en lo absoluto. Nosotras y nuestra enfermiza necesidad de hacernos las duras, las invencibles, como si fuese una especie de pecado el mostrarnos vulnerables cuando algo nos lastimaba.
Subí las escaleras con el vaso de agua y encontré a Edward desnudo mirando por la ventana ensimismado. Toqué su brazo con el vaso mojado y frío. Él se estremeció, luego se giró hacia mí.
—Dale gracias al cielo que esta ventana te cubre justo lo necesario, o si no, tú y yo estuviésemos teniendo una nada agradable conversación sobre exhibirse ante las curiosas miradas de las vecinas como Dios te echó al mundo. —Me abracé a su costado y olfateé su pecho. Olía a una adictiva mezcla de sudor y a Cool Water de Davidoff. Miré las pecas que salpicaban su pecho e incluso llegaban hasta la parte superior de su espalda. Las recorrí con el dedo, pasando por encima de los vellos y acariciando su estómago un tanto curvo. Nada de six pack para mí, pero eso no podía importarme menos. —Y tú en serio no quieres eso.
Frunció el ceño.
—No ha pasado ninguna.
—Menos mal. —me apretujé más contra él. —¿Qué estabas viendo entonces?
—Ese búho que está en esa rama. Nunca había visto uno tan de cerca. Son preciosos… —dio un sorbo a su agua y siguió mirándolo como si fuera algo único y raro. De reojo vi que su celular estaba cerca de él, no me extrañaría nada encontrar una fotografía sobre el exuberante animal en la galería.
Seguí su mirada y me encontré con los ojos curiosos del ave, eran grandes y oscuros. El plumaje tenía una variedad interesante de tonalidades café y su ulular confería a la noche neblinosa, un aire misterioso que me recordaba a las novelas de misterio que leía de pequeña hasta entrada la madrugada. Comprendía su fascinación, pero temí que si no lo quitaba de allí podía pasar la noche completa de pie frente al cristal de la ventana.
Le arrastré a la cama y en esta ocasión fue él quien se acercó a mí. Encajó su rostro en mi cuello y depositó un beso en él.
—¿Podemos volver a hacerlo, Bella?
Esos comentarios no dejaban de tomarme con la guardia baja, y aún no lograba controlar la risa que me causaban. También me causaban una tremenda ternura.
—Sí, ángel, podemos. —Acaricié la longitud de su pene. Poco a poco su piel se erizó y calentó por mi toque. Fui testigo una vez más de cómo se hinchaba entre mis dedos, hasta empezar  segregar líquido pre seminal. —¿Qué voy a hacer contigo?
Jadeó contra mi cuello.
—¿Por…? ¿Por qué? ¡Oh!
—Porque no te sacias, —comencé a besar su pecho a medida que hablaba. —porque me has hecho adicta a ti, porque me vuelves loca. No sé qué hacer contigo.
—Acariciarme… como ahora. —Esa fue su escueta contestación y no pude evitar reírme.
Me coloqué a gatas sobre él. Tomé su miembro y hablé sobre la cabeza hinchada y llorosa: —No tengo ninguna queja sobre ello. De hecho, tengo una buena idea de cómo hacerlo.
Tomé su pene entre mis labios hasta que casi tocó mi campanilla. Pasé la lengua por su tallo de regreso y saboreé lo que salía de él. Su sabor me producía casi tanto placer como verlo culminar, chupé con fuerza cuando llegué a la punta arrancándole expresiones de descarado placer. Así estuve un rato más, hasta que la mandíbula me comenzó a arder y decidí ayudarme con los dedos.
En unos pocos movimientos Edward se corrió en mi boca, pero tuve que echarme hacia atrás porque se arqueó de forma tan repentina que tuve que retirarme para que no llegara hasta el fondo de mi garganta y me causara náuseas. Tomé todo de él y saboreé su gusto.
Escalé por su cuerpo, tomé su erección y lentamente me clavé en él. Ambos gemimos cuando me fui ciñendo en torno a él.
—Me encanta…estar…dentro de ti. —gruñó.
Estaba muy hablador esa noche en particular. Moví mis caderas en círculos lentos.
—¿Mucho?
—Sss…Sí.
—Demuéstramelo, ángel. Enséñame cuanto te gusta. —A mi parte egoísta; a esa tan terrenal y mundana; le encantaba el hecho de verlo incapaz de formular una frase larga durante el sexo. No eran necesarias, y de paso me hacía sentir empoderada.
Tomó mis caderas con fuerza y se encajó en mí con fuerza. Sus embates se volvían desesperados con cada segundo que pasaba. Agarrada a sus antebrazos, arqueé el cuerpo y recibí su rudeza. Me aferré a sus caderas con los muslos cuando sentí los espasmos comenzar a recorrerme, entonces profundicé más las estocadas y me curvé hasta que su pene tocó ese punto en mi interior que me volvía loca. No tardé en sentir su calor invadirme y su cuerpo se convulsionó completo.
—¡Bella!
Me dejé caer sobre él incapaz de dar una sola bocanada profunda por oxígeno. Envuelta entre sus brazos, besó mi frente y suspiró cansado:
—Me encanta tu interior. —musitó con la vista fija en el techo, pero sabía que estaba lejos de estar hablando sobre mi habitación o mi forma de ser.
Si hubiese tenido energía probablemente me habría reído, en cambio solo acaricié su pecho un tanto mojado por el sudor, deposité un beso y dejé que el cansancio hiciera lo suyo. 
Era momento de dormir entre los brazos de un ángel. ¡Bendita mi suerte!

*.*.*.*.*
—Tendrías que estar allí para entenderlo, Bella. ¡Tenías que estar ahí! —contaba Edward emocionado sobre su experiencia. Dudaba mucho que la mujer que debía estar con las piernas abiertas en una silla ginecológica, deseara tener un gran público. Él era la excepción a la regla.
Rosalie le volvió a invitar para que le acompañase al control de obstetricia aquel mes. Él aceptó con una mezcla de curiosidad y emoción a la vez, dada la última vez que habían acudido a la consulta.
Pero en esta ocasión volvió en una especie de vorágine energética. Pasar de ver una diminuta figura sin demasiada forma con un movimiento de latidos, a captar con claridad la silueta de un pequeño humano con sus manitas incluidas; había despertado una fascinación de la que no lo creía capaz en toda esta situación. Mi típico error con él: Subestimar a Edward y luego darme cuenta de que a su manera; y sin estar siquiera consciente de ello;  me ponía en mi sitio.
Emmett al parecer no pudo contener una pequeña lágrima que se escapó de su ojo, por lo que su hermano me contaba. Y Rose, no paraba de susurrar cosas en voz muy baja mientras se acariciaba el vientre. Pero mi novio fue una historia completamente distinta: Su emoción era tal que hablaba tan alto, que podía parecer que estaba gritándome. No había dejado de expresar lo increíble que le parecían los cambios que había sufrido el feto en apenas unas cuantas semanas. Que si el médico había dicho luego que eran dos y no uno solo...
Basta decir en este punto que tardé unos cuantos segundos en darme cuenta de que no estaba respirando. Aunque supuse que mi sorpresa no era tan grande como la de los padres, que por lo que mi fuente de información personal me había reportado, tardaron un par de minutos en reaccionar; y cuando finalmente lo consiguieron, no dejaban de repetirse entre ellos que todo estaría bien. Como si ambos temieran que alguno saliera corriendo asustado del lugar. Creo que yo lo hubiese hecho, dadas las condiciones.
Y luego el doctor estalló en risas y confesó que solo había sido una pequeña broma. Edward no entendió en el momento porque ambos respiraron profundo después de ello, y no sería sino hasta que habló conmigo cuando le expliqué que cada niño viene con una cantidad impresionante de desafíos, y que para una relación en un estado tan complejo como estaban esos dos padres, lo mejor era que vinieran de un niño a la vez.
Y entonces fue cuando se vino la debacle…
—¡Pues yo quiero un hijo, Bella! ¡Tengamos un bebé! —propuso con un brillo fanático en su mirada color de tormenta.
Decir que me tomó desprevenida era decir poco. Si me había quedado sin palabras cuando me enteré de la broma del médico, luego de eso, me costaba siquiera encontrar una respuesta coherente que pudiera zanjar la conversación con la menor cantidad de bajas posibles. Spoiler: no lo logré.
—Edward, yo… —balbuceé. Hasta comenzar me costó horrores— No estamos preparados para eso.
—¡¿Por qué?! —debatió él sin querer rendirse a la primera. —Si Emmett y Rosalie, que están separados, van a tener un hijo ¿Por qué nosotros, que estamos juntos, no podemos? Nos amamos…
—Eso no es suficiente, ángel. —solté sin pensarlo. Edward retrocedió como si le hubiese asestado un empujón. Sus rasgos, antes en un frenesí de emoción, ahora parecían más bien recelosos.
—¿Cuándo dejó de ser suficiente eso, Bella?
—No saques conclusiones apresuradas, Edward. Eso siempre nos mete en un incómodo aprieto. Me refiero al tema de la paternidad. No es tan sencillo como lo estás imaginando.
Juro que jamás había visto esa expresión en su mirada. Como si estuviese sopesando cada una de mis palabras con desconfianza. Como si fuese una especie de desconocida para él.
—Se me dificulta pensar ahora que no me estás tratando como a un idiota.
—¡Jamás he hecho tal cosa! ¡Lo sabes! Estás siendo injusto conmigo.
—¿Injusto, Isabella? Casi nunca te pido nada. Trato de no molestar…
—¡No me molesta atenderte, Edward! —Tuve que repetirme a mí misma que debía bajar el tono de voz o esto terminaría realmente mal. —Ya no sé de qué manera demostrártelo. Nunca has sido una carga para nadie, y mucho menos para mí. Pero lo siento, no puedo complacerte en todo. No en esto.
 Me levanté de la cama para dirigirme a la ducha y poder tomarnos un momento para calmarnos, pero Edward tenía unos planes distintos:
—No quiero que te alejes. —fue una orden alta y clara. Por primera vez en toda nuestra relación estábamos teniendo una discusión “de tú a tú”, y él se negaba a dar su brazo a torcer. —No me has dado un motivo de peso por el cual no podemos avanzar.
Si no hubiese visto como hablaba antes de esta pelea, habría jurado que Edward tenía un hermano mellizo. Uno bastante beligerante, por cierto. Su rostro no denotaba nada más que molestia, pero sabía que su mente y su corazón debían ser un hervidero de emociones justo ahora. El problema es que los míos estaban en un estado similar y por primera vez no estaba en la posición de poder lidiar con ambos casos.
—Hemos avanzado, y mucho. Pero si tuviera que hablar de manera profesional, tendría que decirte que no creo que estés listo para enfrentarte a la paternidad. Sé que en muchas oportunidades nos has sorprendido, pero me temo que estamos ante un escenario muy distinto. Uno al que toca enfrentar sí o sí cuanto llega. No hay forma de revertir una decisión así. —argumenté. Me encontraba demasiado perdida, y tenía que admitir que me sentía arrinconada, en todo aquel pleito.
Edward se acercó hasta mí con las facciones frías. Tanto que comenzaban a temblarme las manos, temía a los derroteros de esta conversación. No hallaba la manera de poder ponerle un buen fin.
—Creo que me estás tratando como a un niño. Como tu paciente, no como  tu novio.
—Eres las dos cosas, y me preocupo por ti de ambas formas.
—¡Pues no me gusta! —comenzó a levantar la voz de nuevo. —Esto algo entre tú y yo como pareja.
—Sí, Edward, pero pareces olvidar que también trabajo para ti. —Inhalé implorando por palabras que pudiesen sacarnos de este embrollo— Por favor, colabora conmigo. Voy a exponerte los hechos y quiero que pienses que lo haré por el bien de nuestra relación. Pero por encima de todo, del tuyo propio:
>>Ángel, cada noche que has pasado aquí duermes poco y mal. Solo descansas cuando estás absolutamente agotado, de resto, terminas despertándote por la madrugada con la excusa de buscar un vaso con agua. Tardas demasiado abajo y cuando regresas, pasas un largo rato en el baño. Con el tiempo comprendí que no era yo, es solo que esta no es tu cama ¿O me equivoco?
Me miró en silencio incapaz de rebatir los hechos. No había querido sacar este tema en una situación como aquella, pero era necesario ponerle las cosas en perspectiva. No hablábamos de comprar un auto o adoptar una mascota; era acerca de algo tan irrevocable como la paternidad.
—¿Ves? No puedes negarlo. Y por eso he dejado que seas tú el que diga cuando desea quedarse aquí. Detesto ver las profundas ojeras que tienes por la mañana, luego de que hemos pasado tan buenos momentos por la noche. ¿Quieres hablar de avanzar sobre nuestra relación? Entonces hablemos acerca de la posibilidad de traer tu cama para que puedas sentir que perteneces a este lugar, o ir trayendo de a poco objetos que te ayuden en ese proceso de adaptación. Pero no me pidas que te dé un hijo. No puedo, Edward. Un niño cambia demasiado las cosas y ambos estamos encontrando haciendo nuestro propio camino como para meter a una personita que sufriría demasiado en el proceso.
Él apartó la mirada de mí, pero me acerqué hasta que levanté su mirada hacia la mía.
—Te lo dije una vez y lo repito: Lo quiero todo contigo. Pero no me pidas que haga algo que sé con absoluta certeza nos cobraría un precio muy alto.
Esa noche no dormimos demasiado. Él, porque aquella cama seguía siendo un lugar poco familiar tanto para su mente como para su cuerpo. Y yo, porque todo lo que le atormentaba, lo hacía también conmigo. Más aún, cuando en medio de la noche me llegó una revelación:
Era el momento de dar el siguiente paso en nuestra relación. Lo quisiéramos o no.

*.*.*.*.*
Tanto Esme como Carlisle se encontraban consternados de que los hubiese llamado a su propio despacho para hablar. Edward, por su parte, tenía cara de pocos amigos y permanecía lejos de todos nosotros, con los ojos en el impresionante ventanal que embargaba de luz toda aquella estancia.
Tomé aire un momento y luego hablé sin rodeos.
—Esme —La miré. Luego a su esposo. —… Carlisle. Los llamé para informarles mi decisión. Edward y yo ya hablamos sobre ello antes de venir.
La madre del amor de mi vida estaba pálida como un papel mientras veía a su hijo enfurruñado en la otra esquina, y su esposo parecía mantenerse calmado, como era habitual en él. Pero yo sabía muy bien que en su cabeza estaba preparándose para todos los escenarios posibles.
—Renuncio. —sentencié con la seguridad de quien hace lo mejor, pero con el miedo de lo que una decisión así podía traer consigo. La última vez que había dicho esa palabra, los resultados fueros desastrosos para todos los involucrados.  
Por un momento que pareció más bien una eternidad, nadie emitió ningún ruido. Hasta que de pronto un portazo nos estremeció con su estruendo.
Él no me lo pondría fácil. Eso lo sabía por descontado.

.*.*.*.*

¡Hola, chicas! Esta actualización se tardó aún más que la anterior en llegar. Y me disculpo por eso. Estuve trabajando en la segunda edición de mi novela que se lanzará el próximo 15/12. Y eso sin contar que las preparaciones decembrinas me están robando muchísimo tiempo. Les doy las gracias por su paciencia y por su apoyo.
Les dejaré en mi perfil los links para mi novela por si desean adquirirla. (El ebook en Amazon está en oferta hasta la fecha de relanzamiento).
Nos seguimos leyendo…
Marie C. Mateo














lunes, 23 de septiembre de 2013

CORAZÓN DE CRISTAL - Capítulo Vigésimo Quinto:





“Obstáculos por superar”

Bella POV:
—¿Por qué tengo que colocarme corbata? —gruñó tironeándose el moño.
Suspiré implorando paciencia tras acomodársela por tercera vez.
 —Porque vas a un evento que amerita que uses un traje y una corbata, ángel.
 —Pero no me gusta. 
Me encogí de hombros.
—No siempre podemos hacer lo que nos gusta. Habrá muchas ocasiones en las que el deber está por encima de nuestros deseos. 
Se quedó taciturno por unos instantes dándole vueltas a mis palabras en su muy particular mente.
—¿En qué piensas? —inquirí curiosa. 
—En que no estoy de acuerdo contigo. –refutó convencido.
—¿Precisamente en qué, ángel? 
—En que no importa lo que tenga que hacer, mi deseo por ti siempre estará por encima. —Nuevamente se había tomado las cosas en sentido literal y en dirección errónea. Sin embargo esta vez me causó un calor agradable en ciertas partes del cuerpo.
Partes que gritaban por ser acariciadas, pero por el momento no podían serlo. No ahora. Había una cena a la que Edward tenía que acudir, y esta vez no estaría yo para decirle qué hacer por primera vez en mucho tiempo. Y puestos a ser honestos, eso me tenía algo nerviosa.
Se suponía que esto era un desafío para él, en el cual tendría que valerse por sus propios medios sin tener a nadie que le guíe en cada paso que debiera dar. Claro que estaría acompañado de su familia, pero ellos le darían la libertad de interactuar en la medida que se sintiese cómodo. Siempre dentro de lo socialmente correcto, claro está.
El volver a utilizar esos zapatos que tanto odió hacía ya unos cuantos meses atrás cuando habíamos conocido a Jasper, tampoco lo hacía sentir cómodo. Tuve que jurarle que le sería más fácil llevarlos si se los colocaba con más frecuencia. Así que desde hacía tres días atrás los estaba “suavizando” para la ocasión. Súmenle eso a lo de la mentada corbata y tendríamos una gran variedad de escenarios posibles sobre cómo terminaría esta noche para Edward y no todos era alentadores. Pero yo optaba por creer en él.
Y hablando de cambios…
Dos meses habían pasado desde que salimos con mi amiga Angela y su novio Ben Chenney. Esa fue el primero de varios encuentros sociales que arreglé para ver cómo él le hacía frente. Precisaba de estos para aprender a desenvolverse en múltiples situaciones e interacciones con otras personas que no fuésemos sus allegados. Si bien es cierto que no le dejaríamos solo, Edward necesitaba que le diesen las directrices para poder mejorar en el área de socialización. Sus padres pertenecían un grupo de personas selectas y habían puesto ese ámbito de su vida en pausa debido a la condición de su hijo. O peor aún, solo acudía Carlisle puesto que Esme estaba cuidando de Edward (y de sus antiguas enfermeras) mientras que él solo fortalecía ese sentido de la introspección para con el mundo externo. Lo cual le llenó de inseguridades e incomodidades.
Aún no era raro que interrumpiera una conversación cuando de manera súbita se le antojaba hacer algún comentario sobre algo que le llamara la atención. Tampoco me extrañaba demasiado que no respondiera a algunas de las preguntas que le hicieran por perderse entre su hilo de pensamientos. También seguíamos trabajando en eso de “la sutileza” cuando se trataba de darle su opinión a las personas.
Como esa vez en que le comentó a un señor que comía a nuestro lado en un restaurante en Tacoma lo graciosa que era su cabeza.
—Buenas noches. —le dijo al pobre hombre cuando se dio cuenta que le estaba mirando con una fijación incómoda. —¿Sabía que tiene una mancha en su calva con la forma del mapa de Wisconsin?
El señor fue tan amable que se lo tomó con gracia y por dentro, respiré con tranquilidad sin tener que explicar su condición de autista para que entendieran su forma de ser. De alguna manera eso sería como colarle una etiqueta en la frente con la frase: Mírame con lástima. Y me negaba en retundo a hacerlo a menos que fuese en extremo necesario.
Cosa que pasó en una ocasión cuando tuvimos que pasar por una tienda camino a su casa por algunos víveres que Alice nos había pedido, cuando ocurrió un momento incómodo con la cajera:
—¿Te puedo ayudar en algo más? —preguntó un poco nerviosa la chica por su insistente escrutinio. —la pobre pensaría que en algún momento alguno de los dos iba a sacar algún arma para robarle o quién sabe cuántos escenarios más. 
Él, con su habitual naturalidad negó con la cabeza pero le respondió:
—Tienes unos ojos preciosos.
Juro por Dios que sabía cómo hacer frente a un centenar de situaciones cuando se trataba de la espontaneidad de Edward. Pero lidiar con el hecho de que le dijera a una mujer lo hermosa que le parecía… no. Definitivamente no sabía cómo lidiar con eso.
Supongo que mi cara de estupefacción tuvo que ser muy evidente como para que la cajera comprendiera que quien estaba a mi lado era mi novio, así que su reacción se volvió más tajante.
—¿Qué está mal contigo? ¡¿Tienes a tu chica al lado y estás coqueteándome?! —se le notaba indignada y por sus constantes miradas hacia mí, podía decir que estaba esperando una respuesta de mi parte.
Toqué el brazo de Edward para atraer su atención. Él me miró desconcertado todavía con lo que acababa de ocurrir.
—Ángel, tus palabras le dan a entender a la chica que no nos respetas a ninguna de las dos. —intentó interrumpirme pero no se lo permití. —Nos acabas de hacer sentir incómodas.
Él, que no comprendía lo erróneo de su comportamiento miraba de hito en hito, hasta que harto de aquel silencio optó por lo más fácil:
—Disculpe, señorita. —luego a mí. —Perdóname, Bella.
Y antes de que preguntara lo que sabía que haría, le expliqué a la joven:
Sí, es mi novio. Pero no era su intención molestarte. —se le veía renuente aún. —Es autista y suele decir las cosas tal cual las cree o piensa. Así que a su manera, te hizo un cumplido.
Entonces pareció avergonzada y le dio una sonrisa de simpatía pero Edward se veía aún afectado por todo.
Ella nos dio una especie de disculpa por no saber interpretar las cosas y yo le resté importancia al asunto para salir lo más pronto posible de allí. Ya habían unos cuantos extraños mirándonos. Y siendo mortalmente honesta, también me sentía un poco resentida. Mi orgullo de “novia” estaba un poco magullado.
El ambiente de regreso se había puesto bastante tenso. ¿Puedes sentirte protectora de alguien y al mismo tiempo ofendida por él? Spoiler: Sí se puede.
Sin despegar las manos del volante y las manos del camino me dirigí a mi silencioso copiloto.
—¿Cómo estás Edward?
—Confundido. —admitió pasados unos cuantos segundos. —Solo hice una observación. —respondió con esa inocencia que se negaba a abandonarlo del todo sin importar cuánto se integrara al mundo.
Respiré profundo para darme un momento ante de colocarle las cosas en perspectiva.
—Edward, la cajera interpretó tu comentario como si estuvieses coqueteando con ella…
—¡No coqueteaba! —me interrumpió.
—Pues así lo percibió ella. Y al verme a tu lado se dio cuenta que éramos pareja, lo cual la molestó más. Creyó que eras un descarado mujeriego. — Tenías a tu novia al lado mientras que tratabas de ligar con una nueva chica. —un Ahhhhh salió de entre sus labios que me dejó saber que había comprendido el punto como el chico listo que era.
—Así que por eso pareces tan molesta. —murmuró más para él mismo.
Entonces tuve que girar a mirarlo. No creía que estuviese siendo tan evidente en mi mal humor.
                —Estás celosa. —se explicó luego rió un poco de algo que solo él comprendería. —Sus ojos eran hermosos, Bella. Eran verdes con vestigios de color miel. —luego se encogió de hombros restándole importancia a todo. Quizá hasta a mi reacción. —Pero prefiero los tuyos. Son color café. Y me encanta el café con unas buenas galletas.
                Atónita. Sí, esa era una manera bastante fidedigna de explicar la manera en que Edward arregló todo. Se tranquilizó a sí mismo, lo hizo conmigo y se prometió regalarse una buena taza de expresso con galletas de canela.
                Solo seguí conduciendo…


*.*.*.*.*
De vuelta a la actualidad…
—¿De verdad no irás con nosotros? —preguntó con esa mirada de cachorrillo que me desbarataba.
Terminé de ayudarle a colocarse el saco de su traje sobre sus hombros y le sacudí los hombros de este.
—No, ángel.
—Pero, Bella…
—Edward, —le tomé el rostro entre mis manos para mirarle directo a la cara. —Esta cena es para tu padre y su familia. No es correcto que yo acuda, además recuerda que hemos hablado de esto un sinfín de veces desde hace una semana que él recibió la invitación. Esto contribuirá al desarrollo de tus habilidades sociales.
Comencé mi descenso por las escaleras para irme y él me siguió detrás.
—Pero no me siento a gusto con las personas desconocidas.
—Lo sé. —admití conociendo ese tono con el que lograba salirse con la suya muy a menudo. Mientras que a su vez me colocaba mi abrigo gris.
—¿Entonces por qué me envías para allá? —refunfuñó con rabia.
Me giré hacia él después de abrir la puerta de la casa, aunque tuve que cerrarla de inmediato porque Winter intentaba escaparse. Me agaché y la cogí entre mis brazos. No pude (ni quise) evitar que la pequeña bola de pelos revoltosa me diera cariñosos lametazos para coaccionarme. Casi como su amo.
La miré con falsa seriedad.
—No vas a salir de casa. Está lloviendo y esta última semana te hemos tenido que bañar tres veces de lo sucia que te has puesto.
Le coloqué en el suelo, me miró, se rascó la orejita y me ignoró tajantemente. Como diciendo <<Me iré por la puerta trasera y listo. Sin dramas.>>. Su colita se batía a medida que caminaba de forma chistosa hacia la parte posterior de la casa.
Me encogí de hombros y volví a mirar a Edward a los ojos. Él no había desviado su atención en ningún momento. Seguía mirándome como si le estuviese pidiendo algo más allá de sus fuerzas.
—Ángel, tú quieres ser independiente ¿Cierto? —asintió. —Entonces toma esto como parte de ese proceso. Todo ser humano, sea niño o adulto, debe enfrentar diferentes tipos de desafíos. Has superado muchos y este será igual que esos. Lo sé.
Sus ojos gritaban porque cediera, pero no debía hacerlo. Era por su propio bien.
—¿Por qué confías tanto en mí, Bella?
Sonreí y le acaricié la mejilla.
—Porque desde que te conozco siempre quise volverme tu fortaleza. Mi confianza y mi amor es todo lo que puedo darte, ángel. Es todo lo que te he dado.
Me acurruqué en su pecho y le di un beso corto pero tierno antes de irme. Cerré la puerta y a los tres segundos escuché unos ladridos adorables y uñitas rasguñando la madera. Edward miraba por los vidrios que flanqueaban a esta y este me miraba con tanto pesar en su rostro que estuve a punto de declinar en mi decisión, pero me aferré a esa determinación que me decía que estaba haciendo lo correcto y que no siempre estábamos conformes con ello. A corto plazo.
No soportaba la idea de dejarle triste una vez más en ese ventanal. Así que tomé mi celular del bolso y le escribí un whatsapp:

“Toma una fotografía de lo que más te guste en la cena y súbela al instagram.
Sabré que te habrás acordado de mí.
Te amo.”

Apenas un par de segundos después sonó la notificación de un nuevo mensaje:

“Hecho. Yo te amo más.”
Solo entonces fue cuando salí de la inmensa casona. No necesité mirar hacia atrás para saber que ya no había ninguna figura triste tras los cristales de la entrada.

*.*.*.*.*
Aproveché esa noche libre para leer de nuevo Cumbres Borrascosas. Solo me levanté del sofá en busca de una gran taza de té especiado y volví al sillón a sumergirme entre las páginas que relataban la trágicamente hermosa historia de Katherine y Heatcliff.
Dice la creencia popular que quien en realidad te ama, es quien puede hacerte sufrir. Supongo que parten del punto en el cual ciertas acciones en general pueden lastimarte, pero si estas vienen de la persona amada entonces la herida es más profunda. No soy de las que creen que el verdadero amor te hace miserable, eso sería masoquismo, pero nuestra naturaleza humana nos hace errar una y otra vez. Lo que innegablemente puede causar dolor a nuestros seres amados. Hasta allí llega mi conciliación con respecto a ese punto.
Pero sigo pensando que el verdadero monstruo en aquella historia fue Katherine con su innegable egoísmo. Punto.
Y en medio de mis divagaciones acusadoras recibí la notificación de un mensaje. Era de Edward. Era una fotografía impresionante con una antigua fuente de agua rodeada de una ligera niebla y de fondo la caida del crepúsculo se colaba entre los cuerpos de los imponentes pinos del bosque que parecían rodear el lugar en donde se encontraba. En el centro de esta había una escultura de un ángel tendiendo una de sus manos con lo que parecía anhelo hacia alguna deidad en las alturas. Desde sus pies brotaban pequeños hilos de agua que recibía un inmenso círculo.
Me sorprendió como él había logrado capturar una escena tan melancólica y a su vez tan hermosa. Jamás había conversado con él acerca de que se interesara en la fotografía. No más allá de verlo cautivado con la vieja revista de National Geographic que había tomado de las cosas que iba a tirar hace ya un tiempo atrás.
Y si la foto me había tomado desprevenida, el mensaje que tenía abajo me dejó sin aliento a pesar de su simplicidad:

“Este fue mi espacio favorito de este lugar. No estaba abarrotado de personas hablando alto como en el interior del salón. El frío era un poco incómodo pero me gustó mucho la tranquilidad que había allí. Sin embargo algo extraño pasó.
Tenía muchas ganas de estar allí contigo y eso no me dejó disfrutarlo del todo. Es como si mejorara cualquier lugar solo con que estés presente.”

¿Qué podía responder a semejante muestra de amor? ¿Con qué podía corresponderle?
No sentí que pudiese hacerlo, así que me limité a enviarle una fotografía del viejo libro sobre mi regazo cubierto con una mullida colcha, y un mensaje que rezaba:

“Y yo aquí:
Leyendo mi libro favorito,
En mi lugar favorito de la casa,
Hablando con mi persona favorita en todo el universo.
Te amo.”

¡Que vivan los servicios de mensajería instantánea!.

*.*.*.*.*
Sesenta días es un período más que suficiente para que muchos cambios se comenzaran a trabajar, como pequeñas chispas que poco a poco iban creando un fuego más y más grande. Como por ejemplo: la relación de Emmett y Rosalie, que era mucho menos tirante que al principio. Desconocía lo que ese par había podido hablar o hacer para entenderse mejor. No era como si de un momento para otro se habían vuelto una pareja de enamorados ni nada por el estilo, pero si se podía observar como confraternizaban entre ellos de una manera mucho más natural.
Rosalie trataba de disimular lo más posible su amor por él, pero esas cosas no se pasan desapercibidas. Al menos para nosotras las mujeres. Así que mientras ella seguía impartiendo sus lecciones de piano a Edward, también aprovechaba para planificar la decoración del cuarto de su bebé en formación. Alice y Esme estaban más que dispuestas a ayudarla, yo permanecía un poco alejada puesto que entre nosotras había esa energía enrarecidas de chicas que se habían visto envueltas en un triángulo amoroso sin quererlo.
No nos llevábamos mal; en lo absoluto, pero tampoco éramos como Al o la señora Cullen. Hablando de esta última, el ser abuela la tenía resplandeciente. No bien había terminado con mi casa y ya se había puesto a hacer bocetos de habitaciones en diferentes paletas en tonos pastel, temáticas infantiles y peluches antialérgicos.
Alice aprobó sus finales y Jasper le regaló un fin de semana en pareja para Hawaii. Ella llegó con un hermoso tono de bronceado en su piel. Él no tanto. Parecía una especie de camarón cocido, ya que estaba muy insolado ¡Pobre Jaz! Pero por sus comentarios se notaba que el viaje había valido la pena. Además ambos se veían más entregados a su relación. Esto iba parecía ir mucho más en serio de lo que cualquiera de nosotros hubiésemos pensado.
Hablando de regalos, los Cullen decidieron que Alice merecía una ayuda extra en sus quehaceres. Así que solo los ayudaría en la cocina y de la limpieza se encargaba un trío fabuloso que iba cada viernes a limpiar el Santuario Cullen. Al menos así le decían, Jason, Ian y Bryan. El trío del Brillo, así se auto denominaban. Todos eran gay y alegres. Habían hecho buenas migas con todos allí. Incluso con Winter o la “Pequeña Anárquica” según ellos. Con Carlisle, Emmett y Edward eran muy respetuosos y formales. En cambio con Alice, Rosalie y yo, eran las amigas arpías con las cuales no parábamos de reír. Aunque prometieron prenderle fuego a mi colección de tennis.
Y hablando de Em
Compartía lo que podía de su tiempo con Charlotte. En mi fuero interno creía que de alguna manera trataba de entender a lo que en un futuro cercano iba a enfrentar. A Jasper no le agradaba demasiado la idea, pero tras la intervención de Alice dejó de mirar a Em como si quisiera robarle algo. Suponía que para Jasper, ver a su hermana embarazada en una situación tan irregular no era fácil dada su naturaleza sobreprotectora. Además de que Charly parecía tener el mismo mal que su tía Rose: miraba a Emmett con un enamoramiento evidente. Así que creo que parte de la rabia de Jaz partía desde los celos.
A pesar de eso, un momento memorable ocurrió una tarde lluviosa, cuando Charlotte le mostró a un muy viril Emmett como era que peinaba a sus muñecas.
Yo daba por sentado que si alguna de las admiradoras del heredero Cullen mayor lo hubiesen visto con unas colitas a modo de mata de coco por toda la cabeza, se acabaría con su afamada reputación de playboy. Aunque a Charly le parecía de lo más adorable y se lo hizo saber.
—Charly, me estás tirando del cabello. —se quejaba Em. Quien con cada tirón daba un respingo. —¡Ouch!
—Shhhh, Memet. No seas llodón. Tienes que sed macho.
Él estalló en carcajadas.
—¿Sabes lo que es ser macho, Charly?
—Nop.
—¿Entonces?
—Lo vi en una película. ¡Silencio! —dejó salir su lengüita de lado mientras se concentraba en tirar del cabello que anteriormente ella había enredado; no sabía si a propósito; con un cepillo con cerdas duras que le prestaba Esme. Sí, la madre de ese pobre hombre se prestaba a las torturas que esa pequeña hada de cuatro años le infligía a su muy fornido hijo.
—¡Listo! —gritó mientras daba saltitos por la mullida alfombra de la sala de estar. Esme, Edward y yo estábamos allí. La primera sentada en el sofá. Edward y yo al piano, él trataba de enseñarme sobre notas y acordes, pero a diferencia de él; yo carecía por completo de un oído musical.
Edward levantó su mirada del precioso instrumento que estaba bajo sus dedos.
—Luces extraño, hermano. —le dijo mi ángel y yo me tragué una risa.
Esto sería un choque de titanes entre Charlotte y Edward. Como cada vez que se veían.
La pequeña indignada se enfrentó a mi ángel desde la distancia, colocó sus manitas en sus caderas; incluso en la que mantenía el cepillo de cabello de Esme; y lo increpó:
—Claro que no. Se ve guapo. Guapo como Lilly.
—Pero Emmett no es una muñeca.
—¡Es como un Ken gandote! —se acercó a su obra de arte y lo tomó de la cara con esas pequeñas manitas pequeñas y lo vio a los ojos con una expresión encantada. —Mi Memet se ve dindo.
Edward resopló dispuesto a dar batalla pero le toqué el brazo y le susurré al oído que ella era una nena. Que le dejara ganar en esta oportunidad y ya luego le tocaría a él más tarde. Mi ángel no entendió lo que ella “ganaba”. Ni lo que él ganaría por la noche. Awww su exquisita inocencia…
Hablando de oportunidades… Carlisle y yo habíamos visto al menos una docena de lugares para la fundación, pero ninguno terminaba de gustarnos por completo. O no se adecuaban a lo que la fundación demandaría o simplemente no había química con estos.
Mientras evaluábamos los espacios de un potencial galpón, me comentó:
—¿Sabes, Isabella? —me giré hacia él para prestarle mi total atención. —He pensado que en una era como esta, donde la informática rige muchos aspectos de nuestra vida, deberíamos darles herramientas a estos jóvenes para que las utilicen a su favor.
—¿Algo así como una herramienta de estimulación? —asintió. —Me parece muy bien. Podríamos buscar…
—Si me permites… —Carlisle hasta interrumpiendo era todo un caballero. —Hablaré con el mismo cliente con el que adquirí los celulares que les di. Él se encargará de brindarnos todo lo concerniente a electrónica que vayamos a necesitar a un costo razonable. Si queremos que estos chicos se integren a la sociedad lo mejor preparados posible pues debemos familiarizarlos con la tecnología.
Asentí emocionada ante las posibilidades que abrían ante el futuro. No solo para mí profesionalmente hablando, sino para todos los chicos que podríamos ayudar en aquel plan que ya comenzaba a andar.
El señor Cullen era una de aquellas personas que podían sorprenderte con su personalidad ambivalente. Él tenía la capacidad de ser el padre abnegado y amoroso. Luego, a los cinco minutos podía convertirse en un abogado frío como el hielo y resolver intrincados casos sin tocarse el pecho en busca de cualquier sentimiento. De alguna manera le admiraba esa capacidad de proceder sin remordimientos; cualidad básica para ser un abogado exitoso.
Eso sí, cuando se trataba sobre quién llevaba las riendas de la casa, muy poco podía hacer este hombre de mediana edad frente a su pequeña y cálida esposa cuando se ponía en plan “Señora de la Casa”. Como pasó una tarde cuando todos estábamos reunidos en la cocina tomando café y comiendo galletas a media tarde; cuando de pronto escuchamos un estruendo y vimos aparecer a Winter con las patas todas embarradas de lodo.
Esme y Edward siguieron el rastro de patitas marrones que los llevó hasta la zona del “siniestro”. Uno con más curiosidad que preocupación y la otra… bueno,  resumamos que la pobre iba con cara de resignación.
—Alguien va a necesitar una limpieza profunda. —dije mientras me ponía en pie y agarraba a la infame cachorra para darle una ducha mientras que pasaban los aires de guerra.
—Hablando de limpieza…—comentó Esme con un engañoso tono de despreocupación. —Debes ir a limpiar lo que hizo “tu consentida” en el patio trasero. —miraba a Carlisle de manera que no cupiese duda de a quien se estaba refiriendo. —Tú querías un perro grande y poderoso. Ahora debes limpiar lo que Winter hace con toda esa fuerza.
Al pobre Carlisle le tocó que salir al comedor con una escoba y una pala para recoger el desastre de tierra que la cachorra había dejado al tumbar una de las macetas de las esquinas.
Casi me ahogo con el café al ver a semejante adonis cargado con implementos de limpieza y peleando con la lobita por todo el camino.
 Y no fui la única. En fin…
Otro de los cambios significativos en estos dos meses se reflejaba en mi casa. Tanto en lo exterior como en su interior.
Pensé que ya nada podría asombrarme cuando se trataba de las extravagancias de los Cullen cuando decidían ayudar a alguien. Pero me equivoqué totalmente cuando constaté hasta el punto en que había llegado su “agradecimiento” para conmigo. Sabía que solo estaba cumpliendo con lo que en un principio me comprometí con Esme Cullen; aunque mi relación más allá de lo profesional con su hijo fue algo que nadie tenía esperado, pero he de reconocer que lo deseé con toda mi alma y ahora estaba feliz ante lo que se nos venía.
Alice como yo nos sorprendimos cuando encontramos un pequeño jardín con florecillas silvestres adornando los  costados de un corto camino adoquinado que precedía la entrada.
Una hermosa puerta de seguridad nos daba la bienvenida, el viejo timbre regular fue reemplazado por uno con visor integrado. Dentro, una sala de estar decorada con un pequeño pero cómodo modular en color aguamarina se adecuaba al espacio haciendo lucir la sala de estar como un lugar mucho más extenso de lo que era. Una televisión de plasma reposaba sobre un precioso y moderno mueble que hacía las veces de biblioteca también. Mis viejos amigos y compañeros de noches solitarias descansaban unos al lado de otro de manera armoniosa entre las diferentes divisiones en las que se les alternaba con sencillos floreros que complementaban un ambiente tanto moderno como cálido que se podía apreciar allí. Las paredes grises pálidos denotaban relax e impelían a sentarse en ese espacio a pasar el mayor tiempo posible.
La cocina fue otra grata sorpresa. Adiós a los azulejos envejecidos de frutas. Hola al granito, madera y contrachapado. Todo en un precioso espacioso en tonalidades de azul hielo, blanco y cromo. La mesa de madera había desaparecido para dar lugar a un islote que ahorraba espacio y confería comodidad a la hora de utilizar las estufas. Ahora en lugar de tener una simple cocina, había seis quemadores y un grill, junto a dos hornos empotrados en otra pared. El ángel no paró hasta hacer que Alice le prometiera que les estrenaría con galletas de canela. Lo cuál en realidad no necesitó más de un par de ruegos. Mi amiga era una blanda total cuando se trataba de él.
Pasando al comedor estaba un juego de sillas contemporáneas con los colores de la sala de estar, y en lugar de la vieja óvalo de madera una mesa de madera reciclada apareció en el medio del espacio. Otro aparador con algunos libros y fotografías ofrecían calidez al ambiente. En algunas estábamos mi ángel y yo, en otras estaba con Alice, en fin…unos tesoros sentimentales en blanco y negro que ahora tenían un puesto preferencial en mi renovada casa.
Los baños no se quedaron atrás en las remodelaciones. Donde antes había duchas ahora estaban preciosas bañeras minimalistas pero con ese aire contemporáneo que no rompía el esquema de la decoración general. Alice se había puesto en complot con la señora Esme para devolverme la habitación principal, la cual fue ambientada en tonos blanco, gris y verde menta. Nueva cama, nuevo escritorio y nuevo closet. Todo pensado de una manera más funcional. También noté que la cama era más grande que la anterior y no pude evitar que mis mejillas se sonrojasen con el pensamiento de que tal vez Esme no solo se hubiese tomado la molestia de cambiarla por mi comodidad únicamente.
Amé el hecho que la habitación de Alice fuese la expresión perfecta de ella pero en decoración. Todo muy alegre y vibrante. Con paredes de color hueso, mi amiga prefirió que el contraste lo hiciera la decoración en color salmón y mandarina. El closet de esa habitación también había sido agrandado, pero no me sorprendió ya que la mayoría de la casa había sumado unos cuantos centímetros en sus diferentes espacios.
La noche en que me fue enseñada la nueva casa; sí. A mí, puesto que Alice siempre estuvo al tanto de todo con Esme, habían planeado una cena en ese lugar. Solo los Cullen, Alice, Jasper y su retoño, Rose me sorprendió al estar allí también. De una manera extraña y un tanto bizarra todo estaba “entre familia”. Cuando todo terminó, los hombres limpiaron. Sí, todos. Hasta a Edward le tocó que arreglar los platos y vasos. Se tardó un poco haciendo que la vajilla cuadrada estuviese correctamente colocada y que los vasos y copas se vieran alineados a la perfección.
Edward y Charlotte estrenaron el blue ray viendo Avengers en compañía de Emmett o “Memet” como le decía la pequeña, Jaz y Carlisle. Por supuesto que hubo pelea por decidir quién era el mejor vengador de todos, pero no esperé los resultados.
Al terminar el debate se fueron, incluso Alice acompañó a Jasper y Charly a su casa. Nos dejaron a Edward y a mí solos allí, cosa que agradecí inmensamente. Teníamos varias semanas sin tener nada de intimidad al estar yo ocupada entre la planificación de la fundación y él aprovechando al máximo el tiempo que Rose le podría conceder, puesto que en cierto punto ella tendría que hacer una pausa importante por su embarazo y parto. También estaban sus sesiones con el doctor Poomar, y las recientes clases de fotografía que estaba recibiendo en línea.
Edward seguía un poco renuente con respecto a su futuro sobrino, pero comprendía que era un niño inocente y me había prometido que intentaría ser el mejor tío posible cuando naciera. Aseguraba no poder hacer nada más antes de eso y aquello me hizo reír.
El patio trasero de la casa tenía el césped recortado a la perfección, una preciosa parrillera a gas y lo más importante y hermoso, tenía un mullido columpio de madera para dos bajo un techo amachimbrado.
Cuando terminé de despedir a todos, llevé de la mano a mi ángel hasta ese lugar. Ambos nos apretujamos dándonos calor el uno con el otro, pues mis viejos y raídos edredones habían desaparecido.
La neblina poco a poco fue descendiendo frente a nosotros confiriendo al bosque delantero de un aire etéreo.
—Teníamos mucho tiempo sin poder estar así. Ya lo extrañaba. —musitó sobre mi coronilla. Me apretujé entre sus brazos y asentí aprovechando para acariciar su pecho con mi mejilla.
—Demasiado. —admití.
—Pero ahora ya no estarás más conmigo. Ni en mi habitación ni en mi cama.
Su voz sonaba tan triste. Tan despechada. Pero no podía salvarle por siempre de lo que podría ser doloroso, en general eso suele contribuir a la formación de una persona y ahora Edward debería lidiar con algunas de ellas. Además, no es como si fuésemos a dejarnos, solo era el espacio que habíamos acordado tener al retomar nuestra relación.
—Ángel, hablas como si yo fuese a desaparecer. —me giré para verlo a los ojos mientras intentaba quitarle hierro al asunto con una medio broma – media verdad. —¿Una vida sin ti? ¿Eso es posible?
Él se encogió de hombros y se rehusó a mirarme.
—Técnicamente es posible para ambos, solo que yo no quiero volver a atravesar por esa situación de nuevo. Fue miserable.
Acaricié su mejilla con el dorso de mi índice deleitándome en su suavidad.
—¿Miseria, ángel? ¿Conoces el verdadero significado esa palabra?
—He leído mucho, Bella. Y entendí que cuando uno de los protagonistas de esos libros no está con la persona que ama se siente “miserable” porque la palabra tristeza no basta para definirlo. —pocas palabras y certero en lo que quiere decir. No tomó mi broma como tal, sino como un simple comentario.
Lo agarré de la mano y la apreté contra mí. Permanecimos en silencio durante un rato largo sin saber muy bien cómo salir de aquel momento tenso. Yo no sabía que decirle sin que pudiese sonar rudo o desconsiderado para con su manera de ver las cosas, así que opté por esperar a que él tuviese algo más que decirme.
El vaivén del columpio no rompía con la tensión impuesta entre ambos, pero al menos nos daba algo que hacer mientras nos balanceábamos con suavidad.
—¿Sabes una cosa? He pensado mucho sobre nosotros. —rompió finalmente con una frase que me intrigó bastante.
—¿Acerca de qué, ángel?
—Yo no quiero que en la fundación me miren como un niño. Quiero que me vean como un hombre.
Me tomó con la guardia baja eso. En ningún momento había considerado que él pudiera verse vulnerable ante los demás de esa manera. Me enderecé en el asiento para poder enfrentarme ante esa situación, sin embargo aún no encontraba las palabras. Me reproché a mí misma por haber pasado por alto un detalle como aquel. Había dado por sentado que para Edward sería beneficioso en todos los sentidos que se viera involucrado en lo concerniente a la fundación en la que su padre y yo trabajábamos con afán. Sin embargo se me olvidó hacer la pregunta más importante <<¿Edward, tú qué piensas?>>
¡Oh, Dios! Hablando de sentirse una total desconsiderada…
—Es mi culpa todo este embrollo. —mesé mis cabellos y atraje las piernas a mi cuerpo para abrazarlas y así contrarrestar un poco el frío que comenzaba a ser demasiado. —He estado tan metida en todo esto que nunca te pregunté si querías…
Se adelantó hacia mí y me interrumpió.
—Yo te quiero ayudar, Bella. Quiero compartirlo todo contigo y quiero que tú lo hagas conmigo, pero lo que no quiero es que nos vean como la enfermera y su paciente. Quiero que seamos tú y yo frente a todos. Ser Edward “tu novio”.
El alivio se filtró en mí e incluso sonreí cuando comprendí lo que quería decirme.
—Oh, Edward...¡Me asustaste! —admití.
—¿Por qué? —preguntó confundido.
—Creí por un momento que no estabas de acuerdo con que llevara a cabo lo de la fundación…
—Yo no dije eso.
—Lo sé, ángel. Ahora lo sé.
Me acerqué de nuevo a él y dejé que sus brazos se agarraran a mi cintura. Recosté mi cabeza en su hombro y exhalé antes de hablar.
—Edward, cuando yo te tengo frente mí solo eres el hombre que amo, no un autista del que me enamoré. No eres diferente a mí. —encontré una mano suya con una mía y la puse al frente de ambos. —Pero eres sin lugar a dudas lo más valioso que haya tenido alguna vez. Así que te prometo que cuando se hable de Edward Cullen, se referirán al excelente pianista que eres, a sus ridículamente buenas fotografías o al guapo hombre que tengo por pareja. Quizá unas cuantas querrán conseguir que las veas como ahora me ves a mí…
—¡Nunca! —se iba a retirar para afianzar sus palabras pero no se lo permití.
—…Pero aunque me muera de celos, yo sabré que tú eres mío nada más. Como yo tuya. Así que no te preocupes, ángel. No dejaré que nadie te haga sentir incómodo.
Me acerqué hasta su boca y lo besé con firmeza para insuflarle aún más confianza de la que pudieron haberlo hecho mis palabras. Al poco tiempo me encontré en su regazo, con los brazos en torno a su cuello y jadeando complacida por las atenciones que ahora gozaba en mi clavícula. Halé su cabello con suavidad y vi en esos dos pozos grises azulados. Me embebí de ellos y volví a ese lugar tentador que conformaban esos labios entreabiertos. Su lengua reclamó a la mía sin ninguna timidez de su parte.
Sus manos se apropiaron de mi trasero para atraerme contra su erección y conseguir algo de divina y tortuosa fricción.
—Bella… —el vaho de nuestra respiración se atravesaba entre nuestros rostros tan cercanos.
—¿Sí, ángel? —pregunté a la expectativa de que soltara una frase que terminara de hacerme arder por completo.
—Pasemos. Tengo mucho frío. —dijo en cambio.
Me reí sonoramente y lo besé una última vez antes de ponerme en pie y agarrar su mano para adentrarnos en la casa. Aseguré la puerta trasera y luego seguimos nuestro camino hasta mi alcoba. Todo el tiempo vi por el rabillo a Edward tironearse el pantalón a la altura de la ingle porque le estaba molestando. Disimulé la gracia que eso me causaba.
Fue él quien cerró al pasar tras de mí.
—¿Quieres colocarte una camiseta? Tengo algunas grandes para dormir por si la quieres. Pero no tengo nada para la parte de abajo. —señalé su entrepierna despierta con picardía.
Él pasó hacia el baño sintiéndose como en su casa.
—La camiseta está bien. Los pantalones no importan.
—¿Por qué no?
—Porque no me van a durar mucho. —admitió con esa naturaleza que a mí se me antojaba más como un descaro que como otra cosa. Y por toda la corte celestial que eso era como fuego en las venas para mí.
Diez minutos después él salió del baño en una inmensa camiseta deslavada del estado de Louisiana que ya no podía recordar como la había obtenido y sus bóxers negros. En una mano traía toda su ropa cuidadosamente doblada y la colocó en la silla del escritorio.
Mi ropa estaba agrupada en el futón que reposaba a los pies de la cama. Mucho hice con estirarla en vez de dejarla tirada a su suerte en el suelo.
Lo esperé en la cama solo en mi conjunto de ropa interior color verde esmeralda que resaltaba muchísimo contra mi piel. El edredón estaba a mis pies y mi razón afuera del cuarto. Allí solo tenía un deseo que me estaba quemando entre los muslos y el culpable lo tenía en frente mirándome de de aquella manera  que solo yo podía comprender. Él era la pureza y el pecado juntos. O ¿Sería más correcto decir “mi pecado”?
La tela crujió un poco cuando se colocó a mi lado. Estiró su mano y con una suavidad deliciosa delineó los bordes de mi rostro ovalado. Sus ojos nunca se apartaron de los míos.
—Nunca podrás entender cómo te ves para mí, Bella. Sé que no tengo mucho con qué comparar pero dudo que haya algo más precioso en el mundo. Para mí es así. —sus palabras me cortaron la respiración y terminaron de derrumbar las débiles defensas que rodeaban a mi autocontrol.
Me lancé contra sus labios y su cuerpo. A horcajadas sobre él deslicé las manos sin ningún preámbulo hasta su bóxer. Acaricié su protuberancia entre mis dedos y gemí al sentirlo latir entre mis dedos. Se encontraba tan deseoso de poseerme como yo de él.
Acaricié su pecho por debajo de la camiseta y su pene sor debajo del fino algodón ¡Al diablo con esperas y sutilezas! Tenía demasiado tiempo sin tenerlo así y lo necesitaba con urgencia. Ya luego habría más oportunidades en la noche para ir lento y saborear la dulzura de la paciencia.
—¡Bella! —arqueó su cuerpo sobre mi cama y entonces si pensé que el cuarto lucía perfecto con él en medio del colchón y sus labios entreabiertos.
Toqué su pene con codicia mientras maniobraba lo suficiente para bajárselos hasta las rodillas. Cuando estaba cerca de venirse le solté mientras comenzaba a acariciar mi pelvis, aún vestida, contra su piel desnuda. El calor que me traspasó exacerbó mis sentidos con lujuria y los movimientos casi desesperados no tardaron en aparece. Me deshice del brassier sin dejar de mirarlo a los ojos sin tener muy claro lo que me había poseído. Probablemente mis hormonas están en modus Afrodita y de allí mi descaro.
Me incliné hasta su cara para poner los pechos a su disposición. Los acarició como si hubiese pasado una larga temporada sin ellos y los chupó como si se encontrara hambriento de ellos. Y bien podía ser así, basados en la urgencia que no logró de disimular en ningún momento. No soportarlo demasiado.
Así que me incorporé de nuevo y volví a encontrar nuestras miradas antes de alzarme lo suficiente para correr mi tanga de lado y comenzar mi descenso sobre su más que lista erección. Me quedé sin aliento cuando lo sentí del todo por fin en mi interior. Este era un lugar único para nosotros, donde el sexo se transformaba en mucho más que carnes urgidas de posesión. Era el sitio en donde podía tomar de Edward, y él de mí, todo aquello que no estábamos dispuestos a compartir con nadie más.
Me sorprendió al moverse para colocarse encima de mí. No fue un movimiento rápido pero me tomó desprevenida que tomase de esa manera tan tajante las riendas y lo disfruté al máximo.
Enganché mis piernas a su cintura y recibí toda la potencia de sus embestidas aferrada a su nuca con ambas manos, mientras intercambiaba miradas de profunda entrega con Edward. Sí, en esos momentos era Edward, no mi ángel. Ya que en esas situaciones no podíamos estar más lejos de lo que muchos consideraban “pureza”, pero que nos condenaran a ambos si eso no se sentía absurdamente celestial para nosotros.
Su cara se clavó en mi cuello y sus acometidas se hicieron más cortas pero intensas. El aire comenzaba a escasearnos a los dos pero en ese momento no podía importar menos. Encajé mis talones en sus muslos cuando el orgasmo se disparó en mí atravesándome de palmo a palmo y dejó mi cuerpo laxo sobre el colchón mientras que Edward terminaba de drenarse en mí, rugiendo en su propio éxtasis.
Él aún respiraba de manera entrecortada cuando le dije:
—Ese es mi hombre…y es solo mío.
Su sonrisa me deslumbró aun en la penumbra de la habitación.

*.*.*.*.*
Volviendo a la peculiar noche de aquella cena…
Alice llegó justo a tiempo para preparar la bebida mientras yo la esperaba con unos wraps de pollo que había estado preparando con esmero. Ella solía cocinar para ambas la mayoría del tiempo, y lo hacía de manera excepcional, Así que me tocaba que corresponderle de la mejor forma que me fuese posible.
—¿Qué hora es? —preguntó mientras tomaba asiento frente a mí.
Miré el reloj que estaba en una de las paredes.
—Las nueve menos veinte.
—¿No te ha escrito, Edward? —musitó mientras masticaba.
—Sí. —suspiré como una tonta cuando recordé su hermoso mensaje que me había enviado ya hace un buen rato. —tomó una fotografía impresionante y luego me escribió algo muy hermoso.
Alice sonrió encantada. Era una especie de cómplice para él en casi todo. Así que no era extraño que casi le adorara cuando hacía esas cosas que le convertían en alguien tan especial. Me sentiría un poco celosa si no fuera por la manera en la que miraba a Jasper cuando estaba cerca, o por el brillo que tomaban sus ojos cuando hablaba acerca de él.
—Es muy talentoso. —agregó con un tono muy entusiasmado. —Ayer me mostró una que le había tomado a un ruiseñor sobre la rama de uno de los árboles que están cerca de las florecillas de Esme. Te lo juro, Bella. Ed puede tocar el piano precioso, pero la fotografía es su verdadero talento.
Tuve que darle la razón ¿Cómo no hacerlo cuando comenzaba a pasar muchas horas detrás de su teléfono más para conseguir un mejor ángulo que para contestar a algún mensaje o llamada que le hiciéramos.  
—Yo también lo creo. Temprano me mostró una de Charlotte corriendo con Winter en la sala de estar. Juro que no sé de quién me enamoré más en ese momento. —respondí encantada mientras recordaba el momento.  
—Charlotte es algo… —dijo ella con la mirada perdida entre algún punto de la pared y mi cabeza. —No lo sé. Nunca deja de asombrarme. Esperaba que me costase mucho llegar hasta ella por ser la única chica, aparte de su tía, con la cual compartir a su papá. Ya me había preparado mentalmente para demostrarle que no deseaba robárselo, pero no fue así. En lo absoluto.  
—Por supuesto que no. —le di un mordisco a mi cena y me vi muy tentada a darle un sorbo a la deliciosa limonada con fresas que estaba frente a mí. —No tiene necesidad de eso cuando nos considera a todos de su propiedad. Hasta a la pobre Winter. Juro que uno de estos días se le quedarán los ojos saltones de tanto que la aprieta al abrazarla.
Ella se rió al recordar las innumerables ocasiones en la que la pequeña lo había hecho.
—Pues sí. —luego puso cara de pesar. —Pobre cachorra. Debe de estar desesperada en la casa. Es su primera noche sola.
Me reí de su cara. Lo decía como si hubiesen dejado a la pobre loba encerrada en un espacio de tres metros cuadrados y a oscuras.
—¿Por qué no quisiste ir a la cena? El señor Carlisle me dijo que te había invitado.
Asentí.
—Así es.
—¿Por qué no fuiste? ¿Tan siquiera se lo dijiste a Edward?
—No lo digas en ese tono, Alice. —le recriminé con suavidad. —No me hagas sentir como si lo lancé a los lobos solos. No fui porque él necesita saber moverse en diferentes situaciones sin tenerme pegada a su espalda diciéndole que hacer.
Se ruborizó y volvió a su comida.
—Lo siento. No quise sonar como si te estuviese recriminando, pero es que no me lo imagino solo allí… —entonces la corté.
—No está solo. Sus padres están con él y también su hermano. Ellos se ocuparán de cualquier eventualidad y si no, me llamarán seguro. Además, Edward me comentó la otra noche que no quería que lo viesen como un niño. Así que ahí está, demostrando en una cena con unos clientes de su padre cuán hombre e independiente es. —sonreí con una dulzura que rayaba en lo cursi, pero no me importó. —Yo confío en él. A lo sumo puede que salga con alguna de sus frases descaradas.
Ambas sonreímos y seguimos nuestra cena hablando de los acontecimientos del día. En ese momento el sonido del celular de Alice irrumpió en la paz relativa de nuestra comida…
—Es Jasper. —anunció con su sonrisa atontada. —Hola, amor ¿Cómo es…? —sus ojos se precipitaron a mí con alarma pero con la mano me indicó que esperara antes de volver a hablar: —¿Cuándo fue eso? —más sonidos amortiguados pero no podía entender nada. Me estaba desesperando. —¡Dios mío! Le diré a Bella y nos veremos allí en cuanto podamos. Avísame si necesitas algo.
No había terminado de hablar cuando ya estaba en pie colocándome un grueso abrigo.
—¿Quién? —pregunté escuetamente. Me daba terror preguntar el “qué”.
Ella estrechó su teléfono con pesar.
—Es Rosalie. Está sangrando.
Ambas arrancamos en mi Chevy sin siquiera recoger los platos siquiera.
No podía dejar de pensar en varios posibles escenarios terribles: lo terrible que se iba a sentir Emmett si perdía a ese bebé. Lo desolada que estaría Rose, que hasta ahora se había visto tan emocionada y hasta en lo confundido que se encontraría Edward ante aquella posibilidad.  
No era momentos de pérdidas. No ahora, por favor.

*.*.*.*.*
¡Holas, mis chicas! ¡Habemus Actualización!
¡Al fin!!
Y sé que muchas se estarán preguntando el porqué de que me haya ausentado por tanto tiempo. Pues para las que no me siguen en mis redes sociales les informo que hace poco más de un mes tuve una parálisis facial. Al principio no soportaba estar mucho frente a la PC y ya luego me ha costado volver a agarrarle el ritmo a la historia.
Pero aquí estamos! Muy recuperada y con ganas de que los capítulos nuevos terminen de llegar…para lo cual no falta casi nada.
A las chicas que se mantuvieron al pendiente de mi mejoría Muchísimas gracias. Son la mejor parte que todo este proceso de escritura me ha podido dar.
Un megabeso. Nos seguimos leyendo.
Marie C. Mateo