miércoles, 23 de enero de 2013

CORAZÓN DE CRISTAL - Vigésimo Primer Capítulo:



Este separador es propiedad de THE MOON'S SECRETS. derechos a Summit Entertamient y The twilight saga: Breaking Dawn Part 1 por el Diseño.
“Desafíos”

Emmett POV:
¡Viernes de mierda! ¡Día de mierda!
No había logrado concentrarme ni en un cincuenta por ciento frente a las litigaciones que tenía en mis narices. Nada que no fuesen las palabras Rosalie y Padre podían llamar mi atención lo suficiente. Es que ¿Qué clase de padre podría ser para una criatura inocente? Estaba especializado para las disputas legales y para llevar la perfecta vida de un playboy. Pero ahora ya no había vuelta atrás. Rose estaba embarazada de mi bebé y no dejaría que ella recorriera ese camino sola. Aunque se empeñase con toda esa tenacidad que le caracterizaba.
Y más te vale que no lo intentes, Rosalie. No sabes lo obstinado que puedo llegar ser cuando algo me importa.
Las palabras que le había dicho más temprano en su casa no dejaban de resonarme en la cabeza una y otra vez. Ella era terca. Yo también lo era. Menuda combinación de padres seríamos. Pobre criatura. Lo que lo estaba esperando de este lado no era muy prometedor por ahora.
Hacia el final de la tarde le pedí a Lauren que cancelara el resto de mis compromisos. Necesitaba escapar con urgencia de esas cuatro paredes blanquísimas que comenzaban a hacerme sentir claustrofóbico.
—¿Te sientes mal, Emmett? —preguntó solícita cuando le dije que me iría temprano de la oficina ese viernes.
—Descentrado diría yo. Pero aquí no lo voy a lograr y comienzo a desesperarme. Llama a la señora Spencer y dile que nuestra reunión sobre la manutención será aplazada para el lunes.
—El lunes tienes está repleto en tu agenda. Tienes la primera presentación en el tribunal por el caso Green, luego un almuerzo con el fiscal de Portland: el doctor Jameson y finalmente dos reuniones con nuevos clientes. No hay forma de acomodarla a ella ese día.
Lauren era tan eficiente que a veces se me parecía más a una máquina organizadora o un calendario de actividades parlante en vez de una asistente personal.
Asentí extenuado de nada más escuchar la agenda.
—Entonces consíguele puesto lo más cercano posible.
Tecleó en la computadora y me miró por encima de sus gafas.
—El martes hacia el final de la tarde…
—Bien. Que sea el martes. —la corté y me dirigí a la puerta.
Sé que la había dejado confundida pero no tenía más ganas de conversar.
—Emmett ¿Ocurre algo grave? —su voz sonaba sinceramente preocupada.
Me giré para tranquilizarla lo máximo posible. Al fin y al cabo, se lo merecía. Era demasiado considerada como para dejarle pensando que podía haber cometido algún error que pondría su trabajo en peligro o algo por el estilo.
—Es algo importante, Lauren. Algo que yo… no me esperaba. —y me sorprendí a mí mismo cuando mi voz se dulcificó. —Pero no puedo decir que es algo “grave”. Eso sería verlo como algo “negativo”.
No le di chance para que se hiciera más conjeturas, así que solo me despedí y cerré la puerta antes de que cualquier pregunta saliera de su boca. Podía apreciar a mi personal de gran manera, pero me negaba a compartir mi vida privada con ellos. Me gustaba mantener esa parte lo más alejada de mi trabajo por sanidad mental.
Manejé hasta mi casa con prisa y cuando llegué a esta, traté de no encontrarme con nadie. Cerré la mi habitación, dejé el maletín al lado de la puerta, me deshice de la corbata en dos tirones y la tiré a cualquier parte. Suspiré de alivio cuando sentí el impacto del colchón en mi espalda y me coloqué un brazo sobre los ojos.
El sonido de mi respiración estaba comenzando a parecerme demasiado insoportable en lugar de apacible. ¿A quién trataba de engañar? No me podría relajar hasta que no supiese en qué iba a parar mi situación con Rosalie. Todo era demasiado tirante entre ambos y sabía que eso no podía ser bueno ni para ella ni para el-la-bebé. ¿Qué sería? ¿Si era una pequeña…? ¡¿Y si tenía una niña?¡ ¡Por Dios no! La providencia no me podía hacer eso a mí. Estaba harto de lidiar con casos por acoso sexual en diferentes ambientes, con maltrato de género, incluso con asaltos sexuales. No. Definitivamente Rose tenía que tener un varón. O lo más seguro es que terminara representándome a mí mismo en la corte y admitiendo mi culpabilidad por homicidio. Ya me podía ver:
Su señoría, fue en legítima defensa. El pequeño bastardo estaba viendo a mi hija y accidentalmente corté su cabeza. —sí. Que mal me veía.
Mi cerebro no paraba de vomitar situaciones para agobiarme con el espectro del futuro al que no sabía si podría enfrentar. Mentía. Sabía que lo haría, lo que en realidad ignoraba era si saldría victorioso de ello. Y eso me atemorizaba como nada más podría hacerlo hasta ahora.
Entonces mi subconsciente comenzó a reprocharme sin parar: ¿Ves lo que pasa cuando no usas la cabeza? ¿Valió la pena haber pasado un segundo de placer con Rosalie cuando el resultado sería tan desastroso?
—¡Claro que lo valió! —gruñí en voz baja. Luego me quedé estupefacto ante mi reacción tan visceral. Pero lo más abrumador, es que era totalmente cierto.
Sí, todo había ocurrido de una manera errónea. Pero muy contrario a lo que pensé en aquella noche en que pasó todo, Rosalie había hecho que me sintiera como si le importara a alguien. Como si fuese único. Aunque después me había dado a la tarea de destrozar todo a puñetazos, incluído su corazón en el proceso. La verdad es que cuando estaba con ella me sentía en paz mientras que con Bella siempre había en mi interior una guerra de sentimientos: el deseo de tenerla para mí, el remordimiento al saber que Edward la amaba más allá de lo racional, la envidia porque Isabella prefería a mi hermano menor antes que a mí…en fin. Con ella nunca había podido sentir realmente sosiego.
Entonces unos débiles golpes resonaron en mi puerta interrumpiendo mi hilo de pensamientos. Casi le agradezco a quien quiera que fuera por ello. Esme asomó su cabeza y me miró con preocupación maternal.
—¿Pasa algo malo, cariño?
Negué con la cabeza.
—¿Entonces por qué has llegado directo a tu habitación, sin tan siquiera avisarnos que estabas en casa? ¿Te sientes mal?
—No, mamá. Solo fue un día difícil.
Se paró en el umbral respetando mi espacio personal. No la había invitado a pasar.
—¿Quieres hablar de eso?
Ni siquiera la dejé terminar.
—No. Solo necesito pensar.
Su mirada se volvió triste aunque  sus labios se esforzaron en hacer aparecer una sonrisa tranquilizadora. Cuando hubo cerrado la puerta tras de sí, me sentí aún peor. Últimamente me estaba haciendo un especialista en hacer sentir mal a las mujeres. ¿Me estaba volviendo un bully emocional? No era de manera intencional pero dudaba que eso fuese una justificación.
Hastiado de tanta diatriba mental decidí darme una ducha para despejarme, pero resulta que ni el agua ni el champú limpian rastros de preocupación. Solo de suciedad y un poco de cansancio pero más nada. Aún bajo la alcachofa de mi baño, no podía dejar de pensar sobre lo que estaba ocurriendo y para completar el rompecabezas mental que tenía en ese momento, vino a mí la imagen de una Esme tristona.
No pude evitar compar esa expresión cuando de adolescente me metía en problemas en la escuela por el simple placer de hacerme notar. No es algo fácil cuando se tiene un hermano autista que demanda tanta atención y cuidados de parte tanto de padres como de médicos y hasta enfermeras. Varios años de psicoterapeutas después, entendí que mi comportamiento era debido a mi necesidad ávida de atención.
Finalmente y después de todas las reprimendas de mis padres, de los profesores y de las orientaciones del psicólogo de la preparatoria; conseguí corregir mi camino y hacerme con una carrera. El prestigio que envuelve a un abogado Cullen; mucho de este heredado gracias a la trayectoria de Carlisle; suele atraer tanto dinero como mujeres. Pero a diferencia de mi padre, yo no me resistí a los encantos de ninguno de los dos. Así que mi vida fluctuaba entre trabajar como un adicto, parrandear como un universitario en vacaciones de primavera y follar como una máquina. Pura necesidad de desfogue, nada de sentimientos de por medio.
La vida en Seattle había sido bastante buena conmigo. Pero después de un tiempo, ese placer vacío que durante años me sedujo con bastante éxito, se me tornó aburrido. Así que volví a casa solo con lo necesario. Un poco de ropa y mi inseparable laptop. En Portland seguían esperando por mí varios trajes de diseñadores, un apartamento de soltero espectacular y una colección de numerosos revolcones entre las sábanas de mi inmensa cama. Antes me aterraba volver a esa rutina vacía. Ahora simplemente me parecía que estaba a años luz de poder volverme un adultolescente como lo había sido allá.
Iba a ser padre.
Mi vida había dado un giro de 180° y no estaba seguro de que todo fuese para mejor.

*.*.*.*.*
Me levanté sobresaltado por otros golpes en mi habitación. Carlisle estaba colocando una charola con comida en una de las mesitas de noche que flanqueaban mi cama. Tomó asiento a mi lado sin esperar ni pedir mi aprobación. Era tan diferente a Esme…
—Como esto de no bajar a comer se te está haciendo un hábito, pensé en traerte la comida. Las soluciones a los problemas tienden a ser más lógicas con el estómago lleno. —meneé la cabeza y hasta sonreí un poco.
Una deliciosa y humeante pechuga de pollo asada acompañada de ensalada fresca hacían retorcerse a mis tripas. Tenía hambre. Mucha.
—¿Según quien? —pregunté agarrando la charola, trozando un pedazo de pollo y metiéndomelo a la boca. ¡Benditas sean Alice y sus manos!
—Según yo. —bromeó.
—No sé porqué, pero me figuré que dirías eso. —y hasta allí llegó la conversación.
Devoré la comida más que comí. El zumo de naranja me lo bebí en unos cuantos sorbos y durante lo que duró la comida, Carlisle miró a mi alrededor esperando que rompiera mi silencio. Sabía que no se iría hasta que no rompiese mi mutismo. De alguien había heredado la terquedad y ahora sabía de quién.
—¿Sabes? Hoy fue un día terriblemente largo. —empezó él con  el tedio de quién está dando la hora por décima vez. Solo deseaba venirme a casa y descansar, por lo cual te pido que hables antes de medianoche. En serio necesito dormir.
—¿Qué quieres que te diga? —mi tono era mordaz.
—¿Qué pasó con Rosalie? Parece que ella es la única capaz de ponerte en este estado.
—¿Cuál estado?
—Taciturno, malhumorado, distante. Puedo hacer la lista más larga. ¿Quieres? —su mirada me sugería que tenía más apelativos bajo la manga.
Meneé la cabeza desesperado.
—No sé cómo lidiar con esto. Así que prefiero guardármelo hasta que encuentre una solución.
Se inclinó hasta que sus codos se posaron en sus rodillas y me vio a los ojos con toda esa sabiduría paternal que Carlisle poseía.
—Si no sabes cómo lidiar con lo que estás pasando, es difícil que puedas conseguirle una solución, como dices querer hacer antes de hablar. Quizás si me cuentas lo que te preocupa, entre los dos podamos buscarle una salida a lo que tanto te preocupa. —la solemnidad de las palabras que me dijo a continuación me dejaron boquiabierto. —La paternidad concede cierto grado de sabiduría a través tanto de los años como de las experiencias vividas. Las buenas y malas. Ambas enseñan por igual solo que con diferentes cuotas de dolor.
Me repasé el cabello corto de delante atrás con brusquedad en una clara muestra de exasperación. Tenía ante la posibilidad de hablar, pero de repente me sentía como un adolescente que le diría a su viejo que acababa de meter la pata.
—Rosalie y yo…ella es… —susurré con voz temblorosa mientras me veía los dedos de la mano. No era capaz de mirarlo a los ojos. —Rose está embarazada. —mi padre respingó. No lo había visto pero sí lo había sentido en la cama. —De mí.
Y entonces, para mi propia vergüenza personal, hice algo que no hacía desde hacía demasiado tiempo, lloré con tanta desesperación que podía escuchar mis penosos jadeos como si fuese un niño de seis años.
Carlisle me dejó desahogarme todo lo que quise sin decir ni una palabra.
—¡¿Qué clase de padre voy a hacer?! Cuando mi hijo me pregunte acerca de cómo vino al mundo ¿Debo decirle que por accidente? ¿Qué estaba enamorado de una mujer que no era su mamá? La cual por cierto no me correspondía porque casualmente ¡Era la mujer de su tío! Si Rose me detesta ¿Cómo sé que no me odiará mi propio hijo?
Cuando conseguí sosegarme, levanté los ojos hacia mi padre que me miraba tranquilo a pesar de lo que le había confesado.
Contrario a todo lo que creí posible que hiciera, Carlisle me haló de un hombro y me estrechó con fuerza entre sus brazos; como si fuese un niño pequeño que necesitara protección y consuelo. De repente me encontré pensando que medía un metro con veinte en vez de un metro ochenta y cinco.
Pasado un momento, se apartó de mí lo suficiente para poder ver directamente a mis ojos y decirme con seguridad:
—Nadie conoce el futuro, hijo. Y la paternidad no es una de esas cosas que sea fácil de llevar, ni aunque te leas todos los libros del mundo sobre el tema. Los niños no vienen con manuales que te indiquen como debes tratarles, alimentarles y cuidarles; eso debes de aprenderlo sobre la marcha. Es como toda experiencia en la vida. Ensayo y error. —apretó una de mis muñecas con fuerza. —Lo más importante es que no eludas tu responsabilidad como padre, aunque se te presenten situaciones que sientas que te superan. Eso te dirá la clase de padre que eres.
—¿Por qué me miras así? —le pregunté sin pensarlo.
—¿Cómo te veo, Emmett? —se mostró solo un poco confundido. Palabras claves: solo un poco.
—Tan tranquilo. Como si no hubiese cometido un error garrafal. Como si no te hubiese decepcionado.
—Porque no lo has hecho, hijo. —respondió seguro y antes de que pudiese preguntarle otra cosa me respondió: —En ningún momento me has dicho que le pedirás que aborte o que lo abandone. Que no lo reconocerás o que te niegas a responsabilizarte del bebé.
—Yo no haría eso. —le aseveré.
Asintió sonriendo.
—Lo sé. Por eso no tengo nada porqué decepcionarme de ti. Quizás ahora no es el mejor de los momentos, pero a veces las cosas pasan por una razón. Y en tu caso, me parece que el hecho de que pasara ahora tiene mucho sentido.
Su comentario me pareció me pareció enigmático.
—¿Ah sí? ¿Y por qué? —los papeles de confusión se habían invertido.
Su mirada fue del tipo que parece decirte que te creía más inteligente. Luego se encogió de hombros y me sonrió malicioso.
—Pensé que lo sabrías. O al menos lo habrías supuesto. — dijo Carlisle.
—No, papá. No sé por qué lo dices.
—Entonces dejaré que lo averigües solo. —puso una mano al lado de su boca como si me dijera un secreto y habló en susurro como si alguien pudiese oírnos. —Suele causar más impacto cuando ocurre de esa manera.
¡Arg! ¡Que frustrante!
—Por cierto, hijo. Tu madre se ve bastante afligida. No me dijo que era por ti, pero la preocupación de ella en su voz cuando pregunté si bajarías a cenar, me dejó claro que sí lo era. Comprendo que este es un tema delicado y que lo debes manejar como te parezca mejor, pero creo que tu madre se siente dejada de lado. Habla con ella. —lo último no fue una petición. Fue una orden.
Conocía lo suficiente a mi padre como para pensar que le mencionaría a la primera oportunidad algo de mi conversación a Esme, pero también lo conocía bastante como para creer que pasaría por debajo de la mesa algo que le afectase. La amaba y la protegía demasiado. Siempre había sido así.
—Hablaré con ella, papá. Te lo prometo. —aseguré.
Asintió complacido.
—Gracias, hijo. —insistió en tomar la charola pero no le dejé. Así que me vi forzado a salir de mi cuarto e ir a la cocina. Allí estaba Alice toda sonriente y envolviéndose en una mullida chaqueta porque ya casi era hora de irse. Antes de que poder ofrecerme a llevarla hasta su casa, me comentó que Jasper vendría a buscarla; así que me tragué mi oferta.
Luego recordé que Jasper era hermano de Rose ¿Qué debía hacer? ¿Le diría de una buena vez? ¿Rosalie ya le habría dado la noticia? Pero en un momento de celestial iluminación me vino a la mente una respuesta: debería preguntarle a ella. No podía inmiscuirme en su familia sin su previa autorización. Eso podría empeorar nuestra situación así que preferí no hacerlo.
Pasé por el salón de estar y vi a Edward repantigado en el sofá viendo  televisión. Tenía el volumen un poco alto y estaba boquiabierto. Miré hacia la pantalla y vi al Capitán Barbosa preguntándole a la señorita Elizabeth Swan si creía en fantasmas. Piratas del Caribe: La maldición del Perla Negra. Por su expresión y su ensimismamiento me di cuenta que de allí no lo levantaría ni Dios.
Aún así hice la prueba por mera curiosidad.
—Hola, Edward. —y entonces un pino hubiese sido más demostrativo de atención a mis palabras. Levantó la mano en un gesto ausente y la sacudió en un intento de saludo.
Meneé la cabeza y crucé el espacio hasta llegar al patio buscando a…sí, allí estaba. Esme estaba sentada en un moderno mueble de mimbre teñido en marrón oscuro con un libro entre las manos  la expresión pensativa y triste. Al menos no lloraba. No sabía cómo lidiar con una mujer llorando (¡Y eso que en mi oficina había visto algunas!), mucho menos con ella. ¡Demonios no sabía ni cómo actuar con las mías! Admiraba a Carlisle por saber llevar todo eso con tanto temple.
Toqué el vidrio del la puerta para alertarla de mi presencia. Ella volteó y se sorprendió de que fuese yo. Bueh, hoy parecía un buen día para sorprenderse.
—¿Interrumpo?
Ella negó con su cabeza y su exquisito cabello color caramelo se batió a la par de la brisa que pasó.
—¿Qué lees, mamá? —pregunté a falta de saber cómo comenzar la conversación.
—Es solo Jane Eyre. Una vez más.
Sin saber cómo responder a eso tampoco, me limité a asentir y responderle con cara de idiota: —Ah. Vale. —me toqueteé el cabello —Creo que no está muy interesante, porque estabas mirando al vacío.
Sonrió algo triste y me quise patear el culo a mí mismo en ese momento.
—Es muy bueno, pero me distraje un momento pensando.
—¿En qué pensabas? Porque te veías triste. —me lancé de frente.
Abrió sus ojos desmesuradamente y luego volteó sonrojada hacia cualquier lado.
—Eh…pensaba en…
—¿En mí? —le interrumpí. Ella me miró y su sonrojo se acentuó, sin embargo no me contestó así que continué: —¿En lo idiota que fui más temprano?
Me acarició la mejilla mientras me miraba horrorizada.
—Yo nunca pensaría así de ninguno de mis hijos. Jamás.
—Cuando escuches lo que tengo que decirte quizá y cambies de opinión. —agregué con una sonrisa temerosa.
Giró su cabeza hacia un lado y frunció el ceño en un gesto de confusión.
—¿De qué hablas?
Tomé un largo respiro y lo solté:
—Que lo que le pasa a Rose está estrechamente relacionado conmigo. —sacudió su cabeza aún más confundida que antes. —Vas a ser abuela. Ella está esperando un hijo mío.
Sí, bueno…otra sorprendida más. Únete al club, mamá.


Bella POV:

—¡Alice, llegó la pizza! —grité desde la puerta de la casa. A veces no podía evitar pensar que era lo único que se comía en esta casa cuando venían los chicos.
—¿Puedes pagarle tú, Bella? ¡Luego te doy el resto porque estoy llena de pintura hasta en los dientes!
—¡No! ¡Esta la pagas tú!
La pobre criatura bajó por las escaleras con todas las manos llenas de pintura rosa y unos salpicones en su cara de duende. Bajaba con cara de confusión pues yo nunca le había dicho nada así…y se le quitó justo cuando vio a Jasper en el umbral cargado con dos cajas inmensas de pizza. Sus ojos azabaches se iluminaron y corrió hasta él para besarle en los labios con ternura.
—Sí. Yo le pago a este chico la pizza. —dijo encantada.
Me encogí de hombros.
—Sí, a eso mismo me refería. No pensaba pagarlas yo. —me carcajeé cuando ella me sacó la lengua en un gesto infantil.
Fui hasta el auto para sacar las botellas de coca cola y el sixpack de  Corona que Jazz me había dicho que había comprado.
—¿Y cómo van, chicas? —preguntó el novio de mi amiga recargado en una de las encimeras de la cocina. Alice suspiró bruscamente y yo puse los ojos en blanco. —¿Tan mal?
Opté por responderle yo.
—Velo de esta manera y saca cuentas: Alice tiene más pintura en sus manos que en las paredes de su cuarto y yo solo he pintado una pared la cual quedó horriblemente veteada. Parece como si hubiese humedad en los muros.
Se carcajeó exquisitamente y se cruzó de brazos.
—O sea que esto de la pintura y el bricolaje no es lo suyo.
—No. —respondimos al unísono Alice y yo.
—Vaya. —se impulsó hacia la mesa, en donde estaba la comida. —Pues son afortunadas por tenerme, pero primero comeremos.
En ese momento sonó la puerta y le dije que se adelantaran.
Debía ser mi ángel. No era como si esperaba que me ayudara demasiado pintando pero sí que quería pasar el fin de semana completo con él.
Abrí la puerta y me quedé boquiabierta.
¡Ahí estaba Paul! Cargado con unos rodillos y algo parecido a unas esponjas. Todo metido dentro de un balde de plástico en el que también había un pequeño frasco del que ignoraba completamente su contenido.
—¡Hola, Bella! —me saludó animadamente.
—Hola, Pa..Paul. ¿Qué haces aquí?
Su deslumbrante sonrisa contrastaba con su brillante piel bronceada. Tan típica de los quileuttes.
—Cuando hablamos por teléfono esta mañana me dijiste que estarías pintando, así que pensé en pasar y echarte una mano. —un tenue rubor cubrió de rosa sus mejillas haciéndolo parecer más un niño avergonzado que un chico de casi dos metros de altura. —Ya sabes…tú me diste esos libros sin aceptar ni un centavo y…
—¡Oye, yo no quiero que me los pagues! —repliqué.
Encogió uno de sus hombros y sonrió tímido.
—Lo sé. Pero quería hacer algo por ti. Y… —¡Ay Dios! ¿Ahora qué? —Y pedirte un consejo. Si no es demasiada molestia.
Lo dejé pasar pero no tenía ningún sitio en donde ofrecerle asiento pues tenía mi diminuta sala repleta de camas desarmadas, colchones, mesas de noches, cómodas, lámparas, etc.
—¿Un consejo sobre qué? —me recargué contra el colchón de la cama de Alice. Él se paró en frente de mí con expresión dudosa. —Dime, Paul. Puedes confiar en mí. ¿Tienes problemas con la carrera de enfermería? —se apresuró a negarlo —¿Entonces?
Su expresión se volvió una extraña mezcla de confusión y tristeza.
—Ella volvió, Bella. Rachel. Mi ex-novia volvió.
Vaya. Ya podía imaginarme por donde vendrían los tiros.
—Oh, Paul. ¿Quieres pasar y comer algo? —negó con la cabeza.
—Ya comí antes de venir.
—Bueno, igual acompáñame a la cocina porque yo no he almorzado.
Asintió y pasamos a la cocina. Presenté a Jasper, y noté como se relajó cuando después de unos minutos notó que Paul no miraba a Alice en lo absoluto. ¡Hombres! Lo cavernícola les viene en el ADN. Mi amiga por su lado fue un poco reacia a aceptarlo al principio por lo que adiviné que era lealtad a Edward, pero como su novio, pasados unos minutos se relajó y pareció no darle importancia a la presencia de Paul. O quizá su alivio se debió a que se dio cuenta de que hablábamos sin cesar sobre la ex de mi amigo. Edward tenía a una defensora en ella.
Y hablando del gato…
Mi ángel se apareció en el umbral de mi casa acompañado por Esme. Saludé a ambos con un beso…solo que en sitios y con efusividades distintas.
Esme nunca había estado en mi casa y me avergonzó que justo tuviese que verla cuando estaba patas arriba. Más a ella no pareció importarle en lo absoluto. Mi ángel por su parte…no se encontraba nada feliz al haber encontrado a Paul en la mesa de la cocina. No me soltaba la mano y tenía el ceño fruncido. Lo miraba de reojo y trataba de no reír al verlo tan enfurruñado y territorial conmigo. Carlisle no tardó en unírseles, luego de aparcar el auto y traernos una exquisita cheesecake con fresas que habían comprado en la pastelería del pueblo cuando venían de camino.
El maduro y rubísimo padre de mi novio me dijo que iría a almorzar con Esme y que harían unas compras, por lo cual no se quedaron demasiado en casa. Les ofrecí algo de beber pero lo rechazaron y posteriormente se fueron.
El teléfono de Alice sonó en su pantalón y ella salió de la cocina para hablar con comodidad. Nos quedamos Jasper, Paul, mi ángel y yo.
—¿Quieres pizza, ángel?
—Sí. —seguía enojado.
Entonces pensé una pequeña estrategia para quitarle esa animadversión que sentía por mi pobre amigo Paul que en nada se merecía ser el blanco de los celos de Edward.
—Paul, creo que ya conocías a Edward Cullen. Mi novio.
Le sonrió cálido y le tendió una mano.
—Paul, hermano.
Mi ángel le estrechó la mano pero lo miró con el ceño aun más fruncido, esta vez por la confusión.
—Edward, y yo no soy tu hermano.
Traté de ahogar una risita tonta tras ver la cara descolocada de Paul por la respuesta de mi ángel. Así que procedí a explicarle.
—Edward, es un autista de alto rendimiento. —lo vio sorprendido. —Y las sutilezas no están en su lenguaje. En muchas ocasiones no entienden las bromas o el sarcasmo, incluso jergas que para nosotros sería algo normal. Él es más literal al significado de las cosas. —me sentí obligada a justificarlo. No quería que el pobre muchacho fuera a hacerse una idea errónea acerca de mi ángel.
Pero para mi alivio, Paul comprendió todo y se relajó en su silla. La incomodidad que pareció sentir por la presencia de Edward se disolvió en ese instante y me agradó ver que en ningún momento lo examinó como si fuese un esnob o alguien a quién tenerle lástima. Se notaba que tenía muchas dudas pero lo admiré aún más por su discreción  callárselas y limitarse a vernos interactuar.
Acaricié la mano de Edward con cariño y coloqué un plato delante de él y unos cubiertos mientras le explicaba la presencia de Paul allí. Pasaríamos muchas horas juntos así que no me convenía tener a un novio malhumorado pululando por la casa.
—Ángel, Paul es un amigo al que le regalé unos cuantos libros de enfermería. ¿Lo recuerdas?
—Sí. —ni más ni menos. No estaba de ánimos para mucho. Contuve la risa y continué.
—Bien. Pues él quiso venir a ayudarme a pintar la casa en agradecimiento por habérselos dado. —miré hacia Paul —Cosa que no hace falta, pero es un bonito detalle. Además vino a pedirme ayuda para un problema que tiene. Solo eso.
Entonces Edward giró su cara hacia el otro lado de la mesa con preocupación.
—¿También estás enfermo y vienes para que Bella te ayude? —preguntó con inocencia.
Mi inesperada visita le sonrió con comprensión y algo de diversión en sus ojos.
—No, Edward. Vine a pedirle un consejo con un problema personal que tengo. La chica que amo volvió a mi pueblo y…es algo muy complicado.
—¿Es tu novia?
—Solía serlo. Pero rompimos.
—¿Por qué? ¿No te quería?
Y así, de una manera bizarra y algo desdichada, al menos para Paul, comenzó una extraña amistad. Edward se había metido a Paul en un bolsillo con sus preguntas llenas de una curiosidad casi infantil y el otro se ganó a Edward respondiendo a sus dudas con suma paciencia. Además de que le contó sobre todos los atractivos de La Push. Mi ángel se revolvía inquieto en la silla mientras picoteaba un pedazo de pizza mientras Paul se explayaba exaltando los encantos de su reserva, las leyendas de sus ancestros y lo divertido de lanzarse desde los acantilados.
Jasper que los escuchaba entretenidos conmigo se me acercó un poco y me susurró al oído: —Han creado un monstruo. Y este no te dejará en paz hasta que no lo lleves a la reserva para que constate todo con su propia vista.
Puse los ojos en blanco y mordí un pedazo de mi pizza.
—Lo sé. —respondí con la boca algo llena imaginándome lo difícil que sería entretenerlo en nuestras futuras citas en un pueblo tan aburrido como el pueblecito de Forks.

*.*.*.*.*
Hay algo que los científicos nunca nos han explicado a las mujeres ¿Por qué los hombres cuando se trata de labores de reconstrucción-remodelación y afines en una casa son tan buenos? ¿Por qué ese talento nato que tienen se deriva en soberbia? ¿Y por qué no tienen suficiente paciencia con nosotras cuando nos inmiscuimos en estas?
No lo sabía. Así que Alice y yo tras casi lograr que tanto a  Jasper como a Paul ¡e incluso Edward! Les diese una úlcera por nuestra falta de aptitudes “como pintoras” decidimos emigrar hacia la cocina para mantener sus estómagos llenos con tentempiés exquisitos preparados por ambas. Yo guiada por Alice, por supuesto. Y mantener también su sed a raya. Nos turnábamos para subir a llevarles limonada bien fría, cervezas (a Edward no, por supuesto), coca colas, té helado y una variedad de comida para picar. Ellos no parecían necesitarnos y nosotras estábamos más que encantadas de no lidiar con esos ladinos rodillos que nos salpicaban toda la cara de pintura, los brazos, las manos…en fin ¡Todas nosotras!
A la hora de la cena preparamos unos churrascos de carne en el grill de la cocina y lo acompañamos de una ensalada y puré de papas. Una botella de merlot fue el acompañante perfecto. El postre constó de helado de chocolate con menta. y para mi ángel, también galletas de canela. Paul las probó y las amó, tanto que le tocó a Edward establecer su territorio sobre a quién le pertenecía el monopolio de galletas preparadas por Alice:
—Dos y no más. Alice las hace para mí. —y dicho eso se quedó tan ancho como si hubiese estado hablando del clima.
Todos en cambio estallamos en carcajadas y un Paul risueño no pudo más que conformarse con las dos galletitas que Edward le había dejado comer de más.
A las nueve de la noche Paul se retiró, prometiéndonos que vendría al día siguiente para seguirnos ayudando. En mi fuero interno estaba segura que lo haría tanto para evadir a su Rachel como para disfrutar de la camaradería que había establecido con Jazz y Ed.
Camaradería que no pareció afectarse con el hecho de que Edward no fuese de tanta ayuda a la hora de pintar. En un momento se escabulló hacia la sala en la cual se topó con una caja repleta de revistas viejas que luego tiraríamos. Pasó muchísimo tiempo mirando entre las hojas de la National Geographic. Cada tanto llamaba mi atención o la de alguien más para que compartiéramos su interés ante las impresionantes fotografías. Jasper le prometió una suscripción para su cumpleaños. Mi ángel no podría parecer más emocionado.  
Hablando de nuestros hombres…nos fuimos a bañar cada pareja a un baño apenas terminaron de llevar los colchones a las habitaciones, sin las camas por supuesto, dormiríamos en el suelo. Aquello no hizo demasiada gracia a mi ángel, pero me sorprendió al no insistir en el tema. Alice y yo vestimos los huérfanos lechos y los alcanzamos en las duchas. Ella en la de la habitación secundaria que se empeñó en cambiarme y yo en la habitación principal a la que tuve que volver a mudarme. Encontré a Edward peleándose con una mancha de pintura sobre los vellos de su antebrazo izquierdo.
A pesar de encontrarse sumamente concentrado en su pegote cuando me vio totalmente desnuda se comenzó a empalmar. Sus pupilas se dilataron un poco y las aletas de su nariz se agitaban con más prisa que antes. Pasé, cerré la cortina de plástico, tomé una esponja, la llené de jabón líquido que tenía en un dispensador pegado a los azulejos de la ducha y procedí a lavarle. En cuatro pasadas ya le había retirado la mancha.
—Cierra los ojos, ángel. —lo hizo y proseguí a lavarle con delicados círculos los restos de pintura adheridos a su hermoso rostro. Me reí en silencio sin que él pudiese verme por lo tierno que se le veía frente a mí, un poco encorvado para que yo pudiese alcanzarle y confiando en mis cuidados. Suspiré cursi…mi dulce ángel pintor. No tenía la menor idea de cómo arreglar una casa, sin embargo estaba allí para ayudarme con la mía. A pesar de que le dieran asco as manchas de pinturas en su piel.
Enjuagué su cara con mucho cuidado de que el jabón no entrase en sus ojos y antes de que abriera sus ojos ya estaba pegada a sus labios agradeciéndole en silencio que me cuidara a su manera.
Su lengua entró en mi boca y demandó atenciones que yo estuve más que dispuesta a darle. Mis manos enjabonadas paseaban por sus hombros pecosos lavando los restos de pintura, sudor y perfume que se había colocado más temprano. Clavé mi nariz en su cuello e inhalé ese exquisito olor masculino que se había quedado en su cuerpo. Sus dedos viajaron a mis pezones y los acariciaron con suma delicadeza. Como si de algodón se tratara. Me empujó hacia la alcachofa de la ducha e hizo que me empapara mientras que sus dedos seguían su sensual masaje. Cerré los ojos y me abandoné a la sensación de sus ¡Oh benditos labios! En mis pechos. Empuñé sus cabellos y me aferré a ellos para no desvanecerme en el piso. Una humedad distinta a la del agua tibia se colaba de entre mis muslos. Una que me preparaba para la invasión que se avecinaba, una que disfrutaba más que cualquier otra cosa en el mundo.
Bajó su boca trazando un hilo de besos que pasaron por mi ombligo y que se detuvieron cuando llegaron a mi clítoris.
—¡Ángel! —susurré desesperada.
—Quiero besarte aquí. —me retorcí al sentir un círculo delicado sobre el pequeño capullo.
Lo miré con la mirada nublada de deseo.
—Puedes…hacerlo…ángel. Sabes que…soy…tuya.
Sus dedos índice y medio no dejaban su tortura. Además que había algo oscuramente erótico en tenerlo de rodillas queriendo darme placer a mí. Un ángel de rodillas frente a una pecadora. Irónica y equivocadamente perfecto.
—Mía para hacer lo que quiera contigo. —sonrió satisfecho. Abrió mis labios y chupó.
El cielo realmente existía y estaba en la boca de Edward. Mi Edward.

*.*.*.*.*
—¡Más fuerte! —gemí mientras mi ángel se movía dentro de mí.
Estábamos acostados ya en mi habitación aunque la ropa de dormir se había quedado sobre una silla al lado de la puerta, las toallas tiradas en algún lugar del suelo y el edredón a nuestros pies; en el piso; esperando a que terminásemos nuestro sexy maratón para poder darnos calor.
Edward jadeaba descontrolado en mi oído e incluso en algunas ocasiones escuché el chirrido de sus dientes mientras se movía rápido y profundo. Golpeando y tomando. La  unión de nuestros cuerpos desnudos se hacía sonora en el espacio de ese cuarto casi vacío y nos envolvía en un aura exquisita y sensual.
Clavé mis uñas en su trasero y lo moví aún más profundo. Él gruñó y embistió aun más fuerte. Sentí el nudo de calor formándose dentro de mí. Incitando a todo mi cuerpo a que se arqueara y recibiera todo lo que mi hombre tenía para mí. Y exploté de manera irremediable. Las convulsiones de mi interior incitaron el éxtasis de Edward, se derramó en mi interior reclamándome como suya.

*.*.*.*.*
—Tengo unos rasguños en mi trasero. —se quejó Edward contoneándose tanto como podía para verlos.
Sonreí recargada sobre mi mano.
—A ver, ángel, enséñame.
Tenía unas líneas rosas que surcaban sus blancas y prietas nalgas. Casi me sentí culpable al verlas. Casi, porque una parte de mí sonreía satisfecha al verlo marcado por mí. Necesitaba terapia con urgencia.
—Me escuecen. —dijo sobándose.
—¿Mucho? ¿Quieres que te unte alguna crema?
Meneó la cabeza.
—Quiero dormir. Estoy… —bostezó formando una perfecta O con sus labios. Lo miré con ternura. —cansado.
Se apretujó a mi lado y nos cubrí a ambos con mi edredón.
—Buenas noche, ángel. —murmuré sobre su pelo.
—Buenas noches, mi Bella. —contestó antes de que sus ojos se terminaran de apagar.
 Apenas había dormido un par de horas cuando sentí unos labios en la curva de la mandíbula. Me apretujé contra Edward…
—Que buen comienzo de domingo, ángel. —y en pocos minutos ya lo tenía de nuevo en mi interior.
Me estaba volviendo insaciable cuando de su cuerpo se trataba.

*.*.*.*.*
El lunes Alice, Edward y yo salimos temprano para casa de los Cullen con normalidad. Jasper se había ido el domingo por la tarde porque tenía que ocuparse de su pequeña Charlotte. Paul volvió al día siguiente y la agenda se mantuvo más o menos igual al sábado, solo que también tuvo que volver temprano y aprovechó el aventón que Jasper le dio.
Así que esa mañana desayunamos y arrancamos en mi vieja Chevy. Edward se quejó porque el viejo equipo de sonido no agarraba bien la señal de las estaciones radiales y Alice se burlaba de mi pobre máquina.
—Digan lo que se les dé la gana. Pero esta vieja cafetera es lo que evita que se vayan a pie hasta la casa Cullen, par de malagradecidos. —protesté. Aunque fue en vano puesto que tanto mi ángel como mi amiga seguían despotricando de mi destartalada camioneta.
Cuando llegamos, nos encontramos a Esme en el islote de la cocina con una llorosa Rosalie. Ambas tenían una taza blanca de cerámica en la mano. Algo malo había pasado…¡Oh mierda! ¿Por qué en esta casa no se podía bajar la guardia? Parecía que viviéramos en una especie de serie de drama o algo así.
Quise dar media vuelta e irme pero Rosalie nos llamó a todos e hizo que nos sentáramos. Hasta a Edward. Temí por lo que fuesen a decirle.
—No sé de qué vamos a hablar pero…creo que depende de que tan grave sea prefiero ser yo quién se lo comunique a Edward.
Él se giró preocupado hacia mí.
—¡No! Yo quiero saber porqué Rosalie está llorando.
Me coloqué detrás de en menos de un suspiro. Puse mi mano en la parte baja de su cintura y escuché.
Rosalie intentó sonreír pero en sus ojos había tanta tristeza que no podía convencer aunque lo intentaba con todas sus fuerzas. Acercó su mano hacia Edward y le estrechó la de él.
—Lloro de felicidad, Edward, porque…hay un bebé creciendo en mi interior. —y la petrificada fui yo entonces. —Vas a ser tío.
Alice estaba boquiabierta, Esme solo se veía un poco tristona. Sin embargo no podía disimular la risita de ilusión que pendía en sus labios. Yo seguía con cara de no creer lo que escuchaba, aunque en el hospital lo hubiese sospechado. Edward estaba pensativo.
—Si va a ser mi sobrino es porque…¡Oh! —la miró con una ceja enarcada —¿Perdonaste a mi hermano por portarse mal contigo?
Rosalie sacudió su cabeza sin poder entender.
—¿De qué hablas, Ed? No lo comprendo. —su voz se volvió ronca por la expectación.
—Emmett ha estado muy triste por ser un idiota contigo. Él mismo me dijo eso. ¿Le perdonaste? ¿Por eso van a tener un bebé?
Una vez más, en la cocina de los Cullen donde se habían dado tantas situaciones diferentes, un autista. Mi Edward, nos dejaba totalmente pasmados con su forma de ver el mundo.
Quizá si viéramos las cosas desde su punto de vista se nos haría más fácil perdonar y seguir adelante con nuestras vidas. Pero lamentablemente no éramos como mi ángel.


*.*.*.*.*
Hola, mis chicas. Primero que nada quiero pedirles disculpas por actualizar tras dos semanas de ausencia.
Segundo, quiero agradecerle a todas y cada una de laschicas que dejaron mensajes en mi muro o en el grupo de facebook llenos de ánimo y compresión. No saben cuánto lo aprecio.
Para las que no lo saben, hace un parte de semanas atrás perdí de forma inesperada a mi perra más pequeña y fue un golpe anímico bastante duro para mí. Y me tomó unos cuantos días volver a ser persona, y unos cuantos más a decidir sentarme frente a la computadora. Y la verdad, es que en este último mi principal motivo fueron ustedes. Básicamente.
Ahora estoy mucho, mucho, mucho mejor. Ya he ido asimilando lo que pasó y trato de verlo de la manera más optimista posible.
De nuevo: Gracias a todas por su apoyo invaluable.
Tercero: Para las que habían leído ya esta historia podrán encontrar que poco a poco voy borrando las comparaciones de Aspies y Autistas de Alto Funcionamiento. Y esto se debe a qué algunas de ustedes me han hecho ver sus puntos de vistas sobre si son o no la misma cosa.
Solo agregaré que en mi muy corta experiencia leyendo sobre el autismo, he llegado a la conclusión de que en ambos temas quedan demasiadas cosas por decirse aún. Creo firmemente en mantenerme neutral en que ambas pueden ser o no la misma cosa, así como lo sostienen muchos especialistas. Solo el tiempo y las investigaciones pertinentes nos darán las respuestas pertinentes. Y me atrevo a pedirles una cosita: Ténganme paciencia, por fis. Desde el principio he dicho que no soy una especialista en el tema ni nada parecido. Solo soy alguien que se embarcó en la idea de plasmar en letras unos personajes que vinieron a mi cabeza, y que me pidieron que contara su historia. Trato de hacerlo lo mejor que puedo.
Un mega beso para todas. Nos seguimos leyendo.

Marie C. Mateo











domingo, 20 de enero de 2013

TIRANO - Décimo Capítulo:



Este separador es propiedad de THE MOON'S SECRETS. derechos a Summit Entertamient y The twilight saga: Breaking Dawn Part 1 por el Diseño.



 “Arpía”

Bella POV:
El tiempo apremiaba más de lo normal. Estábamos a solo unas horas del evento de caridad y; por supuesto; ocurrieron varios problemas de último minuto. Así que Edward y yo tuvimos que separarnos y buscarle soluciones cada uno por su lado. No teníamos tiempo para unir criterios, por lo que él había pasado todo el día en Coney Island y yo en Le Cirque afinando los detalles restantes.
Eran las seis y media de la tarde cuando recibí una llamada de él.
—La momia Swan habla. —medio bromeé mientras me sentía sumamente tentada en acostarme en el asiento trasero del BMW en el que solía transportarlo su chofer: Embry.
Su risa de fondo; aunque extenuada; sonaba grácil y sexy. Tal cual como él.
—¿Podrá pasar la momia Swan cuando termine lo que está haciendo, por mi humilde morada para…quitarle todas esas molestas vendas?
—¡Ni en sueños, Edward! tengo que armar los regalos de los invitados VIP. De hecho la pobre Angela ya está en mi departamento clasificándolos para cuando yo llegue ponernos a armarlos cuidadosamente. Tú mejor que nadie sabe cuán melindrosa es la clase alta. —murmuré con malicia.
—¡Y que lo digas! —suspiró cansino y volvió a hablar con seriedad —¿Entonces no vendrás esta noche?
—Nop. No puedo, Edward. No sé a qué hora termine y lo más probable es que caiga muerta en la cama cuando terminemos. Dale a Lizzy un besito de buenas noches por mí. —murmuré por lo bajito, pues no me sentía cómoda hablando por teléfono de eso con Embry al volante. >>Hablando de choferes…<< —Espero que no estés hablando por celular y manejando.
—No lo estoy haciendo. —aseveró. —Ya estoy en casa. Embry me trajo antes de irte a buscar.
—Cosa que no hubiese sido necesaria si hubieses dejado que viniera en mi Nissan.
—Tendrías que haber ido a tu casa para buscarle y luego irte a hacer lo de Le Cirque. Te supondría una gravísima pérdida de tiempo.
—Yo creo que es más tu aversión por mi auto lo que genera todas esas atenciones desmesuradas.  Y por cierto, podría haberme ido como vine: en taxi.
Escucho claramente como chasquea del otro lado de la línea, aunque sospecho que esa es su intención precisamente.
—Solo temo por tu seguridad, Bella. Ese auto puede estar muy bien por fuera pero por dentro está muy viejo. No importa cuántas reparaciones le hayas hecho…
Me restriego los ojos sin mucha fuerza pues no quiero parecer un arlequín desquiciado.
—No vuelvas con lo de esta mañana, por favor. No quiero un auto, punto. Ya tengo suficiente con que especulen con que mi ascenso se debió a tráfico de influencias, como para que vengas tú y me mandes un deportivo que todos saben que yo no puedo pagar. Así que no, gracias pero no. El título de “querida” no es algo que necesito justo ahora.
Resopla.
—Es tu seguridad la que me preocupa. En cualquier momento puede fallarle las…
—Tengo un mecánico para eso, y cuando me harte utilizaré mis ahorros no tu chequera. Fin del asunto. Y mejor cambia de tema antes de que te cuelgue. —lo último lo decía en broma…bueno, no.
—Bien. ¿Estás segura de que no me necesitas por allá?
—Segura. Te necesito en perfectas condiciones mañana pues tendremos demasiaaaaaaado trabajo y no quiero que vayas a sufrir una repentina migraña. Con Angela me las apañaré bien. No te preocupes.
—¡Por dios, Bella, eso fue el sábado! ¡Estamos a viernes! No creo que vaya a tener un nuevo episodio.
—No, Edward. Nos vemos mañana en The Cyclone. —zanjeé de una vez.
—…Y después el tirano soy yo. —murmuró por lo bajo. —Espero que no haya ni un solo hombre en tu departamento esta noche. —y su tono no dejaba lugar a dudas sobre si hablaba en serio o no. En realidad con Edward era todo así. Lo cual no era exasperante en todo tipo de situación. Como por ejemplo cuando exigía: >>Abre más las piernas<< >>Tómame entero en tu boca<< >>¡Más fuerte, Bella!<<…con ese tipo de demandas no tenía ningún problema, pero con las que definitivamente sí tenía era con cosas como las que acaba de decir.
Apreté los labios en una línea fina tratando de contener un arranque de mal genio que seguramente terminaría en el homicidio del chofer de mi cavernícola; y el pobre bastardo no tenía la culpa de que su jefe fuese un cabronazo cuando le daba la gana.
—No necesito condiciones en cuanto a quién llevo o no a mi casa, Edward. —exclamé con frialdad. Pero al instante siguiente me arrepentí pues no quería llevar con él ese tipo de relación tirante. Me importaba demasiado como para vivir en una sola pelea eternamente con él, más no le dejaría vapulearme a su antojo. Aunque en ese instante preferí manejar el asunto desde un ángulo más divertido…—Es mi problema si me llevo al señor Zanotti.
Una inhalación brusca y varias carcajadas después, Edward finalmente pudo volver a hablar:
—¿Y qué haría allá ese dinosaurio ultraconservador?
—Pues se lo pasaría de fiesta contándonos cosas de su época. O sea de cuando formaba parte de la Santa Inquisición.
El cavernícola aulló de la risa de nuevo.
—Si te escucha expresándote así de él, no dudaría en utilizar todo su diez por ciento de asociación con la empresa para que te despidieran.
—Pues no se lo digas y ya. —agregué en un tonito casi infantil.
—Haré lo mejor que pueda por contenerme mañana en el evento. Ya sabes lo mucho que me fascina charlar con ese viejo Scrooge. —suspiró profundamente y juro que en ese momento casi pude visualizarlo estrujándose el cabello entre sus hábiles y largos dedos. —Te echaré de menos esta noche.
Lo decía en serio y mentiría como la peor de todas si no dijera que en ese momento no me sentí la mujer más poderosa y dichosa de todas. Miré por el retrovisor y noté que Embry no parecía demasiado en otra cosa que no fuese las malditas trancas en las calles de Manhattan.
—Yo también a ti, pero tómalo por el lado positivo. —bajé mi voz hasta hacerla un susurro. —Estoy en “esos” días del mes.
—¡Mierda no! ¡No otros días de celibato!
Solté una risilla maléfica al imaginármelo todo frustrado.
—Así es…y ya te he dicho que yo nunca…
—…Seh…Seh…tú nunca has tenido relaciones con el período, Bella. Ya lo sé. Me lo dijiste el mes pasado. —sabía muy bien qué gesto ponía cuando hablaba de esa manera. Fruncía el ceño de tal manera que una arruguita adorable se le hacía en medio de las cejas y le hacía parecer más un niño enfurruñado que un hombre de veintisiete años de edad.
—Espero que estés a solas, Edward Anthony Cullen. —le reñí en broma.
—Para nada. Estoy en la cocina con Sue, Leah y Lizzy quienes ya conocen en qué semana del mes te viene la menstruación. Aunque a la tercera no le importa demasiado. —me reí al imaginar a la bebé embelesada con su inseparable sonaja. —De hecho, creo que nada que no le sirva para rascarse las encías no le interesa en lo absoluto.
Un pitido de fondo que se repitió a los pocos segundos me informó que tenía una segunda llamada entrante. Miré la pantalla y vi quién era. No podía ignorarlo…
—Edward, te dejo para que sigas hablando de mis intimidades con tu personal de servicio y para que le seques las babitas a Elizabeth. Chenney me está llamando seguramente para informarme sobre las camisas que mandamos a hacer. Hablamos luego.
—Está bien, Bella. Avísame si necesitas de algo. Sueña conmigo y eso no es una petición. Es una orden directa de tu jefe.
—¡Ja! Que poco ético, señor Cullen.
—Y se pondrá peor porque te prohibiré que te toques a ti misma para aliviarte. Yo quiero ver cuando explotes y lo hagas a mi alrededor.
Entonces, como si de un latigazo se hubiese tratado, me revolví en el asiento trasero del BMW, junté los muslos y luché contra la imagen de ambos estremeciéndonos en medio de un clímax. Pero antes de que pudiese responderle algo el muy bastardo terminó la llamada. Sabía lo que causaba en mí sin ninguna duda.
El pitido me  indicó que había alguien más con quién hablar aunque no era con quién deseaba hacerlo ahora…
—Chenney, dime que tenemos las que nos hacían falta.
—Las tengo conmigo, directora.
—Bien….


 Este separador es propiedad de THE MOON'S SECRETS. derechos a Summit Entertamient y The twilight saga: Breaking Dawn Part 1 por el Dise&ntilde;o.
Mi pequeño departamento parecía el centro de operaciones del Departamento Femenino de Santa Claus. Era todo perfumes, cremas y tónicos faciales, maquillaje e incluso velas aromáticas. Eso es fabuloso cuando todos los productos son tuyos o en cualquier otro momento que no es un día antes de un evento de caridad, a las diez menos veinte de la noche y sin haber cenado.
—¡A la mierda el cuidado del sodio en la menstruación! —protesté poniéndome en pie para alcanzar el teléfono que estaba al lado del sofá. —Pediré una pizza. Dos horas y media después fue que me di cuenta que ambas mentíamos cuando dijimos que prepararíamos algo sano.
—Me parece buena idea. —coincidió mi ya famélica asistente.
—¿Con qué la vas a querer tú, Angela?
En ese momento sonó el timbre y tuve que volver a  colocar el auricular en la base. Fui a abrir la puerta rezando en mi interior porque sea cualquiera menos Edward “alborota-hormonas” Cullen. Le dije que estaría ocupada y que no no podríamos…
—¿Rosalie?
Y quizás mi cara de sorpresa no era la cosa más educada del mundo pero fue lo único que la saludó en ese primer momento. Veía con unas bolsas de papel cerradas, vestida de manera deportiva; cosa rara en ella que se distingue por siempre vestir elegante sin importar a dónde fuese; y un tímido sonrojo en sus mejillas.
—Angela me dijo que probablemente iban a tener una noche muy larga y ocupada, así que pensé en traernos mucha comida chatarra y coca cola para acompañarla ¿Puedo pasar? —sonreí internamente con ironía al pensar que una mujer tan bella y tenaz como Rosalie Lillian King se mostraba insegura en la  puerta de mi sencillo departamento porque no tenía ninguna amiga. Es cierto eso que dice que la belleza no lo da todo.
Le coloqué una mano en el hombro y le sonreí.
—Cariño, cualquiera que me traiga una coca cola puede pasar a mi casa.
Y sus ojos brillaron con verdadero agradecimiento. La ayudé a cargar las pesadas bolsas y las colocamos en el mostrador de la cocina que se comunicaba con la sala comedor. Lejos de molestarme esa llegada inesperada a mi casa, me puso de buen humor y no solo por la comida china que ahora humeaba entre Angela, Rosalie y yo sino porque de alguna manera Rose era una persona muy diferente en privado de lo que se mostraba en público en la empresa. De eso me había dado cuenta unos cuantos días atrás cuando habíamos salido las tres a almorzar. De hecho, la timidez que ella mostraba con nosotras no dejaba de sorprenderme.
Y como si la compañía de Rosalie no fuese lo suficientemente desconcertante también me encontré sorprendida cuando entre risas, cotilleos laborales y bromas terminamos de armar las bolsas de regalo antes de las once de la noche. Así que Angela aprovechó para tomar una ducha en el baño de invitados y cambiarse de ropa pues teníamos estipulado que nos quedaríamos despiertas hasta la madrugada. Dormiría en la habitación de huéspedes; que no había sido usada hasta ahora. Mientras tanto, Rosalie y yo estábamos repantigadas en mi sofá hablando primero sobre naderías y luego de Lizzy. No pudo ocultar el brillo en sus ojos cuando empezamos a hablar de la bebé.
—Y ya están por salirle los dientes. Así que muerde todo lo que pasa por delante de su boca. —le advierto. —Mantén tus dedos alejados de ella. Al menos cuando le salgan.
Su respuesta fue una risa cargada de ternura.
—Elizabeth es una niña excepcional. Y de hecho me parece toda una proeza que a sus tres meses ya sepa como sostener un sonajero. Muchos niños no lo hacen a esa altura. Se nota que está llena de vitalidad y fuerza. —no pudo pasarme desapercibido ese tono tan solemne con el que hablaba. Como si fuese una experta en maternidad o algo así, y que yo supiera Rose no era madre todavía.
—¿En serio? Eso no lo sabía. —agregué con incertidumbre y vi como su ceño se profundizó y en sus ojos brilló algo parecido al miedo. ¿Pero miedo a qué? Me pregunté mentalmente. —¿Cómo sabes sobre el desarrollo de los bebés, Rose? Noté que eres una experta prácticamente cuando cuidaste a Lizzy.
Comenzó a titubear y a titubear…
—Eh…yo…en realidad…no sé cómo…—así que finalmente zanjó el tema. —No puedo hablar de eso, Bella. Hace mucho que no lo hago y de hecho me vine a Manhatthan dejando esa parte de mi vida atrás.
¡Mierda santa! ¿Qué le habría pasado a Rosalie en su pasado? ¿Habría dejado un niño abandonado también? No parecía tener la figura de una mujer que hubiese dado a luz recientemente. Y por supuesto que desde que yo llegué a Le Madeimoselle, tampoco. Había varias interrogantes y sombras sobre esta chica exuberante y triste que ahora estaba en mi departamento.
—No te preocupes. No te voy a presionar para que me lo cuentes. —dije no sin cierto retintín.
Un poco más aliviada medio sonrió. Miró su reloj y dijo: —Ya es tarde. Gracias por dejarme pasar un tiempo con ustedes. Hacía mucho tiempo que no pasaba tiempo con nadie tan relajada. Gracias, Bella.
—Gracias a ti por esa cena hipercalórica. Era justo lo que necesitaba.
Caminamos hacia la puerta y los siete pasos que dimos los hicimos en silencio. En el umbral se volteó con una expresión algo torturada y agregó:
—He hablado contigo y con Angela más de lo que he hecho con nadie en más de un buen tiempo. Gracias por no presionar ni indagar sobre mí.
Solo de la boca para fuera, querida. Me dije a mí misma. Por dentro me estaba carcomiendo la curiosidad de una manera abismal, pero por lo visto ya me estaba haciendo un poco mejor en eso de ocultar mis pensamientos o impulsos.
—No te preocupes, Rose. Cuando estés lista, hablarás de eso. Y si no lo estás nunca, pues estará bien también. No a todos nos gusta echar luz sobre nuestros pasados desagradables y debemos a prender a respetar esa forma de pensar de las personas. —una sonrisa indulgente. Eso fue lo único que me salió en ese momento. —Vuelve cuando quieras.
La despedí con la mano y cerré la puerta. A los pocos minutos salió Angela de la ducha con la cabeza envuelta en una toalla. Miró hacia todos lados y me preguntó por Rosalie.
—Se tuvo que ir. Dijo que ya era muy tarde. Y en realidad lo es; son las once y media de la noche. Ahora me toca a mí tomar una ducha e irme a la cama. Estoy muerta. Buenas noches, Ang.
—Buenas noches, Bella. Y gracias por dejarme dormir aquí. —Angela era una chica tímida y fácil de llevar. Me complacía enormemente tenerla como mi asistente personal en esa vorágine de responsabilidades que me había supuesto mi aun no asegurado ascenso. Todo se definiría mañana en el evento de caridad del Saint Gabriel´s Childrens.
Más abrumada que de costumbre me metí en mi habitación y luego a la ducha. Pensé que las cosas no podían empeorar a mi ansiedad más cuando me acosté y noté un gran vacío a mi espalda me descubrí a mí misma haciendo una barricada de almohadas en las cuales apoyarme para poder medio relajarme.
Maldito fuera Edward Cullen. Resulta que no podía dormir tan bien como creía sin él como creía.
Y maldita mi debilidad por ese hombre que sería mi perdición.

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Planear un evento es una cosa seria para cualquiera que emprenda un proyecto así. Pero cuando las magnitudes de este llega hasta las más altas esferas sociales entonces toooooooooooooooooooodo es más complicado. En The Cyclone recibimos en la mañana a más de trescientos niños procedentes del orfanato San Gabriel´s Childrens los otros doscientos estaban entre hijos de celebridades, ejecutivos de Le Madeimoselle, las distribuidoras e hijos de trabajadores. Eso sin contar los más de seiscientos adultos que estábamos presentes también. Así que había unas buenas mil cien personas yendo y viniendo desde los puestos de comida a la entrada a la montaña rusa e incluso a la tienda de souvenirs en donde se estableció el personal de publicidad que yo dirigía para entregar a los invitados las franelas distintivas del evento de caridad, los cotillones llenos de dulces para los pequeños y las mentadas bolsas de regalos para los invitados VIP.
Estos últimos haciendo gala; en puntuales ocasiones; de sus aires de “divismos”. Como fue el caso de un diseñador de modas muyyyy afamado que pretendió armar un escándalo solo porque no le llevaban un vaso de Jack Daniels a su mesa con vista a la bahía. Angela tuvo que sacarme de una interesante conversación con un nuevo cineasta independiente en ascenso y su esposa para atender la eventualidad.
Visualicé su cabello blanco agarrado en una coleta y sus lentes oscuros característicos que no hacían nada por esconder la  ira que desprendía en ese momento pues hacía ademanes despótico tanto para su personal como para el que yo dirigía. Conocía a este personaje por televisión, nunca por trato más había llegado a verlo de lejos en uno que otro evento de la compañía. También recordaba muy bien que era una de las personas a las que no le importaba promover las imágenes de chicas demasiado delgadas en sus campañas, colaborando así con la expansión de la bulimia o la anorexia. Eso dicho por varias fuentes informativas y anexo a eso se había metido con una de mis cantantes favoritas solo por su sobrepeso…así que el personaje en cuestión no contaba con mi más alta estima precisamente.
Me acerqué a él y le llamé a parte de la pequeña congregación de personas y “negocié” con él:
—Isabella Swan. Jefa del departamento de publicidad de Le Madeimoselle y una de las coordinadoras principales de este evento de caridad ¿Puedo ayudarle en algo?
El muy petulante me dirigió una mirada apreciativa por encima de sus lentes de sol y al final hizo una mueca de hastío y prepotencia.
—Sus habilidades como organizadora de eventos es bastante pobre, señorita. Este evento está tan gerenciado que ni siquiera puedo encontrar un trago de whiskey aquí. Y ni hablar de que en su mayoría los puestos de comida expiden chatarra hipercalórica.
Fue entonces cuando saqué mi máscara favorita: La de Arpía, por primera vez en esa noche.
Sonreí con malicia y crucé los brazos a la vez que golpeaba mi bíceps con el dedo índice una y otra vez. Taconeé con mis botines Uggs color chocolate para desesperarlo y procedí a responder a sus demandas:
—Lamento que el evento y mis habilidades profesionales no estén a la altura que usted está acostumbrado. Para eso no tengo ninguna explicación que le resulte justificada. Más para lo que si tengo es para la comida y bebida. La primera fue pensaba para los “verdaderos” necesitados en este lugar que son los niños del Saint Gabriel, los cuales no están demasiado familiarizados con foie gras ni sushis como usted comprenderá. Y como son los niños el eje central de este día tampoco nos pareció adecuado habilitar el expendio de alcohol en las instalaciones del parque. —y para finalizar… —Ya sabe cuánto nos preocupamos en la empresa por ser un buen ejemplo para los pequeños y no promover conductas autodestructivas como el alcoholismo en las generaciones futuras. —Sabía que él estaba atravesando un escándalo mediático de esa índole, lo que lo dejó con la boca abierta ante mis comentarios. —No querrá usted salir en las noticias armando una escena solo por un poco de whiskey a las rocas ¿no es cierto?
Disfruté como una niña cuando a través de los  cristales de sus anteojos le vi casi hasta las cuencas y luego entrecerrarlos con indignación.
—¡No se atrevería usted!
—Señor, tengo cincuenta representantes de la prensa principal del Estado de New York y la reputación de un evento y una compañía que proteger…¿De verdad cree que no lo haría? —casi me iba cuando utilicé mi último naipe. —Dejo en sus manos si gusta beber un ginger ale o un whiskey. Y también la decisión de si ambos nos encontraremos en las primeras páginas de todos los diarios. —pasé por el lado de Angela que me miraba anonadada muy cerca de donde estábamos él y yo y le susurré antes de seguir de largo. —Vigílalo de cerca y si insiste en hacer un escándalo busca a Rathbone del New York Times. Luego me llamas.
—Sí, Bella. —asintió tímida pero muy sonriente como siempre.
—Mira que meterse con Adele…mamón insoportable… —murmuré por lo bajo mientras volvía al evento.
El día continuó así como el vaivén de entrevistas y fotos con Carlisle, Esme y Edward tanto para periódicos como para televisoras. El ambiente entre los tres no podía ser más tenso más los reporteros no parecieron darse cuenta de ello. Más yo sí. La cabeza principal de la compañía prefería conversar con los invitados VIP sobre cómo lo estaban pasando, la directora de imagen hacía lo mismo tanto con personalidades reconocidas como con la prensa a partes iguales y Edward…bueno, él estaba como yo; repartiendo órdenes a diestra y siniestra para solucionar cualquier eventualidad y cubrir todos los detalles.
La seguridad del evento era fuerte, pero al caer la noche muchas placas con el NYPD en ellas se dejaban ver por la calle W 10th St y sus alrededores. Las puertas de The Cyclone estaban cerradas por la seguridad tanto de los niños como de las celebridades así que solo los identificados podían ingresar al evento con el brazalete que los identificaba como invitado y el grupo al que pertenecía. Todos esos tenían un código personalizado para evitar ingresos indeseados. Además de eso ambulancias con paramédicos estaban apostados a las afueras del lugar en caso de cualquier emergencia y un pequeño grupo de ellos estaba apostado bajo un puesto habilitado dentro del parque que atendieron unos cuantos raspones por caídas y dolores de panza por tanto comer dulces y helados…sin embargo el día pasó sin ningún episodio lamentable…has que apareció Jacob.
Yo estaba sentada en el mesón de recolección de donativos verificando los montos alcanzados con varios trabajadores del departamento de recursos humanos; pues su director Tyler Crowley fue sumamente colaborador con Edward y conmigo para lo que necesitamos en el proceso de planificación; cuando él se me acercó por la espalda y me colocó la mano en el hombro. Estrechándome este en ese instante. Por supuesto que en una primera instancia no supe que era él y pensando que era Edward le estreché los dedos con cariño y no se los solté hasta que no terminé de revisar los dígitos. Cuando despegué mi muy satisfecha vista de las hojas de registro y me percaté de que era Jacob quien me agarraba con tanta familiaridad, me irrité. Y sé, por el gesto tenso que todos tuvieron en la mesa que no hice nada por disimularlo.
Me sacudí su mano sin gentileza y lo miré con hostilidad. 
—No me gusta que se tomen esas libertades conmigo. Tú lo sabes muy bien.
Sus ojos se abrieron sorprendidos…
—Yo…lo siento, Isabella. Solo quería saludarte pero tú…
—Yo pensé que era Edward. —respondí de manera gélida y eso pareció ofenderle. Dio un respingo como si lo hubiese golpeado y luego frunció su ceño con mal genio.
—Pues no. Edward no es el único que te puede saludar. No seas absurda. —me gruñó.
Lo tomé por el brazo y lo arrastré unos metros lejos de donde esta hacía un momento y nos acerqué sin pensarlo a una papelera. Lo miré con rabia durante un largo instante y luego hablé.
—Que sea la última vez que me haces eso en público.
—Fuiste tú la que me estrechó la mano durante un buen rato. No yo, Bella. —su sonrisa malhumorada me sacó de mis casillas.
—¡Ya te dije que pensaba que eras Edward!
—Pues no. No lo soy, gracias al cielo. —luego trató de quitarle peso a la cuestión con un gesto de indiferencia con la mano. —Además, deja de sobreactuar. Fue solo un apretón de manos.
¡¿Un apretón de manos?!
—Tengo una relación con Edward, como tú y el resto de la empresa también sabe. — dije entre dientes. —Y no tengo el más mínimo deseo de que se esté chismorreando por ahí sobre otro círculo amoroso con ustedes dos de factores comunes. —no pudo hacer nada por disimular su asombro. En cambio yo no hice el más mínimo intento en disfrazar mi desagrado. —Sí, ya me enteré de lo de Tanya. De ella no me extraña, pues siempre me pareció una zorra desagradable y presumida. Pero de ti si, Jacob Black. Porque a pesar de lo que me dijiste la última vez que conversamos, nunca creí que pudieses actuar en contra de una persona como lo hicieron ustedes dos contra Edward.
Sonrió exasperado y se metió las manos en los  bolsillos de sus tejanos de marca. Luego me encaró con expresión de incredulidad.
—¿Y tú eres tan ilusa como para creerle que solo él fue la víctima? ¡Por favor, Bella! Oooobviamente él solamente te contará su versión de los hechos. —su expresión se tornó sombría —Te apuesto lo que quieras a que él no te dijo que Tanya quedó en estado y él se aprovechó de todo lo que pasó para desentenderse del niño. Y no solo eso, sino que después de eso ella perdió el bebé por tanto estrés y Cullen se negó tan siquiera a verla. ¡¿Él te dijo eso, Bella?! ¡Dime! ¡¿Te lo dijo?!
No…la verdad era que Edward no me había dicho nada de eso. De hecho, ni siquiera me lo había mencionado cuando hablamos. Claro que cuando lo hicimos no dejé que profundizara demasiado en nada para que no se agravara el estado de la migraña que tenía esa tarde…pero ¿Cómo pudo ocultarme todo eso? Eso solo lo mostraba como un ser frío…sin corazón.
Pero no lo era… yo mejor que nadie sabía eso. Sabía que Edward sufría pero ignoraba hasta que nivel lo hacía. Y es que me era imposible pensar que le hubiese dado igual que su hijo…muriera. En cambio Tanya…¡Dios no sabía que pensar!
Pero no dejaría que me viese amilanada por la situación.
—No con tanto detalle como lo has hecho tú, Jacob. O con tanta sorna, debería decir. La verdad es que yo tengo una relación con Edward, no con su pasado. Y lo que te reclamo a ti es que me pongas en una situación donde se pueden dar comentarios hirientes sobre esa época. Así que abstente de estarme toqueteando y más si hay gente presente. —sentía las piernas temblando y las manos frías pero nadie lo supondría por la seguridad con la que zanjé la discusión con él.
Aparentemente mis palabras le dolieron pues sus ojos se volvieron tristes y mentiría si dejara que me regodeé en su miseria…aunque estaba en la posición perfecta para hacerlo.
—Lo quería todo contigo, Swan. Quizá no lo demostré suficiente, pero me gustabas en serio. —no me estaba mintiendo. Su tono y mirada tristona me lo decían. —Hasta que llegó ese Cullen y te atrapó…
Levanté la mano para hacerlo callar.
—¡Él no está conmigo por venganza! —dije indignada.
Fue su turno de ser sarcástico entonces…
—Claro que sí, Bella. —quiso tomarme por la barbilla pero giré la cara. Apretó los dientes con irritación. —Él no es el epítome de la perfección como tú le crees. Deberías abrir los ojos.
Estreché los ojos y lo asesiné con la mirada.
—Sé muy bien que no lo es. De hecho, sé que es tan imperfecto que eso me llamó la atención de él desde que lo conocí… —¡Bam! Gancho directo a su ego —y no le importa demostrarlo delante de quién sea. Hasta de su mismo padre. El siempre ha tenido el poder de sorprenderme en todos los aspectos. Por eso y más siempre ha sido él. —upercut y gancho bajo.
Y así se acabó mi primer momento de arpía de la noche, que había sido en defensa de Edward. ¡Vaya día!

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Al ponerse el sol, un precioso crepúsculo en tonos corales y azules se entre mezclaban divinamente en el cielo. Y para magnificar su espectro magnífico fue el turno de los malabaristas, escupidores de fuego y gitanas de invadir el parque para el entretenimiento de todos. Las donaciones e invitados seguían llegando y el personal, incluyéndome, seguíamos al pendiente del más mínimo detalle del desarrollo del evento.
Me dirigí hacia la montaña rusa que era donde estaba el director del orfanato, Mike Newton. Cuando se percató de que me acercaba a él se alejó del grupo de pequeños que ordenaba en fila para subir al aparato en cuestión. Le batió el cabello a alguno y me encontró poco antes de que lo alcanzara.
—Hola, señorita Isabella. Todo ha salido magnífico hoy. Ha sido un gran día para estos niños, de hecho creo que no se ven nada interesados por las donaciones puesto que han aprovechado al máximo la diversión gratis en el parque. Mi pequeño personal también está agradecido por toda la logística que han tenido para con nosotros.
—Me tomo eso como que se han mantenido correctamente abastecidos.
—Por supuesto que sí. Muchas gracias.
—No se merecen, señor Newton. Y vengo a darle una noticia que le va a mejorar el día aun más. —sonreí con aire cómplice —Casi hemos alcanzado los dos millones de dólares. Quizás para el cierre del evento ya lo hayamos alcanzado.
Sus ojos brillaron con emoción y vi que el pobre se mordía el labio por dentro tratando de contener las lágrimas.
—No…saben lo importante que es eso para…nosotros. – su voz era ronca. Conteniendo lo que me imagino que era un alivio de muchas tensiones que pasaba el pobre para llegar a fin de mes con todas esas criaturas que demandaban tantos cuidados. —¿Puedo darle un abrazo, señorita Swan?
Asentí satisfecha aunque un poco incómoda por no estar muy acostumbrada a ser tan demostrativa. Menos con un extraño, pero supuse que la ocasión lo merecía. Mike me estrechó entre sus brazos y dejó escapar un suspiro entrecortado que supuse que de no haber tanta gente quizás hubiese estado acompañado de las lágrimas con las cuales se empecinaba en luchar. Y lo admiré un poco más por querer mantener la entereza en un momento así.
Alguien se aclaró la garganta y ambos nos soltamos. Edward se movió rápido y se colocó a mi lado tomándome de la cintura en un claro gesto posesivo aunque su cara parecía cordial. Cosa que no me creí ni por un instante. Mi cavernícola no era así…aunque en realidad había cosas de él que yo aun ignoraba.
—¿A qué se debe tanta emoción? —preguntó con una tranquilidad perfecta. Como si sus dedos no estuviesen a punto de dejarme un verdugón de lo apretada que me tenían.
Le seguí el juego, al fin y al cabo no estaba haciendo nada que tuviese que esconder.
—Estaba comentándole al señor Newton que ya casi alcanzamos la suma de dos millones de dólares para el Saint Gabriel.
Con toda esa elegancia tan propia de sí, sonrió satisfecho…
—Creo que pueden hacer bastante con esa suma, Mike.
El pobre hombre que aun no podía con la emoción lo vio con expresión de estar pensando <<¡Acaso estás loco!>>
—Claro que haremos mucho con eso, Edward. —no le pasó desapercibido ese brazo que me presionaba contra él y nos vio de manera casi sorprendida. De pronto pareció recordarse de algo —¿Trajiste a la pequeña Elizabeth?
Entonces me di cuenta de que él sí que se mantenía en contacto con él. He de ahí los tuteos…
Negó con la cabeza categórico.
—Elizabeth está en la casa hoy con mi ama de llaves y la chica de servicio. Preferí dejarla porque tanto Bella… —me estrechó un poco más —como yo íbamos a estar sumamente ocupados aquí y no nos parecía justo someterla al tedio de tenerla de brazo en brazo con el sol de tarde y luego el frío de la noche.
—Por supuesto. Por cierto, no sabía que ustedes dos eran pareja. No me di cuenta de ello cuando fueron al orfanato…
Pero antes de que yo pudiese responder, Edward se me adelantó:
—Habíamos tenido una pequeña pelea de pareja en ese momento, pero poco después lo arreglamos. —besó la coronilla de mi cabeza y siguió hablando de cómo había transcurrido el evento benéfico.
Admiré el descaro de ese bastardo, al mentirle a Newton tan seguro de que yo no le iba a contradecir que se le notaba relajado a mi lado. Quizá Jacob si tenía razón y yo le veía demasiado perfecto…
—¿Cierto, Bella? —preguntó Edward llamando mi atención.
¿De qué estaban hablando? No tenía la más puta idea. Así que hice lo que cualquier despistado haría en mi situación: sonrojarme como una tonta y admitir que no estaba escuchando.
—Lo siento. Estaba pensando en unas cosas que tengo por hacer…
—Le decía a Mike que Lizzy ya tiene molestia en las encías por los dientes. —agregó Edward con naturalidad.
—Oh, sí. Hace poco lo notamos. Aunque el pediatra ya nos lo había dicho cuando la llevamos por primera vez.
Mike se mostró bastante sorprendido por lo mucho que compartíamos con la pequeña a pesar de nuestras agendas llenas de responsabilidades laborales. No pensó que el apadrinamiento lo llevaríamos de manera tan excelente y mucho menos cuando ninguno de los dos era padre. Bueno, uno lo era pero fallido. Aunque Newton no tenía porqué saber eso y yo no dejaba de preguntarme  si hubiese preferido saberlo o no. ¡Pero que tonta! Por supuesto que prefería saberlo aunque ahora tuviese a las dudas achicharrándome las neuronas con sus latigazos de inseguridad.
Quedamos en vernos al cierre del evento luego Edward y yo nos fuimos agarrados de la mano, atravesando la multitud que plagaba a The Cyclone. Aun yo seguía en modus-zombie.
Entonces noté que Edward me llevaba casi a rastras hacia la casa de los espejos del parque. Traté de frenarnos pero los tacones hacían un patético papel al lado de sus  fuertes tirones. Ignoró a unos niños que se burlaban de mí cuando pasamos por su lado al ver cómo me llevaba. Le hizo un asentimiento al chico de la puerta y este trancó y aseguró la puerta tras dejar que solo nosotros entráramos al lugar. El poder del dinero, me dije a mí misma.
—¿Hasta dónde me piensas arrastrar, Edward Cullen? —grazné entrecortadamente mientras peleaba con todas mis ganas para zafar a mi pobre muñeca de su fuerte agarre.
Me dejo en mitad de un pasillo con una luz muy pobre y frente a un espejo en el que nos veíamos pequeños y gordos. Sentí la dureza de la pared cuando me aprisionó contra esta y me miró con intensidad a los ojos.
—Te vi hablando con Black. Él intentó tocarte y tú desviaste la cara y luego discutieron. ¿Qué pasó? —después de todo lo que el “citado” me había dicho de él me sentí muy irritable y sí que se lo hice saber…
—El que tiene rabo de paja, no se arrima a la candela… —le gruñí. —Se supone que el que tiene algo escondido debería estar un poco más manso ¿no crees?
Sus ojos primero se desenfocaron y luego se entrecerraron con rabia. Él lo sabía.
—Ese maldito cretino no tiene derecho a contarte mis intimidades.
—Creo que él estaba un poco “demasiado” implicado en tus intimidades como para ponerse tiquismiquis con la información. Además de que sabes que no te quiere demasiado.
—Cuéntame lo que te dije.
Todo era una orden. Una exigencia. Una demanda. Hasta cuando llevaba las de perder, Edward Cullen era un maldito tirano megalómano.
—Mierda, Edward. ¿Es que eres incapaz de dirigirte a mí como mi pareja en vez de cómo a una secretaria? —un rictus amargo se coló en su boca. —¡Demonios, te estaba defendiendo!
Abrió los ojos sorprendido.
—¿Defendiéndome?
—Sí. Aunque no te lo mereces por ocultarme algo tan importante. ¿Cómo puedes guardarte eso de que perdiste un hijo y quedarte tan tranquilo conmigo?
Entonces se alejó, se mesó el cabello y me miró sonriendo impasible.
—¿Tranquilo? ¡No he podido estar en paz conmigo mismo porque no te había dicho eso!
—¿Entonces por qué no me lo dijiste y te liberaste? ¿eh?
—¡Porque no es fácil, carajo! ¡Un año y medio después no es fácil decirte que tengo un hijo muerto! ¿Feliz? —me gritó a un palmo de la cara.
Respingué ante cada reproche e hice algo que no esperábamos ninguno de los dos.
—No. —negué con solemnidad mientras apresaba su cara entre mis manos —Jamás podría ser feliz viéndote sufrir tanto. Ese es el problema de los que nos enamoramos. Nos hacemos vulnerables frente a los que queremos.
Ya estaba. Lo había dicho. En el peor de los momentos. Justo cuando podía quedar como una redomada idiota por no saber sobre el pasado de Edward.
Hubiese sido ideal que acariciara mi barbilla y me dijera >>Mierda, Bella. Estuve esperando mucho para escucharte decir eso<< o algo por el estilo. Pero lo que vino a continuación fue demasiado placentero como para replicar.
Me pegó contra la pared de nuevo e invadió mi boca con agresividad. Tomando sin devolver nada, como un pirata. Sus manos tiraron de mi cabello y echaron mi cabeza hacia atrás para que él pudiese avasallar mi cuello con labios y dientes. Jadeé en respuesta y acerqué su cadera contra las mías y subí una pierna para poder refregarme de manera indecente contra su miembro que se empalmaba sumamente rápido bajo nuestra caricias mutuas.
—Me estás volviendo loco… —jadeó en mi boca —y lo estás consiguiendo.
Entonces volvió a besarme con intensidad mientras me soltaba para maniobrar con su jean y cinturón. Yo hice lo mismo con los míos.
Liberó su erección y bajó mis pantalones solo lo justo para que pendieran bajo mi trasero. Me dio la vuelta de un tirón y me dejó de cara a la pared mientras acariciaba mi clítoris con posesividad y se acariciaba a sí mismo entre el pliegue de mis nalgas. Fue entonces cuando recordé al molesto tampón que tenía entre las piernas.
Sentía cada centímetro de Edward tanteando en la entrada de mi ano y retrocediendo hasta mi coxis de nuevo, reclamándome con urgencia y algo más que no podía identificar. Quizá era necesidad… o talves era miedo. No lo sabía.
Su boca jadeaba al lado de mi oído y me dejaba entender lo mucho que necesitaba dejarse ir…desfogarse y dejé que fuese en mi cuerpo cuando lo hiciera.
Siempre querría ser yo el desahogo de su alma.
Enamorada hasta las trancas del tirano-cavernícola. Perdida incondicionalmente.

Este separador es propiedad de THE MOON'S SECRETS. derechos a Summit Entertamient y The twilight saga: Breaking Dawn Part 1 por el Dise&ntilde;o.
*Marie K. Matthew*