sábado, 12 de febrero de 2011

El Affair de la Marquesa:




Salisbury - INGLATERRA 1.814:

-          Niña Bella, el vestido color azul hielo me parece la opción más adecuada para tomar el té con el Conde Black ¿no os parece?
Isabella miró con tedio desde su tina hacia donde estaba su nana y ama de llaves. Esme; quien era para ella como su madre; ya que Lady Reneé siempre estuvo demasiado ocupada siendo una dama de alta alcurnia con el Lord Charlie; quien era su padre y además el marqués de Salisbury. Desde temprana edad, ella comprendió que figuraba en el último lugar de su lista de prioridades por no ser el varón esperado por ellos.
-          Nana, no me agobiéis con nimiedades. Dejadme disfrutar de mi baño. – protestó mientras se hundía un poco más en el agua tibia con olor a jazmín.
La ama de llaves se rió cansinamente y vino a por la consentida jovencita.
-          No son nimiedades, Isabella…
-          ¡Bella, nana! Be – lla. Sabéis muy bien que odio que me llaméis así. Es como si me estuvieseis riñendo. – refunfuñó.
-          Bueno, Bella. Pero vos debéis entender que el Conde Black tiene claras intenciones de matrimonio. Y no quiero ser la causante de que se desilusione de tal propósito. Si vuestros padres estuviesen vivos estarían muy complacidos con la posibilidad de realizar este enlace que le resulta muy conveniente a ambos. Además él no es nada mal parecido, es un joven guapo y educado – dijo Esme mientras la ayudaba a salir y le alcanzaba una toalla para taparse.
La marquesa entornó los ojos ante las suposiciones de su estimada.
-          Primero que nada, Nana. A mis padres no les hubiese importado en lo más mínimo si me casaba o si me moría…
-          ¡Isabella Marie Swan…! – le riñó Esme.
-          Es cierto. Y lo sabéis muy bien. De haberles importado algo se hubiesen dado a la tarea de pasar más tiempo en casa y menos en bailes o en viajes de mero placer por el mundo. Aunque solo fuese cuando me enfermaba. Y eso jamás ocurrió. Ni ocurrirá ahora que ambos están muertos.
-          No habléis así…
-          Lo siento, Nana. Es la verdad. Vos lo sabéis muy bien. – continuó el camino  hasta  su habitación mientras veía el vestido dispuesto para su cita próxima. Mientras, continuó hablando con Esme – En fin. Lo segundo que iba a mencionaros es que…no es que sea una engreída pero…yo le gusto al conde con o sin vestido. No hace falta andarse con tantos preparativos. -  y como una niña traviesa prorrumpió en risas.
Su amada ama de llaves se paró en frente de ella; mientras se colocaba la ropa interior; con los brazos en la cintura y claramente se mostraba molesta.
-          ¡Dejad de decir tantas sandeces, señorita! La verdad no sé de donde os salen esos comentarios tan obscenos. Parece que os hubieseis criado con una panda de piratas cuando habláis de esa manera tan…
-          Y además os he dicho más de mil veces que no voy a contraer nupcias con alguien a quien no ame. – Bella la interrumpió antes de que pudiese seguir con tu sermón.
-          Pero, mi niña…
-          Pero nada, Nana. podéis  corregirme y regañarme con respecto a lo que queráis. Pero en cuanto a mi futuro esposo solo mi opinión cuenta.
-          Pero, Isabella…
-          Ya, nana. Mejor seguidme regañando por ser tan  impúdica.
Isabella retomó su risa desvergonzada mientras se vestía con la ayuda de la señora Cullen que trataba de lidiar con una extrovertida y nada convencional marquesa.
****************

-          ¡Leah! – solicitó Bella mientras se terminaba de colocar las botas de montar.
La doncella entró a donde estaba la joven arreglándose.
-          Decidle a Sam que arregle a Twilight. Voy a salir a cabalgar un rato y quiero probar con esta nueva adquisición.
La chica asintió sin réplica alguna a cumplir con la orden encomendada.
Mientras que Isabella cavilaba en  el trayecto que recorrería a caballo se vio interrumpida por Esme que venía sumamente excitada por algo.
-          ¡Mi niña. Edward ha vuelto! – casi gritaba de la emoción al comunicarle una noticia que particularmente no la alegró demasiado, pero si le causó curiosidad – Ni siquiera nos avisó que vendría de Londres. ¡Ese muchacho loco no cambia!
A Bella le conmovió el hecho de ver tan feliz a su muy preciada nana, pues hacía ya varios años que no la veía sonreír de aquella manera tan natural y deslumbrante. Hacía de eso más de seis años.
En 1.796, con tan solo catorce años de edad; Edward; de solo diecisiete; se había ido a la casa de un prestigioso y acaudalado conocido de Carlisle; su padre; en busca de la oportunidad de estudiar derecho en la universidad. Esme había sonreído con felicidad al saber que su hijo había sido aceptado en la facultad de dicha carrera en la capital. En su cara brillaba el orgullo de una madre humilde que ve la oportunidad de superación ante su hijo; aquella que ella nunca tuvo. Pero esa sonrisa se desvaneció conforme pasaban los años y su ausencia se tornó en una cruz más que en una satisfacción.
Para Isabella era realmente duro ver sufrir a alguien que estimaba hasta lo imposible. Porque no solo era Esme; sino también podía ver a un Carlisle de mirada vacía que trataba de no demostrar cuanto echaba de menos a su único hijo. Más a pesar de todo aquello no podía alegrarse de volver a verlo. No cuando lo que tenía de él eran recuerdos de una amarga infancia y adolescencia.
-          Ah. Me alegro por vosotros, nana. Me refiero a Carlisle.
Esme la miró con diversión en los labios y reproche en la mirada.
-          Niña. No puedo creer que aun le guardéis idea por sus travesuras de chiquillo.
Bella terminó de arreglarse las botas de montar y se situó en frente de ella gesticulando con exasperación.
-          ¡No podéis culparme por eso! ¡Edward me hizo comer tierra, nana! Además no hizo precisamente dulce y digna de recordar mi transición de niña a adolescente. ¡Me decía “ESPERPENTO”! como comprenderéis eso no lo hace digno de mi estima, ciertamente.
Después de decir eso la joven marquesa se sintió casi ridícula; parecía una chiquilla de doce años que se quejaba con su madre de las burlas de otros niños. Solo le faltaba zapatear contra el piso para completar la escena de infantilismo que estaba armando.
Esme sonrió divertida y le acarició las ondas chocolates que adornaban su cabeza.
-          Tranquila, marquesa. No dejaré que el chico malo se burle de vos. – y luego se partió de risa.
Bella entornó los ojos y se dio media vuelta para salir de su habitación con lo poco que le quedaba de dignidad; pero su sarcástica compañía reclamó su atención de nuevo.
-          ¿No vais a saludar a Edward? – preguntó un poco más seria.
Ella gesticuló con la cabeza su negativa.
-          No me apetece ahora, nana. Me voy a montar. Así que nos vemos en un buen rato.
El ama de llaves asintió y le expresó sus deseos de que disfrutase su paseo y le ordenó que no llegase tarde para la cena. En condiciones normales, esto sería  una majadería inaceptable por parte de una criada hacia su ama. Pero Bella no se veía a sí misma como la figura importante que era; ella amaba a la pareja Cullen como sus padres y por eso había intentado en repetidas ocasiones que Esme dejase el cargo de ama de llaves y que solo se quedase como el miembro de la familia que ella consideraba que era pero esta rechazó esa distinción, alegando que más nadie llevaría a buen término las labores en el modesto pero opulento palacio.
De la misma manera que su esposa, reaccionó Carlisle. Se negó a dejar sus labores como capataz, más aceptó ser el tutor de Bella cuando perecieron los marqueses. No faltó quien se escandalizara entre el círculo de amistades de alta alcurnia de la ciudad de Salisbury, pero Isabella se enfrascó en ese deseo y no aceptó un no por respuesta de sus abogados. De hecho alegó de forma astuta que no tenía más parientes directos a los cuales acudir y se salió con la suya. Hasta los momentos las cosas le habían salido a pedir de boca. Todos los negocios de la familia Swan de Salisbury se mantenían prósperos; incluso un poco mejor que cuando su padre estaba vivo.
En resumidas cuentas, la marquesa podía ser joven y hasta un poco caprichosa, pero jamás había perdido el norte de lo que debía hacer. O había perdido la cabeza…hasta ahora.

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Edward se encontraba en la cocina saludando a su muy estimada Emily; la ya algo mayor cocinera del palacio; cuando Carlisle entró en el recinto azarado. Al verlo Edward se fue hacia su padre quien lo envolvió en un estrecho abrazo y le dio unas buenas palmadas en la espalda a manera de bienvenida.
-          ¡Pero cómo habéis crecido, muchacho! Qué alegría volver a teneros por acá. Nos habéis hecho mucha falta a vuestra madre y a mí, hijo.
-          Yo también os he echado de menos, padre. No os imaginan cuanto. –  sus facciones se oscurecieron momentáneamente. Más antes de que alguien lo notara recompuso su sonrisa como si nada hubiese pasado.
-          ¡Emily, servidnos un poco de vino para brindar por el regreso de mi hijo! – ordenó Carlisle de manera efusiva. Estaba exultante de felicidad por tener a su único hijo de vuelta en casa. Pero de pronto le surgió una duda – Edward, no me lo toméis a mal pero decidme a que se debe esta visita inesperada.
El joven suspiró pesadamente pero respondió de forma franca.
-          El tercer año de derecho ha terminado y quise pasar unos días lejos de Londres antes de comenzar de nuevo, padre. ¿os he importunado?
-          Para nada, hijo. Siempre seréis bienvenido cuando queráis. Solo que me ha tomado por sorpresa vuestra visita. – respondió Carlisle antes de causarle una impresión equivocada.
Y allí, en la cocina; en medio de los guisos y delicias de Emily, brindando con una de las mejores botellas de vino, Edward Cullen escuchó las palabras que cambiaría de forma irremediable el curso de sus días.
-          ¡Señor Carlisle, la señorita Bella ha salido a cabalgar en Twilight! – era Sam irrumpiendo con súbita alharaca en la antes pacífica cocina.
Todos los presentes se sobresaltaron al escucharlo pero solo el capataz se puso en pie comprendiendo el peligro implícito de lo que le había comentado el joven peón.
-          ¿Y por qué demonios dejasteis que eso pasara, Sam? Sabéis mejor que nadie que esa bestia no estaba lista para ser montada. ¡Mucho menos por alguien tan frágil como Isabella!...
-          ¡Pero es que ella me mandó a decir con Leah..! – intentó explicarse el chico atemorizado. No era nada común ver a Carlisle tan fuera de sus casillas como lo estaba en ese momento.
-          ¡No debisteis dejarla ni aunque te amenazara con despediros! ¡Llamarme hubiese sido una buena opción!. – bramó el hombre atemorizado ante la posibilidad de perder a quien él consideraba aun una chiquilla. “Su chiquilla”, pues él la había visto crecer e incluso terminado de criar.
Dicho esto, salió a toda prisa precedido por Sam y el mismísimo Edward. Cuando llegaron a las caballerizas Carlisle tomó su propio espécimen. Un caballo pinto, blanco y marrón de apariencia fuerte y majestuosa. Por su parte, tanto su hijo como el peón tomaron otros ejemplares de apariencia menos rutilante, pero también de una gran calidad y fortaleza. Si en algo no escatimaba Isabella era en comprar excelentes animales. Porque no solo eran para su uso personal, sino también para venderlos a los inversores en materia de hipismo.
Les dio a cada uno las directrices antes de separarse. Él la buscaría por el perímetro de las caballerizas, los jardines posteriores e incluso los alrededores del vivero. A Sam le encomendó que la buscase por los límites del palacio hacia el lado sur, en donde un extenso lago los separaba de la propiedad de Lord Webber, quien era el padre de una de las escasas amigas de Bella, Lady Angela. Edward en cambio se iría más lejos que ellos dos. Le tocaba peinar el área aledaña al río Bourne con el cual limitaba el palacio por el lado norte, este era un afluente del río Avon.
Antes de partir se acercó a su padre para entender la razón de tanto apremio.
-          ¿Padre, explicadme por un momento cual es el motivo de vuestra angustia? Hasta donde yo sabía, Isabella era una excelente amazona.
Carlisle se volvió casi tan impasible como la bestia a la que sabía que perseguirían y enfrentó a Edward.
-          Isabella sigue siendo una amazona extraordinaria pero el caballo en el que salió a pasear es nada más y nada menos que un Pura Sangre…- el joven se irguió en la silla ante la respuesta de su padre - …y lo peor del caso es que esa maldita bestia no se ha dejado terminar de domar. ¿Ahora podéis ayudarme a buscarla sin perder más tiempo? – exigió de manera firme y preocupada.
El hombre de cabellos castaños dorados y tez blanca como la crema asintió sin más réplicas absurdas y salió en la búsqueda de aquella chica de cabellos chocolate que en su infancia no había significado más de lo que lo haría una niña mimada con la que se veía forzado a compartir el cariño de sus padres.
Lo que él ignoraba era que a partir de ese día compartiría con ella algo más fuerte que un cariño paternal dividido.
Algo que se llamaba pasión.

Se apresuró a las orillas del río Bourne, no tanto porque Isabella fuese una marquesa, o porque sus padres fuesen sus empleados desde incluso antes de que ambos nacieran; sino porque ellos le profesaban una gran cariño a esa niña mimada y caprichosa a la cual él no soportaba. Sabía que si algo le ocurriese ellos estarían devastados y él no soportaba verlos sufrir. Quizá por eso nunca se animó a escribirle sobre los maltratos que recibía de Lord Aro Vulturi, quien a petición de su padre se había convertido en su protector, o mejor dicho, su elegante torturador. Se negó a pensar más en eso y siguió peinando el área en busca de la Marquesa de Salisbury.
Diez minutos más tarde se estremeció al ver un cuerpo tirado en el suelo que no realizaba ningún tipo de movimientos. Edward descendió del caballo y se apresuró a recoger a la chica que yacía tendida boca abajo en la orilla del río. Metió su mano con mucho cuidado por debajo de su cuello por si acaso este estuviese lesionado, y con sumo cuidado procedió  darle la vuelta.
Su cuerpo se pasmó de shock al ver el rostro de la joven de cabellos ondulados de color chocolate. Él la había visto muchas veces; había crecido prácticamente con ella y sabía que no era nada espectacular. Si, era bonita pero nunca imaginó que tras seis años de ausencia esa adolescente caprichosa se convertiría en la despampanante mujer que ahora sostenía desmadejada entre sus brazos.
Sacudió la cabeza para deshacerse de esos pensamientos, de seguro seguiría siendo una mimada. De seguro sería igual a…no. No la recordaría ahora.
-          ¡Bella! – susurró palmeándole suavemente una mejilla. Pero esta seguía inconsciente. -  Isabella, despertad. – exhortó con voz más fuerte pero nada que daba señales de escucharlo.
La examinó con atención y se percató de la protuberancia que tenía del lado derecho de su sien. El golpe se veía fuerte, y de hecho, así debía de haber sido puesto que aun seguía inconsciente. Intentó reanimarla durante un par de minutos más pero nada funcionó así que la dirigió se caballo y la subió ; no sin poco esfuerzo puesto que le costaba maniobrar con un cuerpo así, y la dejó prácticamente colgando de lado y lado; mientras él se subía al robusto animal detrás de ella.
Luego la acomodó con sumo cuidado contra su pecho, su cabeza recargada en su palma mientras que los rizos chocolates ondeaban con el viento. Y justo allí, acunado contra su torso comenzó una guerra en su interior en la cual sus sentimientos pugnaban por tratar de mantener ese solitario corazón como estaba, pero su cuerpo le indicaba que el deseo había llegado para quedarse. ¡Dios se apiadase de él!.

Esme gritó de horror al ver a “su niña” prácticamente colgando entre sus brazos y se apresuró para verla. No pudo contener sus lágrimas y lloró al notarla inconsciente, temiendo lo peor.
-          Tranquila, madre. No es más que un golpe. Ya veréis como dentro de un rato se recupera. – y se sorprendió a si mismo deseando con todas su fuerzas que tuviese razón.
Negó con la cabeza antes de hablar.
-          Eso no podéis saberlo, cariño. – dijo mientras ayudaba a su esposo a bajarla del caballo con todo el cuidado del que eran capaces.
Adentro la esperaba el médico de cabecera de la casa, el doctor Gerandy, la asistió con prontitud en su habitación, y para tranquilidad de todos; como había predicho Edward; solo había sido una contusión pero debían permanecer al pendiente de ella por si algún trastorno o alucinación se presentaba durante lo que restaba de día.
Esme y Carlisle se apostaron al lado de la inmensa cama de caoba a esperar a que su protegida reaccionase y no pasó demasiado tiempo cuando así ocurrió. Isabella gimió y dirigió su mano hacia donde tenía el doloroso bulto, producto del contundente golpe.
-          ¡No os toquéis! – dijo Esme con turbación pero con alivio a la misma vez mientras empapaba un paño en agua helada y lo colocaba en su frente que tenía algunos raspones. – Os has dado un golpe muy fuerte en la cabeza, mi niña.
-          ¿Nana? – graznó con voz pastosa - ¿Qué…pasó?
-          ¿Queréis saber qué pasó, Isabella? – intervino Carlisle con un tono claramente molesto. - ¿De verdad queréis saberlo?
-          Mi amor…- su madre quiso evitar que su padre le reprochase algo a Bella en el estado en que se encontraba.
-          ¡No, Esme! Ella no es una niña. Y tiene que entender que cada acción tiene una reacción. – luego dirigió todo el peso de su mirada de padre ofendido hacia quien yacía en la cama; esta se encogió ante el gélido gesto y la mordaces palabras - ¿Queréis matarte, Isabella Marie? ¿Queréis hacer que nosotros – se refería a Esme y a él – paguemos por algo que os hayamos propinado? Porque no puedo recordar que pudo haber sido tan hiriente para vos, que nos tratéis de esta manera tan ingrata.
-          Carlisle, yo no…quise herir a ninguno de vosotros. – se excusó Bella entre sollozos – Solo quería…
-          ¿Querías qué, Isabella? ¿Demostraros a todos cuán fuerte os habéis vuelto? ¿O que ya sois una mujer que se puede cuidar sola? Pues os digo mi opinión. ¡No sois ni lo uno ni lo otro! Seguís siendo la misma niña mimada de hace cinco años atrás atrapada en el cuerpo de una mujer de veinte años. ¿Me habéis escuchado bien? Te comportas como una infante, Marquesa Swan… - Bella se estremeció ante esa mención. Sabía que ninguno del matrimonio Cullen marcaba jamás esa diferencia de clases a menos que estuviesen sumamente molestos. Y definitivamente; este era el caso – Ahora descanse. Eso la mantendrá a salvo de usted misma; pues parece que ese es su mayor peligro. –  terminado su hiriente monólogo, el capataz que la veía con ojos de padre; salió de la opulenta habitación dando un portazo tras él.
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Bella prorrumpió a llorar de manera inconsolable, Esme la acunó en sus brazos y ella cual niña indefensa se encogió temblando pero no de miedo, sino de dolor. Había entendido de una mala manera que había herido a los dos seres que más quería en la faz de la tierra. Y no porque tomara un caballo prácticamente indómito, sino porque se había hecho daño y al hacer esto también se lo hacía a ellos.
-          Lo si… lo sien…- balbuceaba entre paroxismos de llanto.
-          Shhh. Ya pasó, mi niña. Lo importante es que estáis bien. – su nana trataba de calmarla pero no podía. No cuando Isabella podía percibir la preocupación de ella por el estado de ánimo de su esposo.
-          Buscadlo, Nana. Debéis decidle que lo quiero y que no deseo estar así con él. Decidle que lo quiero. – rogó casi de manera miserable.
Esme asintió y salió de la cama.
-          Edward, cuídala por favor. Vuelvo en un momento. – y dicho esto salió de la habitación dejando solos a un par de almas que estaban destinadas a reencontrarse para poder hallarse a sí mismas.
Él la vio de manera sombría y confundida. Ella lo hizo entre aturdida y avergonzada.
El incómodo silencio perduró lo que les pareció una eternidad.
Bella pensó ¿Edward? ¿De verdad es el mismo que me había coaccionado para que comiese tierra? ¿O aquel que me desafió a una carrera a caballo, hizo trampa de manera flagrante y me dejó en medio del bosque abandonada a mi suerte? Pues si es el mismo, apenas y es reconocible, pues se ha convertido en todo un  rústico Apolo.  Luego se odió a si misma por desear a quien hasta hace pocas horas atrás no soportaba.
Edward se aclaró la garganta y se levantó del sillón que estaba apostado en una esquina lejana del cuarto, se aproximó poco a poco y luego de aclararse la garganta se dirigió a ella por primera vez desde que estuviese despierta.
-          Así que…¿Cómo os sentís, marquesa? – al parecer no sabía bien como dirigirse a ella después de seis años. Quizá le parecía impropio llamarla por su nombre de pila después de que las cosas hubiesen cambiado tanto durante su ausencia.
Bella intentó mantener la compostura y el orgullo; así pues Edward no se daría cuenta del efecto que estaba teniendo en ella.
-          Un poco dolorida, pero bien. Gracias por preguntar. – su actitud fría le salía muy bien, pero la próxima pregunta resquebrajaría de alguna vergonzosa manera esa actuación perfecta - ¿Y…que os trae por aquí, Edward? Creía que estabais en Londres estudiando derecho.
-          Y así es, Marquesa. Solo me tomé la libertad de venir unos días a Salisbury a visitar a mis padres antes de empezar el nuevo año.
-          Oh, me parece bien. Sois bienvenido cuando queráis.
-          Gracias. Y…veo que ha…crecido, Marquesa…
Isabella asintió con recelo, suponiendo la razón por la cual él le decía aquello. Ya no era el Esperpento adolescente como solía llamarla, ahora se sabía una atractiva chica de veinte años de edad. Estaba considerada como una de las más hermosas de la región de Wiltshire. Hasta ese momento poco le había importado, pero ahora eso se le reveló ante ella como un estilo de vendetta personal.
Sonrió con autosuficiencia.
-          Sí, supongo que ya no soy la pobre jovencilla de la que os mofabais cuando erais un adolescente imprudente.

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Edward sonrió con abierta malicia; así que ella seguía siendo la misma altanera. Pues no le permitiría que viese que tenía que tragarse sus palabras.
-          Tenéis razón, Marquesa Isabella. Ya no sois la misma jovencita simplona de antes.
-          ¿Cómo os atrevéis a hablarme así?
-          Vosotros comenzasteis.
-          Seguís siendo el mismo bellaco igualado de siempre. – y dicho esto se levantó a trompicones de la cama para dirigirse hacia la puerta de su cuarto. De seguro llamaría a Esme y le diría que se quedara con ella pues no parecía tener ganas de soportar a su igualado hijo.
-          ¿A dónde vais? – preguntó Edward divertido.
-          Eso no es de vuestra incumbencia.
-          Deberíais permanecer en la cama. El doctor dijo…
-          Me importa un bledo lo que dijo el doctor. – agregó Isabella de modo tenaz. Pasó a su lado y no pudo evitar estremecerse al sentir de manera efímera el calor emanado por ese cuerpo esbelto que pasaba a su lado al de las casi transparentes cortinas de organiza que pendían en el dosel de su cama.
Edward inhaló con fuerza tratando de absorber la mayor cantidad posible de su aroma. Y se cuestionó a sí mismo por sentir una necesidad creciente de probar su piel para constatar si esta sabía tan embriagadoramente dulce como la estela que había dejado al pasar.
Pero mientras cavilaba sobre su aroma natural, Isabella se desmadejó en el suelo cuando sus piernas le laquearon. Aún seguía muy débil del leñazo que se había asestado en la cien.
-          ¡Te lo dije! – acotó Edward, pero no con burla sino con preocupación mientras corría su lado y la tomaba antes de que su cabeza diese contra el suelo una vez más.
Levantó su cabeza son cuidado y vio como sus orbes chocolate se iban sumiendo nuevamente en la inconsciencia. Entonces comprendió que no era una simple preocupación, que en él había nacido una atracción desde el mismo momento en que había vuelto a verla y no hallaba la forma de luchar con esto. Pero de una u otra manera lo haría. Él no creía en el amor y esa mujer no lo haría cambiar de parecer.
O eso quería pensar.

Los días pasaron y Carlisle se disculpó por haber sido tan duro con “su niña”, le explicó que estaba muy preocupado por ella y por eso reaccionó de aquella manera tan fría. Esme por su parte no escatimaba cuidados para con ella y la tenía como si fuese una muñeca de porcelana que pudiese romperse en cualquier momento. A veces Bella solía verse asfixiada pero recibía las atenciones ya que al parecer ella se sabía la causante de aquella actitud sobreprotectora de su madre.
En cuanto a él no había cambiado su actitud por más que el deseo le pidiera que se rindiese a ella. Sus palabras se mantenían en los límites de la cortesía y las formalidades; entre saludos y despedidas, nada más que eso.
Lo que ella desconocía en realidad era que él no le confesaba que la seguía con la mirada a todos lados que se dirigía. Que se escondía como un cazador que acechaba a su presa, entre los matorrales y árboles para verla sin que ella se diese cuenta, porque ¿qué le diría si ella llegase a saber que conforme pasaban los segundos, los sentimientos por ella se hacían cada vez mas fuertes? ¿Cómo tomaría la Marquesa de Salisbury el hecho de que el simple hijo del capataz estuviese enamorándose de ella muy a pesar de había hecho todo lo que estuvo en sus manos para evitarlo? De seguro lo menospreciaría. Sí, era lo más seguro. Si Aro y su esposa Tanya lo hacían mientras que se suponía que debían ser sus protectores, Isabella podría hacerlo sin ninguna recriminación posible. Ella era de la nobleza, y él era a duras penas casi un abogado.
Una tarde, mientras Isabella paseaba en su vivero, en el área de los lirios blancos propiamente; esas eran sus flores favoritas; él la interceptó. Pretendía hacerlo en silencio pero claro; ¿Cómo iba a salirle las cosas bien a quien solo le sucedían cosas malas desde su partida del palacio? La suerte le sonreiría de un día para el otro. Edward tropezó con una cubeta de metal que estaba apostada cerca del extremo del pasillo en que ella se encontraba. Ambos se sobresaltaron al oír el estruendo y las miradas por un fugaz segundo hicieron lo que sus orgullos no se atrevían a hacer: ceder ante el deseo y el anhelo que se filtraba a través de un par de ojos que cayeron presos los unos de los otros.
Pero tercos como eran, de nuevo volvieron a sus posiciones beligerantes.
-          ¿Se os ofrece algo, Edward? – preguntó la orgullosa marquesa.
-          No. Y no venía a veros, señorita Swan. Solo pasaba a echarle un vistazo al vivero pues tenía mucho tiempo que no venía. – respondió él deseando aparentar seguridad.
Mentirosos. Obstinados y secretamente enamorados. Los dos permanecieron callados tratando de lidiar con unos latidos frenéticos que presagiaban la unión de dos corazones rebeldes que se rehusaban a amar no solo por orgullo; sino también por miedo a ser rechazados.
-          Yo…ya me iba…- dijo ella al ver que él no hacía ningún amago de irse.
Pasó a su lado de nuevo con una falsa expresión de autosuficiencia, batiendo sus brazos al caminar y marcando el paso con más fuerza de la necesaria. Pero de manera súbita él le tomó del brazo quizá con más fuerza de la necesaria, no por hacerle daño sino obedeciendo a un impulso que nada tenía que ver con su razón sino con lo que albergaba en su pecho.
-          Marquesa…- susurró a escasos centímetros de su cara - …su chal.
Ella había olvidado la pieza que llevaba encima, la había dejado caer tras pasar a su lado, pero como iba sumamente concentrada en hacerse la dura no pareció notar siquiera que él se había agachado rápidamente a recogerla antes de tomarla por su delicada extremidad.
Él por su lado sentía que dentro de poco empezaría a temblar, no era la primera vez que la tocaba propiamente; pero sí lo era desde que descubrió que la deseaba de una manera abrasiva.
-          Soltadme, Edward. – exigió ella con muy poca fuerza de voluntad en su voz.
-          ¿Por qué, marquesa? ¿Acaso hago daño tocándoos? ¿U os molesta mi roce? – su voz era desafiante aunque por dentro estaba rezando porque lo contradijese. Que admitiese que se sentía atraída por él aunque no con la misma fuerza con la que él había descubierto que la quería. Dudaba que eso fuese posible; y más tratándose de alguien se su condición de noble.
-          Ah… no…pero…pero no me gusta…
-          ¿Por qué?
-          Porque…
-          ¿Por qué soy muy poca cosa para tomar esta clase de atrevimientos?
-          ¡No os comportéis como un necio, Edward. Por favor! Todos los que me conocen saben que no soy así. – dijo ella desprendiéndose de su agarre con obstinación.
-          El problema es que yo no os conozco, Marquesa. – y de pronto el tono de Edward tuvo un doble filo. – Pasaron muchos años y ahora me encuentro ante una mujer totalmente diferente a la que dejé. Y también más fascinante.
-          Queréis tomarme el pelo. – agregó ella. No fue una pregunta sino una afirmación, ella lo dio por sentado de inmediato. – No os permitiré que os moféis de mí. Antes muerta.
Intentó darse la vuelta pero la envolvió y la atrajo con fuerza hasta estrellarse contra sus delicados pechos.
-          Véame a los ojos, Marquesa y dígame sinceramente si cree que os estoy tomando el pelo. – él se lamentó de decir lo que lo dejó en tan clara evidencia.
-          Yo…yo…- titubeó ella pero no le dio tiempo a que dijese más nada, pues con sus labios agresivos se apropió de los suyos.
A Edward le hubiese gustado echarle la culpa de su arranque violento a su lengua que parecía soltarse en el momento menos indicado y de la peor forma. Pero no. No fue eso. Su impulso obedeció a un mandato supremo emitido por dos seres que se amaban incluso antes de tocarse. Incluso antes de demostrarle al otro la intensidad de sus sentimientos.

***************
Bella batalló para soltarse hasta que se separó, lo miró furiosa y le propinó una bofetada que le dejó la mejilla roja a Edward por su fuerza implementada, pero no pudo escaparse. No cuando él volvió a tomarla como había hecho momentos atrás y había vuelto a besarla de manera desesperada, y entonces ella dejó de batallar con su absurdo orgullo.
Sus respiraciones se interceptaban mientras que los labios se acariciaban con codicia, y poco a poco sin darse cuenta sus lenguas se encontraron con avidez para acariciarse como sus bocas lo hacían. Las manos de ellas se aferraban a sus gruesos hombros mientras que las de él apretaban su cintura con una brusca posesividad.
En busca de oxígeno ella se separó con reticencia y se percató con placer que él también jadeaba en busca de aire.
-          Dejadme ir, Edward. Os ruego, por favor. – graznó ella. Sabía que un minuto más a su lado y mandaría lejos su cordura y autocontrol; y el vivero no era el mejor lugar para eso.
¡Ni siquiera estaba segura de si debía hacer eso!
-          ¿Os he ofendido, Marquesa? – para sorpresa de ambos él lo preguntaba en serio.
Ella negó con la cabeza pero no dijo nada más.
La dejó zafarse de la presa de sus brazos, le colocó el chal sobre los hombros y la miró con profundidad.
-          No sé que me habéis hecho, ni tampoco me gusta. Pero sé que no puedo resistirme y ya estoy harto de luchar conmigo mismo.
Y aunque era ella quien quería huir de él, fue Edward quien salió a rápidas zancadas del vivero.



Los días siguientes transcurrieron entre miradas cómplices y encuentros que al principio era fortuitos y que luego se volvieron acordados. Durante un par de horas Edward y Bella se permitían regalarse palabras dulces, relatos de lo ocurrido mientras estuvieron separados y besos apasionados.
Pero siempre en secreto, ni siquiera Esme o Carlisle se podían enterar de esto que había nacido entre ellos dos, que era lo más hermoso del mundo; pero que la sociedad reprochaba por no pertenecer a la misma clase. Sabían que ellos se enfrascarían en el posible compromiso con el Conde Black. Y ella por nada del mundo permitiría esa unión; no ahora que conocía lo que era estar enamorada.
-          ¿En qué pensáis, Marquesa? – susurró Edward que se encontraba sentado a su lado en medio del pasillo de los lirios; allí se encontraban desde aquella tarde de su primer beso.
-          Sabéis bien que odio que me llaméis así. No soporto que señaléis esa diferencia. – le dijo cierta irritación en la voz.
-          Disculpadme, Bella. Solo quise hacerme el gracioso. – hizo un divertido intento de puchero para causarle risa. Y lo logró.
-          Pues no os funcionó muy bien que se diga.
-          Creo que sí, puesto que os estáis riendo ahora.
-          Solo por la mueca extraña que acabáis de hacer.
-          ¿Así que os estáis mofando de mis muecas? Debéis pagar por semejante ofensa. – y dicho esto le besó en los labios con divertida pasión, y que poco tiempo después se volvió demasiado efusivo, demasiado demandante.
Bella se separó con coste de él, no porque no quisiese seguir con el itinerario de besos; sino por el riesgo de poder ser encontrados.
-          Edward, debéis controlaros. Nos pueden encontrar.
-          ¿Os da pena que os encuentren junto a mí, Bella? – preguntó él demasiado serio. Ella sabía que estaba reviviendo unos demonios que le habían marcado desde su partida, él le había comentado algo pero no había querido profundizar en el tema, se negó rotundamente a comentarle que era lo que lo había mortificado tanto.
-          No, Edward. Temo que por encontrarnos en unas condiciones como estas puedan separarnos. Jamás me avergonzaría de enseñar ante el mundo que te quiero.
Él se puso en pie y caminó de lado a lado mientras cavilaba en silencio.
-          ¿Qué pasa? ¿En qué pensáis?  - dijo ella harta de estar en silencio.
-          En vuestro futuro. Y en el mío. Jamás aceptarán que estemos juntos, la única manera es hacerme un nombre como abogado…
Ella se puso de pie con suma agilidad y se acercó hasta él para tomarle de la mano.
-          Miradme, Edward. ¿Acaso creéis que a mí me importa un diablo lo que diga la sociedad? ¿Si os consideran digno de mí? Mi título no es más que una herencia de alguien a quien yo no les importé en lo más mínimo, así que ¿Por qué habría de incumbirme lo que digan los demás? Te quiero…- y le tomó el rostro entre sus manos. Edward volvió su cara para depositar un beso en una de sus palmas y volvió a mirarla – y nada más que eso me importa ¿Podéis entenderlo?
Él asintió.
-          Puedo. Y yo también os quiero, Isabella Marie Swan. Aunque el destino haya querido que naciéramos en mundos diferentes, aunque no sepa con qué me vaya a enfrentar a causa de esto y aunque pierda mi alma por esto que siento; no puedo negar que me he enamorado de vos.
Y esas bocas que parecían estar creadas para fundirse en cada beso se unieron de nuevo con basto frenesí hasta que ambos quedaron jadeantes.
-          Debemos irnos. – dijo él.
Y se fueron hacia el palacio lentamente disfrutando del paisaje. Pero el cielo pronto se hizo escuchar con fuerza, un trueno escandaloso anunció la llegada de una tormenta y antes de que siquiera les diera tiempo de ponerse a resguardo, la lluvia hizo acto de presencia.
Isabella rió como una niña mientras que Edward la llevaba rápidamente de la mano hacia un depósito de herramientas de jardinerías, esperarían que mejorase el temporal para llegar al palacio.
-          No comprendo de que os reís, Bella. Es solo lluvia. – comentó Edward mientras se sacudía las gotas de agua de su cabello.
-          Hacía mucho tiempo desde que no me mojaba con la lluvia. Había olvidado que me gustaba tanto. – comentó ella mientras recordaba su infancia.
-          Tenéis razón. Recuerdo que os gustaba mojarte cada tres por dos y vuestra madre os reprendía con frecuencia.
Ella asintió y lo miró con profundidad acordándose de aquellos tiempos, y donde antes hubo recuerdos ahora demandaba otra cosa. Demandaba caricias y besos, éxtasis y gloria, pasión y entrega. Todas por igual.
Por primera vez Bella tomó la iniciativa agarrando a Edward por la parte posterior de su cuello y tomó su boca con la desesperación de un hambriento. Él correspondió a su beso con la misma intensidad; hacía ya muchas noches desde que deseaba estar con él en un lugar apartado, en donde nadie pudiese interrumpirlos y dejarlo hacer suyo su cuerpo, pues su alma ya la poseía. Por eso no se detuvo a pensar al momento de dejarle abrir los botones de su vestido, ni tampoco al deshacerse de su corpiño dejándola solo en un camisón que a duras penas le cubría, puesto que la tela era casi transparente.
Bella con timidez temblaba mientras intentaba desabrochar los botones del chaleco de Edward. Este pareció enternecerse al ver su estado y la ayudó de manera diligente. Ella disfrutó con cada prenda que caía al piso del sucio almacén de herramientas. Su camisa…sus botas…sus pantalones…sus calcetines y finalmente sus calzoncillos.
Los ojos de ella miraban el miembro turgente que se erigía ante ella y que pronto estaría en su interior haciéndola mujer.
-          ¿Estáis segura de que esto…pase, Isabella? – ella sabía que él aceptaría su decisión fuese la que fuera, incluso si esta fuese una negativa.
-          Estoy segura, Edward. Es solo…que no sé nada de esto…yo…
-          Shhh…- él le colocó un dedo en los labios para acallarla – No se trata de saber, se trata de sentir. Y yo me encargaré de que me sientas hasta lo más profundo de tu ser. – en su voz se marcó la impronta de un juramento.
Y así se dio paso a la entrega de dos cuerpos que se pertenecían. Él la besó con ternura, como se suponía que debía besarse a la mujer con la que se quiere compartir la vida entera. Le entregaría su castidad como prueba máxima de su veneración por él.
-          Os amo.- dijo él mientras descendía por la curva de cuello.
-          Os amo. – repitió ella mientras restregaba impúdicamente contra el bajo vientre se Edward.

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Él le subió de a poco el camisón, que al ir ascendiendo lentamente por los tersos muslos de su amada, incentivaba un deseo que hasta el momento ella desconocía. Sacó la prenda por su cabello y se regodeó en la exultante vista de sus perfectos pechos que se adornaban con las ondas de su cabello color chocolate.
Con la devoción de un creyente besó cada seno como si fuese un montículo de tierra sagrada que acabase de descubrir. Acarició la zona con temblores que estremecían todo su ser; no era su primera vez, pero por Dios santo que sentía como si lo fuera; porque era la primera vez que hacía el amor y no que tenía sexo simplemente.
Lamió y siguió besando cada parte de esos senos que se arqueaban hacia él en clara petición de ser poseídos.
Gemidos, jadeos y hasta gruñidos se hicieron presentes en un simple depósito que no tenía nada de espectacular; pero que fue el sitio perfecto para ser testigo de la entrega más grande que puede haber entre dos seres que se aman. Él hizo que su mano descendiera por su estómago hasta su vientre, y de allí a su monte de Venus en donde con movimientos circulares hizo que ella se deshiciera mencionándolo entre suspiros. Sonrió complacido la estaba llevando más allá de sus límites, tocaba un lugar que jamás había sido profanado por nadie y se sintió orgulloso de ser él quien conquistaba ese territorio celestial.
Cuando Bella alcanzó el orgasmo sintió que sus piernas le fallaban y fueron brazos los únicos responsables de evitar que se estampase contra el suelo. La tendió con suavidad sobre un rudimentario; pero conveniente; lecho de paja que estaba atrás de ella. Y lentamente, como la prolongación de una larga caricia Edward se deslizó sobre su piel transpirada de placer hasta situarse entre sus piernas a la espera de que ella le concediese el permiso para irrumpir en su intimidad. Ella lo besó con fogosidad enardeciendo un fuego que ya estaba desbocado y fue entonces cuando con una suave estocada Edward Anthony Cullen entró en Isabella Marie Swan para marcarla como suya. Chocó contra una suave barrera y sintió como su miembro se ensanchaba en su interior aun más. Bella encajó las uñas en su espalda  presintiendo lo que iba a ocurrir a continuación.
Con otra embestida un poco más fuerte que la anterior rompió la débil membrana, ella jadeó de dolor y él se congeló en el sitio esperando caballerosamente a que se recompusiera, mientras que por dentro deseaba moverse fuertemente contra su centro para calmar ese fuego que lo consumía de forma voraz y arrolladora. Finalmente Isabella arqueó sus caderas haciendo que el miembro de Edward se estremeciera de deseo e indicándole que continuase con aquel hermoso rito de posesión. Él inmediatamente volvió a moverse delicadamente dentro de ella.
Pero Isabella no deseaba ese movimiento y de una manera muy directa y poco decorosa se lo hizo saber.
-          Edward…un poco más fuerte. – gimió.
-          No quiero… haceros daño. – respondió él débilmente a causa de la excitación.
-          Sé que no lo haríais…pero por favor, tómame con fuerza.
Aquella declaración desinhibida fue lo que lanzó a Edward a un maremágnum de pasión y embistió a Bella con más fuerza y rapidez. El sudor de sus frentes unidas, el calor de sus manos entrelazadas y la fricción de sus sexos danzantes hicieron que los dos cuerpos enredados explotasen, los jugos de ambos entremezclándose; evidencia clara de su deseo. Primero fue ella quien después de gemir sus nombres se dejó caer pesadamente en el bulto de paja en su espalda que hasta hace poco estaba arqueada debido a las convulsiones. Luego se vino él que apretó su cintura y embistió con velocidad y profundidad hasta que su esperma bañó su interior para reclamar ese territorio divino que de ahora en adelante le pertenecería.

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-          ¡Bella, apuraos! El Conde tiene más de diez minutos esperando por vos en la sala de estar y debe partir pronto hacia Londres. Deberíais tratar de ser un poco más considerada, mi niña. – expresó Esme, quien optó por tomar el cepillo y las horquillas para terminar de peinarla. Ya que ella parecía muy poco dispuesta a cooperar.
-          No es mi deseo hablar con el conde, Nana. No lo quiero. – replicó ella.
-          Pues él es un excelente partido  para ti. Seríais una tonta si lo rechazarais. Él se ve muy prendado de vos.
-           No me interesa.
-          Bella, solo dadle la oportunidad que os declare sus sentimientos y luego tomad vuestra decisión. – pidió Esme en tono maternal.
Ella accedió solo porque pensaba decirle la verdad más tarde a su querida Nana, ya no tenía sentido seguir ocultando lo que sentía por Edward. Era mejor que se hiciese a la idea de una vez por todas que no pensaba dejar a Edward, lo esperaría hasta que se graduase de abogado y sería él quien se encargaría de todo lo concerniente al manejo legal de sus posesiones.
Bajó, habló y escuchó cada palabra del apuesto Conde Black. Este le ofreció todo, poniendo a sus pies todo cuanto tenía si aceptaba casarse con él; debía partir a Londres a cerrar unos negocios pero luego volvería y le hizo saber que nada lo haría más feliz que regresar y encontrar la fecha de boda fijada.

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-          ¿De quién es el carruaje aparcado en la puerta, madre? – preguntó Edward mientras desayunaba en la cocina.
-          Es del Conde Jacob William Black, cielo. Es el pretendiente de Isabella. ¿No lo sabíais?
Él apretó los dientes hasta hacerlos rechinar de rabia y celos. Claro que lo sabía, ella le había contado cada conversación de él y sabía que más tarde que temprano él volvería para proponerle matrimonio, y lo que era peor, para ofrecerle todo aquello que él no podía darle. ¡Maldito fuera!
Dejó el exquisito bollo que estaba comiendo tal cual como estaba, había perdido el apetito súbitamente.
-          ¿Qué hace aquí? – preguntó entre dientes.
-          Creo que finalmente se decidió a pedirle matrimonio. Es un chico espectacular y de muy buena familia, obviamente. Creo que no hay mejor partido para Isabella que él. Es atento, caballeroso, y muy guapo; pero lo más importante es que parece quererla. Así que no veo porqué ella podría rechazarlo.
¡El fuego!, ese maldito fuego de los celos se había avivado con fuerza de nuevo, pero ahora un nuevo sentimiento apareció; y era de lo que él estaba huyendo desde que había descubierto que la amaba. Del dolor. Pues allí comprendió que las palabras de su madre eran lacerantes pero no por eso menos ciertas.  Ese bastardo podía brindarle a su Bella todo lo que él no podría jamás; ni siquiera porque se hiciese de un buen nombre como abogado. Ni siquiera aunque consiguiese una buena fortuna podría ganarle a ese noble que estaba en la sala de estar declarándole sus sentimientos a la mujer que le había entregado mucho más que su cuerpo.
Asqueado y decidido salió de la habitación, no podía negarle el futuro que a ella le correspondía por derecho de cuna, debía dejarla hacer su vida y él intentar recoger los pedazos de la suya; seguir con sus estudios en Londres, hacerse un reconocido abogado, ganar suficiente dinero para alejar de la vida de servidumbre a sus padres; aunque Bella no los considerara así eso seguían siendo; y de esa manera cortar el hilo que pudiese mantenerlos unidos.
Recordaría a Isabella Marie Swan como un espejismo de la vida feliz que nunca soñó con tener hasta el día en que volvió a verla.
***************

Tres Años después…
 Edward acaba de salir del prestigioso bufete en donde trabajaba desde hacía dos años atrás. Había conseguido todo cuanto se había propuesto: un reconocido nombre entre los abogados más sagaces de Londres y sus alrededores; también se hizo dueño de una gran fortuna al ganar un caso para uno de los hombres más poderosos de toda Inglaterra: el Duque de York, Jasper Hale. Quien a partir de entonces se volvió lo más cercano a un amigo que alguna vez hubiese tenido.
Pero aun había dos cosas que no había conseguido. Separar a sus padres de aquel palacio en Salisbury, y ni mucho menos olvidar a Isabella. Ella parecía estar tatuada en su cuerpo y en su mente. Como si fuese un espectro que lo perseguía, le parecía verla en cada rostro de las mujeres que viese. Era su más hermosa y perfecta maldición.
Mientras caminaba por la calle cavilando en sus demonios, apesadumbrado y con la misma sensación de desasosiego que se había instalado como su compañera desde hacía tres años atrás cuando dejó a su amada atrás para dejarla seguir el curso que su vida hubiese tenido si él no hubiese intervenido; escuchó unas risas provenientes de unos metros detrás de él, por mera curiosidad volteó por mera curiosidad y hasta algo de envidia; pues eso era algo que él no conseguía hacer desde lo que le parecía una eternidad; y alcanzó a ver a una pareja que venían tomados de las manos y se miraban cual par de jóvenes enamorados. Reconoció a ese hombre puesto que aquella fatídica mañana había alcanzado a verlo antes de salir de la casa de su amada.
Era el mismo bastardo que había ido a declarársele a Isabella y a ponerle un mundo entero de posibilidades que él en ese entonces aun no podía siquiera pensar en tener. El Conde Jacob William Black de York, y venía riendo con una chica de cabellos broncíneos y tez de color crema. ¿Acaso tenía una amante en Londres dejando a Bella tirada en Salisbury? ¿O sería que acaso ellos no…? No. No podía ser. En ese mismo instante desterró esa desfachatada historia de su cabeza. Él estaba seguro de que ese imbécil aprovecharía esa oportunidad que él le había dejado en bandeja de plata al dejar a Bella tirada de esa manera tan vil. Jamás le dijo nada y les prohibió a sus padres hablarle de ella cuando le escribiesen.
Quería olvidarla y pensó que no sabiendo nada acerca de su vida, imaginándola casada y con hijos podría deshacerse de aquello que se le había instalado en el pecho y mente para atormentarlo. Pero ese día había tenido que admitir que sus sentimientos lo habían derrotado en su propio juego.
Enfurecido ante la idea de que él estuviese siéndole infiel a la única mujer a la que él le hubiese rendido pleitesía; se fue hacia el hombre de tez canela y cabellos negros, le propinó un empujón.
El otro se tambaleó hacia atrás y se irguió rápidamente para encarar a su desconocido agresor.
-          ¿Cuál es vuestro problema, infeliz? – bramó el Conde iracundo.
-          Mi problema se llama Isabella Marie Swan de Salisbury. ¿Le suena conocido ese nombre, Conde?
El hombre se timbró al escuchar la referencia de la Marquesa y más aun cuando ese hombre que no recordaba haber visto jamás había dicho su título nobiliario.
-          ¿Lo conozco? – dijo un poco temeroso. No sabía con que finalidad se le había acercado ese individuo en aquel estado de irritación.
-          No, pero yo a usted si. ¿No sois acaso el esposo de la Marquesa de Salisbury? – jamás le había costado tanto decir unas simples palabras al ahora célebre “Caballero de Acero”, famoso por ser implacable durante los juicios a los que se enfrentaba.
-          No. – respiró un poco más tranquilo el interpelado – No lo soy. Le propuse matrimonio, no una sino tres veces y siempre me rechazó. Os puedo asegurar que no entiendo el motivo por el cual…- él pareció pensar por un segundo mientras que una expresión sombría embargaba su cara - ¿Acaso es usted Edward Cullen?
Si. Era el asombrado y atónito Edward Anthony Cullen. El que escapó del lado de la mujer a quien amaba con la esperanza de que la siguiese con su vida y por lo visto se había equivocado.
-          Si…- balbuceó aun incrédulo de lo que había escuchado  - ¿Por qué?
-          Porque la misma Marquesa de Salisbury me explicó los motivos por los cuales no me aceptaba. Y el motivo fue usted, caballero. Aunque creo que el título le queda grande. – dijo Jacob en tono mordaz.
-          Me gustaría saber el porqué de vuestras suposiciones, Conde. – dijo Edward a sabiendas de que se merecía eso y más.
-          Me explicó en más de una ocasión que era por vuestra causa que no podía contraer nupcias conmigo puesto que estaba enamorada de vos; pero claro; os largasteis dejándola sola y triste. Espero que se haya recuperado y que haya rehecho su vida; pues ninguna mujer merece ser tirada como vos la dejasteis a ella. – voz era tan amenazante como filosa. Edward comprendió que aun sentía aprecio por ella y no le sorprendió los celos que eso le causó.
-          ¡Dejarla fue lo más difícil que he hecho en mi vida! No sabéis de lo que estáis hablando y os prevengo…no os permitiré que me juzguéis. No conocéis el motivo de mis actos. – le gruñó entre dientes, tratando de luchar con las lágrimas que pugnaban por salir.
-          No os juzgo; eso le corresponde hacerlo a Isabella. Y sinceramente espero que no os perdone. Hasta nunca, Caballero de Acero. – y por primera vez en su vida, Edward odió su sobrenombre. Y luego se dio cuenta de que realmente su fama lo precedía.
El Conde de York se largó con su acompañante que miraba con una mezcla de asombro y reproche cada tanto al hombre que se había quedado en la acera decidiendo que hacer con su miserable existencia.
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-          Leah, decidle a Carlisle que necesito verlo. Que traiga los últimos informes tanto de mi contador como de mi abogado. – musitó Isabella tal cual el yermo en que se había convertido desde hacía tres años atrás.
La doncella asintió, hizo una reverencia antes de salir y cerró la puerta tras ella. Bella miró hacia un lado de la ventana  de su despacho. Y aunque veía hacia los jardines no notaba absolutamente nada.
Nada. Eso era en lo que se había transformado. Era un simple cuerpo que por dentro no tenía nada; al menos que dolor se considerara algo.
La puerta se abrió y ella se irguió para recibir a su fiel capataz.
Pero no fue él quien entró. Sin siquiera pedir permiso Edward Cullen entró en la estancia con su candencia sensual habitual pero con una súplica muda en los ojos.
La Marquesa se reprochó a sí misma por temblar ante la presencia que tenía delante; ¿pero como no hacerlo, si aun lo seguía amando con la misma pasión de hacía tres años atrás? Aun así volvió sus facciones arrogantes demostrando que su orgullo no estaba hecho para ser pisoteado. Porque aun quedaba algo de él.
-          Isabella yo…- dijo él con el alma en vilo.
-          Salid de aquí Edward, antes de que llame a los mozos para que te saquen a rastras de mi vista.
-          Sabéis bien que no deseáis hacer eso. Primero que nada queréis una explicación de mis acciones y yo deseo dároslas. Segundo tenéis toda la potestad para echarme pero solo accederé a irme luego de haberme explicado. – expresó seguro de sí mismo. Pero eso era solo en apariencia; pues por dentro rogaba a la corte celestial que pudiese disculparlo. Si no lo hacía…él ya no sabía de que sería capaz.
-           No pretendáis conocerme a estas alturas del partido, Caballero de acero. No soy la misma niña ilusa que dejasteis luego de usarla. No conocéis en lo que me he convertido.- agregó Bella con una sonrisa tan carente de alegría que le heló las venas.
-          Pues lo intentaré nuevamente; tal cual lo hice un tiempo atrás. Y confío que si fui capaz de conquistaros en ese entonces. Hoy frente a frente y con la verdad en mano sé que aunque no me queráis a vuestro lado, entenderéis mis razones.
-          No estéis tan seguro de ello.
-          Ya veremos; Marquesa mía. Ya veremos.

*****
Bueno chicas…he aquí mi humilde regalo para el “Día de los Enamorados”.Debería haberle dado un final feliz pero…la verdad preferí dejarlo abierto. No sé ustedes pero creo que en un capítulo no se puede explicar todo…En fin, solo quiero desearles un muy dichoso 14F y espero que les guste esta historia…Me costó horrores hacerla, pero lo hice porque las quiero y deseaba darles algo especial…
Ojalá lo haya hecho bien...
PD: Este OS es un regalo para mi queridísima Jesica Tatiana, quien aparte de ser una fiel seguidora de mi blog, también es mi surtidora oficial y exclusiva de libros. Para ella todo mi agradecimiento y aprecio. Es una de las causantes de que mi musa siempre ande en movimiento. Besos Nena.


10 comentarios:

  1. Mira Tu ... haras una continuacion por favor que te costo horreres no lo creo es ta Buenooooosimo Loca... bueniiismo pedazo de Os mori lentamtent con el beso su primera vez y grite por la estupidez de dejarle, por su terquedad y por Dioooos que puedo decir donde consigo uno de esos , si que vivi el masoquismo poruqe por eso nos emocionamos aunque lo neguemes mi Marie Excelente escrito en verdad me ha E-N-C-A-N-T-A-D-O.... no se que decir... estyo sin palabras y con la garganta reseca bravoooo bravoooo
    feliz dia de los enamorados

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  2. Si, por fin!!. que fantástico Os, Marie y que regalazo para el día de los enamorados. CONTINUACIÓN, CONTINUACIÓN! EXIJO CONTINUACIÓN!

    Disculpa por ser una de tus acosadoras, pero en serio quería leerlo ya, ademas tus adelantos me atormentaban un poco, pero al igual quería seguirlos leyendo...

    Un saludito desde Colombia
    Tati Gómez

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  3. WOWWWWWWWWWW MARIE SE QUE LO CONTINUARAS......... QUE OS TAN EMOCIONANTE LO VIVÍ EN CADA PALABRA QUE LEÍA Y ME A ENCANTADO UNA VEZ MAS DEMUESTRA LO BUENA ESCRITORA QUE ERES
    BESOS Y FELIZ DIA DE SAN VALENTIN

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  4. :@ esto es oficialmente una amenaza..O continuas este os o yo misma hare q dejes de respirar :@ no puedes ser tan cruel con nosotras amiii tienes q continuarlooooooooooooooooooooooooooooooooooooooo :( porfaaa CONTINUACION CONTINUACION CONTINUACION ...

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  5. Que OS tan impresionante!!!!

    Definitivamente es tan bueno que sería un insulto al buen entendimiento si no continúas; puedo entender que el manejo de las estructuras verbales sean complicadas pero ya está demostrado que eres buena y que controlas ese "pero gramatical". La historia es genial, innovadora, coherente y equilibrada; eres una escritora grandiosa.

    No te diré que la espera ha valido la pena (porque definitivamente la espera ha sido angustiante) pero no pudiste escoger mejor modo de regresar.

    Nuevamente tienes toda nuestra atención y con tu magia nos has cautivado.

    P.D. Me uno a las peticiones anteriores, incluso secundo la amenaza de muerte ja ja ja.

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  6. aaaah!!!.... Hermanaa lo amee pero por favor CONTINUALOO!!!... te lo ruego!!... es tan genial!!.. tienes qe acerle tan siquiera una segunda partee... con final... como gustees!!... pero FINAL!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
    o entre Rochii y yo aremos de las miaas!! :P
    te quiero!! xD

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  7. hoola!! nena!! me encanto de verdad! ajja es mas ya me imaginaba que de aquel encuentro naceria un mini edward! ajaja hermoso.. viste que te salio??? o no era este?? jaja no importa eres fabulosa!!
    te adoro mucho mucho!

    besitos

    Mel♥

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  8. lo ameeeeeeeeeeeeeeee!! me encanto!
    me fascino!, me tuvo en vilo!, me recontra gusto ese final asi abierto. yo se que bella va pedonarlo, como no hacerlo?
    me encanto que lo hicieras en esa epoca!!
    hay gente que te esta amenazando por face, continuarlo....mmm no seria mala idea, pero debo decir que asi me encanto.
    lo ame!! (perdona si me repito pero enserio me reocntra encanto) valio la pena la espera!

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  9. Hola estoy con las chicas exijo continuacion!!!!!!.-
    PD Mari es precioso gracias de verdad!
    besos y cariños
    sole.-

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  10. este shot ba a seguir como fan fin????? esta buenisimo para seguir la historia

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