Salisbury - INGLATERRA 1.814:
-
Niña Bella, el vestido color azul hielo me
parece la opción más adecuada para tomar el té con el Conde Black ¿no os
parece?
Isabella
miró con tedio desde su tina hacia donde estaba su nana y ama de llaves. Esme;
quien era para ella como su madre; ya que Lady Reneé siempre estuvo demasiado
ocupada siendo una dama de alta alcurnia con el Lord Charlie; quien era su
padre y además el marqués de Salisbury. Desde temprana edad, ella comprendió
que figuraba en el último lugar de su lista de prioridades por no ser el varón
esperado por ellos.
-
Nana, no me agobiéis con nimiedades. Dejadme
disfrutar de mi baño. – protestó mientras se hundía un poco más en el agua
tibia con olor a jazmín.
La
ama de llaves se rió cansinamente y vino a por la consentida jovencita.
-
No son nimiedades, Isabella…
-
¡Bella, nana! Be – lla. Sabéis muy bien que
odio que me llaméis así. Es como si me estuvieseis riñendo. – refunfuñó.
-
Bueno, Bella. Pero vos debéis entender que el
Conde Black tiene claras intenciones de matrimonio. Y no quiero ser la causante
de que se desilusione de tal propósito. Si vuestros padres estuviesen vivos
estarían muy complacidos con la posibilidad de realizar este enlace que le
resulta muy conveniente a ambos. Además él no es nada mal parecido, es un joven
guapo y educado – dijo Esme mientras la ayudaba a salir y le alcanzaba una
toalla para taparse.
La
marquesa entornó los ojos ante las suposiciones de su estimada.
-
Primero que nada, Nana. A mis padres no les
hubiese importado en lo más mínimo si me casaba o si me moría…
-
¡Isabella Marie Swan…! – le riñó Esme.
-
Es cierto. Y lo sabéis muy bien. De haberles
importado algo se hubiesen dado a la tarea de pasar más tiempo en casa y menos
en bailes o en viajes de mero placer por el mundo. Aunque solo fuese cuando me
enfermaba. Y eso jamás ocurrió. Ni ocurrirá ahora que ambos están muertos.
-
No habléis así…
-
Lo siento, Nana. Es la verdad. Vos lo sabéis
muy bien. – continuó el camino
hasta su habitación mientras veía
el vestido dispuesto para su cita próxima. Mientras, continuó hablando con Esme
– En fin. Lo segundo que iba a mencionaros es que…no es que sea una engreída
pero…yo le gusto al conde con o sin vestido. No hace falta andarse con tantos
preparativos. - y como una niña traviesa
prorrumpió en risas.
Su
amada ama de llaves se paró en frente de ella; mientras se colocaba la ropa
interior; con los brazos en la cintura y claramente se mostraba molesta.
-
¡Dejad de decir tantas sandeces, señorita! La
verdad no sé de donde os salen esos comentarios tan obscenos. Parece que os
hubieseis criado con una panda de piratas cuando habláis de esa manera tan…
-
Y además os he dicho más de mil veces que no
voy a contraer nupcias con alguien a quien no ame. – Bella la interrumpió antes
de que pudiese seguir con tu sermón.
-
Pero, mi niña…
-
Pero nada, Nana. podéis corregirme y regañarme con respecto a lo que
queráis. Pero en cuanto a mi futuro esposo solo mi opinión cuenta.
-
Pero, Isabella…
-
Ya, nana. Mejor seguidme regañando por ser
tan impúdica.
Isabella
retomó su risa desvergonzada mientras se vestía con la ayuda de la señora
Cullen que trataba de lidiar con una extrovertida y nada convencional marquesa.
****************
-
¡Leah! – solicitó Bella mientras se terminaba
de colocar las botas de montar.
La
doncella entró a donde estaba la joven arreglándose.
-
Decidle a Sam que arregle a Twilight. Voy a salir a cabalgar un rato
y quiero probar con esta nueva adquisición.
La
chica asintió sin réplica alguna a cumplir con la orden encomendada.
Mientras
que Isabella cavilaba en el trayecto que
recorrería a caballo se vio interrumpida por Esme que venía sumamente excitada
por algo.
-
¡Mi niña. Edward ha vuelto! – casi gritaba de
la emoción al comunicarle una noticia que particularmente no la alegró
demasiado, pero si le causó curiosidad – Ni siquiera nos avisó que vendría de
Londres. ¡Ese muchacho loco no cambia!
A
Bella le conmovió el hecho de ver tan feliz a su muy preciada nana, pues hacía
ya varios años que no la veía sonreír de aquella manera tan natural y
deslumbrante. Hacía de eso más de seis años.
En
1.796, con tan solo catorce años de edad; Edward; de solo diecisiete; se había
ido a la casa de un prestigioso y acaudalado conocido de Carlisle; su padre; en
busca de la oportunidad de estudiar derecho en la universidad. Esme había
sonreído con felicidad al saber que su hijo había sido aceptado en la facultad
de dicha carrera en la capital. En su cara brillaba el orgullo de una madre
humilde que ve la oportunidad de superación ante su hijo; aquella que ella
nunca tuvo. Pero esa sonrisa se desvaneció conforme pasaban los años y su
ausencia se tornó en una cruz más que en una satisfacción.
Para
Isabella era realmente duro ver sufrir a alguien que estimaba hasta lo
imposible. Porque no solo era Esme; sino también podía ver a un Carlisle de
mirada vacía que trataba de no demostrar cuanto echaba de menos a su único
hijo. Más a pesar de todo aquello no podía alegrarse de volver a verlo. No
cuando lo que tenía de él eran recuerdos de una amarga infancia y adolescencia.
-
Ah. Me alegro por vosotros, nana. Me refiero
a Carlisle.
Esme
la miró con diversión en los labios y reproche en la mirada.
-
Niña. No puedo creer que aun le guardéis idea
por sus travesuras de chiquillo.
Bella
terminó de arreglarse las botas de montar y se situó en frente de ella
gesticulando con exasperación.
-
¡No podéis culparme por eso! ¡Edward me hizo
comer tierra, nana! Además no hizo precisamente dulce y digna de recordar mi
transición de niña a adolescente. ¡Me decía “ESPERPENTO”! como comprenderéis
eso no lo hace digno de mi estima, ciertamente.
Después
de decir eso la joven marquesa se sintió casi ridícula; parecía una chiquilla
de doce años que se quejaba con su madre de las burlas de otros niños. Solo le
faltaba zapatear contra el piso para completar la escena de infantilismo que
estaba armando.
Esme
sonrió divertida y le acarició las ondas chocolates que adornaban su cabeza.
-
Tranquila, marquesa. No dejaré que el chico
malo se burle de vos. – y luego se partió de risa.
Bella
entornó los ojos y se dio media vuelta para salir de su habitación con lo poco
que le quedaba de dignidad; pero su sarcástica compañía reclamó su atención de
nuevo.
-
¿No vais a saludar a Edward? – preguntó un
poco más seria.
Ella
gesticuló con la cabeza su negativa.
-
No me apetece ahora, nana. Me voy a montar.
Así que nos vemos en un buen rato.
El
ama de llaves asintió y le expresó sus deseos de que disfrutase su paseo y le
ordenó que no llegase tarde para la cena. En condiciones normales, esto
sería una majadería inaceptable por
parte de una criada hacia su ama. Pero Bella no se veía a sí misma como la
figura importante que era; ella amaba a la pareja Cullen como sus padres y por
eso había intentado en repetidas ocasiones que Esme dejase el cargo de ama de
llaves y que solo se quedase como el miembro de la familia que ella consideraba
que era pero esta rechazó esa distinción, alegando que más nadie llevaría a
buen término las labores en el modesto pero opulento palacio.
De
la misma manera que su esposa, reaccionó Carlisle. Se negó a dejar sus labores
como capataz, más aceptó ser el tutor de Bella cuando perecieron los marqueses.
No faltó quien se escandalizara entre el círculo de amistades de alta alcurnia
de la ciudad de Salisbury, pero Isabella se enfrascó en ese deseo y no aceptó
un no por respuesta de sus abogados. De hecho alegó de forma astuta que no
tenía más parientes directos a los cuales acudir y se salió con la suya. Hasta
los momentos las cosas le habían salido a pedir de boca. Todos los negocios de
la familia Swan de Salisbury se mantenían prósperos; incluso un poco mejor que
cuando su padre estaba vivo.
En
resumidas cuentas, la marquesa podía ser joven y hasta un poco caprichosa, pero
jamás había perdido el norte de lo que debía hacer. O había perdido la cabeza…hasta
ahora.
*****************
Edward
se encontraba en la cocina saludando a su muy estimada Emily; la ya algo mayor
cocinera del palacio; cuando Carlisle entró en el recinto azarado. Al verlo
Edward se fue hacia su padre quien lo envolvió en un estrecho abrazo y le dio
unas buenas palmadas en la espalda a manera de bienvenida.
-
¡Pero cómo habéis crecido, muchacho! Qué
alegría volver a teneros por acá. Nos habéis hecho mucha falta a vuestra madre
y a mí, hijo.
-
Yo también os he echado de menos, padre. No
os imaginan cuanto. – sus facciones se
oscurecieron momentáneamente. Más antes de que alguien lo notara recompuso su
sonrisa como si nada hubiese pasado.
-
¡Emily, servidnos un poco de vino para
brindar por el regreso de mi hijo! – ordenó Carlisle de manera efusiva. Estaba
exultante de felicidad por tener a su único hijo de vuelta en casa. Pero de
pronto le surgió una duda – Edward, no me lo toméis a mal pero decidme a que se
debe esta visita inesperada.
El
joven suspiró pesadamente pero respondió de forma franca.
-
El tercer año de derecho ha terminado y quise
pasar unos días lejos de Londres antes de comenzar de nuevo, padre. ¿os he
importunado?
-
Para nada, hijo. Siempre seréis bienvenido
cuando queráis. Solo que me ha tomado por sorpresa vuestra visita. – respondió
Carlisle antes de causarle una impresión equivocada.
Y
allí, en la cocina; en medio de los guisos y delicias de Emily, brindando con
una de las mejores botellas de vino, Edward Cullen escuchó las palabras que
cambiaría de forma irremediable el curso de sus días.
-
¡Señor Carlisle, la señorita Bella ha salido
a cabalgar en Twilight! – era Sam
irrumpiendo con súbita alharaca en la antes pacífica cocina.
Todos
los presentes se sobresaltaron al escucharlo pero solo el capataz se puso en
pie comprendiendo el peligro implícito de lo que le había comentado el joven
peón.
-
¿Y por qué demonios dejasteis que eso pasara,
Sam? Sabéis mejor que nadie que esa bestia no estaba lista para ser montada.
¡Mucho menos por alguien tan frágil como Isabella!...
-
¡Pero es que ella me mandó a decir con
Leah..! – intentó explicarse el chico atemorizado. No era nada común ver a
Carlisle tan fuera de sus casillas como lo estaba en ese momento.
-
¡No debisteis dejarla ni aunque te amenazara
con despediros! ¡Llamarme hubiese sido una buena opción!. – bramó el hombre
atemorizado ante la posibilidad de perder a quien él consideraba aun una
chiquilla. “Su chiquilla”, pues él la
había visto crecer e incluso terminado de criar.
Dicho
esto, salió a toda prisa precedido por Sam y el mismísimo Edward. Cuando
llegaron a las caballerizas Carlisle tomó su propio espécimen. Un caballo
pinto, blanco y marrón de apariencia fuerte y majestuosa. Por su parte, tanto
su hijo como el peón tomaron otros ejemplares de apariencia menos rutilante,
pero también de una gran calidad y fortaleza. Si en algo no escatimaba Isabella
era en comprar excelentes animales. Porque no solo eran para su uso personal,
sino también para venderlos a los inversores en materia de hipismo.
Les
dio a cada uno las directrices antes de separarse. Él la buscaría por el
perímetro de las caballerizas, los jardines posteriores e incluso los
alrededores del vivero. A Sam le encomendó que la buscase por los límites del
palacio hacia el lado sur, en donde un extenso lago los separaba de la
propiedad de Lord Webber, quien era el padre de una de las escasas amigas de
Bella, Lady Angela. Edward en cambio se iría más lejos que ellos dos. Le tocaba
peinar el área aledaña al río Bourne con el cual limitaba el palacio por el
lado norte, este era un afluente del río Avon.
Antes
de partir se acercó a su padre para entender la razón de tanto apremio.
-
¿Padre, explicadme por un momento cual es el
motivo de vuestra angustia? Hasta donde yo sabía, Isabella era una excelente
amazona.
Carlisle
se volvió casi tan impasible como la bestia a la que sabía que perseguirían y
enfrentó a Edward.
-
Isabella sigue siendo una amazona
extraordinaria pero el caballo en el que salió a pasear es nada más y nada
menos que un Pura Sangre…- el joven
se irguió en la silla ante la respuesta de su padre - …y lo peor del caso es
que esa maldita bestia no se ha dejado terminar de domar. ¿Ahora podéis
ayudarme a buscarla sin perder más tiempo? – exigió de manera firme y
preocupada.
El
hombre de cabellos castaños dorados y tez blanca como la crema asintió sin más
réplicas absurdas y salió en la búsqueda de aquella chica de cabellos chocolate
que en su infancia no había significado más de lo que lo haría una niña mimada
con la que se veía forzado a compartir el cariño de sus padres.
Lo
que él ignoraba era que a partir de ese día compartiría con ella algo más
fuerte que un cariño paternal dividido.
Algo
que se llamaba pasión.
Se
apresuró a las orillas del río Bourne, no tanto porque Isabella fuese una
marquesa, o porque sus padres fuesen sus empleados desde incluso antes de que
ambos nacieran; sino porque ellos le profesaban una gran cariño a esa niña
mimada y caprichosa a la cual él no soportaba. Sabía que si algo le ocurriese
ellos estarían devastados y él no soportaba verlos sufrir. Quizá por eso nunca
se animó a escribirle sobre los maltratos que recibía de Lord Aro Vulturi,
quien a petición de su padre se había convertido en su protector, o mejor
dicho, su elegante torturador. Se negó a pensar más en eso y siguió peinando el
área en busca de la Marquesa de Salisbury.
Diez
minutos más tarde se estremeció al ver un cuerpo tirado en el suelo que no
realizaba ningún tipo de movimientos. Edward descendió del caballo y se
apresuró a recoger a la chica que yacía tendida boca abajo en la orilla del
río. Metió su mano con mucho cuidado por debajo de su cuello por si acaso este
estuviese lesionado, y con sumo cuidado procedió darle la vuelta.
Su
cuerpo se pasmó de shock al ver el rostro de la joven de cabellos ondulados de
color chocolate. Él la había visto muchas veces; había crecido prácticamente
con ella y sabía que no era nada espectacular. Si, era bonita pero nunca
imaginó que tras seis años de ausencia esa adolescente caprichosa se
convertiría en la despampanante mujer que ahora sostenía desmadejada entre sus
brazos.
Sacudió
la cabeza para deshacerse de esos pensamientos, de seguro seguiría siendo una
mimada. De seguro sería igual a…no. No la recordaría ahora.
-
¡Bella! – susurró palmeándole suavemente una
mejilla. Pero esta seguía inconsciente. -
Isabella, despertad. – exhortó con voz más fuerte pero nada que daba
señales de escucharlo.
La
examinó con atención y se percató de la protuberancia que tenía del lado
derecho de su sien. El golpe se veía fuerte, y de hecho, así debía de haber
sido puesto que aun seguía inconsciente. Intentó reanimarla durante un par de
minutos más pero nada funcionó así que la dirigió se caballo y la subió ; no
sin poco esfuerzo puesto que le costaba maniobrar con un cuerpo así, y la dejó
prácticamente colgando de lado y lado; mientras él se subía al robusto animal
detrás de ella.
Luego
la acomodó con sumo cuidado contra su pecho, su cabeza recargada en su palma
mientras que los rizos chocolates ondeaban con el viento. Y justo allí, acunado
contra su torso comenzó una guerra en su interior en la cual sus sentimientos
pugnaban por tratar de mantener ese solitario corazón como estaba, pero su
cuerpo le indicaba que el deseo había llegado para quedarse. ¡Dios se apiadase
de él!.
Esme
gritó de horror al ver a “su niña”
prácticamente colgando entre sus brazos y se apresuró para verla. No pudo
contener sus lágrimas y lloró al notarla inconsciente, temiendo lo peor.
-
Tranquila, madre. No es más que un golpe. Ya
veréis como dentro de un rato se recupera. – y se sorprendió a si mismo
deseando con todas su fuerzas que tuviese razón.
Negó con la cabeza antes de hablar.
-
Eso no podéis saberlo, cariño. – dijo
mientras ayudaba a su esposo a bajarla del caballo con todo el cuidado del que
eran capaces.
Adentro
la esperaba el médico de cabecera de la casa, el doctor Gerandy, la asistió con
prontitud en su habitación, y para tranquilidad de todos; como había predicho
Edward; solo había sido una contusión pero debían permanecer al pendiente de
ella por si algún trastorno o alucinación se presentaba durante lo que restaba
de día.
Esme
y Carlisle se apostaron al lado de la inmensa cama de caoba a esperar a que su
protegida reaccionase y no pasó demasiado tiempo cuando así ocurrió. Isabella
gimió y dirigió su mano hacia donde tenía el doloroso bulto, producto del
contundente golpe.
-
¡No os toquéis! – dijo Esme con turbación
pero con alivio a la misma vez mientras empapaba un paño en agua helada y lo
colocaba en su frente que tenía algunos raspones. – Os has dado un golpe muy
fuerte en la cabeza, mi niña.
-
¿Nana? – graznó con voz pastosa - ¿Qué…pasó?
-
¿Queréis saber qué pasó, Isabella? –
intervino Carlisle con un tono claramente molesto. - ¿De verdad queréis
saberlo?
-
Mi amor…- su madre quiso evitar que su padre
le reprochase algo a Bella en el estado en que se encontraba.
-
¡No, Esme! Ella no es una niña. Y tiene que
entender que cada acción tiene una reacción. – luego dirigió todo el peso de su
mirada de padre ofendido hacia quien yacía en la cama; esta se encogió ante el
gélido gesto y la mordaces palabras - ¿Queréis matarte, Isabella Marie?
¿Queréis hacer que nosotros – se refería a Esme y a él – paguemos por algo que
os hayamos propinado? Porque no puedo recordar que pudo haber sido tan hiriente
para vos, que nos tratéis de esta manera tan ingrata.
-
Carlisle, yo no…quise herir a ninguno de
vosotros. – se excusó Bella entre sollozos – Solo quería…
-
¿Querías qué, Isabella? ¿Demostraros a todos
cuán fuerte os habéis vuelto? ¿O que ya sois una mujer que se puede cuidar
sola? Pues os digo mi opinión. ¡No sois ni lo uno ni lo otro! Seguís siendo la
misma niña mimada de hace cinco años atrás atrapada en el cuerpo de una mujer
de veinte años. ¿Me habéis escuchado bien? Te comportas como una infante,
Marquesa Swan… - Bella se estremeció ante esa mención. Sabía que ninguno del
matrimonio Cullen marcaba jamás esa diferencia de clases a menos que estuviesen
sumamente molestos. Y definitivamente; este era el caso – Ahora descanse. Eso
la mantendrá a salvo de usted misma; pues parece que ese es su mayor peligro.
– terminado su hiriente monólogo, el
capataz que la veía con ojos de padre; salió de la opulenta habitación dando un
portazo tras él.
******************
Bella
prorrumpió a llorar de manera inconsolable, Esme la acunó en sus brazos y ella
cual niña indefensa se encogió temblando pero no de miedo, sino de dolor. Había
entendido de una mala manera que había herido a los dos seres que más quería en
la faz de la tierra. Y no porque tomara un caballo prácticamente indómito, sino
porque se había hecho daño y al hacer esto también se lo hacía a ellos.
-
Lo si… lo sien…- balbuceaba entre paroxismos
de llanto.
-
Shhh. Ya pasó, mi niña. Lo importante es que
estáis bien. – su nana trataba de calmarla pero no podía. No cuando Isabella
podía percibir la preocupación de ella por el estado de ánimo de su esposo.
-
Buscadlo, Nana. Debéis decidle que lo quiero
y que no deseo estar así con él. Decidle que lo quiero. – rogó casi de manera
miserable.
Esme
asintió y salió de la cama.
-
Edward, cuídala por favor. Vuelvo en un
momento. – y dicho esto salió de la habitación dejando solos a un par de almas
que estaban destinadas a reencontrarse para poder hallarse a sí mismas.
Él
la vio de manera sombría y confundida. Ella lo hizo entre aturdida y
avergonzada.
El
incómodo silencio perduró lo que les pareció una eternidad.
Bella
pensó ¿Edward? ¿De verdad es el mismo que
me había coaccionado para que comiese tierra? ¿O aquel que me desafió a una
carrera a caballo, hizo trampa de manera flagrante y me dejó en medio del
bosque abandonada a mi suerte? Pues si es el mismo, apenas y es reconocible,
pues se ha convertido en todo un rústico
Apolo. Luego se odió a si misma por
desear a quien hasta hace pocas horas atrás no soportaba.
Edward
se aclaró la garganta y se levantó del sillón que estaba apostado en una
esquina lejana del cuarto, se aproximó poco a poco y luego de aclararse la
garganta se dirigió a ella por primera vez desde que estuviese despierta.
-
Así que…¿Cómo os sentís, marquesa? – al
parecer no sabía bien como dirigirse a ella después de seis años. Quizá le
parecía impropio llamarla por su nombre de pila después de que las cosas
hubiesen cambiado tanto durante su ausencia.
Bella
intentó mantener la compostura y el orgullo; así pues Edward no se daría cuenta
del efecto que estaba teniendo en ella.
-
Un poco dolorida, pero bien. Gracias por
preguntar. – su actitud fría le salía muy bien, pero la próxima pregunta
resquebrajaría de alguna vergonzosa manera esa actuación perfecta - ¿Y…que os
trae por aquí, Edward? Creía que estabais en Londres estudiando derecho.
-
Y así es, Marquesa. Solo me tomé la libertad
de venir unos días a Salisbury a visitar a mis padres antes de empezar el nuevo
año.
-
Oh, me parece bien. Sois bienvenido cuando
queráis.
-
Gracias. Y…veo que ha…crecido, Marquesa…
Isabella
asintió con recelo, suponiendo la razón por la cual él le decía aquello. Ya no
era el Esperpento adolescente como
solía llamarla, ahora se sabía una atractiva chica de veinte años de edad.
Estaba considerada como una de las más hermosas de la región de Wiltshire.
Hasta ese momento poco le había importado, pero ahora eso se le reveló ante
ella como un estilo de vendetta personal.
Sonrió
con autosuficiencia.
-
Sí, supongo que ya no soy la pobre jovencilla
de la que os mofabais cuando erais un adolescente imprudente.
*********************
Edward
sonrió con abierta malicia; así que ella seguía siendo la misma altanera. Pues
no le permitiría que viese que tenía que tragarse sus palabras.
-
Tenéis razón, Marquesa Isabella. Ya no sois
la misma jovencita simplona de antes.
-
¿Cómo os atrevéis a hablarme así?
-
Vosotros comenzasteis.
-
Seguís siendo el mismo bellaco igualado de
siempre. – y dicho esto se levantó a trompicones de la cama para dirigirse
hacia la puerta de su cuarto. De seguro llamaría a Esme y le diría que se quedara
con ella pues no parecía tener ganas de soportar a su igualado hijo.
-
¿A dónde vais? – preguntó Edward divertido.
-
Eso no es de vuestra incumbencia.
-
Deberíais permanecer en la cama. El doctor
dijo…
-
Me importa un bledo lo que dijo el doctor. –
agregó Isabella de modo tenaz. Pasó a su lado y no pudo evitar estremecerse al
sentir de manera efímera el calor emanado por ese cuerpo esbelto que pasaba a
su lado al de las casi transparentes cortinas de organiza que pendían en el
dosel de su cama.
Edward
inhaló con fuerza tratando de absorber la mayor cantidad posible de su aroma. Y
se cuestionó a sí mismo por sentir una necesidad creciente de probar su piel
para constatar si esta sabía tan embriagadoramente dulce como la estela que
había dejado al pasar.
Pero
mientras cavilaba sobre su aroma natural, Isabella se desmadejó en el suelo
cuando sus piernas le laquearon. Aún seguía muy débil del leñazo que se había
asestado en la cien.
-
¡Te lo dije! – acotó Edward, pero no con
burla sino con preocupación mientras corría su lado y la tomaba antes de que su
cabeza diese contra el suelo una vez más.
Levantó
su cabeza son cuidado y vio como sus orbes chocolate se iban sumiendo
nuevamente en la inconsciencia. Entonces comprendió que no era una simple
preocupación, que en él había nacido una atracción desde el mismo momento en
que había vuelto a verla y no hallaba la forma de luchar con esto. Pero de una
u otra manera lo haría. Él no creía en el amor y esa mujer no lo haría cambiar
de parecer.
O
eso quería pensar.
Los
días pasaron y Carlisle se disculpó por haber sido tan duro con “su niña”, le
explicó que estaba muy preocupado por ella y por eso reaccionó de aquella
manera tan fría. Esme por su parte no escatimaba cuidados para con ella y la
tenía como si fuese una muñeca de porcelana que pudiese romperse en cualquier
momento. A veces Bella solía verse asfixiada pero recibía las atenciones ya que
al parecer ella se sabía la causante de aquella actitud sobreprotectora de su
madre.
En
cuanto a él no había cambiado su actitud por más que el deseo le pidiera que se
rindiese a ella. Sus palabras se mantenían en los límites de la cortesía y las
formalidades; entre saludos y despedidas, nada más que eso.
Lo
que ella desconocía en realidad era que él no le confesaba que la seguía con la
mirada a todos lados que se dirigía. Que se escondía como un cazador que
acechaba a su presa, entre los matorrales y árboles para verla sin que ella se
diese cuenta, porque ¿qué le diría si ella llegase a saber que conforme pasaban
los segundos, los sentimientos por ella se hacían cada vez mas fuertes? ¿Cómo
tomaría la Marquesa de Salisbury el
hecho de que el simple hijo del capataz estuviese enamorándose de ella muy a
pesar de había hecho todo lo que estuvo en sus manos para evitarlo? De seguro
lo menospreciaría. Sí, era lo más seguro. Si Aro y su esposa Tanya lo hacían
mientras que se suponía que debían ser sus protectores, Isabella podría hacerlo
sin ninguna recriminación posible. Ella era de la nobleza, y él era a duras
penas casi un abogado.
Una
tarde, mientras Isabella paseaba en su vivero, en el área de los lirios blancos
propiamente; esas eran sus flores favoritas; él la interceptó. Pretendía
hacerlo en silencio pero claro; ¿Cómo iba a salirle las cosas bien a quien solo
le sucedían cosas malas desde su partida del palacio? La suerte le sonreiría de
un día para el otro. Edward tropezó con una cubeta de metal que estaba apostada
cerca del extremo del pasillo en que ella se encontraba. Ambos se sobresaltaron
al oír el estruendo y las miradas por un fugaz segundo hicieron lo que sus
orgullos no se atrevían a hacer: ceder ante el deseo y el anhelo que se
filtraba a través de un par de ojos que cayeron presos los unos de los otros.
Pero
tercos como eran, de nuevo volvieron a sus posiciones beligerantes.
-
¿Se os ofrece algo, Edward? – preguntó la
orgullosa marquesa.
-
No. Y no venía a veros, señorita Swan. Solo
pasaba a echarle un vistazo al vivero pues tenía mucho tiempo que no venía. –
respondió él deseando aparentar seguridad.
Mentirosos.
Obstinados y secretamente enamorados. Los dos permanecieron callados tratando
de lidiar con unos latidos frenéticos que presagiaban la unión de dos corazones
rebeldes que se rehusaban a amar no solo por orgullo; sino también por miedo a
ser rechazados.
-
Yo…ya me iba…- dijo ella al ver que él no
hacía ningún amago de irse.
Pasó
a su lado de nuevo con una falsa expresión de autosuficiencia, batiendo sus
brazos al caminar y marcando el paso con más fuerza de la necesaria. Pero de
manera súbita él le tomó del brazo quizá con más fuerza de la necesaria, no por
hacerle daño sino obedeciendo a un impulso que nada tenía que ver con su razón
sino con lo que albergaba en su pecho.
-
Marquesa…- susurró a escasos centímetros de
su cara - …su chal.
Ella
había olvidado la pieza que llevaba encima, la había dejado caer tras pasar a
su lado, pero como iba sumamente concentrada en hacerse la dura no pareció
notar siquiera que él se había agachado rápidamente a recogerla antes de
tomarla por su delicada extremidad.
Él
por su lado sentía que dentro de poco empezaría a temblar, no era la primera
vez que la tocaba propiamente; pero sí lo era desde que descubrió que la
deseaba de una manera abrasiva.
-
Soltadme, Edward. – exigió ella con muy poca
fuerza de voluntad en su voz.
-
¿Por qué, marquesa? ¿Acaso hago daño
tocándoos? ¿U os molesta mi roce? – su voz era desafiante aunque por dentro
estaba rezando porque lo contradijese. Que admitiese que se sentía atraída por
él aunque no con la misma fuerza con la que él había descubierto que la quería.
Dudaba que eso fuese posible; y más tratándose de alguien se su condición de
noble.
-
Ah… no…pero…pero no me gusta…
-
¿Por qué?
-
Porque…
-
¿Por qué soy muy poca cosa para tomar esta
clase de atrevimientos?
-
¡No os comportéis como un necio, Edward. Por
favor! Todos los que me conocen saben que no soy así. – dijo ella
desprendiéndose de su agarre con obstinación.
-
El problema es que yo no os conozco,
Marquesa. – y de pronto el tono de Edward tuvo un doble filo. – Pasaron muchos
años y ahora me encuentro ante una mujer totalmente diferente a la que dejé. Y
también más fascinante.
-
Queréis tomarme el pelo. – agregó ella. No
fue una pregunta sino una afirmación, ella lo dio por sentado de inmediato. –
No os permitiré que os moféis de mí. Antes muerta.
Intentó
darse la vuelta pero la envolvió y la atrajo con fuerza hasta estrellarse
contra sus delicados pechos.
-
Véame a los ojos, Marquesa y dígame
sinceramente si cree que os estoy tomando el pelo. – él se lamentó de decir lo
que lo dejó en tan clara evidencia.
-
Yo…yo…- titubeó ella pero no le dio tiempo a
que dijese más nada, pues con sus labios agresivos se apropió de los suyos.
A
Edward le hubiese gustado echarle la culpa de su arranque violento a su lengua
que parecía soltarse en el momento menos indicado y de la peor forma. Pero no.
No fue eso. Su impulso obedeció a un mandato supremo emitido por dos seres que
se amaban incluso antes de tocarse. Incluso antes de demostrarle al otro la
intensidad de sus sentimientos.
***************
Bella
batalló para soltarse hasta que se separó, lo miró furiosa y le propinó una
bofetada que le dejó la mejilla roja a Edward por su fuerza implementada, pero
no pudo escaparse. No cuando él volvió a tomarla como había hecho momentos
atrás y había vuelto a besarla de manera desesperada, y entonces ella dejó de
batallar con su absurdo orgullo.
Sus
respiraciones se interceptaban mientras que los labios se acariciaban con
codicia, y poco a poco sin darse cuenta sus lenguas se encontraron con avidez
para acariciarse como sus bocas lo hacían. Las manos de ellas se aferraban a
sus gruesos hombros mientras que las de él apretaban su cintura con una brusca
posesividad.
En
busca de oxígeno ella se separó con reticencia y se percató con placer que él
también jadeaba en busca de aire.
-
Dejadme ir, Edward. Os ruego, por favor. –
graznó ella. Sabía que un minuto más a su lado y mandaría lejos su cordura y
autocontrol; y el vivero no era el mejor lugar para eso.
¡Ni
siquiera estaba segura de si debía hacer eso!
-
¿Os he ofendido, Marquesa? – para sorpresa de
ambos él lo preguntaba en serio.
Ella
negó con la cabeza pero no dijo nada más.
La
dejó zafarse de la presa de sus brazos, le colocó el chal sobre los hombros y
la miró con profundidad.
-
No sé que me habéis hecho, ni tampoco me
gusta. Pero sé que no puedo resistirme y ya estoy harto de luchar conmigo
mismo.
Y
aunque era ella quien quería huir de él, fue Edward quien salió a rápidas
zancadas del vivero.
Los
días siguientes transcurrieron entre miradas cómplices y encuentros que al
principio era fortuitos y que luego se volvieron acordados. Durante un par de
horas Edward y Bella se permitían regalarse palabras dulces, relatos de lo
ocurrido mientras estuvieron separados y besos apasionados.
Pero
siempre en secreto, ni siquiera Esme o Carlisle se podían enterar de esto que
había nacido entre ellos dos, que era lo más hermoso del mundo; pero que la
sociedad reprochaba por no pertenecer a la misma clase. Sabían que ellos se
enfrascarían en el posible compromiso con el Conde Black. Y ella por nada del
mundo permitiría esa unión; no ahora que conocía lo que era estar enamorada.
-
¿En qué pensáis, Marquesa? – susurró Edward
que se encontraba sentado a su lado en medio del pasillo de los lirios; allí se
encontraban desde aquella tarde de su primer beso.
-
Sabéis bien que odio que me llaméis así. No
soporto que señaléis esa diferencia. – le dijo cierta irritación en la voz.
-
Disculpadme, Bella. Solo quise hacerme el
gracioso. – hizo un divertido intento de puchero para causarle risa. Y lo
logró.
-
Pues no os funcionó muy bien que se diga.
-
Creo que sí, puesto que os estáis riendo
ahora.
-
Solo por la mueca extraña que acabáis de
hacer.
-
¿Así que os estáis mofando de mis muecas?
Debéis pagar por semejante ofensa. – y dicho esto le besó en los labios con
divertida pasión, y que poco tiempo después se volvió demasiado efusivo,
demasiado demandante.
Bella
se separó con coste de él, no porque no quisiese seguir con el itinerario de
besos; sino por el riesgo de poder ser encontrados.
-
Edward, debéis controlaros. Nos pueden
encontrar.
-
¿Os da pena que os encuentren junto a mí,
Bella? – preguntó él demasiado serio. Ella sabía que estaba reviviendo unos
demonios que le habían marcado desde su partida, él le había comentado algo
pero no había querido profundizar en el tema, se negó rotundamente a comentarle
que era lo que lo había mortificado tanto.
-
No, Edward. Temo que por encontrarnos en unas
condiciones como estas puedan separarnos. Jamás me avergonzaría de enseñar ante
el mundo que te quiero.
Él
se puso en pie y caminó de lado a lado mientras cavilaba en silencio.
-
¿Qué pasa? ¿En qué pensáis? - dijo ella harta de estar en silencio.
-
En vuestro futuro. Y en el mío. Jamás
aceptarán que estemos juntos, la única manera es hacerme un nombre como
abogado…
Ella
se puso de pie con suma agilidad y se acercó hasta él para tomarle de la mano.
-
Miradme, Edward. ¿Acaso creéis que a mí me
importa un diablo lo que diga la sociedad? ¿Si os consideran digno de mí? Mi
título no es más que una herencia de alguien a quien yo no les importé en lo
más mínimo, así que ¿Por qué habría de incumbirme lo que digan los demás? Te
quiero…- y le tomó el rostro entre sus manos. Edward volvió su cara para
depositar un beso en una de sus palmas y volvió a mirarla – y nada más que eso
me importa ¿Podéis entenderlo?
Él
asintió.
-
Puedo. Y yo también os quiero, Isabella Marie
Swan. Aunque el destino haya querido que naciéramos en mundos diferentes,
aunque no sepa con qué me vaya a enfrentar a causa de esto y aunque pierda mi
alma por esto que siento; no puedo negar que me he enamorado de vos.
Y
esas bocas que parecían estar creadas para fundirse en cada beso se unieron de
nuevo con basto frenesí hasta que ambos quedaron jadeantes.
-
Debemos irnos. – dijo él.
Y se
fueron hacia el palacio lentamente disfrutando del paisaje. Pero el cielo
pronto se hizo escuchar con fuerza, un trueno escandaloso anunció la llegada de
una tormenta y antes de que siquiera les diera tiempo de ponerse a resguardo,
la lluvia hizo acto de presencia.
Isabella
rió como una niña mientras que Edward la llevaba rápidamente de la mano hacia
un depósito de herramientas de jardinerías, esperarían que mejorase el temporal
para llegar al palacio.
-
No comprendo de que os reís, Bella. Es solo
lluvia. – comentó Edward mientras se sacudía las gotas de agua de su cabello.
-
Hacía mucho tiempo desde que no me mojaba con
la lluvia. Había olvidado que me gustaba tanto. – comentó ella mientras
recordaba su infancia.
-
Tenéis razón. Recuerdo que os gustaba mojarte
cada tres por dos y vuestra madre os reprendía con frecuencia.
Ella
asintió y lo miró con profundidad acordándose de aquellos tiempos, y donde
antes hubo recuerdos ahora demandaba otra cosa. Demandaba caricias y besos,
éxtasis y gloria, pasión y entrega. Todas por igual.
Por
primera vez Bella tomó la iniciativa agarrando a Edward por la parte posterior
de su cuello y tomó su boca con la desesperación de un hambriento. Él
correspondió a su beso con la misma intensidad; hacía ya muchas noches desde
que deseaba estar con él en un lugar apartado, en donde nadie pudiese
interrumpirlos y dejarlo hacer suyo su cuerpo, pues su alma ya la poseía. Por
eso no se detuvo a pensar al momento de dejarle abrir los botones de su
vestido, ni tampoco al deshacerse de su corpiño dejándola solo en un camisón
que a duras penas le cubría, puesto que la tela era casi transparente.
Bella
con timidez temblaba mientras intentaba desabrochar los botones del chaleco de
Edward. Este pareció enternecerse al ver su estado y la ayudó de manera
diligente. Ella disfrutó con cada prenda que caía al piso del sucio almacén de
herramientas. Su camisa…sus botas…sus pantalones…sus calcetines y finalmente
sus calzoncillos.
Los
ojos de ella miraban el miembro turgente que se erigía ante ella y que pronto
estaría en su interior haciéndola mujer.
-
¿Estáis segura de que esto…pase, Isabella? –
ella sabía que él aceptaría su decisión fuese la que fuera, incluso si esta
fuese una negativa.
-
Estoy segura, Edward. Es solo…que no sé nada
de esto…yo…
-
Shhh…- él le colocó un dedo en los labios
para acallarla – No se trata de saber, se trata de sentir. Y yo me encargaré de
que me sientas hasta lo más profundo de tu ser. – en su voz se marcó la
impronta de un juramento.
Y
así se dio paso a la entrega de dos cuerpos que se pertenecían. Él la besó con
ternura, como se suponía que debía besarse a la mujer con la que se quiere
compartir la vida entera. Le entregaría su castidad como prueba máxima de su
veneración por él.
-
Os amo.- dijo él mientras descendía por la
curva de cuello.
-
Os amo. – repitió ella mientras restregaba
impúdicamente contra el bajo vientre se Edward.
**************************
Él
le subió de a poco el camisón, que al ir ascendiendo lentamente por los tersos
muslos de su amada, incentivaba un deseo que hasta el momento ella desconocía.
Sacó la prenda por su cabello y se regodeó en la exultante vista de sus
perfectos pechos que se adornaban con las ondas de su cabello color chocolate.
Con
la devoción de un creyente besó cada seno como si fuese un montículo de tierra
sagrada que acabase de descubrir. Acarició la zona con temblores que estremecían
todo su ser; no era su primera vez, pero por Dios santo que sentía como si lo
fuera; porque era la primera vez que hacía el amor y no que tenía sexo
simplemente.
Lamió
y siguió besando cada parte de esos senos que se arqueaban hacia él en clara
petición de ser poseídos.
Gemidos,
jadeos y hasta gruñidos se hicieron presentes en un simple depósito que no
tenía nada de espectacular; pero que fue el sitio perfecto para ser testigo de
la entrega más grande que puede haber entre dos seres que se aman. Él hizo que
su mano descendiera por su estómago hasta su vientre, y de allí a su monte de
Venus en donde con movimientos circulares hizo que ella se deshiciera
mencionándolo entre suspiros. Sonrió complacido la estaba llevando más allá de
sus límites, tocaba un lugar que jamás había sido profanado por nadie y se
sintió orgulloso de ser él quien conquistaba ese territorio celestial.
Cuando
Bella alcanzó el orgasmo sintió que sus piernas le fallaban y fueron brazos los
únicos responsables de evitar que se estampase contra el suelo. La tendió con
suavidad sobre un rudimentario; pero conveniente; lecho de paja que estaba
atrás de ella. Y lentamente, como la prolongación de una larga caricia Edward
se deslizó sobre su piel transpirada de placer hasta situarse entre sus piernas
a la espera de que ella le concediese el permiso para irrumpir en su intimidad.
Ella lo besó con fogosidad enardeciendo un fuego que ya estaba desbocado y fue
entonces cuando con una suave estocada Edward Anthony Cullen entró en Isabella
Marie Swan para marcarla como suya. Chocó contra una suave barrera y sintió
como su miembro se ensanchaba en su interior aun más. Bella encajó las uñas en
su espalda presintiendo lo que iba a
ocurrir a continuación.
Con
otra embestida un poco más fuerte que la anterior rompió la débil membrana,
ella jadeó de dolor y él se congeló en el sitio esperando caballerosamente a
que se recompusiera, mientras que por dentro deseaba moverse fuertemente contra
su centro para calmar ese fuego que lo consumía de forma voraz y arrolladora.
Finalmente Isabella arqueó sus caderas haciendo que el miembro de Edward se
estremeciera de deseo e indicándole que continuase con aquel hermoso rito de
posesión. Él inmediatamente volvió a moverse delicadamente dentro de ella.
Pero
Isabella no deseaba ese movimiento y de una manera muy directa y poco decorosa
se lo hizo saber.
-
Edward…un poco más fuerte. – gimió.
-
No quiero… haceros daño. – respondió él
débilmente a causa de la excitación.
-
Sé que no lo haríais…pero por favor, tómame
con fuerza.
Aquella
declaración desinhibida fue lo que lanzó a Edward a un maremágnum de pasión y
embistió a Bella con más fuerza y rapidez. El sudor de sus frentes unidas, el
calor de sus manos entrelazadas y la fricción de sus sexos danzantes hicieron
que los dos cuerpos enredados explotasen, los jugos de ambos entremezclándose;
evidencia clara de su deseo. Primero fue ella quien después de gemir sus
nombres se dejó caer pesadamente en el bulto de paja en su espalda que hasta
hace poco estaba arqueada debido a las convulsiones. Luego se vino él que
apretó su cintura y embistió con velocidad y profundidad hasta que su esperma
bañó su interior para reclamar ese territorio divino que de ahora en adelante
le pertenecería.
************************
-
¡Bella, apuraos! El Conde tiene más de diez
minutos esperando por vos en la sala de estar y debe partir pronto hacia
Londres. Deberíais tratar de ser un poco más considerada, mi niña. – expresó
Esme, quien optó por tomar el cepillo y las horquillas para terminar de
peinarla. Ya que ella parecía muy poco dispuesta a cooperar.
-
No es mi deseo hablar con el conde, Nana. No
lo quiero. – replicó ella.
-
Pues él es un excelente partido para ti. Seríais una tonta si lo rechazarais.
Él se ve muy prendado de vos.
-
No me
interesa.
-
Bella, solo dadle la oportunidad que os
declare sus sentimientos y luego tomad vuestra decisión. – pidió Esme en tono
maternal.
Ella
accedió solo porque pensaba decirle la verdad más tarde a su querida Nana, ya
no tenía sentido seguir ocultando lo que sentía por Edward. Era mejor que se
hiciese a la idea de una vez por todas que no pensaba dejar a Edward, lo
esperaría hasta que se graduase de abogado y sería él quien se encargaría de
todo lo concerniente al manejo legal de sus posesiones.
Bajó,
habló y escuchó cada palabra del apuesto Conde Black. Este le ofreció todo,
poniendo a sus pies todo cuanto tenía si aceptaba casarse con él; debía partir
a Londres a cerrar unos negocios pero luego volvería y le hizo saber que nada
lo haría más feliz que regresar y encontrar la fecha de boda fijada.
************************
-
¿De quién es el carruaje aparcado en la
puerta, madre? – preguntó Edward mientras desayunaba en la cocina.
-
Es del Conde Jacob William Black, cielo. Es
el pretendiente de Isabella. ¿No lo sabíais?
Él
apretó los dientes hasta hacerlos rechinar de rabia y celos. Claro que lo
sabía, ella le había contado cada conversación de él y sabía que más tarde que
temprano él volvería para proponerle matrimonio, y lo que era peor, para
ofrecerle todo aquello que él no podía darle. ¡Maldito fuera!
Dejó
el exquisito bollo que estaba comiendo tal cual como estaba, había perdido el
apetito súbitamente.
-
¿Qué hace aquí? – preguntó entre dientes.
-
Creo que finalmente se decidió a pedirle
matrimonio. Es un chico espectacular y de muy buena familia, obviamente. Creo
que no hay mejor partido para Isabella que él. Es atento, caballeroso, y muy
guapo; pero lo más importante es que parece quererla. Así que no veo porqué
ella podría rechazarlo.
¡El
fuego!, ese maldito fuego de los celos se había avivado con fuerza de nuevo,
pero ahora un nuevo sentimiento apareció; y era de lo que él estaba huyendo
desde que había descubierto que la amaba. Del dolor. Pues allí comprendió que
las palabras de su madre eran lacerantes pero no por eso menos ciertas. Ese bastardo podía brindarle a su Bella todo
lo que él no podría jamás; ni siquiera porque se hiciese de un buen nombre como
abogado. Ni siquiera aunque consiguiese una buena fortuna podría ganarle a ese
noble que estaba en la sala de estar declarándole sus sentimientos a la mujer
que le había entregado mucho más que su cuerpo.
Asqueado
y decidido salió de la habitación, no podía negarle el futuro que a ella le
correspondía por derecho de cuna, debía dejarla hacer su vida y él intentar
recoger los pedazos de la suya; seguir con sus estudios en Londres, hacerse un
reconocido abogado, ganar suficiente dinero para alejar de la vida de
servidumbre a sus padres; aunque Bella no los considerara así eso seguían
siendo; y de esa manera cortar el hilo que pudiese mantenerlos unidos.
Recordaría
a Isabella Marie Swan como un espejismo de la vida feliz que nunca soñó con
tener hasta el día en que volvió a verla.
***************
Tres Años después…
Edward acaba de salir del prestigioso bufete
en donde trabajaba desde hacía dos años atrás. Había conseguido todo cuanto se
había propuesto: un reconocido nombre entre los abogados más sagaces de Londres
y sus alrededores; también se hizo dueño de una gran fortuna al ganar un caso
para uno de los hombres más poderosos de toda Inglaterra: el Duque de York,
Jasper Hale. Quien a partir de entonces se volvió lo más cercano a un amigo que
alguna vez hubiese tenido.
Pero
aun había dos cosas que no había conseguido. Separar a sus padres de aquel
palacio en Salisbury, y ni mucho menos olvidar a Isabella. Ella parecía estar
tatuada en su cuerpo y en su mente. Como si fuese un espectro que lo perseguía,
le parecía verla en cada rostro de las mujeres que viese. Era su más hermosa y
perfecta maldición.
Mientras
caminaba por la calle cavilando en sus demonios, apesadumbrado y con la misma
sensación de desasosiego que se había instalado como su compañera desde hacía
tres años atrás cuando dejó a su amada atrás para dejarla seguir el curso que
su vida hubiese tenido si él no hubiese intervenido; escuchó unas risas
provenientes de unos metros detrás de él, por mera curiosidad volteó por mera
curiosidad y hasta algo de envidia; pues eso era algo que él no conseguía hacer
desde lo que le parecía una eternidad; y alcanzó a ver a una pareja que venían
tomados de las manos y se miraban cual par de jóvenes enamorados. Reconoció a
ese hombre puesto que aquella fatídica mañana había alcanzado a verlo antes de
salir de la casa de su amada.
Era
el mismo bastardo que había ido a declarársele a Isabella y a ponerle un mundo
entero de posibilidades que él en ese entonces aun no podía siquiera pensar en
tener. El Conde Jacob William Black de York, y venía riendo con una chica de
cabellos broncíneos y tez de color crema. ¿Acaso
tenía una amante en Londres dejando a Bella tirada en Salisbury? ¿O sería que
acaso ellos no…? No. No podía ser. En ese mismo instante desterró esa
desfachatada historia de su cabeza. Él estaba seguro de que ese imbécil
aprovecharía esa oportunidad que él le había dejado en bandeja de plata al
dejar a Bella tirada de esa manera tan vil. Jamás le dijo nada y les prohibió a
sus padres hablarle de ella cuando le escribiesen.
Quería
olvidarla y pensó que no sabiendo nada acerca de su vida, imaginándola casada y
con hijos podría deshacerse de aquello que se le había instalado en el pecho y
mente para atormentarlo. Pero ese día había tenido que admitir que sus
sentimientos lo habían derrotado en su propio juego.
Enfurecido
ante la idea de que él estuviese siéndole infiel a la única mujer a la que él
le hubiese rendido pleitesía; se fue hacia el hombre de tez canela y cabellos
negros, le propinó un empujón.
El
otro se tambaleó hacia atrás y se irguió rápidamente para encarar a su
desconocido agresor.
-
¿Cuál es vuestro problema, infeliz? – bramó
el Conde iracundo.
-
Mi problema se llama Isabella Marie Swan de
Salisbury. ¿Le suena conocido ese nombre, Conde?
El
hombre se timbró al escuchar la referencia de la Marquesa y más aun cuando ese
hombre que no recordaba haber visto jamás había dicho su título nobiliario.
-
¿Lo conozco? – dijo un poco temeroso. No
sabía con que finalidad se le había acercado ese individuo en aquel estado de
irritación.
-
No, pero yo a usted si. ¿No sois acaso el
esposo de la Marquesa de Salisbury? – jamás le había costado tanto decir unas
simples palabras al ahora célebre “Caballero
de Acero”, famoso por ser implacable durante los juicios a los que se
enfrentaba.
-
No. – respiró un poco más tranquilo el
interpelado – No lo soy. Le propuse matrimonio, no una sino tres veces y siempre
me rechazó. Os puedo asegurar que no entiendo el motivo por el cual…- él
pareció pensar por un segundo mientras que una expresión sombría embargaba su
cara - ¿Acaso es usted Edward Cullen?
Si.
Era el asombrado y atónito Edward Anthony Cullen. El que escapó del lado de la
mujer a quien amaba con la esperanza de que la siguiese con su vida y por lo
visto se había equivocado.
-
Si…- balbuceó aun incrédulo de lo que había
escuchado - ¿Por qué?
-
Porque la misma Marquesa de Salisbury me
explicó los motivos por los cuales no me aceptaba. Y el motivo fue usted,
caballero. Aunque creo que el título le queda grande. – dijo Jacob en tono
mordaz.
-
Me gustaría saber el porqué de vuestras
suposiciones, Conde. – dijo Edward a sabiendas de que se merecía eso y más.
-
Me explicó en más de una ocasión que era por
vuestra causa que no podía contraer nupcias conmigo puesto que estaba enamorada
de vos; pero claro; os largasteis dejándola sola y triste. Espero que se haya
recuperado y que haya rehecho su vida; pues ninguna mujer merece ser tirada
como vos la dejasteis a ella. – voz era tan amenazante como filosa. Edward
comprendió que aun sentía aprecio por ella y no le sorprendió los celos que eso
le causó.
-
¡Dejarla fue lo más difícil que he hecho en
mi vida! No sabéis de lo que estáis hablando y os prevengo…no os permitiré que
me juzguéis. No conocéis el motivo de mis actos. – le gruñó entre dientes,
tratando de luchar con las lágrimas que pugnaban por salir.
-
No os juzgo; eso le corresponde hacerlo a
Isabella. Y sinceramente espero que no os perdone. Hasta nunca, Caballero de Acero. – y por primera vez
en su vida, Edward odió su sobrenombre. Y luego se dio cuenta de que realmente
su fama lo precedía.
El
Conde de York se largó con su acompañante que miraba con una mezcla de asombro
y reproche cada tanto al hombre que se había quedado en la acera decidiendo que
hacer con su miserable existencia.
****************************
-
Leah, decidle a Carlisle que necesito verlo.
Que traiga los últimos informes tanto de mi contador como de mi abogado. –
musitó Isabella tal cual el yermo en que se había convertido desde hacía tres
años atrás.
La
doncella asintió, hizo una reverencia antes de salir y cerró la puerta tras
ella. Bella miró hacia un lado de la ventana de su despacho. Y aunque veía hacia los
jardines no notaba absolutamente nada.
Nada.
Eso era en lo que se había transformado. Era un simple cuerpo que por dentro no
tenía nada; al menos que dolor se considerara algo.
La
puerta se abrió y ella se irguió para recibir a su fiel capataz.
Pero
no fue él quien entró. Sin siquiera pedir permiso Edward Cullen entró en la
estancia con su candencia sensual habitual pero con una súplica muda en los
ojos.
La
Marquesa se reprochó a sí misma por temblar ante la presencia que tenía
delante; ¿pero como no hacerlo, si aun lo seguía amando con la misma pasión de
hacía tres años atrás? Aun así volvió sus facciones arrogantes demostrando que
su orgullo no estaba hecho para ser pisoteado. Porque aun quedaba algo de él.
-
Isabella yo…- dijo él con el alma en vilo.
-
Salid de aquí Edward, antes de que llame a
los mozos para que te saquen a rastras de mi vista.
-
Sabéis bien que no deseáis hacer eso. Primero
que nada queréis una explicación de mis acciones y yo deseo dároslas. Segundo
tenéis toda la potestad para echarme pero solo accederé a irme luego de haberme
explicado. – expresó seguro de sí mismo. Pero eso era solo en apariencia; pues
por dentro rogaba a la corte celestial que pudiese disculparlo. Si no lo
hacía…él ya no sabía de que sería capaz.
-
No
pretendáis conocerme a estas alturas del partido, Caballero de acero. No soy la misma niña ilusa que dejasteis luego
de usarla. No conocéis en lo que me he convertido.- agregó Bella con una
sonrisa tan carente de alegría que le heló las venas.
-
Pues lo intentaré nuevamente; tal cual lo
hice un tiempo atrás. Y confío que si fui capaz de conquistaros en ese
entonces. Hoy frente a frente y con la verdad en mano sé que aunque no me
queráis a vuestro lado, entenderéis mis razones.
-
No estéis tan seguro de ello.
-
Ya veremos; Marquesa mía. Ya veremos.
*****
Bueno
chicas…he aquí mi humilde regalo para el “Día de los Enamorados”.Debería
haberle dado un final feliz pero…la verdad preferí dejarlo abierto. No sé
ustedes pero creo que en un capítulo no se puede explicar todo…En fin, solo
quiero desearles un muy dichoso 14F y espero que les guste esta historia…Me
costó horrores hacerla, pero lo hice porque las quiero y deseaba darles algo
especial…
Ojalá
lo haya hecho bien...
PD: Este OS es un regalo
para mi queridísima Jesica Tatiana, quien aparte de ser una fiel seguidora de
mi blog, también es mi surtidora oficial y exclusiva de libros. Para ella todo
mi agradecimiento y aprecio. Es una de las causantes de que mi musa siempre
ande en movimiento. Besos Nena.
Mira Tu ... haras una continuacion por favor que te costo horreres no lo creo es ta Buenooooosimo Loca... bueniiismo pedazo de Os mori lentamtent con el beso su primera vez y grite por la estupidez de dejarle, por su terquedad y por Dioooos que puedo decir donde consigo uno de esos , si que vivi el masoquismo poruqe por eso nos emocionamos aunque lo neguemes mi Marie Excelente escrito en verdad me ha E-N-C-A-N-T-A-D-O.... no se que decir... estyo sin palabras y con la garganta reseca bravoooo bravoooo
ResponderEliminarfeliz dia de los enamorados
Si, por fin!!. que fantástico Os, Marie y que regalazo para el día de los enamorados. CONTINUACIÓN, CONTINUACIÓN! EXIJO CONTINUACIÓN!
ResponderEliminarDisculpa por ser una de tus acosadoras, pero en serio quería leerlo ya, ademas tus adelantos me atormentaban un poco, pero al igual quería seguirlos leyendo...
Un saludito desde Colombia
Tati Gómez
WOWWWWWWWWWW MARIE SE QUE LO CONTINUARAS......... QUE OS TAN EMOCIONANTE LO VIVÍ EN CADA PALABRA QUE LEÍA Y ME A ENCANTADO UNA VEZ MAS DEMUESTRA LO BUENA ESCRITORA QUE ERES
ResponderEliminarBESOS Y FELIZ DIA DE SAN VALENTIN
:@ esto es oficialmente una amenaza..O continuas este os o yo misma hare q dejes de respirar :@ no puedes ser tan cruel con nosotras amiii tienes q continuarlooooooooooooooooooooooooooooooooooooooo :( porfaaa CONTINUACION CONTINUACION CONTINUACION ...
ResponderEliminarQue OS tan impresionante!!!!
ResponderEliminarDefinitivamente es tan bueno que sería un insulto al buen entendimiento si no continúas; puedo entender que el manejo de las estructuras verbales sean complicadas pero ya está demostrado que eres buena y que controlas ese "pero gramatical". La historia es genial, innovadora, coherente y equilibrada; eres una escritora grandiosa.
No te diré que la espera ha valido la pena (porque definitivamente la espera ha sido angustiante) pero no pudiste escoger mejor modo de regresar.
Nuevamente tienes toda nuestra atención y con tu magia nos has cautivado.
P.D. Me uno a las peticiones anteriores, incluso secundo la amenaza de muerte ja ja ja.
aaaah!!!.... Hermanaa lo amee pero por favor CONTINUALOO!!!... te lo ruego!!... es tan genial!!.. tienes qe acerle tan siquiera una segunda partee... con final... como gustees!!... pero FINAL!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
ResponderEliminaro entre Rochii y yo aremos de las miaas!! :P
te quiero!! xD
hoola!! nena!! me encanto de verdad! ajja es mas ya me imaginaba que de aquel encuentro naceria un mini edward! ajaja hermoso.. viste que te salio??? o no era este?? jaja no importa eres fabulosa!!
ResponderEliminarte adoro mucho mucho!
besitos
Mel♥
lo ameeeeeeeeeeeeeeee!! me encanto!
ResponderEliminarme fascino!, me tuvo en vilo!, me recontra gusto ese final asi abierto. yo se que bella va pedonarlo, como no hacerlo?
me encanto que lo hicieras en esa epoca!!
hay gente que te esta amenazando por face, continuarlo....mmm no seria mala idea, pero debo decir que asi me encanto.
lo ame!! (perdona si me repito pero enserio me reocntra encanto) valio la pena la espera!
Hola estoy con las chicas exijo continuacion!!!!!!.-
ResponderEliminarPD Mari es precioso gracias de verdad!
besos y cariños
sole.-
este shot ba a seguir como fan fin????? esta buenisimo para seguir la historia
ResponderEliminar