lunes, 23 de septiembre de 2013

TIRANO - Capítulo Décimo Quinto:


Este separador es propiedad de THE MOON'S SECRETS. derechos a Summit Entertamient y The twilight saga: Breaking Dawn Part 1 por el Diseño.

 “Luchas”

Bella POV:

—Por favor, detente. —dije contra su pecho. —No lo hagas, Edward.
Decir que estaba molesto era quedarse corta a muchos niveles. Este hombre estaba como mínimo, iracundo. Las palmas de sus manos estaban apretadas en puños que amenazaban con descargar su furia de una manera muy física a la primera provocación, las cuencas de sus ojos estaban tan abiertas que amedrentaban a cualquiera con aquella mirada de maníaco. Su postura era agresiva y a muy duras penas era controlado por mí.
Carlisle había cruzado una línea que jamás debió.
—¡¿Qué vas a hacer?! ¡¿Intentas a golpearme?! —gritó Carlisle a muy pocos pasos de mí.
—No. Al contrario, señor Cullen… —su apellido sonó como una burla en sus labios. —Trato de no hacerlo, pero me lo está haciendo bastante difícil. —su respuesta pareció descolocar bastante a su padre, más este se recuperó de forma rápida y se irguió en toda su soberbia.
—No dejes que Bella te detenga. Ven y haz lo que tienes tiempo queriendo hacer. Golpéame, Edward; y deja ir esa maldita rabia que te está consumiendo por dentro cada vez que me tienes en frente.
¡¿Pero qué carajos le pasaba a este hombre?! ¿Acaso quería acabar con el poco juicio que le quedaba a su propio hijo?
Un tirón más por parte de Edward y otro en respuesta por mi parte. Me aferré a su cintura con la idea de que no se atreviera a lanzar un golpe teniéndome pegada a él.
—Eso es lo que quieres, Carlisle, para así poder decirte a ti mismo que tienes un hijo que no te merece, que cometió el peor de los pecados al molerte a palos y que se consumía en odio por ti, cuando tú solo veías por su bien. —gradualmente fue subiendo el tono de voz conforme sus acusaciones continuaban hasta encontrarse gritando. —¡Quieres tranquilizarte a ti mismo creyéndote un mártir porque tu maldita conciencia te grita que eres culpable!
Volteé hacia la puerta buscando apoyo de cualquier persona y encontré a Rosalie pálida y sin saber qué hacer.
—¡Llama a Esme! ¡Dile que suba!
Asintió y salió despedida de la oficina.
Mientras tanto la disputa seguía y mi nivel de pánico también aumentaba conforme el intercambio de gritos se acrecentaba.
—A no ser que pienses que Lizzy es…—Edward sumiso en sus pensamientos al principio y horrorizado al final. Y no fue el único. Estaba estupefacta esperando algún tipo de confirmación por su parte.
¿Lizzy podría ser su hermana en vez de su hija? ¡Ay Dios, no!
—¡¿Lo hiciste por eso?! —bramó Edward con las venas del cuello totalmente brotadas. —Carlisle no contestó, sin embargo no hizo falta. La palidez en su cara se le adelantó. —Por eso entraste a mi casa con excusas estúpidas y te llevaste cosas como un vil ladrón.
—¡No me faltes el respeto, Edward Cullen! Así te moleste sigo siendo tu padre…!
—¡Y es lo que ha evitado hasta ahora que te rompa la cara! Pero ya no estoy tan seguro de poder contro…
Unos tacones apresurados irrumpieron en la estancia y juro por todo lo sagrado que jamás me había alegrado tanto de ver aparecer a Esme Cullen.
—¡¿Se puede saber que les pasa a ustedes dos?! —miró alternadamente a su esposo y a su hijo con aparente reproche, pero más allá de eso había una gran preocupación. Eso se podía ver con claridad. —¿Acaso perdieron la cordura? El personal puede escucharlos ventilar sus intimidades  como si fuesen trapos sucios ¿No les importa? Porque si no lo recuerdan ambos conforman la cabeza gerencial de una empresa ¡Compórtense como tales!
Permanecía situada entre ambos, con los brazos abiertos. Cuando vio que sus palabras parecieron sosegarlos un poco bajó las palmas y se situó frente a su esposo.
—Cálmate ¿Quieres que te dé un infarto aquí y ahora?
Él la miró con una sorna que hasta a mí me ardió, no me imagino a ella que había pasado tantos años al lado de ese hombre.
—Seguramente Edward estaría más tranquilo y tú podrías disfrutar tranquilamente con tu amante sin tener que esconderte…
Eso fue todo.
Edward nos empujó a ambas a un lado y no hubo forma ni manera en que pudiésemos evitar que estrellara su puño contra la mejilla de su padre. Esto no estaba bien. A muchos niveles era un completo error. Había cosas que un padre y un hijo jamás deberían decirse, cosas que no convendrían hacerse nunca…pero aquí todo estaba roto. Los Cullen finalmente estaban rotos.
—¡A ella la respetas! —rugió Edward. Levantó su puño a nivel de su cara para enfundarle un segundo guantazo pero el grito de su madre lo detuvo. Volteó su rostro hacia ella y soltó la solapa de la chaqueta que sostenía como si quisiera arrancársela. Rosalie me miró incómoda y pareció entender lo que le dije con la mirada mientras tiraba de Edward hacia atrás; así que salió de allí como si fuese invisible y cerró la puerta tras de sí. —No te la mereces ¿Sabes? —Escupió —Por eso se fue con…
—¡Cállate, por Dios! —le rogué desesperada mientras le daba pequeños empujones hacia la salida de la oficina.
—Llévatelo, por favor. —me ordenó Esme que trataba de mantener una postura de entereza, como si momentos antes no se estuviese hablando de su integridad. —No dejes que se quede en la empresa. Salgan de aquí.
Asentí sin decir más nada. Solo le tomé la mano y nos dirigimos fuera de Presidencia. Nada más cerrar la puerta tras nosotros, Edward se apretó las sienes por lo que le pedí a Rose que llamara al doctor Gerandy y le dijera que lo veríamos en el apartamento de Edward. También llamó a Embry para que nos recogiera a la salida de Le Madeimoselle. Tuve que pasar por mi oficina a recoger mi bolsa. Angela me enviaría a mi correo todo lo agendado para el día y lo haría desde casa.
No quise hablar con Edward porque no estaba en condiciones de escuchar nada y lo cierto es que tampoco sabía que decirle: su padre se había comportado como un rastrero, él no debió golpearlo, nunca supimos de quién era realmente hija Lizzy ni tampoco como terminaría todo entre los señores Cullen, puesto que al final solo alcancé a escuchar cuando ella le decía:
—No te reconozco, Carlisle. No reconozco en ti con quién me casé.
—¡Ni tú! No tienes moral para reclamarme nada. —le espetó su esposo con voz  agonizante. Ella en cambio le habló con resignación.
—Tienes razón. Quizá nos transformaste en monstruos a ambos.
En el elevador le di mis Police para que el sol no le pegara tanto en las retinas y agudizara el dolor aún más. Contra los bullicios habituales de Manhattan no podría hacer nada. New York era un pésimo lugar para tener migrañas. Y para más enojo de Edward, antes de salir nos topamos con Jacob, quien venía hablando por teléfono y al ver que lo llevaba del brazo puso cara de estar tomando vinagre. Sentí a mi cavernícola tensarse a pesar de su malestar.
Jacob abrió la boca para decirme algo pero lo corté:
—Ahora no. Luego.
Pasamos de largo hasta el BMW negro estacionado en toda la entrada del edificio. Embry estaba apostillado en la acerca y nada más vernos abrió la puerta del vehículo para nosotros.
—Señorita Swan. —me saludó Embry formal como siempre con un asentimiento.
—Hola, Embry. —tomé asiento.
Después de una terrible media hora más cinco minutos de bocinazos, recordatorios de todos los antecesores de los conductores y gritos de los vendedores callejeros, llegamos al District Building.
—¿Otra migraña? —preguntaba Sue quien nos seguía muy preocupada hasta la habitación de principal.
—¡Ay, Sue! —susurré. —Ni preguntes ahora, mejor que este hombre vuelva a montar en cólera ¿Ha llamado Gerandy?
—Está a diez minutos de aquí.
—Bien.  
Cerramos las cortinas en completo silencio y Sue se fue a encargar del almuerzo mientras que Leah se hacía cargo de una Elizabeth que se dejaba escuchar de a ratos con sus lloros.
Durmió unas buenas cuatro horas y durante todo ese tiempo solo se movió para acercarse más a mí. Acariciaba su cabello sin cesar. Eso parecía tranquilizarlo. Fui incapaz de moverme de su lado, incluso cuando Gerandy le administró el analgésico o venía a la habitación a chequearlo cada tanto.
—Doctor ¿Cree que exista la posibilidad de que las migrañas de Edward se deban a algo grave? —susurré más mi tono deje de preocupación era latente. +
—No lo creo, Bella. Si he de serte sincero, me preocupa más su clínica como amigo de la familia que como médico de cabecera. La última vez que Edward sufrió unas crisis semejantes fueron cuando Carlisle tuvo el infarto y perdió a su novia al mismo tiempo ¡Qué podría ser tan grave como eso?
La expresión de su rostro me indicaba que no comentaba esto con la finalidad de conseguir un chisme jugoso y fresco sobre una de las familias más importante de New York y hasta de USA completa, sino más bien con cierto presentimiento de que algo malo se esconde tras bambalinas y trata de desenmarañar las cosas. Sin embargo eso no me hizo sentir mejor. Un hilo largo de dudas se tejió en mi mente y solo por la simple mención de unas palabras: “…Perdió a su novia al mismo tiempo”. Por lo visto, el buen doctor era un completo ignorante a lo referente a la maldad de Tanya.
Así que no pude evitar expresar lo que pensaba a riesgo de quedar como una niñita malcriada: —Discúlpeme, pero eso de “perdió” suena como si hubiese muerto, y ese no fue el caso entre ellos. De hecho, fue algo mucho menos honorable.
Mi respuesta tomó a Gerandy por sorpresa, pues se vio un poco incómodo durante un momento; lo cual me hizo sentirme avergonzada por mi visceralidad aunque no me arrepentía de haber dicho lo que tenía entre pecho y espalda, luego él frunció los labios tratando de no reírse de mi reacción como el caballero que era.
—Comprenderás, Isabella, que no me siento cómodo hablando de una dama…
—Lo entiendo, doctor. En serio. Disculpe mi rabieta.
Su gesto se tornó enternecido.
—A riesgo de meterme donde no me han llamado nuevamente, he de decir que se te nota por encima que lo quieres. Tu postura protectora hacia él y hasta la manera que sales en su defensa ha dejado en claro tus sentimientos por Edward. Así que no te culpo por no soportar a la señorita Denali.
—¿Cómo sabe que salgo en su defensa cada que puedo?
—¿Aparte de porque lo acabas de hacer? —me vio con esa expresión que tienen las personas sabias y a las que no les agrada que le nieguen lo obvio cuando están más que seguros de que tienen la razón. —Te acabo de decir que soy amigo de su familia. Esme a veces habla conmigo. Sé que están pasando por una etapa dura, aunque ella no ha profundizado mucho en el tema, pero la tristeza que se está carcomiendo a esa mujer no es normal. No me imagino cómo puede estarlo pasando su hijo.
Me apretujé más entre el edredón y Edward se removió un poco pero no se despertó. Solo se apretó más contra mí.
—Es…complicado, doctor. Todo. Incluso la relación que llevo con él… —le señalé con un asentimiento a la cabeza que seguí acariciando. —Sin embargo continuamos intentando hacer que lo nuestro funcione entre tanto desastre.
La seguridad con que afirmé aquello me abrumó más no hizo que reculara. Ambos estábamos colocando lo mejor de nosotros para que esa extraña relación que había comenzado en de manera rara, en un momento raro y entre personas ya de por sí “raras” saliera a flote entre tantas olas que nos han querido ahogar. No había sido fácil ¡Maldición aún no lo era! Pero nos aferrábamos el uno al otro porque por momentos parecía que éramos lo más seguro que teníamos en nuestras vidas.
—¿Quieres mi consejo o eso sería abusar de tu tolerancia hacia este viejo metiche?
No pude evitar reírme, eso sí, bajito para no despertar al cavernícola que dormido se acercaba más a un ángel.
—Dígame.
—No se rindan, Isabella. Puede que suene trillado pero nada que valga la pena nos permite llegar hasta sí sin alguna cota de lucha. Y si sabes que algo te pertenece, lucha con más garra. Hay personas a las que les molesta la felicidad de las otras y quieren destruir la de su entorno, así su miseria se hace menos evidente.
—Lo dice como si lo hubiese vivido, doctor Gerandy. —inquirí.
—Así fue, y heme aquí tengo casi cuarenta años de casado con la mujer que amo. Nos costó mucho llegar hasta acá pero todos los días me despierto con la dicha de ver su cara en la almohada al lado de la mía.
Se despidió momentáneamente y se dirigió a tomar café a la cocina con Sue. Esperaría hasta que Edward despertara para irse.
Mientras, esta servidora estaba en la cama fantaseando con la posibilidad de ver esa hermosa cara cada mañana al despertar.
Eso era por lo que valía la pena luchar. Claro que sí.
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—Bella. —me llamó un Edward soñoliento con la voz rasposa.
Entré en la recámara secándome las manos en los vaqueros.
—Cinco horas apostada en tu cama y no te despertaste. Cinco minutos en el baño y entonces lo haces. Eres un hombre difícil, Edward Cullen.
Él sonrió ladino.
—Tienes pelos de loco ¿Lo sabías?
Se pasó los dedos entre ellos para tironeárselos un poco.
—¿Mejor?
Negué con la cabeza mientras me acurrucaba a su lado, esta vez por encima del cobertor.
—Nop. Sigues viéndote como un desquiciado. Aunque he de concederte que a ti te queda muy bien ese look. —me carcajeé. —¡Sonríes como un pirata!
—Admítelo. Di que te parezco sexy.
Me acerqué a sus labios y deposité un tierno besito en ellos.
—Por supuesto que lo eres. —acaricié su frente y me puse seria. —¿Ya se fue esa maldita migraña?
—Wow, me encanta cuando dices malas palabras. Eso hace que tú te veas sexy. —suspiró. —Estoy bien, solo tengo esa molesta sensación que queda al final. Como si estuviera esperando para volver…¿eso es…? —olisqueó el aire.
Me miró por un segundo con confusión, luego esta se transformó en sospecha y al final me vio con una expresión socarrona.
—La llamaste ¿Cierto?
—Ella llamó. —me defendí.
—Y le dijiste. —aseveró.
—Surgió en nuestra conversación telefónica.
—¿Hace cuanto que llegó?
—Hará como veinte minutos. Quince, quizá. Le diré que estás despierto. Hace rato que viene a ver si has despertado.
Volví a besarlo en los labios y me fui a levantar pero me haló hacia él y me besó con más profundidad.
—Gracias. —y antes de que pudiera preguntarle, me respondió. —Por intervenir, por cuidarme, por velar por mí. —acarició su nariz con la mía. —¿Quién diría que una valkyria podría traerme tanta paz?
Besé su frente y me puse en pie.
—También puedo darte guerra. Que no se te olvide. —le dije desde la puerta.
Se quedó riéndose en la cama.
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—Edward está despierto. —le dije a una Esme ensimismada con Lizzy en el islote de la cocina.
Se puse en pie de inmediato para dirigirse a la habitación.
—Deme a Elizabeth, señora Esme. Será mejor que hablen sin la niña allí. Aunque traten de que la charla sea lo más relajada posible para que no le regrese el dolor por la presión.
Ella asintió preocupada y salió disparada.
—¡Demonios! Eso huele genial. —dije con la pequeña en brazos. Me acerqué un poco al horno y vi que la tarta de manzana estaba casi lista y el rastro de canela tenía el apartamento perfumado. Sabía que eso sería algo inesperado para Edward y que lo disfrutaría muchísimo, así que no dudé en decirle a su madre cuando me preguntó si él necesitaba algo, que lo que él necesitaba era ese postre.
—Si quiere yo sostengo a la bebé, Bella.
—¡Claro que no! —fingí indignación y le llené las mejillas de besos a la pequeña bolita de carne. —Hoy no había visto a mi pequeña Lizzy ¡Que bella estás! Serás un peligro ambulante cuando seas mayor. —aseveré viendo esos ojos de azul tormenta como los de Edward…o los de Carlisle. ¡Dios mío! ¿En qué pararía todo este problema? Besé su frentecita. Miré a Sue. —¿Te comentó algo la señora Esme?
Negó con la cabeza.
—Solo habló de cualquier cosa que saliera mientras hacía la tarta. Luego se enfocó en la niña cuando la trajo Leah antes de irse. —se limpió la manos en el paño de la cocina. —Yo decidí quedarme por cualquier eventualidad que surgiera.
—No, Sue. Ya me apaño yo esta noche. Ve a tu casa a descansar ¿Lizzy está bañada? —asintió —Entonces no te preocupes.
—Pero ¿Y si necesitan algo?
—Yo me encargo, Sue. —le di un empujoncito hacia la salida. —Anda, mujer. Tu familia también te necesita.
—La cena está…
—En el refrigerador…
—Y dejé preparado en la tetera…
—El té relajante…
—Y a la tarta le falta…
La miré con falsa severidad.
—¡Sue! Anda a descansar.
Asintió y me sonrió con cariño.
—Gracias, Bella.
—Nooooooo, señora. Acá la tengo que dar gracias soy yo. Nos has ayudado muchísimo. Incluso más allá de lo que requiere tu cargo.
A los quince minutos y después de achuchar a la pequeña, Sue se fue.
Me regresé hasta la ahora especiada cocina, coloqué a la bebé en su sillita sobre el islote y me acerqué a los fogones para poner a calentar la cena.
A los diez minutos, Edward y Esme me sorprendieron al unírseme en aquel espacio. Serví para los tres pero Edward comió por dos, así que fue como tener a dos personas de visita. No había almorzado y se levantó con un hambre de mil demonios. De alguna manera me tranquilizaba que tuviera estómago después de haber pasado todo lo que aguantó temprano. En sus nudillos estaba la prueba de que había golpeado a alguien, pero ese “alguien” no era cualquiera. Era a su propio padre. Cosa que creía que estaba estrechamente ligada al hecho de que comiera con Lizzy en su regazo y negándose a soltarla. Y Elizabeth estaba encantada con eso. Mamaba su dedito de forma adorable, emitía uno que otro gorgorito y se reía cuando Edward le dedicaba atención.
Esme sacó su tarta del horno justo antes de sentarnos a comer, y luego de la cena se puso en pie para picarla. Rebuscó en el refrigerador y sacó un helado de vainilla.
Comer esa tarta fue celestial. El hecho de que la señora Cullen anduviese todo el día montada en unos tacones no le impedía en lo absoluto encargarse de la cocina como si fuese el ama de casa perfecta. Y ver la cara de Edward devorando el postre que había hecho su madre para él era incluso más delicioso que probarlo. El helado de vainilla era para él de hecho.
Ambas le regañamos cuando sumergió su dedo meñique en el helado de vainilla y le dio de probar a la bebé. Él se rió y se encogió de hombros. Y Lizzy…bueno…dejémoslo en que no quería soltar el dedo de su…
Esto iba a ser un gran problema…
o.o.o.o.o.o.o.o.o.o

En cierto punto de la noche. Mientras Edward y Elizabeth yacían rendidos en sus camas respectivas, me dirigí a la cocina a por un vaso de agua cuando encontré a Esme llorando en la cocina.
—Señora Cullen… —me acerqué hasta ella y coloqué la mano en su hombro pero no supe que decirle. Supuse que un ¿Está usted bien? Sería demasiado ridículo dadas las circunstancias en la que estábamos. Así que opté por algo un poco más estúpido pero menos doloroso —¿Quiere un vaso con agua?
Asintió y se limpió las lágrimas, sin embargo sus ojos se negaban a colaborar con ella y seguían largando dolor por sus mejillas.
—Me fui de la casa, Bella. —dijo tras un rato y me dejó como un pasmarote sentada en frente de ella.
—Yo…no sé…
—No podía soportar verlo a la cara, Isabella. Ya no. —se negaba a levantar la vista del agua que mantenía entre los dedos. —No después de lo que hizo…de lo que dijo.
¡Ay, Jesús bendito, no me digas que Elizabeth…!
—¿La…la niña es…? — titubeé. —¿La niña es de él?
Ella levantó su cara hacia mí y abrió sus labios…
—No. No es de Carlisle.
Respiré hondo y hasta dejé mi cabeza caer hacia un lado por el alivio.
—¿Tú también habías creído que era de él?
—La verdad es que esa opción no se me había pasado por la cabeza hasta esta mañana, pero le mentiría si le digo que eso no me tenía preocupada desde temprano.
Su sonrisa fue amarga.
—Yo no había considerado esa opción tampoco, hasta hoy. Hasta que vi esa cara que mezclaba la culpa y el enojo a la vez. No sabes lo mucho que me alivió saber que esa pequeñita no es suya. Me hubiese matado. —Es comprensible. El hecho de saber que Edward llevó una vida de playboy antes de estar conmigo era malo, pero si llegase a saber que tuvo un niño mientras tuviésemos una relación sería desbastador. No me veía capaz de perdonárselo jamás. Qué decir de una mujer como ella que tiene tantos años de casada.
Coloqué una mano sobre las suyas y le vi con seriedad.
—¿Revisó los resultados de Edward? —Asintió —Bien.
Se quedó estupefacta.
—¿No quieres saberlo?
—No. —Recordé que poco después de la cena Edward me había dicho que su madre le había dicho lo mismo que a mí. Que Lizzy no era su hermana. Eso bastó para él. Se negó a escuchar más del tema y me aseveró que esa niña era suya. Se arreglaría con su abogado a la mañana siguiente. —Respeto la decisión de Edward, y si él no quiere saberlo, no seré yo quién ande husmeando entre sus cosas. Cuando quiera saberlo, selo preguntará y yo estaré con él apoyándolo.
Esme se mostró conmovida por esas palabras.
—¿Le quieres mucho?
—Muchísimo.

—Tanto que eres de estar en medio de este despropósito y mantenerte a su lado siempre ¿Cierto?
—Edward necesita un apoyo, y eso es lo que he tratado de ser. No me malinterprete, señora Esme; porque cuando he tenido que llamarlo a capítulo, lo he hecho. Pero en las mayorías de las veces me mantengo a su lado, él necesita saber que cuenta conmigo. De alguna manera me ha hecho entender que él estará para mí cuando lo necesite.
Se bebió su agua y limpió el último rastro de humedad que quedó en su rostro.
—Ustedes dos…eso me gusta. —sus ojos me hablaban con completa honestidad. —Cuídalo, Bella. Ya he tenido que lidiar con un hijo roto por demasiado tiempo. No creo ser capaz de verlo así de nuevo sin intervenir…de una manera terrible.
Le sonreí con ternura.
—Comprendo. Y pierda cuidado, señora Esme. Yo me encargaré de su hijo… —ella asintió. Le tomé la mano y le estreché los dedos. —pero aún así su hijo la necesita aquí. Yo misma necesito que me guíe en muchas cosas.
—¿Guía de qué, Bella? Ya viste hoy como está mi familia. Un hijo golpeando al padre que invadió la privacidad de él, que constantemente está menospreciando todo lo que hace y yo…bueno…alguien que olvidó como ser madre y esposa; tanto que hasta se convirtió en una infiel buscando el amor que ya no encontraba en casa… —y rompió a llorar de nuevo.
—Eso es un problema complejo, señora. Algo que entre el señor Carlisle y usted pueden arreglar. ¿Usted lo ama todavía?
—Cuando dicen: “No escoges de quién te enamoras” es tan cierto, Bella; que aunque luego se transforme en un monstruo tú lo continúas amando. —se volvió a limpiar las lágrimas de la cara y se puso en pie para irse, pero antes, musitó: —Pero hay heridas que son tan grandes que ni los sentimientos pueden cerrarlas. Buenas noches, Bella.
Me quedé sentada viéndola desaparecer por el pasillo sin saber cómo actuar frente a todo este desastre. Todo alrededor de Edward parecía desmoronarse; más aún así una voz interna me aseguró que ni así yo sería capaz de apartarme de su lado.


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A la mañana siguiente todo fue relativamente normal. Excepto porque Esme estaba en el apartamento de Edward; quién se negó en redondo a que su madre se quedara en un hotel mientras buscaba un nuevo lugar donde irse a vivir. se lamentó por la decisión que ella había tomado pero no le había discutido en absoluto.
En Le Mademoiselle Angela me recibió con un millón de trabajo. Tendría toda la tarde ocupada entre reuniones con los creativos del departamento y además tenía que revisar las propuestas de campañas por venir.
Edward y yo almorzamos juntos en mi oficina, pero contamos con menos de una hora para nosotros ya que le llamaron desde Alemania. En un mes nos estarían esperando en Berlín para darle el visto bueno a la sucursal de allá. Si todo se daba bien allí el próximo lugar a conquistar por el imperio Cullen sería Noruega.
Hablando de Europa, hacia finales de la tarde recibí una llamada inesperada.
—¿Qué quiere Gabriel McCleod? —le pregunté a Angela.
—No me dijo nada, Bella. Solo que necesitaba hablar contigo.  
Suspiré.
—Vale. Muchas gracias, transfiere la llamada. —así lo hizo. —Buenas tardes, señor McCleod.
—Señor… —habló como si degustara la palabra. La sensualidad en ese hombre era algo nato. —Ese término no me gusta. Al menos no cuando se trata de ti hacia mí ¿Cómo has estado?
—Ocupada, pero bien, Gabriel ¿Cómo siguen las cosas en tu compañía después del incendio?
—Fue una pérdida considerable, pero se logró controlar antes de que fuese mucho peor. Ahora estamos en reparaciones y he de decir que hemos mejorado desde entonces.
Continué tecleando y revisando papeles mientras hablaba con él por el altavoz.
—Eres una persona optimista. Muy importante.
—Un rasgo decisivo en un empresario, Isabella. —incluso con toda esa sensualidad, eso me sonó mal. Sexy pero mal. —Pero no llamé para hablar de negocios contigo.
—Tú dirás que es lo que necesitas de mí, Gabriel.
—Señorita Isabella Swan ¿Acaso no sabes que esa es una pregunta que no debe de hacer una mujer hermosa? No sabes si a quien se la haces es un rufián.
Apreté los labios en una sonrisa. Los hay descarados…
—Confío en no estar hablando con uno. Parte de Le Mademoiselle está en sus manos.
Con desparpajo se rio de una manera descarada pero a la vez varonil.
—En fin. En una semana estaré por New York chequeando todo lo referente a mis acciones allí y me gustaría de ser posible que me hablaras acerca de las pautas publicitarias que están utilizando allá. Me gustaría traer algo de la Gran Manzana a Londres. — >>…Y quieres follarme<<.
—No hay ningún problema con eso, Gabriel. Cuando estés aquí te mostraré el departamento de publicidad, aunque he de advertirte que estoy aprendiendo sobre la marcha. Soy un poco novata en esto. —reconocí a la vez que me peleaba con la maldita engrapadora ¡Vaya momento para trabarse!
—Bien. Acordado eso, me despido. Siempre es un placer hablar contigo, Isabella. —su tono rayaba los límites con la inmoralidad. Ahora entendía su éxito con las mujeres. Probablemente si les hablaba al oído como si las estuviera desnudando solo con su tono, era más que probable que cayeran dispuestas en su colchón. —Confío en que me reserves algún espacio en tu apretada agenda para al menos un almuerzo.
—Yo…
—Sería muy maleducado que dejaras a la deriva a este pobre turista en un lugar ajetreado y a menudo hostil como Manhattan.
—Gabriel, el hecho que describas tan bien a New York me demuestra que no eres un turista, aun así te reservaré un espacio. Es de mal gusto no atender a los socios. Que pases buenas tardes.
—Buenas tardes para ti, Isabella.
Le di al botón del altavoz y colgué.
—Mierda. Esto no le va a gustar nada a Edward. —le dije al reflejo mío en la pantalla de la computadora.

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A mi salida de la empresa, decidí pasar por un chino para la cena. No tenía ganas de prepararme nada. Así pues, pasé por uno cercano a mi casa y de allí me fui hasta mi departamento. Pero cuando volvía a pie hasta mi edificio escuché los llantos desesperados de lo que parecían ser gatitos.
Seguí el sonido y llegué hasta un basurero que daba a un costado de un restaurant árabe. La caja que se retorcía no estaba sucia por lo que dudaba que estuvieran hace días. Casi me desmayo al ver una rata inmensa cerca de ellos, pero mi grito de espanto la ahuyentó. Incapaz de dejar allí a esas pequeñas tres bolitas de pelo, agarré la caja y la llevé conmigo.
¡Malditos dueños de animales irresponsables!
Llegué al apartamento con una bolsa de papel en una mano y una caja de cartón en la otra. Dejé la comida en la cocina y procedí a revisar a los pequeños.
—No tengo una puñetera idea acerca de cómo reconocer gatitos, así que mientras todos son varones ¿Vale? —sus maullidos no cesaban. Supuse que tendrían hambre pero algo había escuchado acerca de que no debían de tomar leche para consumo humano así que opté por llamar a Edward.
—Dime, valkyria. —respondió él.
—¿Estás con Embry?
—Lo estoy ¿Pasa algo?
—En lo absoluto.
—¿Quieres que te vaya a recoger a tu casa? —su tono era de ofrecimiento erótico. Mis hormonas respondieron pero gracias al cielo yo era la que tenía boca.
—No, pervertido. Es que necesito un favor de él…y tuyo.
—No comprendo.
—¿Podrías traerme una bolsa de comida para gatos, tres areneros y un saco de arena para gatos?
Un momento de silencio del otro lado.
—¿Adoptaste gatos, valkyria? No me habías dicho nada.
—Los encontré tirados en la calle de camino a mi casa y no pude dejarlos en la calle. Ya estamos en pleno verano y el clima es un condenado infierno…
—Bien…bien…Paso ahorita por una tienda de animales y te lo llevo.
—Gracias. —terminé la llamada.
Me quité los tacones al lado del sofá y me senté en el suelo frente a la caja. La abrí y saqué cada gatito. Uno era blanco con caramelo, otro era blanco todo y el tercero era negro todo. Me causó algo de gracias que el gatito blanco tuviese un ojito con estrabismo. Le daba un aire divertido. Los ojos de los tres eran azul cielo y en su tonalidad eran unas cosas preciosas. Se montaron a mis piernas buscando mis atenciones. Mordisquearon mis dedos, mis pantalones, se subieron por mi franela y cuando se cansaron se fueron a dormir a mi alfombra peluda que estaba en el área del sofá y televisor. Aproveché para ir a tomar una ducha rápida y le rogué a los santos de los animales que no dejaran que se hicieran popó en mi alfombra de pelo sintético. Me gustaba demasiado.
Con un short muy corto de jean y una camiseta de tirantes algo desgastada azul marino me dirigí a prender el aire acondicionado. Julio hacía estragos con su calor infernal…y ¡ahora era que quedaba verano!
Sentí el frescor ir repartiéndose por toda el apartamento.
La puerta sonó y abrí esperando a Edward. No se había tardado casi nada.
Pero no era él quien estaba tras la puerta, era Jacob.
—Hola.  
—Hola ¿Qué haces aquí? —pregunté.
—¿Puedo pasar? —preguntó tímido. Algo extraño en él.
—Jake, no me lo tomes a mal pero la gente suele llamar antes de visitar a otras personas. —le reproché indicándose con la mano que pasara. Cerré la puerta.
—Lo siento, Bella, yo solo creí que estabas aquí y …¿gatos? —se giró hacia mí sorprendido. —¿Desde hace cuanto tienes gatos, Bella?
—Hará cuestión de una hora. Los rescaté de la calle. En fin… —tomé asiento en el sofá. —Haz silencio. No quiero que se despierten.
Se sentó a mi lado con sigilo.
—No creo que hayas venido a hablar de mascotas conmigo. Dime.
—Caray. Hasta parece que te molesta mi presencia. Ayer no me dejaste hablar y ahora me tratas así. te has vuelto muy hostil.
Lo que no quería era que Edward lo viera aquí. Lo último que necesitaba era otra migraña.
—Tienes razón. He sido muy maleducada. Lo siento.
—No hay problema. —tomó una mano de las mías pero la alejé de inmediato. Eso no le pasó desapercibido y le molestó. —¿Ves? ¿Acaso soy un leproso?
—Jacob, por favor… —le supliqué.
—No, Bella. Jacob nada. He intentado tratar contigo y tú me sacas el cuerpo. Te llamo y no puedo localizarte ¿Cambiaste de teléfono?
¡Demonios! Edward y yo habíamos quedado en ir a por unos teléfonos nuevos; ya que él me dañó el mío y averió el suyo; luego de la oficina pero debimos postergarlo por el agitado día que tuvimos debido al trabajo acumulado del día fatídico anterior.
—Se averió, Jake. Hoy iba a ir a por uno pero no pude. Dime qué necesitas. —dije con un tono más amistoso.
—Quería invitarte a tomarte un café. Saber de ti. No hablamos desde el evento de caridad y…
—Jacob, estoy con Edward. —sentencié.
Sus labios se apretaron en una línea fina de molestia.
—¿Y él te prohíbe salir con tus amigos?
—Mis amigos no suelen hablarme de citas, y mucho menos me hablan de Edward.
—Ya estás hostil de nuevo. —dijo recostándose del espaldar del sofá.
—Comprenderás que no me sienta muy cómoda con el hecho de que te hayas visto inmiscuido en un trío amoroso que resultó muy mal para Edward. ¡Demonios, Jake, se iban a casar!
—¡Eso Tanya no lo sabía! —gritó.
—¡¿Y eso te excusa?! — los gatitos se asustaron y empezaron a maullar de nuevo.
Me senté en la alfombra para tratar de calmarlos un poco con caricias.
—Odio que Cullen te haya puesto en mi contra. —musitó con amargo resentimiento.
Respiré profundamente y luego levanté la vista. Jacob estaba devorando mis piernas con los ojos. Me hizo sentir incómoda.
—No me puso en tu contra, pero sí que perdiste unos cuantos conmigo. Te creí un mejor hombre.
—¡Ja! ¿Y crees que él es un príncipe? Por supuesto que lo crees. —entrecerró esos ojos rasgados que le quedaban tan bien a las facciones de su rostro, pero en ese momento le confería un aire de oscuridad. —No lo es. Por algo…
—¡No se te ocurra defender a esa bastarda en mi casa! —levanté la voz y alteré a los animalitos. Les siseé para tranquilizarlos; pero ahora necesitaba que alguien me lo hiciera a mí porque estaba bastante cerca de la línea sociópata. Tanya Denali tenía ese efecto en mí, odiaba admitirlo pero así era. La detestaba.
—Bien. —dijo él.
—Mira, Jacob. No sé a qué vienes. No entiendo lo que quieres lograr pero ahora no es un buen momento para que estés aquí…
—¿Acaso Edward viene? —dijo burlón.
Lo miré seria.
—Sí. Y le quiero evitar un mal rato así que si me disculpas…
Se puso en pie y cuando llegó a la jamba de la puerta murmuró:
—No deberías dejar que Cullen te mangonee. Tú no eras así. —me reprochó.
Con la puerta en la mano le respondí:
—No se trata de mangoneo, Jacob. Se trata de que cuando estás en una relación con alguien quieres evitarle lo más que puedas un mal trato. Y él me importa lo bastante como para esforzarme en tratar de hacerlo feliz.
—Te va a lastimar, Bella… —me dijo dolorido.
—A ella, lo dudo, Black. —dijo Edward apareciendo detrás de él cargado con bolsas de compras y Embry atrás. —A ti, es muy probable. Largo de la casa de mi novia. —le espetó con los dientes apretados.
Asustada miré a Embry quien tenía una expresión seria pero serena. Aun así no era lo suficientemente ingenua como para creer que si estallaba una pelea él no tomaría bandos.
—Eres jodidamente molesto, Cullen. —le dijo Jacob con sonrisa burlona.
Asustada vi como Edward apretaba las bolsas tratando de contenerse. Sin embargo le respondió con un gesto igual.
—Y tú eres tan malditamente inoportuno, que estoy pensando que están sobrando algunos dientes. Solo digo…
—Fue suficiente. Jacob, adiós. Edward y Embry, pasen por favor.
Cada uno comenzó a caminar lejos del otro porque sabían que si medio tropezaban estarían regalándose guantazos por el suelo en un santiamén.
Cuando iba a trancar la puerta me di cuenta de que uno de los gatitos se había quedado fuera y corrí a buscarlo. Me aseguré de que los otros dos estaban dentro y los coloqué juntos.
—¡¿Qué hacía aquí ese cabrón, Bella?! —escupió Edward furioso. —¡¿Por qué estaban solos?!
Embry que se movía incómodo, interrumpió:
—Señor, yo…
—Te llamaré más tarde si te necesito, Embry.
Así el pobre hombre salió de mi casa no sin antes darme una sonrisa de solidaridad.
—Vino aquí a hablar conmigo porque no me podía localizar por el teléfono. Y estábamos solos porque no vivo con nadie más. —a esta altura ya tenía las manos en la cintura y lo miraba un poco molesta.
—Ese hijo de la gran perra se quiere meter entre tus piernas…
—Y no lo va a lograr.
Exhaló el aire de golpe y cerró los ojos. Luchaba por tranquilizarse.
Preocupada por su salud, me acerqué hasta él y envolví mis brazos alrededor de su cintura.
—Estoy contigo, Edward. y no importa cuantos quieran acostarse conmigo, él único al que le permito que entre en mí es a ti.
—Más te vale. —dijo divertido pero con un deje amenazante. —Te juro que al hombre que quiera alejarme de ti, lo mato. Ya me han arrebatado muchas cosas o me las quieren quitar. No dejaré que pase lo mismo contigo.
Acaricié su mejilla con el dorso de mi mano.
—Eso es lo más escalofriante y lo más lindo que me han dicho en la vida.
Él se carcajeó, me besó con profundidad pero se separó a lo que sintió que algo le escalaba por el pantalón.
Era el gatito blanco con manchas color caramelo, el mismo que se había salido.
Él lo agarró con mucho cuidado y lo zafó de su vaquero. Se acercó hasta los demás y los acarició con mimo. Alzó a cada uno y vio sus genitales.
Se puso en pie y me dijo:
—Dos varones y una hembra. —aseveró muy pagado de sí mismo.
—¿Cómo lo sabes?
—Aprendí de gatos y perros en la hacienda, valkyria. El negro y blanco son los varones. La manchada es la hembra.
—La más traviesa. —añadí.
Él asintió.
Preparamos cada platito con comida para gatos y los pobres debían de haber estado todo el día sin comer pues se comieron más de la mitad de lo que les servimos. Edward les compró incluso recipientes para el agua. Colocamos los areneros en varios puntos de la casa, porque él me aseveró que era mejor así. increíblemente los gatitos casi de manera inmediata fueran a la arena e hicieron allí sus necesidades.
—Es algo instintivo. Siempre buscan hacer donde puedan tapar sus restos.
—Vaya. Deberías haber sido veterinario. —lo miré de manera golfa. —La bata blanca te debe de quedar divina.
—puedo comprarme una solo para darte gusto. —me agarró de la cintura y se restregó contra mí.
—Los gatos…son…muy territoriales… —alternó entre beso y beso.
—¿Qué te parece si comemos primero antes de que me demuestres cuán “territorial” puedes ser?
Y así hicimos.
Él decidió pasar la noche en mi departamento.
Afuera dejamos a las pequeñas bolas de pelos mordiendo y revolcándose con unos juguetes de tela que Edward les había traído.
Estando él a medio vestir, y yo solo en ropa interior le comenté:
—Hoy me llamó Gabriel McCleod.
Edward se apretó el puente de la nariz con ofuscación.
—¿Qué quería ese mamón?
—Va a venir en una semana.
—¡Que desgracia! —se encogió de hombros. —¿Y para qué te llama a ti?
—Pues que quiere que le hable acerca del departamento de publicidad de Le Mademoiselle.
Me miró con hostilidad.
—Y también quiere meterse entre tus piernas.
—Eso sospecho. —admití. —Me invitó a almorzar.
—Y le dijiste que no, por supuesto.
—Le dije que mientras que tendríamos “un almuerzo de negocios”. —puntualicé.
—Pues yo voy. —sentenció. Caminó hacia mí y me empujó sin delicadezas contra el colchón. —Y ahora te demostraré cuán territorial soy con lo mío.
Solté una carcajada que me duró solo hasta que él se apropió de mis bragas y las sacó de forma violenta de entre mis piernas.
Se posicionó entre mis muslos y dio un lametón por mi sexo que me hizo estremecerse.
—Como un gato con su crema. —se relamió los labios y se lanzó a por mi clítoris.
Enredé mis manos entre sus cabellos y lo atraje hacia mí con fuerza y sin pudor. Me arqueé de placer más él me inmovilizaba con su agarre fuerte al interior de mis muslos.
—No puedes…—decía entre lamido y succión. —dejar…que nadie…que no sea yo… te haga…esto.
Dio un tirón con sus labios que estuvo a punto de lanzarme por el borde. Y se detuvo.
—¿Me escuchaste? —colocó su mano abracando todo mi sexo parte de mi trasero. —Esto es mío. Toda tú eres mía.
Su mano se resbaló sin decencia hasta ese nudo de músculos que nadie había tocado alguna vez. Trazó su forma con la punta del dedo y me miró con placer oscuro.
—¿Alguna vez te han poseído por…?
Negué con la cabeza y quise acercarlo a mi entrepierna de nuevo.
Sonrió como solo lo haría un rufián y aseguró:
—Esa primera vez será entonces mía. —dicho eso se lanzó a por mi sexo de nuevo.
Serpenteó entre mis labios inferiores e incluso introdujo la lengua un par de vez hasta que me quebró en pedazos.
Esperó hasta que el orgasmo me consumió y luego, de una sola embestida se metió en mi interior con rudeza…
—Mi valkyria… —soltó contra mi cuello sin aliento mientras comenzaba a moverse. —Solo para mí.

Este separador es propiedad de THE MOON'S SECRETS. derechos a Summit Entertamient y The twilight saga: Breaking Dawn Part 1 por el Dise&ntilde;o.

Ya sé que quieren matarme. Lo sé. Pero no creía que fuera el momento…estamos muy cerca de saber quién es el verdadero padre de Lizzy pero aún no.
Gracias…gracias…e infinitas gracias a todas las que están llegando y brindándole ese apoyo a mi Cavernícola amado. Y más aún a las que siguen al Tirano y al Ángel…
No tengo como pagarles tantas muestras de cariño.
Un besazo…


                       
Marie K. Matthew






1 comentario:

  1. Que mala q sos Marie, como me dejas con la pulga atras de la oreja, me matas de curiosidad para saber quien es el padre de la beba, a pesar que creo q sea Edward o por lo menos asi espero,rsrsr..
    Me encanto los capis gracias..
    nos leemos pronto..
    besoss..

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