“Vuelta de Página”
Bella POV:
Las relaciones de pareja son cosas bastante
complejas tanto de explicar como de llevar día con día. No puedes definirlas con
exactitud porque siempre habrá alguien con un punto de vista diferente al tuyo
y el cual también será válido. Demandan atenciones de los lados involucrados. Y
cuando uno de ellos no se dedica tanto como el otro, entonces los problemas
hacen acto de presencia.
La falta de comunicación, poca dedicación en la
relación, escasez de detalles entre muchas otras razones; son los motivos más
frecuentes de los rompimientos. Si me preguntaban por los que yo creía a los
que tendríamos que hacer frente Edward y yo, la repuesta sería simple: dejaría
que las cosas tomaran su curso, tal cual habíamos hecho hasta ahora.
Nuestra primera cita había sido muy “normal”.
Fuimos al cine a ver Thor “Un mundo
oscuro”. Edward no era precisamente fan de los comics; de hecho creo que no
lo era de otra cosa que no fuesen las galletas de canela de Alice y la música;
el caso es que si bien no le gustó nada que yo quedase flechada con Chris Hemsworth, le encantó la película.
¿Leer cómics? No. Lo odiaba. No soportaba la manera en que tenía que saltar su
vista de un lado a otro para leer, y de paso aseguraba que los vibrantes
colores de sus páginas le desagradaban a la vista. No había vuelto a pasar por
una tienda de cómics desde aquella primera y única vez.
Por mi
parte fue entretenida: Me gustaron los efectos, la trama y por sobre todas las
cosas; el espectacular cabello dorado largo del sexy dios nórdico. Por supuesto
eso no hizo feliz a mi repentinamente posesivo novio.
—¿Qué te llamó la atención de ese hombre? —gruñó.
Fingí suspirar como una niña enamorada solo para irritarlo
un poco. En un lado oscuro no muy oculto en mí, me gustaba verlo un tanto
molesto porque algún otro hombre pudiese llamar mi atención. Sabía que me iría
al infierno, pero en honor a la verdad nunca había asegurado que yo fuera un
ángel.
—Me gustaron sus ojos azules. —respondí conteniendo
una sonrisa.
—¡Yo tengo los ojos azules! —respondió indignado. Luego
pareció pensárselo mejor y se auto corrigió: —Bueno, grises azulados.
—Y esa barba no le quedaba nada mal. —era maligna.
Había una puerta en el infierno con mi nombre en ella y un cartel de Reservado.
—¡Era horrible! De seguro le pica mucho a su novia
cuando la besa.
Contuve la risa y continué:
—Y me gustó su heroísmo.
Harto de mis comentarios, se adelantó resoplando
cuando salíamos del cine en Port Angeles. Lo dejé hacer su pataleta unos
cuantos metros más, hasta que llegó a un cruce que nos llevaría lejos de donde
yo quería que fuésemos.
—¡Hey…—lo aferré por la cintura— McDonalds es
hacia el lado contrario.
Me observó enfurruñado.
—¿A qué vamos a McDonalds?
—¡¿Cómo que a qué vamos, ángel? ¡A llenarnos de
comida chatarra! ¿Qué sería de una noche de cine sin calorías?
Le sonreí pero él no me correspondió; así que lo
apreté aún más a mi costado y echamos a andar.
—Ángel, no puedes ponerte celoso por un actor de
cine. Casi todas las personas tienen un enamoramiento platónico con algún actor
o cantante. Por ejemplo: yo tengo un enamoramiento con tres actores: dos
británicos y con este australiano. Pero aunque ame verlos en pantalla; no te
cambiaría por ninguno de ellos ni en un millón de años.
—¿Por qué si te gustan tanto? —aun seguía
beligerante.
Lo encaré de forma momentánea, encerré su cara
entre mis manos y lo vi fijamente cuando hablé:
—Porque solo hay una persona que me haría
renunciar a lo que fuera sin titubear, porque solo unos ojos me persiguen cada
vez que cierro mis párpados y son de color azul grisáceo y como si todo eso no
fuera suficiente; solo hay un rostro lampiño que me fascina acariciar hasta dormirme
después de hacer el amor. Creo que tú eres el dueño de todo eso, ángel. Cuando
te dije que te amaba no lo dije relativamente. Te amo por encima de todo y
todos, y contra eso no hay cara linda que valga.
Él me besó en los labios con una traviesa sonrisa
llena de satisfacción.
—Y porque eres mía. ¿Cierto?
Asentí.
—Lo más cierto del mundo.
Volvimos a caminar. Acercándonos cada vez más a la
escandalosa M amarilla.
—¿Puedo tener un amor platónico también?
—Sí, ángel. Pero no me digas quién es. Podría ser
una actriz o una cantante que admire y no quiero tener deseos de arrancarle la
melena cada vez que aparezca en la tv. —le guiñé un ojo.
—Porque estarías celosa. —era una aseveración no
una pregunta. Edward me conocía más de lo que a veces recordaba.
—En efecto. —concluí. —Oye, ángel, apura el paso.
Estoy famélica y deseo una fría Coca Cola.
—¿Me darías tus papas?
—¡Por supuesto que no! —dije fingiéndome firme. A
pesar de que sabía que en cuanto terminara con las suyas vendría a por las mías
con todo el descaro del mundo.
*.*.*.*.*
Alice y yo estábamos en la cocina de la casa de
los Cullen mirando entusiasmadas como una Esme muy pagada de sí misma nos
enseñaba a hacer unos brownies. Era impresionante ver a una dama como ella tras
los fogones de una cocina: era tan impoluta cocinando, como se conducía por la
vida. Pero después de verla por un rato no podías evitar pensar que estaba en
su elemento: partía huevos con una sola mano y separaba la yema de la clara,
cernía la harina y derretía el chocolate a baño de María…
—Les daré mi ingrediente secreto. —alzó una
botella marrón oscura con una etiqueta negra con detalles en dorado y rojo que
gritaba Havana Club. Le agregó a su preparación. —Un chorrito de ron. Amo
los dulces con un sabor sutil a licor. Los hace…muy interesantes.
—¿No es un ron ilegal? —le pregunté.
—Sí. A partir del dos mil doce, pero este ya
estaba aquí antes. —sonrió pícara.
Cuarenta y cinco minutos, y dos vasos de limonada
después la señora Esme sacaba del horno dos fragantes bandejas de brownies
calientes.
—Y no los pueden tocar hasta que no estén tibios.
—añadió sentándose con nosotras en la isleta de la cocina.
—¡No hay derecho! —se quejó Alice —Yo dejo que se
coman mis galletas calientes.
—Ehhh…—la corregí. —De hecho, el único que se arriesga
a perder los dedos es Edward. Y él no está aquí, así que tus argumentos son
inválidos.
Todas reímos.
—Me recordaste a Jasper cuando hablaste así. —sus
facciones pasaron de ser dulces a cautelosas en un parpadeo. —Hablando de él, me
contó algo sobre él que yo no sabía. Y que no creo que ninguno lo sepa aquí.
—habíamos desarrollado con el tiempo una dinámica de amistad, de familia. Y fue
agradable ver, que a pesar de mi metedura de pata, no la había perdido.
Tanto Esme como yo la miramos sin molestarnos en
disimular nuestro interés.
—Él tiene una hija de cuatro años. —la seguimos
viendo a la espera de que concluyese pues se notaba a leguas que no era lo
único que tenía por decir. Su titubeo así lo indicaba.—Y sufre de Cretinismo
desde hace dos.
—¡Oh! – me quedé de piedra al oír la noticia. Y
Esme nos miró a ambas en busca de alguna explicación anexa que pudiese darle a
entender sobre qué se trataba el término. Fui yo quién se lo explicó. —El
Cretinismo es una insuficiencia de la agenesia tiroidea y esta produce una
especie de enanismo. —Pero eso tiene tratamiento.
Alice asintió.
—Y ella lo está. Pero igual se ve pequeña para su
edad, según me dijo él. Solo tiene cuatro y no lo parece.
Esme permanecía con la boca abierta aún y con
cierta pena en los ojos.
—No me imagino lo que esa criatura ha tenido que
pasar a su corta edad.
Por un momento todas nos quedamos calladas
mientras las notas Turning Pages de
Sleeping at Last sonaban en el piano
interpretado por Edward que estaba en aquel momento en su clase con Rose.
Fue entonces cuando me permití la descortesía de
perderme en la corriente musical que me atraía como el canto de las sirenas a
los pescadores solitarios. Y me regodeé en mi propio egoísmo, cuando de manera
casi automática las estrofas venían a mi mente acompañadas de recuerdos que me
habían marcado desde que había conocido a mi ángel.
I’ve waited a hundred years
But id wait a million more for you…
But id wait a million more for you…
La imagen de Edward de espalda a mí en medio del
prado de su casa vino a mi mente lentamente, como en una especie de película
romántica. ¿Qué era cursi? Sí, y mucho. Pero era mi mente así que nadie me iba
a recriminar nada. Además, me reservaba todo el derecho de ser casi ridícula
cuando se trataba de Edward.
Nothing prepared me for
The privilege of being yours
If I had only felt the warmth within
Your touch
The privilege of being yours
If I had only felt the warmth within
Your touch
También rememoré cuando un sentimiento desmesurado
de protección se apoderó de mí cuando presencié su primera crisis nerviosa. La
forma en la que lo abracé por la cintura cuando estuvo calmado, sus latidos
desaforados y nuestra respiración entrecortada. Aún así lo que más recuerdo de
ese instante, es el alivio que sentí cuando lo tuve a salvo conmigo.
If I had only seen how you smile when
You blush
Or how you curl your lip
When you concentrate enough
I would have known.
You blush
Or how you curl your lip
When you concentrate enough
I would have known.
Sus labios y su ceño fruncidos cuando hacía alguna
rabieta también fueron parte de la película que se armó mi mente. Lo vi
claramente como en una escena cuando se inclinó en su cama para tomarme de la
muñeca para que no me fuese. Esa fue la primera vez que me habló.
What I was
living for
What ive been living for
Your love is my turning page
Only the sweetest words remain
What ive been living for
Your love is my turning page
Only the sweetest words remain
Sí, su amor fue mi vuelta de página en todos los
sentidos, los mismos que Edward me complementaba. Había sido para mí un cambio
de ciento ochenta grados. Una nueva Isabella Swan se había creado a partir de
mi ángel: una egoísta cuando se trataba de compartirlo, una generosa cuando él
necesitaba algo de mí, una territorial cuando necesitaba mostrarle que él era
mío y una adicta cuando su cuerpo y caricias estaban de por medio.
Every kiss is a cursive line
Every touch is a redefining phrase
I surrender who I've been
For who you are.
Nothing makes me stronger than
Your fragile heart
If I had only felt how it feels to be yours
I would have known.
Every touch is a redefining phrase
I surrender who I've been
For who you are.
Nothing makes me stronger than
Your fragile heart
If I had only felt how it feels to be yours
I would have known.
Momentos tensos en los que había tenido que
defenderlo como una leona ante los demás también tenían cabida en ese instante,
cuando recordaba cómo había atacado a Félix y a Claire por menospreciarle.
Parecía que me estaba viendo desde un espejo completamente ajeno a mi persona y
aún así en el que me reflejaba. Furiosa y frustrada, pero allí estaba
defendiendo lo más delicado y frágil que había tenido alguna vez. El
corazón de cristal inmaculado de mi ángel.
Were tethered
To the story we must tell
When I saw you
Well I knew we'd tell it well
With the whisper
We will tame the vicious scenes
Like a feather
Bringing kingdoms to their knees.
To the story we must tell
When I saw you
Well I knew we'd tell it well
With the whisper
We will tame the vicious scenes
Like a feather
Bringing kingdoms to their knees.
Así finalizaba de divagar una mente ridículamente
enamorada, pero la historia de una sencilla enfermera de pueblo que se había
enamorado de su paciente apenas comenzaba a escribirse. Y sí que se podía
asegurar que la guardiana estaba de rodillas frente a su ángel.
—Bella ¿Sabías que tienes rato sonriendo con cara
de tonta? —Alice se había atravesado en mi campo visual con un gesto socarrón
en sus facciones que me sacó de mi ensoñación al mismo tiempo que las últimas
notas se iban apagando en los dedos que sabían muy bien serían los de mi
Edward.
Entrecerré los ojos, fingiéndome indignada para no
demostrar lo apenada que me sentía al saber que se me había notado tan
claramente que no le estaba prestando la más mínima atención a mi amiga, cuando
ella nos confiaba a la señora Cullen y a mí una notica tan importante como era
lo de la niña de Jasper y su enfermedad. Aunque para ser sinceras, Alice no se
veía molesta sino por el contrario se regodeaba en mi momento de maleducado
despiste.
—Edward te trae hasta las trancas ¿No? —la ironía
que había en su sonrisa descarada discordaba totalmente con la ternura que
sugerían sus ojos negros como la noche y como su cabello de duendecillo
travieso.
—¡Eres una indiscreta! —le reñí.
Esme se limitaba a reír por lo bajito de nuestras
tonterías. Luego se levantó en dirección a la bandeja de brownies, colocó una
mano por encima y al notar que estaban demasiado calientes aún se dirigió de
nuevo a la isleta. Fue entonces cuando un estruendo seco nos tensó a todas.
No pensé ni un segundo en salir corriendo en
dirección al salón hasta que llegué y el corazón que me dio un vuelco
desagradable.
Rosalie yacía en el suelo inconsciente, desmadejada
por la forma en la que quedó cuando cayó. El banco estaba en el piso volteado
con el asiento en la misma orientación que el cuerpo de Rose y Edward estaba en
pie mirando la escena petrificado con cara de espanto.
Me debato entre atenderlo a él o a ella pero a
quién veo en peor condición es a la hermosa y pálida profesora de piano de mi
ángel desmayada y sin ninguna intención de recobrarse. ¡Tamaño golpe se había
dado en la cabeza!
Tomo sus signos vitales y descubro que su ritmo
cardíaco está lento, su piel está fría al tacto y sus ojos están casi perdidos
en sus párpados.
Esme ya había llamado a una ambulancia y Alice se
había encargado de sentar a Edward en el sofá mientras yo trataba de reanimar a
Rosalie de lo que parecía ser una bajada de tensión.
Me impresionó que los paramédicos llegaran en un
santiamén y se dispusieran a atenderla con presteza. Mientras que ellos hacían
lo suyo, me acerqué a Edward que seguía tenso y sin hacer caso a Alice para que
tomara un poco de agua para calmarse aunque solo fuera un poco.
—Edward, toma el vaso que Alice te está
ofreciendo. Bebe poco a poco.
Sus ojos me miraron desorbitados indicándome cuán
asustado estaba por toda la situación que se estaba desarrollando en el salón.
—No tengo sed.
—Pero yo quiero que te la tomes, y tú necesitas
hacerlo. —repliqué con ese tono que no dejaba duda acerca de la seriedad con
que hablaba.
Frunció el ceño como cada vez que no estaba seguro
de algo, pero igual me hizo caso. Tomé asiento a su lado, puse su mano entre
las mías y noté que estaba sumamente frío.
—¿Qué le pasó a Rosalie, ángel?
Negó con la cabeza de forma frenética y
volviéndose a tensar, me contestó:
—¡No lo sé! ¡No lo sé! Ella estaba sentada conmigo
y…
—¡Hey! —enmarqué su cara obligándome a que me
viese a mí y no a su profesora yaciendo lánguida en una estrecha camilla de
emergencia. —Si hablas tan rápido y tan alterado no puedo comprenderte. Respira
profundo como te he enseñado. Eso…muy bien. Ahora continuemos ¿Qué más pasó?
Se encogió de hombros y su mirada se perdió en mis
vaqueros que usaba para trabajar.
—Cuando terminé de toca, Rose se sostenía la
cabeza con una mano. No la había visto antes, porque estaba concentrado en la
música y…y luego, cuando me puse en pie para estirarme ella se cayó del banquillo.
—en su tono de voz se notaba torturado. —Fue mi culpa ¿cierto? No debí
levantarme del banquillo para que ella no se cayera. Pero juro que no fue mi
intención.
—Edward, mírame. Mírame, por favor. ¿Por qué no me
ves?
—Porque estoy avergonzado.
—¿Por qué tendrías que estarlo?
—Yo la dejé caer.
Le levanté la cara a juro y lo obligué a verme
fijamente.
—Escucha con atención lo que voy a decirte: Rose
no se cayó del banquillo por tu culpa. No, no me mires así. Lo que te estoy
diciendo es cierto. Ella se desmayó y por eso fue a dar al piso, no porque tú
no la sostuvieses, ángel.
Su rostro se tornó vacilante.
—¿En serio?
—¿Cuándo te he mentido?
—Nunca. —aseveró.
Asentí conforme.
—Bien. —volteé al escuchar el chirrido de la
camilla que era arrastrada por dos hombres musculosos uniformados de azul
marino. —Déjame averiguar que va a ser de Rose y vuelvo contigo ¿Vale?
Fue su turno de asentir, aunque aún se le notaba
preocupado.
Los paramédicos nos hicieron saber a Esme, Alice y a mí que Rosalie sería llevada
al Hospital Central de Forks. Como había pensado, el causante del
desvanecimiento fue una hipotensión ahora necesitaban encontrar a qué se había
debido aquello. Como cosa típica en su trabajo, nos instaron a tranquilizarnos;
aspecto en el que solamente yo les había tomado la palabra mucho antes de que
me indicaran. Pidieron un acompañante para ella en la ambulancia. Alice se
ofreció de inmediato y yo le prometí que la seguiríamos.
Me acerqué a Edward y al verlo tan nervioso le
pedí a la señora Cullen que se quedara con él mientras yo iba al hospital; más
él me cortó de manera tajante con un:
—No, Bella. Si tú vas, yo voy.
Y no había fuerza humana sobre la tierra que
hiciera que Edward Anthony Cullen cambiara de parecer si estaba determinado a
hacer algo. Así que nos dejamos de intentos fútiles y salimos como alma que
lleva el diablo en el Mercedes CLK de la señora Esme que casi nunca se movía
del garaje. Yo iba manejando porque ella se sentía demasiado nerviosa como para
hacerlo; además de que casi no le gustaba conducir.
Probablemente, si la situación no fuese tan tensa
como era esta hubiese disfrutado mucho de estar conduciendo semejante sedan por
las carreteras boscosas de Forks.
Cuando llegamos al hospital nos vimos obligados a
aparcar en un sitio lejano a la puerta de emergencias, puesto que el
estacionamiento estaba prácticamente abarrotado. ¿Pero cómo diablos se podían
tener tanta emergencias en un pueblo como este? Si el estacionamiento parecía
tener más plaza que habitantes el pueblo.
Llegamos a la sala de espera y allí encontramos a
Alice tranquila sentada en una banqueta de plástico. Al vernos se puso en pie y
se acercó a nosotros.
—¿Cómo está? —preguntó una casi frenética Esme.
Al asintió tranquila.
—Está bien. De camino recuperó la consciencia
aunque seguía mareada. Rosalie les dijo a los paramédicos que había comido en
la mañana pero que no le había sentado demasiado bien el desayuno y lo
devolvió. Así que prefirió pasar unas horas antes de volver a probar alimento…
—se encogió de hombros en un gesto que la hizo lucir inocente e infantil. —pero
no llegó a hacerlo.
Miré el reloj de mi celular; pues nunca usaba uno
de pulsera. No me gustaban; y vi que las agujas indicaban que eran las cuatro
de la tarde menos diez. Probablemente había sufrido de un caso de…
—Hipoglucemia. —dijo Alice, diciendo en voz alta
la palabra que tenía en mente. Ella había seguido hablando con Esme, Edward y conmigo.
Al parecer ese día estaba haciendo gala de mi mala educación con mi pobre amiga
y lo que tuviese por decirme.
Tomamos asiento. Mientras esperamos por el médico
que debía salir a ponernos al tanto de la situación en cualquier momento. Sin
embargo, primero llegaron Jasper y Carlisle. El primero con una cara de espanto
que le hacía parecer gris en vez de blanco. El segundo se remitió a mantenerse
sosegado y serio hasta que le explicamos la situación. Jasper se calmó un poco,
pero aún así se notaba nervioso.
Las puertas de emergencias se abrieron y un doctor
bajito, regordete y calvo se acercó hasta nosotros acomodándose los lentes en
su nariz aguileña.
—¿Familiares de la señorita Rosalie Hale? —Jasper
se puso en pie como si hubiese tenido un resorte en el trasero y dejó bien
claro que él era su hermano. —Bien, señor Hale, su hermana sufrió un caso de
hipoglucemia, o una baja de azúcar lo cuál le produjo el desmayo. Les
estamos realizando las pruebas concernientes para determinar que no haya nada
fuera de lo común en sus niveles de insulina y glicemia más allá de la baja.
Mañana en la mañana podemos darle de alta luego de realizarle las pruebas que
falten por realizarse hoy. —Jazz le agradeció sus atenciones y le estrechó la
mano. El médico nos indicó el número de la habitación a la que la habían
trasladado y se despidió de nosotros para luego atender a una pareja que
preguntaba por su hijo el cual había ingresado por emergencia pediátrica. <<Amigdalitis>>
pronunció el doctor antes de pedirles un poco de paciencia y retirarse de nuevo
a la sala.
Pues sí, parecía que era la tarde de los accidentes.
Aunque puestos a ver, en el área de espera no había ni la mitad de gente que
esperaba ver basados en el número de autos estacionados.
Subimos al ascensor, llegamos al segundo piso y
ubicamos la habitación 215 casi al final de un pasillo. En el cuarto nos
topamos con una Rosalie pálida pero sonriente.
—¡Nos has pegado un susto de muerte, señorita! —le
riñó su hermano al tiempo que depositaba un beso en su frente. Y ni siquiera
por eso le soltó la mano a Alice, la cual traía enganchada de la mano casi
desde que había llegado. —¿Cómo es eso que dejaste de comer, Rose? Sabes que no
puedes estar aguantando hambre. Sueles marearte con cierta frecuencia.
Ella le sonrió con un deje culpable en los labios,
pero en su mirada había un tormento que parecía tener poco que ver con no haber
almorzado. O quizá me estaba volviendo paranoica.
—Ha sido sin querer. El sándwich de pavo de esta
mañana no me ha sentado muy bien en el estómago, por eso vomité. A lo mejor
quedé algo débil después de eso y por eso hice hipoglucemia.
Esme se acercó a ella con esa hermosa sonrisa
comprensiva a la que nos tiene habituados a todos y le estrechó la mano desde
el otro lado de la cama. Edward y yo permanecíamos viendo todo en silencio
desde los pies de la misma.
Rosalie nos agradeció a todos por atenderla y
luego le indicó a mi ángel que se acercara. Cada uno de los demás presentes se
había dirigido al típico y feo sofá de hospital que había en un rincón de la
habitación. Le estrechó la mano a él y con una dulzura que casi me sobrecoge,
le susurró:
—¿Te asusté mucho?
Él asintió sin titubeos.
—Sí. Pensé yo tenía la culpa de que te cayeras del
sillón.
Rosalie abrió sus ojos mostrando su consternación
y negó de manera rotunda con la cabeza.
—Para nada, Edward. La responsabilidad de que esto
ocurriese es mía y nada más, por no haber comido.
—¿Lo ves, ángel? —intervine —Te dije que no habías
tenido nada que ver.
—¿Se asustó mucho? —esta vez se dirigió a mí.
—Algo. Pensaba que al ponerse él de pie, te habías
caído del banquillo.
Asintió.
—¿Te golpeaste fuerte? —preguntó Edward, quien por
cierto miraba frecuentemente a la vía intravenosa conectada al brazo de Rose.
—Sí. Se me hizo una gran protuberancia en la
cabeza ¿Quieres tocarla? —y mi ángel se acercó a ella con toda la delicadeza
del mundo para sentir de primera mano lo que causaba un golpe de esa índole.
Casi envidié la facilidad y la intimidad que con la que ambos se trataban, pero
estaba claro que a ella no la veía de la misma manera que a mí. La falta del
brillo de la pasión, del deseo o de la posesividad me dejaba con una egoísta
satisfacción que solo me era capaz de reconocer a mí misma. Así de mezquina era
cuando se trataba de los sentimientos de él.
Y mientras que Rose le contaba a un muy curioso
Edward sobre todo lo que le habían inyectado en “aquella manguerita” fue cuando
Emmett hizo acto de presencia con una preocupación que era extraña en él. Entró
y nos saludó a todos de manera escueta. Toda su atención estaba puesta en la
rubia que aún estando convaleciente, se veía despampanante en aquella camilla
de hospital.
Más ella no se veía muy feliz de verlo. De hecho,
me pareció que había palidecido un poco más. Entonces un hilo invisible tejió
todos los acontecimientos en mi mente de manera rápida dejándome sin palabras. ¿Sería posible que Emmett y Rosalie…?
—¿Cómo te sientes? —le preguntó solícito. Acarició
con delicadeza el antebrazo que tenía recargado en el colchón, sin embargo ella
se apartó del toque con toda la sutileza de la que fue capaz. Luego, su
expresión se volvió distante.
—Bien. Solo fue un desmayo.
Entonces fue cuando intervine. Esto dos
necesitaban arreglar algo y Edward y yo solo estábamos haciendo el mal tercio.
—Ángel, acompáñame un segundo al cafetín. Necesito
algo con chocolate urgentemente.
—¡Yo también! —dijo Alice oportunamente aunque era
ajena a la situación. Carlisle quiso café y le pidió a Esme que lo acompañara.
Así que dejamos solos a una pareja que necesitaba solucionar algo y por dentro
recé que no fuese lo que yo estaba pensando.
*.*.*.*.*
Después de una buena ronda de moccas y capuccinos,
tanto Alice y Jasper como Esme y Carlisle subieron de nuevo a la habitación de
Rosalie. Edward y yo nos quedamos pues él aún comía unas galletas de almendra y
tomaba su gingerale con toda la parsimonia del mundo. En mi vaso de cartón solo
quedaban los restos fríos de mi moccaccino.
—Creo que Emmett se quedó con Rose para pedirle
disculpas. —y volvió a meterse un pedazo de la galleta a la boca.
Enarqué las cejas sumamente interesada en lo que
tenía por decir.
—¿Por qué dices eso, ángel? ¿Por qué tendría que
hacerlo?
—Porque… —otro trago de gingerale. —él se comportó
como un idiota.
Abrí los ojos impactada por escucharlo hablar de
esa manera de su hermano y luego no pude evitar reírme. Simplemente se me hizo
imposible.
—No te burles. Mi hermano me dijo eso. —respondió
censurándome como si hubiese dicho una barbaridad. ¡Oh mierda! Podría ser
verdad entonces lo que creía…
—Lo que me da risa es la novedad de escuchar esa
palabra en tu boca, ángel. Nunca te has referido a nadie de esa manera y mucho
menos a tu familia. Cosa que no debes hacer jamás ¿Eh? Aunque con ciertos
extraños puedes hacer esa excepción.
—¿Cómo quién?
—Como por ejemplo ese jodido idiota de Félix
Vulturi ¿Lo recuerdas?
Sus ojos se perdieron en la mesa con una expresión
triste. Una parte muy pequeña en mi interior me reprochó por no haberle sacado
los ojos cuando había tenido oportunidad. Definitivamente una parte sociópata.
Lo agarré de la nuca y le acaricié con el pulgar desde la base del cuello hasta
el comienzo del cabello.
—El que me dijo que era un enfermo. —rechiné los
labios con rabia. Sí, debí haberle arrancado algo al bastardo.
—¿Ves? Él es uno de esos extraños a los que me
refiero. Es un idioooooooooota.
Me miró de soslayo con una media sonrisa.
—¿Con tantas O?
—Sí, porque es un idiota demasiado grande. Un soberano
idiota. —lo acerqué a mis labios y deposité un beso casto allí. —No dejes
que te afecte, ángel. Yo siempre estaré ahí para defenderte de personas así de
malas y cabronas. Eh…no repitas esa palabra. Antes de que me preguntes porqué,
te aclaro que es muy muy ofensiva.
—¿Y por qué la dices tú?
—Porque soy una deslenguada, ángel. En cambio tú
no.
—Mmmm. ¿Felix es un cabrón? —me preguntó con la
inocencia de un niño mientras se metía otro pedazo de galleta a la boca.
—Oh sí. Claro que lo es, ángel. Y no te imaginas
cuanto.
—Pero me hago una idea. —susurró pensativo.
Traté de ahogar una carcajada pero fracasé de
forma vergonzosa. Volví a besarlo porque me parecía irresistible en aquellos momentos
en los que pasaba de celestial a mundano en un parpadeo. Y luego nos fuimos a
la habitación de Rosalie.
Por dentro crucé los dedos para que alguna deidad
les hiciese el favor a Emmett y a Rose para que arreglaran sus problemas, pues
ambos merecían ser felices. Y solo un reverendo ciego no se daría cuenta de lo
cautivada que tenía el hermano mayor de los Cullen a la guapa profesora de
piano.
*.*.*.*.*
Al día
siguiente una persona muy insistente me obligó a hacer una llamada casi que de “emergencia”:
—Espera un momento, Rosalie. Edward quiere hablar
contigo y no me dejará en paz si no lo comunico contigo. —una melodiosa
carcajada resonó desde el otro lado del teléfono. —Adiós, Rose. Recupérate
pronto.
—Adiós, Bella. Gracias por llamar.
Le pasé el teléfono a Edward y este se guindó a
hablar con Rose como si tuviese semanas sin saber de ella. La habían dado de
alta en la mañana y esperé hasta bien entrada la tarde para llamarla.
Recogí mi bolso y mi abrigo del armario de la
entrada y cuando volví aún Edward hablaba por mi celular, así que pasé por la
sala de estar a despedirme de Esme y luego por la cocina para hacerlo de Alice
a quién Jasper vendría a buscar al salir del trabajo para salir.
Ed se acercó hasta mí cuando me paré al final del
vestíbulo y muy cerca de la puerta para esperar por mi teléfono e irme.
—No te vayas. —me suplicó.
—Hicimos un trato, ángel. Debemos respetarlo.
Apesadumbrado asintió y me acarició la mejilla con
ternura.
—Duermo mejor cuando estás conmigo.
Mi corazón se ensanchó cinco tallas al oír esas
palabras. Lo abracé por la cintura y le besé con ternura, demorándome en
acariciar sus comisuras con las mías con lentitud.
—Ya casi es sábado, ángel. Podrías ir a mi casa.
Alice y yo comenzaremos a pintarla y necesitamos manos extras. Además…—me
removí descarada contra su entrepierna. —dejaría que pasaras el fin de semana
completo conmigo ¿Qué dices?
Sonrió emocionado y asintió.
—Digo que sí. —me tomó de la mano y me haló hacia
una puerta lateral. —Te acompañaré a tu camioneta.
Entramos en el inmaculado garaje de los Cullen en
donde mi vieja Chevy desentonaba bastante con el ambiente. Era muy vieja y algo
destartalada. El espacio y los coches que allí aparcaban eran de última generación
y tendencia. Nada que ver con puertas rojas desvencijadas y una que otra
abolladura.
Abrí la puerta del piloto, tiré mi bolso al
interior y luego me giré para despedirme con un rápido beso. Sin embargo Edward
me sorprendió apresándome contra la carrocería. Su boca urgió a la mía a que le
respondiera con la misma desesperación con que me besaba a mí. Y esta ni corta
ni perezosa salió a su encuentro con todas las ganas de darle guerra.
Una mano suya se coló bajo mi sudadera y aprisionó
mi seno de manera sensual. Sentí los pezones erguirse y gemí vergonzosamente.
Me arrastró hasta el asiento y contra este me aprisionó de nuevo. Subí a la
camioneta dejando las piernas por fuera de manera que él pudiese quedarse en
medio y sin pensar en nadie más que nosotros le desabotoné los vaqueros, le
bajé la cremallera y colé mi mano por debajo de sus calzoncillos de algodón.
Acaricié su erección hasta que se hinchó en todo su esplendor, y seguía
acariciándole después de eso.
—¡Ah, Bella! —graznó con voz pastosa y volvió a
besarme con desespero.
Dejé que él también colara su mano entre mis
pantalones y ropa interior, pero sus caricias eran demasiado abrasivas. Así que
con mi mano le insté a hacerlo un poco más lento hasta que él mismo cogió el
ritmo correcto y me hizo retorcerme en el asiento.
Tanteó y exploró mi sexo a su antojo e incluso se
aventuró a introducirme un dedo a lo que respondí con una sexy ondulación. Me
encantaba tenerlo en mi interior y en ese momento lo necesitaba furiosamente
pero debía conformarme con lo que tenía. Así que lo insté a que introdujera
otro dejo y moviese la mano más rápido. Edward obedeció como el chico bueno que
era.
—¡Ángel! —siguiendo mis directrices, tocó ese
punto glorioso que toda mujer tiene y al que no es fácil accesar y lo acarició
varias veces, siendo consciente de que me estaba volviendo loca. Tan mundano,
me encantaba. Movió sus dedos de lugar en medio de la vorágine y dejó de
presionarme allí. —Vuelve a curvar tus dedos…¡oh!
Un buen alumno. Edward era un excelente alumno.
La ola de placer fue arrasando lentamente por mi
vientre, revolucionando cada órgano que tenía por dentro hasta que por fin el
ramalazo de placer sacudió mi interior.
Cuando terminé de correrme me di cuenta de que aún
tenía su miembro en mi mano y volví a masturbarle con fuerza. Edward desencajó
la mandíbula y echó las caderas hacia adelante cada vez más rápido. Hasta que
una exquisita y cremosa humedad me bañó los dedos y hasta salpicó mis jeans.
Recargó su cabeza en mi pecho mientras ambos respirábamos como si hubiésemos
corrido una maratón. Sonreí y acaricié ese cabello castaño dorado y luego lo
separé para buscar en mi guantera una toallita húmeda. Respingó cuando sintió
lo fría de esta pero no se quejó.
Besé sus labios rápidamente y luego subí en la
camioneta después de presionar un botón rojo en la pared que abrió la compuerta
eléctrica.
—Eso es una pequeña muestra de lo que te espera el
sábado en mi casa, ángel. —le guiñé un ojo y salí del garaje y posteriormente
de la casa de los Cullen rogando al cielo que no hubiese cámaras allí de las
cuales yo no supiese nada.
Rosalie
POV:
Yo había pensado en innumerables ocasiones sobre
este momento desde hacía mucho tiempo. Y durante años pensé que en el momento
en que me enterase de ello, no habría nada que pudiese eclipsar esa dicha.
Pero en aquel momento la palabra POSITIVO se me antojaba
más como una tragedia que como una bendición. Estaba embarazada, sola y de paso
enamorada hasta las trancas de un hombre que lo estaba de otra mujer. La cual
por cierto lo estaba de su talentoso hermano.
No pude evitar sonreírme con sorna a mí misma. ¿Acaso no somos un cuadro de telenovela?.
El timbre suena y yo escondo la insignificante
hoja de papel que hoy me ha cambiado la vida de manera irremediable entre el
pliegue del asiento en el sofá y el espaldar. Corro hacia la puerta y veo por
la mirilla. Mi corazón traidor se revoluciona al verlo en el umbral de mi
puerta con expresión tensa.
Nunca lo había visto entrar a mi casa con
tranquilidad, siempre había algo que le preocupaba y esta vez me lamenté por
ser yo quien lo inquietara. En realidad quería hacerlo, pero no de aquella
manera que se sentía tan forzada como patética. Volvió a tocar.
—Rose, sé que estás allí. Por favor abre.
Giré el pomo y dejé que Emmett pasara a mi casa.
Cerré la puerta y me recosté en ella.
—Estoy bien ¿Qué quieres? —le espeté con acritud.
Porque no había nada más efectivo para agriar a una mujer que utilizarla para
sacarte un clavo y luego pulular a su alrededor haciéndola sentir como una
criatura humilada.
Se tensó con incomodidad y se acercó un paso hacia
donde yo estaba.
—Quiero que me digas lo que te dijeron los
exámenes médicos, Rosalie. Necesito saber si… —Claro. De eso se trataba. Por
eso estaba allí.
Se aflojó la corbata y esperó en silencio.
—¡Mírate, Emmett Cullen! Casi tiemblas a la espera
de una respuesta, pero tranquilo. No necesito nada de ti así que te puedes largar
en paz.
Abrió sus ojos sus ojos hasta tal punto que temí
que se le salieran de las cuencas. El temor que se coló en ellos desboronó lo
poco que quedaba intacto de mi corazón y amor propio. Y cobarde como me sentía en ese momento, huí
hasta la cocina en busca de un vaso con agua que justificara la evasión. Cuando
dejé que el líquido frío bajara por mi garganta, unas náuseas que comenzaban a
hacerse en mi estómago se calmaron. Escuché sus pasos entrar hasta la cocina.
—Estás esperando un hijo mío. —no era una
pregunta, pero aún así asentí antes de voltearme a encararlo con mi mejor
máscara de frialdad. Él no podía enterarse de que por dentro todo esto me
estaba hiriendo.
—Sí, Emmett. Y si pretendes decirme que lo aborte
te puedes ir por donde viniste. Tendré a mi hijo. Lo quieras o no. —me
sorprendí a mí misma al darme cuenta que no era una simple aseveración.
Defendería ese pequeño bultito; ahora impalpable; en mi vientre con garras y
dientes. —Y como te dije, no necesito tu manutención. Así que despreocúpate, no
te exigiré que lo reconozcas.
Emmett respingó como si le hubiese dado una
bofetada y entrecerró los ojos furibundos. ¡OH
MIERDA!
—¡¿Pero quién coños crees que soy, Rosalie?! Para que
te claro: No el maldito cabrón que te has figurado que soy. Tampoco un
príncipe, pero definitivamente no soy la basura que piensas.
Me recubrí con toda mi soberbia y le contesté:
—No creo en cuentos de hadas ni en príncipes,
Emmett. Pero si lo hiciera, estoy segura que tu serías ahora mismo el villano
de mi historia. —casi en el mismo instante en el que dije eso, me arrepentí.
Me vio con una decepción abismal y entonces
comprendí que le había hecho daño. Mucho daño. Eso a cualquier hombre le
hubiese bastado para irse y más nunca regresar. Pero no a él, por supuesto. Más
adelante lo vería esforzándose por demostrarme lo equivocada que estaba. Pero
vamos con calma.
Rodeó el islote de la cocina y me arrinconó entre
este y su cuerpo. Su expresión era el de un depredador. Calculador y frío.
—Te permito que ahora digas lo que quieras porque
estás sobrepasada por todo lo que ha pasado en estos días, Rosalie. Pero estás
muy equivocada si crees que dejaré que mi hijo ande por allí como si no tuviese
padre. Yo también tengo algo que decirte: Aunque me odies ahora, no vas a apartar
a mi hijo de mí. No planeaba tenerlo ahora. De hecho puestos a ser sinceros, no
lo había planeado en absoluto, pero no habrá una maldita fuerza sobre este
planeta que me aleje de este niño a partir de ahora. —colocó su mano en mi
vientre y fue como si un ramalazo de energía nos atravesara a ambos haciéndonos
estremecer. Por un momento lucimos descolocados, luego volvimos a nuestras
posiciones beligerantes de antes. Caminó rabioso hasta la puerta.
—¡Yo nunca dije que haría algo así! —repliqué a
falta de algo mejor que decirle.
Se giró solo lo suficiente para que viese su
expresión impasible.
—Y más te vale que no lo intentes, Rosalie. No
sabes lo obstinado que puedo ser cuando algo me importa.
Y tenía razón, no lo sabía en absoluto.
*.*.*.*.*
¡Hola, mis chicas! Supongo que estos
capítulos suponen una alegría para todas esas lectoras amantes de la pareja EmxRose. Así que espero esos comentarios
entretenidísimos (como solo ustedes los saben hacer) para saber su opinión
sobre la trama.
Otra cosita, las actualizaciones en todas
las plataformas en que estoy publicando CDC (Wattpad, fanfiction.net, blogspot y
ahora Sweek!) serán subidas los días miércoles. Eso debido a que los lunes se
me estaba volviendo casi imposible hacerlo, así que prefiero tener un día que
se me haga más desahogado y pueda integrar en la historia los cambios que deben
ser agregados con coherencia.
Saludos. Nos seguimos leyendo.
Marie C. Mateo
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