“Reacciones
Inesperadas”
Bella POV:
Había pasado por innumerables pruebas de fuego, como
cualquier persona en la vida. Pero sentía que en ese momento estaba atravesando
una de las más importantes y difíciles de todas. Tenía sentada frente a mí, con
el porte y la elegancia de una reina, a la persona que podía devolverme o no mi
empleo. Pero no era tan simple como pedir un reenganche a un jefe al cual
conoces desde hace tiempo; sino que a quien debía pedirle una nueva oportunidad
era nada más y nada menos que la madre del amor de mi vida. A la cual por
cierto me había encargado de decepcionar profundamente en el momento de salir
la última vez que nos vimos por la puerta de su casa.
Sabía que estaba al borde de sacarme sangre del labio
inferior y de tener las palmas de las manos en carne viva de tanto frotarlas
contra mis vaqueros una y otra vez.
—¿Isabella? —me presionó pero sin perder esa distinción
tan propia en ella. Aunque ver una mirada fría en ella si era extraño e incluso
amedrentador.
Respiré unas dos veces lo más profundo que pude, la miré
directamente a los ojos y comencé a hablar sin tener claro que era lo que le
diría más allá de disculparme.
—Yo…vine acá por varios motivos. El primero de ellos, es
para pedirle disculpas por la manera en la que me comporté cuando me fui. Ahora
comprendo que actué como una cobarde y aunque pueda pensar que para eso no
existe excusa posible, me gustaría poder explicarle igualmente lo que me llevó
a renunciar de una manera tan…errada. —si en cierto punto de todo esto había
esperado que ella me diese alguna señal o una especie de ayuda en algún
momento; había estado jodidamente equivocada. Porque en definitiva no lo hizo.
Tan solo se limitó a seguirme mirando con tranquilidad, erguida en el sofá que
estaba en frente de mí. Entonces comprendí que la distancia entre ambas era de
antemano, una mala señal: sus piernas se cruzaban a la altura de las
pantorrillas, sus manos apoyadas en los muslos y no hacía ningún tipo de
movimiento. —Señora Esme, la verdad es que Edward y yo tuvimos una especie de
malentendido el cual solucionamos ayer. Él sacó unas conclusiones erróneas con
respecto a mí y yo erré al tomar tan literal lo que él me dijo una semana
después de haber regresado del hospital. Y eso aunado al hecho de que no me
permitía curarlo, fue el detonante de mi frustración. Para nadie es un secreto
la manera en que son las cosas entre Edward y yo, por lo que es absurdo pensar
que puedo actuar con él como con cualquier otro paciente. Simplemente no puedo.
Aún así y después de todo eso, el próximo asunto que me trae hasta acá es...
—sentía como si los pulmones me habían dejado de funcionar de repente, y que la
temperatura de mi cuerpo descendía unos cuantos grados antes de soltar mi
súplica. La cual podía ser pateada; y con mucha razón. —Me gustaría pedirle que
considere dejarme volver a mi empleo. Comprendo cómo pudo haberse sentido…
—¡¿De verdad crees que lo entiendes, Isabella?!
—finalmente explotó, aunque no con gritos. Pero lo cortante y frío de su tono
era imposible de pasar por alto. —¡¿En serio piensas que puedes comprender lo
que significa para una madre ver a su hijo durante más de veinte años ser
vejado, vapuleado y echado a un lado por las personas que se supone que
deberían haberlo ayudado a mejorar?! No. No lo sabes, solo por una sencilla
razón: Pudiste haberlo visto en el Saint Gabriel´s pero nunca lo sentiste en
carne propia, porque no eres madre. Así de fácil. —no podía refutarle ninguna
de sus palabras pues cada una de ellas eran más cierta que la anterior. Tuve
que mantenerme en silencio, tomando cada palabra sin importar lo hiriente que
fuese, porque eso no las hacía menos ciertas.
En numerosas ocasiones había podido ver en el hospital
como procesaban a colegas por tratar de una manera irrespetuosa a algunos
pacientes. Es importante acotar que solíamos tratar con un número considerable
de padres que estaban siempre a la defensiva por tratar de proteger a sus hijos
de cualquiera que ellos considerasen que pudiese maltratarlos de alguna manera.
Situación que muchas veces se podía tornar tensa y desagradable si el personal
profesional encargado no tenía la paciencia suficiente para lidiar con ellos y
sus inquietudes. En mi caso particular, aunque no todos los representantes con
los que lidié eran de mi agrado; podía decir que había logrado hacer buenas
migas con la gran mayoría de ellos quienes se encargaron de recomendar de boca
en boca mis cuidados para con sus pequeños. Haciendo que me ganara una buena
reputación en el Saint Gabriel´s Specials Childrens Hospital. Irónicamente
ahora tenía que tratar no solo con una primera queja, sino con un reproche en
toda regla proveniente nada más y nada menos que de la madre del paciente más
importante que alguna vez haya podido atender. La persona a quien amaba más que
a nada: Edward Anthony Cullen.
Normalmente en una discusión los dos involucrados
desean tratar de hacer valer o imponer su punto de vista ante el
contrario, pero en esta situación ya me sentía derrotada de antemano. No solo
no podía rebatirle a Esme cada uno de los puntos de vista que mencionaba, sino
que además parecía como si la seguridad que había reunido durante días se
hubiese extinguido como la llama en una varita de incienso que se extingue en
pocos segundos y que de su presencia solo restaba aquel humo fragante que ella
despide.
Así me sentía justamente, como aquel sutil humo que en
cualquier momento terminaría por extinguirse tras esa llamarada de seguridad y
aliento que había logrado reunir. No solo por mis propios medios, sino también
con la ayuda de Alice.
Esme siguió enumerando sus disconformidades:
—Tampoco creo que sepas lo que se siente al ver que la
persona a la que le abriste no solo las puertas de tu casa, sino también de tu
familia, se larga en medio de una situación difícil. —directo a la yugular y
sin ningún tipo de anestesia. Aun así, su mirada pasó de ser desafiante y
dolida a circunspecta y algo vacilante. —Y mucho menos pienso que sepas cuán
arrepentida me sentí por las últimas palabras que te dije, Bella. Mi impotencia
tomó el control de la situación y me dirigí a ti con palabras innecesariamente
duras. Porque no solo no hacía falta acusarte de cobarde, sino que fue más que
injusto decir que tú nos habías prestado solo un servicio; cuando has hecho
mucho más que eso.
Sabía que tenía cara de idiota, pero no podía comprender
el cambio de ruta que había tenido la conversación. En un instante yo
era “la desconsiderada que no había sido madre” y ahora era “una
buena persona”. Sí, seguramente debía de tener cara de imbécil.
Esme continuó con su discurso…
—… Lamento si fui muy dura hace un instante, pero era
importante que comprendieras como me sentí en ese momento. No perdí solo a una
enfermera el día en que te fuiste; sino a alguien a la que le mostré mucho de
mi persona. Cosa que no me había permitido excepto por mi esposo; el cual
estaba también un poco alejado de mí hasta que tú interviniste. Una cosa más
por la que agradecerte.
Me mordí el labio inferior tratando de drenar un poco del
nerviosismo que se había apoderado de mí en aquella situación. En otro momento
podría haberme puesto a llorar como una magdalena; ahora parecía que la
impresión me había inyectado un tranquilizante.
Se movió de su sitio para situarse a mi lado. Su manera
de verme entonces fue con abierta ternura. Como estaba acostumbrada a que ella
lo hiciera, y con una profunda disculpa a la cual todavía yo no había
respondido. Pensé que iba a tomar una de mis manos entre las suyas o algo así.
Muchos suelen hacer eso, sin embargo Esme permaneció con la espalda tensa en
espera de una contestación.
—Señora Esme, —carraspeé, pero aun así mi voz sonaba pastosa
cuando retomé mi patético y titubeante intento de arreglar las cosas. —no sé
qué decir. Había armado en mi mente varios escenarios de cómo podía resultar
esta conversación. Unos más tensos y desalentadores que este, pero jamás creí
que… —respiré profundo para tratar que se oxigenara mi cerebro, para ver si así
finalmente lograba terminar una frase de forma coherente. —…usted iba a pedirme
disculpa. En efecto, sus palabras me hirieron aquel día pero las había
justificado por la manera en que había salido huyendo de su casa. Porque en
realidad eso fue lo que hice; y todo aquello sin tomar en cuenta los puntos que
usted misma acaba de exponer.
—Sé que pude haber sido dura, pero… —me interrumpió con
súbito nerviosismo.
—Pero puedo entenderlo a la perfección. —la corté con
tranquilidad. No sabía hasta cuando iba a conservar tanta compostura. Así que
mejor aprovechaba cada segundo de ella. —Si yo hubiese estado en su lugar, no
estoy segura de haberme permitido siquiera sentarme en su sala. —le sonreí
tímida y me contestó de la misma manera. Me acerqué un poco más a ella pero sin
establecer más contacto que el visual. —Aun pensando eso, estoy acá porque no
pienso seguir faltando por más tiempo a aquella promesa que le hice el primer
día que pisé esta casa. Sí, es verdad que él está mucho más recuperado desde
que lo conocí hace tantos meses; pero yo le prometí que me quedaría apoyándola.
Y este es mi sitio correcto hasta que usted lo considere así. Porque no solo
creo que debo estar con Edward; que es quién que más me importa; sino que
también considero que acá tuve la familia que no sabía que echaba en tanta
falta, hasta que ya no la tuve más.
Esto era material de oro para escribir alguna telenovela.
La situación había recorrido un gran camino de incomodidad – disgusto –
reproches- disculpas y ahora estábamos en algún punto entre conmovidas y
cursis. Explicándonos la una a la otra cuán relevantes habíamos sido en
nuestras vidas.
Muchos no comprenderán que el hecho de tener órganos
reproductores en perfecto estado no los hace padres en lo absoluto. Eso fue
exactamente lo que les ocurrió a los míos: Renee había sido una madre
intermitente. Sí, una que podía cambiar de ánimos tan rápido, que si
parpadeabas te perdías el segundo de transformación. En un momento podía estar
contigo disfrutando de tus regalos de navidad y al siguiente te estaba
zarandeando con fuerza por los hombros porque habías tropezado con el cable de
las luces del árbol.
Por supuesto que a los seis años de edad no comprendes
porqué tu madre te acusa de ser una “niña estúpida”, hasta que luego de siete
años te enteras que sufre de esquizofrenia y poco tiempo después ella muere a
causa de leucemia. En medio de su depresión, se negó a recibir tratamiento.
Entonces tu padre; normalmente ausente;
posterior al deceso de su esposa se encargó de dejarte claro que tú no eras
nadie de vital importancia para él. Ni siquiera porque fueses “un pedazo
de los dos”. Tanto así, que se había echado a beber como si no hubiese un
mañana. Y dos años después de la muerte de Renee, para él no lo hubo. La cirrosis
hepática se encargó personalmente de eso. ¿Ven? Precuela del culebrón.
Entonces tenía dieciséis años solamente. Así que me tocó
que quedarme con unos tíos lejanos en Phoenix, parientes de Charlie, que no
tenían hijos por lo cual no tenían mucha experiencia de cómo lidiar con una
adolescente, recién huérfana y sumamente retraída. No se podía esperar
demasiado cariño en aquella relación. Sin embargo eso solo duró poco tiempo ya
que había sido promovida dos veces en la secundaria, y la carta de aceptación
en la universidad no tardó tanto en llegar. Me negué a regresar a mi casa, pues
me traía terribles recuerdos por lo que preferí quedarme en el campus y
trabajar medio tiempo para costear mis gastos. Luego me gradué, llegué al Saint
Gabriel´s, me retiré de allí. Llegué a la casa de los Cullen y el resto
es historia.
Y después de ese relato largo, tedioso y triste al mejor
estilo de un drama de película independiente y de corto presupuesto, creo que
queda bien establecido el porqué me había vinculado tan estrechamente con la
familia Cullen. Odiaba ser la pobre chica sin familia y ser mirada con lástima
o con esa ternura con la cual Esme lo hacía en ese momento. Por eso no había
hablado de eso con absolutamente nadie hasta ahora. Los detalles básicos y
fundamentales que tenía que dar en cierto momento eran sacados a la luz, pero
nada más. Y aún así, después de verme forzada a hacer cara con la
vulnerabilidad de mi pasado, prefería no estar en el lugar de ella. Porque para
que la madre de Edward se vinculara estrechamente conmigo tuvo que pasar por
docenas de decepciones que no solo traían consigo el desasosiego de no saber qué
pasaría con la salud de su hijo menor, sino que además lo acompañaba una
acrecentada desesperanza al verse impotente frente a una situación que se
le salía de sus manos día con día. No conforme con todo ese revoltijo de
emociones negativas, tuvo que enfrentar en silencio el alejamiento de su
esposo; quien basta destacar que también estaba en una posición similar a suya
pero mal enfocada; para con ella misma y con Edward.
Hubo un momento de incómodo silencio, el cual rompí
cuando recordé que había olvidado mencionarle algo sumamente importante:
—Señora Esme, casi me paso por alto un detalle que ya le
comenté a Edward. —me miró con suma atención. En algún rincón podía sentir una
leve punzada de temor por la reacción que ella podía tener, pero muy por encima
de eso prevalecía mi convicción de que estaba haciendo lo correcto al imponer
un poco de límites e independencia en nuestro sistema de relaciones. Sobre todo
entre la de su hijo y la mía, que era la que más me importaba. —A pesar de
regresar a trabajar en su casa, no me quedaré viviendo aquí. Como antes hacía.
Abrió sus ojos desmesuradamente y al instante me pareció
que se llamó internamente a capítulo, porque su posición volvió a ser tan seria
como siempre. Asintió.
—Respeto tus motivos para haber tomado esa decisión,
Bella. —sabía que lo había dicho sinceramente, pues en su tono de voz no se
dejó entrever el reproche.
—Gracias. Sin embargo quiero dejarle claro cuál es mi
propósito. Antes de que Edward fuese a mi casa para arreglar todo este
embrollo, tomé la decisión de volver a mi casa puesto que él ya está lo
suficientemente recuperado como para pasar las noches sin un monitoreo
constante. Eso aunado al hecho de que también debo tomar mi tiempo para hacer
cosas que tengan que ver solo conmigo. Ya que durante muchos meses me aboqué solo
a su causa; algo de lo que no me arrepiento; pero a la vez puse de lado a
personas e intereses que quería llevar a cabo.
Suspiró aliviada y hasta sonrió un poco.
—Te comprendo, Bella. Y lamento que te hayas tenido que
dar cuenta de eso después de todo lo que pasó. Debimos haber sido más
comprensivos con tu privacidad.
—Creo que la principal responsable soy yo, pues debí
haberme tomado los domingos libres como habíamos acordado al principio. Sin
embargo no me arrepiento de cuál ha sido el resultado de mi trabajo. De hecho,
ahora puedo irme a mi casa y descansar tranquila sabiendo que Edward no va a
tener una crisis nerviosa a medianoche estando yo lejos para asistirlo. Ya él
comprende muchísimo más de lo que creíamos posible al comienzo de todo este
proceso, por lo cual me atreví a hablarle de esto.
—¿Y se lo tomó bien?
—Después de explicarle casi lo mismo que a usted pero más
detallado, él lo comprendió.
Sonrió para sí misma y negó con la cabeza.
—Imagino que no le gustó demasiado la idea. No le gustan
los cambios.
—Lo sé. Y eso es muy propio de los de su condición. Sin
embargo debo acotar que después del chantaje adecuado, él cedió. —le
correspondí la sonrisa. Pero esta vez con un poco de timidez, porque aún
quedaba algo que informarle. Se quedó en silencio esperando porque le comentara
sobre esa pequeña extorsión a la que lo había sometido. —Le dije que podía
tener ese tiempo que yo no estaba acá para realizar cosas que a él le
interesaran. Como el piano por ejemplo. La idea le agradó completamente. Además
de eso le dije que a cambio podíamos salir y hacer cosas diferentes de las que
habíamos hecho antes.
—Eso me parece bien…
—“Cosas normales de novios”. Como él me pidió ayer.
—esperé y esperé en el más incómodo de los silencio lo que ella tenía por
decir.
Sería estúpido darme una negativa después de todo lo
ocurrido, pero no sabía cómo podría tomar una madre de un paciente con autismo
de alto rendimiento que su hijo quería tener una relación nada más y nada menos
que con su enfermera de cabecera. Estaba preocupada, hasta que se carcajeó de
una manera sumamente delicada y femenina.
—No quiero ni imaginarme como te lo pidió… —sí. Mejor que
ni preguntara. Sería muy incómodo decirle que había sido en medio de nuestro
letargo postcoital. —pero me alegro que lo haya hecho. Mi hijo es un chico
inteligente y por lo visto tiene muy buenos gustos.
Sabía que estaba sonrojada como una estúpida, pero ¡Qué
diablos! no todos los días tu casi
– suegra alaba el hecho de su hijo tuvo buen ojo a la hora de escogerte.
Disfruté mi momento de gloria.
—Gracias, señora…
—¡Esme! —se apresuró a corregirme.
—Bueno, Esme. La cosa es que lo sonsaqué para que
terminara accediendo a cambio de tener citas en nuestro tiempo libre. Pero todo
esto de manera equilibrada. Le expliqué que eso es necesario en toda relación.
Y después de una serie de preguntas finalmente estuvo conforme. Por lo cual
espero que no sea un problema para usted… —me reprendió con la mirada por el
formalismo así que de inmediato rectifiqué. —para ti y para el señor Cullen.
Me palmeó mi mano con suavidad y volvió a sonreírme con
esa calidez tan propia de ella.
—No tengo más problema que el hecho de echarte de menos
por acá. Pero creo que de lunes a viernes es un tiempo suficiente para paliar
eso. Y uno que otro fin de semana que quieras venir de visita después de “sus
citas”.
—Por supuesto que sí. – accedí satisfecha.
De pronto su mirada se volvió profunda y seria cuando
tomó una de mis manos entre las suyas y la apretó:
—Estoy dándote la muestra de confianza más grande que
alguna vez haya tenido con alguien: dejando en tu poder uno de mis tesoros más
preciados. Y sin duda alguna el que más he cuidado con celo. Espero que en eso
no me defraudes ni un solo segundo, Bella. Porque entonces ya no habrá disculpa
posible entre nosotras si tengo que sanar el corazón de mi hijo.
Asentí con firmeza y correspondí el apretón.
—Comprendo la gran responsabilidad que tengo con él,
Esme. Y fue así desde el primer día. Sin embargo soy yo la que tiene miedo en
esta relación, donde él solo tiene certeza. —confesé con un poco de vergüenza,
sintiéndome una completa tonta. —Yo he visto lo suficiente del mundo como para
saber que solo lo quiero a él a mi lado. Edward en cambio ha visto las cosas a
través de mí todo este tiempo. Y temo que más adelante aparezca alguien con la
cual él desee verlo a su lado en vez del mío porque ¿Cómo podría reprocharle
algo? Él jamás lo haría a propósito.
Contemplar ese escenario, aunque solo fuera
hipotéticamente, era jodidamente desgarrador. Y más triste aún era que era
posible.
Esme asintió de nuevo y miró al vacío entre ambas;
probablemente pensando en los desafíos que debíamos atravesar como pareja de
ahora en adelante. Sin embargo su mirada era de confianza cuando volvió la
vista hacia mí.
—Eso no pasará. Edward es demasiado testarudo como para
dejar que alguien más entre en su corazón para reemplazarte a ti. Probablemente
la eche de forma directa, aunque descortés. Algo muy típico de él.
Ambas nos reímos al imaginarlo.
—¡Oh Dios! Lo que me recuerda que debe hacerse la
sorprendida cuando él le dé la noticia de que estamos juntos. Me dijo de camino
hacia acá que él quería decírselo a sus padres. De seguro se molestará si sabe
que le eché a perder la sorpresa.
—Prometido.
*.*.*.*.*
Edward y Carlisle se encargaron de la cena. Lo que en su
idioma se traduce como: Llamar al restaurant chino y pedir raciones monumentales
de comida hipercalórica y deliciosa.
El ambiente era liviano, tanto que casi me olvidaba de
avisarle a Alice cómo habían salido las cosas entre Esme y yo. Así que me
excusé un momento y le envié un mensaje de texto. “Llegaré tarde hoy. Cenaré con los Cullen. Todo salió bien”. No
quería que la pobre se tomara la molestia de prepararme algo de comida cuando
ni siquiera iba a mirarlo.
Poco después me encontraba preguntándome mentalmente por
Emmett, quien estaba en la casa pero no había aparecido a comer con nosotros.
Por un segundo se me antojó incómodo el posible hecho que no estuviese allí por
mi presencia, pero luego me reproché a mí misma el pensamiento ególatra. Sin
embargo su madre no se cortó a la hora de preguntar sobre su paradero y tanto
Carlisle como Edward se miraron con incomodidad. Al final el primero fue el que
respondió:
—No tenía ganas de comer cuando le avisé. Le guardamos un
poco en el horno para cuando sienta hambre. —con eso dejó el asunto zanjado y
cambió la conversación hacia vías menos incómodas.
Definitivamente ese era mi lugar en el mundo: con Edward
de mi mano y su familia a nuestro lado.
*.*.*.*.*
Acurrucados bajo el grueso cobertor, estábamos Edward y
yo. Sus manos apresaban mi cintura en una posición algo incómoda; puesto que
estábamos de lado; y sus labios se acariciaban contra los míos mientras que las
lenguas jugueteaban sacándose a pasear sensualmente por turnos.
Todo en su roce era ternura hasta que las cosas se nos
iban de las manos un poco y era entonces cuando me tocaba hacer acopio de razón
y separarme un poco distrayéndolo con conversación. A pesar de mis numerosos
esfuerzos, Edward seguía con una media erección que me punzaba contra la unión
entre el muslo y la ingle. Me separé de su boca cuando un feroz relámpago
precedió a un ensordecedor trueno. Mi ángel se sobresaltó un poco, yo solo miré
mal a la cascada de agua que bajaba por los ventanales antes de ver el reloj
del celular. Eran las once más cinco de la noche. ¡Mierda! Llevaba más de
cuarenta y cinco minutos esperando que la lluvia menguara lo suficiente para
poder montar mi vieja camioneta e irme a casa. No quería incumplir con lo que
me había impuesto a las primeras de cambio.
Dejé caer mi cabeza contra la almohada y suspiré
exasperada.
—¿Qué pasa, Bella? —preguntó mi ángel con el ceño
fruncido de preocupación.
—No deja de llover.
—Eso es bastante obvio.
Sonreí ante su respuesta sabelotodo y le acaricié los
labios con mi pulgar. Estaban rosados e hinchados por el exquisito uso.
—Listillo. —me giré para sacar su antebrazo que me estaba
maltratando la espalda. Cuando lo hice él emitió un gemido de dolor mientras se
lo frotaba. Lo miré divertida durante unos minutos. —No es gracioso que se te
duerma un miembro ¿Cierto?
—No. Molesta mucho. Siento como si tuviese hormigas por
debajo de la piel. —su ceño seguía fruncido. Tomé su antebrazo y le froté con
más vigor. A los pocos segundos ya lo podía mover sin malestar.
En ese preciso momento Esme hizo acto de presencia en la
habitación después de haber pedido permiso previamente. Si le había molestado o
sentido incómoda al vernos tan cerca a los dos en la cama, no me había dado
cuenta. En lo absoluto.
—Bella, no me parece conveniente que te vayas a estas
horas con esa camioneta tuya. —su expresión era firme. De esas que te decían
que te iría mejor si no le replicabas. —Ha llovido demasiado como para que sea
seguro manejar por esas curvas tan cerradas que hay de camino al pueblo. Me
parece mejor que pases la noche aquí.
La vi con expresión un poco sardónica al recordar la
potencia de mi anciana chevy.
—Creo que sufrir un accidente de tránsito manejando a
solo ochenta kilómetros por hora, es un poco improbable.
—Pero no sabes si eres la única en la vía y quizá la otra
persona venga al doble de velocidad que tú. —¡Diablos! Eso no podía
rebatírselo. Suspiré resignada.
—En eso debo darte la razón. Le escribiré a Alice para
que no se preocupe. —ella salió sin decir más nada.
Edward sonrió complacido. En realidad su gesto me parecía
más una burla que una risa, por lo cual lo increpé haciéndome la ofendida:
—No logro ver la diversión en todo esto.
—Pues que tendrás que quedarte a dormir aquí. Y conmigo.
—espetó con una naturalidad que rayaba en el descaro.
Me encogí de hombros restándole importancia al asunto
solo por el placer de llevarle la contraria.
—El hecho de que me vaya a quedar en tu casa esta noche
no quiere decir que dormiré contigo. —¡Ja! Por dentro me sentía victoriosa al
verlo con el ceño fruncido. De pronto pareció pensarlo mejor e hizo un gesto
malicioso que casi me hizo romper en carcajadas.
—Y el hecho de que tú te quedes en otra habitación no
quiere decir que yo no pueda escabullirme hasta allí en medio de la noche.
Me dejó atónita ante su atrevimiento y estallé en
carcajadas. Le di un golpe juguetón en el hombro.
—¡Eres insoportable!
—Claro que no. Solo te explico lo que haré esta noche.
—O sea que ya lo decidiste. —no fue una pregunta.
Asintió.
—Y no puedes hacer nada para detenerme.
Lo besé de una manera sensual y posesiva. Luego me separé
dejándolo con ganas de más. Yo también podía jugar a ser mala.
—No lo haré, pero te advierto que vas a pagar por tu
impertinencia. —cuando él me iba a dirigir una de sus imaginativas respuestas,
Esme llegó con una hermosa cascada de brillante seda plateada.
Caminó hasta los pies de la cama para dármela, pero me
coloqué a su lado para tomarla. Me parecía una descortesía dejar que me
atendiera mientras yo estaba tirada en su cama.
La bata que me había puesto en frente era una preciosidad
sinuosa de color metálico. Imaginé que los pechos no podían quedar demasiado
cubiertos con aquellos pequeños triángulos de tela. El resto era una ondulante
caída que debía ceñirse en la cintura y quedaba abierta desde los muslos hasta
los tobillos. Lujo, belleza y simplicidad juntas. Además también trajo consigo
un pequeño bolsito en color negro con dorado en el cual había un cepillo de
dientes y uno de cabello, un desodorante, crema hidratante con olor a vainilla,
una máquina de afeitar nueva y enjuague bucal. Me extrañó la ausencia de pasta dental
pero imaginé que en el baño de mi antigua habitación habría una. De pronto
pareció darse cuenta de algo y se mostró avergonzada.
—¡Olvidé traerte unas pantuflas…!
—No te preocupes, Esme. Amo estar descalza. No las
busques. Solo haré un pequeño recorrido de la cama al baño, así que no las
echaré de menos.
—¡Pero está haciendo frío!
—No te preocupes.
Finalmente asintió. Tomé las cosas en la mano y la seguí
cuando ella se dirigió a la puerta. Se giró y me miró divertida:
—No me creerás tan esnob; otan tonta; como para llevarte
a una habitación aparte de Edward. Además ambas sabemos que probablemente él no
duraría mucho tiempo encerrado en la suya. —me guiñó un ojo y salió. Dejándome
con la boca abierta y las mejillas encendidas.
Ese había sido un día bizarro. Con cumbres y valles
emocionales, pero aun así no cambiaría nada de él.
Cuando me giré vi que Edward se estaba quitando la ropa y
doblándola concienzudamente; como cada vez que se desnudaba. Lo miré atónita
aún por… ¡Mierda, por todo!
—¡¿Qué haces?! —lancé un grito ahogado.
Terminó de doblar los calcetines en una bolita y procedía
a quitarse los bóxers, cuando se interrumpió a la mitad de la acción y me miró
como si fuera tonta.
—Voy a hacer lo mismo que esta mañana. —se los bajó con
una tranquilidad que le envidié porque comenzaban a temblarme las manos y el
bajo vientre. Caminó en dirección a la ducha y se me quedó viendo con
impaciencia. —¡Vamos, pues! No puedes bañarte con ropa. Eso es absurdo.
Dicho eso se fue muy ancho con su miembro semi empalmado
bamboleándose ligeramente de lado a lado.
Una exquisita humedad volvió a escurrirse por en medio de
mis muslos, burlándose de mi falta de autocontrol cuando Edward y el sexo
estaban en la misma ecuación y lugar. Gustosamente dispuesta a ceder ante mis deseos
me deshice de los vaqueros, camiseta y zapatillas deportivas, pero a diferencia
de Edward solo las dejé extendidas en una silla que estaba en una de las
esquinas de su habitación.
Cuando caminaba a la sala de baño, mi vista se quedó
prendada en la silla-hamaca que pendía en un rincón frente a la ventana. No
pude evitar pensar en la similitud que ese dichoso mueble tenía conmigo: a
Edward le encantaba porque le daba sensación de calidez y protección. Lo que
nos diferenciaba era que ella solo lo hacía a nivel superficial mientras que yo
me sentía la guardiana no solo de su cuerpo sino también de su alma. Esa era mi
responsabilidad más importante y la que más placer me generaba.
Entré en aquel espacio de decoración zen, lo encontré en
la tina y me senté en su regazo para abrazarlo estrechamente y besarlo con
ternura. Él me correspondió con más fogosidad, lo que no me extrañó puesto que
el sexo era algo nuevo para Edward, así que pasaría algún tiempo para que se lo
tomase con calma.
Aparté mi cuerpo del suyo y reí con cierta malicia.
—Es hora de pagar por tu impertinencia y esa tendencia
tuya a ser un sabelotodo siempre. —lo hice subirse hasta el descansillo que
había entre la pared y el borde de la bañera. Sentado allí miraba hacia abajo
en todo el esplendor de su inocencia que no menguaba con el sexo, sino que se
transformaba en algo que era tan caliente como la lava y tan celestial como halo
de luz que se escapa por entre las nubes.
Las yemas de mis dedos ascendieron por el interior de sus
muslos arrancando estremecimientos en el trayecto. Cuando llegué al nivel de
sus ingles descendí con la misma lentitud tortuosa, pasando por encima de sus
rodillas y hundiéndose en el agua cuando acariciaba sus pantorrillas. El nivel
de esta me llegaba al nivel de las caderas. Subí esta vez agarrada plenamente a
cada pedazo de piel por el que me deslizaba. Paré el trayecto de nuevo en las
ingles y dejé caer la cabeza; sin perder contacto visual; para lamer con la
punta de mi lengua la desafiante erección que tenía frente a mí. De un jadeo
violento Edward dejó escapar el aire de sus pulmones. Sus manos se encallaron
en mis hombros con firmeza y su mirada prefirió desviarse de la mía para
disfrutar en la intimidad de sensaciones que confieren unos párpados cerrados.
Di otro lento lametazo pero esta vez enfocada en aquella
pequeña cabeza rosa de su pene. La rodeé con la lengua para posteriormente
llevarlo hasta donde la cavidad de mi boca lo permitió. Chupé suavemente y me retiré
dejando un brillante rastro de humedad. Probé su exquisito sabor salado, casi
me dejo llevar por el impulso de quererlo hacer explotar por el simple placer
de saborearlo en mayor intensidad. Pero ese mismo lado del cerebro que te hace
pensar en lo dulce que es una venganza, me dio la fuerza necesaria para alargar
la tortura de mi ángel.
Coloqué la mano en la base de su erección. Entre mis
labios y ella nos encargamos de acariciarlo para luego encontrarnos a la mitad
de su miembro y retroceder hasta el principio y el final del mismo. Aumenté la
velocidad y la presión y el reaccionó contoneándose en su sitio, pero lo
inmovilicé cuanto pude por sus caderas.
Abrió sus ojos que en ese momento estaban vidriosos.
Sabía que estaba al límite de sus fuerzas. Lo sentía en las pulsaciones cada
vez más rápidas de su pene.
—Bella…ya no puedo… más. —eso fue antes de que tomara sus
testículos y los halara suavemente hacia abajo para retrasar un poco más su
clímax. ¿Quién dijo que la Cosmo no
era una excelente instructora?
Le sonreí con maldad y lo saqué con un sonoro ¡Plop! De
mi boca.
—No, ángel. Te vas a venir cuando yo quiera. —lanzó un
gemido de dolor pero aparte de eso debo reconocer que no se quejó.
Volví a la tarea de lamer – y – chupar pero esta vez con
mayor rapidez y vigor. La mandíbula me empezaba a doler y hasta se me escapó en
dos ocasiones de entre mis labios; me reí un poco en cada una de esas ocasiones
puesto que el sexo no siempre es perfecto y solo nos queda verlo como algo
gracioso en vez de vergonzoso. Al menos así lo veía yo.
La respiración de mi ángel se volvió más errática de lo
que ya era. Me dejé de juegos y lo llevé hasta ese final lleno de temblores extáticos
y deliciosos sabores masculinos. Y cuando terminé de degustarlo, me alejé con
una insatisfacción que esperaba que fuese calmada en breve pero con la
felicidad que me daba ver la expresión satisfecha de Edward. Ahí, en ese
preciso instante no había un autista y una enfermera, sino un hombre y una
mujer disfrutando de las luces que les ofrecía esa unión de caminos en la que
tanto se habían empeñado. Para poder hacer frente a las sombras que se les
cernirían en un futuro cercano.
Edward se dejó caer dentro de la bañera y me tocó que
cerrar la llave rápidamente cuando me di cuenta de que estuvimos a punto de
causar un tremendo desastre de agua en el baño. Después me volví a sentar en su
regazo y lo besé con dulzura en la comisura de sus labios. Mis brazos rodearon
su cuello y los suyos mi cintura.
—Te amo, Bella. —no pude evitar la sacudida que me
atravesó el pecho con fuerza. Conocía sus sentimientos más que bien pero no
había manera de que me acostumbrase a escuchar de su propia boca la declaración
de estos.
—Yo también te amo, ángel. —…más de lo que alguna vez
podrás llegar a comprender. Tomé su mano para llevarla a mi entrepierna y
presionarla contra mi protuberancia inflamada. —Ahora repasemos lo que te
enseñé en la mañana.
No me sorprendió que Edward resultase un alumno habilidoso.
*.*.*.*.*
Por la mañana, bajé mientras Edward aún dormía
plácidamente en la cama de la habitación de invitados. No me sorprendió
encontrarme a sus padres compartiendo un café matutino en medio de
demostraciones de cariño mutuas. Las cuales cesaron apenas fueron conscientes
que estaba frente a ellos.
—Buenos días. —les saludé con una sonrisa.
Ambos me respondieron de igual manera. Por un momento
estuvimos compartiendo opiniones sobre naderías políticas o sociales basados en
lo que rezaba el diario que tenía Carlisle entre las manos. Lo típico de las
mañanas. Entonces opté por sacar a colación un tema que tenía pendiente desde
hace un buen tiempo atrás:
—Necesito preguntarles algo a ambos. Esto pululaba en mi
mente esperando el momento idóneo de hacerlo y creo que es mejor ahora que
Edward aún duerme. —comencé mientras dejaba mi taza de café aún humeante sobre
la encimera de mármol. Les miré a los ojos. —¿Por qué buscar solo una enfermera
para él?
Ambos parecieron confundidos de entrada, pero no les di
chance antes de seguir:
—Teniendo su capacidad económica ¿Por qué él no recibió
mayor ayuda profesional?
Se miraron mutuamente antes de que Carlisle tomara la
palabra.
—Edward recibió de pequeño ayuda de un psicopedagogo
mientras estuvo en la escuela. Sin embargo, casi al finalizar la secundaria
tuvimos que optar por una educación domiciliada por los reiterados abusos de
sus compañeros de clases. Lo golpeaban, lo sometían a burlas públicas y en una
ocasión lo encerraron en un armario de artículos de limpieza. —donde el tono de
Carlisle se llenaba de furia, los ojos de Esme se nublaban con profundo pesar
al rememorar aquello. —Nos llamaron demasiadas veces para ir a recogerlo tras
las agresiones o porque Emmett se metía en una pelea por defender a su hermano
de los abusivos. Al final decidimos que lo más sano era que Edward se educara
en casa y así su hermano no estaría en peligro de ser expulsado por conducta
agresiva.
Esme tomó la palabra entonces:
—Buscamos unos profesionales que nos habían recomendado
unos conocidos, pero lo cierto es que tanto el psicólogo como la terapeuta; que
resultaban ser pareja; trataban a Edward con desdén. Nos dimos cuenta de ello a
través de las cámaras de seguridad de la casa. Con el pasar de los años, Edward
se fue tornando más y más rebelde y se negaba a colaborar con quien fuera que
traíamos para ayudarle. Hasta que llegados a un punto él se aisló de tal manera
que no hablaba y casi no hacía nada más que permanecer taciturno. Que fue como
lo conociste. —se notaba que se veía muy mortificada. Como si creyera que yo
podría pensar en ellos como unos padres negligentes.
Me explicaron durante un rato más lo que habían pasado
durante años y los escuché como lo haría con cualquier otro paciente. Al final
hablé con total convicción:
—Vamos a necesitar crear un equipo de trabajo profesional
para apoyar a Edward. Primero necesitaremos hacerle unos chequeos para ver en
qué punto estamos con Edward y desde allí mediremos sus avances. —ambos
estuvieron de acuerdo conmigo. Continué. —Sé que debimos hacer esto desde un
principio, pero Ed no parecía muy abierto a colaborar en ese sentido. Así que
lo he postergado hasta lo máximo que consideré prudente. Ahora bien, quiero que
comprendan que es muy posible que Edward pelee y discuta si no está de acuerdo
con algo de este proceso. Pero es necesario que presentemos un frente unido y
que no le permitamos hacer su voluntad si no es en pro de su bienestar.
Los tres cruzamos miradas y no hizo falta que ninguno
dijera más nada. Todos estábamos comprometiéndonos a hacer lo mejor que
pudiéramos por Edward a partir de entonces.
Era hora de darle a mi ángel las herramientas que haría
que tomase las riendas de su vida como el hombre en que se estaba convirtiendo.
Emmett POV:
Por primera vez en la vida, estar ahogado entre carpetas
y pilones de documentos me parecían una necedad. De hecho me sorprendí a mí
mismo queriendo hacer una barrida con ellos y mandarlos a la mierda de un solo
manotazo. Quizá se debía a que lo que me estaba ahogando en realidad era otra
cosa...
Probablemente sería el hecho de que Rosalie se negaba a
tenderme el teléfono.
Volví a apretar la tecla de llamada y me exasperé al
escuchar repetidamente el puto intento fútil de conexión. Saltó el buzón de voz
y me negué a dejar un mensaje más. Ya tenía unos cuatro. El primero pidiendo
disculpas, el segundo exigiendo que me contestara la llamada, el tercero
indicándole lo inmadura que estaba siendo y el cuarto fue para pedirle
disculpas nuevamente.
Carlisle pasó al estudio después un par de toques pero
sin esperar confirmación por mi parte. Traía un plato inmenso y humeante de tallarines
en la mano.
—Pensé en dejarte la comida en el horno, pero no lo vi en
un futuro cercano así que decidí traértelo. —lo colocó frente a mí pero mi
estómago no rugió, como normalmente lo haría. Se limitó a medio estremecerse
con un poco de hambre, así que pinché un par de trozos de cerdo agridulce con
el tenedor y los mordí sintiendo la salsa estallando en mi boca. Estaban buenos
más no me entusiasmaron. Sí, definitivamente estaba en la cumbre del patetismo.
—Gracias, papá. —le dije y volví a tomar un bocado.
Fue hasta un pequeño refrigerador que estaba situado en
una de las esquinas de la biblioteca, sacó acertadamente una simple botella de
agua mineral y me la entregó. Tomó asiento frente a mí, cruzó las piernas y se
recargó contra el espaldar. ¡Oh, mierda!
Aquí venía una conversación jodidamente incómoda.
—Bien… —suspiró cansinamente. —¿Qué te pasó?
—¿Por qué tiene que haberme pasado algo?
—Emmett, déjame dejarte unas cosas en claro; aunque creo
que son tan obvias que me harán lucir como un estúpido. Aun así me arriesgaré:
sé qué te pasa algo porque eres mi hijo y hace veintiocho años que te conozco.
Andas sumido en una preocupación desde hace algún tiempo pero que se acentuó
desde ayer, no demuestras tu habitual apetito voraz de león hambriento. Y
además estás un domingo por la noche ahogándote entre expedientes, cuando odias
hacer eso con toda tu alma. Eso sin mencionar la taciturnidad.
A veces se me olvida lo observador que podía ser mi
padre. Desde niños se integraba en cada actividad que tuviese que ver con sus
hijos tanto como se le permitiera. Se preocupaba por cada cosa que pudiese
perturbar la tranquilidad de sus hijos; incluso cuando se distanció de la
situación de Edward, el malestar se le transformó en malgenio, estrés e incluso
desarrolló hipertensión. Así que el que Carlisle haya podido darse cuenta de mi
cambio de actitud; incluso cuando yo mismo no era del todo consciente de
ello; no me sorprendía demasiado.
—La cagué, viejo. —solté simplemente.
—¡Hijo, ese lenguaje tuyo! —se quejó un poco. Carlisle
era sumamente educado, ni siquiera cuando se molestaba era capaz de soltar
maldiciones. Ese, obviamente, no era mi caso.
—¡Es verdad! ¡La cagué, papá! Todo lo he hecho mal una y
otra vez. Eso es todo lo que pasa.
No perdió la paciencia ni tampoco volvió a reprocharme
por mi lenguaje soez.
—¿Qué pudo haber sido tan terrible?
Bueno...si me iba a echar de cabeza, iba a hacerlo a lo
grande. Total, dudaba que las cosas pudieran empeorar.
—Pues comencemos por el hecho de que me enamoré de
Isabella, debido a eso lastimé a mi hermano y luego Rosalie; que era la única
persona con la cual podía confesarme sin peligro de parecer un patético
desgraciado, se molestó conmigo por haberla usado como un burdo substituto de
Bella. Ahí lo tienes. Eso fue “lo terrible”.
Mi padre inhaló profundamente pero no hizo más nada que
pudiese indicarme que estaba molesto conmigo.
—Creo… —comenzó a decir con suma calma. —que no estás
tan “enamorado” de Isabella como piensas.
Me reí ante su comentario con abierta sorna.
—Discúlpame, papá. Pero yo mejor que nadie sé lo que
siento y por quién.
Se encogió de hombros y cruzó los brazos con desparpajo.
—Pues si estuvieses tan enamorado de ella ¿Por qué has
tratado todo el día de comunicarte con Rose? Sospecho que es por ella por quien
has pasado todo el día pegado al teléfono.
¡Sabihondo infeliz! …No podía ser cierto lo que me decía.
—Yo. No me…
—Hijo, todo hombre en algún punto de su vida se
encapricha con lo prohibido. Lo importante es ser lo bastante astuto como para
reconocer el momento en el cual debes seguir adelante sin mirar a eso que no
debes tener. Resistirte a la tentación es una de las lecciones más relevantes
en la vida. No solo en materia de relaciones personales, sino con respecto a
todo.
Resistirme a la tentación, encaprichado, seguir adelante.
Tres cosas que aún no sabía gestionar muy bien.
—¡Emmett! —Carlisle
llamó mi atención agitando las manos frente a mis ojos. – Céntrate. No voy a
decirte como actuar, sin embargo me siento obligado a decirte que no creo que
una disculpa telefónica sea suficiente para solucionar lo que pasó con Rosalie.
—¡Pero no quiere hablarme, mucho menos verme!
—Hasta donde yo sabía; tú eras el ser humano más tenaz y
atorrante que pisaba la faz de la tierra. – me guiñó un ojo y caminó hacia la
puerta. En el marco de esta se detuvo como si se le hubiese olvidado algo y
acotó: - Por cierto, hijo. Si tu hermano se queda sin profesora de piano; tú
tendrás que darle las clases. No sé como lo harás, pero me encargaré de que así
se haga.
Le sonreí y agradecí…pero en silencio.
Decidí aplicar lo mismo que le recomendé a Edward pero
con menos certeza de tener un buen resultado en este caso. De hecho lo único
que tenía era esperanza.
Me tomó un mes más o menos hartarme de intentar que me
cogiera el teléfono o que me evitara cuando estaba en clases con Edward. Así
que me decidí a ir hasta su casa.
Estacioné un poco más abajo puesto que dos vehículos me
impidieron hacerlo frente a su puerta, pero cuando me disponía a bajarme
reconocí a uno de los carros como el de Jasper. Las tripas se me revolvieron
ante las posibilidades de lo que podría estar haciendo allí.
Entonces ella salió con él tomados de la mano y lo abrazó
demasiado fuerte como para creer que eran simples conocidos o amigos. Un
sentimiento diferente al que me corría por el cuerpo cuando veía a Edward con
Bella me atravesó las venas quemándome en el trayecto.
Furia. Eso era. ¡¿Pero que hacía ese mamón con Rose si
supuestamente estaba con Alice?! ¡¿Y cómo podía ser ella tan desleal?!
Cuando él se hubo ido, Rosalie pasó a su casa y yo salí
del interior del coche dando un portazo. No toqué a su puerta, sería más
acertado decir que la aporreé con ira. Ella abrió a la pobre víctima de mi
molestia de un tirón y con expresión asesina en los ojos.
—¿Se puede saber qué demonios te pasa? —escupió con
abierta hostilidad.
—¡Me pasa que venía a pedirte disculpas y te vi
abrazándote con Hale!
—Ajá ¿Y? Te adelanto que no creo que esto sea una disculpa.
Vas mal encaminado de antemano.
—¿Y? ¿Y…dices? ¿Cómo puedes hacerle eso a la pobre
ingenua de Alice? ¿No te da remordimiento de conciencia? —no me podía
controlar. Simplemente las palabras salían por mi boca sin pasar por mi cerebro
para ser analizadas.
—¿Hacer qué? ¿Ser abrazada y visitada por “mi
hermano”? ¡¿Eso?! —se encogió de hombros aparentemente desinteresada.
—Her…hermano…Tú… —si. Ahora era un buen momento para
quedar como un idiota balbuceante. Tenía mucho sentido después de semejante
escena de… ¿Celos?
Nah. No podía ser eso. Era simple indignación por Al.
—¡Dios, Emmett! Hace poco más de un mes que estuvimos
juntos y ya te crees con derecho a aparecerte en mi casa para armar un
escándalo. —se tomó la cabeza con las manos y caminó al interior. La seguí
cauteloso en espera de una próxima descarga de furia. Que por supuesto, me
merecía.
Tomó asiento en su sofá modular y apretó sus piernas
contra su pecho. Sus ojos verdes normalmente hermosos estaban apagados y
ojerosos. De hecho, su piel también se veía un tanto pálida.
—Rose… —susurré sentándome a su lado sin esperar
invitación. —¿Estás enferma? Si necesitas ir a un médico yo puedo…
—Emmett. —levantó una de sus manos para hacerme callar.
Su expresión era indescifrable. Nunca jamás en la vida había visto una como esa
para poder compararla. —Tengo dos días vomitando sin parar y terriblemente
cansada. Por eso no he podido ir a ver a tu hermano. Apenas y tengo
energía para bajar a la cocina a por comida. Aunque poco después vaya a dejarla
en el inodoro.
Expectación. Eso si pude reconocerlo. Y miedo…
—Vamos al médico, Rosalie. —le presioné. —Puede ser grave
y no debes automedicarte.
Se puso en pie de un salto frente a mí y agitó las manos
exasperada pero no llegó a gritar.
—¿Acaso eres sordo? Tengo dos condenados días vomitando,
jamás me enfermo y ahora estoy aterrada ¡¿Es qué no puedes verlo?!
—La verdad es que… —negué con la cabeza. Estaba como
obnubilado.
—¡Emmett, por dios! —respiró profundamente y trató de
sosegarse mientras se limpiaba las lágrimas con las mangas de su suéter blanco
de punto. —Déjame explicártelo de otra manera. Esa noche que pasó…lo que pasó
entre nosotros estaba tan alterada que no recordé tomar mi pastilla
anticonceptiva.
Abrí los ojos desmesuradamente. De todas las posibles
cosas que me podía decir Rose esta no era una de mi lista. No podía tolerarlo.
No podía lidiar con eso.
¡No!
—¿Tú…t…tú crees…? —y ahí estaba el estúpido titubeo de
nuevo.
—No lo sé. Ya no sé nada. Aunque dudo que esto sea un
efecto secundario de no tomar una píldora. Nunca me había pasado. —sonrió
irónica para sí. —Aunque esto sí que sería un “efecto secundario”.
Para un temor tan grande solo había un nombre: Embarazo.
Y no era algo para lo que ninguno de los dos estuviésemos
preparados para hacer frente.
No cuando teníamos tantas cosas negativas entre nosotros.
*.*.*.*.*
Hola,
chicas. Esto de pone color de hormiga!
Déjenme
en los comentarios lo que opinan sobre TODO XD. Estaré más que encantada
leyendo sus opiniones. Como siempre.
Discúlpenme
por la tardanza de las actualizaciones.
Un
besote. Nos seguimos leyendo.
Marie
C. Mateo
me encanta esta muy bueno plis actualiza pronto
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