“Cara a Cara”
Edward POV:
Cualquiera
que se encontrara en mi lugar en aquel momento diría “no quería creer lo que veían mis ojos” o “nunca la creí capaz de tal cosa”, pero eso sería sumamente
estúpido considerando que tenía a mi madre caminando en la acera de en frente, tomada de la mano con un hombre que
definitivamente no era mi padre. Y tampoco era tan jodidamente idiota como para
creer que era su estilista gay o un tío lejano que yo no conocía.
Sentí
que la mano de Bella me detenía en el lugar. Se acercó a mi oído y dijo:
—Ni
siquiera pienses en armar una escena. En estos momentos, no necesitas a la prensa
sobre tu familia. Además… —giró su cabeza a la izquierda y volvió a susurrarme
—alguien los está siguiendo.
Volteé
hacia donde ella había vuelto a mirar y entonces reconocí al chofer de Carlisle
tras una simple ropa de trotar, una gorra y unos lentes oscuros. ¿Qué coño
pasaba con esta gente que creía que los monos deportivos de Adidas y unos Ray
Bans eran un disfraz? Y a diferencia de Esme se refugiaba en cuanta fachada de
tienda o edificio encontraba a su paso.
—¿Sam?
—dijo Bella al reconocerlo.
Asentí.
—Él
lo sabe. Carlisle sabe de esto. —espeté molesto.
—O
por lo menos lo sospecha.
Esme
sonreía con una sensualidad que nunca había visto que emplease con
absolutamente nadie. Ni siquiera con su propio esposo. A decir verdad hacía
mucho que ni siquiera la veía tomada a su mano como lo hacía con este hombre
que llevaba al lado. El máximo contacto que tenían delante de mí era cuando
íbamos a alguna celebración formal y ella entraba prendida de su brazo en un
claro gesto aristocrático. Pero muyyyy vacío de sentimiento.
¿Estarían
juntos por el simple hecho de guardar las formas ante la sociedad en la que nos
movíamos? ¿Hasta qué maldito punto mis propios padres se habían vuelto unos
completos desconocidos para mí?
—Necesito
hablar con ella. —musité por lo bajo.
La
rabia bullía en mi sangre mientras la veía alejarse por la calle con aquel
desconocido. Aún así, lo que más me molestaba era la posibilidad de que
Carlisle supiese de aquello y que fuese tan indolente como para soportar eso
solo por no dar pie a habladurías. Eso sería como estar en medio de un
escándalo de la corona inglesa con la difunta Princesa Diana y sus amantes, y
con el mamón del príncipe Carlos y la vieja esa Parker Bowles. Demasiado
escandaloso, vergonzoso y aberrante.
—Ok.
—dijo Bella con aplomo. Ella era una experta en mantener la calma cuando yo no
podía, como una especie de brisa fresca en medio de un sofocante calor. —¿Cómo
lo piensas hacer?
—La
llamaré a su teléfono y le pediré que vaya a su casa. Ahí la voy a estar
esperando.
Asintió.
—Muy
bien. Yo te llevo.
—Te
quedarás conmigo. —sentencié. Luego quise redimirme inmediatamente y cambié mi
tono impositivo por uno de súplica. —Por favor. No te inmiscuiré en esto…
—Edward,…
—me corrigió. —ya estoy inmiscuida en esto desde el mismo momento en que opté
por permanecer a tu lado. Solo que no tomaré parte en la discusión. —entonces
me guiñó un ojo con una ligera sonrisa traviesa.
Estiró
su mano y tomó la mía para dirigirnos al auto que estaba aparcado a un par de
cuadras de allí.
—Me
sigues debiendo un helado, Edward Cullen. Eso no se me olvidará.
Tenía
quince minutos sentado en el estudio de la casa de mis padres. Había rechazado
cuatro veces los intentos de la chica de servicio porque tomara algo, mientras
que Bella recorría con sus ojos cada esquina de la moderna oficina y luego con
mayor detenimiento y fascinación los libros.
—¡Vaaaaaaaaaaaaya!
alguien por acá está suscrito a Harlequin. Tiene muchas novelas. —comentó
deslumbrada como una niña.
Por
un instante dejé de sacudir mi pierna en pleno ataque de ansiedad y me paré
tras ella.
—Son
de Esme. —dije con sequedad al mencionar el nombre de la persona que me tenía
más decepcionado en ese momento. —Ella solía leerlas con frecuencia. Ahora solo
llegan y son directamente archivadas. Ninguna es leída. Las mujeres empresarias
no tienen tiempo para esas “cosas superfluas”.
No
podía contener la ironía y el veneno que destilaban mis palabras, y la verdad
era que ahora tampoco quería hacerlo. En ese preciso instante lo único que me
provocaba era comenzar a gritar improperios y tirar todo lo que se pudiese
partir contra el suelo. Pero esa ya había dejado de ser mi casa hacía un tiempo
ya, por lo que no tenía derecho a hacer semejantes berrinches. No cuando ni
siquiera los había hecho mientras vivía bajo ese techo.
Bella
me miró por un instante con falso enfurruñamiento, sabía que trataba de desviar
mis pensamientos hacia lugares menos autodestructivos todo lo que le fuese
posible.
—Pues
yo soy una ávida lectora, para tu información. Aunque no creo que se me pueda
considerar una mujer empresaria.
Casi
reí por su comentario.
—Tú
crees que no sé lo que estás haciendo pero estás muy equivocada, Isabella Swan.
—mi tono de voz en falso modo de advertencia le fue indiferente.
Dejó
de rozar los lomos de las novelas de mi madre y me vio sin demasiado interés.
—¿Y
funciona?
—En
parte.
—Eso
ya es algo. —continuó leyendo nombre y de repente se detuvo. —¡Oye, esta la
tengo! Y la odié por cierto.
Dispuesto
a seguirle su juego, le pregunté:
—¿De
qué trata?
—De
un jefe despótico, griego y guapo que no tiene la menor consideración con su
secretaria. Esta le soporta como una santa porque se enamora como una redomada
idiota desde que lo ve, se acuesta con él y al día siguiente el jefe hace como
si no ha pasado nada. Le parte su corazón y ella huye hacia Europa, se hace una
modelo exitosa y luego vuelve para cobrar venganza. —se giró para dejarme ver
una sonrisa irónica antes de volverse. —Como puedes comprender, la historia
casi no es cursi. Solo totalmente predecible y hasta un tanto necia. Como la
mayoría de ellas.
—¿Y
por qué las lees si no te gustan? —realmente estaba curioso de saber su punto
de vista sobre eso.
—Porque
necesito hacer algo para lidiar con mi estrés. —el brillo de sus ojos me dijo
que me ocultaba algo, pero no la presioné.
El
chasquido de la grava bajo los neumáticos de un auto me puso en tensión al
entender que Esme había llegado. Tomé asiento de nuevo en un intento inútil de
conservar la calma, pues me conocía lo suficiente como para saber que perdería
los estribos ante la menor provocación. Bella se sentó a mi lado y me apretó
con suavidad los bíceps del brazo derecho, que era el más cercano a ella, me
miró intensamente infundiéndome ánimos y fuerza, aunque lo único que dijo fue:
—Estoy
contigo.
Darle
un beso en los labios cuando estaba por comenzar a soltar maldiciones por la
presunta infidelidad de mi madre, me pareció inadecuado así que me limité a
asentir y acariciarle brevemente una mejilla con mis nudillos.
Si
alguien me hubiese dicho que pasados casi ocho meses desde que había conocido a
esa tímida secretaria, vapuleado, deseado en secreto y humillado; ella se
encontraría a mi lado como apoyo en una situación como esta…no hubiese hecho
más que reírme. En cambio ahora me era casi imposible imaginar lo que haría si
no tuviese su mano aferrando la mía con vehemencia.
La
mantuve asida…hasta que mi mamá hizo acto de presencia en el estudio.
Bella POV:
¡Mierda!…¡Mierda!…y
mil veces ¡Mierda!
La
situación no pintaba nada linda. Para resumir: Esme permanecía callada
esperando a que su hijo respondiera a su pregunta de <<¿Cuál es la
urgencia, Edward?>> con algo más que la amarga sonrisa que pendía en sus
labios en ese momento. Pero yo sabía que él jugaría la carta de la exasperación.
Esa movida que él conocía y manipulaba con crueldad cuando se le antojaba.
La
exuberante señora Cullen, resopló nerviosa y lo miró con cara de molestia.
—¿Me
hiciste venir como si hubiese ocurrido alguna emergencia y solo te limitas a
mirarme con burla? ¿A qué juegas, Edward?
Él
se colocó en pie con deliberada lentitud pero permaneció en el sitio sin
inmutar la sorna en su rostro.
—Obviamente
a un juego muy diferente al tuyo, madre.
—No
comprendo de lo que me hablas. Ve al punto. – su nerviosismo se hacía evidente
en el repiqueteo de sus uñas contra la superficie del escritorio y la tirantez
de sus labios en una línea fina.
—Oh,
lamento haber interrumpido tu “agenda del día”, mamá. De verdad que es una
pena.
—No.
No lo lamentas en absoluto. Así que dime ¿qué – quieres?
Se
encogió de hombros y dio unos cuantos pasos de aquí para allá mientras hablaba.
—Quiero
muchas cosas, en realidad. Pero la que se me antoja más urgente en este momento
sería… —su caminar se detuvo y clavó una mirada glacial en ella. — saber quién
era ese hombre tan amable que te llevaba de la mano hace apenas un rato cerca
de Central Park. Si…eso se me hace lo más importante ahora.
Los
ojos de ella se desorbitaron en el acto y hasta podía jurar que su tez se había
hecho más blanca.
—Tu…
—¡¿Quién
coño era, Esme?! —le gritó a todo pulmón. Pero más que un grito lo que me
pareció fue una especie de liberación.
Ella
respingó ante la estridente descarga
—No
me grites. —le ordenó con frialdad. Me señaló con un asentimiento. —No creo que
este sea el momento para discutir sobre ese tema…
—No
te preocupes por eso puesto que Bella también te vio con tu muy cariñoso amigo.
Así que no está enterándose hasta ahora de tu escandalosa conducta.
Esme
se puso en pie y por primera vez en la vida pude presenciar como lo miraba con
desafío y disgusto a los ojos. Su espalda estaba recta por la tensión que
emanaba el inminente enfrentamiento que se llevaría a cabo en apenas unos
segundos.
—Estás
siendo descortés, Edward. Además, no tienes ningún derecho a pedirme
explicaciones sobre lo que hago yo con mi vida privada…
—¿Y
yo, Esme? —interrumpió Carlisle al abrir la puerta y hacer acto de presencia
vestido con ropa deportiva y una gorra. Si, parecía que el señor Cullen estaba
al tanto de “las andanzas” de su esposa, pero sus facciones no parecían del
todo despreocupadas. —¿Yo si tengo derecho a pedirte explicaciones “tu vida privada”?
Los
ojos de la dama que tanto admiraba por su elegancia se volvieron nerviosos pero
no del todo desesperado que se podía esperar de una persona que se suponía que
tenía más de veinte años casada con aquel que la estaba increpando en ese
momento. Estaba muy lejos de ser una psicóloga o algo por el estilo pero pude
ver como si un brillo de satisfacción brillaba en la mirada de aquella mujer
cuando su esposo la encaraba con rabia. Porque si, definitivamente era rabia lo
que transmitía la mirada azul-grisácea de Carlisle. Esa que había llegado que
era más parecida al hielo que a la tormenta que transmitía la de su hijo, pero
por lo visto estaba equivocada…
—Sí,
lo admito. He estado teniendo un affair con ese hombre con que me viste en la
mañana, Edward. —se estaba dirigiendo a su hijo más no era a él a quién veía a
la cara, sino a su impasible esposo que apretó los puños tras su afirmación. —Desde
hace un mes y medio que nos estamos viendo a
escondida.
—¡¿Quién
es??! —bramó Carlisle, sin importarle mi presencia. De hecho parecía que no
tenía ojos para más nadie que no fuese ella.
Se
encogió de hombros sin alterar en lo más mínimo su línea de visión:
—No
lo conoces. Es un exitoso inversionista de la bolsa de cincuenta y cinco años.
Divorciado. Tiene tres hijos con su ex-esposa. Y vive en The Hamptons. ¿Algo
más que quieran saber? —esta vez se dirigió a ambos.
—No
emplees ese cinismo, que ahora no te queda bien. —le dije Edward.
Carlisle
en cambio permaneció en silencio. Con una expresión ceñuda de concentración,
como si estuviese analizando una movida de ajedrez. Así era él, un jodido
estratega brillante.
—No
pareces comprender lo que has hecho, madre. Pensé que eras diferente a…
—¿A
mí, Edward?
—Sí,
Carlisle. —entrecerró los ojos cuando lo vio fijamente. —Siempre la creí
diferente a ti.
—¡Eso
pasó hace más de un maldito año y medio!
Jamás
en mi tiempo en Le Madeimoselle había
escuchado a su presidente utilizar alguna mala palabra, ni siquiera en una
discusión acalorada y eso que había estado presente en muchas. Pero la verdad
es que ninguna lo había tocado tan de cerca ni había sido tan personalmente
grave como esta indiscreción de su esposa.
—¡Y
aun así eso sigue estando presente en las paredes de esta casa! —explotó Esme finalmente. —Nunca
hubo un <<Disculpa, Esme…>>
—¡Claro
que te pedí disculpas!
—…<<por haberte herido…>> Tus
disculpas era por lo que podían haber dicho los demás de mí. Cuando para mí eso
era lo menos importante.
—Sí,
eso parece totalmente de su estilo. – dijo Edward con una sonrisa maligna en el
rostro, mientras permanecía en un rincón con los brazos cruzados.
Carlisle
lo fulminó con un miramiento:
—¿Qué
pasa contigo?
—Lo
mismo que le pasa a tu esposa… —<<Oh, mierda. La hora de la verdad había
llegado. Y no iba a ser lindo…>> —que estoy harto de que todo lo que
hagas sean base a lo que los demás dirán de ti o de tu familia, que hayas
dejado de ver por la felicidad de la misma y que solo velaras por su seguridad
financiera, que hayas sido capaz de tener de amante ¡a la hermana de mi
prometida! Y que hayas sido tan “poco padre” como para decirme que esta me era infiel con tu jefe del departamento legal.
¡¿Te parece suficiente, Carlisle, o quieres que siga?!
¡Oh
Dios mío! Ese era el rencor por Jacob Black…
—¡Por
dios, Edward! ¿no puedes superar eso? ¡Nunca puse a Jacob por delante de ti
solo…!
—¡¿Solo
qué?!
—¡Solo
no quería a esa mujer contigo! así que dejé que las cosas siguieran su curso,
porque sabía que toda su mentira les explotaría en la cara.
—¡Ja!
Y mientras dejaste que hiciera el papel de idiota de mi vida al comprometerme
con ella.
—¡No!
¡Por supuesto que no! Por eso te hice ir a la oficina esa noche, una de mis
fuentes me había hecho saber que estaban juntos esa tarde allí. Quería que
abrieras los ojos.
—¡Oh
vaya, que misericordioso! La Madre Teresa de Calcuta y tú. Me conmueves. ¡Te
mereces todo esto que te está pasando! Siente en carne viva un poco de lo que
has cosechado. —expresó con una frialdad que me heló los huesos.
Pasó
por el lado de ambos y me tendió su mano:
—Vámonos,
Bella. No sé a quienes dejo en esta casa, pero definitivamente no son algo que
yo pueda llamar familia.
Me
levanté y vi a quienes Edward dejaba tras de sí. Una Esme con un rostro anegado
en lágrimas, con expresión de quién luchaba con demonios que ni siquiera podía
imaginarme. Y Carlisle…él era el que más pena de daba. Su esposa le había sido
infiel en venganza y su hijo estaba tan decepcionado de él que cada vez que se
encontraban podía ver como la mirada de este se iba tornando rabiosa, pero más
con un extraño y no con un padre. Entonces supe que él estaba viendo lo mismo
que yo. Estaba muriendo lentamente para los que amaba.
Estreché
mis dedos con los de él y no me molesté en decir un estúpido adiós que en ese
jodido momento habría estado de más. Ambos salimos en silencio por la puerta
principal pero cuando él iba a montarse en el puesto del piloto trastabilló
hacia atrás. Alarmada corrí hacia donde estaba y lo aferré por la cintura.
Edward se estabilizó pero se apretó en lado izquierdo de la cabeza.
—Se
me va a explotar. —graznó.
Edward
solía sufrir de migrañas cuando lo conocí. No sabía lidiar muy bien con el
estrés que le producía ser el segundo al mando de la empresa y mi presencia no
lo mejoró, sin embargo más de una vez había llamado al médico de cabecera y
hasta había ido por sus medicamentos. Pensaba que ya estaban erradicadas, pero
por lo visto estaba errada.
—Llamaré
a Gerandy cuando estemos en tu casa. – le dije y él asintió. Debía sentirse
realmente mal pues no protestó cuando lo coloqué en el asiento del copiloto. Y
acosté su asiento completamente. Me coloqué el manos libre y le marqué al
médico personal de los Cullen luego encendí el auto y salí de la propiedad
antes de salir rápidamente hacia el pent-house de Edward.
Cuando
me contestó le expliqué lo básico: Edward había tenido un disgusto muy fuerte y
la migraña había comenzado con mucha fuerza. Me había asegurado que en menos de
media hora estaría en su casa.
Nosotros
llegamos primero. Le pedí a Sue que se hiciera cargo de Lizzy que se inquietó
mucho nada más nosotros llegar. Leah corrió a cerrar las cortinas de la
habitación de Edward mientras yo lo llevaba de la cintura evitando que se
desvaneciera por el camino con una de las fuertes punzadas que le atenazaban.
Le quité sus zapatos y lo ayudé atenderse en la cama. Luego fui hasta la cocina
por una compresa fría de gel. Se la coloqué en el lado afectado y me senté a su
lado sosteniéndola.
Cuando
nos quedamos en silencio total, él abrió sus ojos y casi se me va el alma al
suelo cuando los vi anegados de lágrimas:
—La
quise demasiado… —musitó con voz ahogada. Sabía de quién me hablaba sin
necesidad de pronunciar su maldito nombre de nuevo. Tanya Denali. Le coloqué los dedos en los labios para callarlo. –
No es momento de alterarte, Edward. Vas a alterar más el dolor de cabeza.
Negó
con la cabeza.
—Te
diré todo de una maldita vez y me lo quitaré de encima, como en una especie de
exorcismo. La conocí apenas salí de la universidad. En ese entonces era una
trabajadora excelente del departamento de publicidad. Cuando mi padre me la
presentó quedé prendado de su cabello rubio rojizo y su mirada verde. Yo
comencé en la parte administrativa y rápidamente ascendiendo por mis
habilidades. Dos meses después de haber comenzado en la empresa ya estaba en la
cabeza de mi departamento. Le propuse salir y ella aceptó. Seis meses y medio
después le pedí que se casara conmigo en medio de una cena de negocios. Su cara
de felicidad era absoluta. Se suponía que en cuatro meses nos casaríamos. Ella
ascendió de puesto al pasar a estar a cargo sobre toda la publicidad de la empresa.
Para mí no pudo haber nada que me hiciera sentir más orgulloso en ese momento.
Poco después recuerdo que mi padre me pidió que regresara a por unos documentos
urgentes que había olvidado en su escritorio. Me pareció extraño que me lo
pidiera a mí en vez de a Sam pero igualmente fui sin rechistar. Vi el auto de
Tanya en el estacionamiento y me dirigí a su oficina luego de pasar por la de
Carlisle. Entonces abrí la puerta de su oficina y la vi recargada de la
pared, con las piernas abiertas en torno
a la cintura del mamón de Jacob Black. Estaba liada abriendo la cremallera de
su pantalón y tenía las mejillas rojas de excitación. Tan rojas como cuando se
acostaba conmigo. Me hubiese gustado irme encima de él y partirle la cara en
ese momento, pero lo peor del caso es que me quedé con la cara de un reverendo idiota.
Solo atiné erguirme e irme a la mierda de allí. Fui directo a la casa de mis
padres y enfrenté a Carlisle quien reconoció saberlo todo. Pensé que después de
todo eso, “San Black” no seguiría estando en su altar pero me equivoqué. Todo
lo que el hombre decía era tomado a rajatabla por mi padre e incluso alguna vez
llegó a ponérmelo de ejemplo: <<Que
si es un muchacho admirable…que si creció solo porque su madre murió cuando era
un niño y su padre cuando era un adolescente…que si se ganó una beca…>>
en fin, que el hombre era y sigue siendo un santo para él…
Acariciaba
la parte derecha de su cabeza mientras él continuaba hablando con la mirada
perdida en los recuerdos.
—Una
vez fui a la casa de Tanya a enfrentarla de una puta vez, había bebido un
poco…demasiado, en realidad. Escuché gemidos y ruidos indiscutibles de sexo cuando
abrí la puerta finalmente cansado de esperar. Subí las escaleras saboreando las
ganas de partirle la cara a Black fuera de la oficina y gritarle al “amor de mi
vida” lo que pensaba que era. Pero nuevamente me tocó que quedarme con cara de
idiota…No era Tanya…era su hermana Kate y estaba retozando con mi propio padre.
Él dijo no saber que era la casa de mi prometida, pero el asco siguió siendo el
mismo. Sentí que él no me había dicho nada por miedo a que me enterase de la
relación que mantenía con “mi cuñada”. El infarto de él fue esa noche, en el
sencillo apartamento que yo tenía. Esme no tardó en enterarse de lo que había pasado.
De hecho fue en el mismo hospital. Aún así permaneció a su lado, pero ya no fue
la misma. No era más la madre cariñosa ni la esposa abnegada, solo quedó la
directora de imagen de Le Madeimoselle y algo de una mujer con ciertas
inclinaciones maternales. El resto de la historia creo que la conoces: Tomé el
cargo de Vicepresidente porque Carlisle así lo quiso, ya que había desarrollado
la paranoia de que en cualquier momento se podía morir y dejar la empresa a la
deriva era inconcebible. Necesitaba una excelente asistente personal queme
ayudase a llevar mi nuevo rango con facilidad y llegaste tú. Había pasado un
año de todo aquello y creía que mi mundo había recobrado la normalidad habitual
pero con una realidad más clara, según yo, pero no…subestimé el efecto que
tenías sobre mí y luché cada maldito día, hora y minuto con el deseo que sentía
por ti…
—Y
me tuviste que ver con Jacob… —le interrumpí. Estaba un poco avergonzada al
recordar cómo se habían dado “ciertas situaciones”.
Asintió
con rabia.
—Entonces
me descubrí odiándolo aun más que antes cuando te veía sin disimular lo que
quería de ti; a diferencia de mí; cuando te tomaba de la mano, cuando te
enviaba algún regalo, cuando hablaban por teléfono…en fin, fue una temporada de
mierda. Y quizás lo siga siendo pero ahora tengo que en ese entonces no: a ti.
No hemos empezado esta relación de una manera habitual pero no puedo
arrepentirme de lo que tenemos ahora. No cuando he descubierto en ti el mayor
apoyo que haya tenido jamás y sin esperármelo. —otra lágrima se escapó de la
esquina de uno de sus ojos y la retiré con delicadeza. —Eres lo más real que tengo
ahora. Lo único que me sostiene.
Fue
mi turno para que las lágrimas me hicieran ver borroso su rostro. Aun así
necesitaba saber algo antes de decir cualquier cosa…
—¿Aun
la…?- respiré y lo dejé salir temiendo la respuesta… —¿Aun amas a Tanya? ¿Por
eso le guardas tanto resentimiento a tu padre?
Por
un momento sus facciones se transformaron tanto, que pensé que se había vuelto
loco. Sus ojos se desenfocaron de repente y su boca se deformó con una fea
sonrisa e incluso resopló como un animal; pero después se contrajo y lamenté
haberlo provocado…
—¡Lo
siento! ¡Lo siento! ¡Lo siento! —apreté más la compresa contra el lado
izquierdo de su cabeza. –No quise alterarte.
En
un arranque inesperado tomó mi muñeca quizá con demasiada fuerza, ya que me
dolió un poco, pero lo que más me impactó su esa expresión pétrea en su mirada.
—Después
de todo lo que te he dicho, aun no has comprendido nada ¿verdad? - tenía fruncido
el entrecejo —No has comprendido que desde el mismo momento en que entraste en
mi oficina con aquella sencilla falda negra y blusa blanca de gasa trastocaste
mi existencia, solo tengo paz estando contigo. Y no puedo dejarte ir. Ni
siquiera cuando mi mundo deje de estar en guerra.
Me
mordí el labio inferior intentando aguantar el llanto, pero después de tanto
luchar perdí la batalla con ellas. Le sonreí con suavidad y acaricié su mejilla con mis yemas
retirando el rastro húmedo con suma delicadeza. Había tantas maneras de decirle
a alguien que era importante en tu vida y no solamente con esas palabras tan utilizadas
y muchas veces en vano: Te quiero.
—No
hacemos nada al estilo convencional ¿cierto? —el atisbo de una sonrisa tironeó
de sus labios. La mano libre la pegué a su mejilla, como si lo sostuviera, y lo
miré con seriedad. —Vivo aterrorizada de estar contigo y de estar sin ti,
porque ambas opciones tienen el mismo poder de acabar conmigo. Porque si así lo
quieres puedes romperme el corazón en un momento, y cuando estamos separados no
me siento completa. —de cierta manera sentí como si me hubiese quitado un gran
peso de los hombros al confesar lo que hacía tiempo sentía por él. Ahora estaba
inexorablemente en sus manos, lo cual podía ser placenteramente bueno o
garrafalmente malo.
Me
haló por la nuca hacia sus labios y me besó con fuerza hasta que un gemido se
le escapó y no precisamente de éxtasis. Me alejé inmediatamente y acomodé la
compresa sobre su lado izquierdo pues se había resbalado un poco en medio de la
emoción.
—Esto
de las confesiones no es bueno para las migrañas ¿cierto? —le comenté mientras
él mantenía los ojos cerrados mientras pasaban las punzadas de dolor.
Cuando
pudo contestar, un atisbo de la medio-sonrisa que me volvía loca hizo acto de
presencia:
—No.
Definitivamente este día está lejos de ser el que yo quería para nosotros, pero
al menos saqué algo de todo esto: yo creía que era el único que se sentía como
tú. —me guiñó un ojo y luego volvió a cerrarlos mientras inhalaba y exhalaba
con lentitud tratando de relajarse.
—No,
cavernícola. No eres el único. —admití.
—¿Cavernícola?
—Sí.
No me mires como si no supieras que te comportas como uno cada vez que entras
en Modus - Dictador o Modus - Celosus. Eres un cavernícola. “Mi cavernícola”. —puntualicé.
—Me
gusta cómo suena eso de tuyo. —sonrió plácidamente con los ojos cerrados. —Pero
que sepas que ese concepto te lo pienso aplicar a ti también.
—¿Ah
es que no lo haces cada vez que algún hombre se me acerca?
—Sí.
Por supuesto que sí, pero solo te lo recuerdo. —su rostro se constriñó de dolor
de nuevo.
—Se
acabó el hablar. —le dije. —Haz silencio. Ya hablaremos luego.
Él
se apretujó a mi lado y así permanecimos en silencio durante un rato. El doctor
Gerandy llegó poco después. Le colocó una intravenosa de dipirona; ya que él
era alérgico al ibuprofeno. Lo dejamos dormir y él me dio las indicaciones
correspondientes para Edward, una de esas era que lo llamara en caso de que el
dolor aumentara. Ambos habíamos esperado que el malestar le remitiera lo
suficiente; de hecho él se había quedado dormido en el proceso.
Poco
después de que el médico se fuera, alguien más se apareció en el apartamento de
de Edward: Esme.
Entró
vistiendo con la elegancia que habitualmente lucía pero con un decaimiento que
era extraño en ella. Lo cual no me extrañaba ya que la familia Cullen había
sufrido unos golpes severos más temprano. La invité a entrar al salón de estar.
Leah nos llevó un par de bebidas; coca cola para mí y té verde para ella; era
un hecho que conocía los gustos de cada una.
—¿Cómo
sigue? —preguntó en un susurro.
—Está
mucho mejor. De hecho ahora está dormido, más el médico dejó indicado que
evitáramos alterarlo en lo más mínimo.
—Comprendo.
—miró sus manos con cierto nerviosismo. Sin atreverse a mirarme a la cara
durante un rato.
—¿Y
usted como está? —pregunté.
Clavó
una mirada atormentada en la mía y no me pasó desapercibido que también se le
volvió vidriosa.
—No
lo sé. Sinceramente yo…yo no lo sé.
—Es
entendible.
—Creí…creí
que en algún momento me reprocharías algo…
—¿Yo?
—me señalé el pecho con incredulidad. —Señora Esme, yo no soy quién para reprocharle
nada. Y no lo digo para congraciarme con usted.
—Es
que al salir con mi hijo…
—No.
Ni porque salga con su hijo ni porque no salga con él tampoco. Usted es mayor
de edad y nadie más que su esposo debería hablar con usted sobre ese tema. El
problema es que su hijo también la atrapó in fraganti; si no tampoco me
parecería propio que Edward le hubiese reclamado nada.
Ella
recargó los codos en sus rodillas y se sostuvo su cabeza con desesperación.
—Yo
lo planeé todo, Isabella. Pensaba devolverle a Carlisle todo lo que había
sentido cuando él me había hecho lo mismo a mí… —Oh mierda, por lo visto este
era el Día Nacional de las Confesiones. —además de que quería volver a sentirme
deseada; creía que eso llenaría el vacío de no sentirme querida. Pensé que
cuando él lo supiera y lo viese con la misma mirada humillada que había tenido
yo en cierto momento, disfrutaría con su dolor. Pero no fue así; esto solo
sirvió para sentirme baja e indigna, aunque cuando no termino de perdonarle lo
que me hizo. – el sonido de sus sollozos me conmovieron pero a pesar de eso
permanecí en mi sitio escuchándola. —Mi familia se está resquebrajando: Edward
no perdona a su padre por lo que escuchaste en el estudio y no sé si Carlisle
quiera seguir casado conmigo después de esto.
Me
vio como si conmigo fuese a encontrar una solución pero ¿quién coño era yo para
aconsejarla? Mi única relación seria la estaba teniendo con su hijo; la cual
por cierto había empezado como amantes, luego como padrinos obligados de
Elizabeth para posteriormente exigirnos exclusividad el uno al otro pero aun
sin darle ningún nombre a lo que teníamos. Era absurdo, yo no era un buen
modelo a seguir. La única que podía seguir mis pasos era yo misma, más nadie.
—Señora
Esme, creo que necesita hablar con un profesional. Un terapista de parejas. Él
sabrá lo que ambos tienen que hacer si quieren salvar su relación y llevarla de
una manera más real que solo ante las esferas sociales. Pero con respecto al
problema de Edward y Carlisle si me tomaré el atrevimiento de opinar. No es
solo lo que pasó con Tanya y su hermana…- ella respingó. —lo que él no le
perdona a su padre. ¡Es que lo menosprecie a menudo! Edward está lleno de
resentimiento porque Carlisle las escasa veces que tiene algo positivo que
decir sobre él siempre las opaca con un “pero”. Lo obligó a estudiar una
carrera que no le gustaba, se vio obligado a soportar una humillación y
posteriormente a asumir el mando de la empresa de su familia y además de
tooooodo eso, debe tolerar los malos tratos de quien se supone que debería ser
su apoyo. —tomé aire y traté de sosegarme un poco antes de seguir. Me estaba
poniendo demasiado en guardia. Más de lo que necesitaba esa pobre mujer en ese
momento, pero si iba a mostrar mis cartas no me reservaría nada en absoluto.-
Anexo a eso tuvo que lidiar con su indolencia…
—¡¿Mi
indolencia?!
—¡Sí,
señora Cullen! Su indolencia y su indiferencia ante el hecho de que su padre lo
tiene en un índice de apreciación bastante pobre. Su madre, la que se supone
que tiene que ser el refugio de cualquier hijo, es la que le da la razón a su
esposo por el simple hecho de que él es un empresario sumamente ocupado y
exigente. Han sido mejores gerentes que padres, y eso es un tema del que yo sé
bastante ya que tuve que crecer con dos padres ausentes. Pero al menos ellos si
limitaron a darme lo básico, sin reproche alguno. Les agradezco que me hayan
hecho ese favor.
Ella
solo podía llorar en silencio sin pronunciar palabra alguna, en cambio yo
continué con mi descarga verbal. Quizá
no me competía decir eso, pero ya estaba más que harta de permanecer al
margen de cómo se trataba a Edward:
—No
pretendo ser grosera, pero tampoco intento ser su amiga. Me limito a decirle
aquello que tiene asfixiado a su hijo desde hace mucho y que los dos han
preferido ignorar en vez de enfrentar. Ese sería el único reproche que me
atrevería a hacerle. —respiré profundo esperando que me dijeran cuán igualada
era y me metiera en mis propios jodidos problemas.
Pero
esas recriminaciones nunca llegaron, por el contrario ella se quedó en su lugar
sin mirarme.
—Él
te ha dicho todo eso.
—Digamos
que él lo ha comentado y yo lo he podido ver con mis propios ojos al mismo
tiempo.
—Nunca
pensé que las cosas se saldrían de control de esta manera. No debí permitirle a
Carlisle muchas cosas y no debí permitirme yo unas cuantas tampoco. Esta
familia está totalmente rota y es por nuestra culpa. —admitió mientras saca de
su pequeño cartera tipo sobre un pañuelo y se limpiaba el rastro húmedo de las
lágrimas que no habían dejado de salir todavía.
—No
me compete a mí echarle la culpa a nadie sobre nada, eso se los dejo a ustedes.
Deberían reunirse los tres un día y hablar sobre esto tranquilamente, pero en
vez de pelearse busquen una solución que les permita unirse y salvar el cariño
de su hijo. Estar molesto con ambos no le ha hecho ningún bien a Edward, lo ha
llenado de inseguridades y resentimientos haciendo de este una bomba de tiempo
que explota en el momento y con la persona menos indicada.
Ella
asintió e intercambiamos una que otra opinión que rondaba lo mismo que ambas ya
habíamos dicho. Al final Esme se veía decidida a buscar un terapista que le
ayudase a superar no solo a ella, sino a su familia también todo lo que había
acontecido. La despedí con educación y hasta cierta calidez, lo cual no era
demasiado habitual en mí; pero me parecía que ya era bastante malo lo que
estaba pasando como para venir yo a lapidarla. Además de que ella no era
precisamente la primera que cometía una infidelidad, ni esto tampoco era el fin
del mundo si ella y su esposo sabían cómo hacerle frente. Porque Carlisle
estaba lejos de ser candidato a beatificación, él tenía una cuota de culpa
bastante significativa en todo eso.
Elizabeth
seguía creciendo a un ritmo vertiginoso.
Estando
sentada con ella en su alfombra acolchada de juegos me di cuenta de que ya
estaba haciendo intentos claros de sentarse, solo que al no estar preparada
terminaba desparramada entre el suelo y mis piernas entrecruzadas. Le di mis
dos dedos índices para ayudarla y ella con una habilidad que me tomó por
sorpresa se incorporó de inmediato, más ni corta ni perezosa me soltaba. Reí al
no ser capaz de entender el porqué una criatura tan pequeña era tan astuta e
inteligente.
—Lizzy,
no te comas mi dedo. —le dije mientras la sentaba en el hueco que hacía la
posición de mis piernas. —Lo necesito.
Ella
siguió mordisqueando mi índice constantemente. Revisé sus encías y noté que
estaban un poco inflamadas. Sue entró en ese momento al cuarto trayendo la
ropita de la niña correctamente doblada.
—Mira
esto, Sue.
Ella
observó con atención y le sonrió con ternura a Elizabeth antes de toquetear su
naricita haciéndola reír deliciosamente.
—Parece
que los dientes no tardarán en llegar. Pronto tendremos a una señorita por aquí
mordiendo a todo lo que se le pase en frente. – añadió antes de ir hacia el
closet y colocar cada prenda en su lugar.
—Eso
no pinta bien.
—¡Edward!
¿Cómo sigues? —me volví un poco sorprendida al verlo en el umbral de la puerta
de la habitación de la niña.
—Mucho
mejor, ya solo me queda un rastro de dolor. —caminó hacia donde estaba sentada
y tomó asiento mientras veía a la pequeña que ahora tironeaba de mi cabello. —Me
pareció escuchar que cierta personita está preparándose para tener dientitos.
—Y
me temo que nos quedaremos sin dedos en el proceso.
—No
exageres, Bella. —estaba tomando la niña pero no se preocupó por soltar mi
mechón de su mano, así que me quejé al sentir el tironeo. —¡Lo siento! No me di
cuenta.
—No
lo sientes. Estás partido de risa. Haría que halara el tuyo, pero a diferencia
de ti; yo si soy considerada.
El
muy descarado siguió partido de la risa y en mi fuero interior agradecí que así
fuese; porque después de todo lo que había pasado no sabía cuando Edward se
mejoraría no solo salud sino también anímicamente. Aunque también había que
acotar que todas las que estábamos con él en ese momento estábamos fuera de ese
problema que aún tenía que resolver, y debía hacerlo porque de lo contrario los
fantasmas del pasado lo estarían persiguiendo sin dejarlo ser feliz
completamente estuviese conmigo o con alguien más.
Ese
último pensamiento se me clavó como un gancho directo al plexo solar. No me
veía capaz en un futuro cercano de comportarme con naturalidad cerca de Edward
y cualquier mujer que pudiese ser su pareja. En el pasado solo había sentido
por él un deseo abrasador, pero ahora…Ahora estaba con-de-na-da. Sí, condenada.
Porque casi sin darme cuenta me volví adicta a sus llamadas telefónicas cuando
no estaba con él, a disfrutar plácidamente cuando dormía con mi espalda pegada
a su pecho, a despertarme cursimente de buen humor por el simple hecho de saber
que el brazo que prende mi cintura es el de él. Incluso y a pesar de mi
inexperiencia en el tema, a compartir a una niña preciosa que estábamos viendo
crecer frente a nuestros ojos; más eso podía tornarse en algo amargo depende de
las dichosas pruebas. Comprendía el miedo de Edward a practicarle los exámenes
correspondientes ya que ambos nos habíamos mucho por causa de esa pequeña que
sospechábamos; con un alto índice de posibilidades; que fuese su hija. Por
Elizabeth nos vimos forzados a permanecer juntos…Bueno, eso no fue exactamente
así. Edward me forzó a mí, pero el caso es que al final de la jornada y de
manera inconsciente no quería dejarlo solo.
Y
allí estuvimos, una especie de disfuncional familia; no en términos legales
pero si en convivencia; permaneciendo juntos alrededor de la pequeña niña de
cabellos puntiagudos y rebeldes negros, ojos azul grisáceos y boca de corazón,
viendo como hacía el intento de caminar mientras solo su “padrino” la sostenía
por debajo de los bracitos mientras ella se balanceaba de un lado a otro en la
punta de sus deditos descalzos sobre su alfombra.
Se
hizo la hora de comer y Edward se negó a soltarla para cenar. Lizzy permaneció
en sus piernas mientras él y yo devorábamos el exquisito salmón asado de Sue
con vegetales y salsa de alcaparras. Cuando terminamos, fuimos directamente a
la sala de estar y nos acurrucamos con la bebé en el sofá para ver una
película. Edward me dejó escoger a mí y así Sex
and the City comenzó a reproducirse. Pasada media hora Elizabeth bostezó
formando una o perfecta con su boquita y se apretujó aun más en los brazos de
Edward. Casi envidiaba la facilidad que se le daba para estar con ella,
prácticamente era natural en él mientras que aún a mí me costaba un poco lidiar
con una nena tan llena de energía. Él era como su tranquilizante más a pesar de
eso yo era bastante buena a la hora de dormirla.
Sí,
formábamos un buen equipo en esto pero eso no quería decir que nos quedaríamos
con el premio al final de todo. Aunque no molestaría a Edward con ese tema; por
ahora; más adelante tendríamos que hacer frente y esperaba que con mucho
mejores resultados que la última vez que lo traje a colación.
Sue
pasaría esa noche en el apartamento por si Edward volvía a sentirse mal cosa
que le agradecí inmensamente. Leah en cambio se retiró a su casa a la hora
habitual. Y fue su madre la que se llevó a una muy desvanecida Lizzy a su cuna.
Resopló molesta un segundo mientras se la entregaba Edward más al momento se
acomodó entre los brazos de Sue con facilidad, reconociendo el contacto.
Eso
nos dejaba a mi cavernícola y a mí con un grande y cómodo sofá entero para
nuestro disfrute. Y creo que él pensó justo lo mismo que yo pues su mano
ascendió por mi muslo cubierto aún por el jean que me había colocado temprano.
Con tanta movida no había tenido oportunidad de cambiarme. Tomé su mano, enredé
sus dedos con los mío y los posé en mi regazo con la vista en la pantalla.
Hacía mi mejor esfuerzo por prestarle atención a la escena en la cual Samantha espiaba a su sexy vecino
mientras se quitaba un traje; creía que de surf. Yo era una completa ignorante
de esas mierdas; y ella se escondía detrás de un monumental sombrero. Amaba su
personaje era demasiado… “explícito”.
—Nada
de alteraciones esta noche, Edward. Ya lo dijo el doctor Gerandy temprano.
—¿Ni
siquiera sexo?
—Especialmente
sexo…y disgustos.
—Pero
me siento mejor… —volteé un segundo y casi lamenté hacerlo. Su “obscenamente
sexy” media sonrisa fue el arma que utilizó para querer manipularme. Me sentí
orgullosa de mí misma; y sexualmente frustrada; cuando no sucumbí a sus encantos.
—Ya casi no me duele.
—Pero
aun “te duele”. Ese es el problema. Así que esperaremos a ver como amaneces
mañana… - le guiñé un ojo y me volví hacia la pantalla. —Si todo va bien,
entonces me encargaré de que liberes suficientes endorfinas. Ya sabes lo que
dice Cosmo. Ellas son buenas para
prevenir los dolores de cabeza.
Escuché
su carcajada y me dejé atraer contra su pecho con total relajación mientras
terminábamos de ver la película.
Besó
mi coronilla y dejó posada su cabeza con suavidad sobre la mía.
—Estás
en deuda conmigo, Swan. En la mañana cobraré mi deuda.
—Luego
de eso, exijo mi helado. Tú también me debes. —me maldije internamente cuando
lo sentí tensarse un poco tras de mí, pero casi al mismo instante su cuerpo
volvió a relajarse tras unas respiraciones. No volvimos a hablar más que de
alguna escena o a reírnos.
Pero
sabía que había una tensión latente y eso no se solucionaría hasta que él no
volviese a hablar con sus padres. Y eso dependiendo de los resultados de tal
conversación.
—Despierte,
señorita Swan… —una voz ronca mañanera me despertó. Eso, y algo muy duro y
cálido que se presionaba contra mi espalda. Sonreí al sentir un beso en el
cuello. —Me temo que tengo que despertarla para que pague sus deudas.
—¿Ah
sí?
—Sí.
—dijo colocándose sobre mi espalda y entre mis piernas con una naturalidad pasmosa.
—Y le advierto que soy un muy exigente cobrador. Espero que siempre me paguen…
—una embestida fuerte contra mi trasero hizo juego con la mano que se deslizaba
dentro de mis bragas para acariciar mi clítoris. —con unos intereses altos.
—Entonces
eres un… —jadeé cuando sentí que su índice y dedo medio se colaron por mi
abertura sin dilación. Mi rostro estaba pegado a la almohada y me movía al
ritmo de las penetraciones de su mano. —vil usurero.
—Quizás.
Pero soy muy bueno en lo que hago. —¡oh sí que lo era! Me tenía aprisionada
contra el colchón, sintiendo cada centímetro de su cuerpo, mordiendo la punta
de la pobre almohada con desesperación mientras que él permanecía tranquilo
embistiendo en mi entrada y acariciando mi clítoris.
Estaba
exquisitamente cerca del final cuando él se retiró de mí. Ignoró mis quejas y
rápidamente rompió la parte baja de mis bragas fucsia de Agent Provocateur.
—Edward,…
—se supone que el reclamo no debería haber salido acompañado con un jadeo. Eso
le robaba totalmente la dignidad. —eran mis favoritas.
Entró
en mí de un solo empujón pero con lentitud. Mordió el lóbulo de mi oreja
consiguiendo que me retorciera debajo de él y soltó una risotada presumida.
—Te
compraré unas más tarde. Muchas, luego las romperé también y entonces tendré
que comprarte otras más… —acompañaba sus palabras con fuertes empellones. —que
también me veré forzado a romper. Será un exquisito círculo vicioso.
Dejé
de preocuparme un poco menos por el encaje roto y más por ese miembro turgente
que sentía deslizarse caliente entre mis nalgas y que se introducía con mayor
potencia dentro de mí. Rozando una y otra vez mi punto G. Sus manos en mi
cintura de manera posesiva, sus labios en mi cuello y nuca alternativamente, y
su vaivén de caderas no tardaron en llevarme al precipicio de nuevo, más sin
embargo eso no le bastó. Sus dedos se posaron en mi clítoris y lo acariciaron
con la cadencia necesaria para tenerme derretida en su talidad y
embarazosamente lubricada. De hecho sospechaba que estaba manchando sus sábanas
con mi jugos más en ese momento no fue algo que me preocupara.
—Córrete,
Bella. Córrete. —gruñó a la vez que se encorvaba sobre mí. Y como si de un
botón se tratara hice explosión instantánea cuando terminé de escuchar su
orden.
Porque
así había sido desde el principio de toda esta locura nuestra: Edward ordenaba
y yo obedecía sin discusión aunque no estuviese de acuerdo. Solo que ahora las
órdenes las daba en un terreno más delicioso…y yo estaba más que encantada de
seguirlas.
Quiero
darles nuevamente las gracias por acompañarme en este camino, chicas…Por
abrirle un huequito a mis fics entre toooooooooodos esos que leen y por
presionarme con un ¿Cuándo publicas?
Dudo
mucho que para una autora haya mejor
demostración de cariño más que las palabras de aliento y el hambre de lectura
que demuestran quienes siguen nuestras historias paso a paso.
Un
beso para todas desde Venezuela…
PD:
les recuerdo que pueden contactarme por mis redes sociales:
Facebook: Marie Kikis Matthew
Twitter: @MarieKMatthew
O
si desean mandarme un mail con cualquier duda o sugerencia, pueden hacerlo al:
mariekmatthew@hotmail.com
*Marie K. Matthew*
Me encantaaaaaaaaaaaaaaaaaa ,es fascinante ,gracias linda....Besos...
ResponderEliminartengo una pregunta por que cap noveno, lo he leido hasta el cap VI...?
ResponderEliminarcuando publicaras el siguiente cap... quiero saber que sucedera el familia de edward despues que se destapo la caja de pandora...
ResponderEliminar