“Heridas Abiertas”
Rachel
POV:
El olor de laca de uñas
O.P.I embargaba la no muy gran sala de estar de mi ahora casa. Mi casa…sí, dos
meses y medio habían pasado desde que me había mudado con Paul luego de la
inesperada y dolorosa pérdida que habíamos sufrido. Y digo “sufrimos” porque si
bien fui yo la que había abortado espontáneamente a raíz de una caída, mi novio
también se había visto afectado; incluso más de lo que creí que podría haberlo
afectado toda esa condenada situación. Paul había tenido una infancia
acompañado solo de su madre, puesto que su padre; un miembro de la comunidad
Makah; había decidido no reconocerlo como su hijo jamás y su progenitora era
demasiado orgullosa como para perdonar semejante afrenta. Así que nunca
permitió que se encontraran nunca, aunque ninguno de los dos parecía haberse
sentido compelido a buscarse entre ellos.
En honor a la verdad debía admitir que en los
planes de nosotros dos no estaba el ser padres, pero sobretodo en los míos. Aún
así el haberme enterado que estaba perdiendo una vida que era mitad mía y mitad
de la persona a la que más amaba en la vida me puso el mundo patas arriba,
porque a pesar de que no sabía un demonio acerca de maternidad sentía como si
se me estaba yendo algo precioso y puro entre la sangre que manaba de entre mis
piernas y que jamás lo volvería a recuperar. Y así fue, no recuperaría a ese
pequeño granito de vida. Ninguno de los dos. Podríamos tener más hijos pero
jamás sabríamos como hubiese sido aquel. La duda nos acompañaba desde ese día.
Aún así, cosas buenas habían ocurrido: Paul y yo nos habíamos apoyado en la
pérdida, nos habíamos mudado juntos y ahora empezábamos esta especie familia
Howe prácticamente desde cero. Como toda convivencia, a veces discutíamos por temas
que hasta resultaban estúpidos como lo son que él bebiera la leche directamente
del cartón en vez de un vaso o que yo utilizara la secadora de cabello justo
antes de acostarnos e hiciera que el cuarto se sintiera caluroso por las
noches. Pero todas estas disputas tenían un lado positivo: las
reconciliaciones. En el momento en que alguno pronunciaba las palabras mágicas
“lo siento mucho” se desataba un vendaval sexual que no paraba tras dos o tres
satisfactorios orgasmos.
Así que si, podía decir
que estaba muy feliz en mi nueva casa. Paul me ayudaba con los quehaceres del
hogar, hacía esculturas con madera que serían vendidos por otros lugareños de
la reserva en el malecón de la playa y luego repartían las ganancias. Ya que
tenía que estar constantemente en alerta con la manada, y además de todo eso le
quedaba tiempo para nosotros. Era absurdo decir que me sentía abandonada,
cuando sabía que todo lo que hacía tenía una misma finalidad: el bienestar y la
felicidad de ambos. Era un cliché sí, pero el más hermoso y perfecto cliché en
nuestra historia en plena creación.
Y eso me traía al
principio de nuevo, sentada en el sofá de la sala de estar de mi nueva casa, la
cual ahora olía a pintura de uñas mientras que mis manos y ahora mis pies
pasaban a ser de color rojo cereza. Solo llevaba dos dedos en mis pies cuando
Paul entró en la estancia y se me acercó con una sonrisa tierna en sus labios.
No me hartaba de verlo. No
podía. Simplemente era imposible que me fastidiara de ver ese cuerpo forrado de
firmes músculos que lo hacían ver fuerte e intimidante ante los ojos de los
demás, mientras que para mí transmitía una abrumadora sensación de protección.
Su cabello negro como la noche y rebelde; sus puntas se negaban a domarse del
todo por lo cual lucía como un niño; iba siempre en cortas puntas. Sus largas
piernas adornadas con jeans largos que se amoldaban a su fornida forma o con
viejos vaqueros recortados a la altura de la rodilla para cuando necesitaba
salir de patrulla con la manada. Su pecho iba la mitad del tiempo tapado
vilmente con camisetas que se pegaban a su bien trabajado abdomen y la otra
mitad con su bíceps al aire exhibiendo en toda su gloria lo que debía ser el
cuerpo de un guerrero quilleute. Estaba orgullosa de mi macho. Sí, señor.
—Hola, princesa. —me besó
en los labios con delicadeza un momento, engañándome con una serenidad que
luego fue reemplazado con un violento saqueo con su lengua que despertó cada
una de mis hormonas femeninas.
—Creo que me extrañaste. —le
dije contra sus labios, riendo.
—Siempre. —me apresó la
nuca y volvió a besarme con ferocidad.
—Grrrr, no quiero que me
hagas excitar…más de lo que ya estoy. Me arruinaré las uñas. —le reclamé.
Levantó mis piernas que
estaban sobre el pequeño canapé de estilo rattan y las colocó sobre las suyas. Me
quitó el pequeño botecito de vidrio que tenia entre mis dedos.
—Yo te las pintaré,
princesa. Así harás menos desastre, terminarás más rápido y podremos ir a
revisar “la resistencia de la cama”.
—Me gusta ese plan. —solté
unas risitas tontas cuando me hizo cosquillas en las plantas de los pies y
luego me relajé contra un cojín mientras comenzaba a pintarme cada uña con una
destreza que me impresionó, tanto que no pude evitar comentárselo. —No pensé
que el barniz de uña fuese algo que manejaras con tal facilidad. ¡En dónde
aprendiste? O más importante aún... ¿Con quién?
El muy descarado se rió de
manera siniestra y satisfecha.
—Eres tan territorial que
pareciera que la loba fueses tú. ¡Ouch! ¡No me pellizques! No tengo la culpa de
que saques conclusiones erradas. Además te dañarás las uñas de las manos.
—No me importaría hacerlo
ya que luego te tocaría arreglarlas a ti. ¡Y no te desvíes del tema!
Su mirada se bajó a mis
dedos que seguían estando absurdamente impolutos mientras que él pintaba cada
pequeña uña con sumo cuidado. Su sonrisa se fue apagando hasta que solo fue una
especie de mueca triste.
—Cuando mamá enfermó hasta
el punto de no poder pararse de la cama, excepto para ir al baño, tuve que
aprender a hacer muchas cosas para atendernos a ambos. Ella era muy coqueta, no
le gustaba estar desarreglada; así que cada mañana luego de ayudarla a bañarse,
la cambiaba de ropa y hasta le peinaba su cabellera… —una lágrima rodó por una
de sus mejillas, agrietando mi fortaleza con cada milímetro que descendía. —…Era
preciosa. Su cabello era de un castaño oscuro y tan largo como el tuyo. Anne,
adoraba que la peinara, tanto que luego me enseñó cómo arreglarle las uñas…- se
limpió el rastro de llanto con el antebrazo y siguió con la mirada clavada en
mis pies, mientras que una sonrisa nostálgica pendía de sus labios. —Me
acostumbré tanto a esos momentos de paz de ambos, que cuando estaba con ella en
el hospital de Tacoma me sentía como un claustrofóbico con toda esa gente a
nuestro alrededor.
Acaricié su hombro
queriendo transmitirle fortaleza, pero dudo que él siquiera lo sintiese puesto
que sus facciones cambiaron mostrando una pena absoluta.
—Solo seis meses, Rach. En
solo seis meses esa maldita enfermedad me robó a Anne. No hubo radioterapia ni quimioterapia
que combatiera a ese jodido cáncer de mama. Le hizo metástasis en la ingle y
aunque le practicaron varias intervenciones en ese corto período de tiempo…nada
pudo con él. —Paul lloró como si no fuese un hombre de veinte años, sino como
lo haría un niño de diez. Lo atraje a mi hombro, a los cuales se aferró y mojó
con su llanto. Los temblores lo estremecían por completo. —Recé, Rachel, recé
cada condenado día en esas salas desoladoras llena de niños, jóvenes y adultos
en los que les practicaban la terapia. Recé porque Anne se salvara, porque en
algún momento pudiésemos despedirnos de esas personas con una sonrisa en la
cara e insuflándoles esperanza. Pero no…a los cinco meses la desahuciaron y nos
enviaron a la casa a esperar lo inevitable. ¿Y sabes algo? Ella estaba feliz de
estar en su casa, en su cama, a pesar de que los dolores eran tan brutales que
ni la maldita morfina le hacía efecto ya. La última semana fue sin duda la peor
de todas. Estaba tan gris… —sorbió por la nariz mientras seguía aferrado a mí y
yo acariciando su cabello a la par que no podía evitar llorar con él.
Imaginando ese dolor por el cual había pasado solo…absoluta y tortuosamente
solo. —…ya no era ella. Esa mujer que yacía lánguida en aquella habitación al
final del pasillo, no parecía mi madre. Físicamente estaba sin ese brillo tan
característico de ella, sin su cabellera lustrosa y sin aquella coquetería tan
de ella. Emocionalmente tampoco parecía a la Anne que conocí durante mi vida,
ya no sonreía ni me tomaba de la mano. Al final ese maldito cáncer le había
ganado! Y ella lo sabía. En unos días…se quedó dormida y más nunca despertó.
Los gemidos se volvieron
horribles. Cada sonido desgarrado lo sentía como si lo estuviese sufriendo en
mi propia carne, puesto que sabía; aunque él no me hubiese dicho nada; que la
pérdida del bebé le estaba removiendo los fantasmas de la muerte de su madre.
Yo la había visto muchísimas veces antes de irme a la universidad en
Washington, y siempre había desprendido esa aura de mujer independiente y
fuerte. Era desgarrador escuchar como se había ido apagando como una luz por
culpa de una terrible enfermedad.
—¿Por qué, Rach? ¿Por qué
Anne no fue capaz de curarse como los hacen tantas personas? ¿Por qué ella no
pudo ser una de ellas? ¿Por qué los ancestros no pudieron ayudarla? ¿Por qué
tuvieron que hacerme perder todo cuanto tenía? Nunca fui tan malo. Nunca…lo
fui…
—Shhhh, amor…lo sé. —¿Qué
palabras le decías a alguien en esa situación? Cuando perdí a Sarah apenas
tenía ocho años. Un accidente de tránsito de arrebató a la que debía ser la
mujer que me enseñara todo en la vida, pero las cosas no habían resultado de
esa manera. En cambio fue Billy quien tuvo que lidiar con toda la vergüenza del
mundo con mi primera menstruación, la primera charla sexual y hasta la primera
conversación del “noviecito” en la escuela. Solo había tenido a Billy, quien
aunque hizo todo lo que tuvo a su alcance, no fue suficiente. La necesitaba a
ella…y con Paul era lo mismo, aunque hubiese tenido dieciocho años cuando su madre
murió, él la había necesitado y aún lo seguía haciendo. Quizás su dolor era
incluso más profundo que el mío puesto que él había tenido mucho más tiempo
para amar a su mamá que yo y también tuvo que verla como se le escapaba de las
manos. Mi pobre lobito…Tan fuerte pero tan débil. —¿Nadie estuvo contigo en
esos días, amor? —acaricié su cara como si pudiese romperse con el más nimio
roce. Negó con la cabeza y no pude evitar sentirme indignada. —¿Nadie te
visitó, te acompañó en la ceremonia de la liberación de las cenizas?
Se encogió de hombros.
—Unos cuantos fueron,
Billy entre esos. Estuvieron en la ceremonia y luego se despidieron. Uno que
otro me visitó, pero prefería que no lo hicieran, no soportaba sus caras de
lástima que parecían decirme que no lograría sobrevivir sin ella. En ese momento
creía precisamente eso. —recuperó un poco la compostura, se limpió las mejillas
con el antebrazo y vio al vacío. Rememorando. —Dos días después de que
cumpliese seis meses de muerta Anne, me convertí. Allí mismo en el patio
trasero. Era tanta la ira, el dolor, la confusión de no saber qué era lo que
pasaba…que después de varios días sintiéndome extraño, terminé explotando y
entrando en fase por primera vez. Pasé tres días completos como lobo. Aullando
como un desquiciado y corriendo en plena histeria. Sam me encontró pasadas las
veinticuatro horas de haberme transformado, pero no pudo sacarme hasta dos días
después. Era horrible, princesa. Nunca podrás imaginar cómo era ese dolor de
tus músculos mutando mientras que peleas con tu interior intentando volver a
ser el de antes. Desde ese momento Sam se convirtió en una especie de hermano
mayor para mí ambos sabíamos lo que era estar solo y valernos por nosotros
mismos. —de pronto me dirigió una sonrisa que pugnaba por salir detrás de
semejantes experiencias devastadoras. —Pero todo esto de ser lobo no ha sido
del todo malo, mírate, nos ató de por vida y eso sí que no puedo reprochárselo
a los ancestros guerreros.
Tomé su cara entre mis
manos y lo besé con ternura, tratando de minimizar su dolor dentro de lo
posible.
—Was ho, Paul Howe, no tendrás que perder a nadie. Nunca más. Si fui
la destinada para acabar con tu soledad y tu ira, cumpliré a cabalidad con mi
papel. No porque me lo impusieron los dioses, sino porque te amo más allá de lo
verosímil. Havli chuh, mi guerrero. (De ninguna manera) (Soy tuya)
-
Havhli
chid,
mi princesa. (Soy tuyo)
Y entonces no me pudieron
importar menos las uñas, pues mis manos y mis pies estaban desesperados por
encontrar el lugar perfecto para anclarse en Paul. Mi bote salvavidas y mi
despertar a un mundo místico lleno de magia ancestral.
Adiós sudadera, adiós
camisetas, adiós panties y brassier, adiós calzoncillos, adiós franela sin
mangas y vaqueros recortados. Adiós cualquier estorbo que se interpusiera entre
su cuerpo y el mío para acoplarnos. No solo sexualmente, sino emocionalmente,
buscando sanar en los brazos del otro las heridas infligidas por eso que la
gente suele llamar destino a lo largo de los años.
—Rachel… —gimió en mi boca
mientras acariciaba entre mis labios y sentía mi humedad, esa que solo se
derramaba por las caricias de él. Coloqué una de mis manos sobre la suya
mientras Paul trazaba círculos sobre mi clítoris.
Jadeé y me retorcí
buscando una liberación que sus dedos se negaban a darme con tortuosa lentitud. Introdujo el índice en mi
interior y luego el dedo medio ensanchándome y preparándome para su invasión.
Sus yemas se curvearon y tocaron ese punto rugoso que logra que casi cualquier
mujer se desarme en los brazos de cualquiera.
Lo atraje de la nuca hasta
mis labios y lo devoré hasta que me dolieron las comisuras, su lengua rozaba la
mía mientras que la punta de su miembro tanteaba buscando mi entrada, y en
cuanto la encontró, en una lenta y apasionada una sola estocada se deslizó en
mí.
—Ssh havh… —siseé. (Tan bueno)
Me garré a sus hombros y
recibí sus embestidas que pasaron de ser tiernas a desesperadas y potentes. Su
miembro golpeaba con fuerza en mi interior mientras que mis paredes luchaban
por atraparlo entre ellas. Sus manos amasaban mi trasero con tanta fuerza que
sabía que a la noche de seguro tendría cardenales en ellos, pero eso no me pudo
importar menos en ese momento. Solo existíamos Paul y yo con nuestro placer.
Entrando y saliendo por turnos.
Cuando comencé a sentir
los espasmos arrollándome, curvé la espalda sobre el cojín donde seguía
recostada y grité sin tapujo alguno. Me aferré a su miembro con desespero en
busca de disfrutar hasta del más mínimo segundo de ese delicioso orgasmo que él
me regalaba. Paul se tensó y me penetró con más fuerza aún haciéndome remontar
sensaciones y logrando que los dos estalláramos en un exquisito clímax.
Pasado el placer del
momento, sentimos la incomodidad del mueble pequeño y nos fuimos hacia la
habitación…bueno, en realidad él me llevó en brazos porque yó me negué a
soltarme de su cintura. Nos llevó directo a la ducha y nos colocó bajo la
alcachofa de esta cuando el agua caliente comenzó a salir después de unos
segundos.
Me mordió el labio
inferior con una sonrisa sombría:
—¿Qué me das a cambio de
que te enjabone entera? —su mano con la pastilla ya se resbalaba por la curva
de mi cintura hacia abajo.
Lo tomé de los glúteos
acercándolo explícitamente contra mi entrepierna. Él gruñó y su miembro latió
frente a mi vientre indicándome lo “dispuesto” que estaba.
—Un masaje de cuerpo
entero antes de ir a dormir.
—¿Con “final feliz”? —sus cejas se enarcaron con diversión y deseo a la
vez. Me carcajeé.
—Sí, con final feliz,
amor. —lo besé con ternura, tomando su cara entre mis manos para consentirlo
con mis caricias, tal como Paul estaba haciendo con mi cuerpo en ese momento.
—¿Rach? —susurró entre
besos.
—¿Mmm?
—Gracias. —abrí los ojos y
me percaté que él me estaba mirando con una adoración abrumadora. No hizo falta
preguntarle el porqué, él respondió antes de que pudiese preguntarle. Lo cual
sería necio, puesto que sabía de qué hablaba. —Por llegar a mí y hacer que
ganara cuando ya estaba harto de perder.
Tragué grueso al escuchar
sus palabras. Palabras que me hacían sentir con una gran responsabilidad a
cuestas: debía cuidar ese corazón tantas veces maltratado. Pero lo más
inverosímil de la situación era que no me sentía en absoluto obligada, sino
bendecida.
Le acaricié un lado de la
cara con las yemas.
—La que se despierta cada
mañana envuelta en los brazos de un guerrero ancestral que se ha enfrentado a
muchas vicisitudes, que me protege cada día y que me ama con mi infinidad de
defectos más allá de lo racional; soy yo ¿y tú eres el premiado? Obviamente no
te ves con claridad, amor. —rocé sus comisuras con la delicadeza de una
mariposa.
Me abrazó con fuerza y
suspiró contra mi hombro.
—¿Dios, te amo!
No, no soy Dios pero sí
que te puedo enseñar el cielo por unos instantes… —sonreí arrastrando mis uñas
por su espalda, haciendo que lo recorrieran escalofríos.
—¡Oh si, por favor!
—Con una condición.
—La que quieras. —ya se
estaba colocando mis piernas en su cintura.
—Que luego del baño
recojas el desastre de ropa que dejamos en la sala.
—Hecho.
Dicho eso le mordí en el
hombro haciéndolo gruñir y reírse complacido.
—Entonces hazme tuya, mi
lobo.
Llegamos a la casa de Sam
y Emily, que estaba a cinco minutos en carro desde la nuestra. Paul y yo
llevábamos una botella de cerveza sin alcohol y un pie de limón como
contribución con ellos que nos habían invitado para una parrillada. Toda la
manada estaba allí: Jared con Kim quienes estaban alejados hablando muy cerca y
dándose besos de tanto en tanto. Quil jugaba en el suelo con Claire quien le
tenía las manos todas pintadas con los marcadores con los que coloreaba su
libro que tenía apoyado en el suelo de grama recortada del patio, Brady y
Collin; los más jóvenes de la manada; estaban pegados a Sam en las brazas
robándole pedazos de la carne que se iba haciendo mientras que este repartía
espatulazos a diestra y siniestra…eran una familia. Una loca y extraña familia
unida por una leyenda que trascendía mucho más allá de lo que era comprensible
para la mente humana. Compartían lo malo y lo bueno, como era en ese momento
esa reunión en la que los lobos y sus mujeres estábamos compartiendo un mismo
núcleo. En realidad no eran todos, me recordé a mí misma con pesar. Ni Jacob,
ni Seth, ni Embry; pues hacía apenas unos días que habían seguido a mi hermano;
ni Leah pertenecían a este grupo ahora.
Habían tomado su decisión de alejarse por diferencias que ahora ya habían sido
salvadas pero aún así no habían regresado. La que me parecía que tenía los
mejores motivos para apartarse era Leah, no podía ni imaginarme lo horrible que
debía tener que soportar ver a la persona que amabas estando con otra. Paul me
había aseverado en más de una ocasión que Sam lo pasaba casi igual de mal que
ella pero no podía estar de acuerdo con él en ese punto, puesto que no era su
amigo el que tenía que llegar a casa abatida y sola después de pasar el día al
lado del hombre que amabas, tener que soportar sus órdenes sin rechistar y
hacer como si él no fuese más que un integrante más de la manada, cuando todos
en esta sabían que no era así al verse forzados a compartir sus pensamientos.
No…era imposible que Sam pasara por el mismo dolor cuando al regresar por la
tarde o por la noche tendría a su mujer esperándole para consagrarse a él y él
a ella, como la imprimación lo demandaba.
Paul permanecía a mi lado,
como era de esperarse, pero su postura no estaba del todo relajada. Suponía que
eso se debía a que era la primera vez que compartiría con la manada y él tenía
miedo acerca de algo. Quizá de que alguien sacara el tema de la pérdida del
bebé y yo me sintiese mal, no es como si lo hubiese superado del todo pero tampoco
era de cristal. No me iba a romper tan fácil, una esposa de un guerrero no
podía darse ese lujo. Debíamos sobreponernos lo más pronto por nuestros machos,
era lo mínimo que podíamos hacer por ellos. A mi modo de ver las cosas. Así que
esa actitud de él me parecía un poco sobreprotectora pero aun así adorable, al
fin y al cabo él siempre querría cuidarme de todo y de todos y yo tenía que aprender
a lidiar con eso. Por eso le estreché la mano que tenía apretada con la mía y
le sonreía con ternura.
—La pasaremos bien, cielo.
—le di un corto beso en los labios y me separé cuando la voz de Sam se dejó
escuchar.
—Rachel, bienvenida. —me
dijo con una sonrisa educada y le tendió el antebrazo a Paul quién se lo
estrechó antes de darle una palmada en la espalda. —Hermano, bienvenido. Pasen
adelante.
—Gracias, hermano. ¿Y tu
Emily en dónde está?
—Está en la cocina
preparando la…aquí viene. —apareció por la puerta trasera con un bol
transparente que dejaba ver claramente su contenido. Emily traía un enoooooorme
tazón con ensalada y que colocaba en un largo mesón que tenía allí varias
botellas de cerveza sin alcohol, vasos, algunas cosas para picar y una pila de
platos y cubiertos. Pasó por el lado de Collin y Brady y les llamó la atención
por según ella “no dejarle nada a sus hermanos”, aunque yo veía una bandeja
inmensa con carne y salchichas esperando por ser las próximas en las brasas.
Cuando ella nos vio nos
sonrió con educación; tal cual como lo había hecho su prometido; y su cara se
deformó un poco por la tirante cicatriz que tenía de un lado de esta. Llegó al
lado de Sam y este le besó la marca al tiempo que le estrechaba su cintura
contra su cadera.
—¿Cómo están, chicos?
Bienvenidos. Los estábamos esperando.
—Hola, Emmy. —dijo Paul,
reteniéndome a su lado como lo hacía Sam con ella.
—Hola, muchas gracias por
la invitación. Les trajimos más cerveza sin alcohol para su arsenal y un pie de
limón para el postre. —le tendimos lo que llevábamos en las manos y el
anfitrión tomó todo no sin antes invitarnos a formar parte del grupo.
—Pasen adelante y póngase
cómodos. Bueno…a ti no tengo que decírtelo, Paul. Sé que te estás comportando
con educación solo porque Rachel está aquí contigo. —le guiño un ojo y salió
corriendo antes de que mi novio le acertara en el hombro con el puño en broma.
Emily nos guió a la mesa para que nos sirviéramos pero preferimos pasar a
saludar a los demás invitados.
Saludamos a Jared, a quién
no veía desde hacía un tiempillo y le habíamos interrumpido un beso apasionado
con su Kim; esto último con abierto regocijo de Paul. Acordamos quedar una
noche para ver películas con ellos, pero Kim y yo nos complotamos para decidir
poner alguna película bastante melosa y cursi para tenerlos aburridos. En
resumidas cuentas, me pareció una chica muy graciosa y fácil de llevar. Luego
saludamos a los más jóvenes presentes, Paul se mofó de Brady por llevar el
cabello más largo. Según él cuando se transformara se parecía a un león que se
hubiese aplicado un desriz. Collin no abogó por su amigo en cambio se unió a
las burlas de Paul y le revolvió el cabello a Brady, a quien en mi opinión
personal le quedaba precioso su cabello color castaño chocolate. Luego fue el
turno de Quil quien no parecía cansado a pesar de que una enérgica Claire
saltaba de aquí para allá con sus marcadores y le tenía los brazos como un mapa
de carreteras. Me acerqué a la pequeña y le sonreí a manera juguetona mientras
le tendía una mano:
—Oye, Claire ¿crees que me
puedes prestar ese marcador? Es que quiero escribir algo.
La nena en vez de darme el
marcador me tomó de la mano y men llevó hasta donde estaban los demás
desparramados por el jardín.
—Atí hay mash. Mida… —levantó
unos cuantos y me los dio pero no soltó el que tenía en la manito. —Te osh peshto.
—¡Oh, que amable! La cosa
es que…yo quería que me prestaras ese que tienes en la mano ¿no puedes? —le
pregunté intentando ayudar a Quil que parecía una madre histérica, preocupado
por que la niña se pudiese hacer daño pero que al estar lidiando con su objeto
de imprimación se le hacía casi imposible negarle algo. Entendía que había
varias maneras en las que la imprimación se llevaba a cabo y que no
necesariamente tenía que ser algo sexual. De hecho lo de Claire y Quil no lo
era en absoluto, él era como un hermano mayor para ella. En los próximos
catorce o quince años probablemente la historia daría un gran vuelco. Le sonreí a la pequeñita y le hice un
patético intento de puchero. —¿Puedes prestármelo, Claire?
—No. —dijo con naturalidad.
—¿Por qué?
—Podque teno que pintad a mi Quil. —puso los ojos en blanco como si
la cosa fuese obvia para todo el mundo.
Me carcajeé y me acerqué a
Paul quien veía la situación con un brillo extraño en la mirada pero que cambió
en cuanto su mirada se encontró con la mía. Me sonrió y me tomó de la cintura
pegándome mucho a él. Dejé pasarlo por ese momento. Vi a Quil y me mofé de él:
—Lo siento mucho. Hice lo
que estuvo en mis manos, así que es toda tuya.
El chico suspiró como si
estuviese al límite de sus fuerzas:
—Muchas gracias, Rachel.
Eres muy ama… ¡Claire, ya te dije que no corras con el marcador destapado! —se
excusó mientras se levantaba como si tuviese un muelle en el trasero y salió
detrás de la pequeña.
Comimos…Bueno, las mujeres
comimos, los hombres en cambio “devoraron” la carne a la parrilla, la exquisita
ensalada silvestre, unas divinas patatas asadas en el horno y finalmente el
gran pie que llevamos además de una tarta de calabaza espectacular que Emily
había preparado. Insistí en lavar los trastes pero de eso se quisieron encargar
los machos y nosotras no nos esforzamos demasiado en hacerles cambiar de
opinión. De hecho huimos antes de darles oportunidad a retractarse.
Así que allí estábamos
Emily con su sobrina Claire en brazos, Kim y yo, sentada en el patio trasero.
La pequeña estaba a punto de caerse desmayada de sueño después de tanto correr
y comer, sus ojitos luchaban por permanecer abiertos pero su boquita formaba
demasiadas O como para creer que le quedaba más energía.
—Me asusta que después de una
patrulla Jared no llegue. —dijo Kim estremeciéndose al imaginarse esa
situación. Todas allí comprendimos ese sentimiento porque era algo que en algún
momento o en varios se nos había cruzado por la cabeza.
—Aunque es natural
preocuparnos por ellos, debemos confiar en sus cualidades y habilidades. No son
unos simples lobos, recordemos que son unos guerreros dotados con fuerza,
velocidad e inteligencia. Ellos saben lo que hacen muy bien. Tenemos que transmitirles
nuestra confianza. —respondió una muy sabia Emily. Ella de todas era la que más
tiempo tenía de imprimada y conocía la dinámica de ser una “chica lobo”.
Yo solo respiraba profundo
tratando de imaginarme sin Paul. ¿Cómo podía sobrevivir sin él, cuando este se
había convertido en el centro mismo de mi universo? ¿Moriría con él la
imprimación? Pero si esta moría dudaba que el amor lo hiciese. No, no podía
imaginarme un escenario así. Era simplemente horrible. ¿Yo sin Paul? Imposible.
Si los ancestros nos habían emparejado, era por algo.
Íbamos a estar juntos para
siempre. Punto.
De pronto los hombres
salieron con un alboroto por la puerta trasera. Estaban empujando a Paul hacia
mí y este luchaba para resistirse a las bromas de sus hermanos. No entendía
absolutamente nada.
Él se veía tenso de nuevo
y cuando finalmente llegó hasta mí se acomodó su franela de manga corta gris
oscura que se apretaba a sus músculos y se limpió sus manos en los vaqueros
negros. Su mirada rabiosa se desvió de nuevo hasta los chicos que volvían a
bromear y reírse a carcajada limpia.
—¿Pueden callarse? La cosa
no es para reírse. Es más…lárguense de aquí que la cosa no es con ustedes. Este
es un asunto serio.
—Ohhhh no. Eso no fue lo
que dijiste en la cocina. —se mofó Quil ahora con los brazos cruzados al pecho
y con cara de abierta malicia.
Sam intercedió con su innegable
voz autoritaria:
—Ya basta, chicos. Dejemos
que Paul diga lo que tiene que decir, ya luego habrá tiempo para que estén molestando.
—y todos se callaron de inmediato pero sin duda alguna estaba conteniendo la
risa. Aún así acataron la orden del alfa y ninguno volvió a hablar.
Me removí inquieta en la
silla y miré a Paul, quién le dio la vuelta a mi puesto y se puso entre mis
piernas y luego se bajó hasta posar ambas rodillas en la tierra, se metió la
mano en el pantalón y sacó una bolsa rústica tejida y me la extendió con
nerviosismo. Yo estaba temblando y también comenzaba a hiperventilar. No podía
ser…no delante de sus hermanos…Los ojos me picaban.
Sacó un precioso anillo de
oro reluciente con un hermoso zafiro de color azul y este estaba rodeado de
pequeños brillantitos que hacían que el anillo se viera espectacular. Era viejo
sin duda alguna, su diseño así me lo decía, pero estaba tan precioso y
brillante que parecía como si nadie lo hubiese utilizado antes.
—Rachel Marie Black, aquí
delante de mis hermanos y delante de sus mujeres. Delante de la única familia
que he tenido desde Anne hasta que te encontré, te pregunto: ¿Te gustaría
formar una nueva familia? ¿Convertirte en mi esposa? No te prometo que todo
será fácil ni que seré perfecto, pero te prometo…no, te juro que todo lo malo
que hay en mí luchará con todas sus fuerzas para merecer el honor de poder
llamarte esposa. Dame esa oportunidad, princesa. Permíteme llamarte
oficialmente mi mujer delante de mis hermanos y la reserva entera. ¿Lo deseas?
Jadeé quedándome sin
aliento. Allí, en medio de un sencillo jardín, en una parrillada y con todos
vestidos en vaqueros y franela había recibido la propuesta con la sueña toda
mujer desde niña. No venía de un príncipe azul con armadura y corcel blanco,
pero sí que venía de alguien fantástico y luchador. Alguien que había sorteado
y se había levantado de los golpes que le había propinado el destino y también
nuestros ancestros. A pesar de que él me había hablado de sus hermanos y sus
mujeres me sentía incapaz de apartar mis ojos de él para ver si se estaban
riendo de nosotros. Solo existíamos en ese momento nosotros dos.
Extendí la mano hacia él,
ya sin poder contener las lágrimas y asentí:
—Acepto el honor y el
placer de convertirme en tu esposa delante de tus hermanos, sus mujeres y de la
reserva entera, Paul. Si… —la voz se me estranguló cuando él deslizó el anillo
en mi dedo anular. Me quedó un poco flojo pero no se me salía del dedo así que
no me importó en lo absoluto. Él me podía haber dado un anillo salido de uno de
los huevos Kinder, y mi emoción
hubiese sido la misma.
Me abrazó y me atrajo
contra su pecho para besarnos, nos colocó en pie y estalló el pandemoniun de
gritos y silbidos en el patio. Después de un beso cargado de emoción por parte
de ambos, Paul se alejó un poco y me vio a la cara mientras las bromas seguían
a nuestras espaldas:
—¿En serio aceptas?
—Claro que sí. Me muero
por ser llamada la “Señora Howe” de ahora en adelante. —le abracé con fuerza y
entonces, por encima del hombro divisé a Jake que estaba parado detrás de
Billy. El primero sonreía satisfecho, el segundo se mordía los labios tratando
de tragarse las lágrimas que brillaban en sus ojos.
—Por cierto… —Paul me dijo
al oído. —El anillo le perteneció a Sarah Black. Fue la condición de Billy para
concederme tu mano. Y ya que él está aquí te doy esto… —volvió a meter la mano
en el saquito y sacó un brazalete que tenía entretejido los colores aguamarina
y marrón. Temblé de emoción nuevamente al reconocer eso… —Ya lo pedí al estilo
habitual y ahora toca al estilo quilleute. ¿Te desposarás con este humilde
guerrero kwoh lay or?
(quilleute)
Fingí que lo pensaba con
detenimiento.
—Wqli rzcha. Déjame pensarlo. —me pellizcó suavemente el brazo riendo maligno. —¡Ouch!
—me puse seria de nuevo y le respondí: —Fqfi te acepto,
Paul. (No sé) (Aquí y ahora).
Volvimos a besarnos pero esta vez
sin tanta efusiva más aún así se escapó uno que otro silbido.
Miré primero mi muñeca y
finalmente me detuve en mi dedo y temblé al entender que de ahora en adelante,
mi madre estaría conmigo de una manera tangible, haciéndome sentirme agradecida
por la vida que tenía y por las personas que había en ella.
Una lágrima me rodó por un
costado mientras veía mi hermano y a mi papá que se acercaban lentamente hasta
nosotros.
—Lamentamos la tardanza… —dijo
Jacob con desparpajo. Le estrechó el antebrazo a mi ahora prometido y este le
respondió con una sonrisa complacida. Difícil era creer que hacía solo un par de
meses no podían ni verse por cosas…de manadas y aquelarres. —Pero
definitivamente no nos perdimos la atracción principal, que era ver a Paul
suplicando de rodillas… —se carcajeó y Paul lo soltó para darle un puñetazo
amistoso en el hombro. Me miró antes de darme un abrazo. —No sé si felicitarte
o darte mi sentido pésame por quedarte con semejante ser tan borde. ¡Hey, Rach,
no me golpees!
—Jacob, deja de ser tan
pesado con tu hermana. —luego me miró a mí y sus ojos brillaron emocionados. —Felicitaciones,
mi niña. Espero que seas muy feliz al lado de Paul. Él es un buen chico y sabrá
protegerte de todo. Cuida tú de su
corazón que es lo más valioso que un guerrero puede encomendarle a su mujer.
Su mano estrechaba fuerte
la mía más no me quejé en ningún momento. Estaba demasiado emocionada como para
quejarme. Lo abracé con fuerza y deposité un sonoro beso en su mejilla ahora
empapada de lágrimas.
—Gracias, papá. —le dije a
falta de algo menos empalagoso de lo que tenía en mi cerebro en ese momento.
Los cuatro hablamos
durante largo rato y luego se nos unió Sam quién participó en la conversación
como si las manadas nunca se hubiesen roto. Sabía que los lazos entre él y mi
hermano se habían estrechado tras eso pero fue allí cuando entendí que la
hermandad de los lobos en realidad nunca se rompía.
Mil disculpas por ser tan
descuidada con este fic…y mi más sincero agradecimiento para quienes a pesar
del tiempo que pasa…aún continuán dándole una oportunidad.
hola Marie, lògico que todavia te sigo como siempre, me encanta todas las historias son todas hermosas, es interesante ver la historia del libro amanecer por los ojos de los lobos..me encanta..
ResponderEliminarEspero pronto un nuevo capi..
hasta luego..