sábado, 6 de abril de 2013

CORAZÓN DE CRISTAL - Vigésimo Tercer Capítulo:



Este separador es propiedad de THE MOON'S SECRETS. derechos a Summit Entertamient y The twilight saga: Breaking Dawn Part 1 por el Diseño.

“Aliados”

Bella POV:
Dos largos y agónicos días más. Dos condenados días en que había tenido que lidiar con la tristeza que tenía Edward guardada y no quería dejar ir. Era demasiado frustrante; pero que me partiera un rayo si me iba a dar por vencida. No estaba en mi naturaleza el darme por vencida cuando de él se trataba.
Pensé que las cosas mejorarían ya que habíamos hablado afuera de la tienda de bebés. Pero aunque se comunicaba, seguía sin abrirse con nadie. Había subestimado el nivel de tozudez de Edward cuando se empecinaba con un tema, y evidentemente el embarazo de Rose le había tocado una fibra personal con la cual no sabía lidiar.
Esme me recibió al tercer día con una expresión que mostraba claramente su preocupación. Bajé de mi vieja chevy y tranqué de un portazo. No porque estuviese molesta, sino porque la condenada pesaba casi dos veces más que yo. Pensé que uno de esos días me causaría tendinitis por un tirón de aquellos.
—¿Nada? —le pregunté mientras subía las escaleras del pórtico para accesar a la casa. Negó con la cabeza pesarosa.
—Nada. Sigue sentado en su hamaca viendo hacia la nada. ¡Ya son tres días, Bella! —sus ojos estaban invadidos por una gran preocupación. Supuse que para alguien que había pasado tantos años con un hijo autista tan ensimismado, debía ser duro ver sus impresionantes avances y luego ser testigo de alguna recaída. Aquello suponía una prueba de paciencia y esperanza.
Apreté su brazo para infundirle un poco de aliento. Tenía algo planeado que esperaba funcionara de manera definitiva.
—Y será el último si me salgo con la mía. Confía en mí. —le dirigí una media sonrisa y un guiño.
Apretó mi mano y asintió sin decir una palabra. Quizá por miedo de romper a llorar en ese preciso instante.
Pasé por la cocina saludé a Alice y rechacé un muffin recién horneado que me ofreció. Era impresionante como algo tan sencillo y corriente podía dotar a aquella inmensa estancia con una deliciosa calidez hogareña. Amaba encontrar que cada espacio tenía un resquicio dulzón de canela y banana.
Me dirigí hasta la habitación de Edward y vi sus piernas colgando desde su silla-hamaca. Entré en silencio y me palmeé la chaqueta; en un gesto bastante necio. Ya que me había asegurado al menos diez veces de haberlo tomado antes de salir de casa. Eso aunado al hecho de que lo que tenía allí había hecho que llegara un poco tarde y que había obligado a la pobre Alice  a tomar un taxi esa mañana. No fue hasta que corroboré que seguía en donde lo había guardado cuando me acerqué hasta él.
—Hola, ángel. —dije desde su espalda y sin ninguna variación en mi tono del tipo mimosa o zalamera. Él no había enfrentado la situación como debía, pero tampoco podía censurarle como haría con cualquier otra persona.
—Buenos días, Bella. —cero emociones. Estaba inmerso en  su mundo.
—¿Cómo amaneciste?
—Acostado.
Cerré mis ojos y negué con la cabeza aguantando la risita tonta que quería escapárseme.
—Sabes que no es educado contestar así. Me refería al estado de tu salud. —a mí podía parecerme graciosa su sinceridad sin filtros pero no iba a relacionarse solo conmigo o con su familia de ahora en adelante. Cuando se pusiera en marcha la fundación de Carlisle él tendría que interactuar con muchas personas extrañas y una respuesta de este tipo podría generarle problemas. No todos tenemos la capacidad para lidiar con personas que padecen la condición del autismo y mucho menos con su honestidad absoluta.
—Lo siento. Me siento bien. Gracias. —rectificó al instante. Buen chico.
—¿Y emocionalmente? —presioné.
Nada. Silencio.
—Edward, ¿Qué te dije días atrás?
—Que debía hablar contigo. —su tono me decía que estaba comprendiendo sobre lo que debía rectificar.
—Exacto. Y no lo estás haciendo. —presioné un poco más.
—Estamos hablando. —sonaba algo consternado.
—Sí pero no de lo que realmente te molesta. Y déjame que te informe que todo el mundo está preocupado por tu estado de ánimo. Ya son demasiado días de esa manera.
—Lo sé. —Mi pobre ángel perdido. —Pero no sé como dejar de sentirme así.
Rodeé la gran gota azul de tela y me coloqué frente a él para poder mirarlo a los  ojos. Lucía esa expresión carente de emoción que enmascaraba pobremente cuando Edward estaba pasando por una situación que lo deprimía.
—Pues no haces mucho por avanzar cuando te encierras en esta habitación y te quedas mirando a la nada, ángel. Si te sientes mal y sabes que eso está afectando a los demás; y por encima de todo eso te está carcomiendo a ti, debes de poner de tu parte para salir adelante. Podrías entretenerte de varias maneras. Alice te recibiría encantada en la cocina, también podrías ayudar a Esme con el cuidado de sus flores o tan solo sentarse a tomar un té juntos. Eso la haría muy feliz. Podrías buscar un libro en la biblioteca, leerlo y luego discutirlo conmigo. O puedes buscar que otro pasatiempo te llama la atención. —recordé entonces algo que olía gustarle mucho.  O sal a caminar con tu hermano, como lo habías venido haciendo hasta ahora…
—¡Pero Emmett ya no ha salido más conmigo! —respondió con exasperada dureza.
Y esto es una muestra clara de porqué las rutinas de los autistas no pueden ser alteradas de un día para otro. Aquello suele desestabilizarlos y ya que ellos no siempre comprenden cómo funciona su entorno, necesitan de la estabilidad que les transmite la rutina ya adoptada. Aunque en defensa de Emmett había que acotar que “su rutina” también se había visto severamente alterada. Y de manera permanente.
—Tienes razón, ángel. —asentí. —Bien. Supongo que yo podría salir a caminar contigo en lo que tu hermano solucione sus problemas. No es que sea la más atlética. En realidad, no soy atlética en lo absoluto.. ¡Oye! ¡¿Es una medio sonrisa?! En fin, podemos salir a caminar en cuanto llegue por las mañanas ¿Qué te parece la idea?
Asintió a regañadientes y yo supe el porqué: no es que no me quisiera, o que lo hiciera menos que a su hermano. Es solo que en el mundo estructurado de Edward, Emmett tenía su lugar con sus respectivas actividades y yo el mío con las nuestras. Y siendo sincera me alegraba muchísimo eso; ya que significaba que él no cerraba su vida solo en torno a mí.
—Vale. Supongo que podría hablar con Emmett y preguntarle si podemos llegar a un acuerdo en esto de retomar las caminatas. —le tendí la mano y lo hice poner de pie. Había ganado unos buenos  tres kilos que lo hacían lucir más fornido y que a su vez me dificultaba un poco más el lidiar con él físicamente; como en esta ocasión. En otras ocasiones más íntimas yo era capaz de tolerar bien. Momento de centrar mis pensamientos en líneas menos retorcidas. —Quiero darte algo que hice. Bueno, en realidad lo mandé a hacer. Ya que mi computadora está guardada en el garaje con otras cosas que tu madre decidió no desechar. Volviendo al tema. Es un regalo sencillo. No es la gran cosa.
Y como a toda persona la palabra regalo hizo que sus ojos brillaran. En su caso este lo hizo parecer mucho más joven, casi un chiquillo.
Colé mi mano en el bolsillo interno de mi chaqueta y le tendí el CD que venía en un estuche de plástico. Lo tomó entre sus manos y lo giró. Esperé en silencio su reacción que se tardó unos segundos en llegar, peros cuando lo hizo vi una sonrisa preciosa en sus labios. Caminó hasta el mueble que tenía su colección de música y su equipo de sonido, lo colocó y dejó que la música embargara la habitación. El primer tema en sonar fue I won´t given up de Jason Mraz. Edward parecía haberse perdido entre la lírica y yo aproveché ese instante para dejarle solo.
Existían cosas que Edward aun tenía que comprender, y una de esas era saber hasta qué extremos estaba dispuesta a llegar por él. O si alguna vez me daría por vencida con cualquier cosa le involucrara. Esperaba con muchas ganas que él pudiera comprenderlo de aquella manera.
Me había asesorado con el doctor Poomar y a él le pareció una manera válida ya que estaba utilizando un medio con el que Edward parecía tener un estrecho vínculo, como lo era la música. Así que con la venia del médico tratante decidí poner en marcha mi plan de recuperación.
Lo que no me había causado tanta emoción cuando había hablado con el exótico y atractivo hombre era lo que vino después de aquella aprobación.
—Bella ¿Has considerado la posibilidad de que cuando Edward se haya integrado en la sociedad, como todos esperamos que pase en un momento cercano, él podría interesarse en alguien más? —preguntó con una agudeza visual la cual me sugirió que no solo mi ángel estaba siendo analizado. No me gustó demasiado pero supuse que igual era válido.
—Lo he pensado en más de una ocasión. —confesé con una tranquilidad que no pegaba en absoluto con lo que me hacía sentir la posibilidad de que eso ocurriera.
—¿Y qué harías en ese caso? —insistió el médico muy interesado. —Porque seamos realistas, Isabella. Sabes por descontado que esta no es una relación tan usual. Y que en este caso, primero debe prevalecer tu profesionalidad sobre el apego emocional.
—No pienso ni quiero perjudicar a Edward de ninguna manera aunque él decida que ya no estemos juntos. —le corté quizá con más rudeza de lo que esperaba. —Él siempre será mi prioridad.
Dave, que parecía haber esperado esa reacción por mi parte, respondió en tono conciliador:
—Mi intención no es hacerte sentir incómoda a posta, Isabella. —se veía muy honesto al decir eso. No era una mala persona, solo me daba su punto de vista profesional, aspecto que yo había comprometido bastante al involucrarme en una relación con mi paciente. —Es solo que quiero asegurarme de que tu parte emocional no comprometerá los avances de él. De ninguna manera Edward puede permanecer en una relación en la que no esté comprometido porque traerá conflictos constantes que generarán a su vez un desequilibrio conductual, que es lo que estamos tratando de evitar. Muy por el contrario, si él establece un vínculo emocional con alguna otra persona estaríamos ante una gran mejoría. Él se permitiría cerrar y abrir ciclos de manera saludable. Esto sería lo más cercano a lo cotidiano. —argumentó.
No podía negar que había contemplado aquel escenario en varias ocasiones. Y en todas ellas terminaba sintiéndome miserable, por lo cual trataba de evitarlo a toda costa. Sin embargo, había llegado a un acuerdo conmigo misma en el cual establecía de forma inflexible que el bienestar de Edward estaba por encima de todo. Incluso de mis propias necesidades. ¿Qué otra cosa podía hacer? Así era la vida y las relaciones. Nada estaba escrito en piedras.
Así que asentí frente a la computadora en casa de los Cullen, que fue donde contacté con el médico, y respondí con seguridad absoluta:
—Créame, doctor Poomar, que estoy al tanto de eso. Y tenga por seguro que sé lo que tendría que hacer en ese caso.
Él pareció estar conforme con mi respuesta final y yo fingí que no morí un poco por dentro cuando imaginé de nuevo aquello.
Pero si de algo estaba segura, aunque no se lo dije al hombre en la pantalla, era  que amaba tanto a Edward que si llegaba el momento en que esto lo perjudicara, entonces me iría sin ningún reproche. Él no pidió enamorarse de mí, tampoco nacer con autismo. Y aunque yo no le había forzado nunca a algo que no quisiera, lo cierto es que si tenía mejor capacidad de lidiar con lo que podría romper mi corazón.
En serio deseé que no llegara el momento de demostrar semejante compromiso. Porque me sabía capaz de irme, pero no de saber sobrevivirlo.

*.*.*.*.*
Esme había pasado una parte de la mañana pegada al teléfono y la otra a mí con varias revistas de decoración y una DELL en la que me mostraba diferentes ambientes para que le indicara si quería cambiar el diseño que había trazado para aplicar en mi casa. Para su sorpresa yo era una de aquellas personas que mientras fuera bonito, contemporáneo y que no ocupara mucho espacio, no tenía ningún problema con ello y la señora Cullen era excelente en lo suyo. Seguramente sería una diseñadora de interiores fabulosa si no se hubiese visto forzada a vigilar cada paso de su hijo autista al no conseguir la ayuda necesaria. O sería más correcto decir “el personal pertinente”.
No se había movido de casa para supervisar su proyecto porque estaba nerviosa por Edward, quien aun no había salido de su habitación y seguía escuchando el CD que le había regalado. En la planta baja de la casa lo podíamos escuchar claramente mientras el dispositivo se repetía una y otra vez. Eso me permitió notar que mi ángel parecía disfrutar; o encontrar más significado; en tres canciones: Angel de Elvis Prestley (la que le dediqué con anterioridad), I won´t give up (la que rezaba a rajatabla lo que sentía por él) y Chasing cars de Snow Patrol (con la que hacía una promesa de futuro).
Mientras que Alice cocinaba y a la vez discutía de decoración con Esme, yo me absorbía entre las hojas que tenía entre mis manos garabateando ideas que proponerle a Carlisle con respecto a la fundación destinada a ayudar a los jóvenes que padecían autismo en el condado de Forks y puede que hasta en sus alrededores.
Entonces fue cuando una sombra en el umbral de la puerta nos llamó la atención a las tres. Edward había bajado con los jean desgastados y la camiseta de manga larga gris que tenía cuando había llegado pero sin ningún calzado. Aún era incapaz de comprender como es que toleraba andar sin zapato, cuando la mayoría de autistas no soportaban un cambio tan brusco de texturas y temperatura en  los pies. Supuse que Edward era único en sí mismo así que a él se acomodaban cosas que a los demás no, y viceversa. Su cabello estaba todo desordenado pero poco importaba, a mí me fascinaba como lucía de esa manera.
Me giré hacia mis anotaciones a pesar de que él me miraba fijamente sin decirme nada. En cambio opté por fingir como si no me diera cuenta y eso parecía irritarle a más no poder aunque todavía no se atrevía a pronunciar palabra alguna. Era necesario que fuese él quien me buscara para hablar para poder romper su ostracismo. De otra manera seguiríamos volviendo al punto de partida con sus atribulaciones internas sin aceptar de forma voluntaria.
Su madre se acercó hasta él y le sonrió con su dulzura tan característica.
—¿Necesitas algo, cielo? ¿Te sientes bien?
Él asintió.
—Tengo hambre. —entonces su estómago escogió ese momento para corroborar lo que él decía con un gruñido gracioso. Él se sonrojó con un poco de vergüenza. —Juro que fue mi estómago, no otra cosa. —se apresuró a decir lo que nos causó risa a las tres.
Al momento Alice le había colocado en frente uno de esos inmensos y deliciosos muffins de banana que había hecho más temprano y lo acompañó con un vaso de leche mientras que el almuerzo terminaba de hacerse. ¡Porque Dios no permitiera que Edward pidiera algo y Alice no se lo diera! Tendría que dejar de ser ella primero. Solo Esme se esmeraba en hacerle la competencia en quién lo malcriaba más. Carlisle y yo tratábamos de establecer los límites con él, aunque tampoco es que pudiésemos ser demasiado duros con él. Edward nos manejaba a todos desde su dulzura. Para todos los demás, él era una especie de “niño grande”. Para mí el era “mi hombre con inocencia de niño” pero por encima de todo Hombre.
—Bella. —gruñó mi nombre.
No despegué la mirada de las hojas en las que seguía escribiendo.
—¿Sí?
—Te estoy viendo.
La risita de Alice no se hizo esperar. Esme se hizo la desentendida y fue a probar la salsa napolitana que preparaba Al cediéndonos un espacio. Como si de todas maneras no nos fuesen a escuchar…
—¿Ah sí? ¿Y eso? ¿Tengo algo extraño?
—No me miras…
Y justo cuando me disponía a responderle sonó el timbre. Sonreí con oscura diversión.
Me apresuré a abrir la puerta y recibir a mis invitados antes de que alguien fuese a salir y dañarme la sorpresa. Se supone que era para dos personas. Así que les hice señas a los recién llegados para que hicieran silencio y recibí a cambio una miradita de extrañeza y complicidad a la misma vez. Ya las presentaciones y saludos vendrían después. Así que pasamos hasta la cocina… y hubo dos personas estupefactas y una con curiosa extrañeza.
—Señores, les presento al tesoro escondido de Jasper. —¿Qué tal eso para mis dotes dramáticas? La pequeña niña se sacó el dedo de la boca que se acababa de meter y agitó su manita.
—Hola. —dijo con una vocecita adorable.
Jasper se veía nervioso y no despegaba sus ojos de Alice. Ella a su vez se veía sorprendida más sonrió con ternura cuando salió del estupor de su asombro.
Esme fue la primera en acercarse a ella. Se puso en cuclillas y le tendió la mano.
—Hola, bonita. Bienvenida.
—Gracias. —respondió una niña sorprendentemente segura.
—Dime, Esme.
—Esme… —estiró su manita y tocó el cabello color caramelo de la adulta. La veía con abierto asombro. —me gusta tu cabello.
—Gracias. —respondió la aludida muy sonriente.
—Tengo una muñeca que tiene lo tiene de ese color. Pero papi no me dejó traerla. —el pesar que rápido llegó, rápido se fue cuando depositó los ojos en los pies descalzos de Edward.
Esme se incorporó y la acercó a su hijo. Todos mirábamos la situación expectantes de lo que podría salir de todo aquello. Por dentro crucé los dedos para que todo saliese como quería.
—Hola ¿Cómo te llamas? —preguntó Edward a la pequeña que lo miraba como si fuese un gigante.
—Hola, mi nombre es Charlotte. —respondió cual adulta. Supuse que no solía reunirse con demasiados niños en su día a día.
—¿Cómo la araña de la película?
Ella asintió.
—Sí, pero yo soy linda, no tengo tantas piernas y solo dos ojitos. Eso dice mi papi. —señaló a sus pies mientras lo miraba a la cara. —No traes puestos zapatos, te puede picar un bicho.
Si de algo no había ninguna duda era que Charlotte era una pequeña fuerza de la naturaleza de cabellos rubios dorados y ondulados como los de su padre. No, aún más preciosos. Los de ella le conferían un aire a lo Shirley Temple que la hacía aún más hermosa a los ojos de quienes la estábamos conociendo en ese preciso momento.
—No hay insectos aquí. —le respondió Edward. Gracias al cielo no se mostraba reacio a la presencia de la niña. Por el contrario, parecía entre curioso y hasta divertido. —Excepto mariposas.
—¡Las mariposas no son bichos, señor! —en serio se veía indignada. Los que no estábamos implicados en aquella discusión nos reímos. —Las cucarachas sí.
—Pues aquí no hay cucarachas. Y mi nombre es Edward.
—Te picará un bicho, Edward. —insistió y se quedó tan ancha como solía hacer él mismo.
Ese par nos sacarían canas. Aún no lo sabíamos, pero lo intuimos de manera premonitoria.
Jasper les interrumpió y guió a Charlotte hasta mí que era la más próxima; además sospeché que dejaba a Alice para lo último mientras que lidiaba con sus demonios y miedos internos. Pobrecillo.
Le tendí la mano y le sonreí.
—Hola, Charlotte, soy Isabella. Pero prefiero que me llames Bella. —había acordado este encuentro con Jasper, quien aceptó encantado de la vida en colaborar con Edward. Además, dijo que sería una magnífica oportunidad para que conociéramos a su nena.
—Hola, Bella. —parpadeó con sus grandes ojos azules como zafiros.
—Eres muy lista para tu edad. Creo que te llevarás muy bien con la gente de por acá.
Sonrió.
—Papi dijo que quería que conociera a unas personas muy especiales. —volteó hacia su papá. —¿Son ellos? —él asintió algo nervioso. —Ah. Me agradan.
Los niños compartían una cualidad con los autistas: decían las cosas tal cual lo pensaban. Sin maquillarlo y sin molestarse en disimular si no les gusta algo. Las cosas eran simples: O le agradabas o no. Punto.
Finalmente era hora de enfrentar lo más fuerte. Era hora de poner juntas a las dos mujeres de la vida de Jasper. Cara a cara.
La verdadera prueba de fuego estaba allí para Alice, con poco menos del metro de altura.
Se agachó al lado de su hija y le habló:
—Charlotte, ella es Alice. ¿Recuerdas que hablamos de ella el otro día?
—¿Cuál otro día, papi?  Hablas de ella… —abrió los bracitos como abarcando todo el espacio. —todo el tiempo. —miró hacia arriba y dijo sonriente. —Hola, Alice ¿Cómo estás?
No me pasó desapercibido que a Alice se le brillaron los ojos  e incluso puede que se le hayan llenado de humedad sin derramar.
—Muy bien, Charlotte. —le hizo una pequeña reverencia con la cabeza. Como si se estuviese refiriendo a una princesita. —¿Cómo estás tú?
—Bien. Oye… —la vio con curiosidad girando un poco su cabecita hacia un lado y después extendió su bracito para tocarle la nariz. —¿Estás enferma? La tienes rosa. Cuando la tengo así es porque me da la gripa.
Incluso sonaba hasta preocupada ¿Podía ser más adorable aquella chiquilla?
—La tengo así porque estoy feliz. —le respondió ella con la voz entrecortada.
—Qué raro. No tiene mucho sentido. —comentó confundida. Nosotros en cambio, reímos entretenidos.
Un largo almuerzo; para el cual llegó Carlisle; y un postre después Edward y Charlotte se fueron al salón de estar para ver televisión y el resto de nosotros al porche del patio exterior. El cielo de Forks fustigaba sin piedad a los árboles con su agua torrencial.
Las conversaciones giraban en torno de la vivaz visitante que en ese  preciso instante estaba viendo Piratas del Caribe: Navegando en aguas misteriosas. Aproveché un momento cuando acabé mi taza de té verde para levantarme a espiarlos un momento. Porque si bien es cierto que ambos estaban haciendo muy buenas migas, tenía miedo de que Edward fuese a hacerle un desplante a Charlotte por su recelo o que ella se refiriera a él en alguna manera que pudiese herirle, eso echaría a perder todos los avances que había hecho en el día en un solo segundo.
—¿Quieres galletas de canela? —le preguntó Edward solícito a Charlotte.
—Sip. —agarró una en su pequeña palma y luego se llevó a la boca para saborearla. Rápidamente tomó una cucharada de helado de vainilla y sonrió. —Saben bien juntos.
Edward asintió satisfecho.
—Claro que sí. —agarró un puñado y las colocó en el plato de la pequeña. —Esas son tus tuyas.  —abrazó el bol cristalino contra su pecho. —Y estas mías.
Charlotte lo vio con cara de mudo reproche, lugo se encogió de hombros y siguió comiendo.
—Te dolerá la panza de tanto comer dulce. Luego tu mamá te va a regañar.
Edward la miraba con expresión de no enterarse de nada y yo que me ahogaba solo por no poder soltar la risa. Los demás los veían desde la mesa exterior pero no podían escucharlos.
—¡Ahí vienen las sirenas! —chilló ella emocionada y apretó la taza de helado entre sus manitas mientras los ojos le brillaban y cantaba sorprendentemente bien My Jolly Sailor Bold.
Edward la miró asombrado y sonrió complacido con tener a alguien con quién compartir su pasión por la saga de piratas.
—Cuando crezcas a lo mejor te pareces a ella. —me delaté recostada en el umbral de la puerta. Ambos voltearon y me vieron como si estuviese diciendo estupideces.
—Las sirenas no existen, Bella. —sentenció Edward.
—Y yo no tengo aletas. —lo apoyó la niña señalándose los piecitos.
Entonces escuché unas carcajadas que provenían desde mi espalda. Esme, Carlisle, Alice y Jasper se habían levantado en silencio y estaban haciendo lo que yo: espiándolos y divirtiéndose con ese monstruo de dos cabezas que habíamos creado.
Ambaos nos miraban un poco irritados porque no les dejábamos ver su película y yo capturé esa imagen para el álbum de cosas que no querría olvidar jamás en la vida: Cualquiera que viese esa escena desde fuera diría que él se había dado cuenta de que su terror no tenía lugar y que era capaz de lograr lo que quisiera si no dejaba que sus temores lo detuvieran.
Pero yo veía la cosa de manera diferente. Edward nos había demostrado una vez más hasta donde podían llegar sus cualidades; entre esas él no darse por vencido a pesar de Él mismo. Así que congelé a Mi Ángel con la pequeña hadita que empezaba a tener un lugar en la vida de todos nosotros.
Una peligrosa aliada de Edward con la cual ambos nos voltearían el mundo patas arribas.

*.*.*.*.*
—¿Cuándo volvemos, papi? —decía Charlotte con la resistencia que ponían los niños cuando no se quieren ir de un parque.
—Pronto, princesa. Mañana papá debe trabajar y no podemos quedarnos hasta tarde. Además, debes ir a la escuela mañana. 
—Oh. —se lamentó apretando contra sí su bolsito de cachorro rosa.
Luego pasó a regañadientes por cada uno y depositó un beso en nuestras mejillas menos en la Alice, quien me dijo que llegaría tarde aquella noche. Me limité a desearle buena suerte. Sabía que ellos tendrían cosas de qué hablar.
Cuando pasó por el lado de Edward, además de besarlo le dio un abrazo estrangulador del cuello.
—Volveré pronto y traeré a Melinda para que juguemos con ella.
Él se conmocionó.
—Yo no juego con muñecas.
—Papi tampoco solía hacerlo, así que prefiero maquillarlo con mis pinturas…
—Eh…Charlotte es tarde. —musitó un muy avergonzado Jasper.
Supuse que si Emmett hubiese estado aquí se estaría mofando de él por ese comentario. O quizá si las cosas fueran diferentes para él, me cuestionó una parte de mi cerebro. No pude hacer otra cosa que estar de acuerdo con este.
Finalmente y después de unos buenos veinticinco minutos, Los Hale y Alice partieron en el precioso Audi a3 plateado propiedad del socio de Carlisle.
Edward y yo subimos a su habitación para hablar un poco antes de que me fuese. Así que lo llevé hasta su cuarto, tomé asiento en su cama y comencé:
—¿Qué te pareció el CD?
Sus ojos se abrieron emocionados aunque su boca solo se torció un poco hacia la izquierda haciéndolo parecer una escultura que reflejara la dulzura y la sensualidad a la misma vez.
—Me gustó mucho. Sigue puesto en el equipo de sonido. Aunque eso es más porque no supe como clasificarlo en el orden de mi biblioteca. No sé cómo clasificar ese disco cuando las canciones son de estilos tan distintos.
Me reí sonoramente.
—Siento mucho decirte que no tienen más orden que el de reproducción, ángel. Son de estilos baste variados.
—Ya veo. —respondió algo irritado. Luego sacudió la cabeza como para desprenderse de esa sensación. —I won´t given up me gustó mucho. —su mirada sagaz no me pasó desapercibida.
—Esa era la idea, ángel. Estaba dedicada entera a ti.
—Comprendí lo que me quisiste decir.
—Nunca creí posible que no lo entendieras.
Edward encendió a su fino aparatejo y los acordes de una guitarra recorrieron la habitación hasta sumirnos a ambos en una burbuja invisible repleta de tantos sentimientos, que no podrías reconocerlos a la primera pues te abrumaban con la fuerza de su impacto.
Palmeé el colchón frente a mí y él vino hasta mí sin despegar nuestras miradas. Acaricié su cabello alborotado.
Canté penosamente la primera estrofa a la par de la música, aunque a Edward no pareció importarle en absoluto que mi voz casi insultara el trabajo de Mraz.
—¿Y si un día te das cuenta que estás harta de mi peculiaridad? —me preguntó él con agonía en la mirada. Acaricié su pómulo con delicadeza y le sonreí con ternura.
—Eso no lo veo cerca de ocurrir, ángel. Ayudarte es mi vocación, socorrerte mi compulsión y profanarte mi actividad favorita. —quizá el ronroneo golfo estaba de más pero no lo pude reprimir.
Acarició con delicadeza mi garganta y de allí bajó tocando mi pecho como si fuese algo etéreo y que en algún momento pudiese desaparecer. Mi mano fue menos delicada cuando ascendió por su muslo hasta colarse por su camiseta para percatarse por sí misma; una vez más; de una suavidad que no se cansaba de palpar. Se acercó a mis labios con delicadeza y le dejé llevar el mando.
Sus labios no fueron invasivos, todo lo contrario, eran casi un mudo ruego para que le demostrara a su cuerpo cuánto lo amaba y cuán ciertas eran mis palabras. Solo nos separamos durante un momento en el que su nariz y la mía se mimaron con una timidez que cualquier otro hubiese pensado que era algo ridículo  después de todo lo que había pasado entre nosotros en el pasado. Pero es que amar un ángel no podía etiquetarse de ninguna forma para hacerlo de tal o cual manera; entre Edward y yo eran nuestros cuerpos los que dictaban los pasos que dábamos en la intimidad y en ocasiones, fuera de esta.
Sus yemas rozaron mis mejillas como si fuesen una pluma y se asieron luego a mi cabeza cuando la intensidad del momento así se lo exigió.
Pronto las ropas comenzaron a estorbarnos y mientras que Jason rezaba en su canción que cuando su amor necesitara espacio él la esperaría, yo opté por minimizar cualquier distancia existente entre Edward y yo. Lo atraje hasta que quedó encima de mí.
Una tibia humedad se extendió en mi cuello haciéndose fría cuando el aire tocaba el área que su lengua iba acariciando con deleite. Eché mi cabeza hacia un lado y le dejé apropiarse de todo lo que quisiese tomar y reclamarlo para sí ¿Pero qué más podría tomar que ya no fuese suyo?
Me aferré a sus caderas cuando su erección aún arropada por el bóxer se restregó en mi sexo que latía deseoso porque le fuese concedido eso que tanto necesitaba. Bajé lo máximo que pude la molesta tela y acaricié el miembro cálido que se presionaba contra mí. Su frente se recargó en mi hombro y estando allí aprovechó para consentir esa zona también.
Introdujo su cara entre mi cabello y suspiró cuando percibió el olor de mi champú de vainilla y coco. En cambio yo me deleité con el aroma masculino de loción de afeitar que aún permanecía su cuello y que con cada pulsación parecía llevar hasta mis fosas nasales. Descendió por mi cuerpo con lentitud tortuosa, abriéndose camino entre mis piernas pero no me separó las extremidades como yo creía que haría; solo me miró con veneración y depositó un beso sobre mi pubis como si de algo sagrado se tratara. Incluso se tardó unos segundos con los labios allí, coló su mano y me miró con una sensual seriedad que me dejó pasmada.
—Esto… —empezó a decir con voz entrecortada. —es lo más valioso que tengo. Y es mío solamente.
Otro beso adorador y mis lágrimas comenzaron a rodar por el costado de mis ojos. Él se colocó a mi altura, recogió el rastro húmedo con sus labios y entonces volvió a besarme con pasión y dulzura a la vez.
Chasing cars no pudo hacer mejor aparición que en ese momento.
Y tal como decía la lírica lo dejé recostarse conmigo y nos olvidamos del mundo.
Con su mano colocó su miembro en la posición correcta para penetrar en mí. Con un movimiento sinuoso fue entrando de a poco en mi interior que estaba más que listo para él.
Sus embestidas eran lentas pero certeras. Sus caderas me dieron el soporte perfecto para recibir el placer que más que querer, necesitaba. Por un intervalo corto nos besamos pero cuando el deseo reclamó su derecho a la inhibición, dejamos que nuestras cabezas reposaran sobre nuestros cuellos respectivamente.
Estaba cerca…muy muy cerca, y a él solo bastó un leve toque en mi clítoris para dispararme más allá de la cama, su habitación o  la casa misma. Arqueé mi espalda recibiendo sus embates que alargaban los estremecimientos del orgasmo mientras que Edward se vaciaba en mí también.
Reposamos justo lo necesario mientras nos sosegábamos. Después Edward se acostó a mi lado y nos quedamos viéndonos durante un buen rato y disfrutando de de mi regalo.
—¿Sabes una cosa? —susurró bajito mientras jugaba con mi cabello. —negué con la cabeza. —Sé qué hiciste que Charlotte viniera hoy. Y entiendo por qué lo hiciste.
Puse cara de culpale y lo besé rápido.
—¿Charlotte te dijo?
Negó con la cabeza.
—No hizo falta. En un punto del día comprendí que tú habías hecho eso para que enfrentara a mis demonios.
Reí divertida y sorprendida.
—¿De dónde sacaste esa expresión, ángel?
—De una novela que me estoy leyendo. ¡No me interrumpas! —me riñó.
No me quedó más que tragarme la carcajada que tenía a mitad de camino.
—Y aunque aún no creo ser la persona ideal para estar con un niño, me esforzaré en serlo. Porque tú confías en mí y haces que yo exija lo mismo a mi persona. —mi labio inferior empezó a temblar en un puchero. Traté de pelear con las lágrimas de nuevo, pero volví a perder. —No llores, mi Bella. Tú significas para mí mucho más que la manera en que presentaste a Charlotte.
Me abrazó contra su pecho.
—Án…ángel… —balbuceé contra su piel. —Te… te amo.
—Eres la gracia que me fue concedida y que nunca creí que tendría.
 La Gracia del Ángel. Solo de alguien como Edward pudo haber salido semejante calificativo para una simple mundana.
La Gracia del Ángel.
—Debe ser un infierno de libro dramático ese que lees ahora. —comenté quitándole peso a mis impertinentes lágrimas.
—No tienes ni idea. —aceptó él depositando un beso en mi frente antes de adormilarse.

*.*.*.*.*
—¡Quiero saber para donde vamos! —exigió Edward enfurruñado.
—Ángel ¿Podrías esperar un poco a que lleguemos? Ya estamos cerca.
—¡No! Tengo todo el camino preguntando… —detuve el sedán de Esme y dejé que él leyera el nombre del lugar. —¿Un refugio de animales? —lucía en verdad confundido.
Asentí y bajé del auto. Lo encontré del otro lado y le sonreí satisfecha.
—Esme me dio su visto bueno, así que podrás adoptar el animal que quieras. Siempre y cuando no sea una serpiente o una tarántula. —lo último lo había dicho yo, no su madre. Pero me pareció importante agregarlo. No sabía hasta donde podía llegar “la originalidad” de Edward.
—¿Adoptaría algo así? —respondió alarmado.
Me encogí de hombros ya más aliviada por su repuesta.
—Te sorprenderías, ángel. Realmente te sorprenderías.
—Oh. —respondió aunque no se veía demasiado convencido.
Cuando entramos no me extrañó en lo absoluto ver a Paul conversando con un chico tan pálido como yo pero con el cabello rojizo y la cara llena de pecas. Al verme, mi amigo se acercó, saludó a Edward con un fuerte apretón de manos y a mí me regaló un abrazo estrangulador. Él me había comentado en una de nuestras conversaciones que trabajaba por las tardes como voluntario en un refugio de animales y ¡voilá!
A mi ángel no les gustó demasiado su gesto efusivo, y por supuesto que lo hizo saber.
—Paul…
—¿Si?
—¿Podrías tratar de no tocar tanto a Bella? No me gusta. Y tú me caes bien. No me gustaría que eso cambiara. —quizá en otra persona menos inocente que Edward, aquello me habría dado mucho miedo. Sonaba como algo que la amenaza pasiva de un mafioso.  
Ambos nos petrificamos y yo me mordí el labio para contener una risotada. Paul no lo hizo. Se rió estruendosamente y le palmeó la espalda.
—No volverá a suceder, Ed. No pondré una mano encima de tu mujer.
—Bien. —y así pasó tranquilo hacia el pasillo que Paul nos indicó. Al pasar por mi lado, mi amigo torció su labio en una fea mueca que parecía indicar lo posesivo que era aquel hombre en cuestión. Yo me encogí de hombros y sonreí divertida por el hecho de que la seguridad de Ed no dudaba en aparecer cuando quería decir que era suya frente a los demás.
Little Hope era un refugio precioso pero que necesitaba espacio y aún más ayuda de la que tenía en aquel momento. Habían animales ya adultos en jaulas que básicamente estaban diseñadas para cachorros, lo que no les dejaba demasiado espacio para sentirse a gusto. Decenas de perros y gatos esperaban que alguien caritativo se compadeciera de ellos y les diera el amor que solo una familia podía darles. Vimos muchas razas de peluditos, en su mayoría mestizos que tenían pocas posibilidades de ser adoptados por “no ser puros”, como muchos pretenciosos esperaban a la hora de conseguir una mascota.
La terapia con animales era muy utilizada con las personas especiales, en especial la equinoterapia o la terapia con delfines. Yo debía buscar una que fuese factible tanto para Edward como para mí, y en la decisión pesó mucho el hecho de que yo le tuviese  fobia a los caballos y que viviéramos lejos de centros costeros especializados en dichos tratamientos.
Así que aquí estábamos recorriendo los pabellones a la expectativa de cuál sería la elección del hombre que ya había acariciado a doce y docenas de animales.
De pronto pasamos en frente de un mestizo que tenía bastante de Siberian Husky y Edward se enamoró. Sí, se enamoró del animal.
—¡Quiero este! —le dijo a Paul emocionado.
—Buena elección, hombre. Winter será una excelente compañera. Aprende rápido, es amigable y es muy vivaz.
—¿Winter? —Edward pareció calibrar el nombre en su cabeza y al final asintió satisfecho quién sabe con qué. —No es un nombre muy original para una loba pero si adecuado.
Paul rió.
—Sí. El idiota de mi compañero la encontró una mañana de camino para acá y caía granizo. Tienes razón, Edward. No es muy original.
—Al menos no se llama Snow. —opiné solo por no permanecer fuera de la conversación del par.
Entonces Paul me dio una sonrisa divertida.
—Eso definitivamente es un cliché.
—Sí. Lo sé. Es como ponerle Lion a un golden retriever o Sr. Bigotes a un gato. Totalmente trillado.
Paul pareció olvidarse de lo que le había dicho Edward y volvió a darme un medio abrazo/medio apretón contra su cuerpo, aunque pareció acordarse pronto y me soltó. Sin embargo eso no le pasó desapercibido a mi novio.
—Te dije que no me gusta que la toques. —le reprendió Edward ya harto de tanta perorata.
—Ni a mí tampoco.
Todos nos volteamos hacia la puerta y nos encontramos con una guapísima chica con cabello negro azabache y la piel del color de la canela, con muchas más curvas que yo y con una expresión altiva. Volteé a ver a mi amigo y no me pasó desapercibida la palidez súbita que se instaló en su rostro.
¡Ay mierda! ¡Esa chica tenía que ser Rachel!
Se complicaba el culebrón.

*.*.*.*.*
¡Hola, mis chicas! ¿Qué tal su semana? Yo estoy mucho mejor. Gracias a todas por sus buenos deseos y hasta recomendaciones para la gripe. Ya me siento mucho mejor, porque como dice mi papá cuando le dije que moriría la semana pasada: Hierba mala nunca muere, tranquila. Y ¡Zaz! Aquí estoy, muchísimo mejor. Jaja.
Espero que este capítulo les haya gustado. Y si no es así, comenten abajo lo que les pareció.
Un mega beso. Nos leemos la semana que viene.
Momento de publicidad: recuerden que mi novela “El Último Pase” está disponible en todas las plataformas de Amazon y estará gratis para los que están afiliados a Kindle Unlimited.
Me encantaría que conocieran a Sienna y a Aidan.
Ahora sí…Nos seguimos leyendo.

Marie C. Mateo

5 comentarios:

  1. me gusta como esta evolucionando la historia, y la aparicion de la hija de jasper, creo que sera muy interesante!!!

    ResponderEliminar
  2. Hola me gusta que por fin Jasper les presentara a Charlotte y ver lo bien que se llevo con todos y ahora Edward adoptando un perro creo que ha sido lo mas acertado que bueno que Bella logro sacarlo de ese bache en el que estaba y ojalá que todo eso haya quedado atras ahora falta ver como salen las cosas con Rachel ojalá que no cause mas poblemas hasta el siguiente capitulo
    saludos y abrazos desde México

    ResponderEliminar
  3. gracias, chicas y con respecto a lo que puede pasar...ni yo misma lo tengo claro hasta que lo escribo... XD un besote desde Venezuela

    ResponderEliminar
  4. hermoso capitulo ,me encanta y una vez mas me dejas sin palabras eres un sollllllll.....Gracias linda ...Suerte...Besos desde Ecuador...

    ResponderEliminar
  5. Lg 47le5400 47-inch 1080p 120hz Contributed Lcd Higher definition tv Review

    Check out my page ... panorama

    ResponderEliminar