
“Un paso al lado”
Edward POV:
Isabella
había aceptado venirse conmigo ¡En serio había aceptado! No le preguntaría sus
razones, porque quizá su mente comenzara a sopesar pro y contras para
finalmente echarse para atrás y el infeliz egoísta que vivía en mí, no lo
permitiría. De hecho ahora bordeaba el éxtasis.
Sonreí
de lado. De esa manera que sabía bien que a ella la volvía loca y la atraje
hasta mí de un tirón para poder besarla. Reía como una adolescente a la par que
le daba besos de manera juguetona. Pero de pronto escuché a Carlisle, que
sonaba intranquilo y eso bastó para sacarme de situación en un santiamén. Bella
se dio cuenta de inmediato, pues se incorporó hasta colocarse en posición de
flor de loto para mirarme.
—Lo siento. Es
que…tengo que ir a ver qué sucede.
—No creo que
debieras interrumpirlos, Edward —el tono reprobatorio no estaba en su voz, pero
sí en su mirada—. Puedes terminar escuchando cosas que no sean de tu agrado.
Resoplé
contra mis palmas antes de volver a verla.
—Nada de esta
situación es de mi agrado, por lo que no supondría mucha diferencia. —enarcó
una de sus cejas.
—Sabes a lo que me
refiero.
Me
encaminé hacia la puerta a la par que le pedía disculpas con la mirada por no
hacer caso a lo primero que me pedía cuando ella estaba aceptando algo tan
importante para mí.
—Lo sé, valkyria.
Pero tengo que saber si debo intervenir. —detesté dejarla sentada en la cama
con una clara expresión de zozobra, pero no podía quedarme tranquilo mientras
Carlisle la emprendía en contra de Esme. Ella me necesitaba.
Mirándome
los pies; como si eso bastase para acallar cualquier posible sonido que me
delatara, caminé con sigilo hasta la biblioteca donde estaban ambos encerrados.
Las
voces precariamente amortiguadas por las puertas de nogal, llegaban con
claridad a los oídos de cualquiera que estuviese rondando la zona.
Me
preparé mentalmente para intervenir cuando él
se pasara de la raya.
—El problema real
es que tú crees que estoy aquí porque no soy más que una malcriada, Carlisle.
No porque reconozcas que en nuestro matrimonio hay una seria crisis de la que…
—hizo una pausa. Conociéndola como lo hacía estaba casi seguro de que se debía
a que luchaba con un nudo en la garganta— sinceramente, no creo que salgamos. Al
menos, no juntos.
—¡No me voy a
divorciar de ti! —replicó Carlisle con vehemencia—. Olvídate de eso.
—Trata de ser
lógico…
—¡A la mierda la
lógica, Esme! ¡No me vas a dejar! ¡No – me – puedes – dejar!
Agucé
mi oído para escuchar cualquier susurro, fue entonces cuando caí en cuenta de
que; como la propia vieja chismosa de vecindad; había dado un paso más para
inclinarme hacia la puerta de manera inconsciente. Me alejé de golpe por el
asombro y miré a las marcas de la madera, mientras dudaba si era cierto lo que oía.
¿Ese
era mi padre llorando? ¿Carlisle lloraba por Esme?
Jamás
lo había visto llorar. Ni en funerales ni en bienvenidas, ni en aniversarios ni
en novenarios. ¡Jamás!.
Hubo
un largo silencio en el que no fui capaz de saber lo que ocurría adentro.
Levanté la mano para tomar la manilla cuando me percaté de las voces y
retrocedí a mi posición original.
—Recoge tus cosas
que nos vamos, Esme. No pienso continuar con esta discusión que no nos lleva a
ningún lado. Eres mi esposa y…—el tono de Carlisle había vuelto a ser el de
siempre. Duro e impersonal. Como si se estuviese refiriendo a una empleada de
él y no a su mujer.
—No.
—¡Dije que nos
vamos! —gritó.
Volví a tomar la
perilla pero ya en posición de defensiva.
—¡NO! —respondió
ella en el mismo tono—.¡Y no me grites, maldita sea! Estoy harta de tus gritos.
Estoy harta de tus ironías. Estoy harta de tu comportamiento megalómano.
¡Harta! ¿Quieres gritar? Pues eso puedes hacerlo en tu empresa hasta que te
canses o hasta que te demanden; pero a mí no me vuelves a levantar la voz.
—¡Ja! ¿Ahora te
ofendes? ¿Ahora…?
—Cuidado con lo que
dices, Carlisle Cullen. Si vuelves a echarme en cara mi pasado, no dudaré en
sacar el tuyo también. Si quieres hacerme daño, bien. Pero te advierto que te
devolveré la baza.
Imaginé
la cara de furia que debía de tener el hombre. Era una noche llena de
novedades, no lo había escuchado llorar a él y nunca había sido testigo de la
elegante fortaleza de mi madre. Definitivamente, mi propia familia se me hacía
desconocida.
Sus
tacones resonaron en el suelo de madera pero pasó un cierto tiempo antes de que
hablara alguno de ellos. Al final, fue Esme quién lo hizo.
—Hace unos cuantos
años atrás, hablarnos así nos resultaba impensable—susurró con profundo pesar—,
ahora no hacemos más que gritarnos.
—¡Pero no siempre
fue así! —se apresuró a responderle él.
—Lo sé —dijo ella
tras un suspiro—. Pero antes de esto, solo nos ignorábamos. Afrontémoslo,
Carlisle, se abrió una brecha que ninguno puede sortear. Creo que es mejor que
ambos tomemos caminos separados antes de que ni siquiera los recuerdos sean
capaces de evocar una memoria grata de alguno de los dos.
Las
pisadas más fuertes de él me indicaron que se había alejado de ella.
—Lo quieres
¿Verdad? —<<¡Ay, mierda no!>>
—No vayas por ahí…
—¡¿Qué no vaya por
dónde?!
—Baja la voz,
Carlisle Cullen. No estás en tu casa, estás en la de tu hijo, pero eso no te da
derecho a comportarte como un troglodita. Y para responder a tu ofensivo
comentario; pues no. No lo quiero. Cómo ves, prefiero quedarme sola y tranquila
a ser la esposa de alguien que no hace otra cosa que carcomerme la moral.
¡Santa
mierda! Esa determinación de mi madre me asombraba hasta a mí. No imaginaba
como sería para Carlisle, que tenía que enfrentar que su matrimonio se caía a
pedazos.
—¿Cómo puedes
hacerme esto si siempre estuve al frente de Edward y de ti cuidándolos? Al
frente para darles lo que necesitaban. Al frente para complacer cualquier
capricho que quisieran.
—Carlisle,
estuviste tanto tiempo “al frente” que
te olvidaste del hecho que yo no necesitaba un escudero sino un compañero.
Hubiese sido mejor si hubieses dado un paso al lado y camináramos juntos en vez
de hacerlo tú solo y amargarte en el proceso.
—¡Jesucristo, Esme!
No me hagas esto. Por favor. —él rogaba. ¡En serio lo estaba haciendo!
—Yo…Lo siento—respondió
ella con voz rota —. En cuanto encuentre un lugar, mandaré a por mis cosas. Lo
siento. —volvió a agregar Esme antes de salir trotando más que caminando de la
estancia.
Solo
alcancé a alejarme un par de pasos antes de que las anchas puertas se abrieran
y la dejaran salir llorosa hacia una de las habitaciones de huéspedes. Pero en
ningún momento se detuvo a mirarme. No así Carlisle, quién se quedó parado allí
con una expresión entre atónita y apenada, que a falta de alguien más en quién
posarla lo hizo en mí. Sin embargo miraba sin ver. Sabía que no era más que un
bulto en el que sus ojos estaban posados, mas no su atención. Eso se había
retirado de la biblioteca con la mujer que había pasado por el corredor
momentos antes. Dejándolo a él atrás…
Así
como más de dos décadas de pasado juntos.
—¿Se fue? —preguntó
Isabella nada más entré a la habitación. Despegó su vista del ejemplar de Las Mil y Una Noches, que tenía en mi
habitación más de adorno que otra cosa, lo cerró y dejó de lado.
Asentí
antes de dejarme caer en la cama. Mi mirada estaba fija en algún punto entre el
cristal de Baccarat de la lámpara y
el techo abovedado. Sentí sus brazos aferrándose a mi cintura con fuerza. Acaricié
de forma autómata la suave piel de su espalda a través del algodón de la
franela mía que le quedaba tan grande.
—Tendrías que haber
estado ahí para haber visto su expresión, Bella. Se veía tan… —titubeé hasta
que no encontré una palabra mejor —derrotado. Tan desolado. En todos los años
que tengo a su lado, jamás había visto esa mirada. Supongo que es normal, si te
notifican; directo y sin anestesia, que tu matrimonio se va a la mierda.
Ella
se limitó a mirarme apoyada en mi pecho, pero sin decir nada.
—Se van a
divorciar. —aseveré.
Negó
con la cabeza captando mi atención.
—No lo creo. Al
menos, no en un futuro cercano.
—A mi madre lo que
le faltó fue llamar a su abogado allí mismo…
—No, Edward.
Carlisle puede estar ahora conmocionado, pero primero me caigo muerta aquí
mismo antes de que él deje que ella se separe de él. Le va a dar guerra y de la
buena. Además, creo que tu mamá está lejos de haberlo dejado de querer.
—Pero es que ella
le dijo…
Posó
su mano en mi mejilla y me miró con una versión tierna del <<¿Tú eres tonto, cariño?>>
—Una mujer no
admite estar herida, solo reacciona —por un momento corto traté de comprender
la mente femenina, pero no tuve éxito. ¿Por qué si estaban molestas o heridas
no eran capaces de decirlo y ya? Todo era tan complicado con ellas. Y aun así,
siempre hemos sido y seríamos dependientes de las mujeres.
Un par de horas más tarde, Lizzy se
despertó ansiosa. Lloró tanto que estuve a punto de llamar a Jasper por una
revisión pediátrica de emergencia. Pero después de cuarenta y cinco minutos de
llanto, una mamila y muchas nanas después; volvió a dormirse. Pero lo había
hecho encima de mi pecho. Por temor a despertarla y generar una nueva oleada de
lloros en plena medianoche, preferí dejarla dormitar un rato largo, quería ver como seguía mi madre pero Isabella me
persuadió para que le diera su espacio. >>Ya
podrás preguntarle en la mañana. Necesita privacidad.<< alegó y no
tuve como negar eso. Así que temeroso de dormirme y que la niña pudiera caerse
de la cama, me puse a ver películas. Pero ni siquiera The Departed pudo mantenerme alerta por mucho tiempo. Fue Bella
quién tomando a la niña de entre mis brazos, me despertó.
—¿Qué hora es? —pregunté
con la voz enronquecida por el sueño.
Me tiró el edredón
encima con una mano, pues con el otro acunaba a Elizabeth.
—Tarde. Duerme,
amor. Yo voy a acostarla.
E incapaz de
llevarle la contraria, dejé que hiciera lo que quisiera.
Al fin y al cabo
desde ahora estaba en su casa.
La
mañana había transcurrido en medio de una vorágine de trabajo. La temporada de
verano estaba a la vuelta de la esquina, lo cual representaba para Le Madeimoselle la creación de una nueva
campaña. Era común el lanzamiento de estas según la estación o temporada. Y
este sería el primer año en el que Isabella tendría que encargarse del trabajo de
Tanya; y la había agarrado cuando pensaba mudarse conmigo. Mentiría si dijera que no sentía un poco de
culpa por poner más presión sobre ella, pero mentiría aún más si le decía que
estaba bien que pospusiéramos la mudanza para el final de la campaña. Pero el
cargo de conciencia disminuía cuando ocupaba mi mente con el trabajo; gracias
al cielo entonces que estaba atareado.
Isabella
tenía un gran desafío por delante, pero no podía entrometerme en ello porque
eso representaría no solo una muestra de desconfianza en sus capacidades sino también una demostración paternalista de
mierda que podría crear sobre ella una imagen de desvalida ante el comité
directivo y el resto de la empresa. Le ofrecería mi ayuda en todo cuanto
necesitase pero no pasaría más allá por respeto a su profesionalidad. Aunque
debía de reconocer que estaba un poco nervioso; no quisiera ver que su carrera
tuviese un episodio repleto de vergüenza. Más aún cuando sabía que los
envidiosos ojos de mi ex estarían espiando tras bambalinas con el deseo
retorcido de verla fracasar.
A
media tarde, casi cuando estaba a punto de pegar cuatro gritos y pedir las
cabezas de unas cuantas personas debido a unos informes y balances de una de
nuestras filiales en Atlanta, recibí una notificación de correo a mi teléfono.
Estuve a punto de ignorarlo para hacer una llamada no muy amistosa al gerente
de zona en Georgia, pero el instinto de que podría ser algo sumamente
importante me conminó a abrirlo.
Isabella
me había enviado el dichoso mail con un alarmante EDWARD, URGENTE!!! por
asunto. En el texto se leía una frase corta y certera que se prestaba para
cualquier cantidad de conclusiones; y yo convencido de que se trataba de algún
problema con la tarea que tenía sobre sus hombros lo abrí con la predisposición
de llamar al menos a unos cinco asesores de publicidad que pudiesen tenderle
una…El hilo de mis pensamientos apresurados se interrumpió de forma abrupta
cuando en la pantalla me mostró grande y contundente el archivo adjunto: era
una foto en la que aparecíamos Lizzy y yo. Ambos durmiendo a pierna suelta en
mi habitación. Una mano mía ocupaba casi toda su espaldita pues ella reposaba
encima de mi pecho. Cuidando de ella incluso inconscientemente.
Me
tomé un minuto para embeberme de la tierna imagen, incluso cuando mi boca se
veía entreabierta, igual a la de ella. Entonces mi subconsciente me dijo
satisfecho: <<—Estamos haciendo las
cosas bien. Así es como deben de ser.>>
Me
juré a mí mismo que haría lo que fuera para que todo siguiera igual. O mejor.
No sería un Carlisle más.
Los
siguientes días pasaron más lento de lo que hubiese deseado: torres y torres de
papeleo y para cuando terminaba, la señorita Stanley estaba en camino con un
nuevo montón. Dos lanzamientos de fragancias en los próximos días habían
solicitado que fuésemos su auspiciante; como si no fuese suficiente la que
sería dentro de poco más de un mes en Milán. Anexo a eso, Isabella no había
vuelto a quedarse en la casa pues la campaña la había absorbido por completo;
bueno eso y los cuidados de tres gatitos huérfanos. Habíamos acordado que la
mudanza se haría el fin de semana; en realidad ella me lo impuso alegando todo
lo anterior como motivo. Y como guinda para este pastel desagradable. No,
desagradable no era la palabra que describía bien eso; tampoco irritante. Eso
se quedaba corto. Quizá tendría que inventar un término que abarcase todo lo
que era Gabriel McCleod. Esa lagartija desteñida británica me ponía de los
nervios. Más aún cuando sospechaba que estaría encima de Bella. Que debía ser
la única mujer de la empresa sobre la cual no se había abalanzado…solo porque
no la conocía.
La
mañana en que recibí el mentado memo anunciando su próxima e inminente llegada,
también recibí una llamada de Emmett.
—¡Hola, cabrón!
—No estoy de humor
ni para insultarte, Emmett. —le dije—Viene McCleoud.
Él,
que había conocido al dichoso personaje hacía unos cuantos años atrás y estaba
al tanto de mi animadversión por él, silbó entendiendo mi mal humor.
—Y yo que llamaba
para reclamarte el hecho que no te acordaras de tu familia...en fin. ¿Cómo has
estado? Apartando esa noticia de mierda, quiero que me des un tiempo antes de
tener que escuchar tu “falta de amor” por el inglesito durante horas. —sus
carcajadas estruendosas me sacaron de quicio pero preferí ignorarlas. Teníamos
días que no hablábamos y no iba a ser desagradable con alguien que era algo así
como el hermano que nunca tuve.
—También como la
mierda. Ocupado hasta los dientes, trasnochado trabajando, haciendo de ente
distractor para Esme, que ahora está viviendo conmigo…
—¡Detente ahí! ¿Qué
hace ella contigo?
—¿Y tú qué crees?
Se está separando de Carlisle.
—¡¿Tía Esme se
separó de mi tío?! —basta decir que el desconcierto parecía haberle suprimido
la capacidad de hablar en un tono decente, sus gritos estaban destrozando mi
oído. Gracias al cielo estaba en la oficina solo porque opté por activar el
altavoz para no quedarme sordo. Afuera de las paredes del espacio no podrían
escuchar nada, pues estaban insonorizadas. Di gracias también por eso.
—Pues sí.
—El infierno se
congeló, Putin ya no es un hijo de puta y los republicanos dejaron de ser unos
estirados de mierda. No. No se van a divorciar. A tío Carlisle primero lo
torturan por seis meses consecutivos con una tyser y luego puede que acepte…Hmmm. No, ni así. Ese
no deja esa mujer ni aunque lo maten.
Chasqueé
la lengua recordando la noche de su conversación. Hasta donde sabía, ellos no
habían vuelto a hablarse. Al menos eso creía yo.
—No sé, Emmett.
Esta vez veo a mi madre demasiado decidida. Ya se hartó de su mierda.
—Edward. No seas
idiota, viejo. Esme lo adora. Tú tranquilízate, eso solo es una etapa que
atraviesan todas las parejas. —no pude evitar pensar en un niño al que lo calman
cuando está preocupado. No quise discutirle más, porque tampoco tenía ganas de
darle más detalles escabrosos acerca del punto de partida que los había llevado
hasta allí.
—Mejor cambiemos de
tema. Cuéntame en lo que andas ahora. ¿Qué tal va lo de Frankfurt? —necesitaba
distraerlo cuanto antes.
—¿Cómo va ir? ¡Pues
viento en popa! ¿Quién coño crees que es el puto ingeniero?
—Oh, cierto. Había
olvidado que eras la más grande promesa de la NYU*. —resoplé. —Tu ego no debe
caber por la puerta de tu oficina.
Se carcajeó con
fuerza. Con ese descaro que era tan propio de él.
—Es una clase de
suerte entonces que casi nunca tenga que estar en ella. Odio estar encerrado en
una oficina. No sé cómo puedes hacerlo todos los días. Te admiro. —opinó con
sinceridad. —Por cierto, este fin de semana iré a Berlín a ver el sitio del que
me habló Carlisle. Si todo va bien aquí y si es bueno el lugar, será la próxima
tienda.
—Algo de eso me
habló hace unos días, pero para ser honestos; no he puesto demasiada atención
en ello. La sucursal de Atlanta está en su peor momento, así que debo tomar
medidas preventivas para evitar las drásticas. —comenté mientras seguía
revolviendo el balance de ganancias y pérdidas de dicha tienda. —Y toda esta
putada de visita de McCleod me tiene aún más presionado.
Emmett
permaneció callado por un momento…y quizá hubiese sido mejor para todos. Pero
eso no pasó.
—Disculpa que te lo
diga, primo; pero creo que esta visita de Gabriel te tiene demasiado
desencajado. Más de lo habitual. Sé que desde siempre te cae mal, y la verdad
es que te entiendo porque es un bastardo presumido; pero nunca te había salido
una úlcera solo porque él los visitara. —Emmett no era tonto. Era todo menos
eso, y anexo a eso me conocía mejor que nadie más así que no pude esconderle lo
que me ocurría.
—Es que…me preocupa
Isabella…
—Así que sí era lo
que pensaba.
Entonces
perdí los nervios.
—¡Por supuesto! —de
pronto tuve que ponerme de pie. —No entiendo por qué tengo este nerviosismo
estúpido. Como temiendo que algo malo va a pasar. Y sé que no estoy con alguien
como Tanya…pero en algún punto también me cegué por ella.
—Es comprensible en
tu situación, Edward. Si yo hubiese pasado por eso, también tuviera mis dudas.
Miré
el paisaje de Manhattan perdido entre los recuerdos de todo lo que habíamos
pasado Isabella y yo hasta ese momento.
—¿Y si se echa para
atrás y decide no mudarse?
El
tono de mi primo fue de abierta conmoción, pero no en el buen sentido de la
palabra.
—¡¿Le pediste que
se mudara contigo?!
—Bueno…sí. —de pronto
empecé a sentirme dudoso. Como si lo que había hecho era algo tonto por lo que
debía explicaciones.
—Estás demente,
Edward. En serio lo estás. —escuché con atención cada palabra de su reprimenda.
—Me dices que estás pasando unos días de un humor de perros porque viene la
puta de McCleod y ¿Aun así le pides a tu novia con la que apenas tienes unos
meses que se vaya a vivir contigo?
Esperé
en silencio a que dijera todo lo que pensaba y cuando estuve seguro de que no
volvería a decir una palabra más hasta que yo no interviniera, fue que intenté
defenderme.
—Tú no entiendes lo
que siento por Isabella. —a riesgo de sonar como un marica y sufrir las burlas
de él por ello, le expliqué —Ni siquiera con Tanya tenía este sentimiento de
posesión. De necesidad.
—¡Eso no es una
excusa! Bien puede ser una defensa a todo lo que has atravesado con tu fallido
compromiso y ahora con tus padres ¿Has pensado lo mucho que puedes herir a esa
chica; que según tú es excepcional; si después de vivir juntos un par de meses
decides que ella siempre no es lo que quieres?
—Las relaciones
representan un riesgo…
—¿Te estás
escuchando, Edward? ¡Las relaciones no son una inversión que se puedan medir en
porcentajes cuantificables!
Irritado, tomé el teléfono y
descargué mi frustración como mejor sabía hacerlo: a grito pelado.
—¡Joder, Emmett!
Cualquiera diría que eres un experto en relaciones duraderas. No estás aquí, no
la conoces a ella y definitivamente no deberías darme consejos de moralidad. Te
amo, hermano. En serio que sí; pero no por eso voy a permitir que intervengas
en mi vida personal. Te lo conté; aunque aparentemente fue un craso error; para
descargar un poco de presión contigo, no para que me riñas como si fueses
Carlisle.
Respiraba entrecortado como si
hubiese corrido una maratón a pesar de que estaba recargado sobre el
escritorio.
—Edward, viejo.
Eres mi hermano, nos criamos juntos. Te vi tocar fondo una vez y no quisiera
hacerlo de nuevo. Fue duro para mí verte así sin poder hacer nada al respecto
¡Ni tan siquiera me dejaste partirle la cara a ese hijo de puta del
departamento legal! —tomó un respiro audible y siguió con un claro tono
conciliador. —No quiero que vuelvas a pasar por lo mismo. Tú mismo estás
diciendo que con Isabella te sientes aún más posesivo que lo que pudiste
haberlo sido con Tanya ¿Cómo crees que te puede sentar que lo suyo fracase?
Dios, Edward; piensa bien lo que haces. No des pasos apresurados. El hecho que
viva contigo no te asegura que no vaya a…
—¡No lo digas!
—…Serte infiel. Lo
siento pero es así. ¿Acaso no tienes dudas con la llegada de Gabriel McCleod?
¿Qué crees que pueda decir eso?
No tuve una respuesta para eso. De
hecho, no tuve respuestas para muchas cosas durante varios episodios en los
próximos días.
—Siento que estoy
hablando con una silla y la verdad es que me está comenzando a molestar. —estalló
Bella una mañana. Pero siendo ella tan “ella”; o sea tan perfecta a su manera
imperfecta; lo hizo en una calma total—Edward ¿Qué te ocurre? Puedes hablarme
de ello.
La miré atormentado. ¿Cómo podría
decirle la verdad sin perderla por ello? ¡Maldita fuera esa llamada telefónica!
—Es solo trabajo,
Bells. No es nada.
Se
recostó a la silla del comedor donde desayunábamos esa tranquila mañana del
sábado. El gesto de su cara denotaba preocupación e irritación a partes
iguales. Sabía que estaba haciendo su mejor esfuerzo para no invadir mi espacio
personal pero a leguas se veía que comenzaba a cansarse de esperar a que me
abriese a ella.
—Ambos estamos
hasta el tope de trabajo, pero nunca has sido de los que andan ausentes de su
entorno por ello. Así que no me mientas.
Exhalé
frustrado y clavé mi mirada en el plato. Para evitar hablar llené mi boca de
comida. Aquel desayuno continental me sabía cómo a aserrín, pero la causa de
ello distaba mucho de ser la sazón de Sue.
—¡Edward!
Suspiré
cansado y a regañadientes le miré.
—Dime, Isabella.
Asombrada
de que me atreviese a preguntarle aquello, preguntó:
—¿Qué te ocurre?
Estoy aquí, tratando de que hables conmigo sobre lo que te preocupa y me
mantienes apartada. No lo entiendo.
—No es nada que
tenga que ver contigo. —le dije en un tono dulce tratando de tranquilizarla.
Pero no podía mantenerle la mirada.
Se
inclinó hacia delante, tomándome la mano entre las suyas para apretarla.
—Entonces, dime
solo lo que puedas. Lo que quieras.
Pensé
en decírselo, en serio que sí, pero al final no pude. Entre el temor de
perderla y el que ella hiciera lo que Emmett había dicho, me sentía demasiado
embotado.
—Lo siento, no
puedo.
Me
puse de pie para irme pero ella no me lo permitió. Se quedó viéndome a los ojos
sin decir nada en absoluto. Su mirada pasó de la preocupación, a la confusión,
luego al asombro y finalmente a la pena. Entonces supe que me había descubierto
sin tan siquiera haber abierto la boca.
—Si no puedes
decírmelo, es porque tiene que ver conmigo. Y lo único fuera de lo habitual que
he hecho en estos días es planear mi mudanza para acá contigo—parecía estar
hablando consigo misma pero no me soltaba el brazo. Cuando lo hizo, sonrió en
una mueca desagradable llena de amarga comprensión. —Era eso ¿Cierto? Te
arrepentiste de haberme pedido que me viniera a vivir contigo y no sabías como
decírmelo. Increíble.
Di
un paso hacia ella pero Bella retrocedió.
—No es que no
quiera, te lo juro. Es solo que tuve de pronto estas malditas dudas que me
están comiendo el cerebro…—tironeé mi pelo con frustración. Quería explicarme
diciendo muchas cosas, pero a su vez temía que terminara de empeorar la
situación ya de por sí complicada.
Asintió
en silencio mientras me miraba con suspicacia.
—¿Por qué te
surgieron esas dudas? ¿Cuándo?
Harto
de darle vueltas a las cosas contesté sin buscar más subterfugios.
—Hace un par de
días mientras hablaba con Emmett. Hablábamos sobre la llegada de McCleod y todo
esto salió a colación…
—¿Qué tiene que ver
Gabriel McCleod conmigo? —ni bien había terminado de hacer la pregunta cuando
cayó en cuenta como si fuera la cosa más evidente del mundo. Quizá sí lo era en
todo este embrollo—Crees que pueda hacerte lo mismo que Tanya. Oh por Dios. —bajó
la mirada a sus pies.
Luego
me dirigió una mirada húmeda pero se negó a derramar tan siquiera una lágrima
en frente de mí.
Negó
con la cabeza decepcionada y luego se fue a la recámara principal. Cobarde como
me sentía, decidí darle su espacio. Temí que tomara una decisión drástica si la
presionaba demasiado.
No
pasó mucho tiempo cuando pasó por mi estudio, tocó la puerta con suavidad y se
asomó dudosa. Decir que me sentí bajo era quedarse corto.
—Bella, aún puedes
pasar sin necesidad de pedir permiso. Estás en tu…—pero no me dejó terminar de
hablar. Pasó incómoda pero con determinación en los ojos, ya vestida para
salir. Se me hizo un nudo en el estómago.
—No estoy en mi
nada, Edward. Esa es la verdad.—se apretó el tabique nasal, respiró hondo y
luego continuó. —Mira, no vine aquí a discutir. Solo a decirte que me voy a mi
casa.
Fui
a ponerme de pie pero ella me indicó con un gesto de su mano que no lo hiciera.
Su cuerpo permanecía rígido, como si fuese un animalillo que esperaba el mejor
momento para escapar de un depredador.
—No puedo quedarme
aquí ahorita. No después de lo que acabamos de hablar. Necesito tomar aire,
estar en un lugar neutral y poner mi cabeza en orden.
—Pe…pero nosotros
no hemos…
Negó
con la cabeza.
—No, Edward. No
hemos terminado. Pero justo ahora necesito estar lo más lejos de ti que pueda,
la verdad. No puedo mentirte diciendo que nada de esto me hirió.
—No era mi
intención, Bella. —dije en un patético intento de excusarme.
—Lo sé. Pero no puedo
evitar sentirme como me siento.
Quise
llamarle a Embry para que la llevara a su casa pero al parecer no quería que
nada que le recordara a mí se le acercara. Pasada una hora me envió un mensaje
de texto diciéndome que estaba en su casa. Más cuando quise llamarla su
teléfono me dirigió automáticamente al buzón de voz. Le dejé unos cuantos
mensajes.
Luego
me sumergí entre pilas de papeles con el presentimiento de que había cometido
un error garrafal. Pero no tenía las fuerzas suficientes como para échame para
atrás. Lo cual me asustó aún más.
El
domingo a mediodía una ojerosa Esme apareció en mi casa. Como había estado
encerrado en el despacho el resto del sábado hasta pasadas las tres de la
madrugada del día siguiente no me había podido percatar de que ella había
salido.
Fui
hacia ella preocupado de inmediato.
—¿Te sientes mal?
¿Dónde has estado?
Ella
me abrazó y se quedó pegada a mi cuerpo suspirando cansada.
—Estuve con tu
padre.
—¿Pasaste la noche
con él? —me tomó con la guardia baja por completo su respuesta.
—La pasé en su
casa, no con él. —puntualizó.
—¿Pasó algo?
—Se emborrachó
anoche en su oficina. Tuve que ir a buscarlo.
Me
aparté un poco para verla a los ojos.
—¿A qué hora fue
eso? ¿Por qué no me dijiste nada?
—Estabas trabajando
en tu despacho; además Isabella me pidió que no te lo dijera. —murmuró apenada
de echarla de cabeza.
Sentí
una furia instantánea recorriéndome las venas ¿Había llamado a mi madre tarde
en la noche y fue incapaz tan siquiera de devolverme una de mis llamadas?
Aparte que había pasado de mí en una situación como esa. Podía estar molesta,
pero esto era un comportamiento totalmente infantil.
—Debiste haberlo
hecho de todas maneras. —mi tono era glacial.
Suspiró
largo para luego caminar hacia su cuarto. La seguí de cerca.
—¿Cómo está él? —no
me molesté en disimular lo huraño que me sentía.
—¿Ahorita?
Durmiendo. Cuando se levante es que va a tener una resaca de campeonato. Dejé
todo dispuesto para cuando se despierte. Zafrina se encargará de él una vez lo
haga.
Asentí
y sin decir más nada me dirigí a la puerta, justo entonces me volví:
—¿Y tú cómo te
sientes?
Sus
ojos se volvieron acuosos y sus labios temblaron.
—Cómo él ayer,
destrozada emocionalmente. —entonces se soltó a llorar muy afectada, y por muy
molesto que me sintiera con ella por no haberme tomado en cuenta tuve que ir a
consolarla. Lloró en mi regazo hasta quedarse dormida. Incluso entonces fui
incapaz de apartarme de ella durante un buen rato. Sin embargo Lizzy demandaba
atenciones y ya bastaba con que Sue se hubiese encargado de ella la noche
anterior junto con mi madre. Hoy yo me encargaría de dos de las mujeres de mi
vida. La otra, por ahora me debía una explicación.
Era
lunes por la mañana…
—Hola, Rosalie ¿Llegó
Carlisle?
—Hola, Edward. Sí,
llegó muy temprano hoy. Incluso antes que yo. —eso era decir mucho, ya que Rose
era la persona más puntual que conocía. Continuó explicándole como llevaba el
orden como asistente personal de mi padre. Saldría de vacaciones la semana
próxima y debía dejar a alguien plenamente facultado para eso. La amable chica
se sonrojó al verme, más no se distrajo más de las explicaciones que la
diligente rubia le estaba dando.
Di
dos toques en la puerta y entré sin esperar autorización. Carlisle estaba
sentado en su anatómica silla de cuero negro imperial vestido como de costumbre
con uno de sus impecables trajes, pero con la mirada clavada un portarretrato
de marco de plata.
Al
verme recompuso el gesto y pretendió que no pasaba nada.
—Buen día, Edward.
—Buen día ¿Cómo te
sientes? —pregunté.
—¿De qué?
—No te hagas el
desentendido. Sabes muy bien de lo que hablo. Estuviste ebrio aquí mismo hace
menos de dos días.
Carlisle
se puso de pie con su elegancia habitual. Se abrochó un botón de su chaqueta y
miró por el ventanal, dándome la espalda.
—Estoy bien. —dijo
tajante para que no le preguntara más nada, pero ahora sería yo quien se
hiciera el desentendido de ello.
—Si lo estuvieras,
no hubieses estado bebiendo hasta tales niveles y mucho menos en tu propia
empresa ¡Te podría haber visto alguien! Si hubiese sido un inescrupuloso se lo
podría haber vendido a alguna revista sensacionalista o haberte chantajeado con
hacerlo.
—Pero no pasó eso,
así que cálmate. —espetó cortante. ¿Cómo podía ser tan frío? La situación con
mi madre se lo estaba comiendo vivo, no consideraba a nadie un amigo como para
hablarle de aquello y ahí estaba ante mí; fingiendo que todo estaba bien. Como
si lo que había pasado la otra noche hubiese sido un simple desliz.
Pasé
mi pulgar por mis labios con frustración.
—Ok. No quieres
hablar de nada, lo entiendo. —alcé las manos en signo de rendición —Pero te
recomiendo que lo hagas con alguien más. Un psicólogo no te vendría nada mal a
estas alturas…creo que a ninguno de nosotros en realidad. A él puedes pagarle
por su silencio y demandarle, si lo viola. Podrías controlarlo todo con él como
si fuese un negocio. Aunque con mamá te va ser más difícil—respingó cuando
escuchó que la nombraba, así que continué. —puede que incluso siga con su vida
y tú te quedes atrás de ella. Como un capítulo pasado. Piénsalo.
Salí
de allí con la sensación de que había hecho más daño que otra cosa, pero si
algo sabía sobre Carlisle Cullen es que había que hacerle reaccionar con
medidas extremas a veces. Esta era una de ellas.
Ahora
tenía una conversación con Isabella Swan. Y no sería bonita tampoco.
o.o.o.o.o.o.o.o.o
Angela,
la asistente personal de Isabella me saludó con una tensa sonrisa en su rostro.
—Buenos días, señor
Cullen. Isabella está reunida con…
—Buenos días,
Angela. —no di más explicaciones y entré en su oficina sin tocar siquiera.
Bella se sorprendió un poco por el ruido de la puerta pero al ver que era yo
hizo un gesto como si estuviese perfectamente acostumbrada. Siguió mirando unas
muestras que tanto Chenney como Newton sostenían. Estos al verme me saludaron
de inmediato y se pararon un tanto rígidos. Despedí a ambos del lugar en un
tono amable pero que no admitía réplica. Aun así Bella estaba que echaba
chispas por los ojos.
—¡Estaba en medio
de una junta de trabajo! Angela debió habértelo dicho…
—Lo hizo. —le
interrumpí. —Pero tengo algo importante que hablar contigo.
Se
cruzó de brazos y se recargó en su escritorio cruzando sus piernas de forma
sutil, tanto como se lo permitía esa estrecha falda de tubo que tanto me
gustaba como le quedaba...me obligué a centrarme.
—No pongas esa
cara. Solo les pedí unos minutos. Además, les dije que Angela se encargaría de avisarles. Relájate.
—Sé lo que dirás. —no
me pasó desapercibida su irritación pero traté de no tenérselo en cuenta, al
fin y al cabo yo también había metido la pata hasta el fondo con ella.
—Y aun así te lo
preguntaré en voz alta ¿Por qué diablos no me llamaste esa noche? Sé que no
estamos en el mejor de los momentos, pero ¿Pasar así de mí en algo tan
importante? En serio, Isabella, eso no fue nada maduro de tu parte.
Su
primera reacción fue colocarse en una pose altiva, aunque luego pareció
pensárselo mejor y mostrarse arrepentida.
—Discúlpame, tienes
razón. Eso fue muy infantil de mi parte, e innecesario también. —una de sus
manos apretaba a la otra con nerviosismo. Parecía tan vulnerable allí frente a
mí, como si temiera que fuese a emprenderla a gritos contra ella. Exhalé con
fuerza, extenuado de sentirme lejos de ella por lo que me acerqué hasta rozarla
levemente con mi cuerpo. Toqué su mejilla con sumo cuidado, pidiéndole perdón
con esa caricia. Perdón por no estar a su altura, por no ser el hombre que
merecía tener a su lado; pero por encima de todo; perdón porque a pesar de
saber todo lo anterior la necesitaba conmigo de una manera casi absurda y a la
que me negaba a renunciar.
—No quiero estar
haciéndonos daño a cada momento. —susurré muy pegado a su rostro.
Sus
ojos tristes se volvieron hacia mí dejándome deshecho por dentro.
—Tampoco yo. —suspiró
—No quiero que vivamos en una montaña rusa emocional. No puedo lidiar con eso. —admitió.
—Disculpa cómo me
comporté el sábado…
—Shhh —colocó sus
dedos sobre mis labios haciéndome callar. —No puedes temer decirme sobre algo
que te incomode que tenga que ver con nosotros. Eso es algo que comprendí ayer.
—¿Entonces por qué
el resquemor de ahorita?
Esa
mujer tenía un poder único de confundirme, fascinarme, descolocarme e irritarme
a partes iguales.
Batió
su cabellera chocolate brillante y larga con presunción, como si fuese una
especie de diosa pagana que esperaba ser adorada.
—Porque tengo amor
propio y me golpeaste directo en él. No, no, déjame hablar. Precisamente por
eso es que no había aceptado a irme a vivir contigo; y creo que hice mal en
tomar la decisión por un impulso protector hacia ti. No necesitas que te
proteja, solo que te quiera y apoye —suspiré aliviado por su comprensión —. Y
eso haré de ahora en adelante; pero desde mi departamento. —de pronto reconocí
un gesto de determinación en su rostro que hizo que me temblaran un poco las
rodillas —Por lo que he decidido que si quieres que subamos un peldaño de
compromiso más en esta relación, vas tener que ser capaz de expresarme tus
sentimientos.
Entrecerré
los ojos ¿Me estaba manipulando?
—¿Te refieres a que
te diga que te amo y todas esas cosas? —estaba totalmente perplejo.
—Con el te amo es
más que suficiente. No pienso estar comiéndome la cabeza tratando de adivinar
lo que sientes por mí ¿Me quieres? ¿Me deseas? ¿Me amas? Bien. Puedes
decírmelo. Solo entonces yo voy a dar un paso hacia delante. No volveré a pasar
por lo del sábado.
—Son tus
condiciones. —no era una pregunta, aun así respondió.
—Son mis
condiciones.
Asentí.
—Bien. Las acepto. —me
incliné hacia su teléfono y marqué un botón. —Angela, nadie pasa a esta oficina
hasta que no haya terminado la junta que tengo con la señorita Swan ¿Entendido?
—Sí, señor Cullen.
—Ni siquiera usted
por una emergencia. Absolutamente nadie.
—Entendido, señor. —le
di las gracias y tranqué.
Bella
me miró recelosa, pero no le di demasiado tiempo para que pensara nada más.
La
tomé por los glúteos con fuerza hasta que sus piernas se cerraron en torno a
mis caderas. Los ojos se le nublaron automáticamente con lujuria, lo que logró
que mi miembro ya dispuesto se inflamara más. Caminé hasta su sofá y la dejé
abierta de piernas sobre mi regazo.
—¿Quieres que te
diga lo que pienso? Pues aquí lo tienes. Te deseo. Te deseo. Te deseo, Isabella
Swan, me quemo por ti. Y ambos vamos a arder en este infierno. —toqué sus
pechos sin pudor ninguno a través de su sencilla camisa de algodón fino color
lapislázuli, el fino brassier no pudo hacer nada para esconder la evidente
erección de sus pezones tras sus copas.
La
atraje por la nuca tomándola de cualquier manera porque no estaba de humor para
delicadezas y devoré sus labios con frenesí. Mordió mi labio inferior
arrancándome un gruñido, haciéndome perder el escaso control que me quedaba
hasta ese momento. Nunca su falda me había parecido un incordio hasta ese
momento en que intenté quitársela. Tuve que levantarla, abrir el cierre,
bajarla de un solo tirón con sus bragas. Más no volví a sentarme. Al contrario.
La dejé de rodillas en su sofá conmigo pegado a su trasero ahora gloriosamente
desnudo. Solté el cinturón, bajé la cremallera y desabroché el botón, un tirón
a los bóxers y luego estaba introduciéndome en ella sin dilación ninguna.
Suspiró
con fuerza mi nombre y algo inteligible, más no estaba por la labor de escuchar
lo que decía. Estaba aferrado a sus caderas embistiendo en su interior como si
hubiesen pasado semanas desde que no tocaba ese lugar caliente y húmedo que se
había convertido en mi favorito desde que lo había conocido. Mis manos viajaron
por el interior de su camiseta hasta sus pechos con lascivia. No había nada
romántico en este encuentro. Todo era muy húmedo, erótico y adictivo. Besé sus
labios como pude por encima de sus hombros pero no por demasiado tiempo.
Necesitaba seguir moviéndome dentro de ella, era como si mi parte pensante
hubiese quedado anulada por completo por mi deseo por esa mujer.
Y
así era.
Sus
convulsiones internas comenzaron a la par que sus glúteos resonaban con fuerza
contra los míos. Buscaba su desahogo y yo estaba más que deseoso de dárselo,
así que la embestí con mayor rudeza y cuando ella mordió el sofá para acallar
sus gritos, yo la seguí.
Amé
nuestras descaradas respiraciones desacompasadas. Ella gemía como si le doliese
algo pero sus caricias internas me decían que no tenía de que preocuparme.
—Aca…acabamos…acabamos
de violar…el reglamento de…conducta. Piénsalo. —musitó con un rastro de
diversión en su tono.
Acerqué
a mis labios a su oído.
—Una violación
más…no supondrá diferencia…alguna. —salí de ella y para su sorpresa la giré entre
mis brazos hasta acostarla en el sofá.
Volví
a introducirme en su interior, con ímpetu.
—¡Edward! —echó su
cabeza hacia atrás mientras gemía mi nombre. Me sentía poderoso y pleno
mientras la veía disfrutar así.
—Hay algo que amo
de ti… —embestí con fuerza de nuevo pero esta vez iba a hacérselo tan lento
como lo aguantáramos ambos. Seguí hablando contra su cuello. —Como pronuncias
mi nombre cuando te excitas. —levanté su blusa para besar la curvatura de sus
ahora inflamados senos. —Como gimes mi nombre cuando estoy dentro de ti. —lamí
un pezón con parsimonia. Como un felino mimoso. —Cuando te abrazas a mí cuando
te corres. —lamí el otro. —Cómo te desesperas y te entregas a los orgasmos. —subí
hasta sus labios para lamerlos también antes de besarla. —Pero por encima de
todo… —mordí su labio inferior. —amo cómo me sonríes cuando te hago sentir
plena.
Abrió
sus ojos y me sonrió…sí, de esa manera que me volvía loco y posesivo de ella.
Como si para ella no existiera otro hombre a parte de mí.
—Justo así, Bella.
Justo así. —seguí montándola con lentitud pero con fuerza, tratando de que me
sintiera lo más profundo que pudiera. Explorando así esa sexualidad que la
hacía florecer como una especie de afrodita terrenal.
Sus
uñas se clavaron en mi trasero impeliéndome a moverme más rápido, y deseoso
como estaba de ella, le di lo que ambos necesitábamos. Recargué el peso sobre
mis codos y aceleré el ritmo causando que la silenciosa oficina se llenara de
una cadencia agotadora, mojada y muy placentera. Cuando llegó por segunda vez,
lo hizo en una profunda inhalación; casi como si se ahogara. Con el ceño
fruncido y su garganta tensa por el esfuerzo. En cambio yo me corrí bombeando
dentro de ella como un pistón mientras murmuraba en su oído lo mucho que la
necesitaba.
Y
era cierto; nunca había necesitado tanto de alguien como lo hacía de Isabella
Marie Swan. Mi ex asistente. Mi colega de trabajo. Mi más inesperado apoyo.
Mi
perdición personal. Mi ruina.
Las
cosas desde ese día se habían mantenido prácticamente normal, solo que Bella no
se quedaba tan seguido en mi casa como yo quería, pero decidí respetar su
independencia y su espacio. Ella tenía razón cuando esperaba que yo me aclarara
del todo con ella, sin embargo aún no sabía muy bien cómo hacerlo sin sufrir un
ataque de pánico. Así que cada uno seguía en su respectivo lugar. Algunas veces
ella pasaba la noche en mi departamento, otras las pasaba yo en el suyo. Pero
más iba yo hacia el de ella, puesto que se negaba a dejar a los pequeños
gatitos huérfanos sin vigilancia por mucho tiempo. Esme se empeñó en el blanco;
le pareció gracioso y tierno su estrabismo. Cuando Bella los llevó a mi
departamento para que ella escogiera, no tardó nada en elegirlo. Rosalie por su
parte se enamoró, a través de una foto que le enseñé, de la hembrita blanca
moteada con color caramelo; pero como iba a viajar próximamente le ofrecí a
quedarme con ella hasta entonces. Isabella por su parte estaba terriblemente
enamorada del pequeño de color negro, era más peludo que sus dos hermanos y más
travieso también; pero amaba estar sobre sus piernas y escurrirse en su cama
cada que podía.
Pero
Esme y su nuevo acompañante no se quedarían mucho en mi casa, a pesar de mis
protestas. Mamá insistió e insistió en que quería su lugar y cuando estaba
buscándole agentes inmobiliarios, me sorprendió avisándome que había encontrado
algo y que quería que fuera con ella a darle el visto bueno. Acepté un poco mal
humorado la verdad.
Resulta
que el nuevo lugar no estaba sino a dos calles y medias de mi casa, lo cual me
pareció positivo pero me lo callé. El departamento era penthouse hermoso y
amplio de la preguerra que tenía un estilo lujoso y práctico a la vez. Mientras
que veía las puertas de acceso al balcón con forma de arcos no pude evitar recordar
a Bella con sus amadas películas de Sex
and the City. Parecía el que la protagonista había elegido para cuando se
casara…aquí era al revés todo. Esme dejaba su preciosa y ostentosa casa en los
Hamptons para comenzar una nueva vida sin mi padre. La notaba determinada y
aunque era innegable que le encantaba el lugar, en sus ojos había una
indiscutible nostalgia que por más que tratara no podía ocultar.
—¿Qué te parece? —preguntó
después que el agente nos había concedido un momento a solas después de enseñarnos
todo el sitio.
—Está hermoso, la
verdad. Y me gusta que quede tan cerca de mi casa.
Ella
sonrió emocionada.
—Voy cuadrar los
detalles de la compra con… —la tomé del brazo con delicadeza.
—Deja que hable yo
con ella, puede que consiga un mejor precio para ti. —Le guiñé un ojo antes de
acercarme a la mujer de unos aparentes cuarenta años.
Pasado
un rato y con un par de miles de dólares menos me acerqué a mi madre por la
espalda y le di un beso en la sien.
—Todo arreglado. —ella
me miró con los ojos brillantes.
—¿Conseguiste un
mejor precio?
—Uno inmejorable.
Así que antes de que alguien te lo arrebatara… —puse en frente de ella el juego
de llaves. —Es mi regalo para ti. Para esta nueva etapa.
Me
miró horrorizada.
—¡¿Por qué pagaste
tú?! No me parece…
—Ve el lado
positivo, ahora solo tienes que gastar en la decoración. Y conociéndote, no
será poco.
Lloró
un poco. Luego me agradeció y me dio un beso en la mejilla.
Mientras
que mi madre no paraba de combinar colores y telas, yo me mantuve pendiente de
la situación en Atlanta. Habíamos tenido que cambiar de Gerente de tienda,
mover un poco el personal y contratar un par de personas. Y como no estaba de
humor para dejar pasar más errores, decidí enviar a mi gerente de tiendas
general para que supervisara los cambios y me avisara si ocurría alguna
novedad.
Bella
en cambio estaba emocionada y estresada a partes iguales con la campaña de
verano. Estaba muy críptica sobre lo que quería hacer, ni siquiera lo hablaba
conmigo, pero la dejé hacer. Pero no solo tuvo que ocuparse de la estrategia
publicitaria, sino que una tarde; cuando planeábamos almorzar; la encontré
hablando acerca de algo que no me hizo muy feliz.
Cansado
de esperarla en mi oficina, pasé por la de ella para saber el porqué de que
estuviera retrasada. Isabella era sumamente puntual.
—¿Qué haces, Bella?
—pregunté curioso al encontrarle tan ensimismada entre la conversación unas
notas que estaba tomando. Con un gesto de la mano me indicó que esperara.
—Muchísimas
gracias, señor Gómez. No, el placer es todo mío. Que pase buenas tardes, usted
también. —colgó la llamada.
Estaba
confundido.
—¿Qué pasa con el
gerente de recursos humanos?
—No pasa nada, mi
querido cavernícola. Es solo que mañana llega el señor McCleoud.
—Ajá ¿Y?
—Que alguien tiene
que ir al recogerlo al aeropuerto.
—Pues que se venga
a pie desde el JFK. O mejor
aún…contratemos a un ex convicto de máxima peligrosidad. —una sonrisa maliciosa
se colgó en mis labios al imaginarme las posibles conclusiones que arrojarían
mis proposiciones.
Jummm…quizá
debería hacerle una llamada de regreso a Gómez.
En
mi fuero interno disfrutaba como un chiquillo que sabe que ha cometido una
trastada, mientras que Bella rodaba los ojos como si pidiera paciencia para la
semana que se nos avecinaba. Y no me extrañaba, tendría que lidiar con ese
maldito Don Juan y conmigo.
—Ajá. Ahora quiero
saber por qué Gómez te llama para decirte todo eso.
Ella
me miró como si estuviera a dos segundos de llamarme la atención por necio.
—Edward, alguien
tiene que ir a buscarlo. De la directiva, nadie puede. Incluido tu padre. Tu mamá
está en plena mudanza, y no confío en que estés en un auto con ese pobre hombre
a solas. Capaz lo degollas y dices que llegó desde Londres.
Bufé
por la nariz como un toro.
—No sería mala
idea.
Ella
rodeó el escritorio, tomó su chaqueta y su bolsa del perchero, luego tomó mi
mano con fuerza, me besó en los labios fugazmente y tiró de mí.
—Vamos, cavernícola
celópata.
—Es que si se
atreve a rondarte…
—Si…si…lo vas a
matar. Ya me lo sé de memoria.
Seguí
murmurando el resto del camino sin importarme si parecía un niño malcriado, eso
solo podía permitírmelo con Bella. Ella tenía la paciencia para aguantar mis
berrinches o reírse de ellos.
—¿Qué pasa con
Edward? Está un poco raro en estos días. —escuché murmurar a Angela justo
cuando estaba por llegar a los ascensores. Bella se había detenido a darle
directrices mientras salíamos a almorzar.
—No le pasa nada,
Ang. Al menos no le pasará nada, si consigue que Sweeney Todd venga a afeitar a McCleoud antes de que se vaya. —suspiró
con cansancio, en cambio su asistente prorrumpió en risitas.
—Y cuando tú le
conozcas en persona, vas a entender por qué es que cuando Gabriel aparece las
feromonas se disparan. —le guiñó un ojo y siguió en lo suyo.
Cerré
los ojos rezando por paciencia, la iba a necesitar muy a menudo a partir del
día siguiente. Un temor desagradable se alojó en la boca de mi estómago a
partir de entonces. Ni siquiera se alejó cuando apretó mi mano de nuevo. Tenía
que conseguir una forma en la que ellos dos no coincidieran demasiado; sí sería
jugar sucio y sí estaba inseguro; pero estaba más que dispuesto a mandar a la
mierda a la moralidad. Hay veces en las que debemos tragarnos la caballerosidad
si queremos conseguir algo.
Y
este era el momento propicio.
Bella POV:
Aún
no me acostumbraba a los efectos post-cena de celebración del evento benéfico.
Edward y yo habíamos sido fotografiados juntos, lo que despertó la curiosidad
de ciertas revistas. Aunque suponía que para ellos debía ser aburridísima la
tarea de seguir a alguien tan normal como yo. Sin más dinero que el de mi
salario y mis ahorros, sin un pasado sórdido y atormentado que estuviese
repleto de cauciones de alejamientos u otras denuncias. Salía a hacer compras
cada cierto tiempo que podía permitírmelo y no me codeaba con nadie de la
aristocracia. Excepto por Edward, así que por ello no me extrañaba voltear y
encontrarme a uno o dos fotógrafos a las afueras de mi casa o de la de él,
esperando por algún evento que mereciera una nota en esas revistas detestables
de chismes. Reconozco que la primera vez que noté que alguien me seguía a mi
casa, tuve un susto de muerte. Hasta que noté la Nikon que guindaba en una de
sus manos. Hablé con Edward, quien a su vez con solo una llamada; movilizó a un
equipo de informantes que en menos de hora ya le habían dado parte de quién
era, para quien trabajaba y donde vivía, si tenía historial criminal o no. Se
puso histérico al saber que era un paparazzi y estuvo a punto de utilizar sus
influencias para hacer una denuncia por acoso; pero lo detuve.
—Si llevas esto a
instancias legales, él no podrá apostillarse a la puerta de mi edificio. Pero otros
sí, y donde antes hubiesen sido uno o dos ahora serán cinco o diez que querrán
saber por qué la que sale con el heredero Cullen la está emprendiendo contra
ellos. —le dije una noche que pasaba en su departamento. Estábamos acurrucados
en el sofá de su despacho. Acaricié su cara con mimo. Me encantaba ver esta
vena protectora en él pero no por ello iba a dejar que cometiera errores. Le quise
quitar el hierro al asunto para evitar que le comenzara una migraña. Ya se le
estaba pronunciando la vena de la frente. —Y no creo que quieras aburrir a
tantas personas con mi tediosa normalidad ¿Cierto?
Se
apretó el puente de la nariz antes de apretarme entre sus brazos y murmurar
sobre mi cabeza.
—No quiero volver a
pasar por esto. Y mucho menos que tú vivas lo que Tanya tuvo que hacerle frente
cuando estuvimos juntos. —con su barbilla rozó mi cabello una y otra vez.
—Si los ignoramos
no tendremos nada de qué preocuparnos. Cuando vean que no hay nada interesante,
se cansarán y se irán.
Accedió
a regañadientes, pero desde ese día vigilaba de cerca a los que pululaban por
mi calle. Propuso colocarme un guardaespaldas, pero me negué rotundamente; y cuando
quiso imponerse lo amenacé con mandarlo al demonio si no respetaba mi voluntad.
Debida
a esa indeseada atención es que tuve que proceder con suma discreción con el
episodio con Carlisle.
Una
llamada de Angela me hizo tener que devolverme a la oficina para buscar un
oficio que había llegado a último momento de parte de nuestros patrocinantes,
cuando llegué a la planta principal, noté que en el piso de presidencia había
luz; pero eran pasadas las diez de la noche. Me tomó por sorpresa que Carlisle
pudiese estar trabajando hasta tan tarde, cuando él tenía una agenda estricta
sobre cómo se llevaban sus días. Desde su
infarto trataba de llevar un estilo de vida equilibrado y sano, aunque en lo personal se le estuviese
desbaratando el mundo.
Saludé
al vigilante de turno y subí hasta mi oficina. Y lo que pensaba que me tomaría
no más de veinte minutos como mucho, terminó durando una hora y veinte minutos.
Cuando salí, cansada más emocionalmente que física; por la conversación
temprana con Edward; iba a dirigirme a mi casa para acurrucarme en mi cama. Pero
cuando estuve a punto de marcar la planta del lobby, sentí una fuerte
corazonada que me impelía a averiguar quién estaba en la oficina presidencial a
estas horas. Una alerta se encendió en mi cabeza apenas salí del ascensor. Escuché
el sonido de vidrios quebrándose además que la puerta de la oficina estaba
entrecerrada. Por medio de la rendija que permitía que la luz se colara para el
pasillo, me asomé hacia dentro con discreción y lo que vi me partió el alma.
Carlisle
daba tumbos por su oficina completamente ebrio. No fue capaz siquiera de sentarse
en su silla, sino que terminó aterrizando en el piso con un fuerte golpe. Fue entonces
cuando entré a ayudarle.
Tenía
los ojos rojos y apestaba a whiskey barato, su cara mostraba rastros secos de churretones
de lágrimas y claramente no se había rasurado esa mañana. Su impecable traje
Zegna se encontraba todo arrugado y en algunas partes sucio, como si se hubiese
caído en numerosas ocasiones. Entonces no pude evitar pensar en lo soberbios
que podíamos llegar a ser los seres humanos, amamos sentirnos los dueños y
señores de la verdad absoluta. Saber el qué, cómo, cuándo y dónde de lo que nos
hará felices, e ignoramos todos los detalles que nos rodean que podrían
hacernos mejores. Por el contrario, en el transcurso nos amargamos si no
conseguimos lo esperado. Ante mí tenía a las pruebas vivientes de dicha
creencia; aunque faltaba la señora Esme en físico, estaba más que presente en
ese despecho monumental. Incluso, yo misma era una de ellas. Pero me gustaba
pensar que no me estancaba en las etapas dolorosas de mi pasado, solo seguía adelante.
Era lo que me permitía disfrutar de los momentos de felicidad que se me
presentaban delante.
—¿Señor Carlisle? —me
apresuré a tratar de ponerlo en pie.
No
podía siquiera ponerse en pie, así que tuve que tomarle por la cintura y halar
hacia arriba. Pero no pude. Si algo tenían tanto el padre como el hijo en común
era la altura y los gestos al hablar, por lo que no pude con ese metro ochenta
y cinco que yacía explayado en el suelo y que no podía hilar ni una sola frase
coherente. Sabía que no iba a poder ponerlo en pie y que definitivamente no
podía sacarlo en ese estado por la puerta principal, tendría que llamar a Sam;
que era su chofer personal y a su vez cumplía funciones de seguridad. Supuse que
lo había mandado a su casa, ya que no lo veía alrededor ni tampoco estaba abajo
esperando por él. Me vi obligada a llamar a Esme cuando eran casi las once de
la noche.
No
pasaron ni quince minutos cuando Esme atravesó la puerta vestida con unos
vaqueros, una franela y unos tenis. Nunca la había visto más informal ni
preocupada. No llevaba una gota de maquillaje y aun así se veía hermosa, pero
ese dolor que tenía encima le amargaba las facciones. Entre las dos pudimos
levantarlo del suelo pero no sin darnos unos cuantos golpes en el intento. Cinco
minutos después llegó Sam.
—Sabía que no debía
irme. —dijo apenas entró y lo vio recargado en la silla de cualquier manera. No
dejaba de revolverse ni de repetir el nombre Esme. Y ella estaba a punto de
quebrarse emocionalmente. Se veía a leguas.
—¿Por qué lo
hiciste entonces? —le reprochó ella.
Él
le dirigió una sonrisa cansada que no tenía nada de divertida.
—Porque usted debe
de saber, señor Cullen, que cuando él da una orden espera ser obedecido. —sentí
el impacto de sus palabras como una verdad ineludible. Así mismo era Edward. Esperaba
que no fuese un presagio.
Él
se colocó el brazo de Carlisle por encima de su hombro y alzó con su peso sin
ningún problema aparente. Esme y yo íbamos detrás de ellos en silencio. Sam lo
colocó en el asiento trasero y su esposa se sentó a su lado. Yo acompañé a Sam
en la parte anterior del vehículo. Me dejaron en mi casa primero, pero supe que
Esme se iría con él a su antigua residencia en los East Hamptons. Cuando me
bajé me dirigí a la ventanilla de ella.
—Si necesita algo,
Esme, no dude en llamarme. —¿Qué más se le podía decir a una mujer cuyo esposo
yacía ebrio en sus piernas, muerto de despecho por haberla perdido por hacerle
tanto daño? Ignoraba que demandaba el manual de modales en estos casos.
Ella
me agradeció mucho lo que había hecho y se fue. Con el corazón roto.
Miré
hacia ambos lados de mi calle y no pude evitar sonreír con malicia.
—Esta hubiese sido
una nota interesante, cuervo. —me mofé pensando en esos hombres hambrientos de
una desgracia ajena con la cual lucrarse.
o.o.o.o.o.o.o.o.o
Maldije
el día en que tuve que dejar de hacer mis cosas por ir a buscar a Gabriel
McCleod. Para colmo de males, Edward estaba de malas pulgas lo cual no supuso
un aliciente positivo. Así que allí estaba, en el J. F. Kennedy, esperando que
la pizarra digital o la voz en los parlantes me indicasen que el vuelo
proveniente de Londres ya había aterrizado. Me dirigí a la zona de espera en la
que había señal libre de internet, conecté mi tablet y seguí con mi trabajo lo
máximo que pude. Y me ensimismé tanto que no escuché cuando dijeron que ya
había aterrizado.
No
fue sino hasta que escuché el ringtone de mi teléfono que salí de mi
concentración. El número me era desconocido.
—¿Señorita Isabella
Swan? —el inconfundible acento inglés me indicó quién era.
—Buen día, señor
McCleod. Estoy esperando por usted… —me puse en pie pero en ese momento un
hombre altísimo me barró el paso. Sorprendida me quedé con el teléfono en el
oído aun cuando él guardó el suyo en el bolsillo.
—Esperaba que la
señorita Swan viniera por mí —sonrió con descaro. Yo tragué grueso —. Lo que no
me esperaba, es que fuese tan abrumadoramente hermosa.
Era
alto, altísimo. Debía medir uno con noventa y cinco o dos metros. Su cabello
era de un rubio platinado brillante, lo llevaba recogido en un man-bun con unos mechones rebeldes que
le caían a los lados de cara enmarcando sus rasgos. Iba vestido con una
sencilla camiseta gris, botas militares; y dentro de ellas iban sus vaqueros
negros. Arrastraba una modesta maleta que no tenía ningún signo de marca
reconocida a la vista. Con esa estampa resultaba difícil creer que estaba ante
uno de los hombres más ricos de Inglaterra.
Pero
nada de eso me impresionó tanto como su mirada. Unos ojos verdes con motas
amarillas, con rasgos felinos y con una profundidad que invadía tu espacio
personal, aunque pelease por resistirse.
—Gabriel McCleod. —tendió
una mano hacia mí y sus labios naturalmente rosados enmarcaron unos dientes
perfectos y blancos.
Recordé
entonces las palabras de Angela. Ahora entendía lo de las feromonas.
Primero que nada,
mil, dos mil y tres mil disculpas por este año y un mes de abandono (Con esta
historia, al menos. Con CDC es unos cuantos meses). No quiero entrar en
detalles pero digamos que fue un descanso forzoso lleno de altibajos
emocionales, bloqueos totales y emprendimiento de nuevos proyectos. Aun así
muchas de ustedes siguieron esperando por mi historia, escribiéndome mensajes
privados de preocupación y otros de ánimo. Gracias a todas las que lo hicieron.
Bueno…ya
estamos aquí y espero no tener que ausentarme tanto como esta vez. De hecho les
tengo en camino un alterno de Tirano desde la perspectiva de Carlisle, que
subiré lo más pronto posible.
De nuevo, gracias y
mil gracias por leer y releer mis historias.
Suya…
*Marie K. Matthew*
pobre Ed sufrirá sangre! Jajaja saludos y es genial tenerte de vuelta! espero estés bien y Dios te haya dado la fortaleza sabré seguirle! beso y abrazo enorme!.
ResponderEliminarAtte.
Anilu Arredondo
Noooo ¿que entendió? ¿Por que lo entendió?. XD
ResponderEliminarHola, creo que es la primera vez que te comento, pero te he seguido desde siempre; la verdad esta es de las historias que más espero. Me encanta. Sinceramente solo espero el Te amo de Edward, para poder respira.
Espero que estés bien y que puedas continuar pronto. Saludos.
Solo de imaginar a McCleoud..... es imposible no pensar en el pobrecillo de edward..
ResponderEliminarGracias a todas por tomarse su tiempo para dejar un review. Eso es muy importante para mí. Danijigu, gracias por animarte a escribirme por primera vez y estoy muy agradecida por ese apoyo silencioso.
ResponderEliminarUn beso y un abrazo desde mi Venezuela.
Hola! Es la primera vez que paso por este blog, y veo que hace tiempo que está inactivo... es una pena la verdad... yo de todas formas te sigo, y si te quieres pasar por mi blog http://letrasdehieloyfuego21.blogspot.com también te invito a que me sigas :) hay capítulos diarios de twilight!
ResponderEliminarun beso grande!
Rayos ese sera un golpe duro para Edward celopata jajajaja..Gracias cielo...Cuidate...
ResponderEliminarporfis publica el capitulo 18 por que en fanfiction ya no sale...
ResponderEliminarOhhh me encanta tu historia!!!! Edward es muy territorial, y no se que pasará ahora que llega McCleod.... Espero que Edward deje sus celos, o que le muestre que él y Bella están juntos!!!!
ResponderEliminarBesos gigantes!!!
XOXO
cuando la actualizaras...
ResponderEliminarla leo y sigo leyendo... un edward celoso es muy interesante
ResponderEliminarGracias... Espero estar actualizándola pronto.
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