“De revelaciones, disculpas y
comienzos”
Emmett POV:
Tenía asumido que Edward podía sorprenderme con
sus reacciones frente a ciertas situaciones. Eso era innegable. Pero decirte
eso constantemente a ti mismo, es muy distinto a enfrentarlo. Como por ejemplo:
esta noche. Había dado por sentado que con sus escasas habilidades sociales y
con la persistente resistencia a todo lo que lo sacara de su bien organizada
rutina, esta cena parecía estar abocada al fracaso.
Sin embargo resultó todo lo contrario. Puede que
al principio no se le hiciera fácil recibir saludos con demostraciones físicas
de afecto (besos, estrechones de manos, etc). Pero a pesar de ello, Edward me asombró
al desenvolverse en las conversaciones con una ligereza impresionante. Supongo
que eso decía más sobre el tipo de persona que era yo en vez del que era mi
hermano. No hablaba ni opinaba si alguien no se dirigía a él directamente, pero
cuando respondía a los comentarios, siempre lo hacía con educación y hasta con
mucha certeza sobre diferentes tópicos. Sus favoritos eran cualquiera sobre
música o animales. Eso capturaba su completa atención.
Como por ejemplo el juez McCannan. Encabezaba el
tribunal principal de Tacoma, pero reconoció para todos los comensales de
nuestra mesa, ocho en total, que su carrera de ensueño frustrada había sido la
medicina veterinaria.
—Y por qué no la estudió? —preguntó Edward
realmente interesado. Tanto mamá como papá y yo, dejamos de ser relevantes para
él en cuanto el viejo juez comenzó a hablar sobre su rancho a las afueras de la
ciudad de Atlanta. Incluso la pobre esposa, aceptó con mucha paciencia el hecho
de que su marido y mi hermano acaparasen toda la atención en la mesa hablando
sobre cabezas de ganado, caballerizas, perros de pastoreo y gatos merodeadores.
El hombre de gran estatura, cabeza medio calva y
rasgos toscos muy propias de su ascendencia escocesa, se echó hacia atrás en la
silla y respondió con una sonrisa medio amarga:
—A veces pensamos primero con el bolsillo que con
la vocación, Edward. Mi madre siempre me impulsó a hacer lo que sentía que era
correcto pero mi padre; quien manejó tierras desde que vivía con mi abuelo en
Escocia; cada vez que recibía una cuenta por pagar me decía que escogiese una
carrera que asegurara la tranquilidad de la familia. Odiaba las injusticias y
heme aquí: luchando contra los malos con un mazo, y deseando poder pasar más
tiempo entre pastizales y caballos. —cogió un bocado más de la mousse de frutos
rojos que habían ofrecido como postre mientras esperaba más de ese
interrogatorio de Ed.
—Yo de joven quería ser mecánico. —intervino el
fiscal de distrito de Washington: Henry Roswell. Supuse que ya se había cansado
de ser ignorado por el principal orador (autodesignado) de la mesa, Edward Cullen— Pero me vi en la obligación de
seguir el legado de juzgados y fiscalías de los Roswell. A la larga fue lo
mejor, porque aún no soy capaz de recordar apagar las luces del auto en el día.
Se me ha descargado la batería en unas cuantas ocasiones. —su, muy llena de bótox,
esposa hizo amago de una sonrisa cuando todos nos reímos por su comentario. Ed
en cambio, lo miró con el ceño fruncido.
—Tiene razón. Hubiese sido un mecánico terrible.
—el comentario nos hizo soltar unas carcajadas bastantes sonoras en una cena, donde
lo que más se escuchaba era el sonido de los cubiertos contra la vajilla y las
conversaciones monótonas. Unos se reían porque creían que Edward había hecho
una broma, otros nos reíamos porque sabíamos que lo había dicho muy en serio.
Él no se rió en absoluto y no entendió en primer lugar porqué lo hacíamos.
Entonces la
señora McCannan tomó la batuta durante un par de minutos, alegando que podías
sacar el hombre del campo pero no el campo del hombre. Y en como el importante
juez que tenía por marido dejaba en un tercer plano las tribulaciones que
pudiese tener cuando ponía un pie en su rancho. Se deshizo en halagadores
comentarios en como había hecho crecer el lugar aun cuando no tenía todo el
tiempo que quería para pasarlo en dicho lugar. A leguas se notaba el afecto que
se tenían nada más con ver las miradas que se daban entre sí. Luego le hizo una
pregunta a mi hermano que no había escuchado que nadie le hubiese hecho hasta
ahora:
—Y tú qué quieres ser, Edward?
Él se tomó
un momento para responder. Por lo visto, yo no había sido el único al que habían dejado
descolocado:
—Aún no lo sé. Pero si estoy seguro de que no
quiero ser el que era antes.
Se me hizo
un nudo en la garganta de orgullo y dolor al mismo tiempo cuando vi un poco de
miedo en sus ojos al decir aquello. Y supe que compartía el sentimiento con
mamá y papá cuando vi sus expresiones conmovidas. Luego tendríamos que
explicarles porqué lo decía, pero en ese momento los tres nos unimos en un
mismo deseo: Que Edward nunca volviese a ser el fue antes de Isabella.
*.*.*.*.*
—¡Tengo hambre! —se quejó Edward cuando íbamos vía
a la casa. Su estómago lanzó un gruñido lastimero que me causó bastante gracia.
—Esas cenas protocolares son buenas para las
relaciones pero están diseñadas para las modelos de pasarela que no comen nada.
—concordé. Luego tuve una idea. —¿Qué te parece si pasamos por un autoMac y recogemos un par de Big Macs?
—¿Para cada uno? —juro que sus ojos brillaron como
los de un niño en la noche de navidad ¿Cómo podía negarle algo?
—Ya veo que no soy el único que está comiendo como
un oso. —bromeé.
—Los osos no comen hamburguesas, Emmett! —dijo
como si hubiese dicho que la tierra era cuadrada. En serio, me miró con una
irrespetuosa expresión en su cara que indicaba cuán tonto había sonado.
Me reí y luego me reí aún más cuando seguí
haciéndome el estúpido en diversos temas solo para hacerlo rabiar un poco. Lo
amaba demasiado, aunque nunca se lo dijera. Y esperaba que si mi hijo (o hija)
llegasen a tener un hermano, tuviera una relación como la que tenía con el mío.
*.*.*.*.*
—¡Por el amor de Dios, Emmett! ¡Me tenían
preocupada!
Sorbí de mi pajilla confundido.
—No entiendo porqué. Te llamé y te dije que íbamos
a pasar por unas hamburguesas…
—¡En el autoMac!
—me interrumpió. Si no hubiese visto su genuina preocupación me hubiese reído,
pero ver esa mirada inquieta en la cara de mi mamá siempre generaba una ola de
protección en mí. Me acerqué hasta ella y deposité un beso en su frente. Esme se
abrazó a mi alrededor y luego me dio una palmada. —¡Hey! No pasa nada! El plan
original era ir por allí pero aquí el “Señor McSeguridad” creía que comer
manejando era un riesgo, y a su vez quería su comida caliente, así que no tuve
más opción que seguirle la corriente.
—¿Culpas a tu hermano menor Emmett? —Carlisle
entrecerró sus ojos como si me riñera, cuando en realidad trataba de contener
la risa. —Pensé que habíamos dejado eso atrás hace unos cuantos años.
Levanté mi mano y con ella una bolsa de papel con
la gran M amarilla.
—Te traje tres órdenes grandes de papas y mucha
kétchup.
Papá besó la mejilla de mamá con ternura y abrazó
su cintura antes de extender la mano y arrebatarme el paquete.
—No es tan grave, querida. No es como si les
hubiese pasado algo. —Y solo así se pagaba su silencio. Dicen que todos tenían
un precio, y el de mi padre eran unas buenas patatas fritas. Así de fácil. Al
menos así había sido desde que estábamos pequeños.
Ella le codeó una costilla con ternura y sonrió
antes de salirse de su agarre. Besó su mejilla y luego la de Ed y la mía.
—Estoy que me desmayo de cansancio, así que me iré
a la cama ya que mis inconscientes hijos llegaron. Buenas noches.
—Yo no tengo sueño. —replicó Edward desde el
rincón donde rascaba la regordeta panzita de una Winter muy extasiada.
—Ni yo. —Lo apoyé. Me deshice de la chaqueta del
traje. La corbata hacía dos hamburguesas atrás que la había guardado en un
bolsillo de la misma.
—Tampoco yo. —Carlisle se dirigió al salón de
estar, se giró hacia nosotros y encendió el monstruo que tenía por televisión.—
¿Maratón de “El Padrino”?
Ambos asentimos y nos sentamos a cada lado de él.
—¿Compartirás con nosotros? —señalé a la bolsa de
papel con un asentimiento.
Negó con la cabeza.
—Uno: ya comieron suficiente. Dos: hay Pringles en la alacena. Vayan por ellas,
estas son mías. —puntualizó antes de coger
un puñado de papas embarradas en kétchup, y comérselas sin tan siquiera
parpadear en nuestra dirección. Mientras tanto, yo colocaba el disco en el blue
ray. Winter se tiró a los pies de Edward pero a media película ya estaba en su
regazo adormilada mientras le rascaban las orejas. Peluda manipuladora.
—¡Emmett! —Edward sacudió mi hombro con fuerza.
Tenía su cara muy cerca de la mía. Desperté sobresaltado y me senté de golpe.
Mi cabeza no agradeció eso. La vista se me puso negra y tuve que cerrar los
ojos por un par de segundos.
—¿Qué hora es?
—Las cuatro menos cuarto. Papá también se durmió.
Volteé
hacia un lado y lo vi desparramado en el sofá. Nada que ver con el porte
elegante del célebre Carlisle Cullen, abogado penalista del Estado de
Washington. Solté una risita. Winter dormía un poco más allá en una anti
natural posición con las patas arribas.
—No has dormido nada? —le pregunté por más
costumbre que otra cosa. Ya sabía la respuesta a ello.
—Es un sofá! No una cama. No es para dormir. —su
expresión fue todo un: Eres tonto. Pero no podía recriminarle nada. No es como
si no supiese a qué me enfrentase cuando se trataba de él.
Asentí y me puse en pie. Miré la mesa de centro
que estaba repleta de bolsa de botes de Pringles, frascos de coca cola, vasos
de vidrio, un envase de helado de vainilla que no sabía cuando había llegado a
este sitio…y el frasco de galletas de canela casi vacío. Eso resolvía automáticamente
el misterio del helado.
Convencí a Edward de limpiar el desastre antes de
subir. Hablamos por lo que sentimos que fue poco tiempo pero al final fueron
más de dos horas para ordenar algo tan simple. Tonterías de mi trabajo, lo que
a él le parecía asombroso porque nunca había reparado en la existencia de ello
hasta ahora. Incluso cosas de chicos.
—Es normal, Ed. Esas cosas nos pasan a todos en
alguna ocasión. — le respondí con tono formal, antes de tomar un sorbo del muy
cargado café que acababa de hacer. — No le des más importancia de la que tiene.
No despegó
su mirada de la taza que sostenía con fuerza entre las manos. Si seguía
apretando la porcelana de esa manera, lo más seguro es que acabara con el
regazo lleno de leche ya no tan tibia como antes. Si, Edward seguía sin
soportar el sabor del café; a menos que viniese en algún postre, o si venía
acompañado de mucha crema batida.
—¿Te ha pasado a ti alguna vez? —Me encogí de
hombros riendo al recordarlo. — ¿Y qué hiciste?
—Lo mismo que estoy haciendo ahora pero de forma
más escandalosa.
—¡¿Te reíste?!
—No lo sé. ¡Puede que haya pedido disculpas
quizás! ¡Ya no lo recuerdo! —me defendí entre risas.
Bebí otro
trago de café antes de negar con la cabeza.
—Solo seguía en…lo mío, Edward. No es como si se
fuese a acabar el mundo. ¿Tú qué hiciste cuando te pasó? — sus mejillas se
tornaron de un adorable color rosa intenso. Era tan extraño para mí ver un
hombre que se ruborizara hablando de sus accidentes durante el sexo, cuando
estaba cerca de sus treinta años.
—Me…salí. Y luego fui corriendo al baño. — bajó su
voz un par de octavas. Se notaba que estaba muy avergonzado. Me podría haber
reído si no lo viese tan mortificado. Pero allí estaba Edward, era todo
vulnerabilidad justo allí en frente.
Tuve que ponerme en pie porque tenía que lavar la
taza. No soportaba el olor que desprendía el resto del café luego de tomarlo. Era
asqueroso.
—¿Terminaste con esa leche? Aprovéchame, que estoy
muy doméstico esta mañana. —él negó
con la cabeza. Fruncí el ceño— Ed, un pedo durante el sexo no es la gran cosa. Deja de preocuparte. Y
tráeme esa condenada taza de leche que ya no es tibia, ni es un diablo. —miró
el contenido blanco con desagrado y luego la acercó hasta mí.
Sacudí su
cabello en broma tratando de quitar esa preocupación desmedida que tenía por
una tontería. Al menos, en mi opinión.
—¡Hey! Ya deja esa mirada perdida. Soy tu hermano.
No debe darte vergüenza conmigo.
Me miró
confundido.
—No lo estoy. —aclaró. Y de cierta manera me sentí
un poco tonto. — Me da vergüenza con Bella. Por algo te lo estoy contando a ti.
— Así, de sopetón, se quedó tan satisfecho con su respuesta como si no me
hubiese hecho sentir como un tarado. Podría ahorcarlo, en serio. Si no lo quisiera tanto…
—Estoy seguro de que Isabella no se lo tomó a mal.
¿Te comentó algo?
—Salí después de mucho rato. Ya estaba dormida.
—Apostaría lo que fuera a que no lo estaba.
—Eso explicaría que su respiración no tuviese la
misma cadencia que tiene cuando me despierto en la madrugada. — acotó
pensativo. Para alguien tan detallista como él, no se le escaparía un detalle
así. —Pero en la mañana tampoco me dijo nada sobre el tema.
—Porque no querría mortificarte. —Después de una
pausa recapitulé sobre algo que él acababa de decir. Terminé de lavar el par de
tazas. — ¿Te despiertas cada madrugada que pasas en su casa? — Asintió. — ¿Por
qué?
—No es mi cama, Emmett. Me cuesta mucho dormir
allí, pero lo hago por ella. Una vez me dijiste que había que hacer sacrificios
cuando se amaba a alguien.
Traté de
hacer memoria. Fallé miserablemente.
—¿Cuándo te dije eso? —era impresionante como
podía recordar pequeños detalles y comentarios que para otros pasaban
desapercibidos. Discapacitados, mis pelotas. Él era impresionante.
—Hace un mes y medio, en una caminata matutina.
—entonces hizo la pregunta que terminó de poner mi mundo patas arriba. —¿Tú
quieres a Rosalie?
Íbamos
camino a nuestras respectivas habitaciones lo más calladamente posible. De
hecho, hablábamos casi entre susurros. Lo miré a los ojos. Tragué con
incomodidad pero contesté sinceramente:
—Siento una fuerte atracción por ella. También soy
muy protector cuando se trata de Rose, lo demás aún no lo he etiquetado. Acepto
las cosas según vayan llegando. —Sabía que estaba respondiendo de forma sincera,
pero aún así tenía la sensación de que se me escapaba algo. Y siendo
mortalmente sincero, me aterrorizaba que se revelara ante mí mismo.
Luego de
una noche como la que habíamos tenido, pensé que dormir sería solo cosa de
posar la cabeza en la almohada y ya. No podía estar más equivocado.
Mis ojos
vagaban del techo a la pared derecha donde descansaba protagónicamente una
pintura de un tal Gerard. Tenía tiempo allí. La había visto en innumerables
ocasiones pero era la primera vez que la observaba. ¡Qué fea era la hija de
perra! Básicamente estaba compuesta de puras manchas negras y grises con algún
que otro vestigio de color azul. Arte abstracto, mis cojones. Estos jodidos
hippies astutos en negocios. Pero Esme parecía obsesionada con el trabajo del
tipo en cuestión. Decía que por algún extraño motivo le parecía una versión
moderna (y obviamente abstracta) de Rembrandt y su famoso claro – oscuro ¿Qué opinarían
Botticelli o Verdi de esta mierda?
Recordatorio mental: No dejar que mamá compre
pinturas para mi próxima casa. Gracias.
Pero no era
el horrendo cuadro lo que me mantenía despierto; las palabras de Edward
paseando por mi cerebro como si se tratara de un cintillo informativo en una
pantalla: ¿Qué sientes por Rose?
La verdad
sea dicha; tenía rato con ese pensamiento en alguna parte de mi cabeza, pero
mis ocupaciones diarias hacían muy buen trabajo manteniéndome distraído de
ello. Pero cuando mi hermano pronunció las palabras en alto, fue como si
despertara algo que ahora se negara a dormir. Sabía que Rosalie para mí era más
que una simple amiga; a pesar de que en un momento no estuvimos en el mejor de
los términos. Pero no había decidido que etiqueta darle más allá de “Madre de
mi hijo no nato”. Algo que también sabía a ciencia cierta, era que me molestaba
más allá de lo verosímil que la visitara un antiguo ex novio ¡Por Dios! El
cretino ni siquiera disimulaba lo mucho que le atraía aún Rosalie ¡Como si no
estuviese embarazada de mi bebé! ¡Cómo si no se le notase una pequeña
protuberancia en el vientre! Pequeño pedazo de mierda descarado. Uno de estos
días íbamos a tener una conversación que
le rogaba a Dios no fuera civilizada. Las personas no podrían saber lo mucho
que le atraía la idea de saltarse las leyes, en ciertos momentos, a los
abogados. Además, mi cavernícola interno estaba deseando una contienda que
incluyera un par de dientes tumbados. De su parte, claro está.
Así que
entre divagaciones mentales un tanto sociópatas y diatribas de sin sentido de sobre
arte; terminé más desmayado que dormido aquella madrugada. ¿Descansé? No. De
hecho tuve pesadillas que incluían a Rose sosteniendo un pequeño a la vez que
era sostenida por unos brazos que no eran los míos. Desperté esa mañana de un
humor de perros.
Tenía que
solucionar toda esta condenada situación si quería recobrar en algún momento mi
paz mental.
Y como una plegaria invocada, una imagen de
Rosalie (que le había sacado en un descuido de ella en una de las citas
médicas) con un aire pensativo, apareció en mi teléfono en ese instante. Entonces
comprendí las palabras que me había dicho mi padre hacía algún tiempo atrás: Ahora
lo entendía. Por fin lo había entendido.
*.*.*.*.*
Jasper POV:
A los hombres suelen decirnos que los “Érase una vez” eran cosas de niñas.
Finales felices para historias repletas de fantasías que marcaba a las mujeres
y les hacía idealizar una forma irreal de las relaciones. Pero cuando tienes
una pequeña de casi cuatro años, tan inocente como esos unicornios que tanto le
gustaban; no eras capaz de romper su corazoncito ni aunque fueses uno de los
abogados más duros en el bufete Cullen y en el estado de Washington.
—Y entonces Cenicienta se mudó al castillo, donde
fue feliz con el príncipe y sus fieles amigos animales. Fin. —esto último lo
susurré ya que parecía que estaba próxima a dormirse. Dejé que el silencio
invadiera la habitación apenas iluminada de Charlotte para asegurarme que
estaba durmiendo profundamente antes de irme. No importaba cuán cansado
estuviese de mi día a día. Esta era nuestro momento especial y no pensaba
renunciar a ello ni por un caso tipo el de O.J.
Simpson.
Deposité un
beso en su frente con suavidad a la vez que acaricié su frente con la punta de
mi nariz de forma sutil. No quería despertarla pero tampoco podía resistirme a
su carita de muñeca. La amaba con locura. Y algún día, esperaba compartir mi
vida con alguien que la amase tanto como yo. No podía ser de otra forma. Ya algunas había hecho su cuota de daño al
abandonarnos y menospreciarla por su condición de crecimiento; no permitiría
que alguien más le hiciese sentir mal por algo que no era ni remotamente su responsabilidad.
Casi automáticamente los recuerdos con Alice
vinieron a mi mente. Ella la adoraba con locura y viceversa. Había pasado
numerosas noches mirando cómo podían pasar horas jugando a peinarse y
maquillarse. Sonreí un poco al rememorar los desastres más grandes en el rostro
de Alice. Nunca le pesó andar durante un buen rato con “la obra de arte de Charlotte” mientras que la otra parecía una pequeña
Polly Pockett. Nunca la sorprendí en una actitud hostil con Charly, ni siquiera
cuando se ponía en su actitud de diva y pretendía manejarnos a todos con su
pequeña manito tiránica. Sería una fantástica facilitadora en el centro de capacitación
de Carlisle. Sacudí la cabeza en un intento fútil de tratar de sacármela de la
mente. Aunque ¿Cómo podía sacármela de allí? Si la sentía hasta en la sangre. Sobre
todo cuando me sonreía con un descaro encantador, luego de hacer el amor.
—Te vas vuelto un cursi, Hale. —me reprendí a mí
mismo mientras caminaba a mi despacho.
Pocas cosas
había hecho más allá de trabajar y cuidar de mi hija desde terminé con Mary
Alice Bronson. ¡Por Dios! Hasta pensar en su nombre completo me hacía sentir
una presión en el pecho como si me lo estuviesen pisando varias personas a la
vez. Era eso, o este condenado caso de abandono de hogar por la madre estaba a
punto de causarme un infarto.
No había
podido dejar de sentirme reflejado en el caso de ese hombre. Había tenido una
tempestuosa relación con una mujer a la cual embarazó. A diferencia de Kate;
con la cual viví hasta que decidió que ser madre de una niña especial era
demasiado trabajo para sus innumerables objetivos, en los que la maternidad no
era más que un estorbo; se había largado apenas habían terminado. Pero luego
regresó con un pequeño de apenas dos semanas de nacido envuelto en mantas. Le informó
que era suyo, y al primer descuido, desapareció tan rápido como la sal en el
agua, dejando al pequeño con un padre totalmente inexperto y desesperado. Pero
la suerte del mismo comenzó a mejorar cuando su trabajo como pintor comenzó a
despegar en todo Seattle e incluso se estaba expandiendo su reputación hasta
New York. Tanto estaba dando de qué hablar, que la madre había decidido
aparecer de forma súbita reclamando la custodia del pequeño, que ahora tenía
poco más de un año. Custodia que por supuesto, venía con una pensión
alimenticia. ¡Oh, nada como el amor maternal!
Revisé una
vez más los puntos resaltantes con los cuales iba a argumentar en el juzgado. Y
sabía muy bien que permitir que la rabia controlara mi proceder cuando estaba
en la corte podía resultar muy perjudicial para el caso que manejara en el
momento. Pero en esta ocasión estaba bastante seguro que lo había hecho muy
bien, y si me salía con la mía este sería uno que resonaría en todo el estado de Washington,
dejando en claro lo que pasaba cuando Abandono
de Hogar y Jasper Hale se unían
en un juzgado. ¿Sonaba arrogante? Puede ser, pero estaba decidido a sentar un
precedente. Sería como una especie de reafirmación personal.
Mañana
sería el día en que nos veríamos en los tribunales. Y estaba muy emocionado por
ello.
*.*.*.*.*
Emmett se
encontraba en la parte trasera de la audiencia. Odiaba que entre todos los
abogados del bufete Cullen, tenían que haber comisionado a monitorear mi
desempeño con el infeliz que se había enrollado con mi hermana, y que de paso
la había embarazado. Habían cuando menos cuatro abogados más aparte de este y
de Carlisle. Entonces ¿Por qué justo tenía que ser el Eyaculator?
Respiré
profundo y me mantuve incólume mientras se desarrollaba la audiencia. Mi representado,
sentado a mi mano derecha, se veía un poco nervioso muy a pesar de mis
comentarios alentadores. Pero podía entenderlo, no se trataba de algo tan
simple como propiedades sino de un niño.
Tuve que
soportar como el abogado y la madre del pequeño trataban de proyectar como una
pobre víctima de la depresión post parto, quién repentinamente había recuperado
sus instintos maternales. Por la sencillez del caso, se suponía que fuese una
simple audiencia, pero esta gente había hecho todo un revuelo publicitario
aprovechándose de la recién y creciente fama de mi cliente. Y Dios sabía que lo
único que los americanos amaban más que a la hamburguesa, era un buen escándalo
de celebridad.
—¿La defensa desea interrogar a la señora Vultury?
— preguntó el juez McCannan. Lo conocía de varios casos renombrados en el
Estado, pero nunca había tenido que llevar a cabo una defensa con él.
—En efecto, su Señoría. —respondí con seguridad.
Me puse en
pie. Abroché con formalidad uno de los botones de mi traje de tres piezas.
Caminé lentamente con la mirada puesta directamente en los ojos de Victoria
Vultury. Era por mucho una mujer llamativa: cabello rojo fuego, tez blanca y
ojos verdes pálido. Lindo estuche pero como un precioso cofre nuevo, carecía de
contenido. Y no me dejaría comprar con su vulnerabilidad ensayada. Me había
informado de manera seria y clara; aunque puede que de otras también; para
poder resolver de forma eficaz lo que fuese que pretendiera hacer esta mujer.
Sabía de antemano que no pensaba jugar limpio. Así que mentiría si dijese que
no me dio una oscura gratificación cuando pude notar una tensión en su
mandíbula, apenas notó la manera en que me aproximaba a ella. Pero no había una
pizca de empatía ni de compasión en mí. No para mujeres así.
—Señora Vultury ¿Podría decirme la fecha de
nacimiento de su hijo? —le dediqué una pequeña sonrisa de suficiencia. Respiró
con tranquilidad, quizá pensando que me iba a limitar a las preguntas más
obvias.
—El ocho de noviembre del dos mil trece. —una
falsa amabilidad enmascaraba su rostro. Asentí conforme.
—¿Qué día llevó al pequeño Alec con su padre
James?
—El 20 de noviembre del mismo año.
Volví a asentir.
—¿Y en qué año estamos, señora Vultury?
Su abogado
se puse en pie rápidamente e interrumpió:
—Su Señoría, solicito que se elimine esta pregunta
sin sentido del testimonio de mi cliente.
—A lugar. —respondió el juez McCannan. Luego
dirigió su mirada fría hacia mí antes de continuar. —Sr. Hale, espero que el
resto su interrogatorio no continúe con esta línea tan obvia.
Una pequeña
sonrisa petulante se escapó de la comisura de Victoria. Se sentía satisfecha.
Hora de ponerse los guantes y que empezara la pelea.
—Entendido, su señoría. —asentí de acuerdo hacia
él. Luego me giré ante el jurado para agregar. —Le pedí a la señora Vultury la
fecha actual por una buena razón. Hemos
escuchado a la demandante explicar su depresión
post parto, hemos escuchado también a mi cliente explicar su versión de los
hechos. No obstante hemos observado una conducta bastante fría para una mujer
que demanda la custodia de su hijo de un año y poco más de un mes. Luego que se
lo entregara a mi cliente alegando que no tenía los medios para mantenerlo.
Todo esto remitiéndome solo a lo que hemos oído y observado en esta corte.
—luego dirigí todo mi arsenal en contra de ella. La miré a los ojos ya sin
ninguna cortesía en mi gesto. Iba a ser implacable. —Señora Victoria, explique
usted ¿Cómo es posible que nos haya hablado con tanta seguridad que padeció
depresión post parto en el momento en que le entregó a Alec a mi representado;
si ningún médico a lo largo y ancho de los estados Washington ni Seattle le emitieron
algún justificativo por dicho desorden psicológico?
—El doctor al cual vi… —iba a interrumpirme pero
ignoré su diatriba para continuar con mi alegato.
—El cuál posee dos demandas en su contra. —
levanté un dedo hacia el jurado y otro en su cara. —Uno por mala praxis médica
y otra por falsificación de constancias; cuyas partes fueron sospechosamente
calladas a través de arreglos privados en vez de en la corte. Por lo cual, su
Señoría y señores del jurado, considero pertinente que no se le tome como
prueba fehaciente de la veracidad del testimonio de la interrogada aquí…
—¡Protesto, su señoría! La defensa está emitiendo
juicios sin fundamentos. —escuché que replicaba Cayo, el abogado de Victoria.
—No ha lugar. —respondió McCannan— Continúe su
interrogatorio, abogado.
Giré mi
atención de nuevo hacia ella pero esta vez me acerqué tanto al estrado que solo
la distancia de la mesa era lo único que nos separaba a ella y a mí.
—Entonces, desestimando que su condición clínica
no parece haber sido abalada por ningún parte médico. Ni tan siquiera por un
familiar, porque su único testigo; asegura usted; que es un vecino actual en su
nueva residencia en Pasadena, California…
—¡Él lo es!
—Pero que tras investigaciones previas de la parte
defensora de mi cliente, hemos podido constatar por declaraciones de sus mismos
vecinos; que mantiene una relación más que de copropietarios con el señor
Laurent. Pruebas que a continuación procederé a suministrarles, señores. —me
acerqué a mi mesa, sustraje una carpeta con fotos que evidenciaban mi alegato y
se lo alcancé al primer miembro del jurado más cercano. Volví a acercarme al estrado de forma
acechadora para lanzar mi ataque final. Uno de los oficiales de la corte le
alcanzó al juez la carpeta, el cual miró las fotos donde Victoria y Laurent
aparecían besándose de una forma muy poco amistosa, y más sexual. La vio con
una ceja levantada en forma recelosa lo cual contribuyó más a su
nerviosismo. Perfecto. —Partiendo de ese
punto, se puede asegurar que de hecho abandonó al infante porque interfería más
con su deseo de libertad que con su incapacidad económica, ya que actualmente, en
California se desempeña como gerente de una tienda de renombre como lo es Neiman
Marcus. Pero intuyo que hasta en dicho condado, llegó la creciente fama que
está recibiendo mi cliente a través de su arte, ya que tres semanas antes de su
exposición en una galería de Los Ángeles, usted procedió a interponer una
demanda de custodia.
—¡Protesto, su…!
—No ha lugar.
—Una custodia —continué— la cual por cierto suena
mejor que una demanda por manutención ¿No?. La haría parecer más arrepentida,
pero eso no cambia los hechos de ello. ¿Cierto, señora Vultury?
—¡NO!
Asentí.
—Sí. Y de hecho, su señoría y señores del jurado.
Yo me pregunto ¿Por qué si la señora Vultury quería reclamar sus derechos
naturales, no se dignó a llamar ni una vez al señor James? —le sonreí fríamente
a ella y puede que me haya inclinado un poco sobre el estrado para asestar el
último zarpazo. —Porque es tan simple como que la señora Victoria pensaba vivir
una vida cómoda con su vecino y actual amante Laurent; el cual por cierto se
encuentra en esta sala y que por descontado debería saber que violó
flagrantemente el juramento de rendir declaraciones fehacientes. Lo cual
implicaría incurrir en un crimen; a costa de la obtención de una pensión
alimenticia que mi representado, aquí presente, debería suministrarle hasta la
mayoría de edad del pequeño.
Como
herramienta patética de persuasión o al verse derrotada por sus propios malos
argumentos, Victoria rompió en un amargo llanto ante todos. Inspiré inafectado antes
de terminar.
—Así pues, señores del jurado. Señor juez. Dejo en
sus manos el tomar la mejor decisión en pro del infante. Es a tomar en cuenta
que solo una parte de las que aquí se disputan la custodia, se ha mantenido al
lado del niño, velando siempre por su seguridad. Y las pruebas han estado
frente a ustedes. Muchas gracias.
Me tomó más
tiempo a mí dirigirme por una botella de agua, a una máquina dispensadoras de
bebidas, tras un breve receso de media
hora para deliberar, que al jurado emitir su veredicto. Mi cliente se quedó con
la custodia completa.
James me
abrazó con lágrimas en los ojos antes de que su novia y su pequeño se acercaran
a él. Sentí un nudo en la garganta con la escena.
A la salida del jurado una pequeña muchedumbre de
periodistas y fotógrafos se nos acercaron para pedir declaraciones. Prefería
que tanto él, como su agente manejaran el asunto, pero me mantuve detrás por si
cometían alguna imprudencia. Nada pasó.
Cuando me dirigía a mi auto, me topé con Emmett
Cullen. Esperaba por mí sentado en el capó de mi Audi. En serio quise matarlo
entonces. El hombre se acercó hacia mí con el ceño un poco fruncido, por lo
cual me puse en guardia de inmediato. Tras un momento de silencio, me tendió su
mano en señal de respeto. No puedo negar que el gesto me tomó desprevenido, y
aunque no le tenía aprecio en la parte personal; si lo hacía en la profesional.
—Felicidades, Hale. Excelente desempeño allí adentro.
—señaló a la corte con un asentimiento. —Le hablaré a Carlisle sobre cómo
manejaste el caso hoy. Algo como esto, te lleva directo a la lista de futuros
socios principales del bufete. —me dirigió una sonrisa de tiburón. — Pero no es
mi decisión.
—¿Qué? ¿La decisión depende de que acepte tu
relación con mi hermana? —solté su mano. —Porque eso no va a pasar en un futuro
cercano.
Su sonrisa
se ensanchó aún más pero sus ojos brillaban con desafío.
—No. Y esa tampoco es tu decisión, sino de Rose. Le demostraré mi valía a ella solamente,
aunque confieso que no me atrae mucho la idea de vivir enguerrillado con su
único hermano. Sin embargo, puedo vivir con eso. Pero lo justo es lo justo, así
que lo apruebes o no daré mi opinión con respecto a tu trabajo realizado el día
de hoy. —Se reajustó su grueso abrigo en la parte delantera y se alejó a
grandes zancadas a su auto que estaba algunos por delante del mío.
Sonreí a
las espaldas del bastardo. Seguía detestándolo, pero le guardaba un poco de
respeto.
Jamás se lo diría.
*.*.*.*.*
Luego de un
día tan pesado, me dirigí a casa de Rose. Tenía hambre y estaba cansado, pero
sobre todo necesitaba ver a mi hija. De camino pasé por un restaurant chino y
pedí comida como si iba a ser ejecutado a la mañana siguiente. Gracias al cielo
no tardaron casi nada en embalar todo y salí corriendo de allí.
Abrí la
puerta con la llave que Rose me había dado un par de meses atrás. Por un
momento no pude evitar pensar que si Cullen se salía con la suya y lograba que
mi hermana quisiera con él algo más que compartir una custodia, no podría
gustarle mucho que irrumpiera así en el lugar. Obtuve una oscura satisfacción
imaginándolo rojo de ira por ello sin poder hacer nada más que tragárselo. Relájate, Hale. Ya no tienes diez años.
—¡Papi! —Charlotte corrió a abrazar mis piernas,
porque era lo único a lo que alcanzaba y yo iba con las manos llenas de
paquetes de comida. Me apresuré a trancar la puerta con el pie antes de que se
pudiese resfriar. Puede que fuese un poco sobreprotector. Pero solo un poco.
Dejé todos los paquetes en el suelo para poder
abrazarla. Me tomé un momento de más para disfrutar de esa sensación cálida que
eran sus bracitos alrededor de mi cuello, apretando lo más fuerte que podían
mientras llenaba mi cara de besos. Se alejó de mí con una risita rara.
—Etas fío.
—deposité un sonoro beso en su mejilla que la hizo reírse fuerte. Nunca la
había dado por sentado, y menos después de lo visto hoy en la corte. Era mi
pequeño gran tesoro.
—Bueno, parece que no tardará en nevar. Ya empieza
a hacer mucho frío. —juro que sus ojitos parecieron volverse más azules de la
emoción. Incluso más grandes.
—¡Vene
navidad! —expresó mi pequeña no muy bajito.
Recogí casi todos los paquetes de comida china del
suelo. Ella insistió en ayudarme, así que le di el más liviano y casi vacío de
todos.
—Ya casi,
Charly. Y aún no le haces tu carta a Santa.
Juro que
puso una cara de espanto graciosísima.
—¡Ni las yalletas,
papi! ¡Ni el adból! —dejó caer sus
pequeños hombros en actitud derrotera. —Santa no va a sabed que es navidad en nuesta tasa.
—Creo que se las arreglará para saberlo. Pero por
si acaso, te prometo que decoraremos esta semana. —sus ojitos volvieron a
brillar emocionados mientras asentía.
Dejamos los
paquetes en las encimeras de la cocina. La cual por cierto había quedado
preciosa tras la remodelación. Rose había demostrado tener un muy buen gusto
durante estas reformas. Sabía que Emmett había tenido que ver en ellas también
pero lo ignoraría; en eso mi hermana no había tenido nada de tino.
Sentada en
una de las encimeras más grandes, Charlotte procedió a sacar envase por envase
revisando su contenido. Sabía lo que estaba buscando pero dejaría que lo
encontrara solita. Y así fue, en lo que vio el pollo agridulce iba a meter su
manita directo al envase. La detuve.
—¿No crees que deberíamos lavarnos las manos antes
de comer? —asintió y prácticamente saltó del tope de mármol Carrara a mis
brazos, para asirse a mi cuello como una pequeña monita. —¿En dónde está tu
tía? Es raro que no haya venido detrás de ti.
Pero no
hizo falta que me respondiera, puesto que a lo que nos conduje al fregador de
acero inoxidable pude ver por la ventana a la parte trasera, donde se estaban
llevando a cabo los últimos arreglos de la que fuera la vieja casa de mis
padres antes de mudarse a Phoenix.
Y no estaba
sola. Entre todos los autos que estaban estacionados afuera, me pasó
desapercibido el Commander negro de
Isabella. Pero no estaba sola. No, señor. Era pedirle demasiado a la
providencia. Alice se encontraba con ellas discutiendo con Bella y mi hermana.
Supuse que de los últimos detalles en el patio trasero dado que estaban apuntando
a distintos puntos del lugar.
No pude evitar mirarla más de lo necesario, hacía
ya semanas desde que la había visto por última vez. Evité por todos los medios
posibles la casa de los Cullen y siempre que me dirigía hacia acá llamaba
primero a Rosalie para saber quién estaba con ella. Pero entre todo lo que
había acontecido en el día de hoy, me olvidé de hacerlo y ahora estaba
espiándola desde un ventanal como un escalofriante acosador.
—¡Papi! —Charly haló mi chaqueta para llamar mi
atención. Su mirada era de impaciencia. —Quelo
pollito.
Eso fue lo
que me hizo poner en movimiento. Me saqué la chaqueta y la corbata para dejarla
amontonada en un banco de la cocina justo al lado de la sillita alta que le
tenía su tía a Charlotte para que alcanzara a esta. Aflojé el botón de mi
cuello y saqué un par de platos. Presionado por una pequeña dictadora, me
apresuré en servirnos y disponernos a comer. Fue entonces cuando escuché
abrirse las puertas francesas a un costado de la cocina y Alice entró llamando
a mi hija. Se puso de piedra en cuanto nos vimos. Mi tenedor se había quedado
suspendido un momento en el aire antes de dirigirle un frío asentimiento a modo
de saludo; después convenientemente puede que llenara un poco de más mi
boca.
—Tomo ton papi. —respondió levantando un
trozo mordisqueado de pollo agridulce. Alice le sonrió en respuesta pero esta
no le llegó a sus ojos.
—Tu favorito, princesa. —musitó bajo.
Por muy
infantil que pudiese verse, me negué a volver a intercambiar una mirada con
ella en ese momento. Seguía muy molesto con Alice. Molesto y despechado, sería
más exacto; pero no quería ponerme demasiado técnico con los términos. Ella
había sacado unas conclusiones erradas y luego se negó en redondo a escucharme.
Y así las cosas habían llegado a su fin.
—Jasper, en
cuanto termines de comer…me gustaría hablar contigo. —me mataba. En serio que
lo hacía. Escuchar, la que habitualmente fuese una vocecilla dulce y alegre de
una forma tan insegura, pero todavía me pesaban demasiado esas noches de
desvelo cuando ella me había dejado sin darme siquiera la oportunidad de
probarle que estaba errada. Aún cuando nunca le había dado muestra alguna de falta
de respeto. De nuevo, me repetí a mi mismo que estaba actuando como un
despechado. Lo sabía pero a esa parte resentida no parecía importarle demasiado
ponerse en evidencia ante ella.
Continué
picoteando; más que comiendo; con la vista en mi plato, y solo hice una pausa
para decir de frente a este:
—El momento de hablar ya pasó, Alice. Tú lo
decidiste así. —se me había quitado el hambre, pero que me condenaran si iba a
mostrar más afectación de la que ya había hecho. Durante un rato no escuché más
nada y supuse que se había retirado, hasta que levanté mi vista y vi que ella
seguía sin moverse del sitio pero tenía la cara húmeda de lágrimas. Allí fue
cuando pasó caminando rápido a través de la estancia en dirección al baño de
invitados.
Por Dios
santo que quise seguirla, pero el orgullo me mantuvo atado a la silla. Aunque
ya había soltado el cubierto y me estrujaba la cara con las manos. Esta situación
con Alice iba ser mi muerte. Podía sentirlo. Volteé a ver a Charlotte para
saber si había terminado su comida, cuando de pronto me encontré con una
miradita de abierto reproche.
—Papi, la hiciste llolal. Eto no te hate. —en ese instante sentí
demasiada vergüenza. Sin embargo intenté defenderme.
—Charly, son cosas de adultos. Alice está triste
porque…
—Pod tu pulpa.
—¡No, preciosa! Es porque…
—Podque ti.
Podque es tu pulpa.
Derrotado
dejé caer mis hombros hacia delante. Sinceramente no sabía qué hacer. Tenía una
dicotomía de deseos.
La puerta
se volvió a abrir, entraron Rosalie e Isabella con expresiones suspicaces en
sus rostros. Obviamente se habían dado cuenta de que había llegado y nos estaba
dando tiempo para hablar. Seguramente me habían visto a través de los
cristales. Más bochorno aún, porque lo que acaba de pasar no había sido
suficiente. ¡Gracias, señor!
—Hola, Jaz. —dijo Rose, mientras depositaba un
beso en mi mejilla. —¿Qué tal la corte?
Traté de
parecer inafectado de nuevo, pero ella me conocía bastante bien.
—Excelente. Ganamos la custodia completa sin
necesidad de llegar a un arreglo por ningún tipo de compensación. No es como si
hubiese algo que compensar realmente. —sabía que balbuceaba un poco. Me miró
con el ceño fruncido. Odiaba que la mayoría de las mujeres fuesen tan
empáticas; más aún cuando se volvían madres. Claramente los hombres estamos en
desventaja, pero eso ampliaba el margen por mucho.
—Hola, Bella. —decidí desviar la atención hacia
otro lado.
Había una
clara muestra de pena en su rostro mientras me examinaba las facciones supuse.
Sabía que me veía terrible. Unas ojeras oscuras bajo mis ojos y puede que no me
hubiese alimentado tan bien como solía hacerlo, pero al menos estaba afeitado y
peinado.
—Hola, Jasper. ¿Cómo has estado? —su preocupación era
sincera. Lo sabía. Era una buena chica, sin embargo la pregunta me molestó un
poco. Isabella vivía con ella! No
podía preguntarme cómo me sentía cuando todos habían visto que yo podía morir
por esa mujer. Respiré profundo por un momento y luego di gracias al cielo de
que Edward no estuviese allí. Si no, seguramente hubiese dicho algo como: Está horrible. Se nota que no ha dormido
cuando menos tres días. Está molesto porque terminó con Al. No, gracias. No
tenía ganas de escuchar eso.
—Ocupado, Bells. Han sido unos días movidos en la
oficina. — me dirigió una especie de sonrisa y asintió.
—Rose, por favor. Necesito las cosas de Charlotte.
—dije poniéndome en pie y tomando en brazos a mi hija para lavar sus manos.
—Quisiera descansar un poco. Estoy exhausto.
Se acercó a
ayudarme a secárselas, antes de que la dejase en el suelo y me pusiera en pie
para recoger los platos, me deshacía de las sobras y los disponía en el
lavavajillas; todo al mismo tiempo de que hablábamos. Bella se había retirado
discretamente de allí.
—Traje comida china más que suficiente. Deberías
decirles que coman contigo.
—Gracias. Deja a Charly esta noche conmigo,
hermano. Así descansarás mejor.
—No. Siento que hoy necesito tenerla conmigo…
Colocó una
mano en mi hombro mientras me dirigía una mirada significativa.
—Sé que este caso te ha tocado una fibra personal,
pero hazme caso. Deja a la niña conmigo.
Escuché la
puerta de la entrada cerrarse y me sentí aún más hundido. Ni siquiera se
despidió. Rosalie, que me conocía bastante, leyó en mis facciones.
—Sabía que ya se iban pero seguramente no
quisieron importunarnos.
Asentí. Recogí en silencio el resto de mis cosas
antes de dirigirme a la sala. Charlotte, que estaba en la puerta, se acercó
corriendo a mí. La levanté antes de darle un beso en la mejilla.
—¿Quieres quedarte esta noche con tu tía? —aceptó
emocionada. —Vale. Pórtate bien y lava tus dientes antes de acostarte ¿sí?
—Sí, papi. ¿Vas a buscad
a Alice?
—No, princesa. Alice y yo…
—¡Pelo
tú la quieles! ¿Pod qué la haces llodad?
Mi hermana
se limitó a verme como esperando que respondiera con sinceridad. No lo hice.
De hecho,
besé a cada una en la mejilla y me fui de allí tan pronto como pude. La vía de Callawah Way se me hizo eterna. Cuando
al fin llegué a mi departamento, me dirigí a la ducha en la que no duré más de
cinco minutos. Me coloqué un pantalón de pijama y una simple franela gris. Caí
dormido casi de inmediato, pero me desperté a las pocas horas. No había
descansado casi nada.
Preparé
café e intenté ver un poco de televisión pero no había nada que me mantuviese
enganchado. A cada rato podía ver el rostro surcado de lágrimas de Alice y se
me hacía un nudo en el estómago. ¿Y si estaba cometiendo un error? ¿Y si ella
se había dado cuenta de que había cometido uno también?
Harto de
tantos “y si…” me puse lo primero que
encontré en el clóset. Y salí en mi Audi rompiendo un poco los límites de
velocidad. Era ya casi medianoche pero no podía seguir así. Estaba volviéndome
un lunático con toda esta situación. Toqué el timbre más veces de las que era
cortés y esperé. Apretaba y cerraba los puños en un intento de tratar de
mantenerme tranquilo. Fracasé.
Bella abrió
la puerta temerosa hasta que me vio y luego su expresión fue de confusión.
—Hola, Jaz. ¿Pasó algo?
Negué con
la cabeza.
—Necesito hablar con… —Alice bajó amarrándose el
cinturón de una mullida bata de salto de cama. Era lila clara y le quedaba
preciosa. Poco importaba que su cabello de duendecillo estuviese totalmente
despeinado. También se sorprendió al verme, vio hacia mi costado y sus ojos se
abrieron desmesuradamente.
—¡¿Le pasó algo a Charlotte?! —preguntó alarmada.
Entonces lo
supe. Teníamos que arreglarlo. No
había otra manera de volver a tener paz conmigo o con nada. Ella nos amaba a
Charly y a mí. Además del hecho de que tanto Alice como yo, habíamos sido
miserables estando separados. También lucía ojeras ahora que no traía
maquillaje. Tendríamos que arreglarlo sin importar cuánto nos tomara.
—No. Necesito hablar contigo. Ahora. —le dejé
saber sin necesidad de decirlo que no iba a irme de allí, aunque tuviese que
congelarme ahí afuera. Y por como sentía los dedos de mis pies, creo que eso
sería mucho antes de lo previsto. ¿Qué me
costaba haberme puesto unos calcetines? ¡Por favor!
Para mi
tranquilidad, asintió. Lo había pensado un poco durante el camino, pero sabía
que quería hablar con ella en privado. Así que la invité a mi casa. No quería
irse en esas fachas pero tras echarme un vistazo, se subió al auto. Me despedí
de Isabella, que nos miraba a ambos con una sonrisa torcida cómplice antes de
cerrar la puerta. No dijimos nada en el camino, apenas unas pocas cosas por lo
frío del clima y nada más. Estacioné en el garaje del edificio de pocos pisos,
pero grandes apartamentos.
Cuando
atravesamos el umbral de la puerta, la aseguré con llave y las alejé de la
manija. De allí nadie saldría hasta que todo se hubiese dicho y arreglado. Muy
poco me importaba estar en modo secuestrador.
Ella en otra ocasión habría tomado asiento en mi
sala sin que yo le hubiese dicho nada y le daría dos palmadas al cojín más
cercano al suyo. Tendría una sonrisa traviesa y coqueta. Pero ahora permanecía
a unos pasos de la entrada, tratando de poner orden a su cabello rebelde de
forma nerviosa. Como si no se sintiese lo suficientemente hermosa, como si eso pudiese
ser posible. Odiaba ser la razón por la
que estuviera tan insegura de sí misma.
Y en un gesto muy poco propio de mí, pasé decidido
y le tomé la mano para arrastrarla prácticamente hasta el sofá modular. Me miró
estupefacta antes de que me girase hacia la chimenea de gas, y tomara asiento
justo a su lado. Dejé la chaqueta de lado, no sin antes tomar un bulto en mi
mano que mantuve a su vista aún más asombrada. Era una cajita de terciopelo.
Comencé a
hablar y luego ya no pude parar.
—Esto fue el motivo por el cual aquella mujer me
llamaba sin cesar. —ella miraba de la caja a mi cara y de vuelta sin decir
nada. —Buscaba una pieza que se pareciera a ti, más allá del típico diamante.
Pero lo que ella me mostraba o quería hacerlo, se me hacía muy típico. Así que
seguíamos comunicándonos. Pero nunca me dejaste hablar. Ni la noche de tu
graduación, que era cuando quería dártelo; ni aquella vez en el despacho de la
casa de Carlisle. —solté la condenada cajita y le estreché las manos entre las
mías. Al sentirlas tan frías, me lamenté por haberla sacado en volandas de su
casa sin mayor abrigo que el de su bata lila mullida. La vi directamente a sus
ojos que permanecían con una expresión de asombro. —Pero estoy harto de estar
molesto contigo, de no poder dormir, de sentirme tan solo en esta casa y de
extrañarte tanto.
En un
arrebato sí muy típico de Alice, se montó en un ágil movimiento en mi regazo y
juntó nuestras frentes para ver a mis ojos y dentro de ellos.
—¡Creí lo peor! ¡Discúlpame, Jasper! —se lamió los
labios con nerviosismo y yo sentí un ramalazo de calor por el cuerpo que muy
poco tenía que ver con la chimenea. —Los celos me volvieron loca y jugaron con
mis inseguridades. Y las hormonas, junto a mis complejos no ayudaron en lo
absoluto. Me comparé una y otra vez con María, pensando que así serían las
mujeres que estaban a tu altura. —iba a hablar pero puso la punta de sus dedos
en mis labios para impedirlo. —Por un momento olvidé que estaba con un hombre
que veía más allá de un linaje en mí. Por eso y por todo…perdóname.
Retiré su
mano de mis labios y tomé su cuello con una sola de las mías.
—Me hiciste daño. —confesé con vulnerabilidad en
la voz. —Y lamento habértelo devuelto en la cocina esta tarde. No esperaba verte allí.
—Sí. Lo hiciste pero no puedo decir que no me lo
mereciera. —casi podía saborear su aliento y eso me estaba desquiciando. Hacía
ya demasiado tiempo desde la última vez que la había besado. ¡Demonios! Desde
la última vez que había estado en ella. Pero todavía quedaban cosas por decir,
por lo cual separé nuestras frentes y aflojé mi agarre en su cuello.
—Si antes no habías dejado que me explicara…
—verbalicé una duda que me había dado vueltas y vueltas en la cabeza después de
salir de casa de Rosalie. —¿Porqué quisiste hablar hasta esta tarde? ¿Por qué
no me llamaste antes?
Hacía tanto
tiempo que no veía a sus mejillas ruborizarse. Desde poco después que
empezáramos a acostarnos. ¡Por Cristo! Estaba hecho un idiota y un pervertido a
la misma vez.
—Charlotte habló conmigo. Me dijo que estabas
triste desde que ya no venía a visitarlos. —se le cortó un poco la voz.
—También me contó que te vio llorar una vez.
Gemí y
cerré los ojos antes dejar mi cabeza contra el espaldar del sofá. No sabía si
adorar a mi pequeña o darle una charla sobre ser más discreta.
Alice
acarició mi cara con suma dulzura, como siempre hacía cada vez que estábamos
solos. Usualmente solía respetar que fuese tan reservado, así que no solíamos
dar muchas demostraciones de cariño en público. Me vio con adoración y trazó
mis facciones la punta de sus dedos mientras hablaba. Sentí que me comenzaba a
relajar de inmediato. Que criaturas tan fascinantes e hipnóticas que son las
mujeres.
—Luego hablé con tu hermana y con Bella. Ambas me
ayudaron a poner las cosas en perspectiva. —admito que eso me molestó un poco.
Traté de hablarle en más de una ocasión, me cansé de llamarla y que me desviara
una y otra vez…pero ¿Ella había decido hablar conmigo porque otras personas se
lo habían dicho?
—Eso me parece un poco injusto, la verdad. Alice,
me abrí contigo como nunca lo había hecho con nadie. Ni siquiera con Charlotte
o mi hermana. Te traté como mi igual y con respeto. Aún así dudaste de mí ¿Y
decides darme una oportunidad por otros? No esperaba este giro de
acontecimientos. —se me hizo imposible reprocharle.
Se encogió
de hombros un poco dudosa pero no demasiado arrepentida. En ello vi un atisbo
de la vieja Alice. Era un tanto descarada y no le importaba. Sabía que aunque
medía al menos dos cabezas menos que yo, podía ponerme sobre mis rodillas.
—Pensé en llamarte en más de una ocasión, pero el
orgullo no me dejaba. Me decía a mí misma: ¡Hey! Él te engañó. No tienes porqué
buscarle. —volvió a encogerse de hombros con desparpajo. —Así que sí, Jasper.
Necesitaba un poco de perspectiva de terceros, porque mi cabeza era un caos
confuso. Y en ella, tú eras el culpable.
Tomé un par
de respiraciones.
—¿Y ahora qué hacemos? —me sinceré a la vez que me
aferraba con fuerza a los huesos de su cadera. —No quiero volver a pasar esto
contigo, pero no sé si vas a volver a sacar alguna conclusión errada en un
futuro y volverás a dejarme sin ninguna opción más que alejarme. Tú misma lo
viste, esto afectó hasta a Charlotte. No dejaba de preguntarme por ti, quería
ir a tu casa. ¡Dios, Alice! ¡Esto no es solo por mí! Soy padre y lamenté ver a
mi hija de solo tres años preguntando por alguien a quién ha llegado a amar, y
que se había alejado de su lado. Por ahora lo de su madre no le ha pegado
demasiado fuerte, está muy pequeña para eso. Pero a ti si te recuerda y te
quiere. —con un nudo en la garganta le dije algo que me atemorizaba decir. —Si
sabiendo todo esto, es demasiado para ti. Quizá sea el momento de que te vayas.
Tomó mi mandíbula
con fuerza. Tanta que hasta me estaba clavando un poco sus uñas en la piel.
Tragué grueso al darme cuenta de lo que eso le estaba haciendo a mi cuerpo. Era
un agarre posesivo que me estaba poniendo a cien.
—Sé desde un principio con lo que estaba tratando
aquí. Deja a Charlotte fuera de esto. Admite que tienes miedo de que vuelva a
hacer lo que hice. —su determinación y su agarre se afianzaron aún más. —Ya
aprendí mi lección. Eso no va a volver a pasar. Hablaré contigo todo lo que me
moleste y buscaremos juntos una solución. Pero no me digas esas cosas con
Charlotte, porque sabes que la adoro. No pretendía quererla, solo pasó. Y no
por estar contigo, sino porque es una niña magnífica que te atrapa casi al
instante. Así que no lo hagas.
Ambos respirábamos
agitados. Teníamos, dijimos y sentíamos muchísimo. Rabia, frustración, anhelo,
deseo…amor. Y no había forma ni manera de en que esto terminara de otra manera
que no fuese el choque violento de nuestras bocas.
Nos
devoramos entre labios y dientes allí mismo. No podía lograr sentirla lo suficientemente
cerca aunque tenía agarradas sus caderas tan fuerte que estaba casi seguro que
mañana tendría moratones por ello. Sin embargo no me importaba demasiado en aquel
momento en que ella las molía en contra de mi erección ansiosa. Gemimos
mientras nuestras lenguas luchaban la una contra la otra. Pero era tan placentero.
Nunca le había hecho el amor así, hasta con rabia por hacerme desearla tanto
que no podía controlarme a mí mismo.
De un solo
movimiento brusco la senté en el sofá, le arranqué los pantalones de pijama
junto con sus bragas y abrí sus piernas tanto como pude. Sus talones
descansaban a la orilla del mueble. Bajé inmediatamente hipnotizado con la
vista de su sexo desnudo al cual había echado demasiado de menos con todas mis
ganas.
Me lancé a probarla en un arranque casi desquiciado.
Y cuando sentí su sabor en mi lengua todo se volvió una vorágine de sensaciones
que no quería que pararan nunca. Lamí desde su entrada hasta su capullo y luego
chupé con fuerza. Escuché que estrujaba algo entre sus manos, pero no podía
estar menos interesado en eso ahora que tenía las manos y la boca llena de
ella. Me concentré en donde más le gustaba, y aunque sus caderas se movían
invitándome a más, no me apresuré. Sentía que había pasado una vida desde que
la había probado por última vez. Su estremecimiento cuando se vino fue sublime,
y verla allí; con las piernas abiertas en el mueble solo para mí, con los
brazos abiertos a los lados mientras sus uñas se clavaban en los cojines y su
cabeza caía hacia atrás boqueando en éxtasis; fue la visión más grandiosamente
erótica de toda mi vida. Quisiera haber podido capturar esa momento en una
fotografía.
Antes de
que pudiese ser consciente de que estaba siendo demasiado brusco; en realidad
no caí en cuenta de ello hasta mucho más tarde; la arrastré prácticamente hacia
la alfombra. Ambos luchamos contra la condenada bata que se hizo un enredo
cuando tanto sus manos como las mías trataban de conseguir tenerla desnuda.
Anhelaba, no, necesitaba mirar sus pechos y apretarlos con fuerza. Tenía que
verla rendida ante mí en toda su gloria porque no me bastaba con solo tener a
mi alcance pequeñas fracciones de su cuerpo.
Cuando al
fin logré quitarle la camiseta, me complació saber que no tuviese sujetador.
Así que incapaz de resistirme un momento más me lancé a por sus pechos.
Succioné con fuerza, casi como un niño hambriento; y de alguna manera lo estaba
por toda ella. Gimió gustosa mientras enredaba sus dedos en mi cabello y me
apretaba más contra ella. Chupé aún más duro aunque esta vez alternaba entre
uno y otro.
Sus caderas
se molían contra mi erección y por primera vez me sentí incómodo. La tela me
estaba estorbando demasiado, pero fui incapaz de hacer otra cosa que no fuese
bajarme un poco los pantalones de franela y situarme en su entrada. De una sola
estocada me hundí en ella. Gritamos ambos cuando toqué lo más profundo de ella.
Y mis movimientos no se hicieron más lentos en ningún momento. Había ansiado
demasiado tenerla así, debajo de mí, poseyéndola con tantas ganas que rozaba lo
insano.
Sus uñas se
encajaron en mi cintura y con sus pies empujaba la parte trasera de mis muslos.
Mordí, besé y chupé sus labios. Descendí por su garganta y volví de nuevo a su
boca.
—Más. Necesito más. —sonreí con satisfacción.
Alice no solo era demandante en su cotidianidad, sino que también lo era en la
cama. Y amaba esa parte de su carácter. Mi complemento perfecto.
—¿Así? —susurré en su boca que permanecía abierta
jadeante. La penetré con más fuerza. Luego me agarré a la alfombra para
impulsarme aún más. Giré un poco las caderas y la hice gritar. —Allí. Eso es.
Su rostro
se contorsionó en el más sexy de los gestos mientras se quedaba sin aliento al
estremecerse en éxtasis. Sin perder el ritmo me encajé hasta que me correrme en
su interior. Caí laxo encima de su cuerpo y no salí hasta que no dejé de pulsar
mi orgasmo.
Con mucho
cuidado, salí y rodé a su lado mientras nuestras respiraciones se
regularizaban. Ambos nos giramos cara a cara y sonreímos satisfechos. Limpié el
fino rastro de sudor de su frente y le di un beso en la comisura de sus labios.
—Deberíamos
irnos a la cama. Así no era como me imaginaba que nos reconciliáramos…
—Yo no
tengo quejas. —dijo ella entre risas.
—Ni yo.
—admití.
Nos tomó
algo más de tiempo el ponernos en marcha desde la sala de estar. Nos fuimos a
mi dormitorio y no nos molestamos en vestirnos. Por el contrario, terminé de
desnudarme y volví a mi lugar favorito en el mundo: entre los muslos de mi mujer.
La luz de
la mañana me despertó, traté de ignorarla y volver a dormir pero mi miembro
tenía una idea muy distinta al encontrarse entre el trasero de Alice y mi
vientre. Casi de manera involuntaria, mis caderas comenzaron a restregarse
descaradas contra ella. “Casi” es la palabra clave.
—Hmmmm. —se quejó contra la almohada. —Aún no
estoy despierta.
—Yo tampoco, pero sé de algo que nos puede ayudar.
—aún seguíamos pegostosos y húmedos de anoche, así que no me costó nada
penetrarla desde atrás. Estaba sobre su estómago y aunque sus ojos continuaban
cerrados, comenzó a hacer esos sexys ruiditos que tanto me encendían.
La tomé
lento, disfrutando de nuestra calma matutina y la seguridad que me daba el
tenerla de nuevo conmigo. Uní nuestras manos bajo la almohada y solo nos moví a
ambos con mi pelvis hasta corrernos juntos. No me salí de inmediato, acaricié
su nuca con mi nariz por un rato disfrutando del leve rastro de su gel de baño
con la mezcla de nuestros aromas juntos en su piel.
Tomamos una
ducha, y para cuando estuvimos vestidos ya era casi mediodía. Alice se negó en
redondo a salir en las mismas fachas en la que llegó por la madrugada. Y dado
que no tenía nada que le sirviera, me tocó que salir en volandas a su casa por
ropa. Prometió recompensarme con un fabuloso brunch. Cuando salía de su casa; gracias a cielo Isabella ya había
salido; recibí una llamada de ella diciéndome que recogiera a Charlotte para que almorzáramos juntos. No lo
hice. Por el contrario llamé a mi hermana y pregunté si podría tenerla hasta
media tarde. Rosalie me respondió con un corto y claro: estamos en el salón de manicuras. No podemos atenderte ahora.
Excelente, en serio quería pasar un poco más de
tiempo a solas con Alice.
Al abrir la
puerta, una mezcla de aromas me envolvió y mi estómago se quejó con furia por
no haber sido alimentado a esas horas. Al me sonrió frente a los fogones, solo
vestía una de mis franelas de dormir y por lo que pude ver en un instante en
que se agachó, uno de mis bóxers. La isla de la cocina tenía un plato con
huevos revueltos, otro con tocino y una pequeña bandeja estaba sosteniendo una
pequeña pila de panqueques esponjosos. Fruta picada y yogurt asomaba en el
extremo más lejano de la isleta, una jarra con lo que presumía que era café
estaba en medio de todo aquello. Amé verla tan doméstica en mi casa. No era
como si fuese la primera vez que hacía aquello, solo que en esta ocasión tenía
una certeza:
—No te vayas. —le dije sin más.
Puso los
ojos en blanco y volteó el panqueque en la sartén.
—Eso es obvio. Aún no me cambio de ropa. —y siguió
en lo suyo.
Me acerqué
hasta ella y le aclaré:
—No. —me expliqué, aún embelesado por toda la
escena— No te vayas nunca. Quédate a vivir conmigo. Con nosotros.
*.*.*.*.*
¡Feliz Navidad, mis chicas! Aquí en Venezuela aún
es 25 (11:35 p.m.) de Diciembre, así que sigo dentro de la fecha prometida.
Perdónenme las chicas para las que a esta hora ya no lo es.
Quiero que sepan, que a pesar de que pueda sonar
trillado, me siento muy agradecida de tenerlas conmigo tras casi ocho años
desde que empecé en este mundo de la escritura. Específicamente, en el
fanfiction. Y no saben lo honrada que estoy de que tras tanto tiempo, continúen
amando tanto esta historia; como para esperar los nuevos capítulos que por fin
empiezan a llegar.
Se les quiere muchísimo, y espero que disfruten de
todo esta temporada de fiestas en compañía de sus familias. Valoren los
pequeños momentos que tienen junto con ellos, y nunca dejen de hacerles saber
cuánto les importan.
Un besote. Nos seguimos leyendo.
Marie
C. Mateo.
Me encantó el pov emmet y el pov jasper fue ardiente....tienes una gran imaginacion y me encanta tu fic. Ojala y el cap k viene sea igual dr increible k este.
ResponderEliminarPues acabo de actualizar, espero que te guste tanto o más que este. Un beso.
EliminarY muchas gracias por esos cumplidos, linda.
Eliminar