“Mi
Hombre”
(Penúltimo Capítulo)
Emmett
POV:
Como el hombre orgulloso que me había vuelto,
siempre detesté que la vida me hiciese tragar mis palabras. Como por ejemplo
justo en aquel momento, cuando iba en camino a la casa de Rosalie después de
haber estado presente en el caso más importante; mediáticamente hablando, que
había llevado su hermano hasta ahora. Debía darle mi opinión sobre su desempeño
a la junta de socios principales del bufete de mi padre y de la cual formo
parte desde hace poco tiempo. Sí, cuando se trata de Carlisle Cullen te tenías
que ganar las cosas a pulso. No había favoritismos ni tratos preferenciales por
ser el hijo del jefe. Con el tiempo aprendí a valorar y respetar esa
característica de mi padre.
Él, en muchos sentidos, era el modelo del hombre
en que deseaba convertirme. Y si mi futuro hijo me quisiera y admirara la mitad
de lo que yo lo hacía con él, me daba por satisfecho.
El embarazo de Rose fue algo que me costó
asimilar. Y aún seguía siendo abrumador, pero ya no en una manera negativa
¿Cómo podría serlo si cuando escuchaba ese palpitar sentía un nudo en la
garganta de la emoción? No había sido premeditado. EN LO ABSOLUTO. Pero igual
me sentía agradecido por esa pequeña personita que era mitad de ella y mitad
mía.
Y divagando sobre pequeñas personitas y su
creación, llegué a casa de Rosalie casi sin ser consciente de ello. Y en cuanto
abrió la puerta me quedé sin aliento. Lo juro. Fue verla aparecer con su rostro
recién lavado, el cabello húmedo y una pijama muy suelta de seda color rosa
suave; y se me había atorado la inhalación a medio camino. Pero solo por medio
segundo antes de que saltara sobre ella para pasar y trancar la puerta a mi
espalda.
—Está helando afuera, Rose! Puedes resfriarte. —le
reproché con suavidad. —Creo que la nevada llegará temprano este año.
Ella puso los ojos en blanco mofándose de mi
preocupación, pero no se apartó de mi abrazo protector. Ya estábamos adentro,
justo al pie del lobby de su casa y ninguno parecía tener prisas por apartarse
del otro.
¿Siempre había tenido esas pestañas así de largas?
Pensé que lo lograba con maquillaje. Y ni hablar de esos labios. Sabía que las
mujeres tenían sus maneras de lograr que se vieran gruesos y apetecibles, pero
allí estaba ella. Con una mirada sumamente brillante, como si estuviese viendo
lo jodidamente mejor de la vida justo en
frente, con unas mejillas un poco sonrosadas que contrastaban a la
perfección con su piel de alabastro y una adorable nariz perfilada que tenía
salpicada en unas pecas muy claras ¿Por qué las escondía? Le conferían un aire
juvenil tan adorable que comenzaba a sentirme como un colegial. Y su boca.
Jodidos labios provocadores. Parecían burlarse de mis ganas de acariciarlos con
su tono rosa. Como si se vanagloriaran con crueldad de su cercanía a mí, y del
poco derecho que tenía de tan siquiera mendigar.
¡Mierda! ¿En qué momento había caído tan hondo por
esta mujer? ¿Cómo pasó tan siquiera? No podía saberlo con exactitud. Quizá
debía de preguntárselo a mi padre, que parece haberse dado cuenta mucho antes
que yo.
—Emmett —Rose movió su mano ante mi cara para
espabilarme— ¿Escuchaste lo que acabo de decir?
Avergonzado desvié la mirada a mis zapatos y puse
distancia física entre nosotros. Ya tenía comprobado que la cercanía de aquella
rubia era intoxicante para mis sentidos. Y como un yonkie, quería aún más.
—Disculpa ¿Qué me decías? —pregunté inseguro.
—Quería saber si ibas a entrar o solo venías de
pasada, ya que tenemos un rato de pie junto a las escaleras y no te has movido.
—¿Era eso una oscura diversión en su mirada? Pequeña descarada.
—Quiero pasar, por favor. —admití al final.
Y cuando estuvimos en la sala de estar, ya
finalizada y redecorada al fin, nos sentamos en el mismo sofá pero girados de
manera que estuvimos quedáramos frente a frente.
—¿Qué te trae por acá a estas horas? —preguntó
ella mientras se colocaba la rubia melena sobre su hombro, y que al estar
húmeda tenía un color más parecido a la miel que a su dorado natural.
Fruncí el ceño con preocupación.
—¿Hace mucho que saliste del baño?
Rosalie sonrió divertida.
—¿Viniste a preguntarme sobre mis duchas?
—No eh… —carraspeé para aclararme la garganta. La
palabra ducha en su boca trajo a mi mente escenas bastante indecentes. Y no era
el momento para una erección. Muchas gracias. —Pasé para saber sobre ustedes.
Hoy fue un día ocupado. Tuve que evaluar el trabajo de tu hermano en la corte
para poder dar mi opinión a la junta principal de asociados del bufete.
Y como hacía cada vez que hablaba de su hermano,
su rostro se iluminó con ternura y devoción. Quería ganarme una expresión así
cuando mencionaran mi nombre en su presencia. Lo codicié con fuerzas.
—¿Cómo le fue? ¿Qué les dirás?
—Es información clasificada.
Sonrió coqueta.
—Y si me dices ¿Tendrás que matarme?
—A besos. —pensé.
—¿Qué? —respondió un poco sorprendida.
¡Demonios! Pensaba que lo había dicho solo en mi
mente. Me estaba volviendo un idiota cuando de ella se trataba.
—Yo… eh… la verdad es que… —balbuceé. Y luego me
fui a zona segura. —Tu hermano hizo muy buen trabajo, y eso voy a informarle a
mi padre y al resto de la directiva.
Rose enarcó una ceja y frunció los labios al lado
como peleando con palabras que pugnaban por escaparse de su boca.
—¿Qué? —pregunté estúpidamente.
—Creo que estás mandando señales contradictorias,
pero ya me he equivocado antes contigo, y no quiero hacerlo una vez más. Me
costó mucho sentirme bien en tu presencia, y no quiero que eso cambie. —admitió
con un poco de vulnerabilidad en sus ojos, pero seguridad en su tono de voz.
Y lo odié. Odié tener que actuar como un
ortopédico emocional. No quería hacerlo. Y en realidad, no tenía un motivo para
ello. Bien podría estarme mandando de frente contra un muro y sin frenos, pero
ya no me importaba más. Era peor seguir tragándome tantas cosas que poco a poco
me habían estado ahogando.
—Estoy cansado, Rosalie. —dije frente a ella.
—Tuve tiempo más que necesario para poner las cosas en perspectiva. Y luego
tuve más, lidiando con el miedo a admitirme a mí mismo lo que tenía ya un buen
rato sintiendo.
Bajó la pierna que tenía sobre el mullido cojín
del sofá y yo aproveché ese movimiento para acercarme a ella. Aquello le
sorprendió un poco, pero nunca se escondió de mí ni abandonó su postura firme.
Eso es lo que más me fascinaba en ella: Nunca se dejaba amilanar por mí, tenía
un carácter decidido y un espíritu fuerte.
—Hace unos cuantos meses atrás debí decirte que me
molestaba que te vinieran a visitar tus viejos amigos del conservatorio, porque
tenía miedo de que surgiera algo más que una amistad entre ustedes. Pero luego
de un tiempo me di cuenta que ninguno parece tener segundas intenciones
contigo. —admití derrotado.
—Entonces ¿Por qué siempre que vienen pareces tan
molesto? —preguntó casi a la defensiva.
La miré con gesto conocedor. Ella lo sabía bien,
pero solo quería escuchármelo decir, y que me jodieran si no iba a dejar mi
punto condenadamente claro ahora que tenía la oportunidad:
—Lo sabes bien, Rosalie. Ese mamón de Royce no
pierde la oportunidad de venir a verte, y no es porque sea un amigo de lo más
magnánimo. Él está interesado en ti, en la forma en que un hombre puede
estarlo. Busca una segunda oportunidad contigo, y muy poco le importa que estés
llevando a mi bebé en tu vientre. ¡Si hasta por encima de ese pijama un poco
amplia se adivina que estás embarazada! ¡Es un jodido irrespetuoso!
Miró un segundo a sus manos antes de sonreír de
manera un poco hostil antes de espetar:
—Así que todo esto es por el bebé.
—¡Mierda no! —le tomé las manos entre las mías y
con una delicadeza que solo ella me inspiraba a sacar le tomé su rostro para
que pudiese evadir mi mirada mientras declaraba la verdad más importante que
alguna vez hubiese dicho: —Rose ¿Acaso no lo ves? ¿No has notado que cuando
estoy cerca de ti, apenas puedo quitar la mirada de tus labios? ¿Cómo es
posible que no hayas entendido que en innumerables ocasiones me quedo sin
palabras cuando estoy mirando a esos hipnóticos ojos tuyos? ¿Piensas que
aquella visita de control en la que te di un beso en los labios tras tanto
tiempo fue por simple ternura? —le tomé de su antebrazo y le acerqué un poco
más. —Hace tanto que estoy loco por ti ¿Y tú aún ni te enteras? ¿Es que acaso
no se me nota?
Rosalie frunció sus labios en una sonrisa de lado
que le daba un aire travieso y sexy a la vez.
—Así que te gusto entonces.
Negué con la cabeza antes de admitir:
—No, Rose. Intento decirte a mi manera que estoy
enamorado de ti. Jodida y absolutamente enamorado de ti. Como en esas canciones
que Edward ama tocar en el piano. Como en aquellas cursis novelas que detestaba
que me hicieran leer en la secundaria. Como en esa manera en la que me parece
tener una visión de lo divino cada vez que te sientas en el banquillo del piano
cuando crees que nadie te ve, o como en aquella forma en que se me infla el
pecho al ver la cara de paz y seguridad cuando acaricias tu vientre sin ser
consciente de ello. Más o menos así…
Fue entonces, cuando ella en un rápido movimiento,
se subió a mi regazo y tomó mi cara entre sus manos antes de admitir con una
sonrisa radiante:
—Tardaste mucho, Cullen.
—Lo siento mucho, señorita Hale. Pero al parecer,
no hay límites para mi estupidez cuando se trata de ti. —Le sonreí insinuante.
—¿Puedo compensarle de alguna manera?
Pareció sopesar sus pensamientos durante un par de
segundos sin moverse ni un solo centímetros.
—¿Qué te parece compensarme por los meses que
tengo sin sexo?
Acaricié complacido su cintura, sus caderas y
deposité mis manos en su firme trasero para atraerla de pronto hacia mí.
—¿Y si empezamos ahora mismo con las disculpas y
compensaciones?
Se carcajeó en mi cara antes de sentarse sobre mis
piernas, pero poniendo una distancia tortuosa de mi muy entusiasmado pantalón.
—Charlotte está arriba durmiendo.
¡La peor noticia posible en una noche así!
—Amo a esa niña con locura pero ¡¿Por qué hoy?! —Lloriqueé—
de todas las noches ¿Por qué esta?
—Porque mi pobre hermano necesitaba tener una
noche de sueño, y yo le dije que me la dejara. —Ella acarició mi frente
divertida y luego mis pómulos. —No esperaba una declaración de amor después de
la cena, lo siento. Me has tomado desprevenida. —añadió entre juguetona y
coqueta.
—Yo tampoco esperaba soltártelo así. Me hubiese
gustado llevarte a cenar y decírtelo en un lugar en donde hubiese podido hacer
que luciera hermoso. Luego, habría tratado de sonsacarte para irnos a donde
pudiésemos tener privacidad y te confesaría que he tenido un montón de noches
pensando sobre cosas que nos involucraban a ambos y a muy poca o nada de ropa
en la ecuación.
Rosalie sonrió encantada. Y luego la besé porque
¿Qué otra cosa podría haber hecho?
Fui a por sus labios como un sediento en el
desierto que encuentra un oasis. La tomé con fuerza por la nuca para poder
devorarla, y que no pudiese escapar. Si esto era todo lo que tendría esta
noche, entonces quería hacer del beso algo que valiera totalmente la pena. Y
ella aceptó mi reclamo de forma entusiasta. De hecho se incorporó y rozó; no
sabía si de forma inconsciente; su entrepierna con la mía. Mordió mi labio
inferior y en serio me tuve que contener para no lanzarla de espaldas sobre el
sofá, tirar su pantalón de seda lejos y dejarme ir entre sus piernas.
Tomó todo de mi autocontrol poder poner distancia
entre ambos. Si seguíamos besándonos así ninguno iba a resistirse a escabullir
la mano en lugares que luego pedirían cosas que sería imposible negarles, y así
todo se iría al infierno. No era callado durante el sexo, y ciertamente, no
tenía el más mínimo interés en que Charlotte nos encontrara en una escena así.
—Me encanta como te declaras. —confesó divertida—
Y no es tan diferente de lo que esperabas: fue en un lugar que preparaste para
mí, pero mejor porque no tuve que cambiarme el pijama ni maquillarme. Lo de la
cena y las escenas al desnudo, me las debes.
—Con mucho gusto cumpliré ese compromiso —luego
tropecé con su cabello húmedo y un poco de razón entró en mi muy nublado y
pornográfico juicio interno: —Está haciendo demasiado frío y tienes el cabello
húmedo. Puedes resfriarte. ¿Quieres que te haga un té?
Sonrió encantada y no me resistí a darle un corto
y tierno beso más.
—Tomaré eso como un sí.
Ambos nos pusimos en pie y ella se empeñó en poner
mi abrigo en el armario de la entrada. Cuando iba saliendo de la estancia giró
con una sonrisa insinuante en su rostro mientras acariciaba el suave y caliente
tejido:
—Te ves sensual con esto. Y huele divino.
Tan descarado como soy no pude sentirme menos que complacido.
—Lo usaré para ti sin nada más que el perfume por
debajo.
Enarcó una ceja:
—¿Prometido?
—Firmado, si así lo quieres.
Ambos nos giramos encantados con el tono
desvergonzado de cada uno.
¡Esa era mi
chica!
*.*.*.*.*
Resulta que esa noche no me fui a mi casa.
Rosalie me convenció de quedarme aquella noche
porque había caído un poco de agua nieve y las carreteras estarías peligrosas.
No me hice demasiado de rogar.
Charlotte seguía durmiendo en una habitación que
era más de ella que de huéspedes. Y tras la remodelación de la casa, aquello
fue más evidente. Había al menos media docena de muñecas Barbie, cortinas,
cojines y extraños muebles en color lila, su favorito, que contrastaban con las
serenas paredes blancas con molduras.
Dormí en un pantalón deportivo que había olvidado
en una ocasión en la que me había manchado con pintura en el patio, y Esme vino
a mi rescate. El pobre había sido insalvable, tenía un gran garabato blanco en
uno de los glúteos. Sin embargo, no pudo importarme menos. No cuando tenía a
una hermosa rubia durmiendo justo a mi lado.
Y fue ella precisamente la que me despertó en medio
de la madrugada cuando dio un brinco y retiró su edredón para ver lo que ningún
padre desea tener que ser testigo, su femenino pijama rosa estaba manchado de
rojo sangre a la altura de la entrepierna. Y de pronto su mano se fue al
vientre mientras que su rostro se contorsionó en una mueca de dolor.
La mancha se hacía más y más grande con cada
espantoso segundo que yo permanecía impávido, sin poder hacer ninguna otra cosa
que estar a su lado viendo como la mujer que amaba perdía a mi bebé.
—¡Emmett! —gritó Rosalie a mi lado.
Luego sentí un golpe en el plexo solar. Fue
entonces cuando abrí los ojos. Ella me miraba desde arriba con una cara de suma
preocupación. Solo había sido un sueño. Un muy mal sueño, pero solo eso… un
sueño.
—Gracias Dios. —agradecí, mientras me incorporaba
a su lado en la penumbra de la habitación que apenas era atenuada por la
lamparilla de la mesita de noche a su lado de la cama.
—Gracias ¿Por qué? —preguntó con una mezcla de
consternación y preocupación en sus facciones. Fui testigo entonces de que la
pijama a la altura de su entrepierna estaba completamente limpia, y eso sirvió
para sosegarme aún más.
—Tuve una horrible pesadilla. —dije al final.
Sentí una gota de sudor que me resbalaba por la frente aunque en el resto del
cuerpo sentía un poco de frío.
—Eso supuse —respondió—. Me costó horrores
despertarte. Estabas llorando y gimiendo mientras dormías. Pero hablabas muy
rápido y no entendía nada. Fue un poco escalofriante.
Me estrujé la cara con las manos y sentí el rastro
húmedo del que me había hablado pero del que no me percaté hasta ese momento.
Abrí mis brazos y ella se pegó a mi torso desnudo y dejó ir un suspiro de
alivio.
—Lo siento
mucho, Rose. —inhalé el aroma floral de su cabello. —Pero ¿Te sientes bien?
—Sí. —contestó con seguridad— Solo un poco
sedienta.
Dispuesto a conseguir un vaso con agua para cada
uno, me puse en pie pero no me retiré de la habitación hasta darle una segunda
mirada y asegurarme que en su rostro no había ninguna muestra de dolor.
*.*.*.*.*
—¿Quieres hablar sobre esa pesadilla tuya?
—preguntó tras un buen rato ya en la oscuridad. Su cabeza estaba sobre mi
pecho, y mi brazo se aferraba a su hombro, envolviéndola en una forma
protectora. Como si temiera que viniera alguien por ella. aún seguía un poco
tocado por el terrible sueño y no había podido conciliar el sueño. Pero no le
había contado una sola palabra, puesto que no deseaba causarle ningún tipo de
ansiedad adicional. De hecho, ya la daba por dormida, pero sus palabras me
sacaron de mis absurdos pensamientos que repasaban una y otra vez mi agenda de
la semana, esperando que en algún momento sucumbiera al cansancio o al
aburrimiento, cualquiera que llegara primero.
—La verdad es que no quisiera preocuparte. —fue lo
que pude responderle al final.
Un momento más de silencio.
—Fue algo sobre el bebé ¿No es cierto? —insistió
perspicaz.
—Sí. —terminé aceptando.
Su dedo índice comenzó a subir y bajar de manera
hipnótica y tranquilizante por mi antebrazo libre.
—No pasará nada malo.
—¿Cómo estás tan segura? —la vulnerabilidad en mi
voz dejó al descubierto mis oscuros temores.
Sin embargo ella solo se encogió de hombros.
—No lo estoy, pero siento que es así. Además, hace
un rato se movió un poco. Creo que ahora duerme.
Deposité mi palma sobre su vientre hinchado pero
no hubo ningún movimiento. Me hubiese encantado sentirlo también. Sin embargo,
confié en sus palabras y dejé que ese sentimiento de calidez que me embargaba
cada que la tocaba, volviera para tranquilizarme. Besé su coronilla antes de
decir:
—¿Podemos ir con el médico mañana? Solo por
prevención.
Ella asintió y depositó un beso en mi pecho.
—Claro que sí. Ahora descansa, papá. Tengo a
nuestro pequeño a salvo aquí dentro.
Jamás unas palabras como esas me habían hecho
sentir tan pleno o tan vulnerable como en ese momento.
*.*.*.*.*
El frío consultorio seguía igual que la última vez
que la habíamos estado allí, o sea, hacía una semana atrás. Esta no era una
visita de control, como tuvimos que explicarle al doctor Gerandy, quien había
asistido a Rosalie cuando pasamos aquel susto terrible, hacía ya un par de
meses atrás.
—Todo anda bien por aquí. —dijo cuando un latido
constante y fuerte como un caballo resonó en la sala privada.
Rose me miró con una sonrisa tranquilizadora y
apretó los dedos que yo mantenía entrelazados.
—Ahora puedes respirar.
Asentí mientras dejaba escapar una exhalación de
alivio.
—¿Quisieran saber el sexo del bebé? Porque no está
haciendo nada por taparse. —preguntó el alto hombre de mediana edad.
Ambos nos miramos y asentimos a la vez. Y
apretamos más nuestras manos, respectivamente. Clavamos la vista en a pantalla,
como si pudiésemos entender aquella imagen rara que no dejaba de moverse. Por
lo visto, ese bebé venía con mi misma energía.
—Bien —dijo el doctor con una sonrisa conocedora.
—Tenemos a un gran y enérgico niño por aquí. Y hasta un poco descarado, no deja
de mostrarse. —se rió el médico divertido con su propia broma.
Nosotros en cambio, empezamos a llorar en
silencio. No sabría decir quién lo hizo primero, pero si puedo aclarar que fui
yo quien la besé en los labios con fuerza y musité sin importarme la compañía:
—Te amo. Los amo. Gracias.
Rosalie limpió el húmedo reguero que era mi cara y
respondió con un brillo deslumbrante en su mirada:
—También los amo.
*.*.*.*.*
Bella -
POV:
Extraña la manera en la que pasan las cosas.
Me dije a mí misma aquella mañana, en la que por
primera vez en muchos meses, tomaba mi café a solas. Alice se había terminado
de mudar la noche anterior. En realidad, ya lo había hecho la semana pasada, un
día después de que Jasper había venido a buscarla desesperado durante la
madrugada.
Pero no fue hasta anoche, en que terminó de
llevarse todas sus cosas. La casa se sentía tan vacía que se me hacía raro
pensar en que debía reacostumbrarme a esta nueva realidad. No dejaba de
alegrarme por mi amiga, ya que aquellos días sin Jaz habían sido terribles para
ella, sin embargo la echaría demasiado de menos cada día: las conversaciones
matutinas, la comida y el ambiente en general, sería muy distinto.
El hecho de que Edward permaneciera enojado aún
por mi renuncia no ayudaba mucho en mi ya de por sí oscuro estado de ánimo. Nos
hablábamos a diario, y también nos veíamos, pero se mostraba distante y a
claras luces resentido. Habíamos tocado el tema en unas cuantas ocasiones, pero
siempre caíamos en lo mismo: reproches por parte de él, y explicaciones
reiterativas por mi lado.
Sin embargo, su psiquiatra, el doctor Poomar, me
había tranquilizado en un par de ocasiones:
—Isabella, no me parece que hayas cometido una
equivocación. Es solo que para Edward todo esto representa un gran cambio al
que se resiste a adaptarse, porque teme que todo esto les lleve a una eventual
ruptura. Estamos trabajando sobre ello aún. —comentó en una oportunidad le
atractivo hombre de clara ascendencia india.
—Lo sé. Hemos hablado sobre esto, sin embargo es
como si algo no le permitiera creerme del todo cuando le digo que no me alejaré
de él. —argumenté.
—Claro, y se llama dependencia emocional. Algo de lo que ambos sufren. Todos hemos
hablado acerca del tema en más de un par de ocasiones.—el reproche había sido
sutil y en un tono caballeroso, pero no por ello dejó de arder. —Por eso pienso
que hiciste lo correcto en renunciar. Quizá se dio por las razones incorrectas,
pero lo importante es que estamos encaminados de nuevo.
—No veo como es eso posible si apenas me habla, y
cuando lo hace, deja caer comentarios como que las cosas han cambiado por lo
que decidí.
—Y eso es manipulación, Isabella. Lo sabes bien. Este
juego no es nuevo para ti. Los niños lo utilizan de una manera más descarada. Pensé
que a estas alturas debías ser inmune.
—Lo sé. Con mis antiguos pacientes podía manejarlo
muy bien, pero con él no. con Edward, es un poco más complicado.
Sus facciones parecían decirme: ¡Al fin lo
entendiste, niña tonta! Pero el galante médico sería incapaz de semejante
descortesía. Era demasiado caballeroso.
—Ahí tienes la verdadera razón por la cual debiste
habar renunciado, Isabella. Y desde hace un tiempo atrás. —su tono se volvió
más cálido a la vez que sus palabras más filosas. Quizá para suavizar el corte.
—Sabías que al aceptar a tener una relación, en estas circunstancias, no sería nada
sencillo. Si en condiciones más “ortodoxas” no suelen serlo, imagina cuando
mezclas el factor enfermera/paciente en el proceso. Además, si hablo con total
honestidad, creo que viniste para buscar la validación de tus motivos, y te la
he dado. Me parece bien que Edward pueda ver que solo los une su relación
personal, pero noto que sigues insatisfecha con eso.
Abrumada por el hecho de que alguien estuviese
exponiendo el caso de una manera tan clara y concisa, me hacía ser consciente
de lo mal que estaba manejando las cosas últimamente.
—Siento mucho el involucrarlo en estos temas,
doctor. Sé que es incómodo… —comencé pero él me cortó.
—Bella, él es mi paciente, y tú eres una
profesional con la que me ha dado mucho gusto trabajar. Sin embargo, aún mantengo
mis reservas a como llevaron este caso. Creo que en unas condiciones distintas,
y con unas personas menos comprensivas que los Cullen, pudiste haber arruinado
una carrera tan brillante como la has llevado hasta ahora.
—Lo sé. —admití entre derrotada y avergonzada.
—Sin embargo, nosotros no decidimos de quién nos
enamoramos. Así que solo queda enfrentar las consecuencias. Y creo
personalmente que lo estás haciendo bien. Incluso con el tema de los hijos.
—¿Edward se lo dijo?
—Por supuesto. —admitió el hombre sereno. —Y
puedes creerme que también estoy trabajando sobre ello. Me parece muy bien que
dadas las condiciones, no hayas aceptado a salir embarazada. No es algo que él
necesita en este momento. Por ahora con nuestras sesiones y las lecciones de
fotografía, me parece que estamos bien. Sigue entrenando con su hermano, así
que la parte motriz no es ninguna preocupación. Sin embargo, celebro el hecho
de que te mantengas firme en ese aspecto. Un poco más adelante podremos lidiar
con este tema. —argumentó el sabio médico. —Edward lo aceptará. Solo dale
tiempo. Es un hombre, al fin y al cabo. Se siente un poco inseguro porque no le
conceden algo que desea, pero en este caso, es lo mejor que has podido hacer
porque aún no logra comprender el sin fin de responsabilidades que algo así
conlleva.
—Lo sé.
—Entonces tranquilízate, y quita ese gesto
derrotado de tu rostro. No llegarás a ningún lado con él si sigues en ese modo
tan inseguro. No es un niño con caprichos, Isabella. Es un hombre, tu novio
además. Y como tal debes tratarlo. De la parte profesional me encargo yo, y
cuando necesite tu apoyo te lo haré saber. Así como has buscado el mío en este
caso. Cuando se trate de Edward, despréndete de esa parte tuya que te urge a
actuar como su enfermera. No necesitas estar a su lado para cada paso que él
dé.
—Muchas gracias, doctor Poomar. —le agradecí un
poco más tranquila. Para mí era muy importante la validación de quien estaba
tratando a quien amaba con locura, pero por lo visto no sabía muy bien cómo
hacerlo.
—Siempre a tu orden, Bella. —y luego de esa rápida
e incómoda conversación, cerramos nuestra sesión vía skype.
Necesitaba poner las cosas en perspectivas nuevas
con Edward, y aunque me había costado…finalmente había dado con una opción que
esperaba que él aceptara. A cruzar los dedos…
*.*.*.*.*
—Hola, ángel. ¿Podemos hablar? —pregunté detrás de
él.
Estaba en el patio trasero de su casa, tomando un
par de fotografías a un trozo y hielo que destellaba como diamante desde la
rama de un árbol por ahora despoblado de hojas.
Paró por un segundo lo que estaba haciendo, pero
solo fue eso: un segundo. Luego continuó ensimismado en lo que suponía que
sería el mejor ángulo para capturar lo que él deseaba. Lo obsesivo de su
condición resultaba bastante bien en ese tema. Cada foto de Edward parecía
superar a la anterior. Y eso que por ahora solo lo hacía desde su celular, o con
la cámara de su instructora.
Se llamaba Siobhan, y era una pelirroja muy
enérgica y coqueta. Tenía el cabello rizado y de un hermoso tono entre rojo y
cobrizo. Me recordaba a la princesa Mérida
de Valiente, tanto por su manera de
ser como por su melena rebelde. Me caía excelente, a pesar de que solo habíamos
hablado unas tres veces. Era sumamente paciente con Edward, y había logrado que
él se adaptara no solo a una situación por completo nueva, sino que además
también hizo que su pequeño grupo de estudiantes lo trataran sin ningún tipo de
diferencia. Al fin y al cabo, Edward era tan normal como cualquiera, lo
extraordinario estaba en el ojo de quién lograra ver más de lo que escondía ese
exterior tímido y sus respuestas demasiado claras.
Edward se mostraba encantado por su cabellera. Le
fascinaba ese color que no era muy común en su entorno cotidiano, y si a eso le
sumas el hecho de que tenía los ojos como la vendedora que lo cautivó hacía
unos meses atrás, pues el escenario no era muy idóneo para mi autoconfianza. Sin
embargo, tuve que aprender a vivir con ese hecho como lo hacen tantas personas
día con día.
Recuerdo una vez en que pasé por él luego de que
Carlisle, Alice y yo nos reuniéramos con la posible empresa contratista. Le
había avisado a Edward vía whatsapp
que había llegado y le esperaba fuera. Al poco tiempo salió muy risueño con la
chica de ascendencia irlandesa (lo sabía porque él me lo había comentado, no
porque la hubiese estado investigando. Aún no había llegado a esos niveles de
psicopatía.) e incluso le permitió que le diese un breve abrazo.
¿Me molestó un poco? Sí, pero nada me daba el
derecho de decirle a Edward como tratar a sus amistades si en ningún momento le
faltaba el respeto a nuestra relación.
Y para validar mi resolución tan madura, llegó
poco tiempo después un hombre alto y rubio. Era espigado y con poca; o casi
nula; musculatura aparente. Sin embargo levantó una caja de gran tamaño y la
colocó muy cerca de donde se encontraban la instructora y su alumno. Ella, al
mirarlo despejó cualquier duda que tuviese: Miró al altísimo desconocido con
una adoración total. De esa clase en que no te parecía posible que en ningún
momento pudiese voltear siquiera para mirar a los lados.
Mentiría si no dijese que eso me infundió
muchísima tranquilidad, porque no creía en ningún momento que Edward pudiese
desarrollar malicia tal como para burlarse de mis sentimientos con alguien más,
pero siempre cabría la posibilidad de que conociera a alguien que lo deslumbrara
tanto que no solo quisiera contemplarle. Sin embargo, optaba por confiar en él,
como el hombre respetuoso y enamorado que me había demostrado ser en un sinfín
de ocasiones, y además viviría al máximo todo lo que pudiera con él porque nada
estaba escrito en piedra en esta vida. Así que solo me restaba disfrutar del
tesoro que la vida había puesto en mis manos.
—Él es Liam —comentó no más subió a la camioneta—.
Es el prometido de Siobhan. Es un gran chico, pero la besa y abraza demasiado.
Eso me hizo voltear por un segundo antes de poner
en marcha el vehículo para poder calibrar sus expresiones.
—¿Y eso te…molesta?
—Solo me molestaría si invadiese mi espacio
personal tan seguido como lo hace con su novia. —respondió sin lugar a dudas.
Nada de resentimiento ni rabia en sus palabras, solo un tono práctico que
indicaba lo incómodo que podría sentirse si lo tocaran tanto.
No pude contener una leve sonrisa mientras
recordaba todo aquello. Mi ángel y su sentido de la practicidad.
Froté mis manos de por sí ya enguantadas, para
obtener un poco más de calor por la fricción. El invierno ya había llegado y no
estaba jugando. Al contrario, cada día que pasaba parecía encrudecerse más y
más. Edward por su parte, tenía una impresionante tolerancia al frío, así como
al dolor. Y como aseguraba que los guantes le incomodaban a la hora de tomar
fotografías, se encontraba afuera con ropa abrigada pero con sus manos
expuestas al clima extremo. Sin embargo, no se veía para nada afectado. Yo en
cambio podía sentir que el frío comenzaba a quemar mis mejillas de a poco.
—¿Te falta mucho para terminar con tu sesión
fotográfica? —insistí para llamar su atención. —Solo quiero saber si debo
esperarte aquí o dentro de la casa. Comienzo a congelarme.
Eso le hizo girar su cabeza hacia mí antes de
acercarse. Me tomó de la cintura y me guió hacia el área del balcón. Al menos
aquella zona estaba climatizada y pude quitarme los guantes sin tener el temor
a perder mis dedos.
—Debiste decirme eso antes. Yo no sentía tanto
frío en las manos. Disculpa. —admitió con toda esa caballerosidad heredada en
los Cullens, pero con ese leve tono distante que me decía que continuaba
enojado conmigo. Era un hombre de creencias firmes, eso no se lo podía negar.
Introduje mi mano en un bolsillo de mi mullida
chaqueta y extraje una cajita pequeña en color azul marino y se la extendí con
una tímida sonrisa. Tenía que admitir que todo aquello me ponía un poco
nerviosa. No era poca cosa lo que venía implícito con lo que venía dentro.
—Te traje algo. —frunció el ceño con curiosidad a
la vez que estiraba las manos hacia la pequeña caja. Se la acerqué un poco más
hasta que la tomó.
La abrió y cuando vio su contenido frunció un poco
más el ceño con confusión. Tomó el contenido entre sus dedos y al percatarse de
que pesaba más de lo que esperaba, lo sujetó con toda la mano.
—¿Un llavero? —musitó receloso del atípico e
inesperado regalo. Sostuvo el mapamundi contra la luz y por un instante pareció
perderse en los colores que desprendía la pequeña bola de cristal cortado
mientras giraba sobre su propio eje.
Sonreí un poco divertida con su gesto, pero aún
con la sensación de que en cualquier momento el corazón se me podría salir por
la boca.
—Sí, ángel. Y va con esto. —introduje la mano en
mis pantalones y extraje un par de llaves que luego le extendí. —Son las de mi
casa. Sé que continúas molesto y receloso de que en cualquier momento termine
contigo ahora que no trabajo acá directamente, pero esto es una muestra de todo
lo contrario.
—¿Quieres que me mude contigo? —infirió él. No le
veía feliz, pero tampoco enojado ni asombrado. Solo tenía una gran cara de
póquer que no me indicaba si iba por buen o por mal camino. Me sentía como si
diera palazos a ciegas.
—Significa que tienes las llaves de mi mundo,
Edward. De lo único que tengo, y que ahora deseo compartir contigo. —dije con
toda la sinceridad de quien habla desde el alma. —Significa que no tienes que
avisarme cuando quieras ir, porque te estoy dando el derecho de estar allí
cuando quieras. Ya sea que estés por pocos días, por uno solo o si quieres irte
a vivir conmigo. Lo que decidas, está bien por mí. También desocupé una buena
parte de mi closet para ti, por si quieres llevar unas cuantas cosas. Pero me
temo que esas no tienen llave y no podía traerte ninguna de esas puertas.
—intenté bromear pero él no comprendió el chiste en mis palabras. Quizá no fue
tan bueno como me había parecido en mi fuero interno.
Edward torció su boca y se removió a mi lado en el
mullido sofá que tenía su madre en aquella ala de la casona.
—No sé cómo haríamos eso, Bella. —su tono me
indicó lo inseguro que se encontraba. —Ya sabes que no duermo bien cuando no
estoy en mi propia cama. No es que la tuya sea incómoda, es solo que no es la
mía.
—Entiendo. —acepté. —Pero si gustas, podríamos
llevar tu cama para allá y comprar una nueva para tu cuarto. O solo el colchón.
Lo que quieras. Iremos probando hasta dar con una solución para todo esto.
Acaricié sus manos con las mías por un momento
antes de regresarlas a mi regazo para no abrumarle con mi toque.
—No me importa lo que debamos hacer ni cuantas
veces debamos intentarlo. Solo quiero que entiendas algo, ángel. Quizá no puedo
ofrecerte un hijo, por ahora. Pero sí te ofrezco otro tipo de compromiso. Uno que
podamos manejar ambos por el momento. Uno del que salgamos más fuertes y del que
te permita estar completamente seguro de que cuando se trata de nuestra
relación estoy adentro, al frente y al centro. No busco maneras de huir de ti
ni de lo que pueda pasar en un futuro. Solo quiero vivirlo paso a paso contigo,
sin adelantar y retrasar nada.
—Porque me amas. —puntualizó él, haciéndome reír.
—No, Edward. —negué con la cabeza— Hace mucho rato
que yo no te amo. Ya no estoy segura de que esas palabras se adecúen a lo que
siento por ti. Es mucho más grande. Se acerca más a la adoración, aunque suene
profano. —admití con la voz un poco temblorosa.
Él no me dijo que me amaba de vuelta, y tampoco
verbalizó un gracias, solo extendió su gran y estilizada mano para atraer mi
cabeza hacia la suya para un delicioso y posesivo beso que dijo todo lo que sus
palabras no. Que era suya y que probablemente eso sería así hasta que lo
quisieran nuestros destinos.
Solo se separó lo justo para decir:
—Llevemos ese colchón a casa, Bella.
A casa.
No, tu casa. Pocas palabras que
indicaban lo evidente: Ya todo estaba dicho.
*.*.*.*.*
Al final no fue el colchón. Fue la cama entera. Edward
quiso que lleváramos la que estaba en nuestra habitación a la suya y que solo
cambiáramos los primeros, pero no funcionó tampoco. Dos noches después hacíamos
el cambio de colchones e incluso de sábanas. Le dije que las mías eran un poco
femeninas pero poco le importó. Dijo que así sentía que también yo pertenecía a
su habitación.
Y como es evidente: no nos mudamos juntos. Eran
muchos cambios y él debía manejarlos de manera adecuada. Pero por lo menos los
fines de semana los pasaba conmigo y spoiler: Dormía a mi lado. A veces
despertaba un poco desorientado, pero nada demasiado grave sobre qué
preocuparse.
Salíamos a pasear a la playa, a cenar por las
noches o solo nos quedábamos en casa viendo alguna película que nos llamara la
atención. Sobre todo a él, yo solía quedarme dormida a su lado mientras él veía
a la pantalla y analizaba cada detalle para luego contarme.
Me gustaba probar recetas nuevas con él, y aunque
el resultado no siempre fuese bueno, todo eso lo hacía más doméstico para
ambos. Nos ayudaba a imaginar cómo sería nuestra convivencia juntos cuando
fuese definitiva.
Faltaban dos noches para navidad y Edward
terminaba de ayudarme a colocar unas luces en el ventanal que daba hacia el
patio frontal de la casa.
—Se ven bien. —aseguró satisfecho con su trabajo.
Enarqué una ceja a su lado.
—¿Acaso no cuenta mi opinión?
—Podrías negarlo pero tu amplia sonrisa pareció
delatarte cuando saliste de la cocina. No creo que estuvieses muy orgullosa de
que se te quemara el pollo. —argumentó con su habitual lógica.
En serio quise decirle tantas cosas, pero al final
no me salió sino una sonora carcajada. La verdad es que estaba encantada de que
entre ambos hubiésemos decorado la casa, de que pasaríamos nuestra primera
festividad juntos y de que estuviésemos creando tradiciones entre ambos. Eso hacían
las familias. Lo que nunca había tenido, y que ni en mis mejores sueños había
vaticinado que tendría con alguien como Edward, aunque a nuestra manera y a
nuestro propio ritmo.
—Me descubriste. —le dije antes de depositar un
beso en sus comisuras con suma ternura. El timbre sonó antes de que pudiésemos
hacer más interesante la situación. —Su amada pizza ha llegado, señor.
—anuncié.
Los ojos grises de Edward brillaron emocionados.
Dios sabía que a ese hombre casi nunca se le acababa el hambre. Y si se trataba
de su comida favorita, mucho menos.
Fue en medio de nuestra cena que hablamos sobre lo
que haríamos en la noche de navidad:
—Según lo que hablé con Esme, se haría la cena en
tu casa. Pero tanto Alice como Rosalie y yo decidimos que prepararíamos algo
para llevar. Aunque tu madre insistió que ella prepararía el pavo, nadie le
llevó la contraria. Por supuesto.
Edward asintió mientras tomaba un bocado más de masa
crocante, salsa, mozarella fundida y tomates deshidratados. Se encontraba en un
cómodo pantalón deportivo y un suéter de algodón. Se le veía tan…casero.
—Y pensé que la noche de víspera de navidad la
podríamos pasar acá, si quieres.
—¿Solo nosotros?
—Sí. ¿Te parece mala idea?
Negó con la cabeza antes de hablar, pero por
alguna razón parecía más interesado en su pizza que en nuestra conversación.
—No. Para nada. —dijo de forma escueta.
—¿Estás seguro? —insistí— Parecías más emocionado
con la luz de la ventana.
Entonces él sonrió en una de esas maneras en que
me robaba el aliento. Su cabeza se ladeaba un poco y su boca la satisfacción
que sentía por lo que él acababa de hacer.
—Me sentí como el hombre de la casa. —aclaró
deleitado en su desempeño de la tarea. —En realidad, con todo esto de decorar
de navidad me he sentido así.
Tragué grueso por un instante y le correspondí a
su sonrisa.
—Es que tú eres
el hombre de esta casa. —le reconocí. —Y me encanta que te sientas así de
cómodo en todo esto. Solo falta que mates las cucarachas, y entonces serás el
jefe.
Bromeé. Bueno, en realidad no. Todavía no habíamos
visto una, pero cuando llegara el verano aparecerían esos bichos satánicos. Los
odiaba con toda mi alma.
—Puedo hacer eso por ti.
—Entonces eres el jefe. —le dirigí un guiño.
Estuvimos hablando de naderías así, que a
cualquier persona no podrían importarle pero para nosotros era la base de
nuestra actual relación, y de lo que podría venir en un futuro no tan lejano. Ya
que Edward no solo se quedaba de viernes a domingo, sino uno que otro día de la
semana también. Sus pertenencias en la casa se estaban multiplicando con
rapidez, e incluso no se cortaba a la hora de decirme si pensaba que un adorno
no le gustaba. Era una persona demasiado visual. Y comenzaba a sentirse a sus
anchas. No pudo importarme menos ese hecho.
*.*.*.*.*
Esa misma noche no quisimos ver series ni conversar
acerca de intereses de lectura o pasatiempos que queríamos llevar a cabo. No.
Aquella noche fue para cosas mucho más interesantes e intensas.
Nuestra habitación estaba llena de los sonidos de
nuestros cuerpos colisionando entre sí; y la tenue iluminación que había
graduado hacía un buen rato aún permanecía. Me encantaba hacer el amor con la
luz encendida. Podía disfrutar de cada expresión de su cara, y eso llevaba mi
placer a otro nivel.
Nuestras bocas permanecían cerca pero no se
besaban porque ya nos faltaba el aliento. Mis caderas dolían un poco pero no sería
yo la que acelerara ese momento en el que podía disfrutar de verlo con sus ojos
cerrados para concentrarse en estirar nuestro momento lo más que pudiera. Su cabello
broncíneo se veía más parecido al mío, ya que el sudor lo empapaba así como
cada centímetro de nuestros cuerpos. Me aferraba a sus hombros con las uñas
desde la parte de debajo de sus brazos, mientras que con mis piernas me
impulsaba para encontrar nuestras pelvis en cada movimiento serpenteante.
Besó mi mandíbula y bajó por un costado de mi
cuello hasta mi pecho y mi hombro hasta prenderse a uno de mis senos mientras
que acariciaba el otro con la insistencia de quien no se haya demasiado lejos
del clímax y desea que lo alcancen. Su otra mano estaba asida a la cabecera de
su antigua cama mientras se impulsaba en mi interior sin perder el ritmo.
Rasguñé mi camino hasta su cabello, y allí me
agarré con fuerzas en una muestra involuntaria de lo mucho que disfrutaba de su
posesión. Sentí de pronto un punto de dolor en el pezón que se encontraba en su
boca y luego una profunda y certera estocada que me envió derecho al orgasmo
más intenso que había tenido en meses. Edward no tardó mucho más allá de un par
extras antes de venirse por completo en mí después.
Satisfechos y cansados no tardamos en caer
dormidos sin necesidad de hablar ni decirnos nada más. Ya nuestros cuerpos y
nuestras acciones habían hablado ese día por nosotros: Nuestra vida en pareja,
así como en general, nos era totalmente desconocida a futuro. Sin embargo no
dejaríamos que el miedo nos hiciera perdernos el uno del otro por muy caótica
que fuera.
Por la madrugada me desperté con ganas ir al baño.
Y cuando salí me percaté de que no habíamos cerrado ninguna de las cortinas. Afuera
el invierno se había recrudecido muchísimo y es probable que la nieve nos
tuviese un buen rato trabajando a las afueras de la casa, pero no me molestaba
en lo más mínimo.
Miré hacia la cama en donde un Edward totalmente
agotado estaba desmadejado con un brazo al lado de su cabeza y sus pies fuera
del cobertor. Sonreí mientras ajustaba la calefacción un par de grados más,
puesto que la habitación ya comenzaba a sentirse un poco fría, y seguí
haciéndolo cuando lo arropé con cuidado de no despertarle, e incluso cuando me
metía a la cama sin el salto de cama y me apreté a su lado tan desnuda como él,
evitando tocarle demasiado.
—Dulces sueños, mi hombre. —fue lo último que recuerdo antes de caer rendida al
sueño.
*.*.*.*.*
Quiero comenzar por darle las gracias a
Torrespera172, Josi y demás chicas que dejan sus comentarios en ff.net pero que
no muestran su usuario, y eso me dificulta el responderles.
Estos últimos capítulos me están costando
horrores porque tengo un conflicto de sentimientos y pensamientos cuando me
toca que sentarme a escribirlos, y ese es uno de los motivos por los cuales se
tardan tanto en llegar. Puede que parezca sencillo, pero ponerle fin a una
historia que ha calado en tantas y que muchas celan con tanto cuidado es más
complicado de lo que pensé.
Eso y el tratar de equilibrar vida propia
con la escritura y como no, eventos inesperados como enfermedades. Cosa que me
pasó hace unos días atrás pero que no deseo entrar en detalles. Solo les digo
que estoy muchísimo mejor.
Cuando escribía este cap no podía dejar
evitar pensar en que solo me restaba uno más para poder despedirme del ángel y
darle la bienvenida a nuevas historias que no tienen que ver con Twilight. No
será fácil, pero es necesario.
Y para las que se lo preguntan: Sí. Voy a
retomar al Tirano en dos capítulos largos que me permitan
darle un cierre a otro personaje al que han querido tanto. No lo editaré tan al
fondo como al Ángel, pero volverán a tenerlo disponible en las distintas
plataformas en donde estoy presente.
Se les quiere, mis chicas… Y como siempre
les digo: Disculpen la tardanza.
Feliz Día del Amor y La Amistad.
Nos seguimos leyendo…
Marie C. Mateo
Hermosa historia
ResponderEliminarHola, Wenday! Muchísimas gracias. Nos seguimos leyendo.
EliminarGracias, sigo al pendiente de la historia!!!
ResponderEliminarY gracias a ti por eso, linda! :)
EliminarMe encanta este fic.... lo extrañare cuando termine....pero mientras lo disfruto
ResponderEliminarClaaaaaaro! Esa es la actitud. Además, siempre estará a su disposición para una relectura.
Eliminarhermosa historia.. felicidades
ResponderEliminarGracias a ti por leerla, cariño.
Eliminarexcelente historia Marie, yotambien soy Venezolana yadmiro profundamente tu forma de escribir. Aunque hay algunos detalles que creo deberias revisar al inicio de la historias planteas que Bella tiene 21 años y vaa cumplir 22 y por lo que das a entender es virgen , pues nunca se ha relacionado con nadie intimamente y que Edward, tiene 24. Pero luego, aproximadamente en el capitulo 16 comentas que Bella tiene 25 años igual que Edward.Ojo no es una critica,son observacionespara aclarar el espacio temporar de la historia y que quede mas perfecta de lo que ya es. Si estoy equivocada,no me hagas caso y espero ver a Bella y Edward casados y felices con hijos.... Gracias por defender con esta historia a esos seres especiales que vienen a nutrir nuestras vidas con su maravillosa presencia, de verdad paisana te felicito... Un abrazo
ResponderEliminarHola, Oliali. Gracias por este comentario... Sabes qué es lo que pasa? Que ustedes son increíbles detectando los detalles! Cosas que a veces se nos escapa a los que escribimos, como lectora detecto errores así en las tramas (creo que es es karmaXD).
EliminarAciertas cuando dices que he querido defender a estos seres especiales con mi historia, porque así fue como nació. Gracias a las chicas que como tú, le han dado una oportunidad de calar en sus vidas.
PD: Trataré de detectar en donde me equivoqué para corregir eso. Un mega beso, paisana.
Es espacio temporal, perdon por los errores se me fue el mensaje antes de corregir
ResponderEliminarTranquila. Me suele pasar.
ResponderEliminarPD2: Me encanta que me lean chicas de mi país. Gracias por eso!!!