jueves, 14 de febrero de 2019

Corazón de Cristal - Capítulo 29:




“Mi Hombre”
 (Penúltimo Capítulo)


Emmett POV:

Como el hombre orgulloso que me había vuelto, siempre detesté que la vida me hiciese tragar mis palabras. Como por ejemplo justo en aquel momento, cuando iba en camino a la casa de Rosalie después de haber estado presente en el caso más importante; mediáticamente hablando, que había llevado su hermano hasta ahora. Debía darle mi opinión sobre su desempeño a la junta de socios principales del bufete de mi padre y de la cual formo parte desde hace poco tiempo. Sí, cuando se trata de Carlisle Cullen te tenías que ganar las cosas a pulso. No había favoritismos ni tratos preferenciales por ser el hijo del jefe. Con el tiempo aprendí a valorar y respetar esa característica de mi padre.
Él, en muchos sentidos, era el modelo del hombre en que deseaba convertirme. Y si mi futuro hijo me quisiera y admirara la mitad de lo que yo lo hacía con él, me daba por satisfecho.
El embarazo de Rose fue algo que me costó asimilar. Y aún seguía siendo abrumador, pero ya no en una manera negativa ¿Cómo podría serlo si cuando escuchaba ese palpitar sentía un nudo en la garganta de la emoción? No había sido premeditado. EN LO ABSOLUTO. Pero igual me sentía agradecido por esa pequeña personita que era mitad de ella y mitad mía.
Y divagando sobre pequeñas personitas y su creación, llegué a casa de Rosalie casi sin ser consciente de ello. Y en cuanto abrió la puerta me quedé sin aliento. Lo juro. Fue verla aparecer con su rostro recién lavado, el cabello húmedo y una pijama muy suelta de seda color rosa suave; y se me había atorado la inhalación a medio camino. Pero solo por medio segundo antes de que saltara sobre ella para pasar y trancar la puerta a mi espalda.
—Está helando afuera, Rose! Puedes resfriarte. —le reproché con suavidad. —Creo que la nevada llegará temprano este año.
Ella puso los ojos en blanco mofándose de mi preocupación, pero no se apartó de mi abrazo protector. Ya estábamos adentro, justo al pie del lobby de su casa y ninguno parecía tener prisas por apartarse del otro.
¿Siempre había tenido esas pestañas así de largas? Pensé que lo lograba con maquillaje. Y ni hablar de esos labios. Sabía que las mujeres tenían sus maneras de lograr que se vieran gruesos y apetecibles, pero allí estaba ella. Con una mirada sumamente brillante, como si estuviese viendo lo jodidamente mejor de la vida justo en  frente, con unas mejillas un poco sonrosadas que contrastaban a la perfección con su piel de alabastro y una adorable nariz perfilada que tenía salpicada en unas pecas muy claras ¿Por qué las escondía? Le conferían un aire juvenil tan adorable que comenzaba a sentirme como un colegial. Y su boca. Jodidos labios provocadores. Parecían burlarse de mis ganas de acariciarlos con su tono rosa. Como si se vanagloriaran con crueldad de su cercanía a mí, y del poco derecho que tenía de tan siquiera mendigar.
¡Mierda! ¿En qué momento había caído tan hondo por esta mujer? ¿Cómo pasó tan siquiera? No podía saberlo con exactitud. Quizá debía de preguntárselo a mi padre, que parece haberse dado cuenta mucho antes que yo.
—Emmett —Rose movió su mano ante mi cara para espabilarme— ¿Escuchaste lo que acabo de decir?
Avergonzado desvié la mirada a mis zapatos y puse distancia física entre nosotros. Ya tenía comprobado que la cercanía de aquella rubia era intoxicante para mis sentidos. Y como un yonkie, quería aún más.
—Disculpa ¿Qué me decías? —pregunté inseguro.
—Quería saber si ibas a entrar o solo venías de pasada, ya que tenemos un rato de pie junto a las escaleras y no te has movido. —¿Era eso una oscura diversión en su mirada? Pequeña descarada.
—Quiero pasar, por favor. —admití al final.
Y cuando estuvimos en la sala de estar, ya finalizada y redecorada al fin, nos sentamos en el mismo sofá pero girados de manera que estuvimos quedáramos frente a frente.
—¿Qué te trae por acá a estas horas? —preguntó ella mientras se colocaba la rubia melena sobre su hombro, y que al estar húmeda tenía un color más parecido a la miel que a su dorado natural.
Fruncí el ceño con preocupación.
—¿Hace mucho que saliste del baño?
Rosalie sonrió divertida.
—¿Viniste a preguntarme sobre mis duchas?
—No eh… —carraspeé para aclararme la garganta. La palabra ducha en su boca trajo a mi mente escenas bastante indecentes. Y no era el momento para una erección. Muchas gracias. —Pasé para saber sobre ustedes. Hoy fue un día ocupado. Tuve que evaluar el trabajo de tu hermano en la corte para poder dar mi opinión a la junta principal de asociados del bufete.
Y como hacía cada vez que hablaba de su hermano, su rostro se iluminó con ternura y devoción. Quería ganarme una expresión así cuando mencionaran mi nombre en su presencia. Lo codicié con fuerzas.
—¿Cómo le fue? ¿Qué les dirás?
—Es información clasificada.
Sonrió coqueta.
—Y si me dices ¿Tendrás que matarme?
—A besos. —pensé.
—¿Qué? —respondió un poco sorprendida.
¡Demonios! Pensaba que lo había dicho solo en mi mente. Me estaba volviendo un idiota cuando de ella se trataba.
—Yo… eh… la verdad es que… —balbuceé. Y luego me fui a zona segura. —Tu hermano hizo muy buen trabajo, y eso voy a informarle a mi padre y al resto de la directiva.
Rose enarcó una ceja y frunció los labios al lado como peleando con palabras que pugnaban por escaparse de su boca.
—¿Qué? —pregunté estúpidamente.
—Creo que estás mandando señales contradictorias, pero ya me he equivocado antes contigo, y no quiero hacerlo una vez más. Me costó mucho sentirme bien en tu presencia, y no quiero que eso cambie. —admitió con un poco de vulnerabilidad en sus ojos, pero seguridad en su tono de voz.
Y lo odié. Odié tener que actuar como un ortopédico emocional. No quería hacerlo. Y en realidad, no tenía un motivo para ello. Bien podría estarme mandando de frente contra un muro y sin frenos, pero ya no me importaba más. Era peor seguir tragándome tantas cosas que poco a poco me habían estado ahogando.
—Estoy cansado, Rosalie. —dije frente a ella. —Tuve tiempo más que necesario para poner las cosas en perspectiva. Y luego tuve más, lidiando con el miedo a admitirme a mí mismo lo que tenía ya un buen rato sintiendo.
Bajó la pierna que tenía sobre el mullido cojín del sofá y yo aproveché ese movimiento para acercarme a ella. Aquello le sorprendió un poco, pero nunca se escondió de mí ni abandonó su postura firme. Eso es lo que más me fascinaba en ella: Nunca se dejaba amilanar por mí, tenía un carácter decidido y un espíritu fuerte.
—Hace unos cuantos meses atrás debí decirte que me molestaba que te vinieran a visitar tus viejos amigos del conservatorio, porque tenía miedo de que surgiera algo más que una amistad entre ustedes. Pero luego de un tiempo me di cuenta que ninguno parece tener segundas intenciones contigo. —admití derrotado.
—Entonces ¿Por qué siempre que vienen pareces tan molesto? —preguntó casi a la defensiva.
La miré con gesto conocedor. Ella lo sabía bien, pero solo quería escuchármelo decir, y que me jodieran si no iba a dejar mi punto condenadamente claro ahora que tenía la oportunidad:
—Lo sabes bien, Rosalie. Ese mamón de Royce no pierde la oportunidad de venir a verte, y no es porque sea un amigo de lo más magnánimo. Él está interesado en ti, en la forma en que un hombre puede estarlo. Busca una segunda oportunidad contigo, y muy poco le importa que estés llevando a mi bebé en tu vientre. ¡Si hasta por encima de ese pijama un poco amplia se adivina que estás embarazada! ¡Es un jodido irrespetuoso!
Miró un segundo a sus manos antes de sonreír de manera un poco hostil antes de espetar:
—Así que todo esto es por el bebé.
—¡Mierda no! —le tomé las manos entre las mías y con una delicadeza que solo ella me inspiraba a sacar le tomé su rostro para que pudiese evadir mi mirada mientras declaraba la verdad más importante que alguna vez hubiese dicho: —Rose ¿Acaso no lo ves? ¿No has notado que cuando estoy cerca de ti, apenas puedo quitar la mirada de tus labios? ¿Cómo es posible que no hayas entendido que en innumerables ocasiones me quedo sin palabras cuando estoy mirando a esos hipnóticos ojos tuyos? ¿Piensas que aquella visita de control en la que te di un beso en los labios tras tanto tiempo fue por simple ternura? —le tomé de su antebrazo y le acerqué un poco más. —Hace tanto que estoy loco por ti ¿Y tú aún ni te enteras? ¿Es que acaso no se me nota?
Rosalie frunció sus labios en una sonrisa de lado que le daba un aire travieso y sexy a la vez.
—Así que te gusto entonces.
Negué con la cabeza antes de admitir:
—No, Rose. Intento decirte a mi manera que estoy enamorado de ti. Jodida y absolutamente enamorado de ti. Como en esas canciones que Edward ama tocar en el piano. Como en aquellas cursis novelas que detestaba que me hicieran leer en la secundaria. Como en esa manera en la que me parece tener una visión de lo divino cada vez que te sientas en el banquillo del piano cuando crees que nadie te ve, o como en aquella forma en que se me infla el pecho al ver la cara de paz y seguridad cuando acaricias tu vientre sin ser consciente de ello. Más o menos así…
Fue entonces, cuando ella en un rápido movimiento, se subió a mi regazo y tomó mi cara entre sus manos antes de admitir con una sonrisa radiante:
—Tardaste mucho, Cullen.
—Lo siento mucho, señorita Hale. Pero al parecer, no hay límites para mi estupidez cuando se trata de ti. —Le sonreí insinuante. —¿Puedo compensarle de alguna manera?
Pareció sopesar sus pensamientos durante un par de segundos sin moverse ni un solo centímetros.
—¿Qué te parece compensarme por los meses que tengo sin sexo?
Acaricié complacido su cintura, sus caderas y deposité mis manos en su firme trasero para atraerla de pronto hacia mí.
—¿Y si empezamos ahora mismo con las disculpas y compensaciones?
Se carcajeó en mi cara antes de sentarse sobre mis piernas, pero poniendo una distancia tortuosa de mi muy entusiasmado pantalón.
—Charlotte está arriba durmiendo.
¡La peor noticia posible en una noche así!
—Amo a esa niña con locura pero ¡¿Por qué hoy?! —Lloriqueé— de todas las noches ¿Por qué esta?
—Porque mi pobre hermano necesitaba tener una noche de sueño, y yo le dije que me la dejara. —Ella acarició mi frente divertida y luego mis pómulos. —No esperaba una declaración de amor después de la cena, lo siento. Me has tomado desprevenida. —añadió entre juguetona y coqueta.
—Yo tampoco esperaba soltártelo así. Me hubiese gustado llevarte a cenar y decírtelo en un lugar en donde hubiese podido hacer que luciera hermoso. Luego, habría tratado de sonsacarte para irnos a donde pudiésemos tener privacidad y te confesaría que he tenido un montón de noches pensando sobre cosas que nos involucraban a ambos y a muy poca o nada de ropa en la ecuación.
Rosalie sonrió encantada. Y luego la besé porque ¿Qué otra cosa podría haber hecho?
Fui a por sus labios como un sediento en el desierto que encuentra un oasis. La tomé con fuerza por la nuca para poder devorarla, y que no pudiese escapar. Si esto era todo lo que tendría esta noche, entonces quería hacer del beso algo que valiera totalmente la pena. Y ella aceptó mi reclamo de forma entusiasta. De hecho se incorporó y rozó; no sabía si de forma inconsciente; su entrepierna con la mía. Mordió mi labio inferior y en serio me tuve que contener para no lanzarla de espaldas sobre el sofá, tirar su pantalón de seda lejos y dejarme ir entre sus piernas.
Tomó todo de mi autocontrol poder poner distancia entre ambos. Si seguíamos besándonos así ninguno iba a resistirse a escabullir la mano en lugares que luego pedirían cosas que sería imposible negarles, y así todo se iría al infierno. No era callado durante el sexo, y ciertamente, no tenía el más mínimo interés en que Charlotte nos encontrara en una escena así.
—Me encanta como te declaras. —confesó divertida— Y no es tan diferente de lo que esperabas: fue en un lugar que preparaste para mí, pero mejor porque no tuve que cambiarme el pijama ni maquillarme. Lo de la cena y las escenas al desnudo, me las debes.
—Con mucho gusto cumpliré ese compromiso —luego tropecé con su cabello húmedo y un poco de razón entró en mi muy nublado y pornográfico juicio interno: —Está haciendo demasiado frío y tienes el cabello húmedo. Puedes resfriarte. ¿Quieres que te haga un té?
Sonrió encantada y no me resistí a darle un corto y tierno beso más.
—Tomaré eso como un sí.
Ambos nos pusimos en pie y ella se empeñó en poner mi abrigo en el armario de la entrada. Cuando iba saliendo de la estancia giró con una sonrisa insinuante en su rostro mientras acariciaba el suave y caliente tejido:
—Te ves sensual con esto. Y huele divino.
Tan descarado como soy no pude sentirme menos que complacido.
—Lo usaré para ti sin nada más que el perfume por debajo.
Enarcó una ceja:
—¿Prometido?
—Firmado, si así lo quieres.
Ambos nos giramos encantados con el tono desvergonzado de cada uno.
¡Esa era mi chica!

*.*.*.*.*

Resulta que esa noche no me fui a mi casa.
Rosalie me convenció de quedarme aquella noche porque había caído un poco de agua nieve y las carreteras estarías peligrosas. No me hice demasiado de rogar.
Charlotte seguía durmiendo en una habitación que era más de ella que de huéspedes. Y tras la remodelación de la casa, aquello fue más evidente. Había al menos media docena de muñecas Barbie, cortinas, cojines y extraños muebles en color lila, su favorito, que contrastaban con las serenas paredes blancas con molduras.
Dormí en un pantalón deportivo que había olvidado en una ocasión en la que me había manchado con pintura en el patio, y Esme vino a mi rescate. El pobre había sido insalvable, tenía un gran garabato blanco en uno de los glúteos. Sin embargo, no pudo importarme menos. No cuando tenía a una hermosa rubia durmiendo justo a mi lado.
Y fue ella precisamente la que me despertó en medio de la madrugada cuando dio un brinco y retiró su edredón para ver lo que ningún padre desea tener que ser testigo, su femenino pijama rosa estaba manchado de rojo sangre a la altura de la entrepierna. Y de pronto su mano se fue al vientre mientras que su rostro se contorsionó en una mueca de dolor.
La mancha se hacía más y más grande con cada espantoso segundo que yo permanecía impávido, sin poder hacer ninguna otra cosa que estar a su lado viendo como la mujer que amaba perdía a mi bebé.
—¡Emmett! —gritó Rosalie a mi lado.
Luego sentí un golpe en el plexo solar. Fue entonces cuando abrí los ojos. Ella me miraba desde arriba con una cara de suma preocupación. Solo había sido un sueño. Un muy mal sueño, pero solo eso… un sueño.
—Gracias Dios. —agradecí, mientras me incorporaba a su lado en la penumbra de la habitación que apenas era atenuada por la lamparilla de la mesita de noche a su lado de la cama.
—Gracias ¿Por qué? —preguntó con una mezcla de consternación y preocupación en sus facciones. Fui testigo entonces de que la pijama a la altura de su entrepierna estaba completamente limpia, y eso sirvió para sosegarme aún más.
—Tuve una horrible pesadilla. —dije al final. Sentí una gota de sudor que me resbalaba por la frente aunque en el resto del cuerpo sentía un poco de frío.
—Eso supuse —respondió—. Me costó horrores despertarte. Estabas llorando y gimiendo mientras dormías. Pero hablabas muy rápido y no entendía nada. Fue un poco escalofriante.
Me estrujé la cara con las manos y sentí el rastro húmedo del que me había hablado pero del que no me percaté hasta ese momento. Abrí mis brazos y ella se pegó a mi torso desnudo y dejó ir un suspiro de alivio.
 —Lo siento mucho, Rose. —inhalé el aroma floral de su cabello. —Pero ¿Te sientes bien?
—Sí. —contestó con seguridad— Solo un poco sedienta.
Dispuesto a conseguir un vaso con agua para cada uno, me puse en pie pero no me retiré de la habitación hasta darle una segunda mirada y asegurarme que en su rostro no había ninguna muestra de dolor.

*.*.*.*.*

—¿Quieres hablar sobre esa pesadilla tuya? —preguntó tras un buen rato ya en la oscuridad. Su cabeza estaba sobre mi pecho, y mi brazo se aferraba a su hombro, envolviéndola en una forma protectora. Como si temiera que viniera alguien por ella. aún seguía un poco tocado por el terrible sueño y no había podido conciliar el sueño. Pero no le había contado una sola palabra, puesto que no deseaba causarle ningún tipo de ansiedad adicional. De hecho, ya la daba por dormida, pero sus palabras me sacaron de mis absurdos pensamientos que repasaban una y otra vez mi agenda de la semana, esperando que en algún momento sucumbiera al cansancio o al aburrimiento, cualquiera que llegara primero.
—La verdad es que no quisiera preocuparte. —fue lo que pude responderle al final.
Un momento más de silencio.
—Fue algo sobre el bebé ¿No es cierto? —insistió perspicaz.
—Sí. —terminé aceptando.
Su dedo índice comenzó a subir y bajar de manera hipnótica y tranquilizante por mi antebrazo libre.
—No pasará nada malo.
—¿Cómo estás tan segura? —la vulnerabilidad en mi voz dejó al descubierto mis oscuros temores.
Sin embargo ella solo se encogió de hombros.
—No lo estoy, pero siento que es así. Además, hace un rato se movió un poco. Creo que ahora duerme.
Deposité mi palma sobre su vientre hinchado pero no hubo ningún movimiento. Me hubiese encantado sentirlo también. Sin embargo, confié en sus palabras y dejé que ese sentimiento de calidez que me embargaba cada que la tocaba, volviera para tranquilizarme. Besé su coronilla antes de decir:
—¿Podemos ir con el médico mañana? Solo por prevención.
Ella asintió y depositó un beso en mi pecho.
—Claro que sí. Ahora descansa, papá. Tengo a nuestro pequeño a salvo aquí dentro.
Jamás unas palabras como esas me habían hecho sentir tan pleno o tan vulnerable como en ese momento.

*.*.*.*.*

El frío consultorio seguía igual que la última vez que la habíamos estado allí, o sea, hacía una semana atrás. Esta no era una visita de control, como tuvimos que explicarle al doctor Gerandy, quien había asistido a Rosalie cuando pasamos aquel susto terrible, hacía ya un par de meses atrás.
—Todo anda bien por aquí. —dijo cuando un latido constante y fuerte como un caballo resonó en la sala privada.
Rose me miró con una sonrisa tranquilizadora y apretó los dedos que yo mantenía entrelazados.
—Ahora puedes respirar.
Asentí mientras dejaba escapar una exhalación de alivio.
—¿Quisieran saber el sexo del bebé? Porque no está haciendo nada por taparse. —preguntó el alto hombre de mediana edad.
Ambos nos miramos y asentimos a la vez. Y apretamos más nuestras manos, respectivamente. Clavamos la vista en a pantalla, como si pudiésemos entender aquella imagen rara que no dejaba de moverse. Por lo visto, ese bebé venía con mi misma energía.
—Bien —dijo el doctor con una sonrisa conocedora. —Tenemos a un gran y enérgico niño por aquí. Y hasta un poco descarado, no deja de mostrarse. —se rió el médico divertido con su propia broma.
Nosotros en cambio, empezamos a llorar en silencio. No sabría decir quién lo hizo primero, pero si puedo aclarar que fui yo quien la besé en los labios con fuerza y musité sin importarme la compañía:
—Te amo. Los amo. Gracias.
Rosalie limpió el húmedo reguero que era mi cara y respondió con un brillo deslumbrante en su mirada:
—También los amo.

*.*.*.*.*

Bella - POV:

Extraña la manera en la que pasan las cosas.
Me dije a mí misma aquella mañana, en la que por primera vez en muchos meses, tomaba mi café a solas. Alice se había terminado de mudar la noche anterior. En realidad, ya lo había hecho la semana pasada, un día después de que Jasper había venido a buscarla desesperado durante la madrugada.
Pero no fue hasta anoche, en que terminó de llevarse todas sus cosas. La casa se sentía tan vacía que se me hacía raro pensar en que debía reacostumbrarme a esta nueva realidad. No dejaba de alegrarme por mi amiga, ya que aquellos días sin Jaz habían sido terribles para ella, sin embargo la echaría demasiado de menos cada día: las conversaciones matutinas, la comida y el ambiente en general, sería muy distinto.
El hecho de que Edward permaneciera enojado aún por mi renuncia no ayudaba mucho en mi ya de por sí oscuro estado de ánimo. Nos hablábamos a diario, y también nos veíamos, pero se mostraba distante y a claras luces resentido. Habíamos tocado el tema en unas cuantas ocasiones, pero siempre caíamos en lo mismo: reproches por parte de él, y explicaciones reiterativas por mi lado.
Sin embargo, su psiquiatra, el doctor Poomar, me había tranquilizado en un par de ocasiones:
—Isabella, no me parece que hayas cometido una equivocación. Es solo que para Edward todo esto representa un gran cambio al que se resiste a adaptarse, porque teme que todo esto les lleve a una eventual ruptura. Estamos trabajando sobre ello aún. —comentó en una oportunidad le atractivo hombre de clara ascendencia india.
—Lo sé. Hemos hablado sobre esto, sin embargo es como si algo no le permitiera creerme del todo cuando le digo que no me alejaré de él. —argumenté.
—Claro, y se llama dependencia emocional. Algo de lo que ambos sufren. Todos hemos hablado acerca del tema en más de un par de ocasiones.—el reproche había sido sutil y en un tono caballeroso, pero no por ello dejó de arder. —Por eso pienso que hiciste lo correcto en renunciar. Quizá se dio por las razones incorrectas, pero lo importante es que estamos encaminados de nuevo.
—No veo como es eso posible si apenas me habla, y cuando lo hace, deja caer comentarios como que las cosas han cambiado por lo que decidí.
—Y eso es manipulación, Isabella. Lo sabes bien. Este juego no es nuevo para ti. Los niños lo utilizan de una manera más descarada. Pensé que a estas alturas debías ser inmune.
—Lo sé. Con mis antiguos pacientes podía manejarlo muy bien, pero con él no. con Edward, es un poco más complicado.
Sus facciones parecían decirme: ¡Al fin lo entendiste, niña tonta! Pero el galante médico sería incapaz de semejante descortesía. Era demasiado caballeroso.
—Ahí tienes la verdadera razón por la cual debiste habar renunciado, Isabella. Y desde hace un tiempo atrás. —su tono se volvió más cálido a la vez que sus palabras más filosas. Quizá para suavizar el corte. —Sabías que al aceptar a tener una relación, en estas circunstancias, no sería nada sencillo. Si en condiciones más “ortodoxas” no suelen serlo, imagina cuando mezclas el factor enfermera/paciente en el proceso. Además, si hablo con total honestidad, creo que viniste para buscar la validación de tus motivos, y te la he dado. Me parece bien que Edward pueda ver que solo los une su relación personal, pero noto que sigues insatisfecha con eso.
Abrumada por el hecho de que alguien estuviese exponiendo el caso de una manera tan clara y concisa, me hacía ser consciente de lo mal que estaba manejando las cosas últimamente.
—Siento mucho el involucrarlo en estos temas, doctor. Sé que es incómodo… —comencé pero él me cortó.
—Bella, él es mi paciente, y tú eres una profesional con la que me ha dado mucho gusto trabajar. Sin embargo, aún mantengo mis reservas a como llevaron este caso. Creo que en unas condiciones distintas, y con unas personas menos comprensivas que los Cullen, pudiste haber arruinado una carrera tan brillante como la has llevado hasta ahora.
—Lo sé. —admití entre derrotada y avergonzada.
—Sin embargo, nosotros no decidimos de quién nos enamoramos. Así que solo queda enfrentar las consecuencias. Y creo personalmente que lo estás haciendo bien. Incluso con el tema de los hijos.
—¿Edward se lo dijo?
—Por supuesto. —admitió el hombre sereno. —Y puedes creerme que también estoy trabajando sobre ello. Me parece muy bien que dadas las condiciones, no hayas aceptado a salir embarazada. No es algo que él necesita en este momento. Por ahora con nuestras sesiones y las lecciones de fotografía, me parece que estamos bien. Sigue entrenando con su hermano, así que la parte motriz no es ninguna preocupación. Sin embargo, celebro el hecho de que te mantengas firme en ese aspecto. Un poco más adelante podremos lidiar con este tema. —argumentó el sabio médico. —Edward lo aceptará. Solo dale tiempo. Es un hombre, al fin y al cabo. Se siente un poco inseguro porque no le conceden algo que desea, pero en este caso, es lo mejor que has podido hacer porque aún no logra comprender el sin fin de responsabilidades que algo así conlleva.  
—Lo sé.
—Entonces tranquilízate, y quita ese gesto derrotado de tu rostro. No llegarás a ningún lado con él si sigues en ese modo tan inseguro. No es un niño con caprichos, Isabella. Es un hombre, tu novio además. Y como tal debes tratarlo. De la parte profesional me encargo yo, y cuando necesite tu apoyo te lo haré saber. Así como has buscado el mío en este caso. Cuando se trate de Edward, despréndete de esa parte tuya que te urge a actuar como su enfermera. No necesitas estar a su lado para cada paso que él dé.
—Muchas gracias, doctor Poomar. —le agradecí un poco más tranquila. Para mí era muy importante la validación de quien estaba tratando a quien amaba con locura, pero por lo visto no sabía muy bien cómo hacerlo.
—Siempre a tu orden, Bella. —y luego de esa rápida e incómoda conversación, cerramos nuestra sesión vía skype.
Necesitaba poner las cosas en perspectivas nuevas con Edward, y aunque me había costado…finalmente había dado con una opción que esperaba que él aceptara. A cruzar los dedos…

*.*.*.*.*

—Hola, ángel. ¿Podemos hablar? —pregunté detrás de él.
Estaba en el patio trasero de su casa, tomando un par de fotografías a un trozo y hielo que destellaba como diamante desde la rama de un árbol por ahora despoblado de hojas.
Paró por un segundo lo que estaba haciendo, pero solo fue eso: un segundo. Luego continuó ensimismado en lo que suponía que sería el mejor ángulo para capturar lo que él deseaba. Lo obsesivo de su condición resultaba bastante bien en ese tema. Cada foto de Edward parecía superar a la anterior. Y eso que por ahora solo lo hacía desde su celular, o con la cámara de su instructora.
Se llamaba Siobhan, y era una pelirroja muy enérgica y coqueta. Tenía el cabello rizado y de un hermoso tono entre rojo y cobrizo. Me recordaba a la princesa Mérida de Valiente, tanto por su manera de ser como por su melena rebelde. Me caía excelente, a pesar de que solo habíamos hablado unas tres veces. Era sumamente paciente con Edward, y había logrado que él se adaptara no solo a una situación por completo nueva, sino que además también hizo que su pequeño grupo de estudiantes lo trataran sin ningún tipo de diferencia. Al fin y al cabo, Edward era tan normal como cualquiera, lo extraordinario estaba en el ojo de quién lograra ver más de lo que escondía ese exterior tímido y sus respuestas demasiado claras.
Edward se mostraba encantado por su cabellera. Le fascinaba ese color que no era muy común en su entorno cotidiano, y si a eso le sumas el hecho de que tenía los ojos como la vendedora que lo cautivó hacía unos meses atrás, pues el escenario no era muy idóneo para mi autoconfianza. Sin embargo, tuve que aprender a vivir con ese hecho como lo hacen tantas personas día con día.
Recuerdo una vez en que pasé por él luego de que Carlisle, Alice y yo nos reuniéramos con la posible empresa contratista. Le había avisado a Edward vía whatsapp que había llegado y le esperaba fuera. Al poco tiempo salió muy risueño con la chica de ascendencia irlandesa (lo sabía porque él me lo había comentado, no porque la hubiese estado investigando. Aún no había llegado a esos niveles de psicopatía.) e incluso le permitió que le diese un breve abrazo.
¿Me molestó un poco? Sí, pero nada me daba el derecho de decirle a Edward como tratar a sus amistades si en ningún momento le faltaba el respeto a nuestra relación.
Y para validar mi resolución tan madura, llegó poco tiempo después un hombre alto y rubio. Era espigado y con poca; o casi nula; musculatura aparente. Sin embargo levantó una caja de gran tamaño y la colocó muy cerca de donde se encontraban la instructora y su alumno. Ella, al mirarlo despejó cualquier duda que tuviese: Miró al altísimo desconocido con una adoración total. De esa clase en que no te parecía posible que en ningún momento pudiese voltear siquiera para mirar a los lados.
Mentiría si no dijese que eso me infundió muchísima tranquilidad, porque no creía en ningún momento que Edward pudiese desarrollar malicia tal como para burlarse de mis sentimientos con alguien más, pero siempre cabría la posibilidad de que conociera a alguien que lo deslumbrara tanto que no solo quisiera contemplarle. Sin embargo, optaba por confiar en él, como el hombre respetuoso y enamorado que me había demostrado ser en un sinfín de ocasiones, y además viviría al máximo todo lo que pudiera con él porque nada estaba escrito en piedra en esta vida. Así que solo me restaba disfrutar del tesoro que la vida había puesto en mis manos.
—Él es Liam —comentó no más subió a la camioneta—. Es el prometido de Siobhan. Es un gran chico, pero la besa y abraza demasiado.
Eso me hizo voltear por un segundo antes de poner en marcha el vehículo para poder calibrar sus expresiones.
—¿Y eso te…molesta?
—Solo me molestaría si invadiese mi espacio personal tan seguido como lo hace con su novia. —respondió sin lugar a dudas. Nada de resentimiento ni rabia en sus palabras, solo un tono práctico que indicaba lo incómodo que podría sentirse si lo tocaran tanto.
No pude contener una leve sonrisa mientras recordaba todo aquello. Mi ángel y su sentido de la practicidad.
Froté mis manos de por sí ya enguantadas, para obtener un poco más de calor por la fricción. El invierno ya había llegado y no estaba jugando. Al contrario, cada día que pasaba parecía encrudecerse más y más. Edward por su parte, tenía una impresionante tolerancia al frío, así como al dolor. Y como aseguraba que los guantes le incomodaban a la hora de tomar fotografías, se encontraba afuera con ropa abrigada pero con sus manos expuestas al clima extremo. Sin embargo, no se veía para nada afectado. Yo en cambio podía sentir que el frío comenzaba a quemar mis mejillas de a poco.
—¿Te falta mucho para terminar con tu sesión fotográfica? —insistí para llamar su atención. —Solo quiero saber si debo esperarte aquí o dentro de la casa. Comienzo a congelarme.
Eso le hizo girar su cabeza hacia mí antes de acercarse. Me tomó de la cintura y me guió hacia el área del balcón. Al menos aquella zona estaba climatizada y pude quitarme los guantes sin tener el temor a perder mis dedos.
—Debiste decirme eso antes. Yo no sentía tanto frío en las manos. Disculpa. —admitió con toda esa caballerosidad heredada en los Cullens, pero con ese leve tono distante que me decía que continuaba enojado conmigo. Era un hombre de creencias firmes, eso no se lo podía negar.
Introduje mi mano en un bolsillo de mi mullida chaqueta y extraje una cajita pequeña en color azul marino y se la extendí con una tímida sonrisa. Tenía que admitir que todo aquello me ponía un poco nerviosa. No era poca cosa lo que venía implícito con lo que venía dentro.
—Te traje algo. —frunció el ceño con curiosidad a la vez que estiraba las manos hacia la pequeña caja. Se la acerqué un poco más hasta que la tomó.
La abrió y cuando vio su contenido frunció un poco más el ceño con confusión. Tomó el contenido entre sus dedos y al percatarse de que pesaba más de lo que esperaba, lo sujetó con toda la mano.
—¿Un llavero? —musitó receloso del atípico e inesperado regalo. Sostuvo el mapamundi contra la luz y por un instante pareció perderse en los colores que desprendía la pequeña bola de cristal cortado mientras giraba sobre su propio eje.
Sonreí un poco divertida con su gesto, pero aún con la sensación de que en cualquier momento el corazón se me podría salir por la boca.
—Sí, ángel. Y va con esto. —introduje la mano en mis pantalones y extraje un par de llaves que luego le extendí. —Son las de mi casa. Sé que continúas molesto y receloso de que en cualquier momento termine contigo ahora que no trabajo acá directamente, pero esto es una muestra de todo lo contrario.
—¿Quieres que me mude contigo? —infirió él. No le veía feliz, pero tampoco enojado ni asombrado. Solo tenía una gran cara de póquer que no me indicaba si iba por buen o por mal camino. Me sentía como si diera palazos a ciegas.
—Significa que tienes las llaves de mi mundo, Edward. De lo único que tengo, y que ahora deseo compartir contigo. —dije con toda la sinceridad de quien habla desde el alma. —Significa que no tienes que avisarme cuando quieras ir, porque te estoy dando el derecho de estar allí cuando quieras. Ya sea que estés por pocos días, por uno solo o si quieres irte a vivir conmigo. Lo que decidas, está bien por mí. También desocupé una buena parte de mi closet para ti, por si quieres llevar unas cuantas cosas. Pero me temo que esas no tienen llave y no podía traerte ninguna de esas puertas. —intenté bromear pero él no comprendió el chiste en mis palabras. Quizá no fue tan bueno como me había parecido en mi fuero interno.
Edward torció su boca y se removió a mi lado en el mullido sofá que tenía su madre en aquella ala de la casona.
—No sé cómo haríamos eso, Bella. —su tono me indicó lo inseguro que se encontraba. —Ya sabes que no duermo bien cuando no estoy en mi propia cama. No es que la tuya sea incómoda, es solo que no es la mía.
—Entiendo. —acepté. —Pero si gustas, podríamos llevar tu cama para allá y comprar una nueva para tu cuarto. O solo el colchón. Lo que quieras. Iremos probando hasta dar con una solución para todo esto.
Acaricié sus manos con las mías por un momento antes de regresarlas a mi regazo para no abrumarle con mi toque.
—No me importa lo que debamos hacer ni cuantas veces debamos intentarlo. Solo quiero que entiendas algo, ángel. Quizá no puedo ofrecerte un hijo, por ahora. Pero sí te ofrezco otro tipo de compromiso. Uno que podamos manejar ambos por el momento. Uno del que salgamos más fuertes y del que te permita estar completamente seguro de que cuando se trata de nuestra relación estoy adentro, al frente y al centro. No busco maneras de huir de ti ni de lo que pueda pasar en un futuro. Solo quiero vivirlo paso a paso contigo, sin adelantar y retrasar nada.
—Porque me amas. —puntualizó él, haciéndome reír.
—No, Edward. —negué con la cabeza— Hace mucho rato que yo no te amo. Ya no estoy segura de que esas palabras se adecúen a lo que siento por ti. Es mucho más grande. Se acerca más a la adoración, aunque suene profano. —admití con la voz un poco temblorosa.
Él no me dijo que me amaba de vuelta, y tampoco verbalizó un gracias, solo extendió su gran y estilizada mano para atraer mi cabeza hacia la suya para un delicioso y posesivo beso que dijo todo lo que sus palabras no. Que era suya y que probablemente eso sería así hasta que lo quisieran nuestros destinos.
Solo se separó lo justo para decir:
—Llevemos ese colchón a casa, Bella.
A casa. No, tu casa. Pocas palabras que indicaban lo evidente: Ya todo estaba dicho.


*.*.*.*.*

Al final no fue el colchón. Fue la cama entera. Edward quiso que lleváramos la que estaba en nuestra habitación a la suya y que solo cambiáramos los primeros, pero no funcionó tampoco. Dos noches después hacíamos el cambio de colchones e incluso de sábanas. Le dije que las mías eran un poco femeninas pero poco le importó. Dijo que así sentía que también yo pertenecía a su habitación.
Y como es evidente: no nos mudamos juntos. Eran muchos cambios y él debía manejarlos de manera adecuada. Pero por lo menos los fines de semana los pasaba conmigo y spoiler: Dormía a mi lado. A veces despertaba un poco desorientado, pero nada demasiado grave sobre qué preocuparse.
Salíamos a pasear a la playa, a cenar por las noches o solo nos quedábamos en casa viendo alguna película que nos llamara la atención. Sobre todo a él, yo solía quedarme dormida a su lado mientras él veía a la pantalla y analizaba cada detalle para luego contarme.
Me gustaba probar recetas nuevas con él, y aunque el resultado no siempre fuese bueno, todo eso lo hacía más doméstico para ambos. Nos ayudaba a imaginar cómo sería nuestra convivencia juntos cuando fuese definitiva.
Faltaban dos noches para navidad y Edward terminaba de ayudarme a colocar unas luces en el ventanal que daba hacia el patio frontal de la casa.
—Se ven bien. —aseguró satisfecho con su trabajo.
Enarqué una ceja a su lado.
—¿Acaso no cuenta mi opinión?
—Podrías negarlo pero tu amplia sonrisa pareció delatarte cuando saliste de la cocina. No creo que estuvieses muy orgullosa de que se te quemara el pollo. —argumentó con su habitual lógica.
En serio quise decirle tantas cosas, pero al final no me salió sino una sonora carcajada. La verdad es que estaba encantada de que entre ambos hubiésemos decorado la casa, de que pasaríamos nuestra primera festividad juntos y de que estuviésemos creando tradiciones entre ambos. Eso hacían las familias. Lo que nunca había tenido, y que ni en mis mejores sueños había vaticinado que tendría con alguien como Edward, aunque a nuestra manera y a nuestro propio ritmo.
—Me descubriste. —le dije antes de depositar un beso en sus comisuras con suma ternura. El timbre sonó antes de que pudiésemos hacer más interesante la situación. —Su amada pizza ha llegado, señor. —anuncié.
Los ojos grises de Edward brillaron emocionados. Dios sabía que a ese hombre casi nunca se le acababa el hambre. Y si se trataba de su comida favorita, mucho menos.
Fue en medio de nuestra cena que hablamos sobre lo que haríamos en la noche de navidad:
—Según lo que hablé con Esme, se haría la cena en tu casa. Pero tanto Alice como Rosalie y yo decidimos que prepararíamos algo para llevar. Aunque tu madre insistió que ella prepararía el pavo, nadie le llevó la contraria. Por supuesto.
Edward asintió mientras tomaba un bocado más de masa crocante, salsa, mozarella fundida y tomates deshidratados. Se encontraba en un cómodo pantalón deportivo y un suéter de algodón. Se le veía tan…casero.
—Y pensé que la noche de víspera de navidad la podríamos pasar acá, si quieres.
—¿Solo nosotros?
—Sí. ¿Te parece mala idea?
Negó con la cabeza antes de hablar, pero por alguna razón parecía más interesado en su pizza que en nuestra conversación.
—No. Para nada. —dijo de forma escueta.
—¿Estás seguro? —insistí— Parecías más emocionado con la luz de la ventana.
Entonces él sonrió en una de esas maneras en que me robaba el aliento. Su cabeza se ladeaba un poco y su boca la satisfacción que sentía por lo que él acababa de hacer.
—Me sentí como el hombre de la casa. —aclaró deleitado en su desempeño de la tarea. —En realidad, con todo esto de decorar de navidad me he sentido así.
Tragué grueso por un instante y le correspondí a su sonrisa.
—Es que tú eres el hombre de esta casa. —le reconocí. —Y me encanta que te sientas así de cómodo en todo esto. Solo falta que mates las cucarachas, y entonces serás el jefe.
Bromeé. Bueno, en realidad no. Todavía no habíamos visto una, pero cuando llegara el verano aparecerían esos bichos satánicos. Los odiaba con toda mi alma.
—Puedo hacer eso por ti.
—Entonces eres el jefe. —le dirigí un guiño.
Estuvimos hablando de naderías así, que a cualquier persona no podrían importarle pero para nosotros era la base de nuestra actual relación, y de lo que podría venir en un futuro no tan lejano. Ya que Edward no solo se quedaba de viernes a domingo, sino uno que otro día de la semana también. Sus pertenencias en la casa se estaban multiplicando con rapidez, e incluso no se cortaba a la hora de decirme si pensaba que un adorno no le gustaba. Era una persona demasiado visual. Y comenzaba a sentirse a sus anchas. No pudo importarme menos ese hecho.

*.*.*.*.*

Esa misma noche no quisimos ver series ni conversar acerca de intereses de lectura o pasatiempos que queríamos llevar a cabo. No. Aquella noche fue para cosas mucho más interesantes e intensas.
Nuestra habitación estaba llena de los sonidos de nuestros cuerpos colisionando entre sí; y la tenue iluminación que había graduado hacía un buen rato aún permanecía. Me encantaba hacer el amor con la luz encendida. Podía disfrutar de cada expresión de su cara, y eso llevaba mi placer a otro nivel.
Nuestras bocas permanecían cerca pero no se besaban porque ya nos faltaba el aliento. Mis caderas dolían un poco pero no sería yo la que acelerara ese momento en el que podía disfrutar de verlo con sus ojos cerrados para concentrarse en estirar nuestro momento lo más que pudiera. Su cabello broncíneo se veía más parecido al mío, ya que el sudor lo empapaba así como cada centímetro de nuestros cuerpos. Me aferraba a sus hombros con las uñas desde la parte de debajo de sus brazos, mientras que con mis piernas me impulsaba para encontrar nuestras pelvis en cada movimiento serpenteante.
Besó mi mandíbula y bajó por un costado de mi cuello hasta mi pecho y mi hombro hasta prenderse a uno de mis senos mientras que acariciaba el otro con la insistencia de quien no se haya demasiado lejos del clímax y desea que lo alcancen. Su otra mano estaba asida a la cabecera de su antigua cama mientras se impulsaba en mi interior sin perder el ritmo.
Rasguñé mi camino hasta su cabello, y allí me agarré con fuerzas en una muestra involuntaria de lo mucho que disfrutaba de su posesión. Sentí de pronto un punto de dolor en el pezón que se encontraba en su boca y luego una profunda y certera estocada que me envió derecho al orgasmo más intenso que había tenido en meses. Edward no tardó mucho más allá de un par extras antes de venirse por completo en mí después.
Satisfechos y cansados no tardamos en caer dormidos sin necesidad de hablar ni decirnos nada más. Ya nuestros cuerpos y nuestras acciones habían hablado ese día por nosotros: Nuestra vida en pareja, así como en general, nos era totalmente desconocida a futuro. Sin embargo no dejaríamos que el miedo nos hiciera perdernos el uno del otro por muy caótica que fuera.
Por la madrugada me desperté con ganas ir al baño. Y cuando salí me percaté de que no habíamos cerrado ninguna de las cortinas. Afuera el invierno se había recrudecido muchísimo y es probable que la nieve nos tuviese un buen rato trabajando a las afueras de la casa, pero no me molestaba en lo más mínimo.
Miré hacia la cama en donde un Edward totalmente agotado estaba desmadejado con un brazo al lado de su cabeza y sus pies fuera del cobertor. Sonreí mientras ajustaba la calefacción un par de grados más, puesto que la habitación ya comenzaba a sentirse un poco fría, y seguí haciéndolo cuando lo arropé con cuidado de no despertarle, e incluso cuando me metía a la cama sin el salto de cama y me apreté a su lado tan desnuda como él, evitando tocarle demasiado.
—Dulces sueños, mi hombre. —fue lo último que recuerdo antes de caer rendida al sueño.


*.*.*.*.*
Quiero comenzar por darle las gracias a Torrespera172, Josi y demás chicas que dejan sus comentarios en ff.net pero que no muestran su usuario, y eso me dificulta el responderles.
Estos últimos capítulos me están costando horrores porque tengo un conflicto de sentimientos y pensamientos cuando me toca que sentarme a escribirlos, y ese es uno de los motivos por los cuales se tardan tanto en llegar. Puede que parezca sencillo, pero ponerle fin a una historia que ha calado en tantas y que muchas celan con tanto cuidado es más complicado de lo que pensé.
Eso y el tratar de equilibrar vida propia con la escritura y como no, eventos inesperados como enfermedades. Cosa que me pasó hace unos días atrás pero que no deseo entrar en detalles. Solo les digo que estoy muchísimo mejor.
Cuando escribía este cap no podía dejar evitar pensar en que solo me restaba uno más para poder despedirme del ángel y darle la bienvenida a nuevas historias que no tienen que ver con Twilight. No será fácil, pero es necesario.
Y para las que se lo preguntan: Sí. Voy a retomar al Tirano en dos capítulos largos que me permitan darle un cierre a otro personaje al que han querido tanto. No lo editaré tan al fondo como al Ángel, pero volverán a tenerlo disponible en las distintas plataformas en donde estoy presente.
Se les quiere, mis chicas… Y como siempre les digo: Disculpen la tardanza.
Feliz Día del Amor y La Amistad.
Nos seguimos leyendo…

Marie C. Mateo





12 comentarios:

  1. Gracias, sigo al pendiente de la historia!!!

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  2. Me encanta este fic.... lo extrañare cuando termine....pero mientras lo disfruto

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    1. Claaaaaaro! Esa es la actitud. Además, siempre estará a su disposición para una relectura.

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  3. excelente historia Marie, yotambien soy Venezolana yadmiro profundamente tu forma de escribir. Aunque hay algunos detalles que creo deberias revisar al inicio de la historias planteas que Bella tiene 21 años y vaa cumplir 22 y por lo que das a entender es virgen , pues nunca se ha relacionado con nadie intimamente y que Edward, tiene 24. Pero luego, aproximadamente en el capitulo 16 comentas que Bella tiene 25 años igual que Edward.Ojo no es una critica,son observacionespara aclarar el espacio temporar de la historia y que quede mas perfecta de lo que ya es. Si estoy equivocada,no me hagas caso y espero ver a Bella y Edward casados y felices con hijos.... Gracias por defender con esta historia a esos seres especiales que vienen a nutrir nuestras vidas con su maravillosa presencia, de verdad paisana te felicito... Un abrazo

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    1. Hola, Oliali. Gracias por este comentario... Sabes qué es lo que pasa? Que ustedes son increíbles detectando los detalles! Cosas que a veces se nos escapa a los que escribimos, como lectora detecto errores así en las tramas (creo que es es karmaXD).
      Aciertas cuando dices que he querido defender a estos seres especiales con mi historia, porque así fue como nació. Gracias a las chicas que como tú, le han dado una oportunidad de calar en sus vidas.

      PD: Trataré de detectar en donde me equivoqué para corregir eso. Un mega beso, paisana.

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  4. Es espacio temporal, perdon por los errores se me fue el mensaje antes de corregir

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  5. Tranquila. Me suele pasar.

    PD2: Me encanta que me lean chicas de mi país. Gracias por eso!!!

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