viernes, 30 de abril de 2010

Sin Alternativas - Segundo Capítulo:





“SIN ESCAPATORIA…SIN ALTERNATIVAS”


El teléfono suena. Ni siquiera me digno a ver quién llama.
- ¿Hola?
- ¡Eres la peor amiga del mundo! – dijo Gabrielle. O ¿Es más acertado decir que “gritó”? - …Podías haberme mandado un mensaje de texto, pero no lo hiciste. Pudiste haberme llamado pero tampoco lo hiciste. Por lo menos pudiste haberme dejado una nota, pero adivina ¿Qué? ¡Tampoco lo hiciste!. ¿Ese es el trato que merece tu mejor amiga?...Bueno si es que ya no te conseguiste una por allá en La Push.
Me revolví entre las sábanas por el dolor de cabeza.
- Gabrii. Por favor. No grites, te lo imploro. Ayer salí con papá y tomamos vino. Llegamos a la casa y seguimos en lo mismo. Fue culpa de él que me engatusó. Y ahora tengo una resaca horrorosa. Ten piedad por todos los años de amistad que nos han unido.
La muy malvada se rió a carcajadas. La cabeza me palpitó.
- ¡Mejor todavía! – vociferó – Eso te pasa por desleal. Ingrata. Mala amiga.
- Aww, Gabrielle. No hagas eso. – le supliqué - . Para. Mejor pregúntame como llegué o algo así. Yo sé que me extrañas. Por eso llamas. – me reí, porque la conocía demasiado.
- Pues sí, te extraño. Pero ni eso me quita lo molesta que estoy contigo. – dijo testarudamente - . Y… ¿Cómo has estado?
- Ocupada desde que llegué. La casa estaba algo descuidada ya que Jacob se fue de la casa. Papá dice que fue por escapar del despecho. Pero sé que hay algo más. Solo que lo esconde. – por un instante me ensimismé en los recuerdos de la conversación del día anterior. No había averiguado nada. Aún. – Y… peleando con Mathew.
- ¿Qué? ¿Te llamó? ¿Cuándo? ¿Por qué? - se quebró su máscara de dureza.
- Si. Me ha hecho la vida miserable. Me recriminó todo lo que ha podido. Ayer cuando salí de hacer las compras me contó que se había enfermado, y no sé si es que estoy paranoica pero me pareció que me culpó también de eso. No sé que hacer. Le he dicho para terminar, que eso sería lo mejor y no lo entiende. No lo acepta – dije con una mezcla de preocupación y tedio.
- ¡Rachel Black!, tienes que detener esto – una ira repentina reemplazó sus sentimiento anteriores - . No puedes dejar que él te siga manipulando. Eres astuta para todo y con él te comportas como una estúpida.
- ¿Será que en el fondo lo amo? Es que no lo quiero herir. Le debo demasiado. Aparte de ti, él fue quien más me apoyó cuando me mudé de aquí y no tenía nada ni a nadie.
- Pero ¿Acaso te estás escuchando? Pues claro que “no” lo amas. Has reemplazado tus sentimientos por lástima y agradecimiento ¿Cuántas veces tenemos que hablar de esto?
Sabía que gestos solía hacer cuando hablaba de esa manera. Se tocaba la frente con desespero; mientras que ponía los ojos en blanco. Le exacerbaba esta situación mía.
- Bueno, por lo pronto esperaré a que venga la semana que viene. Así hablaremos de todo cara.
- Espero que tengas suficiente valor para romper con Mathew de una vez por todas.
- Está bien. ¿Gabrii?
- ¿Qué? – preguntó. Había regresado a su tono beligerante de antes.
- Te quiero mucho, hermana – le dije en tono de disculpa. Se notaba en mi voz el falso puchero que estaba haciendo.
- Si, si, si Yo también. – dijo con una sonrisa contenida. – Te llamo luego. Ah, dice Taylor que te dé sus saludos.
- Dile que son bien recibidos. Y que le envío un beso. Hasta pronto, hermanita.
- Hasta pronto, hermana.
Colgamos. Con pesar me levanté de la cama; pero en serio “necesitaba” un analgésico. Porque el dolor de cabeza no se me aliviaría por obra y gracia de la “corte celestial”. Me tomé un par de Tylenol, y me fui al baño. Pensé que una ducha relajante me restituiría más rápido.
Hice todo cuanto tenía que hacer en el día. Luego me recosté para ver si me recuperaba del todo. Funcionó. En la noche serví la cena. Papá y yo comimos muy relajados. Analicé cada una de sus expresiones para ver si lograba descifrar el paradero de Jacob. Pero para mí frustración personal, ni siquiera se incomodó durante toda la serie de tópicos que tocamos en la comida.
Finalizadas mis labores domésticas; me dirigí a mi habitación y me cambié de ropa. Me coloqué un conjunto deportivo. La noche era fría pero el cielo estaba muy despejado; casi en su totalidad.
Había una luna llena hermosísima. Y me moría de ganas de verla. Sentía una gran necesidad de acudir allí. Tuve una sensación de “deja vu” puesto que me hizo revivir la atracción hacia el extraño del Thrifway. “Qué raro”.
Salí disparada a la salida de la casa.
- ¿Vas a salir? – preguntó Billy. Siempre curioso y controlador para conmigo. Pero yo ya no era una niña.
- Sí, papá. Voy a caminar a la playa, hoy es una noche preciosa. Y quiero verla desde allá. Regresaré pronto. Cuídate.
Le mandé un beso invisible y salí.
Me estacioné en el bordillo de la carretera. Caminé varios metros hacia el sur. El viento batía con fuerza mi negra cabellera que casi llegaba a mi cintura. El clima seguía estando frío pero aunado a esa hermosa noche, no me importó casi congelarme. Hacía tanto tiempo que no disfrutaba tanto de la soledad. Este era un lugar místico, sin lugar a dudas. Donde parecía que cualquier cosa podría posible.
A lo lejos divisé una figura aproximarse hacia donde yo me dirigía. Sin duda alguna era un hombre.
Era alto y fornido. De cabello negro y piel canela. De repente se giró por un instante; parecía buscar algo; y me dio la espalda. No sé a qué se debió ya que allí estábamos solo él y yo. Fue allí cuando me di cuenta de que era unos de los compañeros de Sam Uley. El que llamó mi atención. Mi ansiedad se disparó. Quería saber quién era ese chico tan enigmático y tan atractivo.
Se fue acercando poco a poco y lo reconocí. Era Paul. Un chico de nuestra tribu quilleute. Lo último que recuerdo de él era que no tenía esa gran estatura de ahora; sino por el contrario era algo petizo. Y ni hablar de su carácter. Solía pensar que era muy amargado para edad. Osea, en traducción simple: nada que ver con alguien interesante.
A cada instante nos aproximábamos más. Sentí esa fuerza rara de atracción en dirección a él. No entendía que me pasaba.
Ambos nos detuvimos frente a frente. Sin dejar de mirarnos.
Yo no sé qué sentiría él en ese momento; pero no podía voltear hacia otro lado. Solo necesité verlo por primera vez. Y un calor que no puedo explicar recorrió mi cuerpo. Entonces lo supe. No tenía oportunidad de defenderme. Estaba enamorada de él y sin alternativa alguna de huir de esto. Parecerá imposible; pero así era.
Nos quedamos en silencio uno frente a otro. Durante un largo momento. Fue él quien habló primero.
- ¿Rachel Black? – me quedé estupefacta. Me recordaba. Sonrió y me quedé sin aliento, como una idiota. - ¿Eres tú? ¡Qué cambiada estás!
Pretendí tapar mi vergonzoso proceder con una actitud ácida. Eso sería más propio de mi personalidad.
- ¿Y quién más va ser? Hola Paul, ¿Cómo has estado?
- Pues bien, algo ocupado. Pero bien. Sam me dijo que te había visto. Pero lo que no me dijo fue… - y se quedó callado.
Me puse nerviosa por lo que no atrevía a decir. Pero lo disimulé; aunque no sé si me delataban mis irregulares latidos. Estaban desaforados.
- Es de mala educación comenzar a hablar de una persona y no terminar la idea. – dije con desdén autoritario que disfrazaba precariamente mi nerviosismo.
Se rió con un aire de sarcasmo.
- Habrás cambiado físicamente, pero no de carácter. Sigues siendo la misma jovencita testaruda y malcriada de siempre.
¿Cómo osaba decirme “malcriada”. No nos habíamos visto hacía cinco años y en menos de dos minutos me estaba juzgando. Eso me hizo enojar y querer devolverle el golpe.
- Y tú sigues siendo el mismo fanfarrón sarcástico e insoportable de siempre. Solo que ahora te dignaste a ir al gimnasio. O ¿Será que has estado usando hormonas de crecimiento? – mi boca destilaba veneno.
Para mi sorpresa eso lo hizo reír en vez de enfurecer. <> me decía a mí misma.
- Vamos a empezar de nuevo, Rachel ¿Cómo has estado? ¿Cuándo llegaste?
Me mantuve a la defensiva. Estaba deslumbrada como imbécil. Pero no dejaría que me viera débil. Eso jamás.
- Bien. Llegué hace dos días.
- ¿Cuánto tiempo te vas a quedar por aquí? – de repente pareció súbitamente interesado.
- Un par de meses…quizás tres.
- ¿Por qué tan poco? – pareció decepcionado. Eso me alegró; pero me contuve de nuevo.
- Porque debo volver para mi acto de graduación. Vine porque terminé todos mis estudios anticipadamente. Solo me falta eso. – ya estaba más tranquila.
- ¿Te graduaste antes? Wow, Rach. Felicitaciones. Si quieres podemos salir a festejarlo. – me dijo algo ansioso. -. Mejor sentémonos aquí. – dijo señalando la orilla del mar. – Así hablaremos mejor.
No podía resistirme, por más que quisiera, a esa propuesta. Paul me atraía de una forma irracional. ¿Cómo era posible que me sintiera tan atraída hacia alguien que acababa de ver tras años de ausencia, y peor aún, que incluso me desagradaba?.
Para mi sorpresa, él se había vuelto la criatura más encantadora. Nuestra conversación fue placentera y fluida. Cuando nuestras miradas se encontraban, parecía que ambos cobrábamos el poder de hundirnos en la del otro. Luego yo intimidada, desviaba la mía. No comprendía cómo me veía; como si estuviese mirando un amanecer espectacular y sin par. O el sol por primera vez. No sé como lo hacía yo; pero no podía evitar cada cierto tiempo; comérmelo con los ojos. Después de un silencio muy largo lleno de miradas insinuantes. Volvió a hablar.
- Ahora veo que Sam es egoísta y avaro.
Me extrañó escuchar eso. Luego de haberse referido a él con gratitud y respeto. Me había dicho que lo consideraba como su hermano.
- ¿Por qué te expresas así de él? – dije confundida por su antigua actitud. Quizás era bipolar.
- Porque te vió primero que yo, no me avisó que estabas cerca. Y peor aún; no me dijo lo hermosa que estabas. – sonrió tímidamente y me vió embelesado a los ojos. Tuve que desviar de nuevo la vista, puesto que estaba segura que en mi cara se notaban mis sentimientos.
El corazón se me iba a salir del pecho. Quería tocarle la cara e incluso sus carnosos labios. Su pecho descomunal, marcado con unos hermosos músculos. Paul no podía ser más perfecto. Por primera vez sentí el deseo de nuevo. Y con una fuerza demoledora.
Estaba que explotaba de felicidad. No era indiferente ante sus ojos. Al contrario, me veía hermosa. Quería decirle que para mí era más que guapo, que era perfecto y otros elogios más. Pero era cobarde y no iba a demostrarle lo mucho que me atraía. Lo iba a espantar.
- Gracias. Tú tampoco estás mal. – dije sintiendo la sangre detrás de mis mejillas.
- ¿Te gustaría salir mañana un rato? – preguntó.
Contuve la risa.
- Y ¿Qué haríamos de interesante?
- Lo que tú quisieras ¿Qué preferirías? – estaba interesado ávidamente.
- Soy una chica de La Push. Aquí nos divertimos haciendo salto de acantilado. Eso no lo cambiaría por nada.
Él rió incrédulo.
- Y es que ¿Acaso tu recuerdas eso?. Cómo llevas tantos años de citadina.
- La nieta de Ephraim Black no olvida de donde viene. – dije en tono presumido fingido. Luego reí.
- ¡Perdóneme! Se me olvidaba que hablaba con la princesa quilleute Rachel Marie Black.
- ¡Estúpido! – dije en juego. Luego miré el reloj. – Es tarde. Debo irme. Gracias por la plática.
- ¿Por qué tan rápido? – dijo un poco apesadumbrado.
- ¿Rápido?. Paul llevamos tres horas y media aquí sentados. Además el viejo Billy se debe estar muriendo de preocupación.
- Cierto. Te acompaño a tu casa.
- Tranquilo. Yo vine en mi carro, si gustas te llevo a la tuya.
- Está bien. Veamos si la princesa quilleute se acuerda en donde viven los “plebeyos”. – dijo con una sonrisa torcida.
- Rétame – le contesté.
Los dos reímos.
- Solo vámonos, Rachel.

Era lunes. El día anterior Paul y yo habíamos salido por primera vez. Nos divertimos muchísimo.
No recordaba que fuese bueno en el salto de acantilado y ahora parecía ser un experto. Yo lo hacía bien, pero no llegaba ni a la mitad de espectacular como lo hacía él. Fanfarroneó hasta que se hartó. Luego nos fuimos porque estaba haciendo demasiado frío. Aunque solo yo me quejé de la temperatura. Me acompañó hasta la casa. Y nos despedido relativamente de lejos. Fue un final decepcionante. O ¿mejor debería decir frustrante?. Tenía ganas de besarlo. Pero debía controlarme. No reconocía este comportamiento irracional mío.
Me despabilé. Tenía que levantarme. Aunque no me provocaba en lo más mínimo.
Mientras que preparaba el desayuno; tocaron a la puerta.
La abrí y era Paul.
- Hola ¿Qué te trae por aquí? – le pregunté entre extrañada y feliz.
- Vengo a hacerte una invitación. Si quieres, claro está.
Puse los ojos en blanco.
- ¿De qué se trata?
- Salgamos a ver una película esta noche y luego a cenar ¿Te parece? – dijo ansioso.
Me daban risa esos “ataques”.
- Mejor cena sin película. No me gusta el cine. – dije cambiando su propuesta.
- Como quieras ¿Te parece bien a las 6pm?
- Si. No tengo ningún inconveniente. – le repuse con una sonrisa. Estaba eufórica.
- Bueno, entonces te dejo para que sigas en lo tuyo. – dijo a modo de despedida.
- ¿No te gustaría desayunar conmigo? – me apresuré a decirle.
Sin esperar una segunda invitación, cerró la puerta y sonrió ampliamente.
- Pero por supuesto que sí. – luego su entusiasmo cambió a sarcasmo. -. Veremos si la “princesita” sabe cocinar.
- Apostemos, pues. Si yo gano; tendrás que cocinar luego para mí.
Se mostró más que de acuerdo con lo planteado.
- Y ¿Qué gano yo?
- Umm. ¿Qué te gustaría?
- Un día completo para mí. Y solo se hará lo que “yo” diga. – dijo muy seguro. En sus ojos vi la expectación del triunfo. - ¿Trato hecho?
- Trato hecho – confirmé con un apretón de manos. Nos quedamos así por unos segundos y luego nos despabilamos.
Preparé un sinfín de comida. Pancakes; eso era imperdible puesto que sabía que ellos me darían la victoria; huevos revueltos, tostadas francesas. También recalenté unos muffins que había hecho la tarde anterior, freí tocinetas y preparé jugo y café. Paul me ayudó a colocar la mesa.
Papá todavía no se veía por la casa. Pero sabía que no tardaría mucho. Aún así comenzamos sin él.
Cuando digo que Paul comió de “todo” no es ninguna exageración. Corrijo no comió; devoró. No entendía como podía mantenerse en forma con un apetito tan voraz. Pero encantada cocinaría todos los días para él. Era una idiota enamorada; y seguramente lo estaba sola.
Terminamos de comer.
- ¿Y bien? ¿Qué opinas de mi “sazón”? – disfracé mi miedo con sorna.
Se mostró dubitativo.
- Umm. La verdad…no te ofendas, Rachel pero no me gustó mucho. – dijo como con vergüenza.
- ¿Qué? – pregunté incrédula.-. pero si comiste de todo. Y además parecía que…con gusto.
- Sería un maleducado si no lo hubiese hecho. – dijo dejando care sus hombros.
- Bueno. – estaba apenada, derrotada y medio molesta. -. Tú ganas.
Le brillaron los ojos.
- Si ya lo sé. El día de mañana es “todo mío”. – estaba complacido.
- Bien. Así será. – hice un mohín.
Papá entró a la cocina.
- Hola, Rachel cariño ¿Cómo ama… - le cambió el semblante y se mostró preocupado. – Paul, ¿Qué ha pasado, muchacho?
No entendí la reacción exagerada de papá.
- Billy ¿Podemos hablar un momento afuera, por favor? – le pidió Paul muy serio.
- Sí, claro. – y salieron apresuradamente de la casa.
Los espié desde la ventana de la cocina. No sabía que le decía a Billy pero este se veía muy molesto. Luego pareció calmarse y fue entonces cuando entraron.
Me hice la desentendida mientras que arreglaba todo.
- Rachel – habló mi padre en tono perentorio. – Dice Paul que saldrás esta tarde con él.
- Eso es cierto. – le dije con falso desinterés.
- Y ¿No pensabas contármelo? – dijo algo molesto.
- Papá. Sabes bien que no soy una niña, y no me gusta que me controles como si fuera una. – me mantuve firme.
- Perdón, Rach. Es solo que acabas de llegar y me parece raro que ya estés…Bueno. No pienso darles problemas. De todas formas Paul tiene que hablar de ciertas “cosas” contigo. – dijo sombríamente.
Lo miré con curiosidad.
- ¿Acerca de qué? – pregunté.
- Te lo explicaré esta tarde. Te lo juro.
Y salió disparado de la cocina con cara de preocupación.






1 comentario:

  1. Me dejaste picada, con que le va salir Billy, como le explica del enamoramiento q siente por Paul. ;-)

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