"Castillo de
Naipes"
Edward POV:
"Me encargaré de
que cumplas tu palabra, cabrón arrogante…"
Las palabras de Bella
daban tumbos en mi cerebro de lado a lado creando un caos en mi sistema
nervioso; a pesar de eso mi sistema límbico continuaba trabajando perfectamente
repartiendo placer a lo largo y ancho de mi cuerpo mientras la seguía
penetrando como un pistón contra el lavabo del baño de su oficina. Si bien el
deseo era un buen aliciente, los celos habían sido el detonador de este
arranque de posesividad desmedida. Haber presenciado parte de la conversación
de ese maldito McCloud con ella me había volado la racionalidad a quien –sabe
–donde – coño.
Sospechaba que ese puto
muñeco Ken inglés podría intentar ligar con Isabella; y para mortificación mía;
así había sido. El maldito no había podido mantener a raya al complejo de
"prostituta" que había en él. Necesita ligar con cualquier cosa con
falda que se le cruce en el camino, pero estaba muy equivocado si creía que
podía tenerla a ella. No la tendría, de eso me encargaría yo porque…porque sí.
Y punto.
"Me encargaré de
que cumplas tu palabra, cabrón arrogante…"
¡Demonios! Me estaba
disociando cada día, cada hora y cada segundo. Cuando estaba con ella me perdía
un poco más, y eso me descolocaba. No siempre lo manejaba de la mejor manera,
explotando contra ella por cosas que no venían al caso, pero es que estaba
acostumbrado a tener el control de absolutamente todo y de repente apareció una
chica de piel cremosa, con ojos y cabello color chocolate, una boca sonrosada
de labios llenos, una silueta de líneas suaves sin la exageraciones que
confieren las cirugías estéticas. Pero lo que tuvo más impacto en mí ha sido su
personalidad que podía ser servicial y callada u orgullosa y desafiante.
Solamente ella consigue doblegarme ya sea con su cuerpo o con sus reproches.
No quería cambiar como
era, pero cierta parte de mí se sentía avergonzada cuando no estaba a la altura
de sus expectativas.
Bella echó la cabeza
hacia atrás y se mordió el labio ahogando lo que iba a ser un grito. Sus
paredes me apretaban con fuerza el pene que seguí moviendo con fuerza hasta que
no pude más. Recargué mi frente en su hombro mientras mis caderas la taladraron
hasta que no tuve que más verter dentro de ella. Nuestras respiraciones eran
desiguales y una capa fina de sudor nos rodeaba ambos. Acaricié sus muslos de
arriba abajo con suavidad mientras que conseguíamos sosegarnos y entonces fue
cuando la miré a los ojos con vehemencia.
—Lo siento, Bella.
Siento ser un bastardo soberbio una y otra vez. —por algún motivo que no fui
capaz de comprender, comencé a titubear. —Yo…te juro que no es intencional…no
quise ser grosero, pero es que no puedo…
Colocó la yema de sus
dedos en mis labios acallándome. Su rostro a pesar de tener el sonrojo de la
satisfacción en las mejillas despedía una serenidad abrumadora.
—Creo que nos
ahorraríamos muchos momentos desagradables si en vez de tratar a los demás de
manera despectiva, te abres conmigo cuando algo te saca de quicio. —sus manos
se colocaron a ambos lados de su cintura, negándose a tocarme para darme
consuelo. Entendí que por el hecho de haber tenido sexo y de que ahora me
escuchara, no había quedado zanjado el hecho de que la hubiese tratado mal. —¿Qué
te dijo tu padre ayer para que perdieras los papeles de esa manera ayer?
La miré sorprendido.
Isabella Swan podía ser impresionantemente observadora además de ser sagaz, eso
sin contar que conocía la tirante relación que llevaba con Carlisle. Así que
solo fue cuestión de sumar uno más uno y ¡voilá! Llegó a la conclusión correcta.
Suspiré derrotado
mientras me alejaba un poco de ella para limpiarme y ella aprovechó la
distancia para lo mismo sin perder atención de lo que yo le decía. Rememoré
para ella cada maldita palabra:
Carlisle me había pedido
después de exponer las ideas que Bella y yo habíamos tenido para el evento
benéfico, que me quedara con él por un par de minutos puesto que necesitaba
decirme algo. Susurré cada mala palabra que conocía mientras recogía mis
papeles preparándome para enfrentarme a él.
Me esperaba sentado a la
cabeza de la imponente mesa de juntas con una expresión pétrea y seria. Mi
mente divagaba sobre los diferentes motivos por los cuales me necesitaba en ese
momento, pero no acerté en ninguno. Cuando finalmente me coloqué a su lado,
tenía la espalda tensa y mis manos aferraban las carpetas con tal fuerza que
los nudillos se me veían blancos.
—Toma asiento, hijo. —dijo
con elegancia mientras me señalaba una silla a su lado derecho con
tranquilidad.
Negué con la cabeza.
—Tengo prisa, padre.
Dime lo que necesitas decir porque tengo muchos pendientes.
—No entiendo porqué
siempre tienes que ser tan desagradable conmigo cada vez que nos vemos. —su
tono de reproche me pareció tan fuera de lugar que no pude contener una
carcajada sardónica lo cual lo irritó visiblemente. —Sinceramente no le
encuentro gracia a nada de lo que he dicho sobre tu actitud.
—Yo sí. Es que por
primera vez encontré algo en común entre nosotros además de la sangre. Lo
hostil.
—¡Yo no he sido hostil
contigo a menos de que estuviésemos discutiendo! —sus ojos azul grisáceos;
igual a los míos; se clavaron en mí como puñales cargados de rabia e
indignación. —En cambio eres tú el que no pierde ocasión en buscar una razón
para reñir conmigo. No pareciera que fuese tu padre sino tu enemigo, y aun no
comprendo por qué día con día te has llenado de odio contra mí cuando lo único
que yo he tratado de hacer durante todos estos años es que no les falte nada ni
a tu madre ni a ti. Edward, no soy perfecto.
Sus palabras en algún
momento, tiempo atrás, me hubiesen hecho un nudo en la garganta e incluso me
podrían haber llenado de lágrimas los ojos, sin embargo en esa ocasión no fue
así. Me limité a mirarlo con una máscara perfecta de frialdad porque ya era un
experto en colocarla ante él más que ante nadie.
—Tengo prisa, necesito
que me digas lo que ibas a decirme para seguir en mis pendientes. Y mucho menos
tengo ganas de tener estas conversaciones en una sala de juntas.
—¿Entonces dónde quieres
que las tengamos, Edward?
—En ningún lado,
Carlisle. El tiempo de hablar con tu hijo y hacerte el padre abnegado, ya pasó.
—¡Estás llegando al
límite de lo que estoy dispuesto a soportarte!
—¡Al punto o me voy!
—¡Edward Anthony…!
—Tengo veintisiete no
dieciséis, así que no me podrás obligar a permanecer aquí hasta que escuche
todo lo que quieras. Habla o me voy de una vez por todas.
Era una guerra abierta
en la que aunque hubiese una breve victoria sobre quién tendría la última
palabra a la larga no era tan idiota como para creer que habría un feliz
ganador. No cuando tras cada palabra pronunciada se dejara una herida que no
lograba ser cicatrizada.
Carlisle me miró con
incrédula decepción a los ojos, pero lo que él ignoraba era que ya estaba más
que acostumbrado a ver esos gestos en sus facciones cuando me miraba. Sin
embargo en algún momento analizó mis palabras y lenguaje corporal, por lo cual
se dio cuenta de que estaba dispuesto a irme; dejándolo con la palabra en la
boca si volvía con el tema. Anexo a eso pensé también que no quería que la
situación se nos fuese de las manos y termináramos gritándonos en plena
empresa. No cuando su reputación como hombre calculador y racional se podría
poner entredicho por los mismísimos trabajadores. Finalmente se decantó por
tomar una bocanada de aire, arreglarse las solapas del malditamente perfecto Zegna, recomponer sus rasgos y
hablar con la profesionalidad que era más propia en él.
—Quería saber si le
habías practicado la prueba de paternidad a la pequeña.
La ira comenzó a subir
por mis venas en dirección hacia mi cerebro y corazón que ahora latía
desmesurado. Casi podía sentir el burbujeo de la sangre bajo mi piel.
"La
pequeña"
"La niña"
"La bebé"
Nunca la había llamado
por su nombre a excepción de cuando le dije cuál era el nombre que había
escogido para ella. Era como si fuese una especie de objeto para él. Quizá uno
que mancharía el historial perfecto de "Un
Cullen". Y Dios sabe que
eso no podía pasar bajo ninguna circunstancia.
—La pequeña tiene nombre, y es Elizabeth.
Puso los ojos en blanco
desestimando mi reclamo:
—¡Por favor, Edward!
Deja ese papel de "disque" papá indignado. No te queda. – habló entre
dientes, pero esta vez no con rabia sino como si intentase evitar que alguien
se enterase de un secreto vergonzoso. —¿Hiciste la prueba o no la hiciste?
—No. No la he hecho. Y
tampoco sé cuando diablos la haré.
—¡¿Estás demente?! En
cualquier momento la casa hogar podría pedirte a la niña y yo no permitiré que
un Cullen esté dando tumbos por cualquier lado. Además que eso sería
escandaloso para la familia.
Y allí estaban los
motivos reales de las "preocupaciones" de Carlisle Cullen. Empresario
exitoso y padre deficiente.
No pude evitar
entrecerrar mis ojos con abierta hostilidad y contestarle de la misma manera.
—No se preocupe, señor
Cullen, su prestigio no se verá manchado por nada de este asunto. Pero déjeme
aclararle algo lo que yo haga con Elizabeth es enteramente mi problema no el
suyo. Así que le agradecería que no se inmiscuyera en mis asuntos. —apretaba
los puños y los relajaba intentando que la ira drenara de una manera más
controlable. No era como si le fuera a asestar un golpe en la cara a mi propio
padre; jamás sería capaz de irrespetarlo de semejante manera; pero si estaba al
borde de empezar a sacudir cosas contra el suelo.
—Cualquier cosa que
aluda a mi hijo es mi problema, Edward. —lanzó una sonrisita de conmiseración
que me irritó bastante. – Además, seamos sinceros tú no sabes nada sobre
paternidad.
—Tienes razón en eso. No
sé nada sobre paternidad, pero creo que tengo un buen patrón a seguir en ti.
Si, no me mires así. No te asombres de ser mi punto referencial. Lo único que
tengo que hacer es pensar en todo lo que tú no has sido desde hace muchos años
y partir desde allí.
Un vaso de agua fría en
pleno rostro no podría haberlo dejado más petrificado y en el sitio. Sus
hombros se tensaron y su mirada se volvió vidriosa. Le había hecho daño, lo sabía
pero ya era hora de sacarme esa espina de adentro. Igualmente él me había
buscado.
—Te lo di todo, Edward.
Te lo he dado todo durante todo este tiempo.
—Has sido un Jefe,
Carlisle. Solo eso. Un Jefe de familia, un Jefe de corporación, etc…Solo un
jefe. Y si, me dite todo…lo necesario para que ahora me autodestruya ¿No te
gusta el monstruo? Pues es obra y gracia tuya.
Lo miré fijamente como
diciéndole con la mirada que no temía haberle dicho lo anterior, luego tomé mis
cosas y salí de la oficina victorioso al tener la última palabra. Y con una
herida casi mortal en el plexo solar.
Isabella me miró pétrea
y no pronunció palabra alguna hasta que yo no lo hice.
Me levanté del inodoro y
salí del pequeño baño al comenzar a sentirme claustrofóbico. De repente aquella
oficina de ella se me antojaba demasiado incómoda para permanecer allí después
de contarle aquel episodio con mi padre, pero algo más fuerte que yo me obligó
a quedarme. Y era eso mismo que me impelía a buscarla con desespero siempre, a
extrañarla cuando no la tenía cerca, a defenderme cuando sentía que ella me
desafiaba pero por sobretodo eso, a necesitarla conmigo porque era lo más real
y constante que tenía en mi vida. Isabella Swan hacía ya mucho que había
colocado mi mundo patas arriba, pero solo fue hasta ese momento en que me
reconocí a pesar de todas mis reservas que ella era como el aire para respirar
en mi vida: Indispensable.
Sentí su presencia a mis
espaldas y su mirada clavada en mí antes siquiera de girarme. Estaba a unos
cuatro metros de mí, con los brazos entrecruzados y recargada en la parte
frontal de su escritorio. Su mirada era preocupada aunque su postura insinuara
otra cosa.
—Estoy harto, Bella.
Harto de él, de sus desplantes, de sus menosprecios, de su arrogancia a la hora
de decir que es mi padre cuando hace demasiados malditos años que ya no lo
reconozco como tal, más allá de lo que la sangre y obligaciones me demandan. —me
dejé caer en el sofá con el cansancio que conlleva soltar lo que hace tiempo se
guarda entre pecho y espalda y que como el óxido se va comiendo todo a su paso.
—No digas eso, Edward.
Sabes que tú quieres a tu padre. Que puede que ahora estés jodidamente molesto
con él, y con toda la razón, pero aún así no eres solo eso que dijiste. Para
eso tendrías que ser solo un cascarón sin sentimientos y no es eso lo tengo
delante de mí. —la miré fijamente a los ojos a punto de replicarle todo lo que
ella había dicho. Quería refutar cada punto que había alegado pero no pude. A
ella no podía mentirle, eso sin mencionar las pocas ganas que tenía de hacerlo.
Era a ella la que más partes de mí le había abierto hasta ahora.
Enterré los dedos en mi
cabello…
—¡Mierda, estoy tan
harto de todo esto! ¡harto! Me jode la cabeza todo el tiempo con sus mierdas
degradantes. No ve nada positivo en mí o en lo que hago. —enterré la cara entre
mis manos y la restregué como si eso fuese a quitarme de encima la sensación de
ser un hijo de puta fracasado.
Escuché el crujir de la
alfombra en el suelo, sus pasos se detuvieron solo cuando estuvo a mi lado y
tomó asiento. Pensé que me iba a tocar para ofrecerme consuelo, pero no lo
hizo. Nada de caricias en la espalda o agarre de manos alentadoras. No. Nada de
eso. Isabella era tan pragmática que podía ser súper intensa a la hora de
enfrentarte y a la vez limitarse a oír sin conmiserarte de ti. Sin demostrar
esa lástima o pena habitual en las personas a las que le cuentas tus problemas
personales. Quizá era por eso que estaba tan apegado a ella, no era para nada
algo que se pudiera predecir con facilidad. Ella podía sorprenderte haciendo
algo que definitivamente no esperabas o haciendo precisamente lo que se
esperaría pero a ser ella lo pones en duda.
—Edward, mírate. No
puedes concederle a tu padre el poder de tenerte en el estado en que estás. Y
sé que anoche estarías igual o peor. —me miró por encima de sus largas pestañas
enmarcadas perfectamente con rímel con expresión de atrévete – a – negarlo. No
lo pude hacer. —¿Ves? Es exactamente eso a lo que me refiero. Le permites que
te deje en un estado de ánimo deplorable en el que te sientes menospreciado,
eso sin contar la impotencia y la ira que te deben de estar corroyendo por
dentro. Luego vas y te desahogas de una manera errónea como pasó ayer.
Necesitas aprender a canalizar tus emociones de una manera que no te haga
parecer un troglodita ante tus trabajadores. Me consta que eres una persona que
vale su peso en oro pero todo eso se va al garete cuando pierdes los estribos y
te comportas como si fueses omnipotente. Yo te soporté más de seis meses. Ahora
le toca a Jessica, sin embargo ella no tiene porqué soportarte tus majaderías.
Nada le detendría a la hora de montarte una demanda por bullyng laboral si así
lo desea. Yo lo pensé en más de una ocasión. —lo último lo dijo como si
estuviese dando la hora en vez de peleas jurídicas.
Medio sonreí y la miré
con abierta curiosidad.
—¿Y qué te detuvo?
—Que me gustabas mucho.
Yyyyyyy que tenía una serie de cuentas que pagar, por lo que no me podía
permitir el lujo de dejar de trabajar. —no dudó ni por un momento su respuesta.
Ambos estallamos en carcajadas.
Cuando las risas pasaron
se instaló entre nosotros uno de esos momentos incómodos en los que no sabes
cómo romper el silencio sin que volviese el tema desagradable que intentábamos
dejar atrás. Finalmente dije lo único que podía decirle en un momento como ese:
—Gracias, Bella.
Una sonrisa petulante
encorvó sus labios, pero sus ojos demostraban alguna clase de brillo que no
supe cómo interpretar.
—Hubiese sido una
magnífica psicóloga, pero lamentablemente el cupo en la universidad me salió
por administración de empresas.
Le sonreí, tomé su
rostro como si fuese lo más frágil que hubiese tomado entre mis manos y le di
un casto beso de agradecimiento; aunque el mismo encerrase en sí muchos
significados más para los cuales no estaba listo para aceptar en ese momento.
—Eres magnífica siendo
mi cable a tierra.
—Pues no me cabrees de
nuevo, bonito; porque a la próxima te juro que te electrocuto. ¡No te rías!
Hablo muy en serio. —su expresión se volvió grave. —No vuelvas a comportarte
como un imbécil conmigo, Edward, porque no soy una santa y definitivamente no
tengo una vena masoquista a la cual le guste que me trates como tapete. Tengo
mis límites y créeme que no querrás conocerlos.
Asentí con todo el
compromiso que hasta ese momento solo había destinado para mi labor como
vicepresidente en la corporación.
—Te lo prometo ¿pero te
puedo pedir un favor después de todo? Ya sabes que soy descarado… —no pude
evitar que una sonrisa de zorro se me escapara a pesar de estar hablando mortalmente
en serio.
Rodó los ojos y apretó
los labios para que no se le escapara una sonrisa.
—A ver, desvergonzado
¿qué quieres?
—Que me ayudes a
centrarme. Hace tanto tiempo que estoy acostumbrado a salirme con la mía que ya
no recuerdo como es ser equilibrado. Mi vida es un caos hace tanto que no puedo
recordar haber disfrutado de un momento de paz antes de estar contigo.
—¿Conmigo? – preguntó
desconcertada.
—Si. La primera noche
que dormiste en mi casa. Ese fue el primer momento de paz que recuerdo haber tenido
en mucho tiempo.
—¡Pero si lizzy se
despertó cada tres jodidas horas como un reloj!
Quizá era por la energía
del momento, o quizá fue porque la presa que tenia conteniendo todo por dentro
se estaba agrietando, lo cierto fue que no pude evitar decir lo que pensaba y
sentía desde aquella noche de la que estábamos hablando ella y yo.
—No es cosa de Lizzy. Es
cosa de Bella. Tú eres la guerra más dulce y placentera a que tengo que
enfrentarme. Y eres la paz más profunda que tengo aunque no la merezca. De todos
modos estoy acostumbrado a ser egoísta, por lo cual no te pretendo compartir ni
cuando eres mi batalla ni cuando te conviertes en mi remanso de tranquilidad.
No era que fuésemos
personajes de películas encantadas ni nada de esas mierdas, pero sí que sentimos
la necesidad de sellar esa condenada declaración con un beso hambriento. Porque
para quienes están acostumbrados a tener poco o nada de los demás, en aquel
dichoso momento sentimos que lo teníamos todo el uno en el otro.
Bella me plantó para la
hora del almuerzo. Si. Sin excusas absurdas. Fue mortal y directa cuando me
soltó a la cara:
—Tengo un almuerzo con
Rosalie y Angela, que planifiqué temprano en la mañana. Además te mereces comer
solo por comportarte como idiota. —luego me dio un corto beso en los labios
antes de dirigirse a la puerta. En la cual se volteó a decirme… —Te traeré el
postre solo porque te portaste muy bien después. Sobre todo en el baño. —me
guiñó un ojo y salió con un caminar que haría que hasta un muerto tuviera una
erección.
La muy bruja…
Poco después de que la
señorita Stanley apareciera con mi sándwich de rosbif de Subway de treinta centímetros, sonó mi celular. Un número que no
supe reconocer aparecí pantalla, así que no le respondí. Que se cayeran de culo
llamando, esta era mi hora de almuerzo, no tenía las más mínimas ganas de
lidiar con ningún empresario.
Pero el maldito aparato
sonó y sonóooooooooooooooooooo tanto que tuve que dejar el pan a medio comer;
aunque después de probarlo no me había entusiasmado demasiado. No tenía
jalapeños ni aceitunas negras, pero si que tenía esa mierda de alfalfa que
sabía a césped; en fin…que me había olvidado que quien conocía mis gustos a la
hora de comprar mi almuerzo era Bella Swan.
—Sí, buenas…—dije en un
tono poco cordial.
—Aparte de que no me
coges el teléfono tienes los cojones de hablar como si te jodiera la vida
hablar conmigo. Eres un desgraciado.
—¡No puede ser! ¿Emmett?
—pregunté como un idiota ya que la voz y los insultos del otro lado dejaban
claro con quién estaba hablando.
—¿Quién más si no,
mamón? ¿Cómo andas, primito? Apuesto a que me has extrañado. —al fondo de su
voz se escuchaban ruidos de golpes y cornetazos.
—¿En dónde diablos andas
que se escucha tan mal? —decidí; por salvaguardar la salud de mi oído; colocar
la llamada en altavoz.
—Estoy en todo el centro
de Berlín, Edward. Soy el arquitecto en jefe a cargo de la construcción de su
sucursal acá. ¿Acaso el viejo Carlisle no te informó? Él mismo se puso en
contacto conmigo para eso.
—Pues no…no me había
dicho nada. Si eso no era para sentirse prescindible, no sabía que lo sería.
—Debió habérseme
olvidado, es que he estado muy ocupado los últimos días. Además tenía entendido
que estabas trabajando en Cabo San Lucas, con los empresarios hoteleros. —comenté
como si nada.
—De hecho allí estaba
hasta hace unos cuantos días, pero ya hacía bastante que estaba aburrido de
construir siempre lo mismo. Necesitaba un cambio urgente, por lo cual acepté el
trabajo que me propuso mi tío de inmediato. Dejé mi amado apartamento allá, aunque
pensándolo bien también me estaba aburriendo ya.
—¿Tenías problemas para
sonsacar a turistas ingenuas con tu sonrisa de prostituto?
—No te rías, mamón. —me
espetó. —Y por supuesto que no. ya sabes que no ha nacido mujer que se resista
al savoir fair de Emmett Cullen. ¡Ja! Ya quisieras tú
tener este encanto mío. Anda…admítelo.
Ambos nos carcajeamos y
seguimos la conversación.
—Ya en serio, Emmett.
¿Cómo van las cosas por allá? ¿Has tenido alguna dificultad? —para mí era
vergonzoso preguntar esas cosas cuando se suponía que como vicepresidente
ejecutivo de la compañía y se suponía que lo tenían que mantener al día con
cada paso que dieran. Definitivamente Carlisle estaba empeñado en hacer que le
diera un jodido aneurisma.
—Muy bien. Tu padre sí
que supo escoger la locación perfecta. Genarmenmarkt en frente, y con dos catedrales cerca
que atraerán a muchos turistas. Eso sin contar que mirar a la Dom Francés es todo un espectáculo. Además está en
pleno centro de Berlín, lo que hace que muchas personas transiten por acá. Fue
una buena estrategia. Joder, si esto no funciona en un punto tan bueno como
este sería porque vendieran estiércol en la perfumería. —dicho eso soltó unas
carcajadas que de seguro me hubiesen dejado sordo si tuviese el celular pegado
a la oreja.
—Eres tan sutil como un
elefante en una cristalería, animal. —conseguí decirle después de dejar de
reír.
—Jódete. —imaginé que si
lo tuviese en frente me estaría mostrando su dedo del corazón. Él era así de
educado. —Hace mucho que nos vemos, primo. ¿No vendrás a ver como avanza la
obra?
—La verdad es que en
estos momentos estoy bastante ocupado con un evento benéfico que estoy
planeando, pero yo creo que en cuanto salga de eso puedo planificar un viaje
para allá. Además tengo que asegurarme de que no vayas a tirarte a media
Alemania y dejarnos sin clientas porque las dejaste tiradas como unas toallas
usadas. —le dije "medio" en broma, porque lo creía muy capaz. Emmett
era como un adicto al sexo, cosa que daría por hecho si no lo conociera y
supiese que hacerse desear era tan parte de su personalidad como su sentido del
humor.
—O a lo mejor las
aumento…quien sabe. —agregó como si de verdad estuviese considerando sus
palabras. Pedazo de loco… —Ya en serio, Ed. ¡Son cuatro años! Cuatro jodidos
años sin vernos, sin salir de fiesta o a buscar chicas. Eso es horrible ¿cómo
puedes olvidarte así de la familia?
—Es tu culpa. No nos has
vuelto a visitar.
—¡Serás cara dura! Te
dije hace más de año y medio; cuando por cierto yo también fui el que te llamé;
que vinieras a visitarme a Cabo. Eres un cabronazo mala gente. Sí, eso eres.
—Vale…vale…deja de
llorar que en máximo un mes nos estaremos viendo las caras.
—¡Eso! Te llevaré a cada
lugar que conozca para ligarme mujeres. Oh, la vamos a pasar muy bieeeen,
primito.
—Eh…no lo creo. La
verdad es que…estoy con alguien. —dije finalmente. El titubeo no era por
hablarle de Bella, sino nuevamente de no saber cómo definir lo que ambos
éramos. Una parte de mí quería arreglar eso con rapidez, pero otra…hacía que
recordara cosas desagradables que no quería volver a pasar.
—¿Tienes novia? —tono me
indicó que en cualquier momento me soltaría algo que no me gustaría para nada.
—No. Solo
estamos…saliendo. Por ahora.
—Pero no es nada serio
¿no? Oh, joder. Tu silencio me dice que si lo es. Mierda, Edward ¿acaso no
recuerdas lo que pasó con…?
—¡No hables de eso! —siseé
como un gato molesto. No hablaría de eso ni ahora ni nunca. Eso estaba
enterrado y muerto. —No compares esto con eso porque no hay precedentes. —¡maldición!
Sabía que si lo había pero me negaba a pensar que fuesen iguales. No, no podía
ser. Ya se había demostrado en varias ocasiones que no era así.
—Vale. Lo entiendo.
Solo…cuídate ¿sí?
—Lo haré. —espeté
mortalmente serio, pero luego traté de llevar la conversación por caminos menos
ásperos. Él era lo más cercano que había tenido en mi vida. —Oye, bastardo.
Espero que me prepares una buena comida con esas salchichas de allá y bastante
cerveza.
—¡Oh, hermano como he
comido de esas! Es como si no tuviese suficiente. A cada local que entro son
cada vez mejores. —típico en él: podía cambiar de estado anímico como un
bipolar. De hecho, ahora hablaba como si jamás en su vida se hubiese comida una
en su vida.
—¿Mejores que en Papaya Dog?
—Pfffff ¡A la mierda Papaya Dog! Bueno no. tampoco así. Pero sí son muy
buenas. Son diferentes a esas. Bueno, Ed, te dejo en paz. Pero no por mucho
tiempo, cabronazo. O al menos eso espero.
No pude evitar reírme
ante su tono de reproche infantil.
—No, primo. Tranquilo
¿este es el número de tu celular?
—Si.
—Entonces te estaré
jodiendo un día sí y al otro también.
—No. tampoco es que me
hiciste tanta falta. No molestes.
—Está bien. Hablamos
luego entonces.
—Adiós, Ed.
Cuatro años habían
pasado desde que Emmett y yo nos habíamos visto por última vez después de vivir
juntos casi hasta la universidad. Y cuando llegamos a esta nos vimos lo máximo
posible. De hecho las habíamos elegido lo más cercanas posibles para no estar
separados tanto tiempo. Él fue a la Columbia
University mientras que yo a
la de New York.
Emmett era un año mayor
que yo pero repitió un año. El mismo año en que mi a mi padre le dieron su
custodia por ser su único familiar. Mi tío Aro; su padre; se había vuelto
alcohólico y adicto al juego.
Los orígenes de ambos
eran bastante humildes. Para nada tenían a su disposición un personal de
servicio para ayudarlos. A veces incluso no tenían siquiera para comer. Mis
abuelos habían sido unos humildes campesinos de Adirondack. Carlisle y Aro
estudiaron y trabajaron medio tiempo. La panadería de una amiga de mi abuela
había sido el lugar en el cual mi padre había ganado y ahorrado cada centavo
que ganaba, a diferencia de mi tío que opinaba que el dinero era para gastarse.
Carlisle consiguió
ahorrar lo suficiente para irse a vivir a la ciudad de New York y trabajó en
varios sitios. Mientras que Aro se quedó en el pueblo perdiendo su dinero. Mi
padre consiguió montar una pequeña perfumería que tuvo sus altas y sus bajas,
pero con mucho esfuerzo de él fue creciendo poco a poco; entonces llegó Esme.
Una chica sencilla que solicitaba el puesto de vendedora. Tres años después
contraerían matrimonio y un año y medio después llegué yo.
Cuando tenía
aproximadamente dos años de edad, mi madre intentó volver a quedar embarazada
pero no pudo. Carlisle quería una niña desesperadamente pero esta nunca llegó.
Los motivos nunca los supieron o no me los dijeron. El hecho es que quedé yo
solo como el heredero de Le
Madeimoselle cuando esta
creció hasta convertirse en una corporación y se mudó a la Quinta Avenida.
Aro apareció entonces;
ya que durante años y debido a su vicio la relación de él con Carlisle se había
dañado bastante. Le pidió dinero a mi padre para ir a rehabilitación, pero lo
que no sabía este que aquella sería la primera de cuatro veces. Al final
Carlisle se hartó y se negó a darle un dólar más y entonces fue cuando
rompieron cualquier contacto que tuviesen.
Años después, cuando
Emmett tenía solo ocho años de edad y yo siete, una trabajadora social se
apareció en la puerta del trabajo de mi padre con Emmett tomado de la mano. Su
padre moriría dos años después a causa de una cirrosis hepática.
Desde ese momento en
adelante Emmett se convertiría en mi compañero de juegos, de clases y mi
hermano de vida.
Me alegraba que volviese
a estar en esta pero tenía miedo que él me recordara demasiado esa etapa de mi
vida que tanto me había esforzado en sepultar.
Al día siguiente decidí
sacar a Isabella a la que sería nuestra "primera cita". Decidí que
comenzaría a hacer las cosas correctamente con ella. Ya ambos habíamos acordado
no estar con otras personas. Además compartíamos una importantísima
responsabilidad como padrinos de Elizabeth; por lo que tener miedo a tener
"una relación" sería bastante estúpido ya que de alguna forma u otra
ya la teníamos sin haberlo planificado.
Bella había dormido; o
no depende de si se tomaba como referencia lo que habíamos pasado la noche
haciendo; en mi casa. Lizzy durmió esta vez toda la noche luego de que ella le
contara dos veces Huevos verdes con jamón del Dr.
Seuss. A la mañana siguiente me dejó a mí la responsabilidad de cambiarle
el pañal y justo después de salir del baño tras haberme embarrado los dedos con
"las gracias" de mi a-hija-da, llegó Sue Clearwater. Bella se
había negado a ayudarme y por el contrario se había partido de risa con cada
gesto de horror que hice con la labor. ¿Cómo una criatura de tres meses de edad
podía hacer semejantes desastres? Y más inexplicable era cuando lo único que
tomaba era leche de fórmula. En fin, la bebé me miraba despreocupada y hasta se
reía con dos de sus deditos metidos en la boca mientras yo lidiaba con la bomba
nuclear que llevaba en su pañal. ¿Y qué pasó cuando la iba a vestir con ropita
limpia? Estalló a llorar como si se hubiese golpeado porque prefería estar
desnuda.
Al final había logrado
sacar a Bella de la casa y aunque le insistí para ir a Le Cirque o alguna mierda que fuese importante,
ella se decantó por Papaya Dog. Así
que se puso una camiseta mía la cual anudó a su cintura, unos skinny jeans y
unos Ked´s azul marino. Se recogió el
cabello en una coleta y unos Ray Bans
sobre sus ojos fue el toque final. Nada de glamour como iba de lunes a viernes
en la oficina. Esta era ella en su vida privada y ahora la compartía conmigo,
que por cierto estaba encantado con ese lado de ella. Así que como ella solo me
coloqué una sencilla camiseta cuello en v negra de Armani y unos jeans.
Nos fuimos en su
sencillo y nada espectacular Nissan, que contrastaba brutalmente en el
estacionamiento de mi apartamento, pero que desentonaba mucho menos de lo que
lo haría el Porshe Carrera plateado, que tenía la mayoría del tiempo aparcado,
en la avenida 239 con 1st. Compramos para llevar y luego nos fuimos al Central
Park. Volvimos a sentarnos en aquella banqueta en la cual toda esta vorágine
que compartíamos ahora había comenzado, pero a diferencia de cafés y muffins
eran un par de salchichas y un Coca – Colas.
—Esto no era lo que
esperaba para nuestra primera cita. —admití después de haber comido.
Seguíamos sentados. Ni
siquiera nos habíamos parado a botar los pales y envases ya vacíos, estábamos
tan a gusto hablando que eso no nos parecía algo importante en ese momento.
Ella pareció
sorprenderse por mis palabras…
—Pri…¿primera cita? No
me dijiste que saldríamos para eso. Solo que íbamos a comer.
Me encogí de hombros
restándole importancia al asunto.
—Por eso quería ir a un
buen restaurant, en el cual sirvieran postres y todas esas cursilerías. Ahora
te tocará conformarte con un McFlurry.
Ella estalló en
carcajadas y luego tras una pausa me tomó la cara y me besó. Abrí mis labios y
recibí más que gustoso a su lengua que invitaba a la mía a salir a acariciarla.
Mordí su labio inferior y luego volví a por su boca.
—No hay Le Cirque que iguale a esta cita en pleno Central Park. No hay presiones ni
pretensiones así que para mí es perfecto.
Si, definitivamente
debía agradecerle a quien quiera que fuese el responsable de que esa mujer
llegara al mundo para que luego se topase conmigo. No necesitaba una súper
modelo a mi lado solo a una mujer real. Como Bella.
Como mi Bella.
—Mi cable a tierra. –
susurré sobre sus labios entre abiertos. —Eres mi bendito cable a tierra.
Tal ves dábamos la
impresión de ser la pareja típica de enamorados por fuera, pero ambos sabíamos
que no lo éramos en casi ningún sentido. Pero de lo que si disfruté en
muchísimo tiempo, más del que quería recordar, fue del caminar tomados de la
mano por la calle.
¿Qué nos podrían ver los
trabajadores? No nos importaba.
¿Qué cualquier ejecutivo
podría poner en duda nuestra profesionalidad por andar juntos? Mucho menos.
Lo único importante en
aquella ecuación éramos nosotros dos.
—¿Qué haremos ahora? —me
preguntó sonriente. —Toma en cuenta que hoy es sábado y que de paso toda la
semana que viene será un dolor de cabeza por lo del evento.
Solo era hablar del evento
y ya me sentía cansado.
—Tienes razón. Podemos
ir a una heladería nueva que abrieron por el Museo Metropolitano ¿te gustaría?
Una sonrisa casi lasciva
se extendió en su cara.
—¿Quién es esta pobre
mortal para resistirse a un buen helado con topping de chocolate?
Le di un beso y seguimos
caminando hablando de naderías y entonces fue cuando la vi.
Caminando con otro
hombre, tomados de la mano y ella con una ropa deportiva que habitualmente no
se colocaba: una gorra y unos lentes como si eso fuese a evitar que la reconociera.
Esme iba muy sonriente
con un hombre maduro, tomados de la mano y con una sonrisa que amenaza con
partirles las mejillas.
Noté que Bella también
la había reconocido también y se había detenido como yo en la acera frente a
donde ellos iban caminando contraria a la de nosotros.
La gran pregunta sería
ahora: ¿Cruzaría unos miserables metros para partirle la boca a él? Porque en
ese instante las manos me picaban con ansias y no estaba muy seguro de si
disfrutaría de una pelea bajo aquellas circunstancias.
Vaaaaaaaaaaya
primera cita.
Bueno,
chicas me alegro de andar de nuevo por acá, esta vez de la mano de mi tirano
hermoso. Muchas gracias por el apoyo que le han venido dando en estos últimos
días. Es como si dejara de ser solo "La Chica Corazón de Cristal" que
no es que me moleste pero creo que a ninguna escritora le hace muy feliz ser
encasillada. A pesar de todo estoy muy feliz de que mis historias vayan
cogiendo más y más forma de lo que veo en mi cabecita y espero que a ustedes
les esté gustando lo que estoy haciendo con ellas.
De
nuevo les reitero mi agradecimiento por leerme y más por apoyarme
constantemente.
PD: A
mis chicas de , les agradezco que si no tienen una cuenta allí, o habilitada la
opción de PM me dejen un email donde responderles las preguntas que me dejan.
Un
beso inmenso para todas.
*Marie K. Matthew*
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