jueves, 15 de julio de 2010

Sin Alternativas - Cuarto Capítulo:







"FUEGO"
El teléfono sonó. Vi quién llamaba y atendí.

-          Hola, Gabrii ¿Cómo estás?
-          ¿Te estás levantando hasta ahora?. Me extraña, ya que tu siempre te levantas antes de la siete y son más de las ocho. Al menos que…hayas salido anoche. ¿A dónde fuiste y con quién, Rachel Marie? – preguntó curiosa.
-          ¡Ay Hermana! – suspiré. Tengo tanto que contarte iba hablando mientras me levantaba de la cama – Conocí a un chico. Bueno, en realidad le volví a ver después de varios años. Para ser exactos, desde que me fui. Y…
-          ¿Y…? – me preguntó casi frenética.
-          Y creo que me enamoré, Gabrielle – no lo creía, estaba más que segura. Pero si se lo soltaba así a mi hermana de seguro se espantaría. -  Como una idiota. Como nunca me había sentido. Ayer salí con él y me dijo que sentía lo mismo desde que nos conocimos.
-          ¡¿Qué?! – preguntó gritando. - ¿Cómo se llama? ¿Cómo es? Cuéntamelo todo.

Me movía en la habitación de lado a lado como una adolescente.

-          Se llama Paul. Y es un chico de la reserva.  Nos conocemos desde pequeños y nos volvimos a ver hace unas noches atrás, cuando caminada sola por la playa.
-          ¡Más románticos y se mueren! – seguía emocionada – Me alegro tanto por ti, hermana. Te lo mereces después de…!Oh por Dios! Y ¿Qué piensas hacer con Mathew?
-           Pues ayer hablé con Paul sobre él. Le desagradó a sobremanera. Tanto que no quiere que lo mencione siquiera. Anoche me pidió que fuese su novia, pero le pedí que esperara porque debía hacer las cosas bien. No es que haya aceptado de buena gana. Pero por lo menos lo entendió.
-          ¿Ves? Permitiste que esa situación con Math se te fuera de las manos. Es que te has comportado como una cobarde con él.

Suspiré.

-          Si, lo sé. Pero estoy esperando que me avise cuando llega y poder arreglar todo este desastre.
-          Tienes que hacerlo; y que “ambos” se liberen de este “culebrón” al que se han sometido.

Me reí sin ganas.

-          Así será.
-          Pero cuéntame ¿Cuándo vuelves a salir con Paul?

Ahí si me reí y sin pesar alguno.

-          Hoy. Me toca hacer todo lo que él quiera durante todo el día. – me acordé del porqué y se me borró la risa – Perdí una apuesta.
-          ¿Por qué perdiste? – preguntó ella suspicaz.

Gruñí bajo.

-          No le gustó lo que cociné. Me dio una vergüenza terrible.
-          No, no, no, no. Aquí hay algo mal. O está loco; porque tú cocinas genial: o te mintió y tú caíste redondita en sus redes.
-          No lo había pensado.
-          Si, ya me pude dar cuenta de eso. ¡Dios; en serio creo que estás enamorada! Andas más despistada que nunca, hermana.
-          ¡Ay, Gabrii! La verdad es que…no veo posible que eso cambie en mucho tiempo.

<>, pensé.

-          Pues, si la cosas siguen como hasta ahora…a lo mejor te encuentras en frente a tu amor eterno. Como mi Tay y yo. – se rió.

<>.

-          Ojalá, herma. Porque ya estoy harta de sufrir. En serio.
-          Tranquila. Esta vez te va a ir bien. Lo presiento.
-          ¡Aww! Me haces falta. Trata de venir en cuanto puedas. Por favor.
-          Claro que si. Pero ahora mismo estoy en pruebas. Apenas termine con eso; y por supuesto Taylor también; iré a verte. Te lo prometo.
-          Gracias, Gabrii.
-          Te dejo entonces porque ya debo irme a clases. Cuídate. Te quiero mucho.
-          Gracias por llamarme. Yo también te quiero hermana.

Me levanté de la cama. De seguro Paul ya debía estar por venir. Me duché rápidamente y cuando bajé; ya mi padre no estaba. Así que no me maté haciendo desayuno. Solo comí una barra de cereal y un vaso de jugo de naranja.

Sonó el timbre y me di cuenta de que seguía con mi bata de baño.

<<¿Cómo diablos le voy a abrir la puerta con esta facha!>>, pensé. <<…Pero tampoco puedo dejarlo afuera. ¡Demonios!>>.

No me quedó de otra que abrir la puerta tal y como estaba; con la mayor vergüenza del mundo.

A Paul casi se le salen de las cuencas. Contuve la risa.

- Hola, Rachel. –  acomodó sus facciones – Pensé que ya estabas lista.
- No quedamos en una hora concreta. De todas formas no me tardaré casi nada vistiéndome. Dame diez minutos.
- Toma lo que necesites. – luego su expresión cambió. – Mejor no. Puesto que el día es mío. Así que apúrate.
<<¡Desgraciado! Te aproveches de que soy mujer de palabra y cumplo con lo prometo.>>, pensé.

Me reí con sorna y subí las escaleras con toda la parsimonia de la fui capaz.

Después de haberme colocado unos jeans, un sweater y unas botas deportivas, me maquillé y luego bajé. Tardé justo diez minutos.

-          Ya estoy lista – le anuncié al monumento que yacía sentado en mi pequeño sofá.

Se puso de pie.

-          ¡Hasta que por fin de digna a bajar la princesa quilleute! – dijo con sorna e hizo un intento de reverencia.

Puse cara de hastío.

-          ¿Tú eres así de insoportable con todo el mundo o te reservas todo tu arsenal para mí solamente? – le sonreí con ironía.
-          Para ti tengo guardado un montón pero de otras cosas, que nada tienen que ver con esta forma de ser tan ácida. – sus ojos se mostraban profundos.

Tragué grueso y sentí la sangre detrás de mis mejillas.

Tomó mi cara entre sus manos y me besó tiernamente. Le correspondí, pero con ardor y deseo.

Sus labios eran carnosos y calientes. Por más frío que hiciera; entre sus brazos me sentía a punto de ebullición.

Nos separamos pero el reflejo de la excitación nos nublaba la vista a ambos.

-          Vámonos de una vez. No vaya a ser que tu padre nos consiga en algo indebido.

Me abrió la puerta y salimos. Me tomó por sorpresa que me llevara de la mano. Lo miré algo asombrada.

Se desenganchó de mí y el pesar se apoderó de su rostro.

-          Disculpa, Rach. No es mi intención presionarte. Yo no sé que me pasó. Fue como una reacción inconsciente.

Tomé una de sus manos entre las dos mías.

- ¿Por qué me pides perdón? – le pregunté con una sonrisa traviesa. – Al fin y al cabo, hoy se hace lo que tú quieras.

Me sonrió ampliamente.

-          ¿Sabes una cosa? – negué con la cabeza – Te amo, Rachel Black. – me acarició la mejilla y yo me incliné hacia la palma de su mano. – No me importa si tengo que esperar para que seas mía…

Mientras hablaba negué con la cabeza.

-          ¿Qué? – preguntó él.
-          No tienes que esperar nada. Ya era tuya incluso antes de lo supieras…es solo que debo arreglar el desorden que yo misma he creado con mi cobardía.

Él asintió y nuevamente sus labios rozaron mis comisuras lentamente.

Se irguió.

-          ¿Nos vamos en mi auto? – pregunté ya que no había otro afuera.
Él asintió.
Me complació secretamente que accediera a lo que pedí.
-          Bien. Toma las llaves.

Las saqué de mi bolsa y se las di.

Estábamos en el auto hablando plácidamente sobre cosas irrelevantes. Cuando mi celular sonó. Me puse pálida al ver quién era.

-          ¿Es él verdad? – preguntó con voz contenida.

Asentí.

-          ¿No piensas contestar? – presionó.
-          No voy a hacer que escuches esto.
-          Atiende. Prefiero saber que le dices a… - apretó los dientes.

Miré el aparato insistente una vez más antes de responderle.

-          Hola, Mathew ¿Qué pasa?
-          Hola, Rachel. No pasa nada. Bueno si. La verdad es que…te extraño.

Paul apretó la mandíbula de nuevo pero esta vez le chirriaron los dientes. Sabía que su oído lobuno funcionaba más que a la perfección en ese instante.

-          Ah. Está bien.
-          ¿Y yo no te hago falta? ¿Ni siquiera un poco?

Paul volteó a mirarme. Si antes dije que le sonaron los dientes, esta vez debían haber estado por caérsele.

-          Como amigo si, Math. Hace tiempo que te extraño solo como eso.

<>, pensé al ver la furia asesina en la cara de Paul mientras manejaba.

-          Y ¿Cómo tu novio? – preguntó Mathew algo molesto.

Tragué grueso.

<>

-          Contéstame, Rachel. – dijo con pena y molestia.
-          No, Mathew. De esa manera, no. Por favor necesito que vengas y arreglemos nuestra situación.
-          Sigues con la idea de terminar. – comentó - ¿Qué tengo que hacer para que cambies de parecer?. Rachel, yo te amo. Intentémoslo una vez más por favor.

Paul comenzó a temblar.

-          Mathew, quiero hablar contigo pero no por teléfono. Así que dime ¿Cuándo vienes?
-          Parto mañana por la madrugada. Llegaré al mediodía o quizás antes. – dijo con profundo pesar en la voz.
-          Bien. Te esperaré. Ahora no puedo seguir hablando. Así que…Cuídate mucho.
-          De acuerdo, Rach. Pero déjame decirte algo antes de que cuelgues. – rogó.

Paul volvía momentáneamente la vista con ira en los ojos.

-          ¿Qué será? – dije yo.
-          Te amo. Analiza bien las cosas antes de que sea demasiado tarde. Haría cualquier cosa por ti. Piensa en eso.

El otro puso los ojos en blanco con mucha molestia.

-          Adiós, Mathew. – tranqué el teléfono.

Me apreté el puente de la nariz.

-          Es un maldi…- empezó a murmurar.
-          Paul. Cuida tu boca. Mira que él no ha dicho nada malo acerca de ti. – le espeté.
-          ¿Te duele mucho? – me preguntó furioso y casi gritando.

Eso me obstinó a sobremanera.

-          Si porque es mi amigo. – comenzó a temblar de nuevo. Le agarré la mano que tenía sobre la palanca de cambios. – Y tú eres el hombre a quién amo. No me gusta oírte hablar así.

Se detuvo y me miró a los ojos.

-          Me mata de rabia que alguien te diga que te ama. Y peor; que tu le digas que te hace falta. No te puedo imaginar con otro. El solo pensar en eso…

Estaba empezando a temblar de nuevo. Y me abalancé sobre él para besarlo. Sus celos eran tan exquisitos. Me sentí profundamente deseada.

Nuestros labios se devoraban con codicia y nuestras lenguas tenían vida propia. Pasó de mi boca a mi mandíbula y de allí a mi cuello.

Yo respiraba entrecortadamente disfrutando de sus besos y caricias. Además mis manos no se quedaron tranquilas. Ellas se deleitaron con sus brazos fornidos y entraron por su espalda. Era tan sedoso, tan divino.

-          ¡Ya basta! – dijo pegando su frente a la mía – Bajémonos. – pidió jadeando, y con poca voluntad me separó de él.

Yo me giré hacia la puerta y no me detuve a mirar hasta que estuve afuera.

-          ¿Los acantilados? – pregunté. Estaba algo decepcionada. – No creí que fuésemos a saltar hoy.

Él sonrió complacido.

-          Y no lo vamos a hacer. – me tomó de la mano.

Lo dejé que me guiara sin titubear. Fuimos descendiendo por un camino empinado que quedaba a un lado de donde se solía saltar. Era algo intimidante; pero al tenerlo a él tan pegado a mí; protegiéndome; todo perdía importancia.

Bajamos tanto que llegamos a un ángulo en donde había una especie de caverna. Jamás la había visto. Ni siquiera cuando niña. Tampoco había escuchado de su existencia.

-          ¿Y esto? – pregunté asombrada.
-          Es una cueva. – dijo con una estúpida sonrisita de autosuficiencia.

Entrecerré los ojos.

-          ¡No me digas! – le espeté con ironía – Acabas de descubrir el agua tibia.

Se carcajeó.

-          No. En realidad la descubrí hace tiempo. Después de convertirme. – reía divertido.
-          Eres un idiota, Paul ¿Lo sabías?
-          ¡Wow!. ¡Acabas de descubrir el agua tibia! – dijo fingiendo que me iría.

Me tomó por la cintura y me adentró solo un poco más en la cueva.

Puso sus labios en la parte posterior de mi cuello, haciendo que me estremeciera. Se dio cuenta de eso, y se rió por lo bajo.

-          Perdóname, princesa ¿Si?. Juro que no te molestaré más durante el resto del día.

<<¿El resto del día? ¿Con Paul? ¿En una cueva prácticamente desconocida?. Eso definitivamente era una prueba para mi autocontrol. Y tenía tantas probabilidades de aprobarla; como aquel que presenta un examen de manejo y no sabe siquiera encender el carro.>>

Mi corazón se aceleró.

-          Me perdonas ¿Sí o no? – dijo todavía con sus labios pegados a mi cuello. Sentía el calor de su cuerpo, porque estaba recostado a mí.

No sé como lo conseguí. Pero hablé.

-          Eso…de…pende…- dije entre jadeos.

Subió desde mi cuello hasta mi oreja, sin despegarse ni un milímetro.

-          ¿Depende…de qué? – preguntó insinuante.

Respiré profundamente antes de contestarle. Luego me volteé hacia él. Nuestros labios quedaron apenas a unos milímetros de tocarse. Sentía su respiración en mi boca entreabierta.

-          De…cómo te comportes hoy. – le dije en un susurro.
-          Pues te diré la verdad. No seré bueno. No soy así. – sentí su risa bajita de nuevo.

No pude responder a eso porque me pegó aún más contra él y sentí cada parte de su anatomía. Un fuego; que no era el de su piel precisamente; me consumía.

De repente me arrastró hasta la fría pared de piedra. El contraste de lo frío con lo caliente era de lo más excitante. Me besó otra vez. Pero ahora con violencia y desespero. No pude hacer otra cosa más que corresponderle. Parecía que a cada instante que pasábamos juntos, las ansias del uno por el otro se acrecentaban de maneras exorbitantes.

Bajó hasta mi cuello como solamente había hecho una vez. Yo enredé mis dedos en su cabellera negra. Su olor era tan exquisito; como amaderado; y yo lo tenía en mi boca y lo saboreaba en mi lengua. Paul era mi adicción.

Sus manos se movieron lentamente desde mi cintura hasta mi cara. Luego empezaron a descender por mi cuello, mis hombros. Rozaron el límite entre mi tronco y mis senos, bajaron hasta mis caderas; para luego comenzar a subir de nuevo.

Me separó de él. La excitación de ambos estaba en el aire. Las ganas de consumar lo que había comenzado se reflejaba en nuestros ojos hambrientos.

-          Debe ser considerado un pecado capital que me mires como lo estás haciendo. – dijo casi sin aire. Aunque pare ser sincera los “dos” estábamos iguales.

Me reí.

-          Y lo es. Pero no te diré cómo se llama. Ya es hora de que el lobo feroz de comporte. – se rió con displicencia – Además, quiero ver más de esta cueva.

<<¡Mentirosa! Sabes bien que es lo que deseas.>> preferí ignorar a mi voz interior.

Intenté liberarme de sus brazos. Pero mis intentos fueron infructuosos.

-          ¿Te podrías esperar un momento, princesa impaciente? – puse los ojos en blanco - ¡Espérate! No te cuesta nada. – me ordenó.

Me soltó y se adentró en la oscuridad.

Se tardó unos minutos y luego volvió. Su eterno sarcasmo se cambió por un nerviosismo extraño. Me hizo inquietarme un poco.

-          Ya…está. Vamos. – estiró su mano y yo la tomé. Inesperadamente me haló para tomarme de la cintura.
-          ¿No te has dado cuenta de algo? – le dije mientras nos irrumpíamos aún más en la cueva. Él negó con la cabeza. – no me has dicho que es lo que quieres que hago hoy.

Se rió y casi me quedo sin aliento al ver esa dentadura blanca resaltando contra esa piel canela perfecta.

-          Eso es algo simple. Solo quiero que estés conmigo todo el día. Aquí nadie nos molestará; solo los chicos lo conocen, pero no lo frecuentan.
-          ¿Y tú sí? – asintió - ¿Por qué?
-          A veces me gusta alejarme de todo. Aunque sea por un instante, siento que soy normal.

Un dolor horrible atravesó su cara.

Hice que se detuviera. Su comentario me irritó. Respiré profundamente antes de contestarle; no quería hacerlo sentir aún peor.

Puse mi mano en su mejilla a modo de consuelo, él la retuvo en el sitio.

-          Escúchame bien, Paul Howe. No quiero que te veas como un fenómeno. Más bien siéntete orgulloso de ser uno de los protectores de una tribu milenaria; que está repleta de magia y misticismo. Tú eres una muestra de ello. Te has convertido en lo más hermoso que tengo, despertaste en mí sentimientos que nadie había hecho. Eres como un ángel que me rescató del hastío en el que me encontraba sumida. Enderezaste mi mundo.

Me abrazó fuertemente contra su pecho y me besó en la coronilla. Tenía la respiración entrecortada.

-          Rachel, llegaste a mi vida para trastocar todo. Para llenar mi soledad; porque a veces a pesar de que estaba acompañado; me sentía ínfimamente solo. Me enseñaste que esta vida tiene cosas preciosas, eres una muestra de ello. Preferiría que me quemaran vivo, antes de dejarte ir. Te amo demasiado.

Nos quedamos así un momento. Luego me separé.

-          Vamos a ver el interior de la cueva. Me muero de curiosidad por saber que es lo que te traes entre manos. – le sonreí con picardía.

Caminamos tomados de la mano. Otra vez.

Me pareció ver de repente una luz tenue, salir de una entrada. Cuando me paré en el arco de la misma casi me desmayo.

Paul había iluminado la estancia con unos poco velones. En el suelo había tendido una colcha oscura; no sabría decir si era negra o marrón, la iluminación no cooperaba; y sobre ella unos pétalos de rosas blancas.

Reprimí las lágrimas. Me adentré hasta quedar casi encima de la colcha. Era lo más hermoso que había visto. Mi corazón trataba de salirse de mi pecho.

Me senté sobre ella y lo miré con devoción a los ojos.

-          Gracias. – le dije con profundidad en la voz. Y estiré la mano a modo de invitación.

Se sentó conmigo.

-          ¿Te gusta? – preguntó.

Negué con la cabeza.

-          Tú, me gustas. Esto solo sube un grado a la adicción en que has convertido tu presencia para mi. Pero aún así gracias.

Sonrió pleno.

-          Perdona lo escaso. Yo hice lo que pude con lo poco que tenía. – dijo como avergonzado.

<<¿Acaso no entendía lo que yo sentía en ese momento?>> aparentemente no.

-          Paul, esto es más de lo que esperaba…
-          Pero yo te quiero dar todo. – me interrumpió.
-          ¿Todo? Solo contigo he descubierto el significado de esa palabra. Sin ti lo demás no importa. Ni esta cueva, ni las velas, ni los pétalos. Yo tengo todo solo si estoy junto a ti.

Me miró de una manera que no pude descifrar.

-          Si entendieras cuanto te amo; sabrías que lo que te doy me parece irrisorio a lo que tú te mereces. Sabrías que el aire se vuelve intolerable si no estás cerca, y sabrías que las cosas, y hasta yo mismo pierdo los sentidos. Contigo siento que respiro.

Esta vez fui yo la que lo besó.

<<¡Demonios!>> este amor estaba socavando cada parte de mi persona. Era más fuerte y más letal que una enfermedad sin cura. Porque para alejarlo de mí, tendrían que matarme.

Me acosté en la colcha y él se cernió sobre mí. Mis manos se movían anhelantes de cada milímetro de su cuerpo. Lo deseaba tanto. Sentía un temblor de nerviosismo casi infantil. Nunca había estado con alguien. Jamás. Estuve cerca en varias ocasiones con mi novio, pero no pude. Definitivamente esperaba al indicado. Y estaba más que demostrado que Mathew no era.

Nuestros labios parecían haber sido diseñados para reunirse. Se amoldaban con una facilidad increíble. Los suyos eran dulces, suaves y perfectos. Y los míos eran una petición constante de ellos.

Sus manos tocaron lugares que antes no se había atrevido a palpar. Tocó mis senos y a pesar de hacerlo por encima de la ropa, ellos reaccionaron. Las mías por su parte, se movieron con pericia. Se introdujeron entre su camiseta negra para alzarla y quitársela. Su torso cobrizo perfecto quedó expuesto ante mí. Sentí  que una ola de calor nublaba mi razón.

Paul me arrebató el sweater y solo me quedaba el brassier; puesto que no me había puesto camiseta. Sentí su erección entre mis muslos y por encima de mis jeans. Él comenzó  moverse contra mi intimidad de manera superficial mientras me besaba. Mis gemidos no se hicieron esperar.

Desabrochó mi sostén y mis senos quedaron a su merced. Por un segundo los miró, y sus ojos estaban llenos de algo que parecía devoción. Luego en un arrebato de momento se llevó uno a la boca. Jadeé en el acto. Paul disfrutaba de mí y yo le permitía que lo hiciera.

Subió hasta mi oído.

-          Tengo algo que confesar. – dijo entre jadeos. – Hice trampa en la apuesta. Solo quería ganar tu voluntad por un día. Y me salió mejor de lo pensado.
-          Lo sospeché…chico malo. – dije entrecortadamente. Mientras sus labios se deslizaban de arriba abajo.
-          Eres mía, Rachel Black. Solo mía. – y me besó con ira. Como para demostrarme las fuerza de sus palabras.

Una de sus manos soltó el botón de mis jeans. Luego de acariciarme el vientre la introdujo entre mi ropa interior. Solté un gemido magistral que retumbó en la caverna.

Sus dedos se empeñaron en masajear mi núcleo de placer, que ya estaba previamente humedecido por sus caricias externas. Con su mano trazó círculos estimulando mi sexo hasta un punto casi tortuoso.

Tenía mis uñas clavadas en su espalda; pero eso no lo afectó. Poco a poco sentía los espasmos del orgasmo. Mis constantes gemidos generaron un estruendo al chocar con el eco constante del lugar.

Incrementó su presión y su velocidad. Con una arcada de espalda me dejé llevar hasta un delicioso clímax que antes no había sentido.

Sus manos se dispusieron a bajar mis pantalones totalmente.

Pero fue allí cuando supe que debía parar.

-          ¿Paul? – dije entrecortadamente. Todavía no me había recuperado del orgasmo.
-          Dime. – me susurró.
-          Este no es el momento. – se dejó caer de golpe en la colcha.
-          ¿Hice algo mal? ¿Te lastimé? – dijo preocupado.

Negué con la cabeza.

-          No quiero que te molestes, pero hoy no debemos hacerlo. Quiero arreglar lo que te había dicho y luego podremos estar juntos.
-          ¡Maldito sea ese Mathew! – espetó molesto.
-          ¡Paul! – susurré horrorizada.
-          Se ha metido hasta en nuestra vida íntima. ¡Lo odio!.

Le toqué la cara.

-          No digas eso por favor. No es su culpa. Es mi…
-          ¡No! Él si tiene la culpa. Ya debía haber aceptado que tú no lo quieres. En vez de continuar presionándote. Típico niño rico malcriado… – bufaba con ira desmedida.
-          Las cosas no son así. Tranquilízate, por favor. Te lo suplico.

Estaba comenzando a temblar de nuevo; pero se controló.

-          Te juro que a partir de mañana, ya no habrá nada que nos detenga. – le dije

Pegó su frente a la mía.

-          ¿Seguro, Rach? Porque no son simples ganas de tener sexo. Es que literalmente “te necesito”. Tengo ansias de ti, de tu cuerpo, hasta de tu alma. Y lo de ahorita; despertó una vorágine de necesidad.

Le sonreí tímidamente.

-          Te juro que será así, amor mío. Y con respecto a lo de ahorita…Gracias… fue exquisito y perfecto. Porque lo provocaste tú.

Me sonrió con ternura y me besó delicadamente.

-          No fue nada. Quiero que vivamos todo juntos. Y quiero que sea como tú quieras. Si tú necesitas hablar con el tipo ese antes; pues así será. Pero apúrate  Rachel, no soporto que te sientas unido a otro. Así sea por lástima.
-          ¡Paul, eso sonó horrible! – le reclamé compungida de culpa.
-          Lo siento; pero es cierto…- le puse mi mano en los labios.
-          Shhh. Ya no hablemos más de él en este momento.- le pedí.

Y lo besé con fuerza. Primero me respondió; pero luego se congeló y se separó.

-          No me enciendas de nuevo, Rachel Marie. Porque no respondo de mis actos. Te deseo demasiado como para controlarme dos veces.

Me reí y me senté.

-          ¿Puedes alcanzarme mi brassier y el sweater? – me lo pasó de inmediato.

El deseo ardió negro en sus ojos de noche sin luna.

-          Gracias. – le dije.
-          Mientras que te vistes, yo voy a recoger todo.



Llegamos a la casa y aún Billy no había llegado.

-          ¿Quieres comer algo? – le pregunté a lo que entramos.
-          Si, por supuesto. – me contestó alegre.
-          ¿Qué quieres? – le interrogué de nuevo.
-          Lo que quieras preparar. Porque cocinas divino. – dijo con una macabra sonrisa.
-          Idiota. – le espeté a manera de broma y me dirigí a cocinarle a mi lobo hambriento.

Para variar se devoró todo. Esta vez no se molestó en fingir que no le había gustado lo que hice; total ya se había salido con la suya. Cuando terminamos nos recostamos en mi sofá, que para beneficio mío; resultaba pequeño para alguien como Paul. Lo cual nos mantuvo muy juntos. Yacía acostado en su pecho fingiendo que veía la tele; mientras que él hacía zapping con el control.

Allí me sentía cómoda, así que no era de extrañarse que me adormilara. Me puso alerta el hecho de que pasara sus dedos entre mi cabellera.

-          ¿Tienes sueño? – me preguntó con dulzura - ¿quieres que te lleve a la cama?

Negué con la cabeza y me senté derecha.

-          No. No hace falta.

Se me quedó viendo fijamente. Primero con toda la fuerza             que arrastra la imprimación. Luego con rabia y miedo.

-          ¿Qué te ocurre? – le pregunté extraña por su actitud.

Entrecerró los ojos.

-          ¿Cómo vamos a hacer mañana? – me preguntó.
-          Vamos, no. “Yo” seré quién arregle mi situación con Mathew. Sería extremadamente cruel de mi parte que me presente contigo; para terminar con él. – negué con la cabeza.

Casi bufaba por la nariz.

-          ¿Y piensas ir a encontrarte con “ese”? te puede lastimar o envolverte para que no lo dejes.
-          Pues no lo logrará. Sé muy bien a quién quiero. – le sonreí.

Sé que no le gustaba la idea para nada, pero tampoco me daría problemas puesto que todavía no habíamos dado un nombre a lo que teníamos. Aún no le había dado mi respuesta.

-          No sé porqué le tienes tanta rabia. Él no te ha hecho nada. Ni tampoco es una mala persona. Me apoyó cuando llegué a la universidad y estaba sola.

Paul gruñó por lo bajo.

-          Ahora resulta que el tipo es un santo. – se rió con amarga ironía.

Me reí en su cara.

-          Y de paso te burlas de mí. – me recriminó.
- No me burlo de ti, sino de tus celos ridículos.
- Yo no estoy celoso de ese…tipo. Es solo que me cae mal por haberte tenido durante dos años. Fuiste suya. – me dijo en tono recriminatorio.
- Eso en mi idioma lo llaman celos. – me burlé.

En un arrebato; me tomó la cara entre sus grandes manos y miró a mis ojos con profundidad.

Apenas y pude respirar.

- No soporto la idea de que otro haya besado tus labios o… algo más. – le costaba hablar.

Le quité las manos de mi cara y me levanté para sentarme en sus piernas. Paul me sostuvo por la cintura.

- ¿Y a ti qué más te da si yo estuve con él?. A quién amo es a ti. Y puedo asegurarte que jamás en mi vida había amado tanto.
- Discúlpame, soy idiota e inseguro. Pero todo eso es porque te quiero. Solo deseo que estés conmigo. – me dijo con su frente pegada a la mía.
. Eso es solo cuestión de tiempo. Solo espera un poco.
- Te dije que lo haría y así será. – su voz sonó entrecortada.

Acaricié a comisura de sus labios con la yema de los dedos. Él miraba los míos con ansias.

- Mañana todo “eso” se acabará y tendremos un sin fin de tiempo para nosotros. Pero esto debo arreglarlo yo sola.

Gruñó y yo me reí.

- Pórtate bien. Ya basta de malcriadeces. – le dije con falso tono autoritario.
- No puedo. Con él, no. Es que no lo soporto. Quiero que se pase rápido el día y que sea mañana. Las horas se me pasarán lentamente.

Le acaricié los labios de nuevo. Al sentir mi contacto; cerró los ojos.

- Por el mañana no te preocupes. Lo que importa es el hoy. Y “hoy” estamos juntos tú y yo.

Suplanté mis dedos por mis labios, y así comenzó una batalla campal entre la locura y la cordura. La pasión y la razón. Las ganas desenfrenadas de que él se fundiera en mí, y lo que debía hacer correctamente.

Cada beso, cada caricia, cada roce encendía en mi cuerpo una hoguera casi inextinguible. No conocía esta fuerza demoledora, y solo Paul era capaz de activarla.

Sin dejar de besarme, me recosté en el pequeño canapé y él se cernió encima de mí. Su boca descendió hasta mi cuello lentamente y sus manos exploraban mi cuerpo.

Mi respiración era vergonzosamente ruidosa, pero a él no parecía importarle.

Deslizó los dedos entre mi sweater, sentía mi piel arder.

De repente se envaró. Sus manos salieron de mi ropa.

- Viene un auto. – me dijo con molestia.

<>, me senté a su lado.

- Creo que es mejor que me vaya. Además de venir alguien; pareciera que deseas volverme loco en lo que resta de tarde. – me espetó con ironía.

Me extrañé.

- ¿Yo por qué?
-  Porque me enciendes y luego me interrumpes diciendo que “debes hacer lo correcto”. – su amargura era latente. – No sabes lo difícil que es contenerme contigo, Rachel. Me es casi imposible.
- Tienes razón. – me senté correctamente.- No tengo derecho a hacerles esto.
- ¿Hacernos? – preguntó confundido.
- Si, a ti y a Mathew. – asentí.
- ¿Le estás faltando el respeto por estar con quién amas? – se rió con sorna.
- No. Le estoy faltando el respeto porque aún nuestra ruptura no es legal; por así decirlo. Y él jamás me ha dado un motivo para engañarlo.
- ¿Pero engañarlo en qué?. Él se ha engañado a sí mismo; queriendo creer que tú lo amas.
- Eso no cambia las cosas. Solo será hasta mañana que deje de ser su novia oficialmente.

Su cara se transformó en una máscara horrible de dolor combinada con furia y sus manos comenzaron a temblar.

- ¡Maldición, Rachel! Es lo peor que pudiste haber dicho. Me largo. – se separó y comenzó a alejarse en dirección a la puerta. – Me largo.

Corrí tras él..

- ¡Paul! No quiero que te vayas así. ¡No lo tomes a mal!

Volteó hacia mí rápidamente. No estoy segura, pero me pareció que una lágrima se escapó de sus ojos. Pero se adentró en el bosque y no vi más nada.

En ese instante advertí de soslayo la patrulla de Charlie. Entré en la casa antes de que pudieran verme. No tenía ganas de hablar con nadie. Me sentía como una completa miserable.

Logré lastimar a dos hombres que me amaban. Y ambos en el mismo día.


2 comentarios:

  1. De nuevo nos dejas deseando más, eres malvada, como nos vas a dejar en la expectativa que le dira rachel a Mathew o este armara una de las suyas. Y que pasara con Paul, le dira q si despues de todos lo que siente.

    Exitos y besos, espero que pronto coloques el capitulo ;-)

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  2. MI FIEL ADRII...GRACIAS POR SEGUIRME AMII EN TODOS LADOS...Y PUES GRACIAS...TODO LO QUE ESCRIBO LO HAGO CON EL AMOR A MI SAGA...GRACIAS MAMA MEYER!!...Y PUES CLARO QUE DEBO SER MALVADA...SI NO LA COSA SE PONDRIA AGUADA...SE TE QUIERE...XOXO

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