jueves, 23 de septiembre de 2010

Sin Alternativas - Sexto Capítulo:






"DEPENDIENTE DE TI"

El agua caliente seguía saliendo por el grifo llenando el ambiente con su vapor.

-       ¿De verdad quieres que te haga mi mujer? – me dijo con su frente pegada a la mía. No tenía casi aliento y una dolorosa erección recostada de mí  abodomen.

-       Si, ayer fui tuya. Pero hoy necesito más que eso. – apenas y podía hablar. – necesito que me hagas sentir tu amante, tu amiga, tu todo. Por que eso eres para mí.

En ese momento me tomo por los glúteos. Y me subió hasta que la punta de su miembro quedo posicionado en mí entrada.

-       Si eso quieres, pero te lo advierto. Soy demasiado posesivo, y no dejaré que nadie más toque cualquier milímetro de tu ser. – acarició la extensión de mis brazos.- Serás más que mi mujer. Serás mi diosa.

Y me penetró con ahínco pero con delicadeza. Jadeé al instante.

Enredé mis piernas alrededor de su cintura mientras Paul entraba en mí. Su boca arrancaba besos feroces de mis labios mientras su sexo reclamaba lo que le había entregado: todo mi ser.

Mis brazos se aferraban a su cuello, y mi espalda estaba pegada contra la fría pared de cerámica que contrastaba con el calor corporal de Paul. Me fascinaba a sobre manera la sensación de esas temperaturas opuestas.

Este encuentro fue más tierno que el primero. Sus gemidos eran descargas eléctricas que recorrían toda la extensión de mi cuerpo. Y sus suaves pero profundas embestidas me causaban espasmos placenteros que me robaban el aliento y hacían que enterrara suavemente mis uñas en su piel.

En esta ocasión sus gemidos fueron más fuertes que los míos; lo que aumentó mí excitación al constatar que lo estaba disfrutando y que hacía lo que le había pedido: Que me hiciera su mujer.

Sus penetraciones comenzaron a ser constantes y sus manos apretaron mis glúteos para poder incrementar la velocidad de sus embestidas. Me encontraba jadeando sin control en su oído, luego sus manos subieron hasta mis caderas y de allí se aferró para entrar en mí con mayor fervor que antes.
Ambos estábamos a punto de llegar cuando lo besé con fiereza e incluso mordí su labio inferior; a lo que el gruñó con exasperado placer. Y fue en ese momento en el que alcancé el clímax. Lance un gemido profundo y sordo. Segundos después el me alcanzó con un profundo gañido.

Me colocó sobre mis pies de nuevo. Duramos unos segundos quietos, sosegándonos. Le sonreí y lo atraje hacia el chorro de agua caliente. Dejé que diera en su espalda.

Coloqué mis manos en su cintura y lo vi fijamente a los ojos.

-       Ahora tú también eres mío… – encajé mis uñas en su piel. – y no pienso dejar que te alejes de mí.

Se río de manera seductora.

-       Estás demente si crees que me alejaré de ti… – me estrechó en sus brazos y se puso sombríamente serio. – y mucho menos permitir que te fueras con otro. No les dejaría el camino libre jamás.

Me carcajeé y él me miro confundido.

-       Eres un celópata,  Paul. Yo no te dejaría por nadie. Así que mejor relajémonos. – utilice un tono persuasivo y sensual; mientras resbalaba mis manos por el contorno de su cuerpo. - … y aprovechemos estos momentitos de soledad.

Subí rasguñando suavemente la parte anterior de sus muslos. Luego me deleité  en la “V” perfecta que tenía debajo de sus abdominales de acero.

Mordí suavemente el lóbulo de su oreja. A lo que él respondió con un fuerte jadeo. Se reía suavemente y rocé la comisura de sus labios con los míos.

Me apretó aún más por la cintura y gruño en mí oído.

-       ¿Qué pretendes…Rachel Black? – susurró con dificultad. - ¿volverme loco? Pues ya lo lograste, ¿o es que ahora quieres matarme?

Estaba tan exasperado y tan descontrolado que me causo gracia.

Le sonreí con malicia.

-       Es un interesante juego de palabras el que acabas de escoger…matarte. ..– fingí estar pensativa. – quizás sí…pero de una manera muy peculiar.

Fui descendiendo por su pecho; dejando besos húmedos a mi paso mientras que lo arañaba con ternura; hasta que llegué a su masculinidad.

Volteé hacía arriba y vi como me miraba. Lo hacía con lujuria, con deseo y hasta con necesidad.

Puse mis manos a ambos lados de su miembro viril. Y con una suave fricción fui robándole gemidos desquiciantes.

Luego lo coloqué en mi boca y sorbí de él con fuerza. Lo masajeé, y Paul soltó un gruñido casi salvaje y me tomó del cabello. Me marcó el ritmo para llevarlo al cielo. Cuando estuvo a punto de explotar me separó de él viéndolo fijamente.
Mi mano suplantó a mi boca y con movimientos verticales insistentes lo llevé al clímax. Sus jadeos eran fuertes que recé porque no hubiese nadie afuera que lo escuchara.

Terminamos de bañarnos. Salí de la ducha y me coloqué mi bata y él la toalla azul marina que le había dado en el baño.

Estaba buscando mi ropa cuando sentí su cuerpo pegado a mi espalda.

-       Paul. Pórtate bien. Ya es suficiente para una mañana. – le dije sin mucha convicción.

Gimió en mi oído.

-       No lo creo. – susurró seductoramente mientras introducía su mano por el frente de mi bata de baño para acariciar mi sexo.

-       Paul…eres insaciable. – quise que mi tono fuera reprobatorio; pero no lo pareció en nada. Además al parecer yo estaba padeciendo de la misma enfermedad que él.

-       Tú tienes la culpa. Me has hecho dependiente de ti. Ahora enfréntate a las consecuencias. Nunca tengo suficiente de tu cuerpo.

Sus caricias eran casi tan intensas como mis gemidos. Jadeaba en mi oído y eso me ponía frenética. Me pegaba a su cuerpo buscando apoyo porque sentía desfallecer entre sus manos.

Repetidos espasmos predijeron la llegada del orgasmo. Y cuando llegué me dejé caer en sus brazos, mientras Paul me dirigía a la cama.

Quitó la bata, que me empezaba a molestar.

Me tendió en el lecho, se levantó para quitarse la toalla y colocarse encima de mí. Sus besos eran ávidos y feroces como si intentara arrebatarme algo, y su lengua se encontraba en una batalla con la mía.

Sus manos repartían caricias a lo largo de mi cuerpo, arrancándome gemidos  de mi parte y gruñidos de la suya. El no sabía cuanto poder ejercía sobre mí,  ignoraba que con tan solo jadear despertaba en mi interior miles de sensaciones deliciosas que me hacían arder de deseo.

Abrió mis muslos para entrar en mí, pero esta vez no fue delicado como en la ducha. Fue duro, fue salvaje, fue sin tregua. Me penetró como si de eso dependiesen nuestras vidas, yo lancé un grito ahogado. Sentirlo dentro de mí era experiencia religiosa. Como tocar la gloria por unos instantes.

Me aferré a su tersa y fornida espalda con mis uñas. Mientras que el seguía haciéndome suya una vez más. Los dos gemimos sin control y sin aliento. El clímax se fue apoderando de los dos y en dos estocadas más ambos llegamos juntos al orgasmo.

Se quedó en mi intimidad hasta que nuestros cuerpos y nuestras respiraciones se regularizaran.

Después se acostó a mi lado y me acarició la mejilla.

-       Me encanta sentirte temblar entre mis brazos. No hay nada mejor que se le compare. – dijo con una sonrisa triunfal.

Me pegué más a su cuerpo y él me abrazó con fuerza.
 Pasó su pierna y me envolvió con ella.

Me reí.

-       ¿Sabes? El otro día leí en una revista que los hombres que toman así a su pareja, es porque son posesivos.

-       Se carcajeó con ganas.

-       Yo no soy así, pero tú me perteneces. Eres mía y de nadie más.
Le sonreí y le di un corto beso en los labios.

-       Menos mal que no lo eres. - suspire.

Nos quedamos viéndonos por un largo rato. Al final fue él quien hablo.

-       Podría despertarme así todas las mañanas de mi vida y nunca me aburriría. – dijo mientras me acariciaba el cabello.

-       ¿En serio? – le pregunté.

-       ¿Lo dudas? – abrió los ojos con expectación.

-       No - le susurré dulcemente - pero me gusta que me lo digas.

-       Tonta. – se rió y me besó. – claro que sí. Nada me haría más feliz que levantarme contigo todos los días.

Gemí de placer.

-       ¿Qué pasa? – se puso serio – ¿qué dije?

-       Hablando de levantarnos… - le constante.

-       No. Un ratito más. – dijo en un tono infantil y apretándome más contra él.
Le acaricie la espalda.

-       Vamos…lobo perezoso. Debemos levantarnos. Mira que podría llegar Billy. Además debo hacer unas compras en el Thrifway. ¿Me acompañas?

Asintió. Nos besamos tiernamente y luego nos pusimos de pie.

Él se vistió rápidamente y bajó a calentar el auto mientras yo me terminaba de arreglar.

Como estaba lloviendo y hacia mucho frío me coloqué unas botas y una chaqueta negra gruesa. Bajé corriendo las escaleras y salí de la casa. Me metí en el asiento del copilo.

-       ¡Por fin! – dijo con falsa exasperación mientras arrancaba el auto. – te tardases una eternidad.

Le sonreí con ironía.

-       Pues yo no tengo la culpa de que alguien haya hecho de mi cabello un nido de pájaros.

-       Si la tienes – dijo sin vergüenza alguna y sin poder dejar de reír. – ¿Quién te manda a tentarme tan temprano?

-       ¡Descarado! – le espeté entre risas.

-       ¿Tienes mucho frío? – preguntó conteniendo la risa. – No me pareció eso hace un rato.

-        Pues si fíjate. Resulta que alguien no me dejó notar la temperatura. Y esta me golpeó de repente. Y yo no tengo un calor corporal de 42° grados. – le reproche.

Ambos nos reímos.

Seguimos bromeando y hablando de temas sin sentido hasta que llegamos al supermercado.

Entramos e hicimos las compras en un santiamén. Pasamos por la nevera de los helados y escogí tres envases grandes. Paul me veía asombrado.
-       ¿De verdad comes tanto helado? – se notó pensativo. – No lo había notado.
-       Es que me suelen dar ganas tarde por la noche, y a esa hora no estas conmigo. Además no había comprado mucho aquí. – le sonreí con displicencia

-       Es bueno saberlo. ¿Pero como haces con el frío? – preguntó curioso.

-       Pues me abrigo y me lo como. – ambos nos carcajeamos.

-       ¿Cuáles son tus sabores favoritos?

-       Estos tres – señalé los envases. – Mantecado, fresa y torta suiza.

Asintió como si estuviese memorizando cada detalle.

-       Cada día te conozco más. Y me asombra lo que veo. Pero aún así me gusta.

-       Que bien – le dije siguiendo el camino a la caja.

Cuando iba a pagar el sacó su billetera. Lo detuve.

-       ¿Qué haces? – le pregunté inquieta.

-       Pagar las compras – dijo en un tono explicativo como si tuviera que entenderlo a juro.

-       Pues no. Estas compras son de mi casa y yo las pago. Tú no tienes ninguna obligación para eso. – dije algo molesta.

-       Pero es que tu… - no lo dejé terminar

-       Es que yo nada. – le toqué la cara. – Gracias pero eso no te compete…por ahora. – le sonreí.

Le brillaron los ojos.

-       Está bien.  –y guardó la billetera

Saqué mi tarjeta.

De pronto noté que la cajera estaba desnudando a Paul con la mirada. Sentí una llamarada de resentimiento.

Lo vi y él estaba pendiente del chico que guardaba las compras.

Le tomé la mano mientras que terminábamos de pagar. Él me abrazó por la cintura inocente de mi reacción. Sabía que era algo estúpido pero la rabia dominaba mis acciones.

Al ver esto, la cajera puso cara de decepción y yo reí con malicia.

Terminé de pagar y salimos de allí sin soltarnos.

-       Esa tipa me traía de los nervios. – le comenté por lo bajo.

Paul me miró extrañado.

-       ¿Por qué? Fue muy amable, Rach. – dijo en tono reprobatorio.

Que la defendiera hizo que me diera más rabia aún.

-       ¡Si, demasiado diría yo! Sobre todo cuando te estaba comiendo con los ojos. – espeté enojada me iba a montar en el carro cuando él formó una presa con su cuerpo. Me quedé encerrada entre el automóvil y su cuerpo.

Me miró a los ojos con diversión perversa.

-       ¿Estas celosas? – me preguntó conteniendo la risa.

Le volteé la cara.

-       Dime…¿Estás celosa? – insistió.

Volteé a mirarlo.

-       Pues no. Pero me exaspera que la gente no respete. – mis palabras sonaban agrias.

-       ¡Seguro que si! – dijo mientras negaba con la cabeza. – Estás celosa, Rachel. Admítelo.

Quise empujarlo pero no pude. Paul era tan fuerte.

-       No seas estúpido. Me quiero ir a mi casa, así que dame un lado. – ni se inmuto. – ¿Quieres que grite?

Mis celos cegaban mi razón haciéndome actuar de forma absurda.

-       Puedes intentarlo. – una sonrisa de autosuficiencia colgaba de su rostro.

Tomé una bocanada de aire para gritar pero al instante tuve la boca de Paul acallando cualquier conato de sonido.

Intenté resistirme y apartarme pero no pude siquiera girar mi cara. Se aplastó aún más cuando sintió mi rechazo.

Mi cuerpo fue cediendo y sucumbí frente a sus besos apasionados.

-       ¿Nadie les ha dicho que besuquearse de esa manera en público es de mal gusto? – dijo alguien.

Paul no me soltó pero si se separó.

-       Y a ti ¿nadie te ha dicho que entrometerse en los asuntos de ajenos, también es mala propiedad? – preguntó entre molesto y divertido.

El chico era alto y tenía el mismo tono de piel de nosotros quizás un poco más oscuro; pero no mucho. El cabello corto y un cuerpo descomunal. Me resultó familiar. Pero no estaba segura de si era Jared o no.

-       ¿Cómo estás, Rachel? – dijo él – bueno. Ya veo que bien. – Paul siseó por lo bajo – Tranquilo, es solo un cumplido.

-       Hola… - dije tratando de recordar.

-       Soy Jared. ¿No te acuerdas de mí?

-       No estaba muy segura de que fueras tú. Has cambiado mucho. – me excusé.

-       Tu también cambiaste, pero aún así te reconocí.

Me reí avergonzada de su comentario.

-       Tienes razón. Y espero que el cambio haya sido favorecedor. – dije entre risas.

-       Sí que lo fue. – contestó él con una sonrisa natural y amistosa.

-       Ya basta pues. – Paul estaba algo exasperado – Deja de ser tan baboso, Jared.

Reí con perversión al ver que le había llegado su turno de estar celoso.

-       ¿Qué haces por aquí? – preguntó mi novio.

-       Iba de pasada, cuando los vi. Y decidí saludarlos. – se explicó él. – ¿Van a comprar? o ¿Ya lo hicieron?

-       Ya estamos listos. – respondió Paul por mí.

-       Ah, está bien…– quería preguntar algo pero no sabía como hacerlo. En la cara se le veía. - ¿Y…ustedes están…?

-       Juntos. – concluyó su amigo – Rachel es mi novia. – dijo él orgulloso tomándome de la mano.

-       ¡Que bien¡ - dijo Jared con aspaviento. - Eso hay que celebrarlo.

-       Puedo preparar un almuerzo mañana. Si gustan. – propuse.

-       ¡Claro que sí! – sé apresuró a decir el chico.

Paul puso los ojos en blanco pero sonrió.

-       Los esperaré mañana al medio día en mi casa, entonces. – le dije

-       Dalo por hecho. – concluyó Jared.

Seguimos hablando ahí por unos minutos más. Luego nos fuimos.

Le ofrecimos el aventón pero dijo que iba cerca de allí.

Llegamos a la casa pasado el medio día. Sabía que Paul tendría un hambre considerable; así que apenas guardamos las compras me dispuse a cocinar.

-       Debes estar famélico, ¿cierto? – le pregunté medio en broma mientras iba preparando todo.

-       Pues la verdad, si. Muchísima. – aceptó.

-       Toma lo que quieras de la alacena, cielo. Siéntete como en tu casa. – no mentía me encantaba que estuviese allí conmigo. Me fascinaba la idea de algún día vivir con él.

-       Gracias. – sonrió abiertamente.

Me hizo caso. Fue a los gabinetes y tomó un paquete grande de Doritos. Lo abrió y lo primero que hizo fue ofrecerme.

-       ¿Quieres, Rach?

Asentí. Tomó uno y lo puso en mi boca. Pero no pudo retirar la mano porque retuve uno de sus dedos con los dientes.

Lo lamí y luego me comí el pedazo de snack.

-       No empieces. Mira que no sabemos si Billy viene en camino. Y si yo empiezo no pararé en un buen rato. – dijo con los ojos negros de deseo.

Me carcajeé.

-       ¡Que sensible estás! – dije con burla. – Cualquiera que te escuche hablar diría que soy una incitadora de lo peor.

Se carcajeó.

-       Definitivamente no eres de lo peor. Pero sí toda una incitadora. Y con agravantes; porque sabes que en cualquier momento llegará tu padre y no deberíamos hacer nada.

Ahora fui yo quien se reía.

-       Sí, claro – especté con ironía. – Soy una verduga malvada.

-       Admítelo, si lo eres.

Solté los vegetales que me disponía a cortar y me acerqué a él, que permaneció recostado de la nevera.

Acerqué su cara a la mía, tanto que nuestras comisuras se rozaron.

-       Quizás sí… quizás no – suspiré. – pero no me arrepiento de cómo soy; porque así te encanto.

Sonrió.

-       Eres una engreída.

-       Lo sé. – y pase la punta de mí lengua por su labio inferior. Luego me separé abruptamente.

-       Tengo mucho que hacer. Anda a ver televisión. – me reí en el sitio.

Paul se había quedado en el sitio.

-       Eres maquiavélica. Te gusta hacerme sufrir. Pero esta la pagarás caro.

-       ¡Uyy! – hice ademanes de temer. – Estoy temblando.

Su seductora sonrisa torcida me dejó sin aliento.

-       No. Eso vendrá después. – dijo refiriéndose a…”mis finales felices”.

Ambos nos reímos.

-       Ven, tontita. Yo te ayudo. – se dispuso y soltó la bolsa de Doritos en el tope.

-       No hace falta. De verdad. –le insistí.

-       Yo lo sé. Pero aún así quiero hacerlo. No eres servidumbre como para estarme atendiendo siempre.

-       A mí no me pesa encargarme de ti. – le dije con sinceridad.

Se me acercó por detrás, me abrazó y me habló al oído.

-       Sí, me lo has demostrado. Pero eres mi novia no mi doméstica.

Me gire hacía él.

-       ¿Te he dicho que te amo? – le pregunté conmovida.

-       Sí, pero no me canso de oírlo.

-       Pues te amo… te amo… te amo. – lo besé por un segundo. – Gracias por ser tan especial conmigo.

-       No tienes nada porque agradecerme, solo te doy el lugar que mereces; aunque no pueda darte mucho en lo material.

Entrecerré los ojos con rabia.

-       ¿Por qué eso te atormenta tanto? Te he repetido hasta el cansancio que a mi no me importa nada. Lo que me importa eres tú…- le tomé la cara. Entre mis manos. – Lo demás es un plus. Si necesito algo, trabajare para ganármelo. Como lo he hecho siempre.

Me vio de manera indescifrable por un momento.

-       Me atormenta, porque quisiera darte todo y no puedo. Pensar que tuviste esa posibilidad y la dejaste…- su cara era una máscara de remordimiento y rabia.
-       No te atrevas a decir que fue por tu culpa. Ya te he dicho que mi amor por Mathew murió mucho antes de verte. – le dije viéndolo a los ojos.

-       Tienes razón – me apretó entre sus grandes brazos. –…y te estoy haciendo pasar un mal rato solo por mis estupideces. Disculpa.

-       No tienes que disculparte por decirme lo que piensas. Pero no quiero que te atormentes por estupideces. Las cosas han pasado como han debido ser. – me separé para ver su reacción. – Si no ¿por qué crees que a pesar de 2 años de relación no pude estar con mi novio?

-       Tu ex .– se apresuro a decir.

Me reí de su aclaración.

-       Bueno, mi ex.

-       No lo hizo porque lo hubiese matado. –dijo con odio negro.

-       No seas ridículo, Paul. No hubieses matado a nadie, porque Mathew no tiene ni idea de lo que nos pasó a ambos. Además no te conocía. Y si mal no recuerdo tu me aceptaste pensando que ya había sido de él. ¿o me equivoco?

Mis palabras lo golpearon con la fuerza de la realidad.

-       Eso fue un error mío. No debí pensar eso de ti. – dijo con vergüenza.

-       Yo no te estoy juzgando. Pero te dejo las cosas claras. No quiero que digas improperios. Y de paso amenazando a nadie. No importa lo que pasó antes. Ya estamos juntos Paul Howe. Lo pasado es pasado. ¿te parece?

-       Sí, princesa.

Me beso dulcemente.

Cocinamos entre los dos. Comimos y nos acurrucamos en el sofá a ver televisión.

Así nos encontró Billy.

-       Hola, papi. – lo saludé sin levantarme del sofá.

-       Hola, nena. –  nos vio con cara de pocos amigos. – Hola, Paul. ¿Cómo han estado?

-       Bien. – le respondí. – Hicimos el almuerzo pero ya comimos. El tuyo está guardado en el horno microondas.

-       Gracias, Rach. Pero comí en casa de Sue.

-       ¡Que novedad! Te la pasas ahí. – comenté.

-       Sí. Desde la muerte de Harry ha necesitado ayuda. – murmuró pesaroso. Estimaba mucho a su difunto amigo.

-       Me lo imagino.

Iba a seguir a la cocina cuando Paul llamó su atención.

-       Billy ¿puedo hablar contigo un momento?

Mi padre le indicó con la cabeza que prosiguiera.

-       Quería informarte que Rachel y yo somos novios. Ayer lo hablamos pero quería hacerlo oficial contigo ahora.

<< ¡Qué manera de soltar las cosas!>> pensé.

La expresión de Billy no se afectó en nada. Supongo que el ya sabía que eso se aproximaba.

-       Me parece bien. – dijo serio. – Espero que la cuides. Si no… Deberás responderme a mí.

-       Sí, Billy. Lo sé.  -  aceptó Paul.

-       ¿Los demás chicos lo saben? – preguntó mi padre.

-       Solo Jared. – le respondió mi novio. - ¿Por qué?

-       Simple curiosidad. Ahora los dejo. Para que hablen.

Se dirigió a la cocina y lo escuché hurgando en los gabinetes.

Me reí por lo bajo.

-       ¡Tienes una forma de decir las cosas; que deja mucho que desear!

-       Solo fui directo al grano. No me gusta irme por la tangente.
-       Bien dicho. – lo felicité.

El tiempo pasaba rápido cuando estaba con él. Cayó la noche y Paul se tuvo que ir. Nos despedimos; sin querer hacerlo; con ternura casi empalagosa.
Le recordé que al día siguiente debía venir a almorzar. Asintió, me besó y se fue.

Entré y me acosté en el canapé de nuevo.

Billy estaba sentado al lado izquierdo del mueble. Por lo que apoyé la cabeza en el lado derecho; para verle a la cara.

-       Papá. ¿estás molesto? – le pregunté

-       No, nena. – dijo con una pobre sonrisa.

-       Te conozco, y sé muy bien que no estás a gusto con mi relación con Paul. – le dije con claridad. Al igual que mi novio, no me agradaba dar muchas vueltas para decir las cosas.

-       Les dije que lo iba a aceptar y así lo hice.

-       Pero no estás feliz y quiero saber el porqué. – exigí.

Me vio a los ojos y noté que estaba irritado.

-       Paul es uno de la manada…- no lo dejé terminar de hablar.

-       ¡Y Jacob también! No seas hipócrita papá. Que bien sé que estabas orgulloso de eso.

-       No es eso, Rachel. Es que Paul es el más inestable. Se molesta de la nada y se transforma. Me da miedo que te ocurra lo mismo que a Emily.

Emily era la prometida de Sam Uley. Paul en una de nuestras conversaciones me explicó del incidente que había ocurrido en un momento de descontrol del licántropo. No se extendió mucho porque ese tema puesto que no le gustaba hablar de los asuntos privados de su hermano.

Me senté molesta en el sofá

-       Paul es Paul y Sam es Sam. Bastante que lo he hecho rabiar y no me ha agredido. No puedes juzgarlo basado en la experiencia ajena. ¡eso es injusto!

-       Lo sé, Rachel. Disculpa, pero soy  tu padre y me preocupo por ti.  – se excusó.

-       Eso está bien y lo entiendo. Pero no quiero ni pienso tolerar que sigas viéndolo de soslayo. Es un gran hombre, me respeta y me quiere mucho; aunque eso ya lo sabes porque conoces de memoria la leyenda de la impronta. – respiré profundo para tranquilizarme.

-       Pero es que no me termina de gustar…

-       ¡A ti no te tiene que gustar; si no a mí! – le interrumpí. – Discúlpame que te hable así, pero entiende que él es una parte muy importante de mi vida y no me gusta que se le mire mal por como es.

Bajó la cabeza al escuchar esto.

-       De ahora en adelante… lo trataré mejor. Haré mi mejor intento.

Me levanté y me arrodillé al frente de él. Le tomé las manos entre las mías y le di un beso.

-       No te pido más. Sabes que te amo y mucho. Por eso no quiero estas disputas entre dos seres tan importantes para mí. – Me voy a dormir. – lo besé en la mejilla.

-       Yo también te amo, nena. – me dijo con una sonrisa.

Me fui a descansar. El día fue muy movido y ya sentía el agotamiento.

Aunque algo me tranquilizaba. Tenía a mí novio conmigo y a mi padre más tranquilo.

El futuro parecía perfecto.





2 comentarios:

  1. sis me fascino tanto, como lo planteaste, muy natural, esperando q pronto publiques mas de esta hermosa historia
    exitos

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