El
agua caliente seguía saliendo por el grifo llenando el ambiente con su vapor.
- ¿De
verdad quieres que te haga mi mujer? – me dijo con su frente pegada a la mía.
No tenía casi aliento y una dolorosa erección recostada de mí abodomen.
- Si,
ayer fui tuya. Pero hoy necesito más que eso. – apenas y podía hablar. –
necesito que me hagas sentir tu amante, tu amiga, tu todo. Por que eso eres
para mí.
En
ese momento me tomo por los glúteos. Y me subió hasta que la punta de su
miembro quedo posicionado en mí entrada.
- Si
eso quieres, pero te lo advierto. Soy demasiado posesivo, y no dejaré que nadie
más toque cualquier milímetro de tu ser. – acarició la extensión de mis brazos.-
Serás más que mi mujer. Serás mi diosa.
Y
me penetró con ahínco pero con delicadeza. Jadeé al instante.
Enredé
mis piernas alrededor de su cintura mientras Paul entraba en mí. Su boca
arrancaba besos feroces de mis labios mientras su sexo reclamaba lo que le
había entregado: todo mi ser.
Mis
brazos se aferraban a su cuello, y mi espalda estaba pegada contra la fría
pared de cerámica que contrastaba con el calor corporal de Paul. Me fascinaba a
sobre manera la sensación de esas temperaturas opuestas.
Este
encuentro fue más tierno que el primero. Sus gemidos eran descargas eléctricas
que recorrían toda la extensión de mi cuerpo. Y sus suaves pero profundas
embestidas me causaban espasmos placenteros que me robaban el aliento y hacían
que enterrara suavemente mis uñas en su piel.
En
esta ocasión sus gemidos fueron más fuertes que los míos; lo que aumentó mí
excitación al constatar que lo estaba disfrutando y que hacía lo que le había
pedido: Que me hiciera su mujer.
Sus
penetraciones comenzaron a ser constantes y sus manos apretaron mis glúteos
para poder incrementar la velocidad de sus embestidas. Me encontraba jadeando
sin control en su oído, luego sus manos subieron hasta mis caderas y de allí se
aferró para entrar en mí con mayor fervor que antes.
Ambos
estábamos a punto de llegar cuando lo besé con fiereza e incluso mordí su labio
inferior; a lo que el gruñó con exasperado placer. Y fue en ese momento en el
que alcancé el clímax. Lance un gemido profundo y sordo. Segundos después el me
alcanzó con un profundo gañido.
Me
colocó sobre mis pies de nuevo. Duramos unos segundos quietos, sosegándonos. Le
sonreí y lo atraje hacia el chorro de agua caliente. Dejé que diera en su
espalda.
Coloqué
mis manos en su cintura y lo vi fijamente a los ojos.
- Ahora
tú también eres mío… – encajé mis uñas en su piel. – y no pienso dejar que te
alejes de mí.
Se
río de manera seductora.
- Estás
demente si crees que me alejaré de ti… – me estrechó en sus brazos y se puso sombríamente
serio. – y mucho menos permitir que te fueras con otro. No les dejaría el camino
libre jamás.
Me
carcajeé y él me miro confundido.
- Eres
un celópata, Paul. Yo no te dejaría por
nadie. Así que mejor relajémonos. – utilice un tono persuasivo y sensual;
mientras resbalaba mis manos por el contorno de su cuerpo. - … y aprovechemos
estos momentitos de soledad.
Subí
rasguñando suavemente la parte anterior de sus muslos. Luego me deleité en la “V” perfecta que tenía debajo de sus
abdominales de acero.
Mordí
suavemente el lóbulo de su oreja. A lo que él respondió con un fuerte jadeo. Se
reía suavemente y rocé la comisura de sus labios con los míos.
Me
apretó aún más por la cintura y gruño en mí oído.
- ¿Qué
pretendes…Rachel Black? – susurró con dificultad. - ¿volverme loco? Pues ya lo
lograste, ¿o es que ahora quieres matarme?
Estaba
tan exasperado y tan descontrolado que me causo gracia.
Le
sonreí con malicia.
- Es
un interesante juego de palabras el que acabas de escoger…matarte. ..– fingí
estar pensativa. – quizás sí…pero de una manera muy peculiar.
Fui
descendiendo por su pecho; dejando besos húmedos a mi paso mientras que lo
arañaba con ternura; hasta que llegué a su masculinidad.
Volteé
hacía arriba y vi como me miraba. Lo hacía con lujuria, con deseo y hasta con
necesidad.
Puse
mis manos a ambos lados de su miembro viril. Y con una suave fricción fui
robándole gemidos desquiciantes.
Luego
lo coloqué en mi boca y sorbí de él con fuerza. Lo masajeé, y Paul soltó un
gruñido casi salvaje y me tomó del cabello. Me marcó el ritmo para llevarlo al
cielo. Cuando estuvo a punto de explotar me separó de él viéndolo fijamente.
Mi
mano suplantó a mi boca y con movimientos verticales insistentes lo llevé al
clímax. Sus jadeos eran fuertes que recé porque no hubiese nadie afuera que lo
escuchara.
Terminamos
de bañarnos. Salí de la ducha y me coloqué mi bata y él la toalla azul marina
que le había dado en el baño.
Estaba
buscando mi ropa cuando sentí su cuerpo pegado a mi espalda.
- Paul.
Pórtate bien. Ya es suficiente para una mañana. – le dije sin mucha convicción.
Gimió en mi oído.
- No
lo creo. – susurró seductoramente mientras introducía su mano por el frente de
mi bata de baño para acariciar mi sexo.
- Paul…eres
insaciable. – quise que mi tono fuera reprobatorio; pero no lo pareció en nada.
Además al parecer yo estaba padeciendo de la misma enfermedad que él.
- Tú
tienes la culpa. Me has hecho dependiente de ti. Ahora enfréntate a las
consecuencias. Nunca tengo suficiente de tu cuerpo.
Sus
caricias eran casi tan intensas como mis gemidos. Jadeaba en mi oído y eso me
ponía frenética. Me pegaba a su cuerpo buscando apoyo porque sentía desfallecer
entre sus manos.
Repetidos
espasmos predijeron la llegada del orgasmo. Y cuando llegué me dejé caer en sus
brazos, mientras Paul me dirigía a la cama.
Quitó
la bata, que me empezaba a molestar.
Me
tendió en el lecho, se levantó para quitarse la toalla y colocarse encima de
mí. Sus besos eran ávidos y feroces como si intentara arrebatarme algo, y su lengua
se encontraba en una batalla con la mía.
Sus
manos repartían caricias a lo largo de mi cuerpo, arrancándome gemidos de mi parte y gruñidos de la suya. El no sabía
cuanto poder ejercía sobre mí, ignoraba
que con tan solo jadear despertaba en mi interior miles de sensaciones
deliciosas que me hacían arder de deseo.
Abrió
mis muslos para entrar en mí, pero esta vez no fue delicado como en la ducha.
Fue duro, fue salvaje, fue sin tregua. Me penetró como si de eso dependiesen
nuestras vidas, yo lancé un grito ahogado. Sentirlo dentro de mí era
experiencia religiosa. Como tocar la gloria por unos instantes.
Me
aferré a su tersa y fornida espalda con mis uñas. Mientras que el seguía
haciéndome suya una vez más. Los dos gemimos sin control y sin aliento. El
clímax se fue apoderando de los dos y en dos estocadas más ambos llegamos
juntos al orgasmo.
Se
quedó en mi intimidad hasta que nuestros cuerpos y nuestras respiraciones se
regularizaran.
Después
se acostó a mi lado y me acarició la mejilla.
- Me
encanta sentirte temblar entre mis brazos. No hay nada mejor que se le compare.
– dijo con una sonrisa triunfal.
Me
pegué más a su cuerpo y él me abrazó con fuerza.
Pasó su pierna y me envolvió con ella.
Me
reí.
- ¿Sabes?
El otro día leí en una revista que los hombres que toman así a su pareja, es
porque son posesivos.
- Se
carcajeó con ganas.
- Yo
no soy así, pero tú me perteneces. Eres mía y de nadie más.
Le
sonreí y le di un corto beso en los labios.
- Menos
mal que no lo eres. - suspire.
Nos
quedamos viéndonos por un largo rato. Al final fue él quien hablo.
- Podría
despertarme así todas las mañanas de mi vida y nunca me aburriría. – dijo
mientras me acariciaba el cabello.
- ¿En
serio? – le pregunté.
- ¿Lo
dudas? – abrió los ojos con expectación.
- No
- le susurré dulcemente - pero me gusta que me lo digas.
- Tonta.
– se rió y me besó. – claro que sí. Nada me haría más feliz que levantarme
contigo todos los días.
Gemí
de placer.
- ¿Qué
pasa? – se puso serio – ¿qué dije?
- Hablando
de levantarnos… - le constante.
- No.
Un ratito más. – dijo en un tono infantil y apretándome más contra él.
Le
acaricie la espalda.
- Vamos…lobo
perezoso. Debemos levantarnos. Mira que podría llegar Billy. Además debo hacer
unas compras en el Thrifway. ¿Me acompañas?
Asintió.
Nos besamos tiernamente y luego nos pusimos de pie.
Él
se vistió rápidamente y bajó a calentar el auto mientras yo me terminaba de
arreglar.
Como
estaba lloviendo y hacia mucho frío me coloqué unas botas y una chaqueta negra
gruesa. Bajé corriendo las escaleras y salí de la casa. Me metí en el asiento
del copilo.
- ¡Por
fin! – dijo con falsa exasperación mientras arrancaba el auto. – te tardases
una eternidad.
Le
sonreí con ironía.
- Pues
yo no tengo la culpa de que alguien haya hecho de mi cabello un nido de pájaros.
- Si
la tienes – dijo sin vergüenza alguna y sin poder dejar de reír. – ¿Quién te
manda a tentarme tan temprano?
- ¡Descarado!
– le espeté entre risas.
- ¿Tienes
mucho frío? – preguntó conteniendo la risa. – No me pareció eso hace un rato.
- Pues si fíjate. Resulta que alguien no me dejó
notar la temperatura. Y esta me golpeó de repente. Y yo no tengo un calor
corporal de 42° grados. – le reproche.
Ambos
nos reímos.
Seguimos
bromeando y hablando de temas sin sentido hasta que llegamos al supermercado.
Entramos
e hicimos las compras en un santiamén. Pasamos por la nevera de los helados y
escogí tres envases grandes. Paul me veía asombrado.
- ¿De
verdad comes tanto helado? – se notó pensativo. – No lo había notado.
- Es
que me suelen dar ganas tarde por la noche, y a esa hora no estas conmigo. Además
no había comprado mucho aquí. – le sonreí con displicencia
- Es
bueno saberlo. ¿Pero como haces con el frío? – preguntó curioso.
- Pues
me abrigo y me lo como. – ambos nos carcajeamos.
- ¿Cuáles
son tus sabores favoritos?
- Estos
tres – señalé los envases. – Mantecado, fresa y torta suiza.
Asintió
como si estuviese memorizando cada detalle.
- Cada
día te conozco más. Y me asombra lo que veo. Pero aún así me gusta.
- Que
bien – le dije siguiendo el camino a la caja.
Cuando
iba a pagar el sacó su billetera. Lo detuve.
- ¿Qué
haces? – le pregunté inquieta.
- Pagar
las compras – dijo en un tono explicativo como si tuviera que entenderlo a
juro.
- Pues
no. Estas compras son de mi casa y yo las pago. Tú no tienes ninguna obligación
para eso. – dije algo molesta.
- Pero
es que tu… - no lo dejé terminar
- Es
que yo nada. – le toqué la cara. – Gracias pero eso no te compete…por ahora. –
le sonreí.
Le
brillaron los ojos.
- Está
bien. –y guardó la billetera
Saqué
mi tarjeta.
De
pronto noté que la cajera estaba desnudando a Paul con la mirada. Sentí una
llamarada de resentimiento.
Lo
vi y él estaba pendiente del chico que guardaba las compras.
Le
tomé la mano mientras que terminábamos de pagar. Él me abrazó por la cintura
inocente de mi reacción. Sabía que era algo estúpido pero la rabia dominaba mis
acciones.
Al
ver esto, la cajera puso cara de decepción y yo reí con malicia.
Terminé
de pagar y salimos de allí sin soltarnos.
- Esa
tipa me traía de los nervios. – le comenté por lo bajo.
Paul
me miró extrañado.
- ¿Por
qué? Fue muy amable, Rach. – dijo en tono reprobatorio.
Que
la defendiera hizo que me diera más rabia aún.
- ¡Si,
demasiado diría yo! Sobre todo cuando te estaba comiendo con los ojos. – espeté
enojada me iba a montar en el carro cuando él formó una presa con su cuerpo. Me
quedé encerrada entre el automóvil y su cuerpo.
Me
miró a los ojos con diversión perversa.
- ¿Estas
celosas? – me preguntó conteniendo la risa.
Le
volteé la cara.
- Dime…¿Estás
celosa? – insistió.
Volteé
a mirarlo.
- Pues
no. Pero me exaspera que la gente no respete. – mis palabras sonaban agrias.
- ¡Seguro
que si! – dijo mientras negaba con la cabeza. – Estás celosa, Rachel. Admítelo.
Quise
empujarlo pero no pude. Paul era tan fuerte.
- No
seas estúpido. Me quiero ir a mi casa, así que dame un lado. – ni se inmuto. – ¿Quieres
que grite?
Mis
celos cegaban mi razón haciéndome actuar de forma absurda.
- Puedes
intentarlo. – una sonrisa de autosuficiencia colgaba de su rostro.
Tomé
una bocanada de aire para gritar pero al instante tuve la boca de Paul
acallando cualquier conato de sonido.
Intenté
resistirme y apartarme pero no pude siquiera girar mi cara. Se aplastó aún más
cuando sintió mi rechazo.
Mi
cuerpo fue cediendo y sucumbí frente a sus besos apasionados.
- ¿Nadie
les ha dicho que besuquearse de esa manera en público es de mal gusto? – dijo
alguien.
Paul
no me soltó pero si se separó.
- Y a
ti ¿nadie te ha dicho que entrometerse en los asuntos de ajenos, también es
mala propiedad? – preguntó entre molesto y divertido.
El
chico era alto y tenía el mismo tono de piel de nosotros quizás un poco más
oscuro; pero no mucho. El cabello corto y un cuerpo descomunal. Me resultó
familiar. Pero no estaba segura de si era Jared o no.
- ¿Cómo
estás, Rachel? – dijo él – bueno. Ya veo que bien. – Paul siseó por lo bajo –
Tranquilo, es solo un cumplido.
- Hola…
- dije tratando de recordar.
- Soy
Jared. ¿No te acuerdas de mí?
- No
estaba muy segura de que fueras tú. Has cambiado mucho. – me excusé.
- Tu
también cambiaste, pero aún así te reconocí.
Me reí avergonzada de su comentario.
- Tienes
razón. Y espero que el cambio haya sido favorecedor. – dije entre risas.
- Sí
que lo fue. – contestó él con una sonrisa natural y amistosa.
- Ya
basta pues. – Paul estaba algo exasperado – Deja de ser tan baboso, Jared.
Reí con perversión al ver que le había llegado su turno de estar celoso.
- ¿Qué
haces por aquí? – preguntó mi novio.
- Iba
de pasada, cuando los vi. Y decidí saludarlos. – se explicó él. – ¿Van a
comprar? o ¿Ya lo hicieron?
- Ya
estamos listos. – respondió Paul por mí.
- Ah,
está bien…– quería preguntar algo pero no sabía como hacerlo. En la cara se le
veía. - ¿Y…ustedes están…?
- Juntos.
– concluyó su amigo – Rachel es mi novia. – dijo él orgulloso tomándome de la
mano.
- ¡Que
bien¡ - dijo Jared con aspaviento. - Eso hay que celebrarlo.
- Puedo
preparar un almuerzo mañana. Si gustan. – propuse.
- ¡Claro
que sí! – sé apresuró a decir el chico.
Paul
puso los ojos en blanco pero sonrió.
- Los
esperaré mañana al medio día en mi casa, entonces. – le dije
- Dalo
por hecho. – concluyó Jared.
Seguimos
hablando ahí por unos minutos más. Luego nos fuimos.
Le
ofrecimos el aventón pero dijo que iba cerca de allí.
Llegamos
a la casa pasado el medio día. Sabía que Paul tendría un hambre considerable;
así que apenas guardamos las compras me dispuse a cocinar.
- Debes
estar famélico, ¿cierto? – le pregunté medio en broma mientras iba preparando
todo.
- Pues
la verdad, si. Muchísima. – aceptó.
- Toma
lo que quieras de la alacena, cielo. Siéntete como en tu casa. – no mentía me
encantaba que estuviese allí conmigo. Me fascinaba la idea de algún día vivir
con él.
- Gracias.
– sonrió abiertamente.
Me
hizo caso. Fue a los gabinetes y tomó un paquete grande de Doritos. Lo abrió y
lo primero que hizo fue ofrecerme.
- ¿Quieres,
Rach?
Asentí.
Tomó uno y lo puso en mi boca. Pero no pudo retirar la mano porque retuve uno
de sus dedos con los dientes.
Lo
lamí y luego me comí el pedazo de snack.
- No
empieces. Mira que no sabemos si Billy viene en camino. Y si yo empiezo no
pararé en un buen rato. – dijo con los ojos negros de deseo.
Me
carcajeé.
- ¡Que
sensible estás! – dije con burla. – Cualquiera que te escuche hablar diría que
soy una incitadora de lo peor.
Se
carcajeó.
- Definitivamente
no eres de lo peor. Pero sí toda una incitadora. Y con agravantes; porque sabes
que en cualquier momento llegará tu padre y no deberíamos hacer nada.
Ahora
fui yo quien se reía.
- Sí,
claro – especté con ironía. – Soy una verduga malvada.
- Admítelo,
si lo eres.
Solté
los vegetales que me disponía a cortar y me acerqué a él, que permaneció
recostado de la nevera.
Acerqué
su cara a la mía, tanto que nuestras comisuras se rozaron.
- Quizás
sí… quizás no – suspiré. – pero no me arrepiento de cómo soy; porque así te
encanto.
Sonrió.
- Eres
una engreída.
- Lo
sé. – y pase la punta de mí lengua por su labio inferior. Luego me separé
abruptamente.
- Tengo
mucho que hacer. Anda a ver televisión. – me reí en el sitio.
Paul
se había quedado en el sitio.
- Eres
maquiavélica. Te gusta hacerme sufrir. Pero esta la pagarás caro.
- ¡Uyy!
– hice ademanes de temer. – Estoy temblando.
Su
seductora sonrisa torcida me dejó sin aliento.
- No.
Eso vendrá después. – dijo refiriéndose a…”mis finales felices”.
Ambos
nos reímos.
- Ven,
tontita. Yo te ayudo. – se dispuso y soltó la bolsa de Doritos en el tope.
- No
hace falta. De verdad. –le insistí.
- Yo
lo sé. Pero aún así quiero hacerlo. No eres servidumbre como para estarme atendiendo
siempre.
- A
mí no me pesa encargarme de ti. – le dije con sinceridad.
Se
me acercó por detrás, me abrazó y me habló al oído.
- Sí,
me lo has demostrado. Pero eres mi novia no mi doméstica.
Me
gire hacía él.
- ¿Te
he dicho que te amo? – le pregunté conmovida.
- Sí,
pero no me canso de oírlo.
- Pues
te amo… te amo… te amo. – lo besé por un segundo. – Gracias por ser tan
especial conmigo.
- No
tienes nada porque agradecerme, solo te doy el lugar que mereces; aunque no
pueda darte mucho en lo material.
Entrecerré
los ojos con rabia.
- ¿Por
qué eso te atormenta tanto? Te he repetido hasta el cansancio que a mi no me
importa nada. Lo que me importa eres tú…- le tomé la cara. Entre mis manos. – Lo
demás es un plus. Si necesito algo, trabajare para ganármelo. Como lo he hecho
siempre.
Me
vio de manera indescifrable por un momento.
- Me
atormenta, porque quisiera darte todo y no puedo. Pensar que tuviste esa
posibilidad y la dejaste…- su cara era una máscara de remordimiento y rabia.
- No
te atrevas a decir que fue por tu culpa. Ya te he dicho que mi amor por Mathew
murió mucho antes de verte. – le dije viéndolo a los ojos.
- Tienes
razón – me apretó entre sus grandes brazos. –…y te estoy haciendo pasar un mal
rato solo por mis estupideces. Disculpa.
- No
tienes que disculparte por decirme lo que piensas. Pero no quiero que te
atormentes por estupideces. Las cosas han pasado como han debido ser. – me separé
para ver su reacción. – Si no ¿por qué crees que a pesar de 2 años de relación
no pude estar con mi novio?
- Tu
ex .– se apresuro a decir.
Me
reí de su aclaración.
- Bueno,
mi ex.
- No
lo hizo porque lo hubiese matado. –dijo con odio negro.
- No
seas ridículo, Paul. No hubieses matado a nadie, porque Mathew no tiene ni idea
de lo que nos pasó a ambos. Además no te conocía. Y si mal no recuerdo tu me
aceptaste pensando que ya había sido de él. ¿o me equivoco?
Mis
palabras lo golpearon con la fuerza de la realidad.
- Eso
fue un error mío. No debí pensar eso de ti. – dijo con vergüenza.
- Yo
no te estoy juzgando. Pero te dejo las cosas claras. No quiero que digas improperios.
Y de paso amenazando a nadie. No importa lo que pasó antes. Ya estamos juntos
Paul Howe. Lo pasado es pasado. ¿te parece?
- Sí,
princesa.
Me
beso dulcemente.
Cocinamos
entre los dos. Comimos y nos acurrucamos en el sofá a ver televisión.
Así
nos encontró Billy.
- Hola,
papi. – lo saludé sin levantarme del sofá.
- Hola,
nena. – nos vio con cara de pocos
amigos. – Hola, Paul. ¿Cómo han estado?
- Bien.
– le respondí. – Hicimos el almuerzo pero ya comimos. El tuyo está guardado en
el horno microondas.
- Gracias,
Rach. Pero comí en casa de Sue.
- ¡Que
novedad! Te la pasas ahí. – comenté.
- Sí.
Desde la muerte de Harry ha necesitado ayuda. – murmuró pesaroso. Estimaba
mucho a su difunto amigo.
- Me
lo imagino.
Iba
a seguir a la cocina cuando Paul llamó su atención.
- Billy
¿puedo hablar contigo un momento?
Mi
padre le indicó con la cabeza que prosiguiera.
- Quería
informarte que Rachel y yo somos novios. Ayer lo hablamos pero quería hacerlo
oficial contigo ahora.
<<
¡Qué manera de soltar las cosas!>> pensé.
La
expresión de Billy no se afectó en nada. Supongo que el ya sabía que eso se
aproximaba.
- Me
parece bien. – dijo serio. – Espero que la cuides. Si no… Deberás responderme a
mí.
- Sí,
Billy. Lo sé. - aceptó Paul.
- ¿Los
demás chicos lo saben? – preguntó mi padre.
- Solo
Jared. – le respondió mi novio. - ¿Por qué?
- Simple
curiosidad. Ahora los dejo. Para que hablen.
Se
dirigió a la cocina y lo escuché hurgando en los gabinetes.
Me
reí por lo bajo.
- ¡Tienes
una forma de decir las cosas; que deja mucho que desear!
- Solo
fui directo al grano. No me gusta irme por la tangente.
- Bien
dicho. – lo felicité.
El
tiempo pasaba rápido cuando estaba con él. Cayó la noche y Paul se tuvo que ir.
Nos despedimos; sin querer hacerlo; con ternura casi empalagosa.
Le
recordé que al día siguiente debía venir a almorzar. Asintió, me besó y se fue.
Entré
y me acosté en el canapé de nuevo.
Billy
estaba sentado al lado izquierdo del mueble. Por lo que apoyé la cabeza en el
lado derecho; para verle a la cara.
- Papá.
¿estás molesto? – le pregunté
- No,
nena. – dijo con una pobre sonrisa.
- Te
conozco, y sé muy bien que no estás a gusto con mi relación con Paul. – le dije
con claridad. Al igual que mi novio, no me agradaba dar muchas vueltas para
decir las cosas.
- Les
dije que lo iba a aceptar y así lo hice.
- Pero
no estás feliz y quiero saber el porqué. – exigí.
Me vio
a los ojos y noté que estaba irritado.
- Paul
es uno de la manada…- no lo dejé terminar de hablar.
- ¡Y
Jacob también! No seas hipócrita papá. Que bien sé que estabas orgulloso de
eso.
- No
es eso, Rachel. Es que Paul es el más inestable. Se molesta de la nada y se
transforma. Me da miedo que te ocurra lo mismo que a Emily.
Emily
era la prometida de Sam Uley. Paul en una de nuestras conversaciones me explicó
del incidente que había ocurrido en un momento de descontrol del licántropo. No
se extendió mucho porque ese tema puesto que no le gustaba hablar de los
asuntos privados de su hermano.
Me
senté molesta en el sofá
- Paul
es Paul y Sam es Sam. Bastante que lo he hecho rabiar y no me ha agredido. No
puedes juzgarlo basado en la experiencia ajena. ¡eso es injusto!
- Lo
sé, Rachel. Disculpa, pero soy tu padre
y me preocupo por ti. – se excusó.
- Eso
está bien y lo entiendo. Pero no quiero ni pienso tolerar que sigas viéndolo de
soslayo. Es un gran hombre, me respeta y me quiere mucho; aunque eso ya lo
sabes porque conoces de memoria la leyenda de la impronta. – respiré profundo
para tranquilizarme.
- Pero
es que no me termina de gustar…
- ¡A
ti no te tiene que gustar; si no a mí! – le interrumpí. – Discúlpame que te
hable así, pero entiende que él es una parte muy importante de mi vida y no me
gusta que se le mire mal por como es.
Bajó
la cabeza al escuchar esto.
- De
ahora en adelante… lo trataré mejor. Haré mi mejor intento.
Me
levanté y me arrodillé al frente de él. Le tomé las manos entre las mías y le
di un beso.
- No
te pido más. Sabes que te amo y mucho. Por eso no quiero estas disputas entre
dos seres tan importantes para mí. – Me voy a dormir. – lo besé en la mejilla.
- Yo
también te amo, nena. – me dijo con una sonrisa.
Me
fui a descansar. El día fue muy movido y ya sentía el agotamiento.
Aunque
algo me tranquilizaba. Tenía a mí novio conmigo y a mi padre más tranquilo.
El
futuro parecía perfecto.
sis me fascino tanto, como lo planteaste, muy natural, esperando q pronto publiques mas de esta hermosa historia
ResponderEliminarexitos
jajaja
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