Oneshoot para el concurso de Electrica Cullen! Denme su opinión...
- —¿No
te parece absurdo que seamos la única biblioteca a nivel nacional que abre los
días de fiesta? – protesté con desánimo; mientras jugueteaba con el bolígrafo,
golpeteándolo contra el mostrador de madera que tenía en frente.
Ángela
encogió los hombros.
- —Sí,
pero ya sabes cómo es el director. Quiere sentar un “precedente de eficacia”.
Creo que tiene una necesidad patológica de que le presten atención.
Ambas
reímos con malicia.
- —Tienes
razón. – admití.
Desde
que el viejo Mike Newton había asumido la cabeza de la Biblioteca Principal de
la ciudad de Forks, esta trabajaba los siete días de la semana. Y si pudiera
haría que laboráramos las veinticuatros horas también. Gracias a Dios, éramos
diez bibliotecarias y trabajábamos por turnos; aunque a Ángela y amí nos tocó
el infortunio de trabajar ese cuatro de julio.
Mike
decía que no ameritaba más personal que dos encargadas para un día como hoy;
puesto que era un día muerto. A lo que nosotras le dimos la razón y le
explicamos los motivos por los que nuestra permanencia sería obsoleta; pero nos
respondió que aunque sea “una persona” podría querer investigar algo y
encontraría el lugar cerrado. Supuestamente eso era un gran peso en sus hombros
y su conciencia.
¡Menudo
dramático!
Todas
sabíamos bien que esa “determinación generosa” obedecía a su eterna avidez de
agradarle al alcalde de turno. A fin de cuentas era él quien lo dejaba o lo
retiraba del cargo.
- ¡Bella,
reacciona! – Ang movía de lado su mano frente a mi rostro.
- —Perdóname.
¿Qué me querías decir? – me sonrojé.
Tengo
que admitir que sufro de déficit de atención. Y episodios como este me eran
comunes.
- - Te
decía que si a las tres y media no hay nadie; pues nos vamos. – me miraba
expectante – Sé muy bien que el director no se va a perder una tarde de
adulación desmedida con el Alcalde en el día de la independencia.
Accedí
más que dispuesta.
- —Tienes
razón.
Entre
las dos ordenamos una gran pila de libros que habían sido devueltos.
Esto
nos tomó hasta el mediodía.
Almorzamos
tranquilas en aquella estancia; casi tan muerta como un cementerio.
Y
luego pusimos al día el registro virtual de los préstamos circulantes.
*_______________________________________*____________________________________*
Eran
las tres con veinte de la tarde y nadie había ido a investigar nada, ni a
devolver un libro, ni a absolutamente nada.
Ángela
ya estaba apagando los ordenadores mientras yo recogía nuestras cosas; cuando
escuchamos el chirrido de las puertas.
<<¡No
puede ser!>> pensé entre molesta y frustrada.
El
hombre venía sacudiéndose la lluvia del impermeable negro que le llegaba casi
hasta las rodillas. Tenía unos vaqueros oscuros y una bufanda con rayas negras
y grises.
Al
acercarse más advertí sus hermosas facciones. Tenía una hermosa tez blanca, con
el cabello castaño dorado, unos ojos almendrados perfectos con una tonalidad
topácea. Una nariz fina, respingada y un mentón tal cual como las esculturas
qué teníamos en aquel mausoleo. Unos labios carnosos que era una tentación
sugerente al solo verlos.
Ángela
se aproximó a mí en cuanto escuchó el chasquido de los pasos mojados por el
medio de la sala.
- —¿Cómo
haremos? – preguntó claramente molesta - ¡Ya le dije a Ben que pasara a
recogernos!
Negué
con la cabeza.
- —Vete
tú. Tranquila. Yo me encargo del joven y
luego me voy antes de que llegue alguien más. – le guiñé el ojo.
Suspiró
más tranquila.
- —¿En
serio no te importa, Bella?
- —No,
Ángela. Te he dicho que te vayas tranquila. Tú tienes un esposo que atender. Yo
no. Así que termina de disfrutar lo que queda del día.
Me
abrazó rápidamente y tomó su cartera de mostrador.
- —Gracias,
amiga. Mil gracias.
- —No
hay de qué. – le sonreí lo más que pudo mi espontaneidad.
Al
fin y al cabo me pagaban por atender al público; por muy importuno que fuese; y
a diferencia de mi compañera, yo no tenía un matrimonio que cuidar.
El
hombre seguía acercándose.
Ángela
se acercó para darme un beso de despedida; gesto que me extrañó; porque aunque
nos teníamos mucha confianza. Nunca éramos “tan demostrativas”.
- —Lo
que se aproxima es una esfinge griega. Yo que tú; me haría de su número de
teléfono por lo menos.
- —¡Qué
cosas dices! – me sonrojé hasta lo imposible.
Ella
sabía que yo era tímida. Es más; ella también lo era; pero cuando llegábamos a
temas íntimos, Ángela podía desinhibirse; pero yo no.
Seguía
arrastrando tabúes que me estigmatizaron desde que estaba pequeña.
Mi
amiga salió del lugar, no sin antes echarle una mirada escrutadora a la “parte
posterior” del recién llegado.
Me
hizo un gesto de afirmación levantando juguetonamente un pulgar. Todo eso a
espaldas del chico, claro está.
Probablemente
ya debía estar como de color carmesí, porque me sentía mu cohibida en ese
momento.
Finalmente
el hombre se plantó frente a mí, del otro lado del mostrador de madera.
- —Buenas
tardes, señorita. – su voz era suave pero varonil.
- —Buenas
tardes, señor. – respondí sin titubear, asombrándome a mí misma - ¿En qué puedo
ayudarle?
- —Me
hablaron de que ustedes poseían una colección bastante nutrida de novelas
eróticas y me gustaría tener acceso a ella.
Si
dijera que me sentía apenada mentiría; puesto que yo estaba bastantes grados
por encima de la “timidez”. Me
aclaré la garganta y el joven sofocó una risita.
- —Lamento
informarle que esa colección está en un ala que se encuentra en remodelaciones.
Por lo tanto no puedo darle acceso a ellos.
Puso
cara de claro pesar.
- —¡No
me diga eso, señorita! Vine desde Seattle hasta aquí por la reputación que
tienes esta insigne biblioteca. – si creía que iba a ceder porque se deshiciera en adulaciones
para con mi lugar de trabajo. Estaba muy equivocado.
Encogí
mis hombros con desánimo.
- —Lo
siento mucho, señor…? – pregunté
- —Edward
Cullen. -Su nombre me sonó familiar.
- Lo
siento mucho, señor Edward. Pero le repito que el lugar está en remodelación. –
sentencié.
Si
algo había que reconocer del nuevo director era su interés por la restauración
de las salas y obras de arte.
- - No
me diga eso, por favor. – repitió – Sé que podemos llegar a algún arreglo. –
dijo con voz sugerente haciendo que me temblaran las rodillas. – No me diga que
he perdido tantas horas de viaje.
Suspiré
con rendición.
- —Permítame
ver en que estado se encuentra la sala y le aviso. Espero su discreción; ya que
no puedo hacer…estas concesiones por mero…placer. – tragué grueso.
Me
volví para dirigirme por un pasillo a mi izquierda.
Sentí
unos pasos detrás de mí; pero no le di mayor importancia.
- —No
es mero placer, señorita…?
- —Swan.
Isabella Swan.
- - Bien,
señorita Swan. Le aclaro que busco unos libros que me permitan conseguir
inspiración para mi próximo libro. Es que últimamente he estado algo obtuso.
Me
tomó por sorpresa su respuesta.
En
ese momento comprendí; con sumo asombros; lo familiar que me había sonado su
nombre.
Ángela
era fanática de él. Tenía los dos libros que había sacado hasta ahora, y
siempre utilizaba frases de sus novelas. Le fascinaba a sobremanera la forma en
que planteaba las historias. Si él pusiera fotos en sus obras como muchos
autores lo hacían; de seguro mi amiga hubiese estado babeada atendiéndolo en
estos momentos.
En
lo particular no me permitía leer esas…obras.
- —Se
ve algo joven para ser escritor, señor Cullen. Y no lo tome a mal, por favor. –
me hice la desentendida; como si no hubiese oído jamás acerca de él.
- —No
se preocupe. No es la primera persona que me lo dice. – escuché su risa detrás
de mí.
Me
detuve en una puerta de madera grabada con figuras abstractas y antiguas.
Giré
el pestillo e ingresé en la sala. Encendí las luces y avanzamos al interior.
Los
trabajos de remodelación no iban nada avanzados. Solo las pinturas que
adornaban las paredes, habían sido removidas y apiladas al final del salón.
- —Pensé
que el ala era más…grande.
- —Pues,
parece que mucho no se dedican al…erotismo. – titubeé un poco.
- —Se
equivoca. Solo que no se reconoce esta hermosa forma de expresión. Aún se
arrastran creencias algo “arcaicas”.
El
guapo caballero en frente de mí puso una sonrisa torcida tan encantadora que me
aceleró el pulso.
¿Qué
diablos me ocurría con este hombre?
- —Y
eso es una lástima… - continuó con seductora malicia – El sexo es una
experiencia casi espiritual.
Desvié
la mirada avergonzada hacia uno de los dos estantes.
- - ¿No
coincide usted conmigo, señorita Swan? – su tono era de burla.
Cosa
que me hizo enojar un poco y confrontarlo. Abrí la boca para replicar pero no
esperaba que al girar estuviese tan cerca de mí; y me atoré con la bocanada de
aire que había tomado.
No
tuvo la delicadeza de disimular su malévola sonrisa.
Me
moví hacia un lado, me aclaré la mente y luego hablé.
- —¿Qué
autores busca, señor Cullen?
- —Me
gustaría ver algo de Nancy Madore, Maggie Shayne… lo que quiera recomendarme.
- —Ejemmm…este
no es mi fuerte, señor.
- —¿Por
qué me tratas de señor si soy casi de tu edad?
- —Es
por cuestión de respeto – veía a los autores entre los libros que tenía en
frente.
- Dime
Edward. No soporto los formalismos. Ási yo te diré Isabella y estaremos a mano
¿Te parece?
- —No.
– seguí buscando entre los libros.
- —De
todas maneras lo haré. – puse los ojos en blanco.
- —Por
lo menos dime Bella.
- —¡Oh,
ya me empezaste a tutear! ¡grandioso!
Encontré
dos libros de Nancy Madore y se los alcancé.
- - Aquí
tienes.- tomé en cada mano un libro. Luego levanté el de la derecha y después
el de la izquierda mientras hablaba. – Cuentos para el placer y Doce Ardientes
Princesas.
Edward
me vio con profundidad entre tanto tomaba las novelas. Luego se giró para
sentarse en la mesa del rincón que estaba detrás de mí.
Se
despojó de su impermeable negro y de su bufanda bicolor. Al parecer no era la
única que había sentido un ramalazo de calor, puesto que él agitó su mano como
si fuese un abanico al lado de su cara.
- - ¿Por
qué no hay aire acondicionado en esta área? – preguntó algo sofocado.
Yo
lamentaba estar con una camisa manga larga en ese momento, más un chaleco y un
pantalón, negros ambos. Al menos esa tarde llevaba el cabello recogido en un
moño. Quizá demasiado serio.
- —Te
recuerdo que esta ala está en remodelación ¿Acaso sufres de Alzheimer o algo
así? – bromeé a la distancia.
Escuché
su suave risa por lo bajo.
- —Eres
odiosa ¿Lo sabes? – levantó la voz.
- —Sí.
Eso me han dicho antes. – lo cité con humor.
- —¡Ja!
Buena esa, Bella.
Al
fin encontré la colección de Maggie Shayne y se la llevé a la mesa.
- —Aquí
tienes. Espero que las disfrutes. – le sonreí tímida antes de dirigirme a la
puerta.
- - ¡Hey!
¿Por qué no te quedas y lees conmigo? No hay más nadie que atender afuera. – me
señalaba la silla a su lado.
El
aire entró de golpe en mi pecho pero no salió.
- —Yo…ese
no es mi estilo…de lectura. – me excusé mientras pasaba una mano por el
cabello.
- ¿Por
qué? ¿Acaso no lees novelas románticas? – enarcó las cejas incrédulo.
- — Claro
que sí. – sentía la acumulación de sangre detrás de mis mejillas.
- —¿Entonces
por qué no lees esto? – levantó el libro “Doce Ardientes Princesas” ¿Por qué es
erótico?
Tragué
grueso.
- —Pues
sí. Me sentiría incómoda de llegar a hacerlo. Me conozco. – estaba dando la
excusa más imbécil del mundo. Y lo sabía. Pero no se me ocurrió nada mejor en
ese momento.
- —Eso
no lo sabes; pues no le has dado a estos magníficos autores la oportunidad
de…seducirte. – al decir la última palabra utilizó un tono tan sensual que me
erizó la piel.
- —Me
está haciendo sentir un tanto incómoda, señor Cullen. – me reproché el hecho de
hablar con un tono tan tembloroso. – Mejor lo dejos a solas para que pueda leer
en par.
Entornó
los ojos.
- —¡Ya
volvimos con los formalismos! – dijo con tedio – No quiero que te vayas, Bella.
– extendió su mano hacia mí – Siéntate conmigo ¿o tienes miedo de que te haga
ver que tus temores son infundados?
Caminé
lentamente hacia él.
- —¿Acaso
estás demente, Edward? – me alisé el traje por delante con nerviosismo mientras
me acercaba – No son “temores infundados”. Se trata de valores morales y pudor.
<<Veremos
cómo me refutas eso>> pensé sombría.
Pero
el muy infame se desternilló con risa sarcástica.
- —¿Pudor?
¿Valores Morales? ¿Acaso sabes cuantos matrimonios se han basado en esos
pudores y valores, que pasado un tiempo los aburren y terminan con una tercera
persona en medio que carece de ellos? – tomé asiento en la mesa con
sentimientos de derrota mientras él se situaba en frente de mí sin desviar su
mirada de mis ojos ni por un instante siquiera – Tú crees que el sexo es solo
un intercambio de fluidos, sonidos guturales, y quizás; si es bueno; hasta de
orgasmos. Pero para mí…- puso ambas manos en la mesa a los lados de mis
caderas; acercándose peligrosamente cada vez más. – Es una conexión casi
sagrada. En el proceso hay un punto en el que sientes que tu alma y tu cuerpo
se funden con el de la otra persona.
Se
aproximó a mi rostro.
- —Si
no has experimentado eso con tu pareja…es que estás con la persona equivocada.
– sentenció seguro. Luego se apartó bruscamente y se sentó a mi lado encima de
la mesa.
Asentí
con la cabeza.
Jacob
Black. Dueño de un importante taller de mecánica y con demasiadas obligaciones.
Quizás tantas, que se le dificultaba pasar mediodía a la semana con su aburrida
y moralista novia bibliotecaria.
- —¿ Has
sentido eso con él? – me preguntó serio y un tanto demandante.
Lo
miré extrañada.
- — Yo
no te he dicho que tenga novio.
- —Por
favor. – dijo en tono de sorna – En tus facciones se vio todo cuando dije lo de
la experiencia casi sagrada con la pareja. Tu expresión fue de frustración y
tristeza. No soy tonto, Bella. Soy bueno leyendo expresiones.
Me
levanté de un salto de la mesa y lo enfrenté molesta. O quizás resentida porque
me había tocado una llaga.
El
“sexo ocasional” con mi atareado novio era a duras penas placentero. Odié el
hecho de que estuviese estremeciendo mi “realidad feliz prefabricada”. Y como
para algunos nos es más fácil repeler y evadir que aceptar, fui al
contraataque.
- — Estás
invadiendo mi privacidad. No tengo porqué responder a esas preguntas tan
groseras. – bajé la mirada.
- —Perdona
si te has sentido ofendida, Bella. Pero en realidad no creo haber dicho ninguna
grosería. – añadió tranquilo – Pero si te has sentido aludida es porque tengo
razón en algo de lo que dije.
- —¿Sabes
algo, Edward? Yo no tengo necesidad de que vengas a psicoanalizar mi intimidad.
Ella esta…bien como está. – maldita fuera por titubear.
- - Lo
has malinterpretado todo. Yo solo quiero ayudarte a que seas más libre y quiero
apoyarme en estos relatos para que lo logres. Créeme, bella. No tienes que
sentirte cohibida; al menos no conmigo.
Volví
a mirarlo de frente.
- - Edward,
apenas te conozco. No sé si eres un psicópata o un enfermo mental. ¿Cómo no voy
a sentirme cohibida cuando estás “preocupándote” por mi vida privada?
El
descarado se carcajeó con desparpajo.
- —Solo
soy un escritor. No un psicópata o ni nada por el estilo. Tranquila. Ven… -
asintió con la cabeza – te leeré un poco.
Lo
miré sin responder.
- —¡Ven!
Solo quiero que me digas si lo que está escrito aquí… – levantó la novela de
Nancy una vez más – es hermoso o por el contrario es obsceno. – me señaló una
de las sillas de la mesa.
Con
dudas accedí a lo que me pidió.
Abrió
la pequeña novela y empezó a hojearlo.
Antes
de empezar con la lectura me dio una introducción breve acerca del mismo. Este
contaba la historia de doce princesas que enigmaron a un reino completo por no
poder mantener un par de zapatos sanos; fuese del material que fuese. El
misterio obsesionó a su padre el rey, quien se empeñó hasta el cansancio en
develar dicho misterio. Solo una hechicera pudo dar con la respuesta “deseos
insatisfechos”. Y buscó un remedio distinto para cada una de ellas.
Por
la manera en que me explicó todo me pude percatar que ya había leído la novela
por lo menos una vez.
En
relato en cuestión que eligió fue el de la princesa Conscia. Quien a pesar de
estar enamorada de su esposo no conseguía sentirse bien con él cuando se
trataba de relaciones íntimas. Tildaba los deseos de su esposo como “vulgares e impúdicos”. Solo cedía
cuando la necesidad de su esposo era muy apremiante, siempre y cuando este le
causara las menos molestias posibles.
Poco
a poco con los concejos de la hechicera la princesa se fue desinhibiendo y así
lograba estrechar los lazos con su esposo.
- “…El príncipe se volvió hacia ella y
entonces se detuvo. La miró durante unos momentos y la princesa sintió una
avalancha de calor en su zona más íntima, totalmente expuesta.
El príncipe enfocó la luz sobre el
centro de su feminidad. Estaba caliente, hinchada…
- Sois tan hermosa. – murmuró él de pronto
– Tendré que hacer magia para poder dibujar lo que veo”.*
Su
voz era tan deliciosa cuando narraba que hubo momentos en los que me adentré
demasiado en la historia. Y me parecía que el osado príncipe era él y la
princesa cohibida y excitada era yo.
No
sé como lo lograba pero mi cuerpo estaba reaccionando tal cual el de la
protagonista.
Mi
respiración y latidos estaban agitados. Me
mordía el labio inferior con deseo carnal. Sentía
mi boca y mi entrepierna sumamente húmedas.
Y
eso no le pasó desapercibido a Edward: aunque traté estérilmente
Bajé
mi mirada que estaba devorándose a mi narrador.
De
pronto su dedo índice subió mi mentón y me observó de una manera en la que
nadie me lo había hecho antes.
Como
si nada fuese más deseable que yo.
- — No
te molestes en tratar de disimular lo que estás sintiendo. Lo veo en tu cara,
en tu posición y hasta lo oigo en tu respiración. Además es normal excitarse un
poco con estos relatos.
El
problema real era que yo no estaba un poco excitada; sino “muy excitada”.
Me
puse de pie con torpeza. Debía salir de allí y rápido o de lo contrario me
tiraría encima de Edward en aquel mismo lugar.
Pero
él me tomó por el antebrazo y me atrajo hacia sí.
- —¿Es
que acaso no los sientes, Bella? – me haló por la cintura para situarme entre
sus piernas - ¿No ves que te estoy deseando como jamás he deseado a nadie? –
traté de zafarme sin éxito - ¿Por qué quieres huir?
- —Porque
lo que estoy experimentando no es correcto. Eres la tentación andante, Edward.
Pero no soy de las que se acuestan con cualquiera simplemente porque me encendí
de golpe. Y tú no serás la excepción a la regla. – me maldije por flaquear en
la última parte.
Me
estrechó más y susurró en mi boca.
- —Ya
me he podido dar cuenta de la clase de mujer que eres. Y eso me fascina. Y
además sé que esto que te está pasando
no te había ocurrido nadie. Ni siquiera con ese novio tuyo. – por un breve
instante la rabia brilló los ojos – Seré yo quien te libere de esos tabúes que
te atan.
Pegó
su boca a la mía y un ardor atronador penetró por mi boca y me llegó hasta la
punta de los pies. Luché por separarme, pero no pude, al momento en que puse
mis manos en el pecho para alejarlo; él me apretó contra su baja pelvis.
Haciendo que exhalara un gemido profundo. Y en ves de rechazarlo, acaricié su
torso y hombros.
- —Así…
- dijo contra mi cuello – Suéltate, Bella. Entrégate a mí.
Desabrochó
mi chaleco con rapidez para luego sacar la camisa que estaba dentro de los
pantalones y acariciar mi espalda, incentivando mi deseo.
Apenas
me di cuenta cuando llevé mis dedos a su cabello para aferrarlo a mi cuerpo. Su
lengua acarició la mía con una pericia sin igual. Nunca había sentido algo así.
En
una ágil movida Edward me giró dejándome acostada en la mesa mientras él se
deshacía de la parte inferior de mi vestuario. Yo lo ayudé abriéndome los
botones de la blusa.
Luego
me incorporé para adentrar mis manos en su camiseta negra, acaricié su tallado
abdomen sintiendo el temblor de su cuerpo ante mi tacto. Me satisfizo saberme
la causante de eso.
Levanté
de a poco la camiseta, lamiendo y besando todo a mi paso; me detuve a mordisquear sus pezones para después lograr
mi cometido arrebatándole la prenda.
Me
regodeé en la vista suprema de su pecho perfecto.
Edward
me acarició el cuello, los hombros, bajando a su paso mi blusa. Desabrochó mi
brassier y se deshizo de él.
A
pesar de que nos carcomían las ganas a ambos, él contempló lo que tenía en
frente con ojos maravillados. Me hizo sentir especial, como si la beldad fuese
yo en vez de él.
Se
acercó a mi cuello y volvió a besarlo con profunda ternura.
- —Eres
tan hermosa…- lamió e incluso mordió pedazos de mi cuello camino a mi boca de
nuevo. – Me has vuelto loco, Isabella.
- Podía
odiar que me llamaran por mi nombre de pila, pero en su boca y en ese momento
sonó celestial.
Mientras
me besaba lo liberé de sus pantalones, no sé a él le urgía tanto como a mí
deshacerse de ellos pero me afané en dicha tarea hasta lograrlo. Acaricié su
masculinidad que estaba inhiesta, hinchada y erecta. Él emitió un jadeo sonoro.
Retiré
mi mano y acaricié su trasero mientras movía acompasadamente mis labios con los
suyos. Tan dulces. Tan únicos.
Edward
me empujó con delicadeza sobre la mesa de nuevo, levantó mis rodillas hasta que
mis pies se encontraron en el borde dejando a su vista libidinosa mi intimidad
que se encontraba más dispuesta que nunca a ser poseída.
Pero
solo deseaba a alguien y ese era el hombre que tenía en frente.
Con
el dorso de la mano acarició el interior de mi muslo derecho hasta casi llegar
a mi intimidad; entonces giró su mano para arrastrarla con sensualidad hasta mi
rodilla.
- Sabes
de sobra que no eres mi primera; pero por Dios santo que me estremezco ante ti
como si lo fueses. – su voz era ronca y sus ojos profundos.
- —Menos
mal que el sentimiento es mutuo. – hablé con un tono sensual ; que en mí era
ajeno.
Me
sonrió con picardía. Noté que su pecho se insuflaba de orgullo.
Se
sabía el responsable de mi desbordado estado de excitación.
Se
inclinó para besar la rodilla que acababa de acariciar y fue dejando besos
húmedos por donde pasaban sus labios perfectos.
Tomé
una bocanada de aire cuando llegó finalmente a mi centro, en el cual se afanó
con pasión y ternura, estimulándome hasta lo insoportable.
Me
aferré a sus cabellos para conseguir atraerlo más; si es que eso era posible;
pero Edward por el contrario se apartó cuando estuve al borde del abismo del
placer.
Apoyándome
en mis codos me levanté para conocer el motivo de su reacción. Pero
encontré ninguna respuesta, solo su mano extendida que me invitaba a tomarla. Él
me miraba con hambre y jadeaba levemente. Tomé
su mano y me atrajo hacia sí con premura.
Cuando
ambos estuvimos de pie me abrazó por la cintura para besarme con clara
necesidad. Pude saborearme en su boca mientras él caminaba empujándome consigo.
Mi
espalda se topó contra una de las estanterías de madera. Ya apoyada en ella
procedí a rodear la cintura de Edward con una de mis piernas.
Acarició
toda su extensión, pasó por mi abdomen y se detuvo en uno de mis pechos. Su
otra mano subía y bajaba por el muslo de la pierna que me mantenía en pie. Y su
miembro masajeaba mi intimidad haciéndome anhelarlo con desaforada voracidad.
Estaba
más que preparada para recibirlo, la humedad proveniente de mi entrepierna me
lo indicaba. Parecía como si hubiese acabado y todavía no tenía siquiera mi
primer orgasmo.
Mis
brazos que reposaban cómodos en torno a su cuello, rompieron su presa y
descendieron hasta permitirle a mis deseosos dedos apretar lo terso del trasero
de mi repentino y experto amante.
Lo
apreté contra mí para que entendiera que necesitaba tenerlo dentro, saberme
suya; así fuese por un efímero instante. No era un capricho, era necesidad.
- —Edward.
– gemí.
Rió
contra mi boca.
- —Dime
lo que quieres; Bella. Tienes que pedírmelo. – sus palabras eran susurros
sensuales; capaces de acabar con la cordura de la más sana.
Apresé
sus labios en los míos con ardor y gimoteé entre ellos, pero él se separó.
- —Dime
fuerte y claro lo que quieres que te haga. – su pecho subía y bajaba con apenas
dificultad.
Mientras
yo parecía una potra desbocada que jadeaba y se restregaba descarada contra la
erección de Edward.
- —Quiero
que me poseas. Que me hagas tuya. Que entres en mí…
- —¿Así?
– me interrumpió mientras introducía solo la punta de su virilidad.
- —¡Sí!
– ahogué un grito.
Pero
en vez de arremeterme se salió de mí, dejándome con un vacío y un tortuoso
deseo.
- —Todavía
no…- pasó la lengua por un costado de mi cara – Todo a su tiempo.
Entonces
la mano que antes acariciaba mi muslo pasó a sobar en círculos mi perla de
placer con un ritmo y presión perfectos.
- —Más
fuerte. – le imploré. Y dos de sus dedos se colaron en mi empapada cavidad.
Gemí
enterrando mis uñas en sus nalgas y dejando caer hacia atrás la cabeza.
Movimiento que el aprovechó para devorar mi cuello, y acelerar sus caricias.
Sentí
como Edward estaba temblando y a su vez las contracciones de mis paredes
pubocogcígeas
Me
froté desvergonzada contra su mano con avidez y luego me dejé ir hacia un lugar
exquisito que jamás había visitado.
No
de esta manera.
Me
estaba recuperando, cuando Edward me puso de cara a los libros. Colocó mis
manos en la repisa que estaba a nivel de mi cara. Inclinó mi espalda
ligeramente e introdujo una mano entre mis muslos para separarlos.
Mi
respiración se agitó ante la expectativa de por fin tenerlo en mi interior.
Me
penetró con suavidad y colmó a tope toda mi intimidad. Embestía alentó,
delicioso y profundo.
Sus
manos me tenían tomada por la cintura para controlar el vaivén del acto.
Lo
que sentía era tan nuevo para mí. Que hasta mi propia actitud me sorprendía.
Buscando
más placer cerraba y relajaba mis paredes vaginales, pero no imaginé siquiera
el efecto que tendría en Edward esa pequeña iniciativa.
- —¡Oh,
Bella, oh! – repetía cada cierto tiempo. Acariciando mi ego. Haciéndome sentir
deseada y segura de mí misma.
Cuando
estaba a punto de explotar, salió de mí y me llevó de nuevo hasta la mesa.
Tendiéndome
en ella, levantó mis piernas hasta formar un ángulo de noventa grados y me
volvió a penetrar.
Gemí
fuerte al sentirlo tan adentro. Casi en mi vientre. Entonces él procedió a cruzar
y descruzar mis piernas mientras me embestía una vez. Y otra más.
Esa
movida creaba una fricción exquisita tanto para él como para mí. Tras unos
minutos y unos gemidos desgarrados; las bajó para penetrarme con rapidez y
rudeza.
- —Abre
los ojos, Isabella. Quiero que te corras viéndome a la cara. – le obedecí.
Ver
sus gestos deformados por el placer fue el aliciente suficiente para terminar
con un orgasmo tan largo que hasta él se vino unos momentos después y aún yo me
retorcía en la mesa sintiendo como si algo más que mi cuerpo se fundía con el
de Edward.
Me
quedé desmadejada en la dura superficie de madera, mientras él se agarraba de
los bordes de la misma para no carece. Aun seguía dentro de mí.
Miré
al suelo y vi nuestras prendas desperdigadas por todos lados. Después corrí la
vista hasta la estantería más próxima, rememorando lo que hacía unos momentos
atrás había sentido con Edward allí mismo.
Al
final posé mis ojos sobre él que me miraba también pero con un extraño brillo.
En
ese momento me avergoncé de mi proceder. ¿Cómo pude haberme acostado con
alguien a quien acababa de conocer?
Edward
se inclinó sobre mí poco a poco.
- —¿Por
qué rehúyes la mirada? – lo vi a la cara y advertí cierta ansiedad en su rostro
que estaba a escasos centímetros del mío - ¿Te decepcioné?
¿Cómo
me preguntaba eso después de que me había desgarrado al garganta a punta de
gemidos?
Negué
con la cabeza.
- - No
me has decepcionado, eso es imposible. Pero para serte sincera, me apenaba de
mi pasada conducta. No soy esa mujer que has visto, Edward. – iba a replicar
pero le coloqué mi dedo índice en sus delicadas comisuras – Sigo siendo
Isabella Swan. La misma bibliotecaria moralista de siempre. Esta experiencia
fue…más de lo que pude haber pedido alguna vez. Pero las cosas no cambiarán. Tú
te irás a Seattle a seguir con tus libros y tu vida; como debe de ser. Y yo me
quedaré aquí; con mi rutina.
Su
mirada tomó un matiz algo molesto.
- —¿Qué
no has cambiado nada, Bella? – se rió sarcástico y se levantó de encima de mí.
Luego se pasó la mano por el cabello. Sin duda alguna parecía ofuscado.
Yo
también me incorporé hasta que nuestros ojos quedaron casi al mismo nivel.
- —Te
equivocas. – dijo finalmente – La mujer cohibida que estaba detrás del
mostrador de madera cuando llegué; desapareció en el mismo instante en que me
permitiste que te besara a mi antojo. Y más aun cuando me pediste que te
hiciera mía ¿O eso lo habías hecho antes?
Me
miró expectante y triunfal. Porque ya entreveía mi respuesta.
Bajé
la mirada derrotada.
- —Eh…no…pero…-
balbuceé.
Tomó
mi rostro entre sus manos y pegó su frente a la mía.
- —Dime
si has sentido esto con alguien más en algún momento. Dime si ese novio tuyo es
capaz de hacerte estremecer como lo hiciste hasta hace poco conmigo.
Mi
pecho se comenzó a agitar por nerviosismo y por su peligrosa cercanía.
- —No,
Edward. Jamás había sentido esto con nadie.
Sonrió
satisfecho.
- —Y sé
que cada vez que el te toque…- dijo entre dientes con cierta rudeza - …vas a
pensar en mi roce. En mis besos. Y en mis caricias.
- ¿Qué
pretendes con esto, Edward? – le espeté molesta y aterrada a la vez. Tenía
miedo de las repercusiones que este encuentro fortuito tuviese en mi ritmo de
de vida. - ¿Quieres que lo deje y así tu ego masculino se sienta omnipotente?
¿Quieres que siga una ilusión fugaz solo por un momento magnífico de sexo?
La
verdad era que a pesar de mis recriminaciones, no había sentido culpa alguna
hasta ahora. Quizá porque Jacob se lo merecía. O porque simplemente yo había
dejado de quererlo y me ferraba a su compañía solo por una mera cuestión de
costumbre.
Sacudí
la cabeza para desprenderme de esa línea de pensamientos. Ya luego lidiaría con
ese problema en cuestión.
- - No
tengo ningún derecho a pedirte eso. Pero ten en consideración que él no te hace
feliz; si no habría tenido que desmayarte para poder estar contigo. – sonrió
con abierta malicia – Y eso no fue nada necesario. – abrí la boca para
protestar pero él continuó atacando – Ten en consideración, Isabella que
Seattle no está muy lejos de aquí. Y sé que ahora que he encontrado mi musa; no
pienso dejarla escapar tan fácilmente.
Tragué
grueso porque un montón de palabras se me atascaron en la garganta y se negaron
a salir. Me dispuse a buscar mis prendas para vestirme y largarme de allí.
No
quería seguir escuchando palabras que me darían vanas esperanzas. No estaba en
la etapa de mi vida en las cuales creía en los juramentos románticos. Así que
lo ignoré mientras me vestía y sentía su mirada clavada en mi espalda.
Solo
me giré cuando decidí salir de la sala; pero me topé con un Edward ya vestido,
con su impermeable y bufanda doblados sobre su antebrazo.
- ¿Me
vas a seguir ignorando? – preguntó.
- Sí.
Gracias y hasta nunca, Edward Cullen.
Y
entonces salí del ala de las novelas eróticas, de la biblioteca y de su
magnética presencia.
Los
días pasaron. Y aunque mi rutina era la de siempre, deseché un detalle que
desarmonizaba con mi equilibrio personal y emocional.
Ese
detalle era Jacob Black.
No
aceptó de buena manera mi despedida, pero eso no me detuvo para tirarle la
puerta de su verdadero amor en la cara. Osea de su oficina. No sin antes
soltarle un tajante: “Vete al demonio”.
Quince
días después de la “experiencia espiritual” con Edward; ya había encontrado la
manera de sobrellevar mi anhelo de él; y eso era cargándome de trabajo.
- —¡No
puede ser! – gritó Ángela que estaba a mi lado leyendo la prensa del día. Hizo
que brincara del asiento en el que me encontraba. - ¡Edward Cullen se muda a
Forks!
Me
atraganté con saliva y comencé a toser, pero mi amiga ni se inmutó, al parecer
la noticia la tenía eufórica.
- —Podré
pedirle que me autografíe los libros y quizás coincida con él en algún café.
¡Un momento!... – se paró y con ella mis latidos – Yo conozco esta cara ¡Bella,
este es el hombre importuno del cuatro del julio! ¿Lo recuerdas? - <¡Y de
qué manera!> - ¡La esfinge griega! ¿Acaso no te dijo su nombre?
Me
increpó con una mirada que parecía decir: “¿Eres retardada o qué?”
Me aclaré
el nudo de la garganta; porque el del estómago no pude y hablé…
- —¡Con
razón me sonó familiar! - …o más bien mentí. – Perdona, es que ya sabes que no
conozco mucho sobre estos autores.
Suspiró
resignada.
- —Tienes
razón. Aunque ya te he dicho que deberías echarle una ojeada a sus historias.
Sé que cuando las leas no las podrás soltar. Pero bueno… ¡lo importante es que
el chico será nuestro vecino!
Mi
bajo vientre se estremeció ante la expectativa.
- —¿Me
permites un momento la prensa? Necesito ver algo en la sección de política. –
dije con tono tembloroso.
Ángela
muy amablemente me lo cedió y se puso en pie para seguir en sus labores del
día.
Leí
el encabezado del artículo.
“El célebre escritor Edward Cullen
anuncia en rueda de prensa el nombre de su nueva entrega y su cambio de
residencia”
<<¿En
qué diablos estaría pensando cuando anunció el destino de su nuevo
domicilio?>>
Devoré
la serie de palabras que en nada me interesaban hasta llegar al asunto que me
había trastornado.
“Mi nueva obra se titulará *Entre
páginas y pudores*”
El
aire comenzó a escasearme.
Me
ventilé con el mismo infame papel y cuando me recobré seguí leyendo.
“Muy pronto residiré en la hermosa
ciudad de Forks. Voy a buscar a “mi musa”. Ya se me escapó una vez y no pienso
irme sin ella en esta ocasión”
Entonces
supe que sus palabras no eran una mera táctica de publicidad. Sino una clara
advertencia.
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* - Texto original de la novela "Doce Ardientes Princesas" de Nancy Madore.
Bueno chicas...este fue mi Oneshoot para el concurso..díganme si le gustó...espero que sí..porque ni no; no tengo esperanzas de ganar pero un premio de consolación..ahahahaha
Se les quiere...
guauu me ha encantado, esta super, jejeje q tierno es edward q ira a buscar a su escurridisa musa, besosss
ResponderEliminarSIS ESTA MUY BUENO DE VERDAD, ME GUSTO MUCHO_ DE SEGURO GANARAS_ BESITOS<3
ResponderEliminarHola la verdad esta buenísima de seguro ganas el concurso y para ser te sincera deberías seguir escribiendo esta historia suerte. Besos
ResponderEliminarLa historia es genial, felicidades y no te preocupes tienes posibilidades, como mínimo a mi me gusto. Suerte
ResponderEliminarOh por dios, acabo de encontrar este blog y lo primero que leo es este one shoot, y que puedo decir, magnífica historia que deja con gusto a poco, ojalá se convierta en un fics, mucha suerte y felicidades. Chao.
ResponderEliminarMuchas gracias a todas por sus comentarios y por sus buenos augurios...si este fic se convierte o no en historia..aun no lo sé...porque ya son como demasiadas historias para llevar una sola persona..pero no prometos nada!!!! puede ser que si...de todas maneras muchisimas gracias y las espero seguido por aqui..=)
ResponderEliminarowwwwwwwww!! ame este Os!! esta buenisiiimoo!! ame a edward!! >////////////////////////< ufffffffffffff... no lo imagine nunca como un escritor d literatura erótica!! waoooooooooooooooooooooooooooooooooooo sexyyyyyyy!!! y dios!!! q sexooo eee... waoooooooooo.. diablos!! ese hombre si q es potente!! jajjajajajajajjajajaaa.. XD... y waaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa tmb m encanto la moralista d bell's xq al final mando al diablo a jake.. x ser otro moralista!! jajajajajjaa XD... me encantoooooooooooo!! XD
ResponderEliminarClaro q me encanto hhasta ahora lo leo esta super y ando deacuerdo con jessica espero le hagas segunda parte asi sea apara nosotras es muy bonito y ni imaginarse lo q haran si se unen Espiritualmente!
ResponderEliminary obviamente te mereces los comentarios!! =D
hola!!!
ResponderEliminarexcelente one-shot me encanto!!!
tienes material para seguirlo.. espero que lo hagas
saludos Eli ;)