sábado, 6 de agosto de 2011

Anhelo desde la Oscuridad - Noveno Capítulo:





 “EXISTENCIA MALDITA”

“Tan hermosa, tan pálida, tan fría. Bienvenida a la inmortalidad Isabella Swan. Y bienvenida a mi eternidad, ahora eres mía para siempre”
Eran las cuatro menos cuarto de la madrugada. Isabella aún yacía en la cama del cuarto principal de mi casa. Que de ahora en adelante sería nuestra. Su palidez me indicaba que el proceso estaba a punto de finalizar. Habían sido tres días malditamente tortuosos y largos. Ahora reposaba tranquila en el lecho porque le había colocado una buena dosis de morfina con la esperanza de hacer de su transformación un proceso menos doloroso. Como lo fue el mío.
Me negué a recordar esa época donde Carlisle vivía aconsejándome. Un sentimiento extraño que luego reconocí como un anhelo se quiso enraizar en mi pecho pero me negué a darle cabida.
El aire de aquella madrugada parecía especialmente helado. Una llovizna golpeaba con fuerza las ventanas anunciando posiblemente una tormenta; el miedo que me invadió esperaba con ansias que el estado de la naturaleza no predijese el futuro de mi relación con Bella, porque si así fuese lo que me esperaba era una tempestad en vez de una compañera.
Oh, mierda…
Sus párpados temblaron antes de abrirse por completo y mostrar unos hermosos orbes color granate. Su ceño se frunció al verme, y su cuerpo se movió tan rápidamente que apenas me dio tiempo a erguirme para que no me llevase por el medio. Se lanzó hacia una esquina de la habitación con la espalda pegada a la pared y tenía las manos engarfiadas como una fiera a punto de atacar. De su boca salió un bramido más animal que humano a manera de clara amenaza.
- Bella. – dije en tono suave para tranquilizarla. – Soy yo, cielo. Edward.
Ella se irguió despacio y noté como iba reconociendo de a poco el lugar. Sus ojos vagaron por la estancia, y lentamente parecía irse calmando. Luego se miró las manos y los brazos. Tocó la piel de su brazo como si se estuviese conociendo. Se llevó las manos al rostro y se tocó la cara.
- ¿Edward? – me miró confundida. - ¿Qué le pasa a mi voz? ¿qué me pasa a mí?
Su tono rayaba entre el pánico y la histeria. Fui acercándome lentamente a ella para no sobresaltarla hasta que llegué a su altura.
- ¿Me dejarás tocarte, Bella? –susurré por lo bajo. Asintió y yo procedí a tocar su mejilla. Ella recostó su rostro en mi mano y yo disfruté al máximo de su contacto. La piel la sentía cálida contra la mía. Tan perfecta…tan mía.
- ¿Qué me pasa? – preguntó de nuevo con tristeza.
Su tono hizo brotar un lado protector que normalmente no salía a la luz; pero con ella me fluía natural.
- ¿No recuerdas nada, cielo?
- No…- dijo titubeante al principio – Solo sé que estábamos besándonos y de pronto…- su mirada se volvió recriminadora. Oh no..- ¿Me mordiste?
Intenté tocarla de nuevo pero se alejó rápida y violentamente de mí. Y maldito fuera si eso no me lastimó.
- ¡¿Qué diablos me hiciste?!...¡No te me acerques! y ten la maldita decencia de decirme y mantenerte lejos.
- Isabella, por favor. No te alejes de mí como si fuese un apestado.
- ¡¿En qué me has transformado?! Dime lo que me hiciste y puede que deje de temerte.-gritaba histérica, por su tono supuse que lo último solo fue un vil engaño para que le dijese la verdad.
- No quiero que me temas.
- ¡Entonces dime de una condenada vez lo que quiero saber!
A pesar de sus gritos, su voz me parecía como el canto de una sirena. Atrayente y hechizantemente irresistible. Pero no podía eludir más la realidad, debía hacerle frente a mis decisiones.
En vez de acercarme a ella, me erguí en mi sitio para darle algo de espacio y poder prever cualquier arranque de furia; puesto que los neonatos son inestables emocionalmente. Me erguí en mi sitio para hablar.
- Isabella, ahora eres una inmortal. O lo que los de tu especie llaman vampiro.
- ¿Qué? ¡Debes estar loco! – bramó dejando luego escapar un gruñido muy similar al de un león, su expresión se intensifico en pánico debido al gutural.
- Quizás. Pero ahora estoy diciendo la verdad. – juré solemnemente.
Ella estaba turbada, se tocó los colmillos y al notar la ausencia de anormalidad me vio dando descrédito a lo que decía. Negué con la cabeza antes de hablar.
- No funciona así, cielo. No tenemos grandes colmillo no nos quemamos al salir al sol, ni nos pueden eliminar clavándonos una estaca en el corazón. Todas esas…cosas, son puras habladurías de quinta, infundadas en las producciones hollywoodenses. – quería evitar en lo posible decir malas palabras delante de ella, pues lo último que necesitaba era que creyese que aparte de monstruo era un descortés.
Ella estuvo caminando de un lado al lado hasta que se detuvo y su mirada se clavo en mi, parecía la de una fría asesina. Pero en vez de increparme lo que hizo fue interrogarme con calculadora atención.
- Supongamos que te creo, Edward. Pero ¿Por qué me transformaste? ¿por qué precisamente yo de entre tantas mujeres mejores y más hermosas que yo? – en la antigua Isabella esas preguntas me hubiesen sonado a tierna inseguridad pero en esta nueva criatura era como una peligrosa bomba de tiempo.
- Te elegí… - dije después de una larga pausa. - …puesto que fuiste tú quien me gustó desde un primer momento. Y las demás no son como tú. Sí, las hay más exuberantes e incluso más hermosas; pero la cosas es que…no las quiero.
- ¿Por qué?
- Porque ellas no son como tú, ya te lo dije.
- Eso no me dice nada.
- Pues es lo que hay. No soy de los que andan por ahí declarando sentimientos, Bella.
Su mirada se encendió con una ira que hubiese acobardado a cualquiera, pero yo ya estaba harto de dar explicaciones. Le había dado la inmortalidad debería demostrar más agradecimiento; pero era mujer; y las de de su género siempre encuentran la manera de volver locos a los hombres. Siempre seremos las víctimas, no importa la especie.
- ¿Entonces lo anterior a esta noche fue una actuación? – gruñó entre dientes.
- Sí… y no. Sí, porque no soy ese príncipe encantado que creíste que era. Y no, porque cuando te dije que me gustabas y te deseaba demasiado lo decía enserio. Así que no te engañé…mucho.
Isabella bramó y jure que por un instante me saltaría a la garganta para matarme.
- Te odio, Edward Cullen. Como…como es que pudiste decidir por mi. Como puedes ser tan…¿Quieres saber otra cosa? Tú no me diste una vida eterna, como acabas de decir. Tú compartiste tu maldición sin fin conmigo para hacer tu infierno de destino más llevable. Para llenar tus noches insulsas y vacías. Para saciar tus deseos sexuales y tu avidez de poder. Solo para eso. Me has quitado la vida, una llena de realidad, una vida de verdad, ¿Eternidad? Quien la necesita si no se puede respirar, si no se puede vivir.
- No me conoces, no puedes saber cómo soy o como vivo; para que tengas una base real para decir esas cosas.
- ¿No? – se rió sarcástica – Mira esta casa Edward, además de ti nadie más la habita ¿o me equivoco? – mi silencio contestó por mí - ¿ves? Eso quieres decir que estabas solo y de seguro hastiado de no tener alguien con quien compartir tu “vivencias sobrenaturales”. Sé que deseabas, por lo cual sé que tienes deseos sexuales reprimidos, y antes de que me digas de que no estuviste antes conmigo por mi bien y porque no querías hacerme daño déjame que te conteste de una vez: no te creo una reverenda mierda.
Bieeeeeen. Y yo creyendo que sin palabrotas la situación sería más civilizada…
- ¿Te abruman mis palabrotas, Edward Cullen? ¡Pues te jodes!. Tú creaste una nueva Bella. – su tono fue un oscuro susurro. – Tú creaste este monstruo al condenarme a una existencia maldita.
- Yo no…
- ¿Tú no qué? ¿Esto no es una maldición acaso? Entonces explícame a que se debe el fuego que me quema la garganta y el estómago, justo ahora lo siento, y dudo mucho que sea reflujo. ¡Explícame! – gritó.
- ¡Pues sí! ¡es una maldición o una bendición! Velo como te dé la gana. Ahora debes alimentarte de sangre, los alimentos no te sirven para nada y te sabrán horrible. Pero te digo de una vez, evitar alimentarte, no es una opción y siempre es recomendable mantener el hambre a raya para no matar a los inocentes. – ya estaba cabreado y no estaba dispuesto a seguir escuchando sus reproches. – Dime ávido de poder. Dime egoísta. Dime monstruo, asesino o lo que quieras. La verdad es que soy todo eso y más de lo que puedes llegar a creer; pero no me avergüenzo de lo que soy y no lograrás que lo haga. ¿Quieres una disculpa por transformarte? Pues ni de chiste la tendrás. Ahora eres mía y estaremos juntos de ahora en adelante.
- Eres un arrogante cabrón…
- Sí…sí…sí. Ya sé que no eres un objeto…bla bla bla. Que no puedo poseerte…bla bla bla. Pero de igual manera, solo sé que tú me necesitas y yo a ti. Velo como un negocio, es fácil: tú me das y yo te doy.
Tras una larga pausa llena de gruñidos y blasfemias por lo bajo ella asintió.
- Muy bien, Cullen. Expón tus condiciones. – dijo dando tres pasos en mi dirección. Sonreí con descaro ante sus palabras, había ganado. Yo había ganado.
- Lo que quiero es fácil. Quiero tu compañía. Que seas mi amante.
- ¿Nada de sentimientos? – preguntó ella fríamente.
Negué con la cabeza.
- Lo único que estoy interesado en sentir, es placer, solo eso.
- Muy bien. Aquí van mis condiciones: no quiero imposiciones del tipo “no harás esto porqué yo lo digo”; si no debo hacer algo tendrás que darme una maldita buena razón para no hacerlo, si no…pues lo haré en contra de tu voluntad. Y cuando me harte de estar contigo deberás dejarme ir tranquila ¿me hice entender? – su tono era frío y calculador. Casi la odié por ser tan astuta se supone que en ese momento debería estar luchando conmigo en vez de negociando, maldita sea.
Gruñí.
- Está bien, pero entiende que no puedes andar con más nadie excepto conmigo.
- ¿por qué? – dijo en tono beligerante.
- Porque eres mi compañera, y lo mínimo que te pido es respeto, no aceptaré que te andes buscando amantes por cualquier lado.
Se carcajeó con abierta malicia.
- Ya te dije, cuando me harte de ti…me iré. Mientras, estaremos juntos. Pongamos un límite de tiempo.
- Estás demente, no aceptaré eso.
- Oh, sí. Si lo harás o me largaré justo en este instante y tendrás que buscarte a alguien más para que sea tu compañera, y ya que es mejor malo conocido, que bueno por conocer…
- Vale. – la interrumpí.- Considerando que tu primer año es tu periodo de novata o de neófita como los de mi especie le llamamos, pues es menester que estés conmigo aprendiendo como sobrevivir, y luego podremos disfrutar de un largo y placentero periodo. ¿Qué te parece dos años?
Ella asintió.
- Dos años. – sentenció ella. – Y luego cada quién tomará su camino, Edward.
Sonreí con descaro.
- Te aseguro, cielo; que dos años no serán suficiente para que sacies tu pasión por mí. Pero dejaré que seas lo suficientemente ilusa como para creértelo. – sonreí con descaro.
Entrecerró los ojos.
- Dos años, Cullen.
- Veremos, pequeña. Mientras, aprovechemos para alimentarnos.
Ella se tensó.
- ¿Cómo lo haremos?
Me encogí de hombros.
- Como lo hacen los vampiros. Con sangre, Bella.
**********
- No puedo creer que estés haciendo que me alimente de personas. – me gruñó Bella, pero su mirada estaba clavada en los tres asaltantes que se repartían las ganancias sustraídas a algún digno ciudadano.
- Dime lo que sientes al oler su sangre, pequeña. Porque sé que puedes olerla. – la incentivé.
- Me arde…- tragó grueso. – Me arde la garganta descomunalmente y mi estómago parece que se estuviese incendiando.
Noté su necesidad y casi me lamenté por llevarla al límite, pero debía hacer que dejara sus inhibiciones y sus culpas.
- Son tuyos, pequeña. Ve por ellos, le harás un favor a la sociedad.
Sus ojos se veían torturados pero en ese instante su necesidad fue más fuerte que sus tabúes y se escudó entre las sombras para acechar a sus presas, yo la seguí de cerca por cualquier eventualidad.
Como era de esperarse, los hombres se embelesaron con su belleza y nauseabundos pensamientos de lo que querían hacer con ella llenaron mi mente. Rechacé la idea de atacarlos solo porque sabía que ella acabaría con todos…y si se escapaba uno…bueno, simplemente ninguno se escaparía. Me encargaría de eso personalmente.
Pero no hizo falta; Isabella como si fuese una experta se movió vertiginosa como un rayo y le rompió el cuello a dos de ellos mientras que el tercero quería darse a la fuga, pero ella en tres hermoso saltos se situó a sus espaldas y le asió contra ella para enterrar sus colmillos es su vena. Los gritos del humano duraron poco, y ella procedió a alimentarse de los otros dos con abierta necesidad. Su técnica no era limpia, pero eso era comprensible puesto que era su primera vez, pero mentiría si dijese que no me encantó verla cazar. Estar al acecho de algo y moverse que sinuosidad para atrapar a su presa. Me pregunté lo que se sentiría sentir ese tibio aliento en varias partes de mi cuerpo. Entonces una furiosa erección amenazó con romper mis vaqueros.
Pero mi miembro ya estaba acostumbrado a eso, ella tenía una facilidad impresionante para hacer que la deseara con intensidad.
Terminó con el tercero y se limpió la boca con el dorso de su brazo, me reí de forma oscura puesto que me parecía la versión gótica de una nena.
- No puedo tomar más…- dijo mientras se ponía de pie. – Pero la quemazón persiste. – se tocó la garganta.
- Lo sé, pequeña. – le contesté mientras me acercaba a ella. – Eso es parte perenne de esta existencia, te acostumbrarás.
Le extendí la mano para que ella la cogiera. Ella la miró con renuencia.
- Estoy sucia. – se miró la ropa, al cual estaba rota por las veces en que luchó con los hombres. Volteó a ver a mi mano extendida y luego a mi cara con desconcierto. – Es en serio, doy asco.
Me encogí de hombros, caminé hasta ella estreché su mano y comencé a caminar en dirección contraria a la que estaban los cuerpos…
¡Los cuerpos! Debíamos deshacernos de los cuerpos del delito.
- Debemos esconderlos. No podemos dejar huella de sus muertes.
Ella estuvo de acuerdo y en menos de diez minutos los tres cuerpos estaban tirados entre árboles adentrados a un bosque anexo al callejón. Todos desperdigados.
***********
- Esta es tu nueva habitación, Bella. – le dije enseñando con la mano la extensión de todo mi cuarto.
Enarcó una ceja y me miró con recriminación.
- Sería más acertado decir que esta es “tu” habitación. – puntualizó.
Asentí.
- Claro que lo es. No pensarás que íbamos a ser amantes por bluetooth. – seguí caminando. – No sé tú, pero yo creo que eso no sería muy satisfactorio para ninguno de los dos.
Me carcajeé sin un ápice de vergüenza y luego me tendí en la cama.
- A lo mejor me reiría si no tuviese en frente a un prospecto devaluado de un bastardo egoísta.
- Uh. Eso fue bajo.
- Como tú. – dijo ella mientras se sentaba en una de las puntas de la cama. – Así que date por aludido, si así lo quieres.
Su tono ya no estaba mortificado; al menos en apariencia; y su actitud era tranquila. Parecía que se había resignado al trato que ambos teníamos o bien…sabía que no podría escaparse de mí. La primera me generaba una deliciosa ansia posesiva y la segunda un sentimiento de satisfacción y orgullo.
- Bella, ven hacia mí. – le ordené de manera suave pero firme desde el cabecero.
Sus movimientos sinuosos hicieron de mi miembro un prisionero con ansias de fuga. Él reconocía a quién se había convertido en mi meta y también sabía lo cerca que estaba de empezar a consumar mi objetivo. Poseer a Bella, empezaría por su cuerpo…pero finalizaría con su alma.
Si es que quedaba algo de ella ahora que me acompañaba en mi maldita inmortalidad.
Poco a poco el suave colchón iba cediendo a sus pasos y su mirada hipnotizadora, cual cobra, demandó toda mi atención. Mis ojos se perdieron en sus pozos color rojo. Rojo sangre.
La tomé de la parte posterior de su cabeza y la estrellé contra mis labios sin poder esperar ni un segundo más; su gemido de satisfacción fue toda la autorización para atraerla de un ágil movimiento y colocarle debajo de mí, sin problema alguno.
Nuestras bocas no se acariciaron, se devoraron, y de vez en cuando nuestros filosos dientes tomaban parte en el acto al morderse cada tanto, en demanda de algo. Los míos, querían más de ella. Y los de Isabella…me eran un enigma indescifrable, pues aún después de la transformación no podía leerle la mente.
Besé su frente adorando su mente aguda y su temperamento testarudo. Besé sus mejillas añorando el color que solía teñirlas cuando era humana. Y finalmente descendí besando toda la extensión de su barbilla en un acto simbólico de toma de posesión. Ella era eterna…y su eternidad me pertenecía.
La suavidad de su cuello...de su pecho y finalmente de la elevación de sus senos, fue el preludio perfecto para el manjar exquisito que probé al tomar sus pezones en mi boca. Succioné y lamí a mi antojo, arrebatándole en el proceso frases que encendían mi deseo con cada movimiento.
Cuando las ansias de probar más de ella fueron irresistibles, atravesé el valle de sus pechos y pasé por su ombligo, y me posicioné frente a su centro que estaba abierto y brillante por mí. Una fragancia rica, intoxicante y desconocida brotaba de ella. Y yo estaba más que encantado de ser quién la consumiera. Y el único también. Sobre todo eso…El Único.
Levanté mi vista hacia ella de manera que nuestras miradas se encontraran y le dí más que un mensaje…le dí una advertencia:
- Dos años no te serán suficientes, Bella.
Este capítulo no tiene dedicatoria, porque la única persona que se me cruza por mi mente en estos momentos, no merece una dedicatoria de una historia como esta.
En fin…esta es la primera vez que escribo solo un capítulo. Ni más ni menos que eso.
Mis disculpas por eso.

3 comentarios:

  1. dios ese capitulo fue genial y valla modestia la tuya para ser que no as escrito un capitulo esta vez lo as hecho genial,maravilloso diría yo ,estoy astisfecha y no es que me aya parecido poco es sencillamente todo.....Besitos...

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  2. me encanta este edward y el fic es re atrapante espere un montoooon por este capitulo !!!

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  3. Perdóname, Sofy...de verdad que entre una cosa y otra descuidé mucho mis historias. estoy enproceso de cambiar eso. Te espero por aquí más seguido vale? Besos

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