“Debilidad, Incapacidad”
Bella POV:
Estábamos en Central Park West, bastante cerca de North Meadow, en el consultorio de un pediatra que era ex compañero del instituto de Edward. Jasper Hale era un médico con estampa de todo menos de eso. Parecía un modelo de Christian Dior con su aire aristócrata y a la vez masculino, en lo personal, creía que estar vestido con una impecable bata blanca no le hacía justicia. Para – nada. Simplemente me lo imagina con finos pantalones de lino de caída suelta y camisas de seda. Algo como lo que tenía debajo de la muy corriente bata de médico.
Su consultorio era un espacio de aire minimalista, al menos en la recepción, en donde un escritorio de metal y madera teñida escondían a una mujer de mediana edad que era su secretaria – recepcionista. Adentro te esperaban un sinfín de imágenes de Las Princesas de Disney, Cars, Los Piratas del Caribe, el horroroso Bob Esponja y hasta Bob el Constructor te daban la bienvenida en hermosos cuadros de distintos tamaños, aunado a eso, en una de las esquinas se encontraba el sueño de todo niño, montañas de juguetes. Estaban divididos en dos secciones; la rosa y la azul, niños versus niñas, baúles repletos de montones de juguetes, barbies, carros, cocinitas, pelotas. Quizá todo era parte de una maquiavélica estrategia para que tu hijo gustase de ir al médico.
—Veamos, preciosa —le dijo a la pequeña Elizabeth que estaba estiradita en la camilla embelesada con el movimiento del estetoscopio que tenía enganchado en su cuello.
Le reviso los ojitos que respondían muy bien a cada estímulo, los oídos que estaban sanos. Así mismo le reviso la boca, los piecitos, las manitos y finalmente comprobó su corazón, cosa que no le gustó demasiado porque gimoteó en cuanto él colocó el estetoscopio en donde estaba su pequeño corazoncito; y Edward automáticamente se tensó pero le apreté la mano en gesto de él – sabe – lo – que – hace, y optó por no interrumpirlo. Finalmente, ausculto sus pulmones; cosa que casi me parecía innecesaria porque a ambos nos constaban que estos “estaban en perfecto estado” basados en sus berridos de madrugada, y concluyó pesándola.
La levantó en brazos mientas Lizzy se entretenía con el fascinante estetoscopio y nos miró a ambos.
—Esta señorita de acá está muy sana. Su peso está ahora en unos cinco kilos con cien gramos, lo que es bastante normal para los dos meses que ustedes me han dicho que tiene. Los signos vitales están muy bien y como pueden ver esta es la etapa en la empieza a tomar lo que llama su atención.
Edward se puso de pie y la recibió a lo que ella respondió acurrucándose bajo en la curva de su brazo. Sentí un extraño estremecimiento frente a esa imagen tan paternal.
Hablamos sobre el régimen de vacunas y como iban a ser administradas, cosa que no gustó a ninguno de los dos, pero había que dejar de lado la sobreprotección neandertal y permitir que la medicina hiciera lo suyo. Y como no podíamos dejar de lados las preguntas incómodas….
—¿Qué apellido le coloco a la pequeña en los papeles de control? —preguntó Jasper viéndonos a la cara a ambos.
Edward y yo nos vimos a las caras sin saber qué hacer. ¿Inventarle un apellido? No era una opción adecuada. ¿Ponerle Cullen? No me parecía pues me dejaba fuera, y por necio que sonara no quería permanecer a un lado de lo que éste jodidamente desquiciado proyecto de “apadrinamiento” representaba. ¿Swan? El cavernícola que llevaba Edward por dentro no lo dejaba ser tan complaciente. ¿Cullen Swan? Era…bueno…no sonaba mal pero es que…
Discutimos durante unos quince minutos la situación, en dos ocasiones Jasper tuvo que retirar la pluma a un milímetro del papel; la indecisión era obvia. Y él ya estaba entrando en fase de no – tengo – tiempo – de – niñadas.
—Joder, que se quede Cullen Swan no tengo toda la mañana y sé que ustedes tampoco —dijo Jasper a la vez que escribía en la tarjeta y en la ficha informativa.
—Nosotros no…somos pareja —repliqué.
—Lo sé. Edward me lo comentó cuando acordó la cita esta mañana por teléfono —me respondió con una sonrisa de tú – no – me – engañas. Y me pareció que dijo un “por ahora” por lo bajo, pero preferí ignorarlo.
—¿Cómo está tu esposa? —dijo Edward de pronto, quien me parecía repentinamente interesado en cambiar el tema de conversación.
Los ojos del médico se iluminaron de golpe y una sonrisa enamorada y delatora se filtró en sus labios cuando se mencionaron aquellas palabras.
—Alice está preciosa. Ya pasó la etapa de nauseas matutina, por lo cual está de mucho mejor humor ¡gracias al cielo! Ahora parece una máquina de antojos. Que si chocolates Hersheys, que si papas de McDonalds, que si Taco Bell, que si hot dogs de La Papaya… —soltó un suspiro teatral de cansancio—. Supongo que le ha sentado bien el segundo embarazo.
—¡Felicidades, hermano! No sabía que estaba en estado tu esposa.
—Gracias. Y pues sí, ella tiene ahora cuatro meses y medio. Ambos esperamos que pasen las siguientes dos semanas para saber el sexo del bebé.
—¿Qué tuvieron primero? —no pude resistirme a preguntar.
—Un varón. Uno muy grande que le costó unas buenas diez horas de labor a Alice. No estuvo muy feliz conmigo en esas horas pero tampoco quiso que me apartara de su lado. —sonrió y meneo la cabeza de lado a lado mientras rememoraba los detalles de aquel momento que le parecían graciosos, y que hacían que se me helara la sangre en el cuerpo.
¿Diez horas? Eso era más de lo que mi muy cobarde cerebro me dejaba analizar.
Después de despedirnos y acordar vernos en cuatro semanas, procedimos a irnos en el BMW que le habían asignado a Edward, quién había optado por no manejar ese día en específico.
—¿Qué haremos ahora? —le pregunté al entrar al vehículo. Lizzy acababa de quedarse dormida en el hombro de su padrino – posible – padre pero un bocinazo la había despertado así que ahora estaba de muy mal humor. No lloraba pero no dejaba de retorcerse y hacer ruiditos de cansancio.
Edward miró su reloj y me miró con cara de asombro. Son las diez y cuarto de la mañana.
—Ya hemos perdido casi medio día así que mejor me acompañas a hacer unas diligencias.
—¿Ah sí? ¿Y cómo cuáles? Porque según yo, tu padre nos encomendó planear un evento que debe de ser dentro de tres semanas y nosotros no hemos avanzado nada. A menos que cambiar pañales, preparar biberones y acudir a pediatras sea parte de la agenda.
—No te preocupes —se encogió de hombros—, ya luego me echo yo la culpa.
—¡Eso justamente es lo que me preocupa! —lamenté haber dicho esas palabras justo un segundo después y lamentablemente tuve que continuar— Ya bastantes problemas tienes con el señor Cullen y no creo que otro sea realmente necesario.
Me miró con una picardía única que se reflejaba en aquella mirada azul grisácea perfectamente combinada con esa sonrisa de zorro que me hacía ruborizar al máximo.
—¡¿Estás preocupada por mí?! —pregunto muy pagado de sí mismo y luego aseveró— Sí, lo estás. Mira como te ruborizas.
—¡No lo estoy, engreído!
—¿Ah no?
—¡Por Dios! —ladeando el rostro para ocultar signos que me delataran.
—Ya veo… —dije en tono socarrón.
—¡Que no!
—Pues mientes muy mal. Déjame decirte que la actuación no es lo tuyo —agregó y se rió mientras acomodaba a Elizabeth en el hombro.
Me distraje un momento mirando la surrealista imagen de un hombre ataviado de Zegna y con una pequeña de dos meses al hombro, pero luego reaccioné y entrecerré los ojos con frustración.
—Eres un idiota —espeté.
—Probablemente. Pero he de lidiar con mis decisiones, y tú estarás conmigo; al menos en las empresariales.
Entorné a mirada y opté por ignorarlo durante un par de minutos. Hasta que él mismo rompió el silencio.
—¿Dónde queda una tienda de bebés?
Sospechando de lo que me diría a continuación, acoté:
—En la 24 – 30 Union Square Oriental —asintió.
—Vamos, a la Union Square, Sam. Por favor.
—Sí, señor. – le respondió el joven chofer quien automáticamente dirigió el automóvil a donde le habían indicado.
Un inmenso letrero que no decía sino que gritaba “Babies R Us” en diferentes colores y delante de una entrada inmensa nos recibió.
Basta decir que tras dos horas y medias de compras salimos con un recibo de despacho a domicilio directo al departamento de Edward y con una Elizabeth gritando a todo pulmón que tenía hambre.
—¿De quién es esa bebé? —nos preguntó emocionada y boquiabierta una normalmente distante Rosalie cuando tanto Edward como yo entrábamos en “los dominios de Carlisle”. Él había insistido en dejarme fuera de todo eso, pero yo, aún desconocía por qué, opté por defenderlo de los posibles ataques de su padre. Tenía sentimientos por él que prefería ignorar. ¡Trataba de ignorar! Pero eso no es fácil cuando se tiene un jodido TOC que te grita a cada segundo que quieres volver a sentir tus labios con los suyos, y sus manos en tu cuerpo desnudo.
Ambos vimos a Lizzy que estaba durmiendo con una manito en la cara, en ese momento yo la llevaba cargada y aunque sentí un impulso de darle un beso en la pelusilla negra que tenía por cabello, no lo hice, lo hizo Edward. El gesto fue la cosa más íntima y preciosa que había tenido con él, sin caer en clichés, éramos el cuadro perfecto de una familia feliz; Rosalie quien me parecía una total extraña se había puesto una mano sobre su boca y note como en las cuencas de sus ojos brillaban en costa unas lágrimas de ternura. Me desesperaba la sobreprotección que ésta pequeña estaba despertando en mí. Yo no había tenido un buen hogar y simplemente no sabía cómo ser una madre…o madrina…o lo que fuera. Pero en ese instante concluí que no importaba, no se era buena madre por saber preparar un biberón, se era por el amor que eras capaz de imponer en todo momento al formar un hijo, eso era algo que Elizabeth merecía y a estas alturas quizá me lo permitiese a mí.
—Es una niña del orfanato Saint Gabriel´s que optamos por apadrinar ayer —dijo Edward con un tono casi profesional. Como si estuviese hablando de una estrategia común de negocios, aunque en sus ojos había un chispazo de algo que no supe como reconocer. ¿Sería orgullo?
Rosalie nos miró a ambos dubitativa pero tuvo el buen tino de no preguntar más, aunque en su mirada reverberaban las dudas y especulaciones.
—¿Puedo cargarla? —dijo colocándose a mi lado.
—Claro —titubee.
—Oh… —musitó cuando la tuvo entre sus brazos expertos— Es una pequeña preciosa. No puedo comprender como hay mujeres que dejan a sus niños en esos lugares.
Y mientras hablaba acunaba a la chiquita con un balanceo que parecía relajarla en su sueño pues se había acomodado entre los pechos y las extremidades de la secretaria personal de Carlisle.
—Lo mismo dijimos nosotros —acoté.
—¿Cómo se llama?
—Elizabeth.
—Es un lindo nombre, Edward. ¿Lo escogiste tú? —él asintió— Pues está precioso y a ella le luce.
Todos sonreímos con una ternura que nos hacía mirarla embelesados y con caras de idiotas.
—Rosalie, haz el favor de llamar a mi sobrino… —Carlisle salió hasta su puerta con un grupo de papeles en las manos y se detuvo en seco cuando observó la escena que tenía delante de él.
Durante una milésima de segundo vi como Edward tomó a Elizabeth contra su pecho en un claro gesto protector. Su posición erguida gritaba desafío mientras que su mirada helada se concentraba en el rostro de su padre. Rosalie por su parte se apresuró a tomar asiento en su puesto y esperó a que le fuesen asignadas las tareas que traía su jefe consigo. Y yo…bueno, hice un buen papel como estatua de cera. No me moví y no dije absolutamente nada, me limité a mirar lo que ocurría a mí alrededor sin demostrar ninguna emoción o sentimiento. Parecía estar como en un trance o quizá en una especie de shock.
Carlisle volteó su mirada un momento para soltar la madeja de papel en el escritorio de Rose.
—Aquí están los números de teléfonos de mi sobrino Emmett Cullen. Haz el favor de llamarlo y transferirme la llamada directamente. No importa lo que esté haciendo.
—Entendido, señor —y automáticamente se puso a teclear los números en el teléfono.
—Pasen a mi oficina, por favor —dijo con una displicencia extraña.
Edward pasó tenso como un condenado al paredón y yo en una nebulosa de duda pero extrañamente dispuesta a defender lo que hiciese falta.
Después de que todos tomamos asiento, comenzó la parte incómoda.
—Supongo que esta es la pequeña —dijo señalándola con la nariz y tratando de ver por encima de la manta que la envolvía.
—Sí. Lo es, aunque es “Elizabeth”. No “la pequeña” —contestó Edward a la defensiva, aunque su padre pasó por alto el tono y trató abiertamente de verla.
—Acércasela —le dije con suavidad. Él me miró con duda un segundo, pareció tomar confianza y luego se puso en pie y la irguió de manera en que pudiese verla.
Por los ruidos que hizo me di cuenta que tanto movimiento había acabado por despertarla; pero por otro lado pude ver la mirada atónita de Carlisle que luego pasó a mostrarse emocionado mientras luchaba por pasar un aparente nudo en la garganta.
—Elizabeth… —susurró, y sin más la tomó en sus manos.
Edward y yo nos miramos atónitos. ¿El hombre de hielo había sido quebrado por una pequeña de dos meses? Quién lo diría.
—Dios mío, es hermosa.
—Sí. Lo es —sentenció Edward a su lado y con la mirada en ella. Nuevamente su tono era frío pero sus ojos rezumaban emoción.
Finalmente nos vio a ambos con expresión escrutadora.
—¿Qué piensan hacer con ella?
—Por el momento la hemos apadrinado…
—¿Ambos? —me interrumpió.
—Sí. Edward se comprometió a tenerla mientras le encuentran familia, aprovechará ese tiempo para practicarle las pruebas pertinentes. Y si es suya, se quedará con él.
—¿Y si no lo es?
—Sé quedará conmigo, ya te lo dijo Bella —respondió—. Al menos en lo que tome que una familia la adopte.
—Pero si es tuya no creo que estés preparado para… —Edward entornó la mirada y yo salí al ruedo en su defensa antes de que mi subconsciente me indicara que fuese prudente.
—Me va a disculpar si resulto impertinente, señor Cullen; pero creo que nadie está preparado para ser padre. El hecho de tener pañales, ropa, comida y muebles dispuestos para la crianza de una pequeña no garantiza que se esté listo para enfrentar el tremendo desafío que es serlo. Si bien su hijo no está casado con nadie… —gracias al cielo, me dije a mis adentros— ni tiene la remota idea de cómo lidiar con un bebé, al menos debería darle el beneficio de la duda. Y si llega a ser la mitad de competente que ha sido como empresario en su fase como padre, creo que será uno de los mejores —ambos me miraban boquiabiertos.
Bra – ví – si – mo. Había dejado a mis dos jefes atónitos, así que estaba en el filo de la navaja. O bien los había conmovido o estaban planeando mentalmente la manera de deshacerse de mí de una vez por todas. A lo mejor en mi carta de despido aparecería como un motivo plausible el ser una “revoltosa alebrestada”.
Al final, Carlisle se aclaró la garganta y su cara denotó vergüenza.
—Yo no quise decir…
—Ya sé lo que quisiste decir, padre —dijo Edward mientras tomaba a la niña en brazos—. Solo pasamos a que la conocieras un momento y a explicarte el porqué habíamos llegado tarde. Pero sinceramente se me han quitado las ganas de excusarme. Lo único que te pido es que no le eches la culpa a Bella por nada...
—Yo no voy a… —le interrumpió pero su hijo no le dio chance de decir algo más.
—Fui yo quien le dije que me acompañase a hacer unas diligencias —dicho esto salió de la estancia sin esperar más explicaciones.
Imagino, que fulminé al señor Cullen con la mirada puesto que de pronto pareció recular y habló con las manos al frente excusándose.
—Me malinterpretó…yo no quería…
—Mire, señor Carlisle. La reacción de Edward está basada en sus continuos juicios emitidos contra él. Y vuelvo a decirle lo que le acabo de mencionar, me va a disculpar si le resulto impertinente, pero es la verdad…
—Señorita Swan, a mí me parece…
—¿Usted cree que es realmente necesario que le reste importancia a cada decisión de su hijo? ¿Cree que con eso le hace bien? El día en que salimos a almorzar fue sumamente duro con él, pero yo no puedo llamar a eso disciplina. A eso se le suele llamar “mezquindad” por no hablar de la manera en que lo hizo callar como si se avergonzara de él —inspiró con fuerza y tragó grueso. Si me iban a despedir por eso no me dejaría nada por dentro, al menos—. Edward y yo hemos tenido algunas diferencias… —muchas en realidad— pero aun así, sé que es un hombre capaz de impulsar cualquier empresa. E internamente usted también lo sabe, porque no es de los hombres que conservan inútiles a su lado; pero a pesar de eso, no ha mostrado la más mínima muestra de agradecimiento para con todos los sacrificios que ha tenido que hacer Edward para ayudarlo a mantener y expandir a Le Madeimoselle. Yo que usted, me tomaría el tiempo de entablar una relación más fraternal con su hijo, antes que decida cortar los lazos con la empresa…e incluso con usted mismo —me puse en pie y tomé la pañalera amarilla de pollitos que no combinaba en lo absoluto con mi jumsuit de Diane Von Fustenberg de estampado tribal. Pero no podía importarme menos y mucho menos en ese momento.
Salí de la oficina sin despedirme, pasé al lado de Rosalie y seguí de largo.
No soportaba las injusticias fuesen como fuesen, y mucho menos cuando estas tenían como objeto a el ex tirano Edward Cullen.
Bueno…lo de ex estaba por verse. Aun no me fiaba que hubiese renunciado a ese lado patán dentro de él. Solo era cuestión de tiempo que saliese a flote.
Seis y media de la tarde.
Hacía una jodida hora y media que debía haber salido del trabajo; pero debido a las diligencias padrino – paternales que Edward se había empeñado en hacer —aunque debía de reconocer que eran necesarias—, estaba retrasada en cuanto a los preparativos del evento de caridad del Saint Gabriel’s. Agradecía al cielo que tenía como asistente a Angela o si no, me hubiese ido a lanzar de cabeza del Empire State con todo y escritorio incluido. En estos momentos Lizzy estaba con Edward. Él yo nos habíamos turnado la bebe quién parecía comenzar a dormir espacios más largos de tiempo, y lo hacía en los sofás de su padrino y el mío rodeada de todos los cojines que tenían los mismos. Gracias a dios no estaba en la etapa de moverse, porque si no de seguro se hubiese ido de cabeza una y otra vez contra el suelo, que aunque estaban alfombrados no garantizaban una caída amortiguada para nadie.
El teléfono sonó.
—¿Sigues en la oficina? —me preguntó Edward.
—Sí.
—Paso a recogerte.
—No hace falta. Puedo irme a la casa en taxi —aunque no era lo que más deseaba.
—No seas ridícula, Isabella. Vamos por ti.
“Vamos”… sabía muy bien a quién incluía ese “vamos por ti”.
No habían pasado ni diez minutos cuando unos nudillos golpearon la puerta y precedieron a Edward y a Elizabeth que venía embelesada jugando y chupando un sonajero rosa pálido. No pude contener la risa.
—¿Cómo está la “Nana Cullen”? creo que te contrataré cuando decida tener los míos —señalé a la pequeña bolita carnosa con la nariz.
—¿Sabes una cosa? Eso del humor no es lo tuyo, Bella. Quizá porque te falta…no sé,… ¿coherencia? —sonrío con sarcasmo antes de notar el despliegue de papeles en la superficie de mi escritorio y frunció el ceño— pensé que ya habías guardado todo.
Meneé la cabeza de lado a lado.
—Aún no me has dicho a donde me vamos a ir —respondí cerrando las carpetas y guardando algunos grupos de memos y listados de contactos para el evento en los cajones.
—Vamos a mi departamento —corto, certero y directo a mi bajo vientre, que vale acotar, vibró de una manera expectante. ¡Traidor!
—¿A…qué? —apartamento, cama disponible, Edward y yo solos. Eso era sinónimo de errores. Exquisitos y placenteros errores. ¿No sabía él que ya habíamos pasado por eso en el mío?
—A que me ayudes con lo de la preparación de la habitación de Elizabeth, por supuesto —me miró con cara de acaso – eres – tonta, y mi libido se fue al suelo.
Casi suspiré con decepción.
—Es viernes. Mañana no vienes a trabajar, así que no tienes excusa —lo sabía, y eso me hacía aún más exasperante la situación.
—Exacto. ¿No lo podemos hacer mañana?
—No. Hoy.
Suspiré derrotada.
—Está bien, vamos —acepté—. Pero que conste que hoy cocinas tú.
Él me miraba conteniendo la risa mientras íbamos saliendo.
—Yo no sé cocinar.
—Ese es tú problema, o moveré mi trasero a tu cocina excepto para comer.
—¿Pedimos una pizza?
—Sí. Y pensándolo bien, es lo mejor que podríamos hacer, ya que no quiero morir envenenada por tu “inexperiencia culinaria”.
Se encogió de hombros, zarandeando ligeramente a Lizzy con el movimiento, y me dirigió una sonrisa descarada.
—Algunos nacemos sin esos talentos.
Habíamos bajado ya y atravesábamos el lobby de la entrada cuando del elevador de al lado salió Jacob Black con su maletín Hermes en mano y texteando en su inseparable Iphone4. Este se percató de inmediato de nuestra presencia, volteó a vernos y nos estudió con una expresión de pocos amigos. Primero a Edward. Por supuesto, ya que no era santo de su devoción; yo sospechaba que desde siempre pues nunca los había visto confraternizar en ningún momento; recorrió su estampa algo desaliñada con los pantalones de su traje Zegna, la camisa de Balenciaga arremangada hasta los codos y sin saco. Parecía habérselo olvidado en la oficina.
—Black —le saludó Edward con un asentimiento reticente.
—Cullen —le respondió el otro de mala gana.
¿Por qué carajos se odiaban tanto esos hombres?
Jacob miró luego al pequeño bojotico que se retorcía en sus brazos aún con la sonaja y emitía gorgoritos. Frunció el ceño al calar su mirada en mí.
—Bella, ¿puedes venir un momento? Por favor —más que una pregunta era un Necesito – hablar – contigo – ya – mismo.
—Claro —nos adelantamos hasta la recepción del edificio que en ese momento ya estaba vacía y nos encaramos.
—¿Qué diablos significa eso? —los señaló con un asentimiento.
—¿Cómo que “eso”? ¿No ves que es una niña? —susurré molesta.
—No me refería a la pequeña, sino a que estás saliendo a estas horas con Cullen y con una pequeña en brazos, todos muy sonrientes.
—Me parece que eso no es asunto tuyo, Jacob. Así que haz el favor de irte a tu casa y darte un baño para que te relajes. El stress te pone insoportable.
—¡¿Qué haces con Cullen?! ¿No se supone que no lo soportabas? —me gruñó por lo bajo. Al menos parecía que conservaba un poco de sentido común.
—Creo que yo dejé claro nuestro status “como amigos” hace tiempo atrás —hice un parapeto de bostezo— Sinceramente, me da flojera tener que explicártelo de nuevo. Y si Edward y yo nos llevamos bien o mal, en nuestro asunto. No el tuyo —puntualicé.
Entornó la mirada y sonrió de manera irónica.
—¿Ya te conquistó con su sonrisa galante? ¿No has pensado que tal vez esté siendo amable contigo ahora que ocupas un cargo de alto rango en vez de ser solo su secretaria? —me erguí por el contundente golpe a mi orgullo— Quizá ahora te ve un poco más cerca de “su altura”.
Chirrié los dientes con rabia y frustración cuando mencionó nuestra diferencia de status. ¿Pero acaso no era cierto? ¿Acaso yo no estaba por debajo de la “alcurnia” de los Cullen? Eso no era un secreto para nadie. Y el hecho de que fuese la jefa temporal del departamento de publicidad y mercadeo no cambiaba esa realidad.
Ni nada lo haría.
Aún así, me negué a mostrarme pisoteada en frente de Jacob, quién sabía yo que hablaba desde su mundo de celos.
—Cuando dejes de ser un crío resentido, hablaremos Black. Mientras tanto, podrías ir buscando una mujer con la que salir y que te dé “beneficios especiales”, para ver si así dejas salir ese macho amargado que llevas por dentro. Quizás entonces dejes de querer sembrar cizaña —me acomodé la pañalera en un hombro y mi handsbag de juicy couture en el otro. Di dos pasos y luego me giré con desdén mientras el permanecía estupefacto y con la rabia llameando en la mirada— Y gracias por decirme que me consideras alguien inferior. No sé con qué moral lo criticas.
Salí y Sam me abrió la puerta del BMW serie 1 plateado. Me senté con todo el llanto acumulado en la garganta pero sin derramar una jodida lágrima. No le daría el gusto a nadie de verme pisoteada. Edward y Elizabeth ya estaban en el auto. La primera, chupaba una de las orillas de la mantita rosa que la envolvía. Y el segundo, me miraba con cara de inquisición y amargura. No sabía qué demonios le pasaba, pero que me jodieran si estaba de ánimos para lidiar con él ahora.
—¿Qué demonios te pasa? —me preguntó Edward tras un viaje en silencio en el sedán. Suponía que un viaje de cinco segundos en el elevador era demasiado para él que aparentemente también estaba de mal genio.
—Nada. ¿Por qué me hablas así? —inquirí de forma brusca.
—¡Uy, que delicada!
—¡Eres imposible!
El “ting” del ascensor nos indicó que ya habíamos llegado a su piso y para desagradable desconcierto mío, el lugar era precioso. Tanto, que las palabras de Jacob me asediaban de todos lados. “¿No has pensado que tal vez esté siendo amable contigo ahora que ocupas un cargo de alto rango en vez de ser solo su secretaria?” “Quizá ahora te ve un poco más cerca de su altura”.
“Quizá ahora te ve un poco más cerca de su altura”.
“…Un poco más cerca de su altura”.
“…Su altura”
—¿No quieres entrar? —Edward estaba parado en el umbral de la puerta con la nena en brazos, una expresión de pocos amigos en la mirada y un tono seco certero que me hizo recular.
—¿Sabes? Yo creo que esto fue una equivocación o al menos “en este momento” —puntualicé y señalé con el pulgar a mi espalda— Yo voy a llamar a un taxi y nos vemos mañana cuando estemos de mejor humor —caminé hacia el elevador y pulsé el botón de llamada. Entonces una mano fuerte me asió del brazo con fuerza y me introdujo al apartamento y cerró la puerta.
—Me vale gorro si Black te convenció para darme plantón esta noche. Me vale – un – maldito – gorro —su mirada me fulminaba abiertamente— No te vas a ir…con “él”.
Todo en él indicaba hostil posesividad, y uno de los lados de mi personalidad se sintió halagada y tenía ganas de mandar a la mierda las reservas de orgullo, pero otra parte me decía que yo no le pertenecía a alguien. Mucho menos cuando se me trataba como un premio de competición de testosterona.
—¡¿Pero qué demonios te pasa?! —dije zafándome de su agarre, sin ser muy brusca claro, puesto que Lizzy seguía entre ambos y nos veía como si fuésemos actores de alguna película. Estaba entretenida con nuestro pequeño espectáculo.
—Buenas noches, señor Cullen —dijo una pequeña mujer de largo cabello negro azabache y en el que brillaban unas cuantas canas, de mediana edad, un poco gordita y con una cara amable, pero que en esos momentos parecía esconder tensión en su mirada—. Buenas noches, señorita.
—Buenas noches —dijimos al unísono los dos sorprendidos.
Edward se adelantó y le saludó con más calidez.
—¿Cómo estás, Sue? No pensé que estarías en casa a esta hora.
A medida que iban hablando nos adentrábamos en un corredor con paredes blanquísimas y un techo alto recubierto en dry-wall negro y blanco que parecía extenderse a todo el ático. Era un apartamento sumamente espacioso y decorado de manera minimalista. La cocina era un lugar amplio y con largas encimeras de mármol en color negro con cajones tanto inferiores como superiores elaborados en madera recubierta con vinilo en un tono marrón y con vidrios esmerilados que impedían ver el interior de los mismos. Electrodomésticos cromados desperdigados en los lugares adecuados completaban el ambiente sin recargarlo. Un mesón algo largo de losa de mármol negro dividía la cocina de un amplio salón de estar. Este a su vez estaba tanto exquisita como levemente decorado. Un gran sofá modular en forma de u era el protagonista central de la estancia. Estaba situado en todo el medio y tenía una base de madera forrada en una hermosa tela negra con nimios puntitos plateados que solo podías distinguir si estabas cerca. Catorce cojines conformaban el resto del mueble, tanto el asiento como el espaldar. Una mesa de centro negra de patas cortas estaba frente a este con dos platos blancos que contenían pequeñas bolas de vidrio soplado y nada más. Cuatro ventanales se repartían entre extensos pedazos de pared que daban acceso a una vista perfecta de las luces de la ciudad de New York de noche.
Casi había perdido la noción ante tanto esplendor y buen gusto, hasta que la voz aguda de la señora Sue me devolvió a la realidad.
—Me quedé arreglando las cosas de la bebé que trajeron de Babies “R” Us. Por cierto, señor Edward, ¡todo está preciosísimo! Sobre todo esa cuna en forma hexagonal. Jamás había visto una así —la mujer siguió hablando mientras nos guió hasta una de las habitaciones en donde estaba repartido todo lo que Edward había comprado para ella, y que habíamos escogido entre ambos. De pronto fue como que se acordó de que yo estaba presente y casi le dio un sincope— ¡Discúlpeme, señorita! Estoy tan emocionada con la bebé que hasta me he vuelto distraída. ¿Gusta tomar algo?
Edward me miró con atención pero con seriedad.
—Sue, ella es la señorita Isabella Swan. Actual directora del departamento de publicidad y mercadeo —me la indicaba con una mano— Y Bella, ella es Sue, mi ama de llaves y mano derecha de la casa. En realidad es mucho más que eso. Es el pilar fundamental del orden en este hogar. Su hija Leah le ayuda aquí con los quehaceres y son las personas más eficientes del mundo —su tono se volvió suave, y me indicó lo mucho que apreciaba a ambas. El agradecimiento estaba implícito tanto en sus palabras como en su mirada.
La mujer me saludó con un asentimiento una sonrisa que era amable y un tanto avergonzada.
—Un placer conocerla, señorita Swan. Y disculpe mi anterior descortesía.
—El placer es mío, y no se preocupe, no ha habido tal descortesía, señora Sue —le tendí la mano y aunque le extrañó el gesto, me la estrechó y vi que me miraba con aun más cordialidad. Supuse que no estaba muy acostumbrada a eso con los amigos que frecuentarían la casa de Edward— Además no tengo sed y tampoco voy a durar mucho…
—Tranquila, Sue. Cenaremos más tarde —Edward zanjó el tema con una autoridad que no permitía réplica alguna.
Entrecerré los ojos y me tragué mi replica por respeto a ella.
—Oh. Está bien. De todas maneras le dejé la cena preparada. Supuse que hoy si vendría temprano por la pequeña. Hay pollo asado en el horno y papas al romero como su acompañante. Es más que suficiente para dos —nos guiñó un ojo y dicho eso, le quitó a Elizabeth de los brazos a Edward y la miró con ternura— Hola, pequeña Lizzy ¿cómo está la bebé más preciosa de esta casa? Vamos a lavarte la carita antes de darte la mamila… —haciéndole arrumacos y carantoñas se la llevó a la sala contigua en donde se vislumbraba un baño en tono marfil. Solo alcancé a ver dos lavabos antes de que se cerrara la puerta.
Ambos miramos la estancia con la cuna en el centro ya vestida con uno de los cobertores fucsia y marrón que habíamos escogido en conjunto. Ocho almohaditas estaban acomodadas a la cabeza de la misma, mientras que la colcha estaba estirada en toda la superficie de la poco habitual cuna. Un dosel en rosa pálido, casi blanco le confería un aire principesco a la que sería desde ahora la cama de Elizabeth.
El cambiador estaba situado a la derecha muy cerca de la puerta del baño. Me pregunté si esa sería una posición estratégica en caso de “cualquier emergencia sanitaria”. Y cuando Edward abrió el closet, la ropa, zapaticos, y productos de la pequeña estaban repartidos en orden tanto en cajones como en las repisas del mismo.
—Wow —se me escapó ante tal ejemplo de eficiencia doméstica— Esa mujer es casi una santa.
Supuse que si Edward no hubiese estado tan cabreado se hubiese reído, pero en ese momento lo máximo que hizo fue una mediocre insinuación de sonrisa y asintió. En ese momento salió Sue con Lizzy envuelta en una toalla fucsia que en una de las esquinas traía una especie de capucha integrada.
—¿Les gusta cómo quedó todo? —preguntó Sue mientras que colocaba a una Lizzy alborotada en el cambiador. Movía sus manitos y piernitas con energía y hacía gorgoritos que parecían decir “estoy fresca y muy despierta”. La mujer sacó rápidamente de uno de los cajones de madera teñida a juego con la cuna, un pañal y crema para prevenir las escoceduras, y en menos de los que canta un gallo ya Lizzy tenía un pañal limpio en su pequeño trasero y quedaba situada en uno de los brazos de Sue mientras que esta elegía una pijamita de Noa Lily en color blanco con pequeños lunares rosa.
—Sue, eres la mejor. Todo está perfecto. ¿No tuviste problemas para desarmar el mobiliario?
La conversación de ellos siguió y siguió durante un rato más. Yo tomé asiento en una mecedora acolchada que Edward había adquirido para la habitación de la niña. No pude pensar en lo inverosímil de la situación. ¿Cómo un hombre que podía ser tan magnífico con una pequeña podía comportarse como el más grande de los idiotas ante una pequeña provocación? Y las más hiriente e importantes de las dudas me atacaron ¿Cómo haría para alejarme de él sin que doliera demasiado? ¿Cómo hacerlo cuando teníamos un proyecto que llevar juntos?
El destino era un grandísimo hijo de perra. De eso no había duda.
Con Elizabeth dormida y alimentada, Sue tomó sus cosas y se fue a su casa tras despedirse de mí con sumo cariño.
Edward la despidió en la puerta y se aproximó a mí cuando estaba sentada en uno de los taburetes que miraban hacia la sala.
—¿Quieres tomar algo? —me preguntó con sequedad mientras tomaba una lata de Coca – Cola y se la llevaba a los labios.
—Quiero irme a mi casa, aquí ya no tengo nada que hacer. La señora Sue lo hizo todo —le respondí en un tono abiertamente hostil que me recordaba demasiado al después de los acontecimientos en mi apartamento.
Él, que estaba a punto de darse un nuevo trago, alejó la lata roja de los labios con mirada escrutadora.
—¿Por qué te quieres ir?
Entorné la mirada. Otra vez la burra al trigo…
- No tengo nada que hacer aquí. Lizzy está dormida y su cuarto está arreglado. Así que…
Dejó la lata en la encimera y me acorraló contra esta.
—¿Y si te pido que te quedes conmigo esta noche? —en su cara había al menos una docena de emociones contradictorias. Rabia, deseo, fiereza…no supe qué o como responder ante ese ataque inesperado— Contesta, Bella. ¿Te quedarías conmigo esta noche?
—Yo…ah…No puedo…
—¿Por – qué – no? —puntualizó con abierta furia que casi me hace retroceder.
—Es que…eh…
—¿Es por Black? —espetó como si hablara de Hitler o Bin Laden— ¿Es por…ese?
Entonces la rabia me invadió a mí también y lo empujé para que se alejara de mí. Trastabilló un poco pero se estabilizó con una tensa postura defensiva.
—Lo que yo haga en mi casa y con quién, no es asunto tuyo —le espeté a la cara.
Me haló de un antebrazo y me estrelló contra su pecho. El taburete en el que estaba sentada se tambaleó pero logró estabilizarse al final.
—Estás tan equivocada…en todo —entonces estrelló sus labios contra los míos con un hambre atronador que derribó cualquier muro de contención que yo haya podido tener.
Agarré su cabello con demasiada fuerza y él gimió en respuesta, pero mi desespero en acercarlo a mí era más fuerte que cualquier precaución o miedo a herirle. Quizá quería precisamente eso, herirlo. Marcarlo para que aunque viniera alguien después de mí —que si estuviese “a su altura”— no pudiese olvidarse de mis caricias. Marcarlo como él había hecho conmigo desde el primer momento en el que cruzamos nuestras miradas. Marcarlo con la intensidad con que él marcó a mi cuerpo cuando nos habíamos devorado en mi casa.
Necesitaba hacerlo. Aunque fuese una maldita última vez.
Me empujó contra la encimera y me subió sobre esta. Apartó con premura pero con cuidado, las sillas del mesón; para no despertar a la bebé. Se situó entre mis piernas y me tomó la cara entre sus manos para guiarla hasta sus labios. Pero si había algo que yo conocía bien era ese camino, el problema iba a ser tratar de olvidarlo, y más cuando estaba asiendo su trasero para apegarlo aún más a mí.
—Esta noche…te quedas —musitó mientras besaba y mordía mi cuello a su gusto.
—¿Eso es una orden? —susurré por lo bajo con una insinuación de sonrisa excitada.
—No. Es un desafío —me mordió para puntualizar.
Gruñí contra él y lo atraje a mi boca de nuevo. Él no se quejó en lo absoluto; de hecho, aprovechó y la saqueó con su lengua, sin dejar un lugar sin recorrer y probar. Sin besar o lamer. Sin tomar y poseer.
Levantó mi cadera de la encimera y automáticamente envolví su cintura con mis piernas. Atravesamos el pasillo sin hacer ruidos tras pasar la habitación de Elizabeth y entramos a la de él. ¿Qué como era? No lo sabía. El mobiliario y hasta las paredes y hasta el piso habían desaparecido para mí en ese instante. Bueeeeeeno, eso no era del todo cierto. La puerta seguía allí; apenas entramos Edward la cerró y me pegó contra ella y retomó su itinerario de caricias abrasivas. Deslicé mi mano por su pecho, su abdomen, su vientre hasta que llegué al cinturón y lo desabroché sin problemas. Pasé por alto su ropa interior e introduje mi mano hasta su miembro endurecido y recrecido directamente. Sin tapujo alguno.
Edward gruñó y echó la cabeza hacia atrás mientras tomaba una violenta inhalación. Le acaricié de arriba abajo. Pasando por su glande y deteniéndome en la base de su erección hasta rodearla con mi mano. Luego descendí un poco más y toqué sus testículos que estaban tensos a la espera de un descuido para dar rienda suelta a la simiente de Edward.
Volví a subir de nuevo y le masturbé con premura y pasión al mismo tiempo que besaba su cuello tenso hacia atrás.
—¡Bella! —susurró.
—Shhh. Ya hemos hablado demasiado… —lo lamí, logrando que se estremeciera de pies a cabeza — Ahora es momento de tomar y recibir. No está permitido más nada esta noche.
Aceleré mis movimientos hasta llevarlo al borde del orgasmo y entonces lo solté. Edward me miró consternado un segundo y luego vino a por mí como un puma a por su presa. Me empujó contra la cama y deslizó por mis hombros los tirantes del jumpsuit. En ese momento comprendí los beneficios de tener una sola pieza vistiéndote, ya que en momentos de “emergencia” podían retirarse con facilidad. Pasó la tela por mi cintura hacia abajo y la arrancó de mis piernas mandando al demonio mis sandalias de Stuart Weitzman. Solo me quedé con mis bragas de La Vie en Rose de seda. Nada de brasieres.
Las pupilas de Edward se dilataron mientras él se afanaba en quitarse los pantalones, entonces abrí las piernas de manera insinuante y poco faltó para que el hombre se fuera de bruces contra la cama.
—¡Dios, Bella! —se arrancó los calcetines y los tiró a donde sea y fue a por mí.
Se estiró sobre mi cuerpo y toda mi anatomía reconoció a la suya a pesar de que solo se habían compactado una sola vez. Mi intimidad de por sí ya húmeda bañó la seda de mi entrepierna y eso solo con la ansiedad que da la antelación.
La urgencia no se deshizo sino que por el contrario se acrecentó cuando nuestros labios se encontraron de nuevo y se abrieron a las penetraciones lascivas de nuestras lenguas que emulaban los movimientos que nuestros genitales se morían por imitar. Como pude alcancé sus bóxers y los bajé hasta el final de sus muslos, él terminó de deshacerse de ellos y luego se incorporó de rodillas, levantó mis caderas y desapareció la única prenda estorbosa, pero antes de que él se situara entre mis piernas, en un movimiento ágil tomé su erección con mi mano dejándolo indefenso y me acomodé a gatas en el colchón para poder tragar su erección que llegó a mi garganta y la saqué de un solo movimiento húmedo y sonoro.
Edward gemía y se retorcía en el colchón, aferrándose a los pies de su inmensa cama y halando de cuando en cuando los bordes del edredón de satén negro del cobertor. Arañé con mis dientes la parte trasera de su pene hasta llegar a glande y darle un tirón que pareció desquiciarlo, haciéndole tomar mi cabeza entre sus manos y urgirme a terminar con la tortura de una vez por todas. Y lo hice, porque necesitaba tener su sabor por última vez en mi boca. Era mi última vez en sus brazos y la aprovecharía a tope.
Incrementé la succión e incluso la profundidad y cuando sus retorcijones me indicaron que ya estaba listo, tome sus testículos con cierta rudeza y los estrujé con pasión, así que pude experimentar de primera mano cono se subían y su simiente se derramó en mi boca dejándome paladear su tibio sabor salado que me embriagó con lujuria. Me atrajo hasta su boca y compartí su sabor con él.
—Me encanta… —gimió en mi boca.
—¿El qué? —grazné en la suya.
—Que sepas a mí. Me hace sentirte…mía.
Gruñí por lo bajo más como una gata en cuelo que como una dama y abracé su erección con mi húmeda intimidad. Me restregué contra ella unas cuantas veces empapándonos con nuestros fluidos a la vez que nuestras manos, avaras, conquistaban cada recoveco que podían del cuerpo ajeno.
Edward se apoyó con un codo en la cama y con la otra mano posicionó su erección en mi entrada y con un movimiento certero y agresivo lo recibí en mi interior. Arqueé el cuerpo y un gemido se escapó de entre mis labios.
—¿Estás…bien? —se detuvo por si me habías hecho daño, pero su frente se apoyaba en mi hombro demostrándome la poca cordura que le quedaba.
—Ajá —solo fui capaz de contestarle y apreté sus glúteos contra los míos.
Estocada con estocada me deslizaba por la cama, coloqué los dedos en garras tanto en su trasero como en las sábanas a las que me aferraba, cada una con una mano. Y me abandoné a él y a las sensaciones que despertaba en mí. En su profunda posesión de mi cuerpo y en lo hondo que lo sentía. Mis paredes estaban estiradas hasta lo máximo que yo sospechaba que podían alcanzar, y aún así no sentía dolor, solo un ardor urgentemente que me convidaba a extraer todo el poder de la pasión de Edward hasta mi cuerpo.
La cabeza comenzó a darme vueltas, mis pezones se endurecieron más de la cuenta y mi vagina se estremeció con contracciones placenteras anunciando la llegada del orgasmo. Edward me besó con furia para acallar cualquier conato de grito que pudiese emitir y aprovechó para bombear con fuerza. Rápido e inclemente, sus caderas generaban un exquisito sonido certero de penetración y los jadeos de Edward me indicaron cuan cerca estaba. Me ceñí a él con fuerza y ese fue su detonante. Se corrió largo y tendido dentro de mí. Por un momento agradecí tener el período irregular y tener que tomar anticonceptivos a diario, porque si no…eso hubiese sido un posible problema; así que con la tranquilidad de una amante saciada, me abandoné a los brazos del letargo postcoital casi tan placentero cono la anticipación al sexo.
Tanto Edward como yo yacíamos en su cama, ahora bajo el cobertor y con las piernas enredadas. De a ratos movía las mías y acariciaba la sedosidad se sus vellos en sus espinillas. Nada de “depiladas completas” para él. Era un hombre con pelo en el pecho, como debía de ser.
—¿En qué piensas? —susurró en mi oído mientras acariciaba las puntas de cabello en mi espalda.
Tragué grueso antes de responderle con total sinceridad.
—En lo mucho que disfruté estando contigo. Y en que es la última vez que lo haremos. —sentencié.
Él se incorporó de golpe y el edredón le cayó en la cintura. En medio de la penumbra, solo la luz de la luna me permitió ver como fruncía el ceño con estupefacción.
—¿Por qué tiene que ser la última vez?
Me coloqué el edredón hasta los pechos y lo mantuve allí con una mano.
—Por favor, Edward, seamos sinceros. No podemos estar en una relación de trabajo que esté supeditada a como nos llevemos en el momento. Por ejemplo hoy, primero estábamos relativamente bien, luego viste a Jacob y te volviste un patán y al final terminamos en la cama. Sé que no eres mala persona y también sé que eso de los polos opuestos se atraen pero…
—¿De qué demonios estás hablando? ¿Jacob? ¿Trabajo? Bella, estuve contigo porque ya no aguantaba más! —se pasó la mano por los cabellos con exasperación y chasqueó la lengua antes de volver a hablar— ¿Acaso no puedes dejar afuera de las sábanas al resto del mundo?
Negué con la cabeza.
—No puedo. No puedo hacerlo porque más tarde que temprano nos va a estallar en la cara el hecho de que yo no esté a la altura de un Cullen. Y eso me va a doler, y soy todo, menos masoquista —sí, claro—. Si yo fuese una de esas que van por la vida teniendo sexo ocasional solo por necesidad o capricho, sería genial porque de seguro esto de nosotros no tendría inconveniente. Pero no lo soy, así que solo me queda salir corriendo mientras pueda.
—¿Pero de que altura hablas, Isabella? —inquirió.
—Edward, caminamos por mundos diferentes. No puedes negar ese hecho —defendía mi punto de vista como gata panza arriba, y con el riesgo de sonar como protagonista de culebrón.
Se señaló el oído con el dedo índice mientras clavaba su mirada indignada en mí.
—¿Mundos diferentes? ¿Acaso te estás escuchando? ¿Es que acaso tú eres de Venus y yo de marte, como dijo el hijo de puta del libro ese? No sé de qué coños estás hablando, Isabella. De verdad que no.
—¿Lo leíste? —una especie de sonrisa melancólica se me escapó.
—No. Pero creo que me lo compraré para ver si logro entenderte alguna maldita vez —lanzó su lado del edredón y se colocó de espaldas a mí mientras buscaba algo que ponerse en la oscuridad— No sé qué coño quieres o piensas de mí, Bella. Pero si lo que quieres es alejarme porque te estoy dando lata no tienes más que decímelo. Puedo lidiar tranquilamente con una negativa, no hace falta que te inventes excusas.
Me acerqué a él por detrás y le abracé la cintura a la vez que apoyaba la cabeza en su espalda ancha y sedosa.
—No lo tomes así, por favor —deposité un beso en medio de sus omoplatos— Jamás he dicho que me fastidiaras. Y tampoco lo he sentido.
—¿Entonces? —preguntó con fría rudeza.
—Entonces…eso. Que no veo a donde nos llevan estos…episodios. No quiero salir lastimada, Edward. Si quieres una amante ocasional no soy una buena candidata para eso.
Se giró hasta mí y me enmarcó la cara con sus manos. Su mirada era ciertamente menos fría de lo que me esperaba.
—Este deseo que siento por ti, es algo más que lujuria. ¿Qué es? No lo sé. Es demasiado pronto para decirlo, pero sobre lo que si tengo una certeza es que te quiero conmigo, averiguándolo. Si no funciona al menos lo habremos intentado. Pero al menos no me quedaré con la duda de “lo que pudo haber sido”. Y tú tampoco, porque no me vas a convencer con el cuento de que esto es solo sexo. No te lo voy a creer.
No quería que la esperanza se arraigara. De hecho, una parte de mí odiaba a esa sonrisa de tonta que se me estaba colocando en la cara.
—No es solo sexo —admití a regañadientes.
—¿Ves? Nada cuesta averiguar… —comenzó a ceñirse de nuevo sobre mí y a besar mi cuello, mi clavícula y hasta mis pechos alternamente— Y si disfrutamos… en el proceso…mucho mejor… ¿no lo crees?
A falta de una respuesta coherente, gemí cuando su mano se posicionó entre mis piernas.
Eran las cuatro y media de la madrugada. Y yo estaba en la cocina, hurgando en el horno, con la camisa que antes había traído Edward y descalza. O sea, toda una candidata a “Señorita Estados Unidos”.
—¿Qué haces? —la voz de Edward me hizo erguirme de golpe. Entrecerré los ojos.
—Me has asustado, idiota.
Él sonrío impenitente y caminó hacia mí solo con sus bóxers azul marino que le sentaban genial debajo de esa fabulosa V que tenía a los costados de su vientre. Se acercó hasta el horno y sacó la bandeja del pollo y las papas que yo había estado revisando.
—¿Tienes hambre? Pues yo también. Alguien se metió en mi cocina, me engatusó, me violó en mis castos aposentos y luego me dejó tirado y famélico en mi lecho —se carcajeó mientras le arrancaba un trozo a una de las papas y se lo metía a la boca.
Lo imité pero con un pedazo de pechuga de pollo.
—Suenas como damisela de cuento medieval. Me causas nauseas —tomé otro trozo de pollo pero esta vez se lo di a él, que cínicamente aprovechó para lamerme los dedos.
Intercambiamos más comida fría, él buscó un par de Coca – Colas en el refrigerador y desechó la que había dejado abandonado antes de nuestro Tú – a – tú en la encimera; y cuando terminamos, lavó los refractarios y los dejó escurriéndose.
—Vamos a la cama —me instó con voz sensual— Hay muchas cosas que hacer, pero antes tenemos que quemar algunas calorías.
Me reí sonrojada y expectante.
—¿Ah sí? ¿Y se puede saber que es lo mucho que tenemos que hacer? Porque… que yo sepa es fin de semana y no tenemos que ir a trabajar. Al menos que me vayas a pagar horas extras.
Me abrazó por la cintura y me cargó para llevarme al cuarto al mismo tiempo que hablaba.
—Sé que tenemos mucho que hacer. Por nosotros. Por Elizabeth. Por todo…pero iremos paso a paso. Y con respecto a las horas extras… —su sonrisa de zorro se amplió a medida que me dejaba en la cama y se deshacía de sus bóxers con una media erección— ya encontraré una buena manera de…pagártelas.
Bueno…bueno…bueno…29 páginas! ¿Quién lo hubiese creído? En fin…es la una de la mañana con veintiún minutos y acabo de terminar este capítulo. Seh, ya sé que me tardé y bla bla bla, pero tengo mis motivos de peso, chicas. Perdónenme por no querer ni decir ni hablar de eso.
En resumidas cuentas, espero que disfruten el capítulo como siempre les digo y espero los reviews que tengan a bien llegar.
Un beso para todas.
PD: No estaré muy presente en las redes sociales, porque en estos momentos no estoy de ánimos para andar por allí. Aún así, si me necesitan urgentemente pueden escribirme a mariekmatthew@hotmail.com y les responderé. Y antes de que saquen conclusiones erradas, les digo que no pienso dejar de escribir. Solo necesito un tiempito para sentirme mejor.
Las quiere muchísimo.
Marie K. Matthew
ahhh todavia suspiro que capitulo mas lindo espero que por fin estos 2 se lleven bien...
ResponderEliminarAmi, que te puedo decir, me deja muy triste saber que no estas de animos pero bueno tenemos paciencia. lo mas importante es que no nos abandones q continues con tu magia porque de verdad es esto que haces.. te deseo todos animos del mundo, mucha fuerza.. y que descanses para que puedas venir con toda la pila despues para escribir..
besotes...y felicidades para ti y tambien p Rochii el capi esta super...
no me gusto este capitulo.. ME ENCANTOOO!!! ahh me encanta este Edward tan preocupado por Lizzy.. y tan dominante con Bella.. te pasaste Marie una vez mas! me encanto.... y bueno por lo de desaparecer.. tomate tu tiempo.. nosotras estaremos esperandote.. gracias por ayer hoy y siempre que compartes tus historias con nosotras!!!!
ResponderEliminarOMG!!!!! por favor, la espera valio la pena y si que valio...
ResponderEliminarestuvo grandioso,espectacular asombroso etc... nose que decir porque me quede sin habla...
ADORO que te quede claro ADORO TUS LEMMON!!!
son de verdad tan expresivos que inspiran a cualquiera para hacer sus cosas jajaja
TRANQUILA MARIE QUE ACA TE VAMOS A ESPERAR, RELAJATE Y TOMATE TU TIEMPO NENA!!!
AME EL CAPITULO!!!
atte: GISE
Siiiiii lo amooooo yupiiiiii gracias marie esta de lujo enserio eeeeee lo ame :) atte : evelyn
ResponderEliminarme encanto estuvo genial y bueno espero que todo este bien y pronto te sientas mejor
ResponderEliminarMarie el capí estuvo fantástico, me encantó. No sabes lo ansiosa que estaba, esta historia me encanta mucho. Adore que se llevaran bien, esperemos sigan asi por ellos y Elizabeth, serán unos padres excelentes. Me encantó que Bella le dijera sus verdades a Carlile. Me encanta el rumbo que esta tomando la historia. Ansiosisima por el próximo capí, te envío muchos saludos!! Feliz Domingo!!!
ResponderEliminarPD: Si necesitas un tiempo, lo entendemos. Deseo todos los problemas que te aquejan se resueltan. Lo importantes es tener mucha fe y ya veras que Diosito te iluminara y luego será solo un mal sueño!!
Me encanto y valla que valio la espera me dejo sin palabras....Besos linda...
ResponderEliminarjijiji ya van como 5 veces q leo este capi y no me cansa esta genial!!!!!!!!!!!!!!! gracias por tus historias!!!
ResponderEliminarpor favor yo tbn kiero k me pague horas extras asi Edward !!! ... trabajaria sin descanso !! de vdd te deseo que este tiempo de reflexion cure las heridas necesarias , k te de la fuerza para seguir adelante... y la inspiracion para volver pronto... un beso cariñoso..
ResponderEliminarese capitulo fue excelente publica luego el otro plissssss
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