“Ya
eres mía”
La frustración por el tema del autismo estaba casi totalmente
superado por parte de Edward. Bueno, tenía que admitir que le costaba un poco
hablar de ello cuando salía a colación, pero en la mayoría de los casos, él se
lo tomaba —según mi opinión personal— de maravilla. No se mostraba retraído
cuando se tocaba el punto, Edward simplemente tomaba la situación con toda la
madurez del mundo.
Lo que alguna vez fue un mal recuerdo del fanfarrón Félix
Vulturi, ahora era historia antigua y bien enterrada. Esa situación nunca más
volvió a embargarnos. El desgraciado había obtenido justo lo que merecía y me
había infundido una mayor convicción para no permitir que alguien así se le
acercara a mi ángel con claras intenciones de hacerle daño.
Y mientras todo eso ocurría, me gustaba pensar que
estábamos tiñendo nuestras vidas con una rutina que nos estaba funcionando
bastante bien por el momento. Como justo aquella mañana, en la que me
encontraba en mi habitación reorganizando todas mis cosas pero con la compañía
de un investigador personal llamado Edward Cullen.
—¿Qué es esto? —preguntó Edward levantando un rizador de
pestañas que había dentro de un cajón abierto de mi peinadora.
Estaba arreglando las cosas que me había llevado a la
casa de los Cullen, para hacerles campo a las pocas que traería desde mi casa
en el poblado de Forks; puesto que Alice quería mudarse esa misma semana. Así
que allí estaba un ya habitual curioso Edward “ayudándome” a ordenar. Aunque lo más acertado sería decir que
estaba conociendo los artículos de uso femenino.
—Es un rizador de pestañas, ángel —me detuve en mi labor
de organizar la ropa en el gran closet negro que estaba en la habitación y que
hacía juego con todo el resto del mobiliario. Fui hasta él y le enseñé con mi
propio ojo cómo funcionaba y para mí oscura diversión, lo dejé horrorizado. ¿He admitido que en ocasiones no soy una
buena persona? Pues esta era una de ellas.
—¡Eso es espantoso! —replicó escandalizado. De hecho se
negó rotundamente a volver a tocarlo—. Parece como si te fueses a cortar un
párpado. ¡No me gusta!
Me reí y lo coloqué en el cajón en donde estaba
acompañando al resto de mis productos de maquillaje.
Edward avanzaba a pasos agigantados conforme pasaba el
tiempo. Analizaba todo y ofrecía respuestas a preguntas complicadas que podrían
dejar boquiabierto a quien no supiera sobre su autismo. No había podido hablar
con sus padres como esperaba poder hacer hacerlo, aún esperaba el momento
idóneo para averiguar sobre hasta dónde había llegado la educación de Edward y
el porqué de que no tuviese al menos tutorías hasta ahora.
Por el momento me bastó con sorprenderme gratamente
cuando lo vi interactuar con la computadora. Se movía como pez en el agua
cuando se trataba de buscar algún tema de su interés en la web.
Estaba casi convencida de que si introducías en google Edward Cullen te aparecería la frase “Por favor, danos un respiro.” ya que una
vez que hizo contacto con el dichoso aparato, no hubo quien lo separara de sus
lecturas.
¿Palabras
desconocidas? Las buscaba ahí.
¿Funcionamiento de
ciertas cosas? Lo googleaba.
¿Aprendizaje acerca
de cocina para ayudar a Alice? Miraba los tutoriales en youtube.
Y por supuesto que cuando hablábamos de música no había
quien pudiese despegarlo de allí en menos de dos horas. Luego de esto, le
llevaba una lista de melodías a una muy complaciente Rosalie que le enseñaba a
interpretarlas en el piano. Y eso era algo que valía totalmente la pena
escuchar.
Cuando Edward tocaba, era como si el resto del mundo se
congelase en ese instante en el que después de tomar asiento en la butaca,
comenzaba el primer tono de cualquier melodía que desease recrear con sus dedos
en aquel fino instrumento. Aprendía con prontitud las partituras y cuando menos
te lo esperabas, podías escucharlo practicando de memoria todo lo que se sabía.
Y para cada persona que habitaba o trabajaba en la mansión era un placer oírlo.
Aunque para mí solo equivalía a unos grados más en mi escala de adoración por
él. Algo así como la constatación del hecho de que él era casi celestial.
Volviendo al tema de la informática, Carlisle por su
parte amaba tenerlo en su estudio mientras trabajaba en sus casos. Él llevaba
casi toda la conversación, pues Edward aún era un poco reservado. Pero sí que
era capaz de responderle a cada cosa que le preguntase. Su padre le había
regalado una laptop completamente equipada y programada para que Edward pudiese
usarla, ya que en innumerables ocasiones lo había interrumpido por sus búsquedas; cosa que no le ayudaba mucho
a su padre.
Y aunque todos pensamos que no le agradaría demasiado el
cambio, mi ángel nos demostró una vez más que podía sorprendernos al apegarse
al aparato en cuestión. Casi obviando la existencia de la computadora de su
padre. Carlisle había mandado a disponer todo lo pertinente para que él pudiese
tener acceso a internet desde cualquier punto de la casa. Así que cuando no
llovía, podía verlo metido en aquel pedazo del jardín en el cual se abrigaba
dentro de las florecillas lilas de su madre. Escuchando música o simplemente
navegando.
En esa parte de su mejoría no podía quedarme yo con todo
el crédito ya que todos le habíamos enseñado a hacer algo allí; pero para
sorpresa mía quién más había influido en aquel aspecto era Emmett; quién se
tomaba un tiempo luego de llegar de su trabajo para enseñar a su hermano como
utilizar cada beneficio de la máquina que él conociera. Era hermoso verlos
sentados en la sala de estar o en el patio pasando tiempo juntos, y hasta
riéndose mientras Edward soltaba una que otra de sus “respuestas inesperadas”. A pesar de que no todo era color de rosa.
Aún me podía estremecer al recordar aquella semana competitiva en la ambos
amanecían; sin importar si era entre semana; jugando. Eran poseedores de unas
ojeras que los hacían parecer un par de osos panda por tanto desvelo.
Y eso nos traía de nuevo a ese Edward revoltoso que
estaba hurgando descaradamente entre mis cosas.
—¿Ya terminó la inspección, señor comisario? —dije por
encima del hombro y sin voltear mientras terminaba de alinear mis zapatos.
—No soy un policía —dijo extrañado frunciendo el seño.
—Pues lo pareces, porque no has hecho más que pasar
revista entre mis cosas —reí. Y luego reí más al encontrarlo con una caja de
tampones en la. Su expresión de desconcierto y hasta asustada en un hombre de
veinticuatro años era digno de uno de fotografiar.
—¿Qué hay en esta caja? —arrugo su frente y leyó
inquiriendo—. ¿Tampax?
—Son unos tubitos de algodón comprimido que sirven para
uso personal de las mujeres, ángel —y ahí seguía el analizando como si de una
ecuación matemática se tratase. Procedí a tomar la caja y extraje un tampón—
Esto entra así…—tomé el tubito blanco de cartón blanco y empujé con el otro que
asemejaban la forma de una inyección. Enseñándole como salía un apósito que
debía de posicionarse en el interior de una mujer. Luego le expliqué que la
cuerdita sobrante era para poder extraerlo.
Cara de póker total.
—Ángel… ¿te encuentras bien?
Él parpadeó aun atónito.
—¿Y eso entra en tu…? —se ruborizó y eso le hizo lucir
aún más adorable. Por lo visto era el día dispuesto para horrorizarlo.
—El pequeño apósito sí, Edward. Los tubitos de cartón no
—vi como sus facciones se relajaban un poco.
—¿Pero hacer eso no te…duele?
Negué con la cabeza.
—No. Ese estrecho canal puede ampliarse más que esto.
Sí. Esta fue una de esas ocasiones en las que el vientre
se me estremecía ante cualquier cosa que llamara a colación el tema del sexo
entre nosotros.
Bueno, eso era algo que sabía por antelación que debía
manejarlo muy delicadamente con Edward. Pero debía enfrentarlo tanto con
discreción como con realidad a la vez. Ya había empezado a despertar con
erecciones matutinas y eso le había perturbado bastante en los primeros días. Porque
al principio llegó a creer que le pasaba algo malo a su cuerpo.
Podía recordar con claridad el primer día que había
ocurrido. Era un sábado lluvioso, cosa habitual en la ciudad de Forks y sus
alrededores. Así que todos estábamos remolones en las camas, puesto que nadie
se había levantado.
De pronto escuché que la puerta de la habitación de
Edward se abría pero me negué a salir para verlo. De hecho ya estábamos en la
etapa en la que lo dejaba hacer muchas cosas sin estar siempre supervisándolo.
Indicándole con esto que ya era responsable de varias tareas por su cuenta.
Muchas veces iba a la cocina por un vaso de agua o a robarse las galletas de
canela de Alice. Las cuales siempre bajaba a niveles abismales por las noches.
Sobre todo en las que llovía muy fuerte. Estaba explorando el mundo que le
rodeaba por sus propios pies, por decirlo de alguna manera. Se volvía un poco
más independiente con el pasar del tiempo.
Y para alegría de todos, lo hacía muy bien la mayoría del
tiempo.
Continuamos con la parte de la “erecta mañana”…
Escuché sus pisadas apresurarse hacia la habitación de
sus padres que quedaba al fondo del primer piso.
Solo alcancé a oír el susurro de su voz y luego la de
Carlisle. Así que rápidamente me puse en pie. Lavé mi cara y los dientes para
salir a ver qué era lo que ocurría. Cuando lo hice, me topé con una sonrojada
Esme que estaba sentada en una elegante chaise longe de líneas simples al
frente del ventanal del pasillo.
—¿Qué ocurre? —pregunté tensa.
Ella no supo cómo responder lo cual me asustó e hizo que
intentara abrir la puerta pero el pestillo estaba echado para impedírmelo.
—¡¿Qué pasa ahí dentro?! —musité alarmada pero sin
levantar el tono de voz.
—Nada malo, Bella —dijo con un hilillo de voz como si no
quisiera que la escucharan—. Solo que…bueno…—se negaba a mirarme mientras
hablaba— Edward tuvo su primera mañana con…una erección y está algo turbado.
No pude aguantar las ganas de reír y me senté relajada a
su lado mientras que internamente daba gracias porque no hubiese pasado nada.
Bueno, nada malo por lo menos.
—No tiene por qué darle vergüenza, señora Cullen —le dije
con la confianza que ya habíamos logrado—. Eso solo nos indica que los sistemas
nerviosos de Edward se están regularizando lo máximo posible en su estado. Y
eso es grandioso. Imagino que su padre está tranquilizándolo allí dentro.
—En efecto. —dijo ella sin poder evitar lucir abochornada.
—¿Por qué se apena conmigo? El sexo es la cosa más
natural del mundo. Y a muchas personas parece olvidársele que ellos —señalé con
un asentimiento hacia la puerta cerrada de la habitación. —también tienen
esas necesidades. Tienen dificultades
para comprender ciertos temas, pero no están castrados. En lo absoluto.
Entonces, mientras esperábamos afuera hablamos sobre los
tabúes sexuales más comunes, terminamos ahondando en la vida íntima de ellos.
—Hace tanto que no tenemos relaciones, que apenas puedo
recordarlo con precisión. Puede que uno año y medio o dos. —admitió Esme con el
sonrojo a flor de piel y agonía mezclada con vergüenza en la mirada—. El no
tener a nadie para ayudarnos con Edward, más las largas jornadas de trabajo de
Carlisle, sumado a muchas preocupaciones más, han mermado el deseo. Supongo que
es normal después de estar casados tanto tiempo —se encogió de hombros con una
actitud derrotada cosa que no sería extraño encontrar en alguien como ella…¡Si
tuviesen ochenta años y Carlisle fuese impotente!.
—¡Pero si ambos son jóvenes todavía! —le cuestioné
mientras palmeaba su mano con empatía. — Siguen siendo ambos muy guapos. En mi
opinión, lo que ustedes necesitan es tomarse un tiempo para dedicárselo a su
relación de pareja. .
De pronto, me sentí como si fuese una especie de amiga
sonsacadora, pero por algún motivo, eso no me detuvo de proseguir cuando. una
tímida Esme me miraba de frente mientras hablábamos.
—Convenza al señor Carlisle para que pasen un fin de
semana fuera de la ciudad, sin ninguna otra cosa que no fuese su celular en
caso de emergencia. Me quedaré al pendiente de Edward y Alice de la casa. Todo
estará bien —vi en su expresión que hacía muchísimo tiempo que nadie le decía
aquello.
Y después de comparar un par de opciones para dicho fin
de semana, Esme me agradeció los consejos y la comprensión. Momento que fue
interrumpido cuando un exhausto Carlisle salió del cuarto y cerró la puerta a
su espalda.
Nos contó que había tenido que tener “La Charla” sobre las relaciones sexuales y además de cómo podía
solucionar “sus problemas matutinos”
por sus propios medios. Si estaba apenado porque yo estaba escuchando, lo
disimuló muy bien porque ni siquiera pareció inmutarse por mi atenta mirada.
Suspiró mientras se revolvía la madeja dorada de cabello
una y otra vez.
—Creo que estoy algo viejo para esto. —lo que hizo de
aquello algo un poco gracioso. Al menos a mi manera de verlo.
Hizo que nos pusiéramos en pie y fuésemos a hacer
nuestras cosas mientras que él se quedaba en la chaise longe. Esperaría durante
un rato más por si tenía alguna duda más. Amé ver lo espontáneo de su
preocupación.
—Yo me quedaré acá para cuando salga.
Y así Edward Cullen, el epítome de la inocencia. Mi ángel
personal, había descubierto parte de la vida sexual de un hombre. De a poco
descendía a lo terrenal del deseo. Y mentía si en una parte oscura de mi
persona, no me emocionó ese hecho.
Pero la inocencia de Edward era una parte innata de él, y
se hizo evidente aquella mañana en la que le estaba explicando el uso del
tampón.
—Cuando dices que se ensancha más… —dijo con timidez.
—Hablo de cuando una mujer recibe a un hombre en su
interior, ángel. —terminé la frase que él había comenzado pero no sabía cómo
acabar.
Su silencio duró tanto, que estaba por terminar de
arreglar las cosas cuando por fin rompió su mutismo momentáneo. Yo estaba
guardando un par de perfumes cuando lo hizo:
—Bella, ¿nosotros…? —dejó la pregunta a medias.
Cerré los ojos con fuerza y luché con el estremecimiento
de la expectación. Luego cerré la puerta del armario y me senté del otro lado
de la cama.
—¿Nosotros…qué, ángel? —él tenía que decirlo por su
propia boca, y yo estaba más que interesada en escucharlo decir de sus labios.
Tomó aliento y preguntó directamente, tal como él hacía
las cosas normalmente.
—¿Nosotros haremos el amor algún día, Bella?
Le tomé una mano y noté que estaba fría y a la vez
sudorosa. Sin duda alguna se encontraba un poco nervioso.
—¿Quieres que lo hagamos? —le pregunté con suavidad.
—Sí, lo quiero. —ningún titubeo, ninguna duda, ningún
recelo. Solo así. Como el hombre franco en que se había venido convirtiendo.
El placer que esas tres palabras le inyectaron a mi
cuerpo era indescriptible. Parecían simples en sí, pero prometían pasos y
desafíos tanto para él como para mí en un futuro cercano.
—Entonces lo haremos —convine con dulzura a la vez que
sellaba esa compromiso con un beso en las comisuras.
De pronto se separó de mí con curiosidad renovada en los
ojos.
—¿Cuándo? —preguntó, haciéndome reír.
—Pronto, ángel —le dije con una inmensa sonrisa en mi
rostro.
—¿Cuándo es pronto, Bella? —volvió a inquirir.
—Cuando sea el momento adecuado.
—¿Y cómo sabremos cuál es el momento adecuado?
Me encogí de hombros.
—No lo sé. Supongo que cuando la situación se dé. Y que
por supuesto, nos encontremos en un lugar solos los dos. No es que vayamos a
hacer algo malo, pero no es un momento muy íntimo.
—Por supuesto —asintió él tan serio que causaba gracia
verlo.
—Pronto seré tuya en todos los sentidos de la palabra,
ángel —lo besé un segundo en los labios—. Solo ten paciencia.
Él negó con la cabeza.
—Ya eres mía, Bella. Tú misma me lo dijiste hace tiempo
atrás. —y me besó como si él supiese mucho acerca de la posesividad de un hombre
por su mujer.
Quizá eso también lo había googleado…
*.*.*.*.*
Un par de semanas después…
—¿Estás segura de que estarán bien? —me preguntó Esme con
el equipaje en el auto y un esposo impaciente porque el fin de semana privado
empezara lo más pronto posible.
Sonreí con tierna envidia. El señor Carlisle había
accedido de inmediato cuando su esposa le había propuesto la idea de aquel
escape romántico. Así que desde ese viernes por la tarde hasta el domingo por
la noche, serían solo un par de esposos sin ninguna otra preocupación latente.
—No deja a dos adolescentes en casa, señora Esme —le dije
mientras terminaba de guardar los platos del almuerzo con Alice—. Nosotros
tres… —en eso incluía a Edward— ayudaremos a Alice en lo de su mudanza.
—Ella me prometió galletas de canela para que la ayudara
—respondió él mientras se terminaba lo que había quedado de tiramisú del
almuerzo en un cuenco de vidrio color chocolate.
Alice entrecerró los ojos hacia él.
—Eres un vil interesado, Edward Cullen. Ahora no te haré las
galletas hasta que todo haya finalizado. —bromeó ella imprimiéndolo en un tono
de indignación que nadie se tragaba.
—¿Y ahora quién es la interesada? —contraatacó
despreocupado.
—Touché
—admitió ella entre risas.
Esme los miró divertida.
—Justo a eso me refiero —los señaló con un asentimiento—
¿Crees que podrás con “ese par”?
—La duda ofende, señora Cullen —espeté mortalmente
seria—Para eso existe el Valium. Tengo unos cuantos frascos en mi poder.
Entonces ambas rompimos en carcajadas y nos despedimos.
*.*.*.*.*
—Esta es la última caja —anuncié al traspasar el umbral
de mi casa, ahora de Alice, por un tiempo. Esta estaba cubierta de una fina
capa de polvo ya que habían pasado unos buenos tres meses, cuando menos, desde
que no la pisaba.
Había aprovechado la oportunidad para llamar a Angela, la
cual estaba un poco molesta porque no había podido mantener mi promesa de
vernos cada fin de semana para tomarnos un café. Esta vez ni me molesté en
renovar ese compromiso ya que si algo había aprendido en mi tiempo con Edward,
era que nunca sabía lo que me esperaba, fuese bueno o malo. Así que me limité a
decirle que la llamaría o escribiría en cuanto tuviese la mejor oportunidad de
hacerlo, cosa que no la dejó satisfecha, pero eso era lo que había por el
momento en nuestras agendas de profesionales tan ocupadas.
Eran sobre las seis y media de la tarde mientras que
Edward, Alice y yo sacábamos las cosas de las pocas cajas que tenía ella para
mudarse. Nada de adornos ni muebles, al menos que tomáramos en consideración un
puff de color fucsia que ya habíamos colocado en la habitación principal. La
cual por cierto solía ser la mía. Solo ropa, zapatos, productos para uso
personal y libros que venían embalados o guardados en maletines.
Una laptop descansaba sobre la mesa de pino paliducho por
tener tantos años y unas pequeñas cornetas conectadas a un Ipod llenaban el
ambiente de música variada. Un poco de Lady
Antebellum, una que otra de Bruno Mars, también recordaba que Jason Mraz había sonado con “I’m yours”, muchas de Adele, así como unas cuantas de Christina Perri, Radiohead, Florence and the
Machine, entre muchos otros. Habían estado reproduciéndose desde que
llegamos hacía ya más de tres horas antes.
—¿En dónde va esto? —Edward tenía entre las manos una
caja que no parecía muy pesada y que habíamos olvidado al lado de la entrada.
Alice se giró sobre su hombro y sin necesidad de mirar demasiado,
respondió:
—Eso va en el baño principal, Ed. Son artículos de ese
cuarto.
—O sea ¿shampoo?
—Además de otras cosas de las que ni sabes para que se
usan —respondió ella divertida mientras seguía desembalando en la sala comedor.
Él me miró a los ojos y pude ver el espanto en sus ojos.
Entonces me di cuenta que estaba recordando cuando me había “ayudado a
ordenar”. No aguanté y rompí en carcajadas mientras los dos me miraban
extrañados.
—Es que Edward cree que ciertos instrumentos de uso
femenino son cosas aterradoras —me expliqué y volví a reír.
—¿Cómo cuales? — preguntó Al directamente a él.
—Los tampones y los rizadores de pestañas. —contestó él
con el ceño fruncido.
—Ah, con razón. —asintió ella.
La puerta de la entrada sonó cuando unos nudillos se
estrellaron contra ella tres veces. Nos miramos a la cara para saber si alguien
había invitado a alguno más para que se nos uniera. Todos nos encogimos de
hombros y lo negamos con la cabeza pero en silencio. Edward se adelantó a abrir
debido a que era el que estaba más cerca.
—Hola, Jasper —saludó él.
Casi automáticamente Alice se ruborizó y se peinó con los
dedos su corto cabello antes de que le dejara pasar.
Nos saludó a todos pero sus ojos solo brillaron cuando la
vieron. Al igual que los de ella se iluminaban de manera especial cuando sabía
que él estaba cerca, o pronto lo estaría.
—¿Qué haces aquí? —musitó gratamente sorprendida. Nada
más había que verle la cara de idiota enamorada. Cara que yo usaba bastante a
diario; debía admitir.
Se encogió de hombros y la camiseta de algodón verde
botella que llevaba pegada en sus brazos y torso, se comprimió y estiró con sus
movimientos.
—Carlisle me dijo que te mudabas hoy y me dijo donde
quedaba tu nueva casa. Así que terminé lo que tenía pendiente en la oficina
antes de pasar por acá para saber si necesitabas algo.
—Pero debes de estar cansado.
Tan caballeroso como siempre había demostrado ser, negó
con su cabeza y alzó una caja que ella tenía cerca.
—Estoy bien. ¿En dónde coloco esto?
Alice abrió los ojos como platos al notarlo muy cerca de
ella y se sonrojó aún más.
—Eh…en mi habitación…si…ahí. —titubeó ella haciéndole reír.
—Subiendo las escaleras, Jasper —le dije yo, pues mi
amiga no sabía articular frases completas cuando el señor Hale estaba en los
alrededores.
Edward le siguió los pasos con la otra caja que había
cogido.
—¿Sabías que se doblan las pestañas con una cosa que
parece una tijera? —se fue comentándole por el camino.
Alice giró rápidamente cuando se perdieron de vista y no alcanzábamos
a escuchar sus pasos cerca.
—¡¿Qué hace aquí?!
—me susurró.
—¿Cómo que “qué hace”? ¡Te viene a ver! Eso hace.
—Pero es que estoy desarreglada…
—Alice, le brillaron los ojos apenas te vio desde el
umbral de la puerta. No creo que le importe que vayas vestida con solo unos
pantalones de chándal y una franela. Es más, aquí entre nos: Creo que fue a su
casa, se cambió de ropa y luego volvió. Si eso no es porque le gustas, entonces
no sé qué demonios más podría ser.
Pareció pensativa nuevamente, como si no estuviese
convencida del todo. Una sonrisa de tonta apareció en su cara para luego
parpadear y abrir sus orbes emocionados.
—¿En serio lo crees?
Entorné la mirada.
—¿Acaso tus ojos no sirven? ¡Pues claro que le gustas!
—le grité pero en susurros.
De pronto las pisadas de ambos nos advirtieron que nos
calláramos y siguiéramos en lo que estábamos hasta ahora.
—Oigan… —Jasper llamó nuestra atención— Edward me acaba
de decir que tiene hambre ¿Qué les parece si vamos por la cena? ¿Quieren comer
pizza o alguna otra cosa?
—Me parece mejor que vayan Alice y tú. —intervine—. Es
mejor si un hombre se queda para ayudar con las cajas pesadas. Así que vayan ustedes
y nosotros vamos adelantando un poco más.
Jasper se notó emocionado al igual que Alice. Era natural
que dadas las condiciones, ambos partieran sin rebatir ni por un solo momento
mi propuesta.
—Vamos, Edward. Subamos estas cajas mientras ese par va
por nuestra cena. Creo que tardarán un buen rato.
—Ayyyyy no. ¡Tengo mucha hambre! —se quejó el pobre.
—Sí. Yo también, ángel. Pero a veces debemos de
sacrificarnos por el equipo.
Y duré todo el trayecto de la escalera y el pasillo
explicándole porque hice ir a los muchachos a por la comida solos. Y también a
qué me refería por equipo.
*.*.*.*.*
Nos encontrábamos despatarrados en el sofá. Yo estaba descansando
acurrucada entre los brazos de Edward. Él podría manejar usualmente el tacto de
los demás, pero por cortos períodos de tiempo. Y aunque solía aguantar e
incluso disfrutar más el mío, no me gustaba abusar de ello. Pero nos dimos
cuenta que Edward toleraba mejor abrazarme que a la inversa.
—Nadie me mandó a dejar el abrigo en casa. Tengo un poco
“demasiado” frío. —me quejé mientras
me acurrucaba más entre sus brazos.
—Eres una despistada, Bella —bromeó él.
—¡Oye! —me quejé y le dí un ligero codazo en las
costillas que lo hizo reír.
Busqué sus labios y él recibió a los míos como siempre;
más que dispuesto a devolverme los besos.
Su lengua tomaba y daba por turnos con la mía. Mis manos
viajaron de su pecho a su estómago para acariciarlo. Se sentían ávidas de más
roce , pero de uno que no tuviese ropa de por medio.
Deslicé mis labios dejando un camino medio húmedo de su
boca hasta su cuello en el cual me detuve besando y absorbiendo la acidez de su
perfume Gucci Guilty. El cual de por sí, ya era una provocación hecha perfume. Escuché
como jadeaba cuando mordí suavemente la piel de un costado de su garganta.
Me senté a horcajadas en su regazo y constaté lo que la
piel de mi muslo derecho me estaba indicando. Edward estaba teniendo su primera
erección conmigo.
Con la máxima delicadeza que el deseo me permitió,
acaricié su entrepierna con la mía una y otra vez con lentitud. Volvió a jadear
de nuevo pero esta vez con más fuerza.
—Cómo se siente, ángel? —musité entre sus labios.
Sus caderas se arqueaban naturalmente hacia arriba más
por naturaleza que por experiencia, en busca de una fricción aún más fuerte.
—Como si algo…fuese a…explotar.
—¿Y eso es bueno… —acerqué la pelvis. — O malo, Edward? —volvía
a alejarla.
Gimió.
—Bueno. —estiró cuello dejando caer su cabeza hacia
atrás, tensando sus músculos. — Muy bueno.
Abrí de a poco sus vaqueros negros y acaricié su miembro
por encima de los calzoncillos para no perturbarlo tanto y de un solo golpe. Lo
acostumbraba a mis caricias y cuando creí que ya no había peligro de alterarlo;
en una mala manera; introduje la mano y por primera vez sentí la calidez de su
sexo contra mi piel.
Profanamente celestial. Así se sentía acariciar a ese
ángel que se removía impaciente con mis lentas caricias. A esto debía referirse
la gente cuando decían lo bueno que era
ser malo.
—¿Te gusta? —pasé la lengua por su labio inferior.
Asintió.
—Se siente…tan diferente.
—¿Diferente a cuando lo haces tú? —asintió de nuevo—. Y
esto es solo el comienzo, ángel. Solo el comienzo.
Bombeé con la misma velocidad pero con más presión hasta
que las facciones de Edward me indicaron que era el momento de darle su
liberación. Fue entonces cuando incrementé mis movimientos hasta que mojó mis
dedos a la vez que gruñía mi nombre una y otra vez, mientras le recorrían los
espasmos del placer.
Quedó laxo y jadeante recostado en el sofá. Y cuando
recobró la respiración normal, nos dirigimos al baño para asearnos.
—No entré en ti. —me reprochó con cierta decepción cuando
volvimos al mueble. Él podía haber quedado saciado por el momento, pero yo no
estaba ni cerca de eso. Así que por el momento era pertinente que
permaneciéramos lejos de las camas.
Le acaricié el rostro y el cabello con ternura para
calmarlo.
—Vamos a ir poco a poco, ángel. Ya hemos avanzado mucho y
no quiero que una conmoción por esto, nos haga retroceder. —pegué mi frente a
la suya casi con desespero. — Eso sí que no podría soportarlo.
—¿Es por mi autismo? —me pregunto con naturalidad.
Incapaz de mentirle, asentí.
—Tengo miedo de que te conmociones demasiado. Antes de
estar juntos, debo estar segura de que todo estará bien entre nosotros.
Sobretodo contigo.
Él entendió lo que le dije y no presionó más el tema. Pero
si dejó claro su punto cuando dijo:
—Solo espero que no tardes tanto en asegurarte, Bella.
Puede que no sepa manejarlo aún, pero sé que te estoy deseando. Y mucho.
Me hubiese gustado tener una respuesta coherente para
aquello pero la verdad es que para mi vergüenza, me quedé enmudecida. No porque
me hubiese sorprendido la declaración de Edward, porque ya hace un buen rato
que había dejado muy claro ese hecho. Si no porque comprendí que ya éramos dos
que caminábamos al borde del deseo, y ya yo no tenía las fuerzas necesarias
para permanecer lejos de él. Así fuese lo más sensato.
Bueno chicas sé que este capítulo les llegó después de lo estipulado por el calendario de publicación, pero les cuento que tengo problemas con mi internet. Así que lo más probable es que los capítulos se tarden un día más de lo esperado. Les pido disculpas por eso y gracias por su paciencia.
Marie K. Matthew
supongo que has hecho sin querer... pero subistes un capi que hemos leido anteriormente,je...
ResponderEliminardicho esto, quiero sgregar que esta es mi historia preferida y que sigas asi
la verdad si este capitulo ya lo habiamos leido pero es un placer volver a leerlo de esta historia fascinante y tranquila la espera será gratificante...Besos ,cuidate...
ResponderEliminarMe encanta!!!
ResponderEliminarMarie.. me parece qeu tocaba publicar el decimo segundo.. y se te confundio con el segundo.. igual es lindo volver a leer este capi donde Edward necesita tanto de Bella... cariños..
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