sábado, 24 de marzo de 2012

CORAZÓN DE CRISTAL - Capítulo Décimo Segundo:



Este separador es propiedad de THE MOON'S SECRETS. derechos a Summit Entertamient y The twilight saga: Breaking Dawn Part 1 por el Diseño.

“Ya eres mía”

La frustración por el tema del autismo estaba casi totalmente superado por parte de Edward. Bueno, tenía que admitir que le costaba un poco hablar de ello cuando salía a colación, pero en la mayoría de los casos, él se lo tomaba —según mi opinión personal— de maravilla. No se mostraba retraído cuando se tocaba el punto, Edward simplemente tomaba la situación con toda la madurez del mundo.
Lo que alguna vez fue un mal recuerdo del fanfarrón Félix Vulturi, ahora era historia antigua y bien enterrada. Esa situación nunca más volvió a embargarnos. El desgraciado había obtenido justo lo que merecía y me había infundido una mayor convicción para no permitir que alguien así se le acercara a mi ángel con claras intenciones de hacerle daño.
Y mientras todo eso ocurría, me gustaba pensar que estábamos tiñendo nuestras vidas con una rutina que nos estaba funcionando bastante bien por el momento. Como justo aquella mañana, en la que me encontraba en mi habitación reorganizando todas mis cosas pero con la compañía de un investigador personal llamado Edward Cullen.
—¿Qué es esto? —preguntó Edward levantando un rizador de pestañas que había dentro de un cajón abierto de mi peinadora.
Estaba arreglando las cosas que me había llevado a la casa de los Cullen, para hacerles campo a las pocas que traería desde mi casa en el poblado de Forks; puesto que Alice quería mudarse esa misma semana. Así que allí estaba un ya habitual curioso Edward “ayudándome” a ordenar. Aunque lo más acertado sería decir que estaba conociendo los artículos de uso femenino.
—Es un rizador de pestañas, ángel —me detuve en mi labor de organizar la ropa en el gran closet negro que estaba en la habitación y que hacía juego con todo el resto del mobiliario. Fui hasta él y le enseñé con mi propio ojo cómo funcionaba y para mí oscura diversión, lo dejé horrorizado. ¿He admitido que en ocasiones no soy una buena persona? Pues esta era una de ellas.
—¡Eso es espantoso! —replicó escandalizado. De hecho se negó rotundamente a volver a tocarlo—. Parece como si te fueses a cortar un párpado. ¡No me gusta!
Me reí y lo coloqué en el cajón en donde estaba acompañando al resto de mis productos de maquillaje.
Edward avanzaba a pasos agigantados conforme pasaba el tiempo. Analizaba todo y ofrecía respuestas a preguntas complicadas que podrían dejar boquiabierto a quien no supiera sobre su autismo. No había podido hablar con sus padres como esperaba poder hacer hacerlo, aún esperaba el momento idóneo para averiguar sobre hasta dónde había llegado la educación de Edward y el porqué de que no tuviese al menos tutorías hasta ahora.
Por el momento me bastó con sorprenderme gratamente cuando lo vi interactuar con la computadora. Se movía como pez en el agua cuando se trataba de buscar algún tema de su interés en la web.
Estaba casi convencida de que si introducías en google Edward Cullen te aparecería la frase “Por favor, danos un respiro.” ya que una vez que hizo contacto con el dichoso aparato, no hubo quien lo separara de sus lecturas.
¿Palabras desconocidas? Las buscaba ahí.
¿Funcionamiento de ciertas cosas? Lo googleaba.
¿Aprendizaje acerca de cocina para ayudar a Alice? Miraba los tutoriales en youtube.
Y por supuesto que cuando hablábamos de música no había quien pudiese despegarlo de allí en menos de dos horas. Luego de esto, le llevaba una lista de melodías a una muy complaciente Rosalie que le enseñaba a interpretarlas en el piano. Y eso era algo que valía totalmente la pena escuchar.
Cuando Edward tocaba, era como si el resto del mundo se congelase en ese instante en el que después de tomar asiento en la butaca, comenzaba el primer tono de cualquier melodía que desease recrear con sus dedos en aquel fino instrumento. Aprendía con prontitud las partituras y cuando menos te lo esperabas, podías escucharlo practicando de memoria todo lo que se sabía. Y para cada persona que habitaba o trabajaba en la mansión era un placer oírlo. Aunque para mí solo equivalía a unos grados más en mi escala de adoración por él. Algo así como la constatación del hecho de que él era casi celestial.
Volviendo al tema de la informática, Carlisle por su parte amaba tenerlo en su estudio mientras trabajaba en sus casos. Él llevaba casi toda la conversación, pues Edward aún era un poco reservado. Pero sí que era capaz de responderle a cada cosa que le preguntase. Su padre le había regalado una laptop completamente equipada y programada para que Edward pudiese usarla, ya que en innumerables ocasiones lo había interrumpido por sus búsquedas; cosa que no le ayudaba mucho a su padre.
Y aunque todos pensamos que no le agradaría demasiado el cambio, mi ángel nos demostró una vez más que podía sorprendernos al apegarse al aparato en cuestión. Casi obviando la existencia de la computadora de su padre. Carlisle había mandado a disponer todo lo pertinente para que él pudiese tener acceso a internet desde cualquier punto de la casa. Así que cuando no llovía, podía verlo metido en aquel pedazo del jardín en el cual se abrigaba dentro de las florecillas lilas de su madre. Escuchando música o simplemente navegando.
En esa parte de su mejoría no podía quedarme yo con todo el crédito ya que todos le habíamos enseñado a hacer algo allí; pero para sorpresa mía quién más había influido en aquel aspecto era Emmett; quién se tomaba un tiempo luego de llegar de su trabajo para enseñar a su hermano como utilizar cada beneficio de la máquina que él conociera. Era hermoso verlos sentados en la sala de estar o en el patio pasando tiempo juntos, y hasta riéndose mientras Edward soltaba una que otra de sus “respuestas inesperadas”. A pesar de que no todo era color de rosa. Aún me podía estremecer al recordar aquella semana competitiva en la ambos amanecían; sin importar si era entre semana; jugando. Eran poseedores de unas ojeras que los hacían parecer un par de osos panda por tanto desvelo.
Y eso nos traía de nuevo a ese Edward revoltoso que estaba hurgando descaradamente entre mis cosas.
—¿Ya terminó la inspección, señor comisario? —dije por encima del hombro y sin voltear mientras terminaba de alinear mis zapatos.
—No soy un policía —dijo extrañado frunciendo el seño.
—Pues lo pareces, porque no has hecho más que pasar revista entre mis cosas —reí. Y luego reí más al encontrarlo con una caja de tampones en la. Su expresión de desconcierto y hasta asustada en un hombre de veinticuatro años era digno de uno de fotografiar.
—¿Qué hay en esta caja? —arrugo su frente y leyó inquiriendo—. ¿Tampax?
—Son unos tubitos de algodón comprimido que sirven para uso personal de las mujeres, ángel —y ahí seguía el analizando como si de una ecuación matemática se tratase. Procedí a tomar la caja y extraje un tampón— Esto entra así…—tomé el tubito blanco de cartón blanco y empujé con el otro que asemejaban la forma de una inyección. Enseñándole como salía un apósito que debía de posicionarse en el interior de una mujer. Luego le expliqué que la cuerdita sobrante era para poder extraerlo.
Cara de póker total.
—Ángel… ¿te encuentras bien?
Él parpadeó aun atónito.
—¿Y eso entra en tu…? —se ruborizó y eso le hizo lucir aún más adorable. Por lo visto era el día dispuesto para horrorizarlo.
—El pequeño apósito sí, Edward. Los tubitos de cartón no —vi como sus facciones se relajaban un poco.
—¿Pero hacer eso no te…duele?
Negué con la cabeza.
—No. Ese estrecho canal puede ampliarse más que esto.
Sí. Esta fue una de esas ocasiones en las que el vientre se me estremecía ante cualquier cosa que llamara a colación el tema del sexo entre nosotros.
Bueno, eso era algo que sabía por antelación que debía manejarlo muy delicadamente con Edward. Pero debía enfrentarlo tanto con discreción como con realidad a la vez. Ya había empezado a despertar con erecciones matutinas y eso le había perturbado bastante en los primeros días. Porque al principio llegó a creer que le pasaba algo malo a su cuerpo.
Podía recordar con claridad el primer día que había ocurrido. Era un sábado lluvioso, cosa habitual en la ciudad de Forks y sus alrededores. Así que todos estábamos remolones en las camas, puesto que nadie se había levantado.
De pronto escuché que la puerta de la habitación de Edward se abría pero me negué a salir para verlo. De hecho ya estábamos en la etapa en la que lo dejaba hacer muchas cosas sin estar siempre supervisándolo. Indicándole con esto que ya era responsable de varias tareas por su cuenta. Muchas veces iba a la cocina por un vaso de agua o a robarse las galletas de canela de Alice. Las cuales siempre bajaba a niveles abismales por las noches. Sobre todo en las que llovía muy fuerte. Estaba explorando el mundo que le rodeaba por sus propios pies, por decirlo de alguna manera. Se volvía un poco más independiente con el pasar del tiempo.
Y para alegría de todos, lo hacía muy bien la mayoría del tiempo.
Continuamos con la parte de la “erecta mañana”…
Escuché sus pisadas apresurarse hacia la habitación de sus padres que quedaba al fondo del primer piso.
Solo alcancé a oír el susurro de su voz y luego la de Carlisle. Así que rápidamente me puse en pie. Lavé mi cara y los dientes para salir a ver qué era lo que ocurría. Cuando lo hice, me topé con una sonrojada Esme que estaba sentada en una elegante chaise longe de líneas simples al frente del ventanal del pasillo.
—¿Qué ocurre? —pregunté tensa.
Ella no supo cómo responder lo cual me asustó e hizo que intentara abrir la puerta pero el pestillo estaba echado para impedírmelo.
—¡¿Qué pasa ahí dentro?! —musité alarmada pero sin levantar el tono de voz.
—Nada malo, Bella —dijo con un hilillo de voz como si no quisiera que la escucharan—. Solo que…bueno…—se negaba a mirarme mientras hablaba— Edward tuvo su primera mañana con…una erección y está algo turbado.
No pude aguantar las ganas de reír y me senté relajada a su lado mientras que internamente daba gracias porque no hubiese pasado nada. Bueno, nada malo por lo menos.
—No tiene por qué darle vergüenza, señora Cullen —le dije con la confianza que ya habíamos logrado—. Eso solo nos indica que los sistemas nerviosos de Edward se están regularizando lo máximo posible en su estado. Y eso es grandioso. Imagino que su padre está tranquilizándolo allí dentro.
—En efecto. —dijo ella sin poder evitar lucir abochornada.
—¿Por qué se apena conmigo? El sexo es la cosa más natural del mundo. Y a muchas personas parece olvidársele que ellos —señalé con un asentimiento hacia la puerta cerrada de la habitación. —también tienen esas  necesidades. Tienen dificultades para comprender ciertos temas, pero no están castrados. En lo absoluto.
Entonces, mientras esperábamos afuera hablamos sobre los tabúes sexuales más comunes, terminamos ahondando en la vida íntima de ellos.
—Hace tanto que no tenemos relaciones, que apenas puedo recordarlo con precisión. Puede que uno año y medio o dos. —admitió Esme con el sonrojo a flor de piel y agonía mezclada con vergüenza en la mirada—. El no tener a nadie para ayudarnos con Edward, más las largas jornadas de trabajo de Carlisle, sumado a muchas preocupaciones más, han mermado el deseo. Supongo que es normal después de estar casados tanto tiempo —se encogió de hombros con una actitud derrotada cosa que no sería extraño encontrar en alguien como ella…¡Si tuviesen ochenta años y Carlisle fuese impotente!.
—¡Pero si ambos son jóvenes todavía! —le cuestioné mientras palmeaba su mano con empatía. — Siguen siendo ambos muy guapos. En mi opinión, lo que ustedes necesitan es tomarse un tiempo para dedicárselo a su relación de pareja. .
De pronto, me sentí como si fuese una especie de amiga sonsacadora, pero por algún motivo, eso no me detuvo de proseguir cuando. una tímida Esme me miraba de frente mientras hablábamos.
—Convenza al señor Carlisle para que pasen un fin de semana fuera de la ciudad, sin ninguna otra cosa que no fuese su celular en caso de emergencia. Me quedaré al pendiente de Edward y Alice de la casa. Todo estará bien —vi en su expresión que hacía muchísimo tiempo que nadie le decía aquello.
Y después de comparar un par de opciones para dicho fin de semana, Esme me agradeció los consejos y la comprensión. Momento que fue interrumpido cuando un exhausto Carlisle salió del cuarto y cerró la puerta a su espalda.
Nos contó que había tenido que tener “La Charla” sobre las relaciones sexuales y además de cómo podía solucionar “sus problemas matutinos” por sus propios medios. Si estaba apenado porque yo estaba escuchando, lo disimuló muy bien porque ni siquiera pareció inmutarse por mi atenta mirada.
Suspiró mientras se revolvía la madeja dorada de cabello una y otra vez.
—Creo que estoy algo viejo para esto. —lo que hizo de aquello algo un poco gracioso. Al menos a mi manera de verlo.
Hizo que nos pusiéramos en pie y fuésemos a hacer nuestras cosas mientras que él se quedaba en la chaise longe. Esperaría durante un rato más por si tenía alguna duda más. Amé ver lo espontáneo de su preocupación.
—Yo me quedaré acá para cuando salga.
Y así Edward Cullen, el epítome de la inocencia. Mi ángel personal, había descubierto parte de la vida sexual de un hombre. De a poco descendía a lo terrenal del deseo. Y mentía si en una parte oscura de mi persona, no me emocionó ese hecho.
Pero la inocencia de Edward era una parte innata de él, y se hizo evidente aquella mañana en la que le estaba explicando el uso del tampón.
—Cuando dices que se ensancha más… —dijo con timidez.
—Hablo de cuando una mujer recibe a un hombre en su interior, ángel. —terminé la frase que él había comenzado pero no sabía cómo acabar.
Su silencio duró tanto, que estaba por terminar de arreglar las cosas cuando por fin rompió su mutismo momentáneo. Yo estaba guardando un par de perfumes cuando lo hizo:
—Bella, ¿nosotros…? —dejó la pregunta a medias.
Cerré los ojos con fuerza y luché con el estremecimiento de la expectación. Luego cerré la puerta del armario y me senté del otro lado de la cama.
—¿Nosotros…qué, ángel? —él tenía que decirlo por su propia boca, y yo estaba más que interesada en escucharlo decir de sus labios.
Tomó aliento y preguntó directamente, tal como él hacía las cosas normalmente.
—¿Nosotros haremos el amor algún día, Bella?
Le tomé una mano y noté que estaba fría y a la vez sudorosa. Sin duda alguna se encontraba un poco nervioso.
—¿Quieres que lo hagamos? —le pregunté con suavidad.
—Sí, lo quiero. —ningún titubeo, ninguna duda, ningún recelo. Solo así. Como el hombre franco en que se había venido convirtiendo.
El placer que esas tres palabras le inyectaron a mi cuerpo era indescriptible. Parecían simples en sí, pero prometían pasos y desafíos tanto para él como para mí en un futuro cercano.
—Entonces lo haremos —convine con dulzura a la vez que sellaba esa compromiso con un beso en las comisuras.
De pronto se separó de mí con curiosidad renovada en los ojos.
—¿Cuándo? —preguntó, haciéndome reír.
—Pronto, ángel —le dije con una inmensa sonrisa en mi rostro.
—¿Cuándo es pronto, Bella? —volvió a inquirir.
—Cuando sea el momento adecuado.
—¿Y cómo sabremos cuál es el momento adecuado?
Me encogí de hombros.
—No lo sé. Supongo que cuando la situación se dé. Y que por supuesto, nos encontremos en un lugar solos los dos. No es que vayamos a hacer algo malo, pero no es un momento muy íntimo.
—Por supuesto —asintió él tan serio que causaba gracia verlo.
—Pronto seré tuya en todos los sentidos de la palabra, ángel —lo besé un segundo en los labios—. Solo ten paciencia.
Él negó con la cabeza.
—Ya eres mía, Bella. Tú misma me lo dijiste hace tiempo atrás. —y me besó como si él supiese mucho acerca de la posesividad de un hombre por su mujer.
Quizá eso también lo había googleado…


*.*.*.*.*
Un par de semanas después…

—¿Estás segura de que estarán bien? —me preguntó Esme con el equipaje en el auto y un esposo impaciente porque el fin de semana privado empezara lo más pronto posible.
Sonreí con tierna envidia. El señor Carlisle había accedido de inmediato cuando su esposa le había propuesto la idea de aquel escape romántico. Así que desde ese viernes por la tarde hasta el domingo por la noche, serían solo un par de esposos sin ninguna otra preocupación latente.
—No deja a dos adolescentes en casa, señora Esme —le dije mientras terminaba de guardar los platos del almuerzo con Alice—. Nosotros tres… —en eso incluía a Edward— ayudaremos a Alice en lo de su mudanza.
—Ella me prometió galletas de canela para que la ayudara —respondió él mientras se terminaba lo que había quedado de tiramisú del almuerzo en un cuenco de vidrio color chocolate.
Alice entrecerró los ojos hacia él.
—Eres un vil interesado, Edward Cullen. Ahora no te haré las galletas hasta que todo haya finalizado. —bromeó ella imprimiéndolo en un tono de indignación que nadie se tragaba.
—¿Y ahora quién es la interesada? —contraatacó despreocupado.
Touché —admitió ella entre risas.
Esme los miró divertida.
—Justo a eso me refiero —los señaló con un asentimiento— ¿Crees que podrás con “ese par”?
—La duda ofende, señora Cullen —espeté mortalmente seria—Para eso existe el Valium. Tengo unos cuantos frascos en mi poder.
Entonces ambas rompimos en carcajadas y nos despedimos.


*.*.*.*.*
—Esta es la última caja —anuncié al traspasar el umbral de mi casa, ahora de Alice, por un tiempo. Esta estaba cubierta de una fina capa de polvo ya que habían pasado unos buenos tres meses, cuando menos, desde que no la pisaba.
Había aprovechado la oportunidad para llamar a Angela, la cual estaba un poco molesta porque no había podido mantener mi promesa de vernos cada fin de semana para tomarnos un café. Esta vez ni me molesté en renovar ese compromiso ya que si algo había aprendido en mi tiempo con Edward, era que nunca sabía lo que me esperaba, fuese bueno o malo. Así que me limité a decirle que la llamaría o escribiría en cuanto tuviese la mejor oportunidad de hacerlo, cosa que no la dejó satisfecha, pero eso era lo que había por el momento en nuestras agendas de profesionales tan ocupadas.
Eran sobre las seis y media de la tarde mientras que Edward, Alice y yo sacábamos las cosas de las pocas cajas que tenía ella para mudarse. Nada de adornos ni muebles, al menos que tomáramos en consideración un puff de color fucsia que ya habíamos colocado en la habitación principal. La cual por cierto solía ser la mía. Solo ropa, zapatos, productos para uso personal y libros que venían embalados o guardados en maletines.
Una laptop descansaba sobre la mesa de pino paliducho por tener tantos años y unas pequeñas cornetas conectadas a un Ipod llenaban el ambiente de música variada. Un poco de Lady Antebellum, una que otra de Bruno Mars, también recordaba que Jason Mraz había sonado con “I’m yours”, muchas de Adele, así como unas cuantas de Christina Perri, Radiohead, Florence and the Machine, entre muchos otros. Habían estado reproduciéndose desde que llegamos hacía ya más de tres horas antes.
—¿En dónde va esto? —Edward tenía entre las manos una caja que no parecía muy pesada y que habíamos olvidado al lado de la entrada.
Alice se giró sobre su hombro y sin necesidad de mirar demasiado, respondió:
—Eso va en el baño principal, Ed. Son artículos de ese cuarto.
—O sea ¿shampoo?
—Además de otras cosas de las que ni sabes para que se usan —respondió ella divertida mientras seguía desembalando en la sala comedor.
Él me miró a los ojos y pude ver el espanto en sus ojos. Entonces me di cuenta que estaba recordando cuando me había “ayudado a ordenar”. No aguanté y rompí en carcajadas mientras los dos me miraban extrañados.
—Es que Edward cree que ciertos instrumentos de uso femenino son cosas aterradoras —me expliqué y volví a reír.
—¿Cómo cuales? — preguntó Al directamente a él.
—Los tampones y los rizadores de pestañas. —contestó él con el ceño fruncido.
—Ah, con razón. —asintió ella.
La puerta de la entrada sonó cuando unos nudillos se estrellaron contra ella tres veces. Nos miramos a la cara para saber si alguien había invitado a alguno más para que se nos uniera. Todos nos encogimos de hombros y lo negamos con la cabeza pero en silencio. Edward se adelantó a abrir debido a que era el que estaba más cerca.
—Hola, Jasper —saludó él.
Casi automáticamente Alice se ruborizó y se peinó con los dedos su corto cabello antes de que le dejara pasar.
Nos saludó a todos pero sus ojos solo brillaron cuando la vieron. Al igual que los de ella se iluminaban de manera especial cuando sabía que él estaba cerca, o pronto lo estaría.
—¿Qué haces aquí? —musitó gratamente sorprendida. Nada más había que verle la cara de idiota enamorada. Cara que yo usaba bastante a diario; debía admitir.
Se encogió de hombros y la camiseta de algodón verde botella que llevaba pegada en sus brazos y torso, se comprimió y estiró con sus movimientos.
—Carlisle me dijo que te mudabas hoy y me dijo donde quedaba tu nueva casa. Así que terminé lo que tenía pendiente en la oficina antes de pasar por acá para saber si necesitabas algo.
—Pero debes de estar cansado.
Tan caballeroso como siempre había demostrado ser, negó con su cabeza y alzó una caja que ella tenía cerca.
—Estoy bien. ¿En dónde coloco esto?
Alice abrió los ojos como platos al notarlo muy cerca de ella y se sonrojó aún más.
—Eh…en mi habitación…si…ahí. —titubeó ella haciéndole reír.
—Subiendo las escaleras, Jasper —le dije yo, pues mi amiga no sabía articular frases completas cuando el señor Hale estaba en los alrededores.
Edward le siguió los pasos con la otra caja que había cogido.
—¿Sabías que se doblan las pestañas con una cosa que parece una tijera? —se fue comentándole por el camino.
Alice giró rápidamente cuando se perdieron de vista y no alcanzábamos a escuchar sus pasos cerca.
—¡¿Qué hace aquí?! —me susurró.
—¿Cómo que “qué hace”? ¡Te viene a ver! Eso hace.
—Pero es que estoy desarreglada…
—Alice, le brillaron los ojos apenas te vio desde el umbral de la puerta. No creo que le importe que vayas vestida con solo unos pantalones de chándal y una franela. Es más, aquí entre nos: Creo que fue a su casa, se cambió de ropa y luego volvió. Si eso no es porque le gustas, entonces no sé qué demonios más podría ser.
Pareció pensativa nuevamente, como si no estuviese convencida del todo. Una sonrisa de tonta apareció en su cara para luego parpadear y abrir sus orbes emocionados.
—¿En serio lo crees?
Entorné la mirada.
—¿Acaso tus ojos no sirven? ¡Pues claro que le gustas! —le grité pero en susurros.
De pronto las pisadas de ambos nos advirtieron que nos calláramos y siguiéramos en lo que estábamos hasta ahora.
—Oigan… —Jasper llamó nuestra atención— Edward me acaba de decir que tiene hambre ¿Qué les parece si vamos por la cena? ¿Quieren comer pizza o alguna otra cosa?
—Me parece mejor que vayan Alice y tú. —intervine—. Es mejor si un hombre se queda para ayudar con las cajas pesadas. Así que vayan ustedes y nosotros vamos adelantando un poco más.
Jasper se notó emocionado al igual que Alice. Era natural que dadas las condiciones, ambos partieran sin rebatir ni por un solo momento mi propuesta.
—Vamos, Edward. Subamos estas cajas mientras ese par va por nuestra cena. Creo que tardarán un buen rato.
—Ayyyyy no. ¡Tengo mucha hambre! —se quejó el pobre.
—Sí. Yo también, ángel. Pero a veces debemos de sacrificarnos por el equipo.
Y duré todo el trayecto de la escalera y el pasillo explicándole porque hice ir a los muchachos a por la comida solos. Y también a qué me refería por equipo.


*.*.*.*.*
Nos encontrábamos despatarrados en el sofá. Yo estaba descansando acurrucada entre los brazos de Edward. Él podría manejar usualmente el tacto de los demás, pero por cortos períodos de tiempo. Y aunque solía aguantar e incluso disfrutar más el mío, no me gustaba abusar de ello. Pero nos dimos cuenta que Edward toleraba mejor abrazarme que a la inversa.
—Nadie me mandó a dejar el abrigo en casa. Tengo un poco “demasiado” frío. —me quejé mientras me acurrucaba más entre sus brazos.
—Eres una despistada, Bella —bromeó él.
—¡Oye! —me quejé y le dí un ligero codazo en las costillas que lo hizo reír.
Busqué sus labios y él recibió a los míos como siempre; más que dispuesto a devolverme los besos.
Su lengua tomaba y daba por turnos con la mía. Mis manos viajaron de su pecho a su estómago para acariciarlo. Se sentían ávidas de más roce , pero de uno que no tuviese ropa de por medio.
Deslicé mis labios dejando un camino medio húmedo de su boca hasta su cuello en el cual me detuve besando y absorbiendo la acidez de su perfume Gucci Guilty. El cual de por sí, ya era una provocación hecha perfume. Escuché como jadeaba cuando mordí suavemente la piel de un costado de su garganta.
Me senté a horcajadas en su regazo y constaté lo que la piel de mi muslo derecho me estaba indicando. Edward estaba teniendo su primera erección conmigo.
Con la máxima delicadeza que el deseo me permitió, acaricié su entrepierna con la mía una y otra vez con lentitud. Volvió a jadear de nuevo pero esta vez con más fuerza.
—Cómo se siente, ángel? —musité entre sus labios.
Sus caderas se arqueaban naturalmente hacia arriba más por naturaleza que por experiencia, en busca de una fricción aún más fuerte.
—Como si algo…fuese a…explotar.
—¿Y eso es bueno… —acerqué la pelvis. — O malo, Edward? —volvía a alejarla.
Gimió.
—Bueno. —estiró cuello dejando caer su cabeza hacia atrás, tensando sus músculos. — Muy bueno.
Abrí de a poco sus vaqueros negros y acaricié su miembro por encima de los calzoncillos para no perturbarlo tanto y de un solo golpe. Lo acostumbraba a mis caricias y cuando creí que ya no había peligro de alterarlo; en una mala manera; introduje la mano y por primera vez sentí la calidez de su sexo contra mi piel.
Profanamente celestial. Así se sentía acariciar a ese ángel que se removía impaciente con mis lentas caricias. A esto debía referirse la gente cuando decían lo bueno que era ser malo.
—¿Te gusta? —pasé la lengua por su labio inferior.
Asintió.
—Se siente…tan diferente.
—¿Diferente a cuando lo haces tú? —asintió de nuevo—. Y esto es solo el comienzo, ángel. Solo el comienzo.
Bombeé con la misma velocidad pero con más presión hasta que las facciones de Edward me indicaron que era el momento de darle su liberación. Fue entonces cuando incrementé mis movimientos hasta que mojó mis dedos a la vez que gruñía mi nombre una y otra vez, mientras le recorrían los espasmos del placer.
Quedó laxo y jadeante recostado en el sofá. Y cuando recobró la respiración normal, nos dirigimos al baño para asearnos.
—No entré en ti. —me reprochó con cierta decepción cuando volvimos al mueble. Él podía haber quedado saciado por el momento, pero yo no estaba ni cerca de eso. Así que por el momento era pertinente que permaneciéramos lejos de las camas.
Le acaricié el rostro y el cabello con ternura para calmarlo.
—Vamos a ir poco a poco, ángel. Ya hemos avanzado mucho y no quiero que una conmoción por esto, nos haga retroceder. —pegué mi frente a la suya casi con desespero. — Eso sí que no podría soportarlo.
—¿Es por mi autismo? —me pregunto con naturalidad.
Incapaz de mentirle, asentí.
—Tengo miedo de que te conmociones demasiado. Antes de estar juntos, debo estar segura de que todo estará bien entre nosotros. Sobretodo contigo.
Él entendió lo que le dije y no presionó más el tema. Pero si dejó claro su punto cuando dijo:
—Solo espero que no tardes tanto en asegurarte, Bella. Puede que no sepa manejarlo aún, pero sé que te estoy deseando. Y mucho.
Me hubiese gustado tener una respuesta coherente para aquello pero la verdad es que para mi vergüenza, me quedé enmudecida. No porque me hubiese sorprendido la declaración de Edward, porque ya hace un buen rato que había dejado muy claro ese hecho. Si no porque comprendí que ya éramos dos que caminábamos al borde del deseo, y ya yo no tenía las fuerzas necesarias para permanecer lejos de él. Así fuese lo más sensato.

            
Este separador es propiedad de THE MOON'S SECRETS. derechos a Summit Entertamient y The twilight saga: Breaking Dawn Part 1 por el Diseño.
Bueno chicas sé que este capítulo les llegó después de lo estipulado por el calendario de publicación, pero les cuento que tengo problemas con mi internet. Así que lo más probable es que los capítulos se tarden un día más de lo esperado. Les pido disculpas por eso y gracias por su paciencia.
Marie K. Matthew

4 comentarios:

  1. supongo que has hecho sin querer... pero subistes un capi que hemos leido anteriormente,je...
    dicho esto, quiero sgregar que esta es mi historia preferida y que sigas asi

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  2. la verdad si este capitulo ya lo habiamos leido pero es un placer volver a leerlo de esta historia fascinante y tranquila la espera será gratificante...Besos ,cuidate...

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  3. Marie.. me parece qeu tocaba publicar el decimo segundo.. y se te confundio con el segundo.. igual es lindo volver a leer este capi donde Edward necesita tanto de Bella... cariños..

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