Tomé solo mi toalla para irme a bañar; a mi consideración; no se necesita el decoro cuando se vive sola.
Bueno, debo admitir que solo tengo dos días “disfrutando” de dicha soledad ya que Edward; mi ahora ex pareja; y yo habíamos roto tras vivir juntos durante casi un año.
Él era hermoso, con un cabello castaño dorado que usualmente iba a su aire, sus ojos eran como dos hermosos jades capturados en unos perfectos marcos almendrados. Y sus labios, dos carnosidades perfectamente moldadas que me hacían sentir un desborde de feromonas con un simple roce de sus comisuras.
Mi imaginación divagó hasta sus anchos y tornados hombros; con los cuales era capaz de dejarme sin escapatoria si deseaba obtener algo de mí, y no me permitía largarme sin antes dárselo.
Luego visualicé su pecho duro como piedra, pero que se estremecía y retorcía cuando mis labios besaban y succionaban sus pezones.
Las imágenes mentales y mis ansias de tenerlo, me recordaban el delicioso sabor de su bien trabajado abdomen. Era tan exquisito saborear la mezcla de su perfume, que parecía extenderse a cada rincón de su cuerpo; junto con las nimias gotas de sudor que se formaban por la excitación.
Finalmente mis fantasías llegan a su bajo vientre para encontrarse luego con su miembro de gran tamaño; que rozaba contra mi estomago cuando nos acercábamos cuerpo a cuerpo y sin ropas ni ataduras.
- ¡Basta! – me ordené a mi misma y observo que me había perdido en mis cavilaciones al tener que abrir los ojos. Posterior a este hecho; noto que mi mano derecha, cual si tuviera vida propia acariciaba mi ya muy húmedo sexo.
También me percaté de encontrarme en el interior de la ducha con la cabeza pegada a los azulejos de la pared y la mano izquierda en la llave del agua.
Respiré profundo para calmarme y me enderecé. Comencé a tomar mi ducha con normalidad después del estallido hormonal previo.
De pronto tocaron a mi puerta.
- ¿Marie? – dijo la voz grave de mi ex.
Me sobresalté pero no hice ruido.
- ¿Qué ocurre, Edward? – asombradamente mi voz demostró lo que le faltaba a mi autocontrol; osea fuerza.
- Vine por las últimas cajas. Ya me voy. – su tono era normal. Sin emoción alguna.
- Está bien. Que te vaya genial en todo cuanto emprendas. – quise que mis palabras sonaran sinceras, pero en cambio mi tono fue de un notorio sarcasmo.
Y como no serlo. A pesar de su descuido y de su recién descubierto affair lo seguía amando.
<<Es una mierda esta debilidad mía>> me reproché mentalmente.
- Gra…cias – dijo inseguro. – Adiós.
No le contesté. Escuché sus pasos hacia la entrada del que ahora era “mí” departamento. Y luego en la puerta de madera que se cerraba tras de él.
Vuelvo a recostarme contra las baldosas, más no es ya por placer sino por agonía.
Lo iba a echar de menos, tal vez más de lo que quería reconocer a mí misma.
De pronto la puerta de la ducha se abre con gran estrépito.
Edward pasó sin siquiera esperar mi autorización. Y luego cerró cualquier vía que me permitiera un conato fuga.
Jamás le demostraría debilidad. No después de su infidelidad. Era demasiado orgullosa para eso.
- ¿Se puede saber qué demonios te pasa? – le espeté en voz alta a la vez que empujaba su cuerpo desnudo.
Antes de abrir la boca me pegó por los hombros con fuerza de la fría pared, arrancándome un jadeo involuntario tanto por el frío como por la excitación.
- Tomo por última vez lo que es mío. Porque aunque lo niegues sé muy bien que me deseas y me amas aún. – me tomó rápido de las muñecas y las colocó a ambos lados de mi cabeza.
Dos clases de fuego recorrieron mi ser uno placentero que me incitaba a abrir las piernas para él y otro de furia asesina que lo trasmitía por mis orbes castaños.
- ¿Lo que es tuyo? – me sonrió con divertida petulancia mientras yo seguía tratando de alejarlo de mí –…Eso debiste haberlo pensado antes de revolcarte con la zorra de tu asistente; que por cierto esté casada, pero eso tu ya lo sabías. – respiraba agitadamente mientras trataba de soltarme de su agarre.
El muy desgraciado no se inmutó siquiera un poco por mis acusaciones.
- No pienso volverte a explicar que fue en un momento de ebriedad; porque ya estás al tanto de eso. – amplió su malévola sonrisa. –…y además porque me está empezando a gustar este juego de dominación. – pasó la punta de su lengua por mis labios.
Volteé mi cara. Iracunda porque mi propio cuerpo me giraba la espalda, muestra de ello era mi entrepierna excesivamente húmeda y caliente.
- No te pertenezco, imbécil. No soy un objeto. – dije entre dientes mientras lo taladraba con la mirada. – Además, cualquier cosa que me hagas a la fuerza se llama violación.
¡El muy maldito se carcajeó con desparpajo de manera tan sensual que me cortó la respiración por un segundo!
Luego musitó en mis comisuras y viéndome a los ojos con puro deseo.
- Primero que nada, yo no dije que me perteneces como objeto. Me perteneces como mujer, Bella. Tu cuerpo dispuesto me lo dice.
Gruñí con desespero.
- Y segundo dudo que me denuncies por violación, sabiendo que a ti te encanta que te tome a la fuerza. – recostó de mi estomago su masculinidad erecta. Yo jadeé al instante y el sonrió. - ¿Ves? De todas formas te haré un favor; por si quieres acusarme ante las autoridades; te daré suficientes bases. – embistió contra mi abdomen haciéndome gemir. – Te voy a utilizar, Bella. Salvaje sin tregua. Como sé que te fascina.
Abrí la boca para replicar con fuerza pero la condenada excitación palpitante en mi bajo vientre, le restó energía a mis palabras.
- A mi no me gusta… - y su boca irrumpió con ferocidad en la mía.
Solo se separó un segundo para agregar.
- Te gusta. Claro que te gusta. – en ese instante subió mis muñecas y sujetó a ambas con una mano suya.
Pasó su lengua por un costado de mi rostro. Y me estremecí.
- Me deseas. – bajó su miembro para acariciar mi sexo hinchado. Rozaba con él toda mi intimidad una y otra vez mientras susurraba en mi oído.
Negué sin poder hablar.
- No me importa si lo aceptas o no. Se que es así.
- Maldito engreído. – espeté entre rabia y deseo.
- Maldita celópata. – se apretó contra mi sexo y pellizcó mi pezón. Gemí.
- Desleal. Hijo de perra. – mordí el lóbulo de su oreja.
- Mujer fría y calculadora. – pellizcó más fuerte mi pezón y embistió contra mi estomago. – Cuanto te rogaba por un roce y tu te burlabas de mi. – apretó todo mi seno en su mano.
Gemí de dolor y placer.
- Te lo merecías por descuidarme...En fin…de todas formas ya todo se acabó. – solo mi boca creía eso porque mis caderas se restregaban descaradamente contra las suyas.
- No fue mi intención. Y te pedí perdón. – musitó mientras lamía mi cuello.
- Me importa un carajo tus disculpas. Ya es tarde. – se tensó y se levantó frente a mí.
Me tomó del cabello y me echó un tirón.
- ¡Ya basta! – estaba excitado y exasperado. – No estoy aquí para disculparme otra vez; vine a asegurarme de que no te olvides de mí.
Dicho esto me soltó el cabello y metió su mano con brusquedad en mi entrepierna. Yo cerré con fuerza para impedir que me acariciara; a pesar de desearlo.
Gruñó con rabia. Y con una fuerza súbita abrió mis muslos con su rodilla.
Sus dedos ágiles se apropiaron de mi centro y me estimularon con rudeza.
- ¡Más despacio! – imploré entre estremecimientos.
- ¡No!. Así. – e intensifico su ritmo. Luego sus dedos me penetraron y su pulgar me estimulaba mi carnosidad erógena.
Gemí tan alto que casi pareció un grito.
Escuchaba las fricciones y las penetraciones de Edward. Y su respiración errática.
Mi cuerpo fue retorciéndose entre sus manos y me corrí gritando su nombre.
- Si…Eres mía… – hablaba en mi oído mientras mi cuerpo temblaba aún. – tu placer, tu cuerpo y tu todo. Me perteneces entera. Y así será para siempre.
- Estúpido posesivo. – grazné débilmente.
- Y aún no has visto nada.
Sacó sus dedos de mi cavidad y abrió el grifo de la ducha.
Me bajó los brazos rápido por la pared y sentí unos aguijonazos leves de dolor, pero lo ignoré.
Me giró frente a la llave y me hizo aguantarme de allí.
Cuando sus manos soltaron mis puños en las llaves de la ducha; pude notar el hilillo de sangre que corría hacía abajo.
Me empecé a marear.
- Edward… – levanté el brazo para que lo viera.
- ¡Mierda! – dijo al acordarse de mi fobia para con la sangre.
Pero hizo algo tan morboso como excitante. Tomó mi brazo y lo dobló hacía por detrás de mi cabeza y su boca succionó el corte mientras me penetró con fuerza.
- Ahhhh. – jadeé apretando mi trasero a su bajo vientre.
Depósito mi mano en la llave de nuevo y yo me sostuve con fuerza.
Y entonces comenzó a arremeterme sin piedad. Sus estocadas eran tan fuertes que el choque de nuestros cuerpos más el del agua hacía estrépito.
- Más fuerte. – pedí para mi sorpresa.
El gritó con desesperación pero me dió lo que le pedí.
Cada empellón salvaje me acercaba a la gloria.
En un momento dado encajó las uñas en mis caderas y me arremetió con más rapidez.
Eché mi cabeza hacia atrás y la reposé en su hombro. Para finalmente dejarme llevar por el orgasmo.
- Ohhhh. – grité.
Me penetró con tanta fuerza entonces que sentí leves punzadas de dolor.
Y entonces sentí su líquido caliente que se derramaba en mí y hasta corrió por mi muslo.
- ¡Isabella! – gritó en mi oído.
Casi tuve otro orgasmo al escucharlo decir mi nombre de esa manera.
Apenas pasado un minuto me quise enderezar pero su fuerte mano sujetó mi nuca para inclinarla hacía adelante.
- ¿Qué demo…? – salió de mi. - ¿Qué te pasa, Edward?
Se inclinó hasta quedar pegado a mi espalda.
- Te lo advertí. – dijo con voz ronca. – Te dije que sería salvaje. Sin tregua.
Ese era el momento correcto para molestarme y correrlo de una vez por todas pero en vez de eso, un ramalazo de deseo me enloqueció.
- Abre las piernas. – no le hice caso. Mi corazón se agitó adivinando sus retorcidas intenciones.
Suspiró exasperado.
- No sé porque disfrutas haciéndome todo más difícil.
Tomó mi muslo derecho y lo subió para tomarme la pantorrilla y pegarme hacía su cuerpo.
- No lo hagas. – bisbiseé cuando su miembro estuvo preparado en la entrada de mi punto prohibido.
- No vine a ser un caballero contigo hoy; Bella. Ya te lo dije vine a tomarte así sea por la fuerza.
Un corrientazo de dolor me llegó hasta la columna. Pero cuando remitió fue dando paso a un extraño y desconocido placer.
Dejó de sujetarme con su mano izquierda y empezó a tocarme la entrepierna. Solté el aire de golpe.
Su dedo índice y medio trazaban círculos en mi hinchado capullo disparando un torrente de sensaciones a las cuales es imposible resistirse.
Pero yo no era la única desenfrenada. Edward gemía y gruñía con cada empellón que me propinaba. Sentía su cuerpo entremeterse detrás de mi.
Y a veces lo escuchaba musitar mi nombre de forma dulce pero desesperada.
Cuando el placer se hizo irresistible me entregué por completo al éxtasis; que me barrió de manera impetuosa.
Mis piernas incluso me fallaron.
No me caí porque Edward me sujetó de la cintura con rapidez y entró en mí por última vez antes de unirse conmigo en la gloria del orgasmo.
Por muy excitada que estuviera lo escuché claramente cuando en medio de su liberación musitó:
- No me abandones. Te necesito tanto.
Pero fue tan bajo que no estuve segura.
Apenas se pasaron los espasmos de giré rápidamente hacia él quién seguía temblando.
Colocó ambas manos en la pared mientras respiraba con dificultad.
- ¿Qué fue lo que dijiste hace un momento? – le increpé.
Sus ojos brillaron de excitación y luego cambiaron a una forma inescrutable.
- Yo no he dicho nada.
No se porque pero sus palabras me dolieron.
- Bien. – asentí y me volteé para tomar un baño rápido.
Esta vez se alejó lo máximo que le permitió la ducha y permaneció callado.
Al terminar salí sin verlo y cerré la puerta de la regadera para él.
- Ya te traigo una toalla. – le comenté fría
- Gracias. – dijo él igual.
Le llevé su toalla favorita y por dios santo que tuve que controlar el llanto que pugnaba por salir.
Se la coloqué en el toallero que estaba a mano izquierda de la entrada del baño. Y salí sin decir nada.
Afuera hacia un frío abismal. Llovía sin piedad; por lo que fui a preparar el chocolate con leche que tanto le fascinaba a él.
Ya estaba lista la bebida para cuando él llegó a la cocina, perfectamente vestido con sus vaqueros y una camisa manga larga gris plomo.
- Coloqué la toalla en la ropa sucia. – dijo tímido. <<ahora sí lo estaba>> pensé con retorcido sarcasmo.
No despegué mis ojos del batidor que fregaba en ese momento.
- Pensé que te la llevarías. Puedo lavártela para que lo hagas.
- No. Quédatela tú. – susurró lastimero. Giré mi vista y noté la punta de su nariz levemente rosada.
Tragué grueso.
- Estabas llorando. – él negó con la cabeza. – No lo niegues. Te conozco.
Bajó la mirada.
- Debo irme.
<< ¡Cobarde! ¡Enfréntame!>> pensé iracunda.
- No te puedes ir porque está lloviendo a cantaros y te acabas de bañar con agua caliente. Te puedes enfermar. Además… - me sequé las manos con el paño de cocina. - …hice chocolate. Tómate una taza mientras escampa.
Él asintió y no dijo nada. Nuevamente.
- Toma. – le serví en su amada taza negra con el blasón de los Yankees de New York.
- Gracias. – me dijo al tomarla.
Asentí y seguí con mi taza en dirección al sofá de la sala.
No podía seguir con esa situación tan familiar y tan fría. Me hacía daño.
Tomé asiento y subí los pies al mueble de cuero negro, mientras le daba cortos sorbos al chocolate.
Veía ensimismada a la lluvia que corría en la ventana; entre tanto buscaba fuerzas para no desplomarme.
Edward carraspeó.
- ¿Puedo? – señaló la punta del sofá contraria a la mía.
- Claro. – me quedé mirándolo y luego al frente de mi.
- El chocolate está excelente. Como siempre.
- Gracias.
- ¿Tiene nuez moscada? – lo miré impaciente. Era obvio que quería decir algo pero no sabía como empezar. Y no sería yo precisamente la que preguntara.
- Sí. Sabes que siempre lo hago igual. - esperé viéndolo fijamente a los ojos; mientras por dentro temblaba por lo que pudiese decirme. Al final se aclaró la garganta y tomó aire.
- No quiero irme, Bella. – parpadeé atónita. – No quiero dejarte. No puedo.
De pronto me faltaba el aire y la cabeza me daba vueltas.
- ¿Por qué? – pregunte débilmente - ¿acaso queda algo más que quieras romper?
Todos mis intentos de controlar el llanto en ese momento se fueron al trasto.
- O ¿es tu orgullo el que se niega a abandonar esta casa?
Subí mi mirada y el muy infeliz estaba llorando también.
- Tienes derecho a no creerme, pero debes saber que lo único que me amarra a este lugar eres tú, Bella. ¡Maldición te sigo amando! Quizá incluso más que antes.
Me estremecí.
- Mentiroso. – le espeté entre lagrimas. – Quién ama no lastima.
- Pero sí comete errores. Y yo los admití y te he pedido perdón mil veces. Créeme por favor.
Negué con la cabeza ahogando el llanto.
Soltó la taza en la mesa de centro y se acerco a mí lo más que pudo.
- No estoy mintiendo, cielo. Además tú también me has lastimado antes y aún así nunca te dejé.
- ¡Pero me engañantes con otra! – le grité. – y ¿de qué daño hablas?
- De no querer estar conmigo. Del hacerme rogarte por una caricia para al final no dármela. Por estar tan lejos y a la vez tan cerca de mi. Pero eso no me importa ahora. Por favor dime que me quede; que no quieres que me vaya. Estoy dispuesto a empezar desde cero si tú lo estás.
Mi respiración era irregular.
- No, Edward. Me lo volverás a hacer más adelante. Y siempre estaré por debajo de la empresa. Así que no.
Bajó su cabeza y se levantó del asiento.
- Entonces…no tengo más nada que hacer aquí. Adiós, Bella.
- Adiós, Edward. – musité cabeza abajo.
Dio media vuelta y se dirigió a la puerta, tomó sus cajas. Y se fue.
Me hundí entre los cojines y lloré con desconsuelo.
Y en ese momento tuve una especie de revelación;
<< ¿Acaso no es también mi culpa esta situación? El no hablar con él a la cara, el no enfrentar los problemas, el descuidarlo y no enseñarle como quería que me amara. Todo eso lo hice yo. Tenía el mismo grado de culpa que él abandonar la relación. >>
Eso fue todo lo que necesité para patear mi orgullo y salir corriendo escaleras abajo. Gracias a dios que vivía en el piso dos. Crucé la puerta de la entrada del edificio y mire el estacionamiento buscándole.
Estaba en su puesto habitual; algo lejos de donde yo estaba.
Corrí a través de la lluvia, descalza y en camisón cualquiera que llegara en ese momento me daría por loca.
Pero no me pudo importar menos.
Cerró la cajuela de su coche de un golpe y se dirigía al puesto del piloto cuando me vio.
Corrí con todas mis fuerzas y él se acerco a mí también. Choqué contra su pecho que estaba aún más empapado que yo.
Lo abracé por la cintura con fuerza y rompí a llorar.
- No quiero que te vayas. Quiero que te quedes conmigo y también estoy dispuesta a empezar desde cero.
Me alejó un poco para ver mi expresión.
- ¿Lo dices en serio? ¿Podrás perdonarme? – su pecho se agitaba frente a mí, y hasta yo podía oír el latido de su corazón desbocado.
- Estoy dispuesta a que nos perdonemos. – le corregí. – No solo fallaste tú. Yo también lo hice.
Me tomó el rostro entre sus manos y me besó con ardor.
- Esté será nuestro nuevo comienzo, amor. Uno libre de culpas y resentimiento. – tenía su frente pegada a la mía mientras me atravesaba con la vista.
- Si, Edward cada uno deberá poner de su parte para que esto funcione…
- Y funcionará. – me interrumpió.
- Eso es lo que más deseo. – y besé sus labios con dulzura.
Al cabo de unos segundos me separó y me pasó su brazo por los hombros.
- Vamos a subir. Mira en la facha que estás. – me miró de arriba abajo con deseo. – No vaya a ser que alguien quiera frustrar nuestro regreso. Estás demasiado tentadora
Reí y me vi.
El camisón aparte de ser corto estaba pegado a cada una de mis curvas por el agua.
Y además tenía los pies como unos témpanos de hielo.
- Si. Vamos no se me antoja enfermarme. De paso tú también estás mojado.
- Qué suerte que sobró chocolate. – dijo entre risas mientras caminábamos bajo la lluvia hacia la entrada.
- Es una ventaja, definitivamente. – sonreí. – Además creo que necesitaré friccionarme con crema tibia. Tú sabes…por el frío. – cambié mi tono a uno seductor.
- Déjame que me encargue de eso por ti. – sonrió dispuesto mientras me tomaba en brazos para subir.
Debo acotar que gracias a esa “fricción” hoy estamos en la sala de espera de un gineco-obstetra en nuestro control mensual.
Este ya es el quinto.
- ¡Isabella Cullen! – llamó la asistente.
Edward apretó mi mano y me ayudó a levantarme.
- Vamos, cielo. – dijo resplandeciente; porque así le sentó la paternidad.
- Vamos, amor. – acordé yo.
En definitiva este fue un nuevo comienzo para nosotros…
Y para los gemelos.
¡Segundo oneshoot! Y vale acotar que lo hice por error..jajaja…Disculpen a los que creen que cambié mi línea de escritura; pero me gusta experimentar con otras cosas que no siempre involucran la dulzura y delicadeza. Por cierto…Este es un regalo a mi Hermana mayor Rochie Cullen. Ha sido una bendición conocerte cariño…¡Dios bendiga EL PRIMER AMANECER! Jajaja
Bells me gusto bastante esta historia es diferente a las que has escrito pero muy buena.. xfa no dejes de actualizar esta historia que acabas de escribir la seguire igual que las otras.. espero no tardes muchos para colocar el otro cap.. FELICIDADES X LA GRAN IMAGINACION Y EL GRAN INGENIO PARA ESCRIBIR Y EXPRESARTE DE ESA MANERA. GRACIAS X TODAS ESTAS LECTURAS QUE ME DAS SABES QUE ME ENVISIO RAPIDO :D MUCHOS BESOS.
ResponderEliminarDios hermana..estuvo hermoso y me levantó mi termostato al máximo..por favor...
ResponderEliminarQue puedo decir..sabroso...bello... alucinante..ya me voy a buscar a mi Edward...y a experimentar en la ducha....jajajja... increíblemente erótico.. apabullante mente sexual..y de los que me gustan..
Hola corazón tienes premio en mi blog pasate a buscarlo..para decorar tu blog y te lo mereces...
ResponderEliminarla verdad no me gusto la historia... siempre he creido que las infidelidaddes, por ambos lados, se pagan...
ResponderEliminarla verdad no me gusto la historia... siempre he creido que las infidelidaddes, por ambos lados, se pagan...
ResponderEliminarOH YEAHHHH ..LO ADORÉ..QUE VIVA EL SEXO DURO <3 ...ME ENCANTO, AMI COMO SIEMPRE..NO IMPORTA LO QUE TE DIGAN SABES QUE TUS LECTORAS TE SOMOS FIELES <3
ResponderEliminarNo me gustó una infidelidad siempre de va a volver a repetir y luego en la forma
ResponderEliminarSiempre es una posibilidad. Queda en cada pareja crecer o no apartar de ella.
EliminarGracias por leer y tomarte el tiempo de dejar un comentario. 😊