“Resentimiento”
Rosalie POV:
Eso que tanto decían sobre el brillo de las
embarazadas…a mí no me había tocado. Las náuseas matutinas eran el polo opuesto
a esa condenada creencia, y eso aunado al hecho de ser un desastre emocional,
fue en resumen lo que me había otorgado la lotería hormonal de las madres
primerizas. Nadie puede decir que alguien con el rostro pálido-ceniciento puede
verse guapo. Sin embargo mi hermano insistía en que cada día me veía más
preciosa. ¡Tan tierno y tan ciego!.
—No seas tonta, Rose. —musitó Jasper apretujándome
contra él. Apoyé la cabeza sobre su hombro y dejé que me mimara. Al fin y al
cabo él era mi único hermano. —Te ves hermosa como sea, pero comprende que es
normal que te sientas así. Los mareos descomponen a cualquiera. —su tono de voz
de pronto se endureció. —Y más si tienen que lidiar con toda esta situación,
como estás haciendo tú sola.
Me separé de él para mirarlo a los ojos con
seriedad.
—No empieces, por favor. Ya hemos hablado de eso y
Emmett dijo…
—Que va a responder por su hijo, eso ya lo sé. —me
interrumpió. —Pero ¿Quién cuidará de ti? ¿Acaso tú no importas? ¿O es solo lo
el bebé porque en parte es suyo
también? Discúlpame que sea tan crudo, pero pienso que es un idiota narcisista.
Acaricié el borde de ese rostro tan masculino y a
la vez tan precioso. Las dos cosas no iban peleadas en sus facciones. Sin duda
éramos similares en ciertos aspectos, pero más que todos en los gestos. Y en el
innegable legado dorado de los Hale en nuestro cabello, pero allí terminaban
las coincidencias.
—Yo solita me sé cuidar bastante bien. Además,
espero que tanto tú como mamá y papá vengan a visitarme de vez en cuando.
—necesitaba tranquilizarle. Estar en pie de guerra no le hacía bien a nadie.
—Pero si mamá me dijo que le habías pedido que no
viniera…
—En un me. Le dije que me dejara un tiempo para
hacerme a la idea de toda esta nueva situación. —interrumpí porque sabía lo que
diría.
—¿Cuál situación, tita? —interrumpió mi pequeña sobrina con cara de muñequita.
Hasta ese momento había estado entretenida con un
bolso repleto de maquillaje que tenía reservado solo para ella. Me vio como si
lo que yo estaba diciendo no tuviese sentido alguno para ella, pero era
sumamente difícil tomarle en serio cuando tenía un párpado pintado en color
azul y otro en violeta. Las mejillas color fucsia y la boca toda garabateada de
un tono rosa pálido. Toda una obra de arte…de Picasso.
—Vas a tener un primito con quien jugar, Charly. —dije
y me sorprendí al darme cuenta de que estaba acariciándome inconscientemente el
vientre.
—¡Vaya! —abrió sus ojitos de manera desmesurada.
Hizo un mohín. —Pero no entiendo nada ¿Qué tiene que ver una cosa con la otra?
—Princesa, eso significa que tiene un bebé en su
barriga.
Charlotte aún seguía mirándome con cara de no
entender nada.
—¿Cómo que tienes un bebé en tu barriguita? —se
horrorizó de pronto. —¡¿Te lo comiste, tía Rose?!
Jasper suspiró cansado y se sentó en el suelo para
estar a la altura de su hija. Señaló mi vientre aún plano y le dijo:
—No, Charly. Tu tía Rose está haciendo un bebé
allí dentro. —fruncí el ceño por la escueta explicación de Jaz. Dudaba mucho
que eso tranquilizara a mi sobrina con complejo de gata curiosa.
—¿Cómo un muffin?
Entonces tuve que hacerlo. No hubo manera que contuviera
la risa al escuchar como Charlotte comprendía los hechos mientras que su papá
buscaba una mejor manera de explicarse.
—No. O sí…Es que…
—¿Y cómo se mete un bebé que aún no está listo en
la barriga?
Jasper me miró con cara de <<¡Auxilio!>> pero es que era demasiado divertido verlo
de todos los colores intentando explicarle a su pequeña de cuatro años la
manera en que se da el embarazo.
Y después de no sé cuanto minutos, un tazón de
helado y una lectura de La Bella
Durmiente, Charlotte dejó de preguntar por bebés “ensamblados” en las
barrigas de las mamás por hadas, según Jasper. Esa batalla solo estaba
momentáneamente ganada pues la pequeña se había quedado dormida en mi sofá.
Reposaba tranquila flanqueada con un muro elaborado por todos los cojines de mi
modular que esperaban en el suelo por la pequeña como si ella fuese capaz de
rodar tanto en sueños para aterrizar en estos. Hablando de padres sobreprotectores…
En la cocina seguimos con la conversación
incómoda.
—Tranquilízate, Jaz. Él no es mala persona y lo
sabes. De hecho ustedes se estaban haciendo amigos.
—Hasta que te embarazó.
—¡Ay, por favor! Si no era de Emmett sería de
otro. Sabes desde hace tiempo que quería ser mamá. —le respondí tajante. <<Solo que no ahora. Ni así.>>
pensé.
Su mirada se ensombreció con pena.
—Pero no sola, Rose. No quería que pasaras por
todo esto tú sola. Yo sé lo que es. Sé muy bien que eres totalmente capaz de
salir adelante sin la ayuda de nadie, y también que cuentas con nosotros para
todo. Incluso con los Cullen pero es que…no es lo mismo. —negó torturado por su
pasado.
—Cielo, no estaré sola. Y tanto Emmett como yo
somos lo suficientemente adultos como para resolver esta situación sin hacerle
daño a este pequeño que está creciendo. Me dejó muy claro que no pensaba
alejarse de su bebé.
—¿Cuándo?
—Cuando yo creía que me diría que abortara, de
hecho fue totalmente lo opuesto. Se molestó mucho conmigo por pensar de él de
esa forma. —extractos de ese momento venían a mi mente con bastante
regularidad.
—Rosalie…—entonces él me reprendió con suavidad.
Como si le diese más pena que otra cosa. —no deberías ser tan visceral, hermana.
Sacas conclusiones demasiado pronto siempre. Tienes un lado oscuro en ti. Creo que
por eso eres artista. —intentó quitarle peso a su comentario. Pero tenía razón
en ello: Tenía una innegable tendencia a pensar en el lado negativo de las
cosas.
Suspiré derrotada y tomé un sorbo de mi té verde descafeinado
con miel. Aunque traté de darle una leve sonrisa como única respuesta a su
último comentario.
—Estaba muy afectada, Jaz. Necesito hablar con él
y pedirle disculpas. No me he comportado demasiado bien desde que recibí la
noticia. Ambos cometimos errores y no es justo que yo lo haya culpado de todo.
Jasper, que estaba a punto de tomar un sorbo de su
café, volvió a colocar su taza sobre la mesa con una lentitud. Luego habló con evidente
confusión.
—¿A qué te refieres?
Enarqué las cejas con ironía.
—Obviamente este no fue un embarazo precisamente
esperado. Tu pregunta me sorprende. No creía que tuviese que explicártelo.
—tomé un nuevo sorbo. —Y tampoco lo haré.
Pareció aliviado.
—Lo siento, Rosalie. No intento inmiscuirme en tu
vida privada, es solo que trato de comprender todo esto que te está pasando.
Alargué el brazo y estreché una de sus manos.
—Cielo, no necesitas todos los
detalles morbosos. Recuerda que ya soy una adulta. No tu hermanita pequeña.
Nos acostamos, no fuimos cuidadosos y ¡Zas! Este es el resultado. En realidad
no es tan malo como me lo tomé en un primer momento.
—Igual siento mucho que estés teniendo que pasar
por esto.
Sonreí con ternura.
—Yo no. Ya no. Ahora también tendré un pedacito de
bendición como tú tienes con tu Charlotte ¿No te parece?
Sus ojos brillaron con un amor que era incluso
mayor al que él sentía por mí cuando mencioné el nombre de su hija. Y es que mi
sobrina había sido una pequeña lucecita en el camino escabroso de mi hermano en
cierto punto de su vida. Puede que hubiese tenido que pasar por muchas
situaciones duras, pero podía decir sin temor a equivocarme que había valido la
pena. Sobre todo cuando veías a un pequeño terremoto de rizos rubios y ojos
azules como los de su padre y los mismos míos, con una boquita de corazón color
rosa y un sentido único de ver el mundo a su manera.
Una hora después, mi hermano salía de mi casa con
mi sobrina aún apagada como una luz sobre su hombro. Esperé a que su Audi se
perdiera de vista antes de volver a entrar en la casa.
No tuve que recoger ni lavar ni un traste desde
que mi visita llegó. Un beneficio claro de tener un hermano sobreprotector que
pensaba que lavar dos tazas y una copa de helado podía agotar a una mujer
embarazada. Jaz valía, sin duda alguna, su peso en oro. Alice sería una mujer
muy afortunada si todo salía bien entre ellos. Esperaba que así fuera, era una
buena chica.
Con una envidia sana subí hasta el segundo piso de
mi casa y miré una habitación en la que tenía únicamente la cama, una mesita de
noche con su respectiva lámpara y un viejo escritorio. Era la habitación para
huéspedes. Bueno. Una de las tres que tenía.
Esta era la vieja casa de mis padres quienes se
habían ido a un Seattle mucho más cosmopolita por pedido de mi madre. Yo no
quise partir y ellos decidieron dejarme el que fuese su hogar luego de venirse
desde Phoenix. El negocio de mi padre había mejorado mucho en los últimos tres
años y medio. Recuerdo cuando el pobre Jaz se enteró de que iba a ser padre, la
situación no podía ser más distinta entonces.
La contratista de papá estaba demasiado endeudada
como para ayudar a mi hermano con su carrera universitaria. Tuvo que estudiar y
trabajar medio turno. Yo también me vi forzada a terminar mis estudios de
música trabajando para poder costeármela. Las clases privadas habían sido una
excelente decisión, pues no solo me ayudó a conseguir ingresos monetarios sino
que también a hacerme un nombre entre los posibles alumnos que podrían quedar dando
clases posterior a su egreso del Conservatorio Músical del Estado de Washington.
Sí, yo había dejado antes la casa de mis padres que mi hermano. Mi soberbia y
las ganas de comerme el mundo me hicieron querer salir corriendo a las primeras
de cambio y aventurarme a vivir según mis reglas.
Una adolescente hormonal convirtiéndose en adulta.
El golpe económico fue duro para mí. No solo
porque tuviese que trabajar. También me vi obligada a mudarme a un minúsculo apartamento
que compartía con una chica. Esa no fue una experiencia de las mejores tampoco,
pero tenía que agradecerle mucho. Me vi forzada a dejar de ser una niña
consentida por sus padres y abrirme las puertas yo misma. Renunciar a la
idea de ser “La señorita Rosalie Hale” hija del exitoso arquitecto Peter y de
la perfecta ama de casa/esposa trofeo Charlotte, para convertirme en La
Profesora Rose. Así me llamaban mis alumnos de clases privadas que eran
muchísimo más fácil de llevar que los del Conservatorio, pues eran niños.
Cuando el negocio de mi padre repuntaba, me
arriesgué a invertir en su empresa una buena parte de mis ahorros personales y
convertirme así en una de sus socias. Muy poco sabía sobre la construcción,
pero sí que le debía el haber podido retirarme del Conservatorio y mudarme a un
pueblo mucho más tranquilo y pequeño. Me siguieron mis padres y finalmente mi
hermano. Aunque aún ellos conservan la casa de Phoenix. Al poco tiempo mi
caprichosa; aunque no por eso menos preciosa; madre se hartó de la vida de
suburbios y optó por irse a una gran ciudad. Iba más con su estilo de vida
repleta de reuniones sociales y eventos chic de beneficencia.
Y heme aquí. Con la casa de mis padres que en
algún momento llegué a pensar que era demasiado grande para mí sola y ahora
estaba a punto de traer a un acompañante para al menos los próximos dieciocho
años venideros.
La puerta sonó interrumpiéndome de mi hilo de
pensamientos. Bajé las escaleras casi corriendo, algo muy irresponsable de hacer
dado mi estado. Pero era una costumbre demasiado enraizada en mí para dejarla
de buenas a primeras. Seguramente se le
había quedado algo a Jasper…
Pero no. Resultó que era Emmett. Esperaba en el
umbral con una caja forrada en color plateada y un moño de cinta blanca. Se le
notaba nervioso pues no dejaba de moverse en el sitio. Lo espié desde el ventanal
de las escaleras. Terminé de bajar y le abrí la puerta.
—Hola. —saludó cauteloso.
—Hola. —respondí de la misma manera. Me coloqué un
mechón de cabello que se soltó de mi moño relajado. Señalé hacia el interior.
—Pasa, por favor.
Asintió dócil. Raro en él.
—Gracias.
Bajamos los dos escalones que dividían el
recibidor de la sala de estar y tomamos asiento relativamente lejos el uno del
otro. El ambiente tenso era perceptible entre ambos todavía ya que ninguno
comenzó a hablar de inmediato. De hecho, solo nos miramos durante un momento
que pareció incómodamente largo.
—Siento mucho haber sido tan grosera la última vez
que nos vimos. Esto no lo esperábamos ninguno de los dos pero…
Se acercó mucho más hacia mí y me hizo callar.
—¡Shhhh, Rose, no! Me comporté como un completo
imbécil contigo y tú reaccionaste a la defensiva. Estaba más que justificado.
—se estrujó la cara desesperado. Hasta ese momento no había reparado en sus
ojeras profundas. Incluso se le veía un poco más delgado.
No pude evitar preocuparme. Estaba enamorada hasta
las trancas de ese hombre que aún quería a otra. A la mujer de su hermano, para
ser más específicos. Un hermano que era autista, por lo cual él se sentía
sumamente protector. No era algo simple
de solucionar. En lo absoluto.
—¿Estás enfermo?
—Estoy bien.
—Esas ojeras no indican eso precisamente.
—Solo no tuve una buena noche. —se encogió de
hombros quitándole hierro al asunto.
Dudé que fuese una sola noche la que lo tuviese
con una apariencia como de oso panda trajeado y no por lo adorable
precisamente, pero no insistí más en el asunto para no presionarlo.
Extendió la caja hacia mí.
—Ehhh…Esto es para el bebé. —musitó inseguro. Como
si yo fuese a despreciarle un regalo para nuestro hijo.
Sonreí y tomé la caja entre las manos. Era liviana
y no sonaba nada en el interior excepto un susurro.
—Muchas gracias, Emmett. —respondí amigable antes
de deshacer el moño y revisar el contenido.
En el interior de todo ese embalaje había un
precioso mameluco de color blanco con un pequeño osito bordado en el pecho. Mis
ojos se llenaron de lágrimas por derramar. ¡Estúpidas
hormonas revolucionadas, denme un poco de paz!.
—No es de diseñador, ni mucho menos. —¿En serio
estaba avergonzado por eso? —Es solo algo que vi en una tienda de bebés en Port
Angeles, pasé y lo compré.
—Hey, Emmett. Está precioso. Sin importar su
precio. —le agradecí con honestidad.
Entonces me sonrió con timidez, le devolví el
gesto de igual forma.
Si comparabas a este Emmett con el que conocí
probablemente pensarías que serían hermanos mellizos o algo por el estilo, pero
nunca el mismo hombre. Uno tenía el aire presuntuoso e imponente habitual en
los mujeriegos. El otro se mostraba vulnerable, como si esperara que en algún
momento lo hirieran. Ni siquiera mi lado egoísta que en algún momento deseó
verlo tan desecho como me había dejado a mí, podía soportar verlo de esa manera.
Al fin y al cabo, me había prendado de esa estampa
juguetona que escondía en su interior a un gran hombre capaz de dar muchísimo
amor. Eso me lo demostraba cuando compartía tiempo con su hermano menor
autista. Era como si su mundo girara en ese momento solo en torno a Edward y
este se volviese su prioridad principal.
Pensar eso fue lo que me impulsó a decirle lo que
le hice saber entonces:
—Las cosas no se han dado entre nosotros de la
mejor manera y han sucedido imprevistos.
Pero creo que podemos comenzar desde cero y tratar de ser amigos por el bien
del bebé ¿Te parece? —asintió. —Sé que eres una persona excelente. No me mires
así, claro que lo eres. De hecho creo que si como padre eres al menos la mitad
de bueno que como hermano, entonces me daré por satisfecha.
A pesar de no estar de acuerdo conmigo, seguimos
hablando acerca de lo que haríamos. Decidimos trabajar en equipo. Ir juntos a
las consultas con el gineco-obstetra e incluso decorar la habitación del
pequeño.
Intercambiamos ideas y por dentro me di por
satisfecha. Puede que esta fuese la manera en que las cosas debían de ser.
Actuar como amigos nos resultaba mejor que otra cosa.
Sí. Quizá esa era forma adecuada de hacerlo
funcionar entre nosotros.
*.*.*.*.*
—¿En dónde está? —me pregunté un poco irritada a las afueras
de la sala de espera.
Emmett tenía más de media hora de retraso aquella tarde. Se suponía
que iríamos juntos a las citas médicas. ¡Él mismo lo sugirió! ¿Le pasaría algo
malo de camino para acá? ¿Se habría arrepentido? <<¡Dios,
Rosalie! Tú y tu condenada negatividad. Cálmate.>> Tuve que reprenderme a mí misma.
Una
mujer muy embarazada que estaba frente a mí me dio una mirada de simpatía y
comprensión. Parecía que no había sido demasiado disimulada viendo en repetidas
ocasiones a mi muñeca izquierda o al antiguo reloj de pared de aquel
consultorio a las afueras de Port Angeles. Supongo que si no dijo nada es
porque pensaría que hacer cualquier comentario en voz alta podría mortificarme.
Y ya puestos a ser sinceros, si lo haría. Así que gracias por tu empatía, amiga anónima a la que no le diré nada
porque no estoy de humor.
—¡Dios!
¿Podrías no sacudirte como un perro? —volteé de inmediato hacia la puerta. —Tienes
unos modales pésimos.
Edward
sonaba irritado y además venía con el cabello empapado. Afuera llovía
torrencialmente desde hacía más de veinte minutos. Después entró Emmett con una
pequeña sonrisa burlona en su cara. Él también destilaba un poco de agua pero
como ambos traían sacos de invierno, estuvieron medio secos al dejarlos en la
entrada con la recepcionista. Los dos se sonrojaron al darse cuenta de que
todos los presentes los mirábamos con curiosidad. Era la sala de espera de un
pequeño consultorio pueblerino, cualquier cosa era novedad en lugares así.
Se
acercaron hasta donde estaba y me corrí dos sillas a mi derecha.
—Hola,
Rosalie. —dijo Edward con educación, aunque un poco incómodo con tantas miradas
puestas en él.
—Hola,
Edward. —le respondí. Luego miré a Emmett quién me miraba con una sonrisa
desenfadada más parecida a su viejo él. —Hola.
—Estábamos
almorzando juntos cuando empezó la lluvia. Supe que no podría llevarlo hasta la
casa antes de venir porque el tráfico estaría horrible. Y no me equivoqué. Menos
mal que aún no entras. —contestó a la pregunta que tenía pendiendo en la punta
de la lengua.
—Te
llamé varias veces. —no era un reproche. Solo le informaba. Bueno, sí. En realidad
si era un poco de eso. Pero solo un poco.
El
mayor de los hijos Cullens resopló con molestia.
—Dejé
el estúpido aparato en la oficina antes de salir. ¿Y Edward no tiene ninguno!
—le recriminó a su hermano menor. —Juro que mañana mismo le compraré algo. No
puede seguir viviendo en el siglo XX. Ya basta.
Y
mi brillante alumno/futuro tío de mi bebé no me sorprendió al responder con su
habitual lógica:
—El
doctor Poomar y Bella hablarán sobre ese tema mañana. Durante mi sesión. Bella
piensa que no voy a resistirme a investigar sobre mi condición y no siempre
podría encontrarme con páginas responsables, con las que ya me he topado antes.
Y no quiere que me altere. A su vez se debate con dejarme tomar mis propia
decisiones como el adulto que soy, para que pueda lidiar con las consecuencias.
Así que dijo que hablaría con el doctor antes de eso.
Tenía
que admitirlo: Él nunca dejaba de sorprenderme. Cada día se superaba a sí mismo
en madurez y avance. Sabía que había tenido una etapa realmente dura con la
cual habían lidiado todos antes de mí, pero es que verlo así de centrado y
argumentando de aquella manera, me hacía difícil creer en ello. Edward era
magnífico en su forma de ser tan única.
Cuando
abrí mi boca para elogiarlo, mi nombre fue llamado.
Emmett
se puso en pie y me indicó el camino. Solo di dos pasos antes de que el
pensamiento me golpeara con fuerza. Él me preguntó si me sentía bien, asentí y
luego continué. No sabía si hacía bien pero correría con las consecuencias
luego.
Entramos
al consultorio, Emmett permaneció afuera con el doctor Barnes haciéndole
cualquier cantidad de preguntas, pero en el momento en que empezaron a hablar
sobre mi útero me negué a seguir escuchando desde el baño. Terminé de cambiarme
con una incómoda bata desechable.
Se
sentía tan extraño volver a estar sin ropa tan cerca de Emmett así fuese en una
situación como esa. Surrealista total.
Luego
tomé asiento en el sillón, Emmett permaneció del lado de mi cabeza por petición
expresa (y medio amenaza también) mía. Aún todo era demasiado nuevo para ser
visto a través del eco pélvico, por lo cual tuvo que ser transvaginal. Pensé
que Emmett se desmayaría en un punto. En serio que sí. Y no puedo negar que
sentí unas retorcidas ganas de estallar en carcajadas, aunque en su favor debo
admitir que se negó a abandonar mi lado cuando le sugerí que se sentara en la
silla de la esquina de la habitación.
Y luego
de algunas mediciones por aquí y por allá finalmente pasó…
—¿Eso
es…? —preguntó Emmett con la voz temblorosa pero ya sin temor o incomodidad.
El
hombre de mediana – avanzada edad y un poco calvo, le sonrió con amabilidad.
—Esos
son los latidos de su bebé, señor Cullen. Son fuertes y sanos como los de un
caballo. —musitó el hombre ajeno a lo que este par estaba experimentando.
Yo
tenía un inmenso nudo en la garganta con el cuál peleaba para tragarme las
lágrimas y Emmett parecía como si contemplara una magnífica obra de arte ante
él. La más hermosa de todas. Su mano apretó una de las mías que reposaba en la
camilla, la estrechó con fuerza y depositó un beso en mi frente.
Sus
ojos permanecieron cerrados por un par de segundos que se me hicieron eternos,
pero en ningún momento desvié mi vista de ellos en el más descarado acto de
voyeurismo. Fue delicioso ver la satisfacción en sus facciones. Fue doloroso
saber que se debía todo a otra personita y nada que ver conmigo más allá de lo
intrínseco y biológico de la situación.
Cuando
se recobró de la impresión y puso un poco de distancia entre nosotros, aunque
se negó a soltar mi mano, le hice al doctor una pregunta, él aceptó cuando le
expliqué mis razones. Emmett me miró con algo que reconocí como admiración y
alguna otra cosa que aún se me escapaba, pero traté de no darle más vueltas.
Entonces
Edward entró aunque un poco circunspecto.
—Permanece
a mi lado ¿Vale? —le pedí con calidez. Me daba miedo que fuese a tener una
reacción negativa, pero pensé que esto le ayudaría a comprender mejor todo lo
que pasaba a su alrededor. Y tampoco quería que viera mi vagina, muchas gracias.
Miró
a su hermano, después a donde estábamos unidos y luego a mi mano libre.
—¿También
debo agarrarte? —preguntó un poco incómodo.
Dejé
salir una carcajada y el doctor también.
—No
si no quieres, Edward. —respondí.
—No
quiero.
—Está
bien. Solo quería mostrarte algo. —le hice un gesto al doctor, y este volvió a
encender el monitor.
Entonces
sus facciones se vieron seriamente confundidas. Hasta que Barnes le explicó lo
que estaba viendo en frente.
—Es
su bebé. —musitó fascinado con el sonido y la borrosa imagen que ahora mostraba
un palpitar.
—¿Qué
te parece, Ed? —le preguntó un ahora orgulloso Emmett. —¿Qué te parece tu
sobrino?
Él
pareció pensarlo un poco antes de responder con sinceridad.
—Es
pequeño y borroso. —los tres tuvimos un mal momento tratando de ahogar una
risita. —Pero es impresionante escuchar su corazón.
—Concuerdo
contigo. —otra vez se dejó escuchar la voz quebrada de Emmett. ¡Que magnífico
autocontrol! ¿Cómo conseguía no llorar?. Debía preguntárselo más tarde.
—¿No
podemos verlo en un aparato más nítido? —le preguntó un fascinado Edward al
doctor.
Barnes
que se mostró encantado con su actitud en contraste con mi explicación de su
condición.
—Lo
siento, Edward, pero por ahora esto es lo más claro que lo verás. Dentro de
algunos meses podrás verlo en 3D o en 4D, como lo quieran Rosalie y tu hermano.
Pero para eso debemos esperar. —lo encontraba hilarante. Se le notaba en la
cara.
Edward
no pareció satisfecho con su respuesta, así que contraatacó:
—¿Pero
con qué instrumento está haciendo mostrándonos esto?
—¡No
quieres saber eso! —brincó Emmett medio aterrado. —En serio no quieres.
—En
realidad si quiero. —protestó.
Yo
estallé en carcajadas, el doctor rió con libertad al fin y Emm se comprometió
con su hermano a explicarle más tarde. A mí me hizo prometerle que vendría
cuando me hiciera un eco de mejor calidad visual.
Y ni
por un momento se mostró sobrepasado por la situación. Si acaso, más
entusiasmado.
No
sabía que le esperaba a este pequeño en un futuro, pero esto solo me daba una
certeza: Sería amado sin importar qué. Ya lo era.
*.*.*.*.*
Bella POV:
Algunos días
después…
Volvíamos a la casona Cullen, Winter en
el regazo de Edward acaparando totalmente su atención. La cachorra que en su
mayoría era blanca con manchas grises, permanecía sentada con la cabeza apoyada
en la ventanilla del copiloto y la lengua afuera. Como si le estuviese
sonriendo a la gente que pasaba por la calle diciéndoles que acababa de ser
adoptada por una familia que le daría mucho amor.
—¿Aún sigues molesto por lo que pasó con esa
chica, ángel? —le pregunté al notar que no había dicho palabra alguna desde lo
ocurrido en el refugio.
Edward se mostró dubitativo. Como si estuviese
discutiendo consigo mismo sobre el adjetivo que describiese mejor a lo que
sentía ahora.
—La verdad es que no comprendo lo que pasó, Bella.
Si le dijiste que eras mi novia ¿Por qué esa chica igual discutió contigo? ¿Era
necesario que te llamara cualquiera?
Sonreí un poco al recordar la reacción de Edward
en ese momento. Rachel se había quedado como de piedra cuando Edward le había
dicho:
—¡Bella no es tal cosa! Compórtate como una dama y
pídele disculpas.
Paul se había apresurado a llevarse a su chica
antes de que pudiese decirle algo hiriente como respuesta. Supongo que intuyó
que la dejaría sin ojos si lo hacía, así que de algún modo él la protegía a
pesar de todo.
—No lo era, ángel. Pero es que ella estaba celosa
de mí.
—¡¿Pero si no eres de Paul?! —replicó molesto.
—Edward, cuando una persona se comporta tan mal;
como ella lo hizo con el pobre de Paul; es normal que tenga muchísimas
inseguridades. Rachel acaba de volver y estoy segura de que va a querer
recuperarlo, porque él es un gran muchacho. No. No me gruñas, sabes muy bien
por qué lo digo. Lo veo solo como un amigo. En fin, las cosas se le pondrán muy
difíciles con él y me imagino que ella piensa que no necesita en su camino a
una contrincante. Aún cuando ni siquiera tiene ese porte que tiene ella. No
creo que sea una mala persona, solo un poco descortés.
—¿Paul volverá con ella? —preguntó mientras acariciaba
el pelaje de Winter, cosa que ella parecía disfrutar bastante.
—No lo sé, ángel. Ellos tienen mucho de qué hablar
y mucho más aun que perdonar. Al menos por parte de él. Ya veremos. —lo miré divertida
cuando arrugó la nariz y frunció el ceño. —¿Qué pasa?
—¿Podemos bañar a Winter? Huele a comida para
perros.
Sonreí. Así de fácil cambió el hilo de su
conversación según como cambiaba el foco de su atención.
—Sí, Edward. La bañaremos mañana porque ya es muy
tarde y no queremos que la pobre se congele ¿Te parece bien? —luego le enumeré
todo lo que teníamos pendiente para con ella. —Tendremos que llevarle a un
veterinario para que le coloque todas las vacunas que le faltan. Gracias al
cielo ya está esterilizada, pero igual sería bueno que un médico la revise, y
también necesitaremos un entrenador.
Asintió y aceptó todas mis recomendaciones pero
siguió con la nariz arrugada hasta que bajamos del auto en la puerta de su
casa. Alice salió corriendo emocionada hacia nosotros apenas escuchó el crujir
del suelo bajo las llantas. Estacioné en frente de la puerta principal. Edward
salió con la cachorra y ni bien había subido el primer escalón cuando Alice ya
estaba pegando chillidos y apretujándola.
—¡Que hermoso! ¡Ay, por Dios, mira su naricita!
¡Awwww mira esos ojos bicolores! ¿Cómo se va a llamar?
—Winter. Y es una hembra. —la corrigió, lo cual
pareció emocionar aún más a Alice.
—¡Oh! ¡Es una ella! Eres preciosa, Winter. Serás
muy, muy, muy malcriada. Ya lo verás.
—Es muy lista. Si lo llamas por ese nombre, te
presta atención. —agregó él.
—¡Vaya! —no sabía sobre qué otras cosas siguieron
hablando aquellos dos pues entraron en la casa y se olvidaron de echarme una
mano con las cosas que habíamos comprado para la pequeña loba.
Fue entonces cuando un par de manos adicionales se
prestaron a ayudarme. Un risueño Carlisle, con un elegante pantalón negro y una
camisa arremangada en sus antebrazos y unos costosos zapatos italianos sacó del
maletero la camita de perros y un enorme saco de alimento que levantó con una
facilidad pasmosa. Los músculos se le marcaban a través de la camisa cuando
alzaba las cosas más pesadas. La señora Esme era una mujer afortunada al tener
a un hombre tan guapo, inteligente y como si todo eso fuera poco excelente
persona. Sonreí para mis adentros. Yo también me había sacado el premio gordo
de la lotería, con unas cuantas condiciones especiales, pero premio al fin. Éramos
mujeres afortunadas.
—Esme ha estado esperando toda la tarde a ver qué
es lo Edward escogía. Ella esperaba que él prefiriera algo pequeño como un
chihuahua o un maltés, así que supongo que estará decepcionada. —comentó
Carlisle con su sonrisa cortés habitual mientras me acompañaba hasta la puerta
con todos los artilugios en mano.
—¡Le juro que no pude hacer nada! Fue amor a
primera vista. En ese se empeñó y como le había prometido que podría traerse el
que quisiera… —intenté excusarme.
—No te preocupes, Bella. A mí en lo personal no me
gustan los perros pequeños. Prefiero los grandes. —hizo ademán de contarme un
secreto y susurró. —Mientras que mi esposa esperaba que aparecieran con una
pequeña bola de pelos, yo rezaba interiormente para que se trajesen un San
Bernardo o un Gran Danés. Me inquietan esas bolas de pelos miniaturas. Parecen
pequeños peluches poseídos.
Mi cara de espanto le hizo mucha gracia y
prorrumpió en carcajadas sonoras.
—¡No me imagino los destrozos que esa dos razas harían
en una casa como esta! ¡No! ¡Ni loca!
Entonces ambos reímos.
Cuando llegamos a la cocina escuché unas voces
masculinas que no reconocí pero no pude verlas porque preferí dejar los
juguetes de Winter en la cocina, para no interrumpir a la visita. El patriarca
Cullen en cambio no tuvo esa deferencia y se fue hasta la puerta que daba
acceso al patio trasero para instalar las cosas del nuevo habitante. No lo
seguí, pero decidida a no quedarme de manos cruzadas fui a llenarle el envase
de agua y otro de comida a la mascota que ahora escuchaba corretear en el piso
superior de la casa. Las risas amortiguadas de Alice y la voz de Edward
acompañaban a los ocasionales ladridos de la pequeña. ¡Ojalá le gustara a la
señora Cullen!
Carlisle reapareció en la cocina minutos después
de acomodarlo todo, abrió el frigorífico y echó un ojo en su interior.
—¿Quieres tomar algo, Bella?
—Agua, por favor.
Asintió y sacó dos. Me entregó una, nos sentamos
en la barra y bebimos de la botella como si acabáramos de llegar del desierto.
—¿Puedo preguntarte algo?
—Claro.
—¿No deberías acompañar a la señora Esme en la
sala de estar? Deben de estar extrañados al ver que pasa de ellos con
tranquilidad.
—¿Crees que estoy siendo grosero al no estar con
ellos? —preguntó enigmático.
Las voces tanto de mi ángel como de Alice se
acercaron pero parecieron desviarse hacia el área en cuestión. Un “awww” de la
boca de Esme me hizo saber que no habría dramas sobre el futuro tamaño del
cachorro. Ahora, más tranquila, respondí:
—Creo que podría verse de esa manera. Sí.
—respondí con honestidad.
Carlisle sonrió satisfecho.
—Me parece bien, entonces. —y se quedó tan ancho
como hacía su hijo cuando decía una de la suyas. Podría ser que mi ángel
hubiese heredado ese gesto, o su padre lo copiara de él ¿Quién podría saberlo?
—¿No te agradan esas personas? ¿Quiénes son? Si se
puede saber.
Torció los labios en un mohín de desagrado como si
tuviese un mal sabor en la punta de la lengua. Chasqueó.
—Es el gerente de la tienda en donde ella compró
todos los muebles para redecorar tu casa… —<<¡Ay
mierda no!>> —Que da la casualidad que es su exnovio. —parpadeé
atónita. Así que esta era una pataleta celosa tal cual como las que su hijo
menor me armaba en ciertas ocasiones.
Cada día conocía un poco de los Cullen y nunca
dejaba de asombrarme, sobre todo con respecto a lo que tocaba a Edward y
Carlisle, quienes a pesar de haber pasado alguna temporada alejados (aun cuando
seguían viviendo juntos) parecían calcados el uno del otro. Compartían gestos y
hasta rasgos de su carácter; como en ese momento me podía percatar en
aquel arranque de posesividad. Casi sonreí. —No creí que alguna vez volveríamos
a ver a ese bastardo. —hablaba más para el mismo que conmigo. —Si hubiese
sabido eso, me habría ido a Port Angeles donde compramos la silla de Edward.
¡Mierda!
Abrió los ojos sorprendidos para con él mismo. Yo
hice lo mismo, era la primera vez que lo escuchaba decir una mala palabra.
—Lo siento mucho, Isabella. No debí haber
utilizado ese lenguaje delante de una dama.
—Una dama que también las dice de vez en cuando,
Carlisle. No te preocupes. —le guiñé en broma. —Nadie se ha muerto por decir o
escuchar una mala palabra.
Sonrió apenado.
—Supongo que tienes razón. Puede que te parezca
infantil mi comportamiento pero es que…nunca lo soporté. Jamás. Desde la
secundaria…
—¿La secundaria? ¿Hace tanto que se conocen?
—pregunté alarmada.
Torció la boca.
—Me haré de la vista gorda, como si nunca me
hubieses llamado viejo de manera disimulada.
—ambos nos reímos. —El caso es que él era el novio de Esme cuando la conocí. El
típico jugador de fútbol. Moreno, fornido; como cualquier italiano; y
presuntuoso con todo aquel que lo rodease. En ese momento era mariscal de
campo y no le gustó nada que el nuevo quaterback que acababa de llegar a la
escuela estuviese recibiendo más atención por parte del entrenador y hasta de
su chica. ¡Me tocó pelear duro para que se fijara en mí y eso a él no le gustó
precisamente. En dos ocasiones terminamos con ojos morados y labios rotos por
ella. En su caso, hasta una costilla rota. —me guiñó un ojo en complicidad
antes de susurrarme cerca: —Soy descendiente de irlandeses. No solemos pelear
limpio.
—¡Que romántico! De una manera neandertal, pero
romántico al final.
Desearía no haber dicho nada pues me miró como si
estuviese totalmente loca. Pero es que ¿Cómo resistirse a la esencia de los
hombres Cullen en su más básica expresión? Casi podía imaginármelo como si
hubiese estado allí. Le habría apostado al rubio. Negué con la cabeza para mí
misma. Supuse que la normalidad en cada individuo era relativa. Todos estamos
un poco locos, como yo en ese momento desvariando acerca del pasado escolar de
los padres de mi novio.
Edward, Alice y Winter en brazos de la segunda,
irrumpieron en la cocina apropiándose de esta en toda su extensión.
Mi ángel se acercó a nosotros y se sentó a mi lado
quedando justo en frente de su padre.
—¿Quién ese hombre que está con mamá? —Edward le
preguntaba a un nada contento Carlisle.
—El “muy amable” gerente de la tienda de
muebles en donde compró tu madre hoy.
—¿Y por qué la mira así?
—Así ¿cómo? —Oh, sí. Jamás
le había visto tan arisco. Puede que los habituales ojos gentiles azul
grisáceos de Carlisle hayan adquirido de pronto de un frío acerado.
—Como si se la quisiera comer. —Ayyyyy ¡Dios mío!
¡Mi ángel y su inocencia! Él no comprendía que estaba a punto de matar a su
padre de un posible aneurisma.
Preferí ponerme en pie y comenzar a repartir unas
copas de helado para ver si así los ánimos se enfriaban un poco. Le hice señas
con la mirada a Al para que no preguntara nada. Ahogó una risita y se dispuso a
cocinar.
*.*.*.*.*
El encargado de la obra en mi casa llamó esa noche
para informar a Esme que la remodelación había llegado ese día a un punto en el
que mejor las habitantes de ese lugar plagado de cemento, pintura, olor a
barniz y otros agentes intoxicantes pasaran las próximas tres noches en otro
lugar. Así que tuvimos que ir a por ropa para ese tiempo y volver. Alice ocupó
la otra habitación que había dispuesta para huéspedes que colindaba con la de
Emmett y yo en la que había estado viviendo hasta hacía pocas semanas. Casi ya
un mes. ¡Como pasaba el tiempo!
Edward insistió en acompañarnos y estuvo
horrorizado todo el rato. La casa era un completo desastre. Plásticos
protectores por aquí, montones de polvo por allá, madera por aquí, concreto por
allá, pintura por aquí selladores por acá. Toda una pesadilla visual para el
espectador. Aunque ya se podía adivinar bastante de los cambios y me encantaba
lo espaciosa que comenzaba a verse en la mayoría de la planta principal.
Tanto Alice como yo nos movimos a la velocidad de
la luz y metimos en nuestras respectivas mochilas unos cambios de ropa, calzado
y artículos personales imprescindibles para los días venideros. Luego salimos corriendo
de allí. Los tres empezábamos a estornudar por el polvo que levantábamos al
caminar.
Llegamos a la casa “C”, Esme nos instaló y cada
quién fue respectivamente a hacer lo que quería. Noté con curiosidad que esa
noche Carlisle insistió en llevarse a su esposa temprano a la alcoba. Sonreí divertida.
¡Ah, estos astutos hombres Cullen!.
Edward y una apestocita Winter permanecieron en mi
habitación temporal mientras tomaba una ducha. Uno había tomado un rápido baño
mientras yo acomodaba mis cosas en gavetas y percheros. La otra necesitaba agua
y jabón ¡Con carácter de urgencia!
Salí ya vestida con un pantalón largo de algodón
de color negro y una sudadera extra grande de los Yankees. Me había tomado un
tiempito extra para cepillarme el cabello y evitarme una innecesaria gripe. Así
que me fui directita a la cama y me colé debajo del edredón. Era una noche
especialmente fría. Mi ángel siguió mi ejemplo quedando justo a mi lado.
Abrazándome.
La cachorra pretendió hacer lo mismo pero no le dejé.
Ya cuando estuviese limpia no sería tan remilgada. Un poco tristona, se
apretujó y acostó a los pies de la cama, el suelo era de alfombra así que no
pasaría frío.
—Huele mal, pero no quiero que duerma afuera con
este clima. —dijo mi ángel entre tanto acariciaba mi cabello que aún permanecía
caliente cerca de mi cráneo. Sus dedos me relajaban así que lo dejé hacer sin
importarme si me estimulaba las glándulas cebáceas.
—No hay problema mientras se quede en la alfombra.
Estoy a punto de quedarme dormida por lo que no estaré muy pendiente de su olor
en muy poco tiempo. —le contesté con voz pastosa por el sueño.
—¿No vas besarme?
Reí.
—Por supuesto, ángel. Alguien tiene que hacer ese
trabajo duro. —bromeé.
Tomé sus labios entre los míos sin ninguna prisa
ni desespero. Lo besé dejándome llevar por la ternura que despertaba en mí
verlo tan tranquilo y relajado en ese instante. Deslizó la boca por mi
barbilla, por mi cuello, pero lo detuve en lo que sentí que sus manos se colaban
bajo mi sudadera.
—¿Ángel?
—¿Hmmm?
—No.
—¿Por qué?
—Estoy destruída. Probablemente me quede dormida
antes de que logres quitarme las bragas y no creo que quieras hacerlo así.
Gruñó, se tomó un respiro pero se negó a sacar sus
manos de mi sudadera. Dejé que sus manos se quedaran sobre mis pechos mientras
nos rendíamos al sueño. Al fin y al cabo mi cuerpo ya no era mío. Hacía mucho
tiempo que se lo había entregado en custodia junto con mi alma.
<<La
entrega del alma pagana a un ángel.>> me reí nostálgica sin hacer
ruido alguno.
Esa noche soñé con luces celestiales, alas
emplumadas y un ángel de cabello cobrizo con ojos de tormenta azulada.
*.*.*.*.*
Por la mañana, tras desayunar, Edward y yo
llevamos a Winter al patio trasero para su primer baño. Agradecimos que el
cielo estuviese despejado y que unos débiles rayos de sol nos alcanzaran
brindándonos su calidez.
Terminamos los tres bañados pero solo uno limpio.
Se había sacudido innumerables veces llenándolos de agua y de jabón, luego de
pelos mientras la peinábamos. ¡Estábamos hechos un asco ambos!
—¡Pero cuanto pelo suelta! —se quejó Edward
escupiendo otro pelo que se le había colado en la boca. No pude evitar reírme y
en ese momento yo también atrapé uno que estaba en el aire.
Tuvimos que irnos a bañar de inmediato si alguno
no quería terminar con una alergia severa o algo así.
Esme le indicaba a Winter que no podía volverse a
orinar en la puerta de la entrada y el animalito la veía con cara de haber
partido un plato, y como ella era toda bondad terminó la regañina con un beso
en su cabeza peluda. ¡Al traste en esta casa con la disciplina animal! Si Cesar
Millán nos conociera, de seguro nos diría a todos que la jefa de esa casa era Winter.
Antes de mediodía Carlisle había llegado a la casa
con cajas de regalo forradas. Estaba emocionado, como todos nosotros abriendo
la que nos dio a cada uno. Esme, Alice y yo abrimos el papel sin mucho cuidado,
Edward en cambio lo hizo con una delicadeza que se nos hizo casi tan
entretenida como la sorpresa del regalo en sí.
¡Vaya! ¡Smartphones para todos!
Esme sonrió agradecida como si le hubiesen dado
una camisa o maquillaje. Nada fuera de lo extraordinario. Alice y yo seguíamos entre
encantadas y asombradas por haber recibido semejante regalo sin ninguna razón
aparente. Porque si bien era cierto que los Cullen nos tenían en muy alta
estima, nunca nos imaginamos que nos considerarán tan parte de su familia como
para tener unos detalles como los que estábamos recibiendo. Primero:
remodelación completa de la casa. Segundo: tecnología de última generación.
Edward miraba el artilugio sonriente.
—Vi uno así en internet el otro día. Gracias, papá.
Carlisle le sacudió el hombro con cariño y besó su
cabeza. Como si fuese su niño.
—Lo sé. Por eso te lo conseguí y no fue nada,
hijo. Eso es para que estés en contacto con todos nosotros. Me pareció un buen
momento para que comiences a comunicarte y no tengas que depender del teléfono
de Isabella…Bueno, Bella, no me mires así. En fin, para independizarte un poco
más.
Asentí satisfecha. Ya Dave Poomar y yo habíamos
discutido sobre el tema. El no encontró nada por lo que alarmarse de momento.
Yo distaba un poco de su opinión, pero decidí tragarme mis miedos y dejar que
Edward avanzara. No era un niño, era mi paciente y mi novio. Así que era hora
de ponerme mis pantalones de chica grande y dejarle enfrentar nuevos desafíos.
—Gracias, señor Carlisle. —agradeció Alice casi al
borde de las lágrimas. La pobre había estado presentando muchos problemas con su
celular en los últimos días y ya estaba pensando en que tendría que gastar a
juro en uno nuevo, cosa que no le provocaba mucho pues ya estaba cerca la fecha
de pagar una nueva cuota de la matrícula universitaria. Pero eso solo me lo
había contado a mí.
Mientras que Alice se lucía ese día con la comida;
en agradecimiento a semejante muestra de generosidad; yo me fui al patio
exterior a llamar a alguien que tenía bastante abandonada.
—¿Angela?
—¡Oh por Dios! Hoy hay un terremoto. O peor, hoy habrá
una inundación catastrófica en todo Forks y nos moriremos todos. —respondió la
exagerada.
—¡Bah! No seas pesada.
—¡Es en serio, Isabella! Eres una amiga pésima.
—se quejó con un tono casi infantil.
—Tienes mi número también, así que podrías darme
un telefonazo de vez en cuando ¿Eh? —intenté desviar la diana que apuntaba
justo a mi trasero para que me diese la flecha de la amistad.
—No no no, bonita. A mí no me culpes. Dijiste que
estarías más en contacto conmigo y eso no ha pasado ¿Tan ocupada te tiene ese
galán tuyo que ya no te acuerdas de tu pobre y miserable amiga?
—Oh sí. Me tiene muy ocupada, aunque mi amiga esté
muy lejos de ser miserable. Porque si mal no recuerdo ella me habló la última
vez de que salía con un tal Ben Cheney. —arranqué una florecilla lila de las
que Esme tenía en el jardín pues ya estaba marchita. Su tallo estaba quebrado.
—Awww, si te acuerdas aún de mí. ¿Cómo has estado,
Bella?
—Ocupada con Edward, pero muy bien. ¿Y tú?
—Igual, pero de viaje. Ben y yo hemos tenido que
ir a unas conferencias en Seattle y en Cleveland. Fueron de lo más
interesantes. —su tono de voz lascivo me indicó que lo “interesante” no
habían sido en sí las conferencias sino el acompañante y las actividades extracurriculares. Me
carcajeé.
—¿Pero ya estás de vuelta?
—Emmm. Sí pero no. Porque ya regresamos de
Cleveland pero justo ahora estaremos en Tacoma tres días antes de irnos a Forks
de nuevo. ¡Aún me queda mucha diversión por delante!
—Ni se te ocurra darme detalles. Voy a comer ahora.
—Mojigata. Pero cuéntame ¿Cómo sigue
Edward? —de pronto se volvió una profesional de golpe y porrazo.
—Excelente. Es bastante comunicativo con su
entorno, aunque le cuesta un poco más con los extraños. Responde perfectamente
a los estímulos y es sumamente inteligente. De hecho, puede tocar en el piano
una canción por puro oído. Es un autodidacta en toda regla. No le agrada mucho
eso de estar leyendo partituras. Su profesora, que es una chica grandiosa y
paciente, le insiste en que las utilice aunque no las necesite la mayoría de
las veces. Según ella le está creando un patrón de conducta profesional. Es una
excelente profesora, en serio.
—¿Has empleado con él la terapia equina? Ellos
responden muy bien a esos procesos.
—La verdad es que no. Tengo fobia a los caballos y
no sería capaz de ayudarle en una situación que se presente y los involucre a
ellos. Pero ayer lo llevé y adoptó un perro, está encantado con él. Intentaré
aplicar ciertos aspectos de esas terapias a través de su mascota. Los perros
son mucho más manejables y menos atemorizantes para mí.
—Por supuesto.
Edward salió a mi encuentro en el patio y se me
acercó curioso. Se me ocurrió hacer que estas dos personas, tan importantes
para mí, se conocieran. Así solo fuera por este medio. Coloqué el altavoz.
—Angela, aquí está Edward. Salúdalo.
—¡Hola, Edward! ¿Qué tal estás? —tenía esa
voz que ponía cuando intentaba no sonar demasiado emocionada. Pero fracasaba
vergonzosamente.
—Bien ¿Quién es? —estaba receloso y su ceño
fruncido indicaba que no se sentía del todo cómodo hablando con alguien a quien
no conocía en lo absoluto.
—Es una amiga mía. Ella trabaja con personas
especiales como tú, ángel.
Eso pareció relajarlo un poco.
—Es un placer conocerte, aunque no te puedo ver la
cara. —dijo haciéndonos reír a ambas.
—Igualmente, aunque me gustaría que nos
conociéramos en persona en cuanto llegue de viaje ¿Te gustaría? —la muy
chismosa se moría de curiosidad…
Edward me miró.
—Se quiere ver conmigo pero yo no la invité a
salir. —añadió desconcertado. Parecía como si quisiera disculparse por
eso. Me dio mucha ternura su inocencia y le acaricié la cara.
Luego me dirigí al teléfono.
—Sí, chismosa. Edward y yo nos encontraremos
contigo en cuanto llegues. Solo llámame.
—Vale. —y se quedó satisfecha.
Antes de colgar tuve que cerciorarme de que no
hubiese dicho nada que pudiese comprometerme, aunque la verdad saldría a la luz
muy pronto. Al menos para mis ex compañeros de trabajo.
—Angela, ¿Ben sabe de mi relación con Edward?
—¡No, en lo absoluto!
—Bien. —respiré un poco más tranquila. —Luego me
encargo de eso.
—No me pareció educado sacar tu vida privada a la
luz. No es problema de nadie. —sonreí complacida. Esa era lo que más me
gustaba de ella. Su lealtad.
—Gracias, Ang. Llámame ahora que ya tienes este
teléfono. Es mi nuevo número.
—Bien. Y recuerda, nos vemos en cuatro días, Bell.
—entonces colgó dejándome con una sensación cálida en el pecho. Poco a poco las
piezas y las personas importantes para mí iban tomando su lugar en mi a veces
surrealista actualidad. Sin embargo, cuando me giré Edward me veía tenso, lo
cual me sorprendió.
—¿Qué pasa? ¿He dicho algo malo? —pregunté con
suavidad.
—¿Por qué no quieres que ese tal Ben se entere de
nosotros? ¿Por qué no puede saberse que estamos juntos?
Sin duda alguna su actitud me tomó por sorpresa.
Corrí a explicarme antes de que sacase conclusiones erradas.
—Porque se supone que a los ojos de mis colegas,
eres mi paciente no mi novio. Aunque Ben se enterará pronto. Lo más seguro es
que Angela quiera que salgamos los cuatro. —tomé una de sus manos entre las
mías, besé su palma y las apreté. —Yo quiero que me acompañes y así él se dará
cuenta. Así no tendría que enterarse por algún comentario que ronde por allí y que
pueda dar pie a rumores como que yo estuviese contigo solo por interés. O como
si te hubiese corrompido. Mi reputación laboral se vería seriamente afectada y
eso es muy importante para mí. Pero discúlpame, no quise dar a entender que no
quiero que sepan que estoy en una relación contigo.
Me abrazó comprensivo y buscó mis labios para un
beso dulce y casto.
—Está bien. Lo comprendo, Bella. No quiero causar
nada que te haga daño. Yo te cuidaré.
—Ya lo haces, ángel. —dije apretujada entre sus
brazos.
Cuatro días después…
En la Bella Venecia, estábamos Angela, Ben, Edward
y yo cenando animadamente. Después de la sorpresa inicial al enterarse del
autismo de Edward y que tenía una relación más allá de la de
paciente-enfermera, se comportó como si nada importara. Era un hombre grandioso
como me había dicho mi amiga.
Angela por su parte estaba feliz de verme de
nuevo. Tenía el cabello mucho más corto que la última vez que nos habíamos
visto. Se lo había cortado al nivel de los hombros y le quedaba fantástico.
Conversamos sobre sus viajes, las experiencias que habían tenido con pacientes
de autismos de otros lugares que habían visitado en sus viajes. En ningún
momento analizaron a Edward, solo lo trataron como mi cita. Y se los agradecí
internamente.
Aunque muy pronto se evaporó la energía relajada.
Al menos por mi parte.
—Cuéntenme ¿Cómo se ven en un tiempo?
—¿A qué te refieres? —gruñí.
—Viejos. —aseveró Edward. Angela y Ben estallaron
en risas pero yo no tuve la inclinación de hacerlo. Seguía tensa. Sabía hacia donde
se dirigían los derroteros de esta conversación y aún no había hablado con
Edward sobre ello.
—Ya saben…luego de tener cierto tiempo de novios.
¿Qué harán después?
¡Yo la mato!
—Tu amiga tiene razón, Bella. ¿Qué haremos
después?
—No lo sé, ángel. El tiempo lo dirá. Vamos paso a
paso ¿Recuerdas? —le tomé la mano y lo miré a los ojos intentando que
comprendiera mi punto de vista. Y quizá también el temor que ahora se me
comenzaba a formar en la boca del estómago. —Ya hemos hablado sobre eso.
—No hemos hablado sobre casarnos. O vivir juntos. —negó
indignado.
Suspiré paciente.
—Sobre eso no, ángel. Sobre hacer las cosas
lentamente.
—Ah. Sobre eso sí ¿Pero nos casaremos? —insistió
curioso.
—Yyyo…yo…no sé…tú…
—No entiendo lo que dices. —respondió confundido.
Respiré profundo contando mentalmente hasta diez y
luego hablé.
—Ángel, casarse no es ir a una casa bonita y vivir
un feliz para siempre. Es algo mucho más complicado. Debemos considerar muchas
cosas primero y luego tomaremos una decisión.
La muy arpía de Angela hacía su mejor esfuerzo en
sofocar sus risas con la copa de vino que tenía en su mano en ese preciso
momento. Sentí un fuerte impulso de tirarle a la cabeza un trozo de pan. O
patearla por debajo de la mesa. No lo hice porque temí toparme con la pierna de
Ben. El pobre no tenía la culpa de tener a esa diabólica por novia.
—A mí me parece que están muy bien ahora. —añadió
Ben al darse cuenta del apuro en que estaba metida. Se lo agradecí con la
mirada y amenacé a mi amiga con la mirada.
—Tenemos una perra. —añadió mi ángel con no poco
orgullo. Incluso se había cuadrado de hombros. Como si estuviese pavoneándose
ante los demás de algún logro. Tan tierno.
—Vaya. Eso es un gran paso. —le contestó Ben. Le
miraba gratamente sorprendido.
—Sí. Da mucho trabajo porque no es muy ordenada ni
huele bien siempre, pero es una gran mascota.
Y las conversaciones sobre Winter se extendieron
hasta casi la hora de despedirnos. Angela y yo quedamos en vernos de nuevo,
pero solas y Ben insistió en encontrarnos de nuevo los cuatro para cenar en la
próxima semana. Edward accedió encantado.
Cuando regresamos a la casa, ya todos estaban
acostados, excepto Winter que nos esperaba en la puerta y que casi se muere de
un infarto de tanta felicidad a lo que pasamos la entrada. Me quité los tacones
pues tenía los pies destrozados y me disponía a subir las escaleras cuando una
visión de Edward me consumió casi en su totalidad:
Mi ángel estaba abrazando a aquella pequeña
mestiza de lobo siberiano con mucho cuidado de no hacerle daño y mi corazón se
paralizó. Cuando no creía que podía ser más perfecto, más puro e incorruptible,
entonces se mostraba ante mí con un aura de luz y paz mientras hacía lo que
mejor sabía hacer. Amar. Amar a todo aquel que lo dejase entrar en su vida.
Así era mi ángel.
*.*.*.*.*
¡Hola, mis chicas! Muchas gracias por tanto
amor en sus comentarios tras cada capítulo. En serio me encanta leerlos y saber
qué tanto estoy logrando tocarlas con mi historia.
Quería pedirles disculpas por no publicar
la semana pasada, pero me pasó que la musa se fue y tardó algunos días en
regresar. Y de nuevo tengo que darles las gracias por ser tan pacientes.
Ya estamos en la recta final…¡Que locura!
Nos seguimos leyendo.
Marie C. Mateo
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