lunes, 23 de septiembre de 2013

CORAZÓN DE CRISTAL - Vigésimo Cuarto Capítulo:




“Resentimiento”


Rosalie POV:


Eso que tanto decían sobre el brillo de las embarazadas…a mí no me había tocado. Las náuseas matutinas eran el polo opuesto a esa condenada creencia, y eso aunado al hecho de ser un desastre emocional, fue en resumen lo que me había otorgado la lotería hormonal de las madres primerizas. Nadie puede decir que alguien con el rostro pálido-ceniciento puede verse guapo. Sin embargo mi hermano insistía en que cada día me veía más preciosa. ¡Tan tierno y tan ciego!.
—No seas tonta, Rose. —musitó Jasper apretujándome contra él. Apoyé la cabeza sobre su hombro y dejé que me mimara. Al fin y al cabo él era mi único hermano. —Te ves hermosa como sea, pero comprende que es normal que te sientas así. Los mareos descomponen a cualquiera. —su tono de voz de pronto se endureció. —Y más si tienen que lidiar con toda esta situación, como estás haciendo tú sola.
Me separé de él para mirarlo a los ojos con seriedad.
—No empieces, por favor. Ya hemos hablado de eso y Emmett dijo…
—Que va a responder por su hijo, eso ya lo sé. —me interrumpió. —Pero ¿Quién cuidará de ti? ¿Acaso tú no importas? ¿O es solo lo el bebé porque en parte es suyo también? Discúlpame que sea tan crudo, pero pienso que es un idiota narcisista.
Acaricié el borde de ese rostro tan masculino y a la vez tan precioso. Las dos cosas no iban peleadas en sus facciones. Sin duda éramos similares en ciertos aspectos, pero más que todos en los gestos. Y en el innegable legado dorado de los Hale en nuestro cabello, pero allí terminaban las coincidencias.
—Yo solita me sé cuidar bastante bien. Además, espero que tanto tú como mamá y papá vengan a visitarme de vez en cuando. —necesitaba tranquilizarle. Estar en pie de guerra no le hacía bien a nadie.
—Pero si mamá me dijo que le habías pedido que no viniera…
—En un me. Le dije que me dejara un tiempo para hacerme a la idea de toda esta nueva situación. —interrumpí porque sabía lo que diría.
—¿Cuál situación, tita? —interrumpió mi pequeña sobrina con cara de muñequita.
Hasta ese momento había estado entretenida con un bolso repleto de maquillaje que tenía reservado solo para ella. Me vio como si lo que yo estaba diciendo no tuviese sentido alguno para ella, pero era sumamente difícil tomarle en serio cuando tenía un párpado pintado en color azul y otro en violeta. Las mejillas color fucsia y la boca toda garabateada de un tono rosa pálido. Toda una obra de arte…de Picasso.
—Vas a tener un primito con quien jugar, Charly. —dije y me sorprendí al darme cuenta de que estaba acariciándome inconscientemente el vientre.
—¡Vaya! —abrió sus ojitos de manera desmesurada. Hizo un mohín. —Pero no entiendo nada ¿Qué tiene que ver una cosa con la otra?
—Princesa, eso significa que tiene un bebé en su barriga.
Charlotte aún seguía mirándome con cara de no entender nada.
—¿Cómo que tienes un bebé en tu barriguita? —se horrorizó de pronto. —¡¿Te lo comiste, tía Rose?!
Jasper suspiró cansado y se sentó en el suelo para estar a la altura de su hija. Señaló mi vientre aún plano y le dijo:
—No, Charly. Tu tía Rose está haciendo un bebé allí dentro. —fruncí el ceño por la escueta explicación de Jaz. Dudaba mucho que eso tranquilizara a mi sobrina con complejo de gata curiosa.
—¿Cómo un muffin?   
Entonces tuve que hacerlo. No hubo manera que contuviera la risa al escuchar como Charlotte comprendía los hechos mientras que su papá buscaba una mejor manera de explicarse.             
—No. O sí…Es que…
—¿Y cómo se mete un bebé que aún no está listo en la barriga?
Jasper me miró con cara de <<¡Auxilio!>> pero es que era demasiado divertido verlo de todos los colores intentando explicarle a su pequeña de cuatro años la manera en que se da el embarazo.
Y después de no sé cuanto minutos, un tazón de helado y una lectura de La Bella Durmiente, Charlotte dejó de preguntar por bebés “ensamblados” en las barrigas de las mamás por hadas, según Jasper. Esa batalla solo estaba momentáneamente ganada pues la pequeña se había quedado dormida en mi sofá. Reposaba tranquila flanqueada con un muro elaborado por todos los cojines de mi modular que esperaban en el suelo por la pequeña como si ella fuese capaz de rodar tanto en sueños para aterrizar en estos. Hablando de padres sobreprotectores
En la cocina seguimos con la conversación incómoda.
—Tranquilízate, Jaz. Él no es mala persona y lo sabes. De hecho ustedes se estaban haciendo amigos.
—Hasta que te embarazó.
—¡Ay, por favor! Si no era de Emmett sería de otro. Sabes desde hace tiempo que quería ser mamá. —le respondí tajante. <<Solo que no ahora. Ni así.>> pensé.
Su mirada se ensombreció con pena.
—Pero no sola, Rose. No quería que pasaras por todo esto tú sola. Yo sé lo que es. Sé muy bien que eres totalmente capaz de salir adelante sin la ayuda de nadie, y también que cuentas con nosotros para todo. Incluso con los Cullen pero es que…no es lo mismo. —negó torturado por su pasado.
—Cielo, no estaré sola. Y tanto Emmett como yo somos lo suficientemente adultos como para resolver esta situación sin hacerle daño a este pequeño que está creciendo. Me dejó muy claro que no pensaba alejarse de su bebé.
—¿Cuándo?
—Cuando yo creía que me diría que abortara, de hecho fue totalmente lo opuesto. Se molestó mucho conmigo por pensar de él de esa forma. —extractos de ese momento venían a mi mente con bastante regularidad.
—Rosalie…—entonces él me reprendió con suavidad. Como si le diese más pena que otra cosa. —no deberías ser tan visceral, hermana. Sacas conclusiones demasiado pronto siempre. Tienes un lado oscuro en ti. Creo que por eso eres artista. —intentó quitarle peso a su comentario. Pero tenía razón en ello: Tenía una innegable tendencia a pensar en el lado negativo de las cosas.
Suspiré derrotada y tomé un sorbo de mi té verde descafeinado con miel. Aunque traté de darle una leve sonrisa como única respuesta a su último comentario.
—Estaba muy afectada, Jaz. Necesito hablar con él y pedirle disculpas. No me he comportado demasiado bien desde que recibí la noticia. Ambos cometimos errores y no es justo que yo lo haya culpado de todo.
Jasper, que estaba a punto de tomar un sorbo de su café, volvió a colocar su taza sobre la mesa con una lentitud. Luego habló con evidente confusión.
—¿A qué te refieres?
Enarqué las cejas con ironía.
—Obviamente este no fue un embarazo precisamente esperado. Tu pregunta me sorprende. No creía que tuviese que explicártelo. —tomé un nuevo sorbo. —Y tampoco lo haré.
Pareció aliviado.
—Lo siento, Rosalie. No intento inmiscuirme en tu vida privada, es solo que trato de comprender todo esto que te está pasando.
Alargué el brazo y estreché una de sus manos.
—Cielo, no necesitas todos los detalles morbosos. Recuerda que ya soy una adulta. No tu hermanita pequeña. Nos acostamos, no fuimos cuidadosos y ¡Zas! Este es el resultado. En realidad no es tan malo como me lo tomé en un primer momento.
—Igual siento mucho que estés teniendo que pasar por esto.
Sonreí con ternura.
—Yo no. Ya no. Ahora también tendré un pedacito de bendición como tú tienes con tu Charlotte ¿No te parece?
Sus ojos brillaron con un amor que era incluso mayor al que él sentía por mí cuando mencioné el nombre de su hija. Y es que mi sobrina había sido una pequeña lucecita en el camino escabroso de mi hermano en cierto punto de su vida. Puede que hubiese tenido que pasar por muchas situaciones duras, pero podía decir sin temor a equivocarme que había valido la pena. Sobre todo cuando veías a un pequeño terremoto de rizos rubios y ojos azules como los de su padre y los mismos míos, con una boquita de corazón color rosa y un sentido único de ver el mundo a su manera.
Una hora después, mi hermano salía de mi casa con mi sobrina aún apagada como una luz sobre su hombro. Esperé a que su Audi se perdiera de vista antes de volver a entrar en la casa.
No tuve que recoger ni lavar ni un traste desde que mi visita llegó. Un beneficio claro de tener un hermano sobreprotector que pensaba que lavar dos tazas y una copa de helado podía agotar a una mujer embarazada. Jaz valía, sin duda alguna, su peso en oro. Alice sería una mujer muy afortunada si todo salía bien entre ellos. Esperaba que así fuera, era una buena chica.
Con una envidia sana subí hasta el segundo piso de mi casa y miré una habitación en la que tenía únicamente la cama, una mesita de noche con su respectiva lámpara y un viejo escritorio. Era la habitación para huéspedes. Bueno. Una de las tres que tenía.
Esta era la vieja casa de mis padres quienes se habían ido a un Seattle mucho más cosmopolita por pedido de mi madre. Yo no quise partir y ellos decidieron dejarme el que fuese su hogar luego de venirse desde Phoenix. El negocio de mi padre había mejorado mucho en los últimos tres años y medio. Recuerdo cuando el pobre Jaz se enteró de que iba a ser padre, la situación no podía ser más distinta entonces.
La contratista de papá estaba demasiado endeudada como para ayudar a mi hermano con su carrera universitaria. Tuvo que estudiar y trabajar medio turno. Yo también me vi forzada a terminar mis estudios de música trabajando para poder costeármela. Las clases privadas habían sido una excelente decisión, pues no solo me ayudó a conseguir ingresos monetarios sino que también a hacerme un nombre entre  los posibles alumnos que podrían quedar dando clases posterior a su egreso del Conservatorio Músical del Estado de Washington. Sí, yo había dejado antes la casa de mis padres que mi hermano. Mi soberbia y las ganas de comerme el mundo me hicieron querer salir corriendo a las primeras de cambio y aventurarme a vivir según mis reglas.
Una adolescente hormonal convirtiéndose en adulta.
El golpe económico fue duro para mí. No solo porque tuviese que trabajar. También me vi obligada a mudarme a un minúsculo apartamento que compartía con una chica. Esa no fue una experiencia de las mejores tampoco, pero tenía que agradecerle mucho. Me vi forzada a dejar de ser una niña consentida por sus padres  y abrirme las puertas yo misma. Renunciar a la idea de ser “La señorita Rosalie Hale” hija del exitoso arquitecto Peter y de la perfecta ama de casa/esposa trofeo Charlotte, para convertirme en La Profesora Rose. Así me llamaban mis alumnos de clases privadas que eran muchísimo más fácil de llevar que los del Conservatorio, pues eran niños.
Cuando el negocio de mi padre repuntaba, me arriesgué a invertir en su empresa una buena parte de mis ahorros personales y convertirme así en una de sus socias. Muy poco sabía sobre la construcción, pero sí que le debía el haber podido retirarme del Conservatorio y mudarme a un pueblo mucho más tranquilo y pequeño. Me siguieron mis padres y finalmente mi hermano. Aunque aún ellos conservan la casa de Phoenix. Al poco tiempo mi caprichosa; aunque no por eso menos preciosa; madre se hartó de la vida de suburbios y optó por irse a una gran ciudad. Iba más con su estilo de vida repleta de reuniones sociales y eventos chic de beneficencia.
Y heme aquí. Con la casa de mis padres que en algún momento llegué a pensar que era demasiado grande para mí sola y ahora estaba a punto de traer a un acompañante para al menos los próximos dieciocho años venideros.
La puerta sonó interrumpiéndome de mi hilo de pensamientos. Bajé las escaleras casi corriendo, algo muy irresponsable de hacer dado mi estado. Pero era una costumbre demasiado enraizada en mí para dejarla de buenas a primeras. Seguramente se le había quedado algo a Jasper…
Pero no. Resultó que era Emmett. Esperaba en el umbral con una caja forrada en color plateada y un moño de cinta blanca. Se le notaba nervioso pues no dejaba de moverse en el sitio. Lo espié desde el ventanal de las escaleras. Terminé de bajar y le abrí la puerta.
—Hola. —saludó cauteloso.
—Hola. —respondí de la misma manera. Me coloqué un mechón de cabello que se soltó de mi moño relajado. Señalé hacia el interior. —Pasa, por favor.
Asintió dócil. Raro en él.
—Gracias.
Bajamos los dos escalones que dividían el recibidor de la sala de estar y tomamos asiento relativamente lejos el uno del otro. El ambiente tenso era perceptible entre ambos todavía ya que ninguno comenzó a hablar de inmediato. De hecho, solo nos miramos durante un momento que pareció incómodamente largo.
—Siento mucho haber sido tan grosera la última vez que nos vimos. Esto no lo esperábamos ninguno de los dos pero…
Se acercó mucho más hacia mí y me hizo callar.
—¡Shhhh, Rose, no! Me comporté como un completo imbécil contigo y tú reaccionaste a la defensiva. Estaba más que justificado. —se estrujó la cara desesperado. Hasta ese momento no había reparado en sus ojeras profundas. Incluso se le veía un poco más delgado.
No pude evitar preocuparme. Estaba enamorada hasta las trancas de ese hombre que aún quería a otra. A la mujer de su hermano, para ser más específicos. Un hermano que era autista, por lo cual él se sentía sumamente protector.  No era algo simple de solucionar. En lo absoluto.
—¿Estás enfermo?
—Estoy bien.
—Esas ojeras no indican eso precisamente.
—Solo no tuve una buena noche. —se encogió de hombros quitándole hierro al asunto.
Dudé que fuese una sola noche la que lo tuviese con una apariencia como de oso panda trajeado y no por lo adorable precisamente, pero no insistí más  en el asunto para no presionarlo.
Extendió la caja hacia mí.
—Ehhh…Esto es para el bebé. —musitó inseguro. Como si yo fuese a despreciarle un regalo para nuestro hijo.
Sonreí y tomé la caja entre las manos. Era liviana y no sonaba nada en el interior excepto un susurro.
—Muchas gracias, Emmett. —respondí amigable antes de deshacer el moño y revisar el contenido.
En el interior de todo ese embalaje había un precioso mameluco de color blanco con un pequeño osito bordado en el pecho. Mis ojos se llenaron de lágrimas por derramar. ¡Estúpidas hormonas revolucionadas, denme un poco de paz!.
—No es de diseñador, ni mucho menos. —¿En serio estaba avergonzado por eso? —Es solo algo que vi en una tienda de bebés en Port Angeles, pasé y lo compré.
—Hey, Emmett. Está precioso. Sin importar su precio. —le agradecí con honestidad.
Entonces me sonrió con timidez, le devolví el gesto de igual forma.
Si comparabas a este Emmett con el que conocí probablemente pensarías que serían hermanos mellizos o algo por el estilo, pero nunca el mismo hombre. Uno tenía el aire presuntuoso e imponente habitual en los mujeriegos. El otro se mostraba vulnerable, como si esperara que en algún momento lo hirieran. Ni siquiera mi lado egoísta que en algún momento deseó verlo tan desecho como me había dejado a mí, podía soportar verlo de esa manera.
Al fin y al cabo, me había prendado de esa estampa juguetona que escondía en su interior a un gran hombre capaz de dar muchísimo amor. Eso me lo demostraba cuando compartía tiempo con su hermano menor autista. Era como si su mundo girara en ese momento solo en torno a Edward y este se volviese su prioridad principal.
Pensar eso fue lo que me impulsó a decirle lo que le hice saber entonces:
—Las cosas no se han dado entre nosotros de la mejor manera y han sucedido imprevistos. Pero creo que podemos comenzar desde cero y tratar de ser amigos por el bien del bebé ¿Te parece? —asintió. —Sé que eres una persona excelente. No me mires así, claro que lo eres. De hecho creo que si como padre eres al menos la mitad de bueno que como hermano, entonces me daré por satisfecha.
A pesar de no estar de acuerdo conmigo, seguimos hablando acerca de lo que haríamos. Decidimos trabajar en equipo. Ir juntos a las consultas con el gineco-obstetra e incluso decorar la habitación del pequeño.
Intercambiamos ideas y por dentro me di por satisfecha. Puede que esta fuese la manera en que las cosas debían de ser. Actuar como amigos nos resultaba mejor que otra cosa.
Sí. Quizá esa era forma adecuada de hacerlo funcionar entre nosotros.

*.*.*.*.*

—¿En dónde está? —me pregunté un poco irritada a las afueras de la sala de espera.
Emmett tenía más de media hora de retraso aquella tarde. Se suponía que iríamos juntos a las citas médicas. ¡Él mismo lo sugirió! ¿Le pasaría algo malo de camino para acá? ¿Se habría arrepentido? <<¡Dios, Rosalie! Tú y tu condenada negatividad. Cálmate.>> Tuve que reprenderme a mí misma.
Una mujer muy embarazada que estaba frente a mí me dio una mirada de simpatía y comprensión. Parecía que no había sido demasiado disimulada viendo en repetidas ocasiones a mi muñeca izquierda o al antiguo reloj de pared de aquel consultorio a las afueras de Port Angeles. Supongo que si no dijo nada es porque pensaría que hacer cualquier comentario en voz alta podría mortificarme. Y ya puestos a ser sinceros, si lo haría. Así que gracias por tu empatía, amiga anónima a la que no le diré nada porque no estoy de humor.
—¡Dios! ¿Podrías no sacudirte como un perro? —volteé de inmediato hacia la puerta. —Tienes unos modales pésimos.
Edward sonaba irritado y además venía con el cabello empapado. Afuera llovía torrencialmente desde hacía más de veinte minutos. Después entró Emmett con una pequeña sonrisa burlona en su cara. Él también destilaba un poco de agua pero como ambos traían sacos de invierno, estuvieron medio secos al dejarlos en la entrada con la recepcionista. Los dos se sonrojaron al darse cuenta de que todos los presentes los mirábamos con curiosidad. Era la sala de espera de un pequeño consultorio pueblerino, cualquier cosa era novedad en lugares así.
Se acercaron hasta donde estaba y me corrí dos sillas a mi derecha.
—Hola, Rosalie. —dijo Edward con educación, aunque un poco incómodo con tantas miradas puestas en él.
—Hola, Edward. —le respondí. Luego miré a Emmett quién me miraba con una sonrisa desenfadada más parecida a su viejo él. —Hola.
—Estábamos almorzando juntos cuando empezó la lluvia. Supe que no podría llevarlo hasta la casa antes de venir porque el tráfico estaría horrible. Y no me equivoqué. Menos mal que aún no entras. —contestó a la pregunta que tenía pendiendo en la punta de la lengua.
—Te llamé varias veces. —no era un reproche. Solo le informaba. Bueno, sí. En realidad si era un poco de eso. Pero solo un poco.
El mayor de los hijos Cullens resopló con molestia.
—Dejé el estúpido aparato en la oficina antes de salir. ¿Y Edward no tiene ninguno! —le recriminó a su hermano menor. —Juro que mañana mismo le compraré algo. No puede seguir viviendo en el siglo XX. Ya basta.
Y mi brillante alumno/futuro tío de mi bebé no me sorprendió al responder con su habitual lógica:
—El doctor Poomar y Bella hablarán sobre ese tema mañana. Durante mi sesión. Bella piensa que no voy a resistirme a investigar sobre mi condición y no siempre podría encontrarme con páginas responsables, con las que ya me he topado antes. Y no quiere que me altere. A su vez se debate con dejarme tomar mis propia decisiones como el adulto que soy, para que pueda lidiar con las consecuencias. Así que dijo que hablaría con el doctor antes de eso.
Tenía que admitirlo: Él nunca dejaba de sorprenderme. Cada día se superaba a sí mismo en madurez y avance. Sabía que había tenido una etapa realmente dura con la cual habían lidiado todos antes de mí, pero es que verlo así de centrado y argumentando de aquella manera, me hacía difícil creer en ello. Edward era magnífico en su forma de ser tan única.
Cuando abrí mi boca para elogiarlo, mi nombre fue llamado.
Emmett se puso en pie y me indicó el camino. Solo di dos pasos antes de que el pensamiento me golpeara con fuerza. Él me preguntó si me sentía bien, asentí y luego continué. No sabía si hacía bien pero correría con las consecuencias luego.
Entramos al consultorio, Emmett permaneció afuera con el doctor Barnes haciéndole cualquier cantidad de preguntas, pero en el momento en que empezaron a hablar sobre mi útero me negué a seguir escuchando desde el baño. Terminé de cambiarme con una incómoda bata desechable.
Se sentía tan extraño volver a estar sin ropa tan cerca de Emmett así fuese en una situación como esa. Surrealista total.
Luego tomé asiento en el sillón, Emmett permaneció del lado de mi cabeza por petición expresa (y medio amenaza también) mía. Aún todo era demasiado nuevo para ser visto a través del eco pélvico, por lo cual tuvo que ser transvaginal. Pensé que Emmett se desmayaría en un punto. En serio que sí. Y no puedo negar que sentí unas retorcidas ganas de estallar en carcajadas, aunque en su favor debo admitir que se negó a abandonar mi lado cuando le sugerí que se sentara en la silla de la esquina de la habitación.
Y luego de algunas mediciones por aquí y por allá finalmente pasó…
—¿Eso es…? —preguntó Emmett con la voz temblorosa pero ya sin temor o incomodidad.
El hombre de mediana – avanzada edad y un poco calvo, le sonrió con amabilidad.
—Esos son los latidos de su bebé, señor Cullen. Son fuertes y sanos como los de un caballo. —musitó el hombre ajeno a lo que este par estaba experimentando.
Yo tenía un inmenso nudo en la garganta con el cuál peleaba para tragarme las lágrimas y Emmett parecía como si contemplara una magnífica obra de arte ante él. La más hermosa de todas. Su mano apretó una de las mías que reposaba en la camilla, la estrechó con fuerza y depositó un beso en mi frente.
Sus ojos permanecieron cerrados por un par de segundos que se me hicieron eternos, pero en ningún momento desvié mi vista de ellos en el más descarado acto de voyeurismo. Fue delicioso ver la satisfacción en sus facciones. Fue doloroso saber que se debía todo a otra personita y nada que ver conmigo más allá de lo intrínseco y biológico de la situación.
Cuando se recobró de la impresión y puso un poco de distancia entre nosotros, aunque se negó a soltar mi mano, le hice al doctor una pregunta, él aceptó cuando le expliqué mis razones. Emmett me miró con algo que reconocí como admiración y alguna otra cosa que aún se me escapaba, pero traté de no darle más vueltas.
Entonces Edward entró aunque un poco circunspecto.
—Permanece a mi lado ¿Vale? —le pedí con calidez. Me daba miedo que fuese a tener una reacción negativa, pero pensé que esto le ayudaría a comprender mejor todo lo que pasaba a su alrededor. Y tampoco quería que viera mi vagina, muchas gracias.
Miró a su hermano, después a donde estábamos unidos y luego a mi mano libre.
—¿También debo agarrarte? —preguntó un poco incómodo.
Dejé salir una carcajada y el doctor también.
—No si no quieres, Edward. —respondí.
—No quiero.
—Está bien. Solo quería mostrarte algo. —le hice un gesto al doctor, y este volvió a encender el monitor.
Entonces sus facciones se vieron seriamente confundidas. Hasta que Barnes le explicó lo que estaba viendo en frente.
—Es su bebé. —musitó fascinado con el sonido y la borrosa imagen que ahora mostraba un palpitar.
—¿Qué te parece, Ed? —le preguntó un ahora orgulloso Emmett. —¿Qué te parece tu sobrino?
Él pareció pensarlo un poco antes de responder con sinceridad.
—Es pequeño y borroso. —los tres tuvimos un mal momento tratando de ahogar una risita. —Pero es impresionante escuchar su corazón.
—Concuerdo contigo. —otra vez se dejó escuchar la voz quebrada de Emmett. ¡Que magnífico autocontrol! ¿Cómo conseguía no llorar?. Debía preguntárselo más tarde.
—¿No podemos verlo en un aparato más nítido? —le preguntó un fascinado Edward al doctor.
Barnes que se mostró encantado con su actitud en contraste con mi explicación de su condición.
—Lo siento, Edward, pero por ahora esto es lo más claro que lo verás. Dentro de algunos meses podrás verlo en 3D o en 4D, como lo quieran Rosalie y tu hermano. Pero para eso debemos esperar. —lo encontraba hilarante. Se le notaba en la cara.
Edward no pareció satisfecho con su respuesta, así que contraatacó:
—¿Pero con qué instrumento está haciendo mostrándonos esto?
—¡No quieres saber eso! —brincó Emmett medio aterrado. —En serio no quieres.
—En realidad si quiero. —protestó.
Yo estallé en carcajadas, el doctor rió con libertad al fin y Emm se comprometió con su hermano a explicarle más tarde. A mí me hizo prometerle que vendría cuando me hiciera un eco de mejor calidad visual.
Y ni por un momento se mostró sobrepasado por la situación. Si acaso, más entusiasmado.
No sabía que le esperaba a este pequeño en un futuro, pero esto solo me daba una certeza: Sería amado sin importar qué. Ya lo era.

*.*.*.*.*
Bella POV:
Algunos días después…

Volvíamos a la casona Cullen, Winter en el regazo de Edward acaparando totalmente su atención. La cachorra que en su mayoría era blanca con manchas grises, permanecía sentada con la cabeza apoyada en la ventanilla del copiloto y la lengua afuera. Como si le estuviese sonriendo a la gente que pasaba por la calle diciéndoles que acababa de ser adoptada por una familia que le daría mucho amor.
—¿Aún sigues molesto por lo que pasó con esa chica, ángel? —le pregunté al notar que no había dicho palabra alguna desde lo ocurrido en el refugio.
Edward se mostró dubitativo. Como si estuviese discutiendo consigo mismo sobre el adjetivo que describiese mejor a lo que sentía ahora.
—La verdad es que no comprendo lo que pasó, Bella. Si le dijiste que eras mi novia ¿Por qué esa chica igual discutió contigo? ¿Era necesario que te llamara cualquiera?
Sonreí un poco al recordar la reacción de Edward en ese momento. Rachel se había quedado como de piedra cuando Edward le había dicho:
—¡Bella no es tal cosa! Compórtate como una dama y pídele disculpas.
Paul se había apresurado a llevarse a su chica antes de que pudiese decirle algo hiriente como respuesta. Supongo que intuyó que la dejaría sin ojos si lo hacía, así que de algún modo él la protegía a pesar de todo.
—No lo era, ángel. Pero es que ella estaba celosa de mí.
—¡¿Pero si no eres de Paul?! —replicó molesto.
—Edward, cuando una persona se comporta tan mal; como ella lo hizo con el pobre de Paul; es normal que tenga muchísimas inseguridades. Rachel acaba de volver y estoy segura de que va a querer recuperarlo, porque él es un gran muchacho. No. No me gruñas, sabes muy bien por qué lo digo. Lo veo solo como un amigo. En fin, las cosas se le pondrán muy difíciles con él y me imagino que ella piensa que no necesita en su camino a una contrincante. Aún cuando ni siquiera tiene ese porte que tiene ella. No creo que sea una mala persona, solo un poco descortés.
—¿Paul volverá con ella? —preguntó mientras acariciaba el pelaje de Winter, cosa que ella parecía disfrutar bastante.
—No lo sé, ángel. Ellos tienen mucho de qué hablar y mucho más aun que perdonar. Al menos por parte de él. Ya veremos. —lo miré divertida cuando arrugó la nariz y frunció el ceño. —¿Qué pasa?
—¿Podemos bañar a Winter? Huele a comida para perros.
Sonreí. Así de fácil cambió el hilo de su conversación según como cambiaba el foco de su atención.
—Sí, Edward. La bañaremos mañana porque ya es muy tarde y no queremos que la pobre se congele ¿Te parece bien? —luego le enumeré todo lo que teníamos pendiente para con ella. —Tendremos que llevarle a un veterinario para que le coloque todas las vacunas que le faltan. Gracias al cielo ya está esterilizada, pero igual sería bueno que un médico la revise, y también necesitaremos un entrenador.
Asintió y aceptó todas mis recomendaciones pero siguió con la nariz arrugada hasta que bajamos del auto en la puerta de su casa. Alice salió corriendo emocionada hacia nosotros apenas escuchó el crujir del suelo bajo las llantas. Estacioné en frente de la puerta principal. Edward salió con la cachorra y ni bien había subido el primer escalón cuando Alice ya estaba pegando chillidos y apretujándola.
—¡Que hermoso! ¡Ay, por Dios, mira su naricita! ¡Awwww mira esos ojos bicolores! ¿Cómo se va a llamar?
—Winter. Y es una hembra. —la corrigió, lo cual pareció emocionar aún más a Alice.
—¡Oh! ¡Es una ella! Eres preciosa, Winter. Serás muy, muy, muy malcriada. Ya lo verás.
—Es muy lista. Si lo llamas por ese nombre, te presta atención. —agregó él.
—¡Vaya! —no sabía sobre qué otras cosas siguieron hablando aquellos dos pues entraron en la casa y se olvidaron de echarme una mano con las cosas que habíamos comprado para la pequeña loba.
Fue entonces cuando un par de manos adicionales se prestaron a ayudarme. Un risueño Carlisle, con un elegante pantalón negro y una camisa arremangada en sus antebrazos y unos costosos zapatos italianos sacó del maletero la camita de perros y un enorme saco de alimento que levantó con una facilidad pasmosa. Los músculos se le marcaban a través de la camisa cuando alzaba las cosas más pesadas. La señora Esme era una mujer afortunada al tener a un hombre tan guapo, inteligente y como si todo eso fuera poco excelente persona. Sonreí para mis adentros. Yo también me había sacado el premio gordo de la lotería, con unas cuantas condiciones especiales, pero premio al fin. Éramos mujeres afortunadas.
—Esme ha estado esperando toda la tarde a ver qué es lo Edward escogía. Ella esperaba que él prefiriera algo pequeño como un chihuahua o un maltés, así que supongo que estará decepcionada. —comentó Carlisle con su sonrisa cortés habitual mientras me acompañaba hasta la puerta con todos los artilugios en mano.
—¡Le juro que no pude hacer nada! Fue amor a primera vista. En ese se empeñó y como le había prometido que podría traerse el que quisiera… —intenté excusarme.
—No te preocupes, Bella. A mí en lo personal no me gustan los perros pequeños. Prefiero los grandes. —hizo ademán de contarme un secreto y susurró. —Mientras que mi esposa esperaba que aparecieran con una pequeña bola de pelos, yo rezaba interiormente para que se trajesen un San Bernardo o un Gran Danés. Me inquietan esas bolas de pelos miniaturas. Parecen pequeños peluches poseídos.
Mi cara de espanto le hizo mucha gracia y prorrumpió en carcajadas sonoras.
—¡No me imagino los destrozos que esa dos razas harían en una casa como esta! ¡No! ¡Ni loca!
Entonces ambos reímos.
Cuando llegamos a la cocina escuché unas voces masculinas que no reconocí pero no pude verlas porque preferí dejar los juguetes de Winter en la cocina, para no interrumpir a la visita. El patriarca Cullen en cambio no tuvo esa deferencia y se fue hasta la puerta que daba acceso al patio trasero para instalar las cosas del nuevo habitante. No lo seguí, pero decidida a no quedarme de manos cruzadas fui a llenarle el envase de agua y otro de comida a la mascota que ahora escuchaba corretear en el piso superior de la casa. Las risas amortiguadas de Alice y la voz de Edward acompañaban a los ocasionales ladridos de la pequeña. ¡Ojalá le gustara a la señora Cullen!
Carlisle reapareció en la cocina minutos después de acomodarlo todo, abrió el frigorífico y echó un ojo en su interior.
—¿Quieres tomar algo, Bella?
—Agua, por favor.
Asintió y sacó dos. Me entregó una, nos sentamos en la barra y bebimos de la botella como si acabáramos de llegar del desierto.
—¿Puedo preguntarte algo?
—Claro.
—¿No deberías acompañar a la señora Esme en la sala de estar? Deben de estar extrañados al ver que pasa de ellos con tranquilidad.
—¿Crees que estoy siendo grosero al no estar con ellos? —preguntó enigmático.
Las voces tanto de mi ángel como de Alice se acercaron pero parecieron desviarse hacia el área en cuestión. Un “awww” de la boca de Esme me hizo saber que no habría dramas sobre el futuro tamaño del cachorro. Ahora, más tranquila, respondí:
—Creo que podría verse de esa manera. Sí. —respondí con honestidad.
Carlisle sonrió satisfecho.
—Me parece bien, entonces. —y se quedó tan ancho como hacía su hijo cuando decía una de la suyas. Podría ser que mi ángel hubiese heredado ese gesto, o su padre lo copiara de él ¿Quién podría saberlo?
—¿No te agradan esas personas? ¿Quiénes son? Si se puede saber.
Torció los labios en un mohín de desagrado como si tuviese un mal sabor en la punta de la lengua. Chasqueó.
—Es el gerente de la tienda en donde ella compró todos los muebles para redecorar tu casa… —<<¡Ay mierda no!>> —Que da la casualidad que es su exnovio. —parpadeé atónita. Así que esta era una pataleta celosa tal cual como las que su hijo menor me armaba en ciertas ocasiones.
Cada día conocía un poco de los Cullen y nunca dejaba de asombrarme, sobre todo con respecto a lo que tocaba a Edward y Carlisle, quienes a pesar de haber pasado alguna temporada alejados (aun cuando seguían viviendo juntos) parecían calcados el uno del otro. Compartían gestos y hasta rasgos de su carácter; como en  ese momento me podía percatar en aquel arranque de posesividad. Casi sonreí. —No creí que alguna vez volveríamos a ver a ese bastardo. —hablaba más para el mismo que conmigo. —Si hubiese sabido eso, me habría ido a Port Angeles donde compramos la silla de Edward. ¡Mierda!
Abrió los ojos sorprendidos para con él mismo. Yo hice lo mismo, era la primera vez que lo escuchaba decir una mala palabra.
—Lo siento mucho, Isabella. No debí haber utilizado ese lenguaje delante de una dama.
—Una dama que también las dice de vez en cuando, Carlisle. No te preocupes. —le guiñé en broma. —Nadie se ha muerto por decir o escuchar una mala palabra.
Sonrió apenado.
—Supongo que tienes razón. Puede que te parezca infantil mi comportamiento pero es que…nunca lo soporté. Jamás. Desde la secundaria…
—¿La secundaria? ¿Hace tanto que se conocen? —pregunté alarmada.
Torció la boca.
—Me haré de la vista gorda, como si nunca me hubieses llamado viejo de manera disimulada. —ambos nos reímos. —El caso es que él era el novio de Esme cuando la conocí. El típico jugador de fútbol. Moreno, fornido; como cualquier italiano;  y presuntuoso con todo aquel que lo rodease.  En ese momento era mariscal de campo y no le gustó nada que el nuevo quaterback que acababa de llegar a la escuela estuviese recibiendo más atención por parte del entrenador y hasta de su chica. ¡Me tocó pelear duro para que se fijara en mí y eso a él no le gustó precisamente. En dos ocasiones terminamos con ojos morados y labios rotos por ella. En su caso, hasta una costilla rota. —me guiñó un ojo en complicidad antes de susurrarme cerca: —Soy descendiente de irlandeses. No solemos pelear limpio.
—¡Que romántico! De una manera neandertal, pero romántico al final.
Desearía no haber dicho nada pues me miró como si estuviese totalmente loca. Pero es que ¿Cómo resistirse a la esencia de los hombres Cullen en su más básica expresión? Casi podía imaginármelo como si hubiese estado allí. Le habría apostado al rubio. Negué con la cabeza para mí misma. Supuse que la normalidad en cada individuo era relativa. Todos estamos un poco locos, como yo en ese momento desvariando acerca del pasado escolar de los padres de mi novio.
Edward, Alice y Winter en brazos de la segunda, irrumpieron en la cocina apropiándose de esta en toda su extensión.
Mi ángel se acercó a nosotros y se sentó a mi lado quedando justo en frente de su padre.
—¿Quién ese hombre que está con mamá? —Edward le preguntaba a un nada contento Carlisle.
—El “muy amable” gerente de la tienda de muebles en donde compró tu madre hoy.
—¿Y por qué la mira así?
—Así ¿cómo? —Oh, sí. Jamás le había visto tan arisco. Puede que los habituales ojos gentiles azul grisáceos de Carlisle hayan adquirido de pronto de un frío acerado.
—Como si se la quisiera comer. —Ayyyyy ¡Dios mío! ¡Mi ángel y su inocencia! Él no comprendía que estaba a punto de matar a su padre de un posible aneurisma.
Preferí ponerme en pie y comenzar a repartir unas copas de helado para ver si así los ánimos se enfriaban un poco. Le hice señas con la mirada a Al para que no preguntara nada. Ahogó una risita y se dispuso a cocinar.

*.*.*.*.*
El encargado de la obra en mi casa llamó esa noche para informar a Esme que la remodelación había llegado ese día a un punto en el que mejor las habitantes de ese lugar plagado de cemento, pintura, olor a barniz y otros agentes intoxicantes pasaran las próximas tres noches en otro lugar. Así que tuvimos que ir a por ropa para ese tiempo y volver. Alice ocupó la otra habitación que había dispuesta para huéspedes que colindaba con la de Emmett y yo en la que había estado viviendo hasta hacía pocas semanas. Casi ya un mes. ¡Como pasaba el tiempo!
Edward insistió en acompañarnos y estuvo horrorizado todo el rato. La casa era un completo desastre. Plásticos protectores por aquí, montones de polvo por allá, madera por aquí, concreto por allá, pintura por aquí selladores por acá. Toda una pesadilla visual para el espectador. Aunque ya se podía adivinar bastante de los cambios y me encantaba lo espaciosa que comenzaba a verse en la mayoría de la planta principal.
Tanto Alice como yo nos movimos a la velocidad de la luz y metimos en nuestras respectivas mochilas unos cambios de ropa, calzado y artículos personales imprescindibles para los días venideros. Luego salimos corriendo de allí. Los tres empezábamos a estornudar por el polvo que levantábamos al caminar.
Llegamos a la casa “C”, Esme nos instaló y cada quién fue respectivamente a hacer lo que quería. Noté con curiosidad que esa noche Carlisle insistió en llevarse a su esposa temprano a la alcoba. Sonreí divertida. ¡Ah, estos astutos hombres Cullen!.
Edward y una apestocita Winter permanecieron en mi habitación temporal mientras tomaba una ducha. Uno había tomado un rápido baño mientras yo acomodaba mis cosas en gavetas y percheros. La otra necesitaba agua y jabón ¡Con carácter de urgencia!
Salí ya vestida con un pantalón largo de algodón de color negro y una sudadera extra grande de los Yankees. Me había tomado un tiempito extra para cepillarme el cabello y evitarme una innecesaria gripe. Así que me fui directita a la cama y me colé debajo del edredón. Era una noche especialmente fría. Mi ángel siguió mi ejemplo quedando justo a mi lado. Abrazándome.
La cachorra pretendió hacer lo mismo pero no le dejé. Ya cuando estuviese limpia no sería tan remilgada. Un poco tristona, se apretujó y acostó a los pies de la cama, el suelo era de alfombra así que no pasaría frío.
—Huele mal, pero no quiero que duerma afuera con este clima. —dijo mi ángel entre tanto acariciaba mi cabello que aún permanecía caliente cerca de mi cráneo. Sus dedos me relajaban así que lo dejé hacer sin importarme si me estimulaba las glándulas cebáceas.
—No hay problema mientras se quede en la alfombra. Estoy a punto de quedarme dormida por lo que no estaré muy pendiente de su olor en muy poco tiempo. —le contesté con voz pastosa por el sueño.
—¿No vas besarme?
Reí.
—Por supuesto, ángel. Alguien tiene que hacer ese trabajo duro. —bromeé.
Tomé sus labios entre los míos sin ninguna prisa ni desespero. Lo besé dejándome llevar por la ternura que despertaba en mí verlo tan tranquilo y relajado en ese instante. Deslizó la boca por mi barbilla, por mi cuello, pero lo detuve en lo que sentí que sus manos se colaban bajo mi sudadera.
—¿Ángel?
—¿Hmmm?
—No.
—¿Por qué?
—Estoy destruída. Probablemente me quede dormida antes de que logres quitarme las bragas y no creo que quieras hacerlo así.
Gruñó, se tomó un respiro pero se negó a sacar sus manos de mi sudadera. Dejé que sus manos se quedaran sobre mis pechos mientras nos rendíamos al sueño. Al fin y al cabo mi cuerpo ya no era mío. Hacía mucho tiempo que se lo había entregado en custodia junto con mi alma.
<<La entrega del alma pagana a un ángel.>> me reí nostálgica sin hacer ruido alguno.
Esa noche soñé con luces celestiales, alas emplumadas y un ángel de cabello cobrizo con ojos de tormenta azulada.

*.*.*.*.*
Por la mañana, tras desayunar, Edward y yo llevamos a Winter al patio trasero para su primer baño. Agradecimos que el cielo estuviese despejado y que unos débiles rayos de sol nos alcanzaran brindándonos su calidez.
Terminamos los tres bañados pero solo uno limpio. Se había sacudido innumerables veces llenándolos de agua y de jabón, luego de pelos mientras la peinábamos. ¡Estábamos hechos un asco ambos!
—¡Pero cuanto pelo suelta! —se quejó Edward escupiendo otro pelo que se le había colado en la boca. No pude evitar reírme y en ese momento yo también atrapé uno que estaba en el aire.
Tuvimos que irnos a bañar de inmediato si alguno no quería terminar con una alergia severa o algo así.
Esme le indicaba a Winter que no podía volverse a orinar en la puerta de la entrada y el animalito la veía con cara de haber partido un plato, y como ella era toda bondad terminó la regañina con un beso en su cabeza peluda. ¡Al traste en esta casa con la disciplina animal! Si Cesar Millán nos conociera, de seguro nos diría a todos que la jefa de esa casa era Winter.
Antes de mediodía Carlisle había llegado a la casa con cajas de regalo forradas. Estaba emocionado, como todos nosotros abriendo la que nos dio a cada uno. Esme, Alice y yo abrimos el papel sin mucho cuidado, Edward en cambio lo hizo con una delicadeza que se nos hizo casi tan entretenida como la sorpresa del regalo en sí.
¡Vaya! ¡Smartphones para todos!
Esme sonrió agradecida como si le hubiesen dado una camisa o maquillaje. Nada fuera de lo extraordinario. Alice y yo seguíamos entre encantadas y asombradas por haber recibido semejante regalo sin ninguna razón aparente. Porque si bien era cierto que los Cullen nos tenían en muy alta estima, nunca nos imaginamos que nos considerarán tan parte de su familia como para tener unos detalles como los que estábamos recibiendo. Primero: remodelación completa de la casa. Segundo: tecnología de última generación.
Edward miraba el artilugio sonriente.
—Vi uno así en internet el otro día. Gracias, papá.
Carlisle le sacudió el hombro con cariño y besó su cabeza. Como si fuese su niño.
—Lo sé. Por eso te lo conseguí y no fue nada, hijo. Eso es para que estés en contacto con todos nosotros. Me pareció un buen momento para que comiences a comunicarte y no tengas que depender del teléfono de Isabella…Bueno, Bella, no me mires así. En fin, para independizarte un poco más.
Asentí satisfecha. Ya Dave Poomar y yo habíamos discutido sobre el tema. El no encontró nada por lo que alarmarse de momento. Yo distaba un poco de su opinión, pero decidí tragarme mis miedos y dejar que Edward avanzara. No era un niño, era mi paciente y mi novio. Así que era hora de ponerme mis pantalones de chica grande y dejarle enfrentar nuevos desafíos.
—Gracias, señor Carlisle. —agradeció Alice casi al borde de las lágrimas. La pobre había estado presentando muchos problemas con su celular en los últimos días y ya estaba pensando en que tendría que gastar a juro en uno nuevo, cosa que no le provocaba mucho pues ya estaba cerca la fecha de pagar una nueva cuota de la matrícula universitaria. Pero eso solo me lo había contado a mí.
Mientras que Alice se lucía ese día con la comida; en agradecimiento a semejante muestra de generosidad; yo me fui al patio exterior a llamar a alguien que tenía bastante abandonada.
—¿Angela?
—¡Oh por Dios! Hoy hay un terremoto. O peor, hoy habrá una inundación catastrófica en todo Forks y nos moriremos todos. —respondió la exagerada.
—¡Bah! No seas pesada.
—¡Es en serio, Isabella! Eres una amiga pésima. —se quejó con un tono casi infantil.
—Tienes mi número también, así que podrías darme un telefonazo de vez en cuando ¿Eh? —intenté desviar la diana que apuntaba justo a mi trasero para que me diese la flecha de la amistad.
—No no no, bonita. A mí no me culpes. Dijiste que estarías más en contacto conmigo y eso no ha pasado ¿Tan ocupada te tiene ese galán tuyo que ya no te acuerdas de tu pobre y miserable amiga?
—Oh sí. Me tiene muy ocupada, aunque mi amiga esté muy lejos de ser miserable. Porque si mal no recuerdo ella me habló la última vez de que salía con un tal Ben Cheney. —arranqué una florecilla lila de las que Esme tenía en el jardín pues ya estaba marchita. Su tallo estaba quebrado.
—Awww, si te acuerdas aún de mí. ¿Cómo has estado, Bella?
—Ocupada con Edward, pero muy bien. ¿Y tú?
—Igual, pero de viaje. Ben y yo hemos tenido que ir a unas conferencias en Seattle y en Cleveland. Fueron de lo más interesantes. —su tono de voz lascivo me indicó que lo “interesante” no habían sido en sí las conferencias sino el acompañante y las actividades extracurriculares. Me carcajeé.
—¿Pero ya estás de vuelta?
—Emmm. Sí pero no. Porque ya regresamos de Cleveland pero justo ahora estaremos en Tacoma tres días antes de irnos a Forks de nuevo. ¡Aún me queda mucha diversión por delante!
—Ni se te ocurra darme detalles. Voy a comer ahora.
—Mojigata. Pero cuéntame ¿Cómo sigue Edward? —de pronto se volvió una profesional de golpe y porrazo.
—Excelente. Es bastante comunicativo con su entorno, aunque le cuesta un poco más con los extraños. Responde perfectamente a los estímulos y es sumamente inteligente. De hecho, puede tocar en el piano una canción por puro oído. Es un autodidacta en toda regla. No le agrada mucho eso de estar leyendo partituras. Su profesora, que es una chica grandiosa y paciente, le insiste en que las utilice aunque no las necesite la mayoría de las veces. Según ella le está creando un patrón de conducta profesional. Es una excelente profesora, en serio.
—¿Has empleado con él la terapia equina? Ellos responden muy bien a esos procesos.
—La verdad es que no. Tengo fobia a los caballos y no sería capaz de ayudarle en una situación que se presente y los involucre a ellos. Pero ayer lo llevé y adoptó un perro, está encantado con él. Intentaré aplicar ciertos aspectos de esas terapias a través de su mascota. Los perros son mucho más manejables y menos atemorizantes para mí.
—Por supuesto.
Edward salió a mi encuentro en el patio y se me acercó curioso. Se me ocurrió hacer que estas dos personas, tan importantes para mí, se conocieran. Así solo fuera por este medio. Coloqué el altavoz.
—Angela, aquí está Edward. Salúdalo.
—¡Hola, Edward! ¿Qué tal estás? —tenía esa voz que ponía cuando intentaba no sonar demasiado emocionada. Pero fracasaba vergonzosamente.
—Bien ¿Quién es? —estaba receloso y su ceño fruncido indicaba que no se sentía del todo cómodo hablando con alguien a quien no conocía en lo absoluto.
—Es una amiga mía. Ella trabaja con personas especiales como tú, ángel.
Eso pareció relajarlo un poco.
—Es un placer conocerte, aunque no te puedo ver la cara. —dijo haciéndonos reír a ambas.
—Igualmente, aunque me gustaría que nos conociéramos en persona en cuanto llegue de viaje ¿Te gustaría? —la muy chismosa se moría de curiosidad…
Edward me miró.
—Se quiere ver conmigo pero yo no la invité a salir. —añadió desconcertado. Parecía como si quisiera disculparse por eso. Me dio mucha ternura su inocencia y le acaricié la cara.
Luego me dirigí al teléfono.
—Sí, chismosa. Edward y yo nos encontraremos contigo en cuanto llegues. Solo llámame.
—Vale. —y se quedó satisfecha.
Antes de colgar tuve que cerciorarme de que no hubiese dicho nada que pudiese comprometerme, aunque la verdad saldría a la luz muy pronto. Al menos para mis ex compañeros de trabajo.
—Angela, ¿Ben sabe de mi relación con Edward?
—¡No, en lo absoluto!
—Bien. —respiré un poco más tranquila. —Luego me encargo de eso.
—No me pareció educado sacar tu vida privada a la luz. No es problema de nadie. —sonreí complacida. Esa era lo que más me gustaba de ella. Su lealtad.
—Gracias, Ang. Llámame ahora que ya tienes este teléfono. Es mi nuevo número.
—Bien. Y recuerda, nos vemos en cuatro días, Bell. —entonces colgó dejándome con una sensación cálida en el pecho. Poco a poco las piezas y las personas importantes para mí iban tomando su lugar en mi a veces surrealista actualidad. Sin embargo, cuando me giré Edward me veía tenso, lo cual me sorprendió.
—¿Qué pasa? ¿He dicho algo malo? —pregunté con suavidad.
—¿Por qué no quieres que ese tal Ben se entere de nosotros? ¿Por qué no puede saberse que estamos juntos?
Sin duda alguna su actitud me tomó por sorpresa. Corrí a explicarme antes de que sacase conclusiones erradas.
—Porque se supone que a los ojos de mis colegas, eres mi paciente no mi novio. Aunque Ben se enterará pronto. Lo más seguro es que Angela quiera que salgamos los cuatro. —tomé una de sus manos entre las mías, besé su palma y las apreté. —Yo quiero que me acompañes y así él se dará cuenta. Así no tendría que enterarse por algún comentario que ronde por allí y que pueda dar pie a rumores como que yo estuviese contigo solo por interés. O como si te hubiese corrompido. Mi reputación laboral se vería seriamente afectada y eso es muy importante para mí. Pero discúlpame, no quise dar a entender que no quiero que sepan que estoy en una relación contigo.
Me abrazó comprensivo y buscó mis labios para un beso dulce y casto.
—Está bien. Lo comprendo, Bella. No quiero causar nada que te haga daño. Yo te cuidaré.
—Ya lo haces, ángel. —dije apretujada entre sus brazos.
Cuatro días después…
En la Bella Venecia, estábamos Angela, Ben, Edward y yo cenando animadamente. Después de la sorpresa inicial al enterarse del autismo de Edward y que tenía una relación más allá de la de paciente-enfermera, se comportó como si nada importara. Era un hombre grandioso como me había dicho mi amiga.
Angela por su parte estaba feliz de verme de nuevo. Tenía el cabello mucho más corto que la última vez que nos habíamos visto. Se lo había cortado al nivel de los hombros y le quedaba fantástico. Conversamos sobre sus viajes, las experiencias que habían tenido con pacientes de autismos de otros lugares que habían visitado en sus viajes. En ningún momento analizaron a Edward, solo lo trataron como mi cita. Y se los agradecí internamente.
Aunque muy pronto se evaporó la energía relajada. Al menos por mi parte.
—Cuéntenme ¿Cómo se ven en un tiempo?
—¿A qué te refieres? —gruñí.
—Viejos. —aseveró Edward. Angela y Ben estallaron en risas pero yo no tuve la inclinación de hacerlo. Seguía tensa. Sabía hacia donde se dirigían los derroteros de esta conversación y aún no había hablado con Edward sobre ello.
—Ya saben…luego de tener cierto tiempo de novios. ¿Qué harán después?
¡Yo la mato!
—Tu amiga tiene razón, Bella. ¿Qué haremos después?
—No lo sé, ángel. El tiempo lo dirá. Vamos paso a paso ¿Recuerdas? —le tomé la mano y lo miré a los ojos intentando que comprendiera mi punto de vista. Y quizá también el temor que ahora se me comenzaba a formar en la boca del estómago. —Ya hemos hablado sobre eso.
—No hemos hablado sobre casarnos. O vivir juntos. —negó indignado.
Suspiré paciente.
—Sobre eso no, ángel. Sobre hacer las cosas lentamente.
—Ah. Sobre eso sí ¿Pero nos casaremos? —insistió curioso.
—Yyyo…yo…no sé…tú…
—No entiendo lo que dices. —respondió confundido.
Respiré profundo contando mentalmente hasta diez y luego hablé.
—Ángel, casarse no es ir a una casa bonita y vivir un feliz para siempre. Es algo mucho más complicado. Debemos considerar muchas cosas primero y luego tomaremos una decisión.
La muy arpía de Angela hacía su mejor esfuerzo en sofocar sus risas con la copa de vino que tenía en su mano en ese preciso momento. Sentí un fuerte impulso de tirarle a la cabeza un trozo de pan. O patearla por debajo de la mesa. No lo hice porque temí toparme con la pierna de Ben. El pobre no tenía la culpa de tener a esa diabólica por novia.
—A mí me parece que están muy bien ahora. —añadió Ben al darse cuenta del apuro en que estaba metida. Se lo agradecí con la mirada y amenacé a mi amiga con la mirada.
—Tenemos una perra. —añadió mi ángel con no poco orgullo. Incluso se había cuadrado de hombros. Como si estuviese pavoneándose ante los demás de algún logro. Tan tierno.
—Vaya. Eso es un gran paso. —le contestó Ben. Le miraba gratamente sorprendido.
—Sí. Da mucho trabajo porque no es muy ordenada ni huele bien siempre, pero es una gran mascota.
Y las conversaciones sobre Winter se extendieron hasta casi la hora de despedirnos. Angela y yo quedamos en vernos de nuevo, pero solas y Ben insistió en encontrarnos de nuevo los cuatro para cenar en la próxima semana. Edward accedió encantado.
Cuando regresamos a la casa, ya todos estaban acostados, excepto Winter que nos esperaba en la puerta y que casi se muere de un infarto de tanta felicidad a lo que pasamos la entrada. Me quité los tacones pues tenía los pies destrozados y me disponía a subir las escaleras cuando una visión de Edward me consumió casi en su totalidad:
Mi ángel estaba abrazando a aquella pequeña mestiza de lobo siberiano con mucho cuidado de no hacerle daño y mi corazón se paralizó. Cuando no creía que podía ser más perfecto, más puro e incorruptible, entonces se mostraba ante mí con un aura de luz y paz mientras hacía lo que mejor sabía hacer. Amar. Amar a todo aquel que lo dejase entrar en su vida.
Así era mi ángel. 

*.*.*.*.*
¡Hola, mis chicas! Muchas gracias por tanto amor en sus comentarios tras cada capítulo. En serio me encanta leerlos y saber qué tanto estoy logrando tocarlas con mi historia.
Quería pedirles disculpas por no publicar la semana pasada, pero me pasó que la musa se fue y tardó algunos días en regresar. Y de nuevo tengo que darles las gracias por ser tan pacientes.
Ya estamos en la recta final…¡Que locura!
Nos seguimos leyendo.

Marie C. Mateo

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