
“Mías”
Edward POV:
Cuando
me iba a la cama de niño; Esme solía acompañarme a mi habitación y contarme
alguna historia corta y motivadora. O hablarme sobre lugares que deseaba
visitar y que aún no había hecho. Recuerdo que en una ocasión se refirió a su
deseo de tener una casa en el campo en donde pudiese aislarse del estresante
modo de vida neoyorquino. También recuerdo lo hermosa y resplandeciente que se
vio cuando mi padre le dijo que tenía una sorpresa para ella. Mi madre preguntó
la razón y él solo se encogió de hombros, la besó en los labios con ternura y
le dijo:
—No
necesito motivos para ponerte el mundo entero a tus pies. —allí fue cuando le
dijo que la casa que había sido de los padres de él finalmente estaba a su nombre.
Ya que era su único descendiente vivo y en Adirondacks era ilegal la compra o
venta de tierras, por ser un Parque Nacional, Carlisle era el único que podía
encargarse de aquella propiedad.
En
ese momento pensé, ilusamente, que tenía la familia perfecta. Supongo que es
normal que un niño piense eso lo que dure su creencia de que el mundo es un
lugar tan lindo como te lo muestren en tu hogar. Y supongo también que es
normal que conforme pase el tiempo, nos volvamos más cínicos y realistas, que
entusiastas de la vida que tenemos.
Esas
cavilaciones venían a mi mente cada vez que pisaba Hope. Si bien era un lugar precioso que me recordaba innumerables
experiencias inigualables también era el espectro de lo que había sido y ya no
sería puesto que la vida da muchas vueltas. No es como si estuviese encerrado
en una mierda tipo trauma o algo así, pero si tenía un defecto que reconocer
ese era el de darle demasiadas vueltas a las cosas. En los negocios me
resultaba como un boleto de éxito casi seguro, en la vida personal era mi
infierno personal.
Sin
embargo, ahora había una variante que me daba la fuerza necesaria para querer
fabricar mis “buenas experiencias” sin importar qué hubiese ocurrido en el pasado,
que persona me decepcionara o viceversa. Y con toda la poca humildad que tenía
que reconocer podía decir que esa “variante” era toda mía. Pero el estar al
tanto de eso no era tan perfecto como se podría creer ya que una parte de mí estaba
aterrorizada de atrever a lanzarme de cabeza en una relación y la otra estaba
ansiosa por conocer todo lo que Isabella Swan era capaz de entregarme. Sí,
entregarme. Mi egoísmo en cuanto a ella alcanzaba niveles estratosféricos con
cada segundo que pasaba pegado a su cuerpo.
Justo
como la tenía ahora. En plena ducha, de espaldas a él y sin ser consciente de
cuán a sus pies me tenía en ese momento.
Mordí
su cuello cuando sentí que sus paredes comenzaban a estremecerse y salí de
ella.
—¡No!
¡Arg! ¡Odio que me hagas…! —se calló cuando volví a penetrarla de golpe. Echó
su cabeza hacia atrás y se golpeó su cabeza contra la pared recubierta de
piedras que simulaban un ambiente salvaje. Se llevó la mano a la zona aporreada
y nos echamos a reír como tontos. —¡Ouch!
—se quejó brevemente entre risas.
Bajé
la pierna que ella había colocado instintivamente en mi cadera y tomé su cabeza
entre mis manos para asegurarme de que no se había roto o algo por el estilo. Pero
eso sí…con mucho cuidado de no salirme de mi lugar favorito en el mundo…cuando
así era mi deseo.
Bella
respingó cuando palpé la protuberancia que le había dejado el golpe en la
cabeza. Dejé un reguero de besos por un costado de su cara y me disculpé tantas
veces como pude. Revisé de nuevo la zona afectada; a pesar de las quejas de
ella; pero respiré profundo al ver que solo era una pequeña contusión.
—Me
ha salido un “huevo” en la cabeza ¿Cierto? —preguntó intentando fingir
indignación.
—Sí.
Así que trata de ser más cuidadosa cuando tienes sexo en la ducha. —respondí
con todo el descaro del que fui capaz.
—Sí.
—puso una expresión que parecía decir: ¡Serás – hijo – de – perra! Pero tras
pensárselo mejor, terminó añadiendo con una sonrisa malévola:
—Buen
punto. Aunque puede que el próximo
sea mucho más delicado que tú.
Fue
solo imaginar a otro sumergido entre sus muslos, y entonces el fuego que me
abrazaba cada vez que la veía con Jacob me recorrió de pies a cabeza ¿Qué era
un inmaduro? Sí ¿Qué era absurdo y quizá hasta enfermizo? Vale. Pero intenten
explicarle de raciocinio a los celos.
¿Cómo
no iba a ser posesivo con aquellos ojos y cabello chocolate que me deslumbraban
cada que quieren con su brillo? Con aquella piel nívea y cremosa. Con aquellas
tenues pecas que le salpicaban sus mejillas y nariz, haciéndola lucir un poco
aniñada. ¿Cómo no ser posesivo con aquellas curvas de su cuerpo, que si bien no
eran exageradas, me acomodaban tan bien a ellas?
No.
De ninguna maldita manera permitiría que otro le poseyera. Jamás. Había pasado
por demasiado para poder llegar hasta Bella.
—Apuesto
mi oreja izquierda a que te lo estaba imaginando ¿verdad, señor Cavernícola?
Negué
en un intento fútil para disimular el hilo de pensamientos en el que había
estado inmerso.
Acarició
con suavidad mi húmeda mejilla. La ternura se apropió de sus rasgos.
—¿Qué
vamos a hacer con esa compulsión neurótica que tienes, Cullen?
Me
encogí de hombros restándole importancia al asunto.
—¿Pasarla
por alto?
—Por
ahora me parece bien. Tengo cosas más…importantes que hacer. —sonrió mientras
adelantaba sus caderas introduciéndome lentamente en ella.
Apreté
los dientes con fuerza al volver a estar consciente de la tibia humedad que me
apretaba el miembro.
—Si…
—grazné. —Eso es muyyyyy importante.
Con
cuidado la retiré de la pared de piedras que estaba caliente por el vapor que no
dejaba de emanar de la ducha, así como el agua tampoco. No fue precisamente
nuestro momento más ecológico…pero ya me encargaría luego de mandar a sembrar
árboles, ahora solo estaba consciente de ella. De la sensación exquisita que me
producía poseerla por completo.
Tomé
sus nalgas sin mucha delicadeza y la subí a mis caderas para posteriormente
pegarla contra la puerta cristalina de ducha. Endurecí mis acometidas y en
tiempo récord ambos estábamos jadeando frente a la boca del otro. Saboreando
nuestros alientos mezclados con el aroma del shampoo afrutado.
Lanzó
un gemidito que fue entre tierno y gracioso. De hecho, si no hubiese estado tan
cerca del orgasmo, probablemente me habría reído, pero el final estaba
demasiado cerca. Y cuando llegó para Bella, sentí una punzada de exquisito
dolor a la altura de un pectoral y eso fue lo que me lanzó de cabeza al
éxtasis.
En
cuanto pudimos, reanudamos la ducha-sexo-ducha y salimos para arreglarnos.
Terminé mucho antes que ella ya que solo necesité calzoncillos, vaqueros y
camiseta de algodón. Ah, y un poco de desodorante que nuuuuunca está de más.
Pasé totalmente del calzado y así me fui hasta la cocina en donde Sue estaba
ayudando a la señora Dohner a preparar lo que fuese que estuviese en aquellos
fogones. Olía exquisito. Y al parecer el hecho de que más personas le
estuviesen haciendo arrumacos, a Lizzy le fascinaba, pues descansaba sobre su
silla vibratoria en el amplio islote de granito con una sonrisa complacida que
alternaba con babear su inseparable sonajero. La imagen me enterneció más de lo
que quería. Fácilmente podía acostumbrarme a ver esa graciosa boquita babeante
a diario, sin importar cuantos sonajazos recibiera, cuantos pañales sucios
debiera limpiar o con cuantos berridos de madrugada debiese lidiar.
Sí.
Esa pequeña bolita con cabellos negros se quedaría conmigo a pesar de todo y de
todos.
Caminé
hasta ella y deposité un beso en su cabecita peluda. La señora Dohner, o
Marilyn para mí, se giró al percatarse de mi presencia y salió corriendo a mi
encuentro desbordante de emoción.
—¡Edward,
que guapo estás! — me abraza con fuerza y me besa la mejilla. —Eres la viva
imagen de tu padre. — luego se acerca a mi oído y susurra en ton—o
conspirativo. —Pero mucho más bello.
Le
coloco un brazo sobre su hombros y me carcajeo.
—Hablas
como si fueses una anciana, Marilyn. Esos cincuenta y…
—¡Shhhhh!
¡Calla, maleducado! —me soltó un golpe con el paño de la cocina que tenía
guindado en el hombro y que me hace soltarla para sobarme el antebrazo. Me pica
el área pero continúo riendo. Se me olvidaba que a ella no le iban demasiado
las delicadezas. Levantó el dedo índice para señalar: —La edad de una mujer no
se pronuncia en voz alta después de los treinta y cinco.
Sue
rió entretenida por nuestra conversación.
—No
tienes ni un minuto viéndome y ya me andas dando de trapazos. Eso no es muy
cordial. —agregó sin demasiado convencimiento mientras destapo las ollas y
sartenes. Volteo a verla con cara de satisfacción. —Estofado de cordero. ¡Mi
favorito!
Pone
un gesto pretencioso y se contonea hasta que alcanza la cacerola y revuelve su
contenido con una cuchara de madera que tiene más años que Dios, pero que ella
se niega a botar por ser una reliquia familiar.
—Estoy
anotando cada detalle para luego preparárselo, señor. —dice Sue muy sonriente.
Se le ve relajada y en su elemento. ¿Pero quién no se va a sentir cómodo con
una mujer como Marilyn? Ella es todo lo que esperas de una mujer del campo.
Amable, graciosa, cariñosa y ¿Por qué no decirlo? Muy guapa. Para los cincuenta
y ocho años que tiene se mantiene magníficamente. Su cabello castaño medio le
llega hasta la cintura pero mantiene la mitad recogida con un gancho dorado
recubierto en piedras de fantasía en color turquesa que le resaltan el brillo
dorado que despide la luz que se refleja en el. Y cuando ves su sonrisa; que no
se ve eclipsada en lo absoluto por unas líneas de expresión que le han salido
alrededor de los ojos, comprendes porque su esposo se enamoró de ella a los
dieciséis años y está casado desde los dieciocho. Aún su mirada brilla cuando
la ve aparecer en la sala de repente.
Y
no es que Joshua sea un blandengue o algo por el estilo. El hijo de perra es un
hombre muy grande y fornido capaz de desmayarme de un solo puñetazo si se lo
propone. Y contra eso muy poco pueden hacer mis antiguas clases de tae won do. Al
parecer recoger y cortar leña es mucho mejor ejercicio. Pero a pesar de todo
eso, su mujer de no más de metro sesenta y de contextura medio gruesa, lo tenía
en la palma de su mano.
Entonces
apareció la mujer que “me tenía a mí” comiendo en su mano. Tenía su cabello
recogido en una trenza suelta que le caía por un hombro, con su cara lavada a
excepción de sus labios en donde lucía un tentador brillo rosa. Usaba un
vestido largo de color azul marino y sandalias planas en tono crema. No llevaba
brassier pues sus pequeños pechos eran mantenidos en el sitio por los
triángulos de tela que se anudaban en su cuello. Tuve que resistirme muchísimo
al impulso que me instaba a volver a la habitación con ella y repetir lo que
hasta hacía poco habíamos estado haciendo.
—¿Hay
algo que te guste, Cullen? —preguntó entretenida.
Sonreí
lascivo.
—No
me provoques. Bien sabes que no seré yo quien se avergüence si empiezo a soltar
perlas por esta boca.
Le
atraje por la cintura hasta mí y se la presenté a la mujer que me conocía desde
que era un niño.
—Marilyn,
conoce a la señorita Isabella Swan. Bella, Marilyn es una amiga muy preciada
por mí y además es la ama de llaves de Hope. Y como si fuera poco, la esposa de
Joshua.
Bella
se adelantó y tendió su mano.
—Un
placer, señora Dohner. Hace un trabajo magnífico en esta casa.
Marilyn
por su parte miró la mano extrañada, pero cautelosamente la estrecho y sonrió
con rigidez.
—El
placer es mío, señorita. Muchas gracias.
Asintió
y se dio la vuelta para seguir atendiendo los guisos.
La
actitud de ella me pareció extraña. Marilyn era la persona más amable y
encantadora que conocía por esos lados. Jamás la había visto tan tensa como en
ese momento. Más no quise hacer una tormenta en un vaso de agua así que opté
por no darle mucha importancia al asunto y sentarme en el islote en el que
estaba Lizzy. Bella hizo lo mismo.
—¿Desea
tomar algo, Bella? —preguntó Sue, solícita como siempre.
—Coca
cola estará bien, Sue. Gracias.
Marilyn
la miró por encima del hombro con disimulo y frunció el ceño. ¿Qué demonios le
pasaba? Tendría que hablar con ella más tarde me dije a mí mismo.
En
ese preciso instante entró una llamada a mi celular. Lo saqué de mi bolsillo,
miré la pantalla y suspiré con cansancio.
—¿Quién
es? —preguntó Isabella.
—Es
Carlisle.
—¿Quieres
que responda por ti y le diga que saliste?
Medio
sonreí y acaricié su mejilla con la ternura que me causaba que ella siempre se
sintiese impelida a defenderme. Negué con la cabeza.
—Ya
lo atiendo yo. A saber que quiere ahora. —acepté la llamada. —Dime.
—Hola,
Edward ¿Cómo va el viaje?
—Bien.
¿Qué necesitas?
—No
hay necesidad de ser tan cortante. —contestó claramente irritado.
Me
restregué los ojos con frustración.
—Voy
a comer y no quiero que se me enfríe el almuerzo. —mentí pero no quería
responderle lo que se me había venido a la mente en un primer momento. No había
necesidad de ser tan grosero.
—Bien.
Ya veo que todavía no puedo tener una conversación tranquila contigo. —suspiró.
—Necesito el informe de contaduría sobre la relación del pago de honorarios
profesionales del departamento de tienda.
Fruncí
el ceño extrañado.
—Lo
dejé en mi departamento. Tú mismo me lo entregaste para que lo revisara ¿Cuál
es la prisa? Eso puede esperar tranquilamente al lunes.
—Ya
sabes que no me gusta esperar. Me encuentro en la oficina y quise echarle un ojo a eso. Quiero decidir lo más
pronto posible el aumento de salario de los trabajadores de ese departamento.
—¡Pero
si no se llevará a cabo hasta dentro de mes y medio!
—No
importa. Pasaré por tu casa para poder trabajar en eso.
Cerré
los ojos cansado.
—¿En
serio no puedes darme paz un fin de semana? ¿No puedes esperar?
—Lamento
molestarte, hijo, pero no. No. No puedo. ¿Te molesta si paso por tu casa a
recogerlo?
—Haz
lo que gustes. Está sobre el escritorio
de mi despacho. Adiós.
Colgué
sin esperar su respuesta.
—¿Qué
pasa? —preguntó Bella tensa.
—Mi
padre como siempre haciendo gala de su adicción por el trabajo. —sacudí la
cabeza negándome a darle más tiempo del que ya le había concedido. —¿Está lista
la comida?
Marilyn
asintió y me sonrió de manera genuina.
—Dame
cinco minutos mientras pongo la mesa.
Bella,
que estaba arreglando la coletita que tenía Lizzy, se puso en pie.
—Yo
puedo hacerlo. —me miró. —Es más, ambos podemos ¿Cierto, Edward?
Asentí
y me puse en pie de inmediato.
—No
hace falta, señorita. —agregó desconcertada mientras se secaba las manos
después de lavárselas en el fregador. —Ya me encargo yo.
—Tranquila,
señora Dohner. Puede ir sirviendo mientras nosotros ponemos la mesa.
La
mujer no le llevó la contraria y se limitó a buscar fuentes en donde servir la
comida.
—Mmmm.
Me pone cuando te impones. —le susurré
acariciándole el trasero sin que nadie pudiera vernos.
Volteó
a verme alarmada.
—Esa
no fue mi intención. —me dijo con un grito ahogado. Como si hubiese cometido el
peor de los errores.
—Deja
el drama. —sonreí y le di un beso en los labios.
Pasé
a la cocina y saqué platos, cubiertos, vasos, individuales y servilletas. Sue
se disponía a darnos una mano cuando un ruido nos alertó que Lizzy necesitaría
que le cambiaran el pañal. Bueno, eso y que su carita se puso roja y graciosa
cuando hacía fuerza.
Colocamos
todo en su sitio hasta ayudamos a colocar las fuentes repletas de comida.
—¿Por
qué cinco platos? —Marilyn estaba extrañada mirando a la mesa.
—Porque
Bella quiso que todos nos sentáramos a la mesa a comer. A mí me pareció buena
idea. —dije con entusiasmo pero también con un tono que no permitía réplica
alguna.
Joshua
no tardó en llegar y unírsenos a la mesa. Sue llegó con una enérgica Elizabeth y
tomó asiento, no antes de que yo tomase a la pequeña y la pudiese en mi regazo.
Ella estuvo entretenida con una servilleta de tela, mordisqueándola. Sus
dientes ya venían en camino así que esa era su manera de calmar el picor.
Comimos en medio de conversaciones, anécdotas y risotadas. Joshua me avergonzó
frente a Isabella cuando recordó la vez que él, Emmett y yo fuimos a recoger
leña en una navidad. El bungalow no estaba aún construido, y hacía poco que
habían sacado un viejo árbol que estaba en su lugar y que era una amenaza para
una parte de la casa si llegaba a caerse. El hecho es que me olvidé por
completo del hueco que había en el suelo y me desaparecí de la vista de ambos
en menos de dos segundos. Emmett se burló de mí durante todas las navidades.
Muy poco le importó que me hubiese lesionado un brazo, de hecho ese era el
recordatorio de mi caída. Y Joshua…bueno…aún se reía a mi costa.
Ahhhh,
pero yo no me quedaba atrás cuando se trataba de historias vergonzosas. Le
borré la sonrisa del rostro a Joshua cuando conté la vez en que Emmett y yo le
habíamos escondido la ropa una tarde en la que habíamos ido a nadar al lago
Willow. Le tocó que salir completamente desnudo a perseguirnos unos cien metros
aproximadamente antes de que le diéramos las prendas. Bella y Sue se agarraban
los estómagos de reírse por las maneras en que contábamos las historias.
Y
por un fugaz momento fui consciente de algo: era la primera vez que alguna de
las mujeres que había llevado a aquella casa se tomaba la cortesía de compartir
con mi personal en vez de querer estar pegada a mí todo el tiempo. También era
la primera que insistía en que Marilyn y Joshua se sentaran con nosotros en vez
de comer en la cocina, como usualmente hacían cuando yo iba de visita con
alguien.
Entonces
lo supe. Puede que no estuviese listo para decir las “dos palabras” pero sí que
estuve seguro de que Isabella sería la única para mí. Ya había pasado por una
cantidad ingente de mujeres de todo tipo, color y oficio y sin embargo solo
ella había tocado todas las fibras de mi ser incluso sin ser consciente de
ello. Era y sería mía sin importar lo que pasara.
Miré
a Lizzy que seguía removiéndose en mi regazo y luego a Bella. Sí, ambas se quedarían
conmigo. Para siempre.
Estar
frente al Lago Willow con Bella era una experiencia totalmente diferente a
todas las veces que lo había visto antes. Caminaba de lado a lado con los ojos
a punto de salírsele de sitio por el asombro. Los árboles, sus colores, el
agua, el aroma de la tierra y la vida silvestre, absolutamente todo era algo
nuevo para ella. Se levantaba la falda del vestido con las manos para poder
caminar entre la hierba y las florecillas. Harta de que las ramas se le metieran
entre los dedos, optó por quitarse las sandalias y caminar descalza por el
suelo. Insistió para que la siguiera y muy a mi
pesar, accedí. Odiaba la sensación de la tierra húmeda bajo mis dedos,
más ella parecía amarla. Se embarraba los dedos y corría como loca. Y verla de
esa manera; disfrutando como una niña; me dejaba disfrutar de ese lado de Bella
que casi no dejaba ver: el frágil.
Cuando
se cansó de curiosear cerca de cada abeto o abedul que tuviese cerca, se tiró
conmigo en toda la orilla del lago. Abrí mis piernas y se sentó en medio de
ellas. La abracé desde atrás y nos sentamos a contemplar el paisaje que
teníamos adelante. Nuestros pies tocaban el agua refrescante mientras
hablábamos.
—Gracias
por este fin de semana, Edward. Adirondacks es precioso y Hope es…increíble.
Tenía demasiado tiempo que no disfrutaba tanto de algo.
—¡Oye!
Hace pocas horas que tuvimos sexo. No hieras mi amor propio. —ella rompió a
reír.
—Me
refiero al lugar. Nunca había estado en un lugar tan precioso como este. —pareció
pensárselo por un momento y luego volvió a hablar. —Solo la casa del tío Cayo,
pero era muy sencilla comparada con esta hacienda. Pero tenía un terreno que
hacía que esa casita fuese el mejor lugar en que hubiese pasado algún tiempo de
niña.
Apoyé
la cabeza en su hombro y le hablé al oído:
—Nunca
me has hablado de tus padres ni de tu niñez. Creo que es justo que me digas
algo, ya que conoces muchísimo sobre mi familia. —gruñí. Sobre todo lo malo.
Se
agarró a mis brazos que la sujetaban por la cintura y se relajó contra mí.
—Reneé,
mi madre, es la independencia en su máxima expresión. Cualquier cosa que se le
parezca a ataduras le repele. Incluso si eso es una niña de cinco años, una
casa en un pequeño poblado y un marido controlador. Charlie, mi padre, es la
esencia de la autoridad concentrada en un solo ser humano. Siente la compulsión
de imponerse a cualquiera que se atraviese en su campo de acción. Ir en contra
de lo que él quiere, es como cometer la herejía del siglo. Así que para una,
fui un compromiso más grande de lo que ella era capaz de afrontar. Y para el
otro, una niña que exigía atención que luego se transformó en una adolescente
independiente fue demasiado incordio. Ambos coincidieron en algo, hartos en
algún punto de su vida aunque a diferentes etapas, me dejaron a mi aire.
Pasaron de mí totalmente. Dejando que cometiera errores y aprendiera de estos.
Solo mi tío Cayo; que en realidad no es mi tío; me tomaba en cuenta. —suspiró
con nostalgia y cerró los ojos. —Cayo era un viejo amigo de mi mamá que vivía
en Georgia. Cada verano, hasta mis quince años, vino a por mí para llevarme a
su casa a pasar vacaciones en su casa de verano. Me fascina el olor del mar y
del agua fresca. Me hace recordar aquella etapa.
—¿Qué
pasó luego de los quince? ¿No lo viste más?
Negó
con la cabeza.
—¿Por
qué? ¿No te buscó?
Volvió
a negar.
—Él
se mudó. Lo sé porque una vez me escribió una carta para despedirse de mí. Alegó
que sus hijos no aprobaban su cariño para conmigo y que si quería mantenerlos a
su lado tenía que permanecer lejos de mí. Así que hizo su elección y…aquí
estoy.
—Lo
siento, Bella. —besé su cabeza con mimo. Me daba pena que estuviese sola. Tan
ínfimamente sola.
—No
lo estés. Es cierto que he pasado por cosas fuertes pero no puedo decir que mi
pasado fue horrible. De hecho recuerdo al tío Cayo con mucho cariño, él me
brindó muy buenos recuerdos. Los más felices de mi infancia y parte de mi
adolescencia. Le agradezco mucho eso, pero supongo que su amor de padre pudo
más. No lo cupo por eso.
—Peo
tus padres…
Se
encogió de hombros como si nada importara ya.
—Ellos
solo fueron esclavos de sus acciones. Se supone que no tienes familia si no
estás dispuesta a cuidar de ella. O no debes creerte con el derecho de
controlar cada paso que dé una persona por muy tuya que la consideres. Todos
somos seres humanos y en algún punto nos podemos cansar.
—No
puedo creer que hables de ellos como si no te hubiesen hecho nada malo,
Isabella.
—Ni
tampoco nada bueno, Edward. —le restó importancia a mis palabras con
tranquilidad. —Simplemente fueron personas de paso por mi vida y que me dejaron
alguna enseñanza y siguieron. Así me gusta verlo.
—No
puedo verlo así. Lo siento. —admití. —Tengo problemas para tolerar todo lo que
ha pasado con mis padres. Simplemente no soy capaz de asimilar lo que han hecho
a través de todo este tiempo.
—Quizá
debas ver las cosas desde una perspectiva diferente. ¿Sabes una cosa? Al menos
ellos se han quedado contigo. Sé que te quieren y se preocupan por ti, solo que
se han puesto muchas corazas para que nada los dañe y precisamente es eso lo
que les está haciendo daño. Por ejemplo tu madre: Esme se apareció en tu
apartamento el día en que te dio la migraña, mientras dormías, y lloró por todo
lo que estaba pasando. La vi muy conmovida por cómo se han desarrollado las
cosas…
—Pues
no debería haber hecho…
—Edward,
cállate. —me interrumpió con firmeza. — No te erijas como juez moral. Tú has
pasado por mucho. Conoces de —primera mano lo que es vivir siendo señalado una
y otra vez por una persona a quien amas. Porque sí, tu “amas” a tu padre, a
pesar de todo. Por eso te sigue doliendo que aun lo haga.
Siseé
en desacuerdo.
Se
giró para reprenderme con la mirada y luego volverse a acomodar.
—Carlisle
también te quiere…sí. Y no me vuelvas a sisear o te meteré la cabeza en el lago
para que aprendas a respetar.
Apreté
los labios conteniendo la risa.
—En
fin…te quiere pero está tan acostumbrado a ser jefe que ya no sabe donde
terminan sus funciones como jefe y donde comienzan las de padre. Deberías
hablar con ambos por separado y buscar un punto medio en el que todos salgan
satisfechos. ¿Acaso no les echas de menos?
Pasado
un largo silencio, claudiqué y terminé aceptando la realidad.
—Sí.
A ambos.
Se
giró hasta colocarse a horcajadas hasta mí, lo que dejó su vestido sobre sus
rodillas. Hummm…
—¡Hey,
enfócate! —me soltó un manotazo en el brazo —Estamos hablando de algo
importante aquí. Nada de verme las piernas. Bien. Te decía que deberías hablar
con ellos. Quizá deberías empezar con Esme, tu madre necesita urgentemente que
alguien la haga sentir querida. No puedo imaginarme lo que es pasar de tener un
esposo amado y un hijo adorado a tener dos extraños con los que se habla
ocasionalmente. Eso debe de ser muy triste.
—Lo
es. —acepté de forma escueta.
—¿Qué
extrañas más de tu relación con ella? —no se molestó en disfrazar su descarada
curiosidad.
Hice
memoria y casi sin darme cuenta estaba sonriendo como tonto.
—Cuando
reñía con mi papá o cuando tenía algún problema que me parecía “serio”; Esme me
sobornaba con algún delicioso dulce para que le hablase sobre como me sentía
sobre ello y siempreeeee se salía con la suya. Era un perfecto cachilapo,
mangoneado por mi madre.
Bella
me miraba con dulzura.
—¿Sabes
cuál era mi favorito? El pastel de manzana. Mamá podía hacer confesarse hasta a
Jack El Destripador con ese plato. Le salía espectacular. Nadie lo prepara como
ella. —casi me avergoncé cuando reconocí algo llamado nostalgia en mi tono de
voz.
Apretó
una de mis manos contra su rostro y me sonrió con un brillo tan precioso que
pensé que me quedaría ciego en ese instante.
—Ese
joven Edward está todavía por allí. Escondido en algún lugar ¿Sabes por qué lo
sé? —negué con la cabeza. —Porque por primera vez desde que te conozco te
expresaste de ellos como “papá y mamá”.
Acarició
con mimo el borde de mi cara haciendo que me estremeciera. La miré con
expresión torturada y confusa.
—¿Qué
estás haciendo conmigo, Isabella Marie?
Se
acercó a mi boca y depositó un tierno beso en mis comisuras.
—Recordándote
cómo se siente dejarse querer.
Tomé
su cara entre mis manos y busqué sus labios con delicadeza. Como si tuviese
temor de hacerle algún daño. Nada tuvo que ver como hicimos el amor en aquella
ocasión. Nada de prisas ni durezas. Nada de desesperación o visceralidad.
Deslicé
las yemas de mis dedos por todo su cuello, desaté el nudo en su nuca y bajé las
tiras a la par que acariciaba sus hombros con mimo. Besé la presión de la
clavícula y poco a poco atraje su torso hasta mí. La alcé para que sus pechos
quedaran a la altura de mis labios y los besé con veneración. Me habían dado
tanto placer y la vez amor, algo hacía mucho tiempo me resistía a aceptar.
Subí
el resto del vestido y se lo saqué por encima de los hombros, lo dejé sobre la
hierba. La puse en pie y me incorporé luego yo. Me deshice de mi franela color
granate, mis vaqueros, mis calcetines y mis tenis. Nos quedamos solo con las
bragas y los calzoncillos. Más nos duraron muy poco, pues mientras nos
besábamos con anhelo y profundidad los fuimos empujando cada vez más lejos de
nuestras respectivas entrepiernas.
Cuando
por fin estuvimos desnudos, nos guié hasta el agua. Al principio el agua un
poco fría amenazó con acabar con lo que habíamos comenzado, pero pronto
nuestros cuerpos se habituaron a la temperatura y volvimos a partir desde el
mismo punto donde nos habíamos quedado.
La
subí a mi regazo, sus piernas se afianzaron en mis caderas y casi gruñí de
satisfacción al comprobar que una humedad diferente a la del agua se había
colocado entre sus labios. No perdí tiempo y con lentitud tortuosa me deslicé
dentro de ella hasta casi tocar su cérvix. Bella jadeó extasiada y comenzó a
moverse creando un delicioso vaivén en el agua que nos rodeaba, erotizando aún
más la situación. Besé su cuello mientras me dejaba apretar la espalda. Sus
paredes vaginales me apretaban completamente y me introduje todo cuanto pude.
Necesitaba todo ella, le di todo cuanto era en ese instante. Me aferré a su
cintura con la fuerza necesaria para moverla al ritmo que nos llevaría a ambos
a corrernos casi al mismo tiempo. Ella me abrazó fuerte y yo le tomé de la nuca
justo cuando jadeaba mi liberación en su oído.
Acaricié
su nariz con la mía una y otra vez mientras volvíamos a nuestros ritmos
regulares de respiración.
—Vamos
a casa. —musité. Más algo dentro de mi mente me indicó que ya estaba en ella.
Vimos
el crepúsculo caer antes de regresar.
Cuando
volvimos, Marilyn estaba en los fogones de nuevo. Esta vez Bella se atrevió a
preguntarle que hacía y ponerse a la orden para ayudarle. Yo tenía a Elizabeth
entre mis brazos que peleaba con el sueño tras un biberón completo. Sue tenía
una merecida noche libre y había salido al pueblo a pasear.
—Spaguetti
a la Bolognesa, señorita. ¿Desea algo más? ¿Le preparo una ensalada?
Bella
negó enérgicamente.
—Nada
que ver. Si quiere, rayaré el queso parmesano si le parece.
La
segunda pareció tomarse esa propuesta sorpresivamente bien. La miraba entre
cautelosa y satisfecha a la vez.
—¿Cocina,
señorita Swan?
—Me
encanta la cocina, señora Dohner. Pero nada de esas cosas gourmet. Soy más de
comida casera.
—¡Y
Mcdonalds! —la interrumpí.
Se
encogió de hombros mientras cortaba un buen trozo del queso parmesano que había
tomado de la alacena y se disponía a rayarlo.
—No
me puedo resistir a una buena hamburguesa.
Marilyn
sonrió complacida.
—¿Con
queso cheddar?
—¡Oh
si! Mucho queso.
—Mañana
podemos hacer unas. Pero le advierto que una vez que pruebe las mías ya no verá
con los mismo ojos a esas de franquicia.
Todos
nos carcajeamos y eso pareció despertar a la bebé, quien estuvo por un buen
rato malgeniada.
Bella
terminó de rayar el queso, se lavó las manos y me quitó a la pequeña y la llevó
hacia el cuarto que había hecho adecuar para ella. Incluso Joshua tuvo que
comprar una cuna con dosel para Elizabeth. Bella se había sorprendido cuando
vio la habitación en cuanto llegamos.
La
dejé ir sola mientras observaba trabajar a mi vieja ama de llaves y amiga en
los fogones.
—Ella
es diferente a todas ¿Cierto? —no aguantó más hasta que me lo dijo.
Asentí.
—Así
es, Marilyn. No se parece a ninguna que hayas conocido aquí antes.
Me
sonrió con orgullo.
—Ya
era hora, Edward Anthony Cullen. Habías tropezada demasiadas veces. —me sonrió
con la malicia que le daba la sabiduría femenina.
Si
bien Marilyn Dohner había sido siempre muy educada con cada mujer que había
llevado, nunca le había dado el visto bueno a ninguna. Ni siquiera a Tanya, a
quien parecía preferir lo más lejos que pudiese de su presencia.
Asombrado
por el poder de la intuición de las mujeres sobre lo bueno y lo malo, fui hasta
donde estaban las mías propias.
Fue
entonces cuando la encontré en la habitación de Lizzy. Con la pequeña entre sus
brazos escuchando con atención una preciosa melodía dulzona en italiano que Bella
canturreaba casi en secreto. Solo para ellas. No sabía un demonio sobre ese
idioma, pero en ese momento me sonaba como si fuese el lenguaje de los ángeles.
Al
menos una de ellas lo era. La otra era más como mi guerrera personal.
Mi
valkyria.
Esperé
en el umbral de la puerta a que finalizara la canción pero al parecer la
pequeña claudicó antes frente al sueño. Aun así Isabella seguía cantado
mientras la arropaba y acodaba el dosel para que ningún mosquito pudiese
despertarle.
Se
sorprendió al encontrarme parado allí. La tomé de la cintura y juntos fuimos
caminando hasta donde las voces comenzaban a sonar. Nuevamente en el área del
comedor.
—¿Sabes?
Tú me recuerdas a esas clases de historia que veía en la universidad. —le
comenté.
Me
miró con atención.
—¿A
qué te refieres?
—En
varias ocasiones hablamos sobre la mitología. La nórdica en particular me
pareció fascinante. Recuerdo que el profesor nos comentó sobre unas semidiosas
llamadas Valkyrias. Eran poseedoras de una gran belleza y fuerza interna. Eran
guerreras por naturaleza. A veces podían ser caprichosas y vanales, pero no
perdían de vista su misión que era estar listas para pelear en el Ragnarok…
Le
hablé por todo el camino sobre lo mismo. Solo durante la cena hicimos un alto,
luego la retomamos en la alcoba.
—¿Entonces
soy como una de esas semidiosas para ti? —sonrió complacida a mi lado.
La
miré. Estaba apoyada sobre una mano, son su cabello chocolate cayendo sobre una
mano y sonriendo tranquila desde su exquisita desnudez.
Por
supuesto que era mi disír.
—Sí,
lo eres. Somos una pareja extraña. La Valkyria y el Cavernícola.
Le
guiñé el ojo y volví a colocarme entre sus piernas para enseñarle uno de los
placeres que tanto dioses como mundanos disfrutamos con la misma devoción.

Muchísimas
gracias a todas las chicas que me han enviado sus reviews y que se han unido en
los últimos días a mi grupo en facebook. Me siento obligada a agradecerles
nuevamente por esa paciencia de santas que tienen para conmigo.
Un
besote para todas.
Suya…
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