
“Antes de ti”
Bella
POV:
Su
sonrisa hizo que me sintiera avergonzada a pesar de que esa no era su
intención.
—Canta
para mí, por favor. —me rogó de nuevo.
—No
quiero. No lo hago bien. —le apunté con el dedo. —Te quieres burlar de mí.
Puso
los ojos en blanco.
—No,
Bella. Solo quiero que repitas esa canción tan preciosa que cantaste para
Lizzy. En serio me gustó.
Abrí
la boca para protestar pero la cerré inmediatamente al no encontrar ninguna
pista en su mirada de que estuviese mintiéndome solo para luego regodearse en
mi falta de aptitudes para el canto. Así que finalmente empecé a cantarla
bajito…
Il tempo non
cancellera (El tiempo no borrará)
Il nostro amore restera (Nuestro amor quedará)
Tra le mie braccia ti vorrei (Entre mis brazos te quería)
Nella mia anima tu sei (En mi alma tú estás)
La vita non si fermera (La vida no se parará)
E un nuovo sole nascera (Y un nuevo sol nacerá)
Non sai quanto ti vorrei (No sabes cuánto te querré)
Nella mia anima tu sei (En mi alma tú estás)
Ancora tu (Aún tú,)
Nella mia mente solo tu (en mi mente solo tú)
Chiudo gli occhi e pensa a te (Cierro los ojos y pienso en ti)
Perche esisti dentro me (Porque existes dentro de mí)
Ripenso al blu degli occhi tuoi (Recuerdo el azul de tus ojos)
Ma ormaai lontani siamo noi (Pero ya lejos estamos)
Tu sei la gioia che vorrei (Tu eres la alegría que quisiera)
Nella mia anima tu sei (En mi alma tú estás)
Il nostro amore restera (Nuestro amor quedará)
Tra le mie braccia ti vorrei (Entre mis brazos te quería)
Nella mia anima tu sei (En mi alma tú estás)
La vita non si fermera (La vida no se parará)
E un nuovo sole nascera (Y un nuevo sol nacerá)
Non sai quanto ti vorrei (No sabes cuánto te querré)
Nella mia anima tu sei (En mi alma tú estás)
Ancora tu (Aún tú,)
Nella mia mente solo tu (en mi mente solo tú)
Chiudo gli occhi e pensa a te (Cierro los ojos y pienso en ti)
Perche esisti dentro me (Porque existes dentro de mí)
Ripenso al blu degli occhi tuoi (Recuerdo el azul de tus ojos)
Ma ormaai lontani siamo noi (Pero ya lejos estamos)
Tu sei la gioia che vorrei (Tu eres la alegría que quisiera)
Nella mia anima tu sei (En mi alma tú estás)
Y así seguí hasta terminar la canción. Le
traduje luego cada frase, pues Edward admitió no saber nada sobre italiano. Con
cada pedazo sus ojos se anegaban con unas lágrimas que peleó por no derramar.
Al final ganó él, quizá empeñado en no querer parecer un blandengue. Así de
obstinado era mi cavernícola.
—Ignoraba que hablaras italiano. —algo se perdió entre esas palabras. Los carraspeos y el intento de hablar sin que la voz no le temblase, específicamente. —Me sorprendes.
—Ignoraba que hablaras italiano. —algo se perdió entre esas palabras. Los carraspeos y el intento de hablar sin que la voz no le temblase, específicamente. —Me sorprendes.
Respondí
a eso con un encogimiento de hombros. Algo avergonzada, he de reconocer.
—No lo hago. Pero sí que me sé unas cuantas
canciones en italiano gracias a Il Divo.
—¿Il
Divo? —preguntó confundido. —¿Son un grupo…?
Asentí.
—Los conocí cuando aprendía español en la
universidad.
—¿Hablas
español?
Edward
me miraba boquiabierto. Asentí presumida.
—Sip.
Lo hablo muy bien. Como te dije antes, lo aprendí en la universidad.
—¿Y
eso?
—Necesitaba
los créditos…y estaba un poco enamorada del profesor.
¡Oh
vaya! Así que así era como miraban los dragones furiosos.
—No me digas…
—Sí.
—admití recordando con una sonrisita tonta. Subí el edredón casi hasta mi
cuello mientras fingía ser una jovencita enamorada de su profesor (aunque en
cierto punto de mi vida, eso fue así). —El profesor Carlos Alfonso Mendoza era
el epítome de los machos alfa hispanos. Tenía un acento irresistible, parecía
que te acariciaba cuando hablaba. Y cuando citaba a Pablo Neruda en sus poemas
de amor, era como si se estuviese dirigiendo a ti. ¡Ufff!
—¿Carlos Alfonso Mendoza? —dijo en un tono
que me causó risa. —¡Tiene nombre de protagonista de culebrón, por Dios!
En
un movimiento rápido me coloqué sobre su pecho y sonreí con abierta malicia.
—¿Celoso,
Cullen?
—Mucho.
—admitió sin vergüenza alguna. —¡Mira como hablas de él todavía! Ni que fuese un
maldito héroe de alguna novela romántica.
Fingí
sopesar la idea y eso le irritó. Me carcajeé satisfecha con su reacción y luego
admití algo que tenía entre pecho y espalda.
—Eso
fue solo platónico. Él nunca se enteró. Pero me entra un fresquito que te
sientas así, pues tuve que verte en innumerables ocasiones con modelos,
aspirantes a cantantes o actrices, herederas y empresarias. Todas ellas
engreídas y pesadas.
¡Y
así le cambias la cara al dragón que pasa de furioso a perrito avergonzado!
¡Bien por mí!
—Eh…eso
fue hace tiempo. —titubeó temeroso de que me pusiera a sacarle en cara todo su
pasado repleto de romances vacíos.
—Edward
Anthony Cullen, eso fue hasta hace un par de meses. Eras todo un playboy. Te
recuerdo que la prensa dijo…
—Odio
a esos malditos paparazzis. No los menciones.
—Hace
rato que te dejaron en paz…relativamente. No habías salido en un diario hasta
el evento de caridad y la cena posterior a ello.
—Pues
no extrañé a esos cabrones.
¡Vaya
genio, hombre!
Me
acomodé aún más sobre su pecho y coloqué mi rostro sobre mis brazos cruzados
encima de su piel. Sus escasos vellos salpicados acariciaban desde mis pechos
hasta mi vientre de una manera sutil y para nada desagradable.
—El
caso es que… —añadí mirando hacia su cuello intentando que el recuerdo de esa
mujeres no hicieran que demostrara demasiado lo mal que lo había pasado. Fue un
verdadero infierno, pero podía guardarme los detalles escabrosos para mí
¿Cierto? —No fue agradable verlo.
Acarició
el borde de mi cara como yo lo había hecho por la tarde y subió mi mentón para
verme a los ojos.
—Lo
siento. En ese momento era más un perro herido y rabioso que una persona.
Intentaba resistirme a ti y para colmo luego tú comenzaste a salir con el mamón
de Black… —sacudió la cabeza como para desprenderse de esas escenas que se le
estaban cruzando por la cabeza. —Sentía que los odiaba a ambos.
—Se
notaba. Créeme.
Un
silencio incómodo se instaló entre ambos. Quizá mientras los dos rememorábamos
esos momentos en los que más que trabajar juntos lo que hacíamos era
soportarnos. O al menos en mi caso. Si en ese momento me hubiesen dicho que
Edward era un bastardo déspota solo porque estaba celoso de Jacob no me lo
hubiese creído. Parecía menospreciar mi trabajo, cuando todo el mundo lo
felicitaba. Le irritaba mi presencia, mientras que a su alrededor era recibida
de muy buena gana…¡todo un paraíso, pues! Y eso sin tomar en cuenta a la
presumida de su ex, la perraca de Tania. Sí, P-E-R-R-A-C-A con todas las siete
letras del adjetivo.
Suspiré
al fin, harta de esa tensión y le besé en los labios antes de decir en tono
juguetón:
—Ahora
pasaré a ser una de esas “Barbies” de
las que tanto me burlaba.
Él
sonrió de medio lado, como me volvía loca.
—¿Barbies?
Asentí.
—Todas
eran vanas y caprichosas. Ahora es mi turno. —y me quedé tan ancha.
—¿Tus
caprichos?
—Ajá.
Seré una malcriada insoportable. Me lo merezco.
Se
rió y sus carcajadas hicieron que mi cabeza rebotara en su pecho.
—>>Llénate de mí. Ansíame, agótame, viérteme,
sacrifícame. Pídeme. Recógeme, contiéneme, ocúltame. Quiero sr de alguien,
quiero ser tuyo, es tu hora…<< —cité
en español a Pablo Neruda en uno de sus célebres poemas. Jamás creí que fuese a
dedicarle esas palabras a alguien, mucho menos en su cara; pero para ser
honesta tampoco me vi en ningún punto de mi vida enamorada hasta las trancas de
mi jefe.
Depositó
un beso en mi coronilla y me abrazó por la cintura.
—¿Qué
significan eso, Bella?
Podría
traducirle en aquel momento lo que había dicho pero mi corazón amarró a mi
lengua e hizo que la razón fuera la que se apoderase de mis palabras.
—Significan
mucho más para lo que estás preparado a enfrentar, Cavernícola.
Los
exquisitos labios de Edward se tensaron por unos segundos pero luego sus ojos
perdieron aquel rigor, aunque su tono sonó un poco más dubitativo de lo que me
hubiese gustado.
—Duérmete,
Valkyria. Ya mañana me harás cumplir tus deseos.
Prefirió
evitar mis palabras y de alguna manera extraña le estuve agradecida por eso. La
cosa era así: ambos teníamos pasados y habíamos tenido que pasar por un
infierno en momentos diferentes para aprender a aceptarlos. ¿Sabíamos cómo
lidiar con ellos? Hasta el momento, no; pero cada día nos esforzábamos por
estrechar los lazos que teníamos. Hacernos fuertes juntos era algo que nos
había salido muy bien hasta los momentos.
Antes
de dormirme deseé que esa fortaleza que ahora labrábamos no se convirtiera en
una muralla entre ambos en algún punto.
A
la mañana siguiente, me levanté primero que Edward. Tomé una ducha y me
sorprendió que aún siguiera dormido cuando salí. Despatarrado entre el edredón,
con una de sus piernas sobresaliendo de este era la viva imagen de un dios
pagano durmiendo. Excepto por alguno que otro ronquido que se le escapaba a lo
que cambiaba de posición en la cama.
Esta
vez opté por colocarme unos True Religion
desgastados, unos tennis y una simple camiseta ancha amarrada a nivel de la
cintura. ¿Glamurosa? Ni por asomo ¿Cómoda? ¡Por supuesto! ¡Al diablo la moda
por un día! Que se jodieran los fashionistas, no estábamos en Manhattan.
Pasé
por el cuarto de Elizabeth pero la puerta estaba entrecerrada y pude ver que
Sue canturreaba bajito mientras que levantaba el dosel para colocarla entre los
almohadones de la cuna. La cabecita yacía apoyada en su hombro y su boquita
entreabierta, apretaba los párpados sin parar luchando por despertarse. Sonreí
con la suficiencia que da el saber que de alguna manera esa pequeña niña era
algo mío.
—Buenos
días, señorita. —me saludó animada la señora Dohner en cuanto llegué a la
cocina. La mujer había pasado de ser huraña conmigo a cordial en un solo día,
pero no podía culparla. Seguramente había tenido que lidiar con demasiados “Divismos” de parte de las acompañantes
de Edward, y más seguro aún sería el hecho de que lo hicieran a sus espaldas
pues se notaba que él le tenía mucho aprecio. No ahondaría mucho por esos
senderos escabrosos…por mi propia salud mental.
Sonreí
cálida y tomé asiento en el mesón; no quería que pensara que me sentía con la
autoridad de invadir su territorio sin previa autización. En lo absoluto.
—Buen
día, Marilyn ¿Cómo amaneces?
—Muy
bien, señorita Bella —respondió con calidez. —¿Qué gusta para desayunar? Estoy
preparando huevos y tocino pero si prefiere…
—¡Por
supuesto que sí! Me encanta el tocino. —la mujer esbozó una tímida sonrisa y se
giró hacia la estufa.
—Eso
no es habitual en una chica por estos días.
Puse
los ojos en blanco.
—Lo
sé. —suspiré impregnando mis fosas nasales del aire fresco matutino que entraba
desde el ventanal de la cocina que Marilyn mantenía abierto. —No soy tan neoyorquina como me gustaría creer. No
me he entregado a eso de la light food.
Aún no vendo el alma.
Las
carcajadas de la mujer hicieron eco en aquella inmensa estancia ocupada en ese
momento solo por los muebles y nosotras.
—Edward
lo hizo bien esta vez. —miró por encima de su hombro para verme a los ojos
directamente. Estoy segura de que la vi confundida pues se adelantó a
responder. —Pareces ser la excepción a la regla. Espero que cuides bien de él.
Mordí
mi mejilla por dentro reprimiendo las ganas de gritarle que eso era lo que
quería desde hace tiempo, pero me pareció un poco “demasiado” dramático así que me aferré al moderno taburete y al
mismo tiempo a mi derecho de guardar silencio, concentrándome en pegar mis
rodillas al islote de madera y mármol.
Al
cabo de un rato me di cuenta que ella esperaba todavía una contestación, así
que admití:
—Yo
también lo espero. —<<Y que él me
deje hacerlo también…>> pensé un poco melancólica.
Aparentemente
satisfecha se giró para seguir en lo suyo y yo; sin poder decir ni hacer nada
más allá de parpadear, opté por salir a los jardines a esperar que se me
llamase para comer. Mientras dejé que el calor del inminente verano se llevara
casi violentamente los resquicios de aire acondicionado que dejé dentro de la
casa.
Palpé
mi bolsillo para asegurarme que llevaba mi Ipod conmigo. Lo encendí y disfruté
de las notas de Stereo Hearts
interpretadas por Samuel Larsen. Esta versión me gustaba mucho más que la
original de Gym Class Heroe. Quizá
debido al cantante…
Paso
a paso me fui adentrado entre la vegetación que se hacía espesa a unos cuantos
metros de la casa, pero no demasiado pues no conocía la zona. Me recordaba, de
alguna manera más alegre, a mi casa en Forks. Sin el frío y la lluvia casi
perenne, los abedules, arces y robles se me hacían mucho más hermosos y
frondosos. Nada agobiantes. De hecho podía escuchar pájaros cantando en vez de
verlos esconderse de los aguaceros, observar las boscosas laderas de las
montañas en vez de ahogarme entre tanto verde que no sabía donde terminaba el
bosque. Comprendí en ese momento porqué Esme estaba tan enamorada de este
lugar. Incluso llegué a especular sobre si ella sería quién le colocara su
nombre. Tendría muchísimo sentido que fuese una madre joven y una esposa
sumamente enamorada quien albergase un sinfín de esperanzas para lo que les
deparara el futuro como familia.
Escuché
unos gritos casi desesperados, me desperecé de golpe, tiré de mis audífonos y me levanté del suelo
en donde me había dejado caer para mirar el resplandor que se colaba entre las
hojas de las copas de los árboles. Edward me encontró cuando me sacudía el
trasero. Se acercó a mí con preocupación, me tomó por los hombros y me examinó
toda.
—¡¿Estás
bien?! —su estado era casi frenético.
—Sí
pero ¿Qué pasa?
Frunció
el ceño. Supe entonces que su mal genio nos había alcanzado hasta Adirondacks. ¡Maldición!
—¡Estuviste
dos horas fuera de casa y no avisaste a donde fuiste! ¡Estaba preocupado…!
¿Dos
horas? Me relajé tanto que incluso me había adormilado pero no tenía idea sobre
el paso del tiempo.
Edward
marcó un número en su teléfono y se lo puso al oído:
—Joshua,
ya la encontré. Se había adormilado y tenía los audífonos puestos. Por eso no
nos escuchaba. No, tranquilo, ya iremos nosotros. Adelántate y ve desayunando.
Tranquiliza a Marilyn. No, no lo tenía encima, solo el iPod. Vale. Nos vemos.
Clavó
su mirada fría en mí. Esa que tenía ya un tiempo que no veía y que definitivamente
no echaba de menos. Esa que sin necesidad de decir nada sabía que estaba
cargada de reproche. Era impersonal y distante.
—No
me mires así, por favor. —le rogué.
Su
postura se volvió más beligerante. Su mirada y su sonrisa, cínicas.
—¿Y
cómo quieres que esté si tengo media hora buscándote desesperado en el bosque?
¿Cómo puedes ser tan jodidamente desconsiderada? ¡Ni siquiera te llevaste
contigo el teléfono! —se lo sacó del bolsillo y lo apretó entre sus dedos con
fuerzas. Me pareció escuchar crujir al pobre aparato, aunque también podría
haber sido una rama pues Edward no dejaba de moverse, pero no me arriesgué a
preguntarle. Se mesó el cabello y comenzó a caminar delante de mí. Casi tuve
que correr para mantenerme a su lado. —Esperaba pasar un fin de semana
tranquilo. Sin preocupaciones ni nada. Lo único que necesitaba era que te
comportaras como una adulta responsable…
Eso
me detuvo en seco e hizo que me pusiera en modus
de pelea.
—¿Qué
quieres decir con eso?
Se
giró hacia mí dispuesto a darme guerra.
—Que
no esperaba que tuvieses un episodio de querer llamar mi atención…
—¡¿Pero
quién carajos te crees que eres para hablarme así?!
—No
me grites. —gruñó entre dientes.
—Pues
entonces no me jodas con ese rollo de “señor
maduro” —entrecomillé. —porque no te queda nada bien.
—¿Yo
te busco desesperado y tú eres la que se molesta? ¡Hay que ser descarada!
—¡Estoy
bien, por el amor de Dios!!! ¿Puedes tranquilizarte?
—¡No!
¡No puedo! ¿Sabes el miedo que pasé cuando Marilyn me dijo que hacía más de una
hora y media que habías salido de casa y no habías vuelto? ¡¿Acaso lo sabes?!
Respingué
avergonzada ante los gritos de él.
—No
hace falta que me grites…
—¡Pues
no parece! Puesto que no sé de qué manera entiendes tú…
Lo
asesiné con la mirada.
—¿Me
estás diciendo bruta?
—Yo…yo…lo
que qui… —balbuceó.
Pasé
por su lado dispuesta a dejarlo hablando solo. Tuve suficiente de sus
compulsiones pasivo – agresivas. Gritó mi nombre varias veces, me ordenó
detenerme otras más, pero en ningún momento se movió de donde estaba parado.
Solo se quedó allí erguido en toda su prepotencia.
Caminé
un poco hacia la derecha para perderlo de vista más rápido. Aceleré mis pasos
en un intento de liberar la rabia pero no estuve muy pendiente de las raíces
que sobresalían del suelo, así que me volteé el pie y fui a dar de bruces
contra la tierra. Eso sí, antes de casi ponerme a comer tierra me aseguré de
darme un soberano porrazo en la rodilla derecha. Giré sobre mí misma, tenía el
jean cubierto de tierra y cuanta corteza terrestre que se pudiese enganchar. Ya
que me encontraba sola y me imaginaba que Edward me esperaría en la casa para
poder decirme lo que se le había quedado entre pecho y espalda; me rendí ante
las ganas de llorar que me dieron. Los chorretones de lágrimas bajaban por mis
mejillas mientras sacudía el pantalón en cuestión, aunque este siguió viéndose
como si me hubiese arrastrado. Vale, me veía patética tirada en pleno suelo y
llorando pero es que entre lo patosa y el regaño estaba rebosada de impotencia.
Me arremangué los vaqueros pero lancé un gemido al rozar el área golpeada.
Resulta que tenía un raspón con todas sus letras. Sangraba y ardía a partes
iguales. No tenía con qué limpiarme y para rematar tenía las manos un poco
rasguñadas también.
Suspiré
llena de pesar.
¿Por qué todo tenía que resultar
tenso entre ambos? ¿Por qué no podíamos durar tan siquiera un fin de semana sin
una discusión? ¿Por qué Edward tenía que
ser tan hiriente? ¿Sería yo una especialista en sacar lo peor de él? ¿O era una
tiquismiquis que se siente ofendida cada que puede?
No
me dio tiempo de encontrarle respuesta a ninguna de esas interrogantes
pues unas pisadas apresuradas se acercaban a mí. De manera torpe y dolorosa
para la pobre rodilla, me puse en pie. Pero no antes de que Edward me viese
tambaleante. Se espantó apenas se percató de la sangre en mi pierna.
—¡Por
Dios, Bella! —llegó corriendo. Se agachó a mis pies acarició los bordes de la
zona aporreada y salté ante su suave contacto. Estaba sensible. Alzó sus ojos
arrepentidos hacia mí. —Lo siento, valkyria.
Y
como si toda mi estampa no fuese lo suficientemente patética…me eché a llorar.
Sí, justo en frente de él. Pero en vez de parecerle el epítome del patetismo,
Edward se mostró genuinamente conmovido. Me apretó contra él por un instante
antes de cargarme, al mejor estilo de un caballero andante, entre sus brazos y
llevarme hasta la casa. Marylin se empeñó en ayudarle a limpiarme la herida
pero él se negó de forma rotunda. Le pidió el botiquín de primeros auxilios y
me llevó hasta la habitación principal.
A
las afueras podía escuchar a Lizzy gimoteando. Imaginé que estaba tensa por
tanto nerviosismo a su alrededor. Si en un momento debía agradecer que Sue
estuviese con nosotros, era ese.
Edward
me desnudó con delicadeza, pero no pudo evitar hacerme daño al quitarme los
jeans. Me cambió mi camiseta sucia por una limpia de él. Le insistí en que no
había necesidad de eso pues yo aún tenía unas cuantas por utilizar en la
maleta, más se negó en redondo y como si de dejar una marca de propiedad y
protección sobre mí se tratase, me colocó una franela de algodón blanco con
unas letras inmensas en negro que me iba demasiado grande. Más eso me pareció
insignificante al oler el rastro de Issey
Miyake que podía percibirse en ella a pesar de estar lavada.
Después
de unos cuantos sprays que ardían, unos ungüentos y una gasa asegurada con
adhesivo antialérgico, se negó a que me levantara de la cama. Nos traería a
ambos nuestro desayuno. Pues ninguno de nosotros habíamos comido, yo por haber
salido a dar una vuelta y él por salir preocupado a buscarme.
Puso
mi Ipod a reproducirse de fondo mientras comíamos.
—¿De
qué te ríes? —espetó incómodo.
Le
sonreí con ternura.
—No
sabía que te gustaban tanto los Froot
Loops. No te había visto comerlos nunca en las veces que he estado en tu
casa. —me asombraba que algo tan infantil le hiciera poner caras como si lo que
estaba comiéndose era un plato preparado por Gordon Ramsey.
Se
encogió de hombros y sonrió como si fuese un niño tímido.
—Sue
es la que hace la compra y nunca le he pedido que lo haga. De vez en cuando yo
compro alguna caja. Pero nada más. En cambio Marilyn me conoce desde pequeño y
sabe que siempre me han encantado. Cuando vengo para acá nunca falta un buen
desayuno con Froot Loops. Me trae
buenos recuerdos. —con la cuchara revolvía la leche saturada de aritos
multicolores.
—¿De
tus padres?
Asintió,
más casi de inmediato un rictus amargo se apoderó de sus labios y prefirió
distraerse con el cereal, así que lo dejé por la paz. Ya bastante había tenido
con el susto que le había pegado como para que ahora yo viniera a darle la lata
sobre su familia.
—¿Gustas?
—alargó la cuchara hacia mí con una mano bajo esta para que la leche no se
derramara en el colchón. Su mirada de niño emocionado iba en dramático
contraste con ese exquisito cuerpo que se pegaba al conjunto deportivo que
cargaba puesto en ese momento.
Abrí
la boca como una niña buena y compartí con él la emoción infantil de comer algo
que había dejado de hacer por estar “demasiado grande” para eso. Pero de pronto
fui más consciente que nunca de cuán adultos estábamos, pues su rostro pasó a
ser oferta repleta de erotismo. Se acercó a mi cara, me tomó la misma con una
sola mano y me haló hasta su boca para devorarme los labios. Esta vez no fue
delicado, mordió y saqueó a su antojo. Yo le dejé hacerlo mientras que los
dedos de una de mis manos se perdían entre su cabello. Acaricié su nuca y lo
atraje hasta mí cuando se separó por un poco de aire. Eso no era un beso, era
una declaración de pertenencia y ambos nos pertenecíamos.
Pegó su frente a la mía respirando
frente a mí, perdiéndonos en nuestros ojos. Unos azul grisáceos como los días
que prometen tormentas, otros color chocolate, oscuros como el deseo que nos
carcomía a ambos. Fue allí cuando las notas de Distance de Christina Perri
invadieron el ambiente, diciendo todas esas cosas que me moría por pronunciar
pero por no tensar más la cuerda que nos unía había optado por callar.
Nostálgica
(¿Y por qué no decirlo también?) además de un tanto frustrada me alejé de él.
De su toque. Me centré en mis tostadas francesas para no especular demasiado,
más él no me dejó sumergirme en mis pensamientos.
Tomó
un arito color verde y lo puso frente a mis labios.
—Abre.
—ordenó mirando mis labios. No puede contener la risa. —Hablo totalmente en
serio. Abre – la – boca – Bella.
Puse
los ojos en blanco más terminé haciéndole caso.
Con
aire malicioso y un tanto golfo chupé el índice y el pulgar con los que
sostenía el cereal. Lamí a mi antojo y me regodeé en ver como el pantalón de
Edward se iba tensando cada vez que pasaba mi lengua. Pero cuando me volteé
para besarlo choqué mi rodilla herida contra su pierna lo que hizo que me
doblara de dolor.
Él
se alejó de inmediato.
—¡Compórtate,
bruja! —gruñó molesto. Aunque internamente creía que era más por eso que
trataba de acomodarse en el área de la bragueta que por mis intentos de ser
provocadora.
—Creí
que era valkyria…
—Eso
también.
Continuamos
comiendo y conversando pero en esta ocasión sin insinuaciones. Y más importante
aún: sin compartir comida para evitar efectos secundarios. Escuchamos varias de
mis canciones. Aprobó algunas y se burló de otras. Como lo hizo cuando escuchó Back
to your heart:
—¿Los Backstreet Boys, Bella? ¿En
serio? — no se cortó ni un pelo a la hora de burlarse de mí mientras husmeaba
en mi Ipod. —¡Eso es tan de los noventa!
Sé
que lo vi con la mirada que reservaba para mis enemigos, pues pareció recular
un poco antes de volver a carcajearse.
—No
sé si eres consciente de que ese comentario sonó bastante gay. Aunque ellos son
grandiosos y en este caso me apoyarían totalmente. — gesticulé con las manos mofándome de él —¡Eso
es taaaaaaaaaaaan out!
Me
dirigió una de sus miradas envenenadas.
—Además,
si es por eso…a ti te gustan los Beatles, y yo no te digo nada… —contraataqué
sabiendo que eso le iba a doler bastante en su ego de fanático. Además, a mí me
fascinaban también pero que me jodieran si demostraba debilidad en ese momento.
—¡Oooooh
no, mujer! ¡Tú no te quieres meter con John, Paul, Ringo y George!
Sonreí
maliciosa. Aún no perdía mi capacidad de sacar de sus casillas al Cavernícola.
Al terminar, Edward recogió todo y
lo llevó a la cocina. Insistió en que me quedara en la cama pero me negué en
redondo. Hice que él me colocara unos shorts de jeans desgastados que tenía en
la maleta. Luego nos fuimos hasta la sala de estar en donde me tiré en el sofá
y me duré viendo televisión un buen rato. Le dije a Sue para que me dejara a
Lizzy, así que las tres estuvimos dando guerra por un largo rato. Yo haciéndole
cosquillitas a la pequeña en su barriguita redonda, ella tirando de mis cabellos
y Sue riéndose de ambas.
Edward
se nos unió al rato y Joshua poco después. Colocaron un juego de los Yankees
vs. Astros y cuando di el primer grito, me quitaron a la bebé de los brazos.
Creo que fue Sue, aunque no lo pueda asegurar puesto que estaba demasiado
ocupada nombrando a todos los antecesores del pitcher.
El
esposo de Marylin estaba estupefacto ante mis reacciones.
—Esto
no me lo esperaba. —dijo sin quitar la vista de mí.
Edward
suspiró resignado.
—Ni
yo al principio, pero puedes esperar una catástrofe si terminan perdiendo. —optó
por callar al percatarse de que estaba por pagar mi rabia con él.
Siete
entradas después, los Yankees de New york habían caído ante los Astros de
Houston…y yo estaba soltando maldiciones contra la mitad de la plantilla. Entre
tanto, Edward y Joshua estaban partidos de risa al verme tan enfurruñada.
—¡Cuídala,
Cullen! —musitó el segundo mientras se ponía de pie y se encaminaba a otro
lado. —Esta señorita es de lo que ya no hay.
Edward
sonrió orgulloso clavando su mirada en mí.
—Lo
sé. Por eso es mía.
Gesticulé
sin emitir ruido alguno la palabra “Cavernícola” y él se dio dos golpes en el
pecho en su mejor plan de Tarzán. Ahí ya no pude contener las carcajadas.
Me
arrastré hasta situarme de su brazo y él respondió de inmediato estrechándome.
Mimosa restregué la cara contra su pecho y me quedé allí un rato escuchando el
latido de su corazón. Ese momento de sosiego parecía tan irreal cuando hasta
hacía poco estábamos discutiendo. Comprendí entonces que con Edward nada era
medias tintas. Todo era intenso y abrasivo.
Levanté
la cara para mirarlo.
—Quiero
hacer algo.
—Dime.
—con delicadeza deslizó un mechón de mi cabello detrás de mi oreja.
—Me
gustaría ir a dar un paseo por Avalon ¿Podemos ir?
¡Oh,
esa condenada sonrisa!
—Claro
que sí. Colócate unos pantalones, unos zapatos y nos vamos.
Lo
miré con cara de pocos amigos.
—No
me pienso colocar jeans, Edward. Me haré daño en la rodilla.
Entrecerró
los ojos dirigiéndome una mirada envenenada.
—No
saldrás con ese short tan corto…
<<Ooooooh, Tirano, no vayas por ahí…>>
—Por
supuesto que sí. —lo ignoré para irme a calzar mientras él iba peleando porque “los hombres me verían la
piernas”.
Los
demás se reían de ambos a nuestras espaldas.
Avalon era una aldea de lo más
pintoresca y preciosa, a mi parecer. Lo que esperaba de un pueblecito de las
montañas Catskills. Sus calles adoquinadas, tiendas de curiosidades y artesanía
lograban crear un ambiente de lo más atractivo para todos aquellos que
estábamos acostumbrados a vivir con la modernidad de Manhattan.
La tranquilidad con la que podías
almorzar o comerte un helado en alguna de sus cafeterías era sin duda alguna,
un buen motivo para volver.
Elizabeth nos acompañaba a Edward y
a mí en nuestro paseo. Estaba sentada en su cochecito retorciéndose inquieta
por el movimiento del juguete que colgaba del parasol. Sus ojitos azules se
veían un poco irritados al no poder alcanzar a la vistosa muñeca que se
bamboleaba con el paso del viento.
Degustaba
una exquisita tarta de fresas con crema cuando Edward me sorprendió con un
comentario:
—Llamé
a mi madre esta mañana.
La
cucharada que iba destinada a mi boca cayó al plato casi de golpe. Enarqué una
ceja interesada.
—¿Ah
sí? —asintió. —¿Y qué te dijo?
—No
me dijo gran cosa… —susurró con la mirada clavada en su copa de helado de
stracciatela. —Pero te confieso algo, la alegría que transmitió cuando supo que
llamaba solo para saber cómo estaba casi me parte el corazón. Me hizo sentir
como un hijo de mierda.
Negué
con la cabeza.
—No
eres un hijo de mierda, Edward. Has tenido que lidiar con mucho de un tiempo
para acá…y tus padres también. Eso no los hace una malas personas tampoco; solo
humanos. Con sus virtudes y sus errores.
—No
comprendo como a todo le ves el lado positivo. —agregó con una sonrisa amarga.
Aun continuaba sin verme a los ojos.
—Porque
la mayoría de las cosas lo tienen, Edward. ¿No te alegra aunque sea un poco que
tu madre se alegre de que le llames?
Finalmente
levantó su vista hacia mí y me vio con ternura.
—Sí.
—Allí
está. Algo positivo. Creo; sin temor a equivocarme; que este podría ser un
nuevo comienzo en tu relación con tu madre.
—Es
demasiado pronto para decir eso.
—¡Hey!
—tomé su mano y la apresé entre las mías. —No seas tan pesimista. Tú ve poco a
poco. Ya luego verás como las cosas mejoran.
Estaba
escéptico. Quizá no tanto porque creyese que todo fuese un fracaso, sino por el
miedo al dolor que eso podría causarle.
¡Ay,
mi dictador vulnerable!
Optamos
por dejar conversaciones incómodas de lado y enfrascarnos solo en el placer de
disfrutar el uno de otro…y de nuestra pequeña bolita hiperactiva. En una tienda
de souvenir Edward se empeñó en comprarle varias camisetitas con frases
graciosas o con el infaltable Yo amo a Avalon. Le llevó a Leah una pulserita de
lo más preciosa; era de plata con turquesas. A Sue le llevó una parecida pero
con cuarzos. Para Esme compró un precioso juego de vajilla que estaba pintada a
mano.
Y
hasta allí llegaron los regalos…nada para su padre. Debatiéndose entre una cosa
y otra, llegó a la conclusión de que nada le parecería lo bastante bueno así
que se ahorró un posible aneurisma y pasar de él.
Sentí
pena por él. Estaba tan roto y tan inseguro con respecto a su relación con
Carlisle que hasta algo nimio como un souvenir se le hacía algo difícil de
escoger para él.
Cuando
se trata de regalos yo no me quedaba atrás. Para Angela y Rosalie tenía unos
buenos frascos de sirope de arce y unas botellas de cidra. Nada de franelas ni
esas cosas que jamás se pondrían.
Empujando
la carriola por turnos, paseamos de un punto a otro de la aldea. Cenamos en un
restaurante familiar en el que su menú se conformaba por el platillo del día y
no por una lista de platos clasificados. Aún así, la comida estuvo fabulosa
pero no la pudimos disfrutar como hubiésemos querido pues tuvimos que darnos
prisa en comer para cambiarle el pañal sucio a una señorita que con cada minuto
que pasaba se volvía más irritable.
Posterior
a la cena nos dirigimos a la hacienda Hope de nuevo. Esta vez Elizabeth iba
dormida en su silla en la parte trasera del auto. Su cabecita caía hacia un
lado y tenía la boquita entreabierta. Su respiración era profunda.
Al
día siguiente. Como a media mañana, tanto Edward, Sue, Lizzy y yo nos
despedíamos de una tristona Marylin prometiéndole que volveríamos apenas
tuviésemos una nueva ocasión. Joshua nos hizo prometer lo mismo y antes de que
Edward se montara en el auto, tanto uno como el otro estrecharon a mi tirano
fuertemente. Se notaba el cariño que le tenían.
Apenas
subió le di un apretón en los dedos infundiéndole ánimos.
—Pronto
estarás nuevamente por aquí.
—Estaremos.
—me corrigió con vehemencia.
—Estaremos.
—acepté.
Tras
un par de horas de camino, finalmente llegamos a su penthouse. Estábamos tan
cansados todos que no nos molestamos en comer nada. Un baño para todos (incluso
para la más pequeña ¡Dios bendiga a Leah!) y luego a la cama.
La
mañana siguiente era lunes, por lo cual me vi forzada a pasar por mi
apartamento antes de ir a la oficina. Un vestido veraniego y una chaqueta fue
mi atuendo escogido. Tomé mi bolso Furla azul cobalto, lo colgué de mi
antebrazo y me dirigí a Le Madeimoselle.
Al
llegar a mi oficina fui recibida por una cantidad abrumadora de trabajo, pero
antes me dediqué a repartir los regalos que había comprado. Primero a Angela,
quien se mostró muy agradecida y luego a Rosalie. Solo que cuando se lo fui a
entregar la encontré con el rostro pálido e incómoda.
Y
no era para menos, Edward y Carlisle estaban discutiendo a grito pelado en la
oficina de este último.
—¡¿Cómo
pudiste hacer eso?¡ ¡¿Cómo?! —le reclamaba Edward.
—¡Solo
tuve la valentía que a ti te ha faltado durante todo este tiempo que has tenido
a esa pequeña! —inspiré horrorizada.
<<¡Dios mío, que no haya hecho lo que estaba
sospechando…>>
—¡¿Y
para eso tenías que robarte el cepillo de Elizabeth y mandarle a hacer unas
pruebas de ADN?! ¡¿Tú?! ¡¿Acaso tú eres su padre?!
—¡¿Lo
eres tú?! Te has comportado como un cobarde todo este…
—¡Estoy
harto de esta mierda! —bramó Edward. Escuché ruido de cosas que se partían y no
me paré a pensar para abrir la puerta.
Edward se dirigía hacia su padre
como un toro. Resoplaba con fuerza por la nariz y tenía los puños apretados.
Me
interpuse en su camino para evitar algo de lo que se arrepentiría luego.
—Por
favor, detente. —dije contra su pecho. —No lo hagas, Edward.
Y
aquí está el TIRANO!!!! Espero que les guste, mis chicas.
Espero
sus comentarios…y más importante aún: sus hipótesis.
Suya…
*Marie K. Matthew*
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