jueves, 27 de octubre de 2011
En Pausa...
Bueno..bueno..bueno...¿Quién diría que este día llegaría? definitivamente No yo. Al menos hasta hace un rato...
Para nadie que haya sido asiduo a mi blog o demás redes sociales (excepto en Fanfiction porque es DEMASIADO IMPERSONAL PARA MI GUSTO) sabrá que escribir se ha vuelto más que una pasión.
SIN ALTERNATIVAS - Primer Capítulo:
“REGRESO”
Rachel Black POV:
Era un jueves infernalmente caluroso de verano en
Washington DC. Y mientras me encontraba empacando las cosas para volver a casa,
tenía la clásica mezcla de sentimientos de cuando se parte de un lugar en el
cual has llevado demasiado tiempo sintiéndote a gusto: Estaba feliz, por
reunirme con mi papá y con mi hermano, había pasado ya mucho tiempo desde que
había estado en La Push. Y me sentía nostálgica, por dejar la universidad, mis
amigos e incluso a mi novio.
Lo dicho. Estaba bipolar.
Si bien mi relación con Matthew no estaba en su
mejor momento, sabía que lo echaría de menos, puesto que él había sido un buen
amigo durante todos esos años desde que salí de casa. Lo nuestro se había
deteriorado por mi causa. Principalmente, porque ya no lograba sentir esa
química que al principio teníamos, y yo optaba por “ocupar” mi tiempo en otras
cosas en vez de su compañía. En cambio él, siempre buscaba la forma de demostrarme
el lugar que ocupaba para él. Si eso no era para sentirse como una basura…
Limpié una furtiva lágrima de culpabilidad después
de pasado un minuto, recuperando la compostura. No podía arrepentirme de mi
decisión. No era el momento para eso. Y mucho menos podía ser tan egoísta como
para condenar a Matthew a un romance mediocre; de manera egoístamente secreta;
tenía el anhelo de que al irme lejos, él entendiese el error de que siguiéramos
juntos. Las diferencias ya eran
demasiado significativas para dejarlas pasar por alto. En fin…
La noche
anterior me había despedido de mis mejores amigos en una reunión sorpresa que
organizaron ellos para mí. Me había graduado anticipadamente de licenciada en
administración. El acto de entrega de
título sería dentro de cinco meses por lo cual decidí hacerle una visita al
viejo Billy Black y a mi pequeño hermano Jacob. Pequeño para mí, porque ya
sabía que debía ser un hombre hecho y derecho a estas alturas.
Pero aún así me encantaba pensar en él como si
fuese ese “niño” que yo había dejado
atrás hace cinco años atrás. Él me
hacía reír a granel con sus anécdotas y sus ocurrencias. Poseía un aura
magnífica que hacía sentir a gusto a cualquiera que estuviese abatido en su
entorno. Irradiaba felicidad y calor. Era como un sol personal para quién lo
tuviese a su alrededor.
En cambio papá era harina de otro costal. Lo amaba
con locura y él también a mí. Pero fue justamente esa la razón por la que
decidí poner distancia. Era demasiado posesivo, no tanto con mi gemela Rebeca
como conmigo. A lo mejor sería porque ella no solía pasar tanto tiempo en su
compañía como yo desde que éramos niñas. Siempre veíamos los juegos de fútbol y
de béisbol en la televisión. En algunas ocasiones con su mejor amigo, Charlie;
quien era el jefe del Departamento de Policía del poblado de Forks. Los tres nos reíamos mucho e incluso apostábamos
en algunas ocasiones. Yo solo podía ofrecer una cosa; que era lo único que
tenía en ese entonces: mis habilidades gastronómicas. A veces perdía, y me
tocaba que hacer gala de mi “talento
innato” solo para ellos. Pero muchas otras ganaba y era entonces cuando
“exigía” mi pago. Salíamos a comer a Port Angeles. No había nada mejor en ese
entonces para una simple chica de una reserva indígena que no conocía nada más
allá de los límites de su localidad.
Me reí involuntariamente al recordar esa buena
época.
Continué recogiendo todas mis cosas. Quería irme
antes de que llegara mi mejor amiga: Gabrielle.
Ella era como una hermana; conocía cada detalle de mí y jamás me había sido
desleal bajo ninguna circunstancia. Dejarla así fuese por unos insignificantes
cinco meses me dolía profundamente, puesto que
hacíamos todo juntas, incluso me llevaba mejor con ella que con la
mismísima Rebeca. En definitiva, ella era mi “hermana de vida”, porque yo la había escogido. No me la habían
dado mis padres. Por eso me negaba a decirle adiós a la cara. Despedirnos la
noche anterior en la fiesta había sido mejor de cierta manera. Sin protocolos ni
lágrimas. No era de las que le gustaba que le viesen llorando por los rincones.
Lo que conseguía reconfortarme era que no la
dejaría sola, ya que estaba con su “alma
gemela”. Su Taylor. Un chico
tierno y divertido, pero que por encima de todo era muy maduro y responsable.
Se querían de una manera que yo no había visto nunca. Incluso habían ocasiones
en que llegaba a sentir un poco de celos; de los buenos claro está; por ellos,
ya que su ejemplar relación mejoraba y se fortalecía cada día; mientras yo me
ahogaba en la asfixiante incomodidad de la mía. No deseaba “eso” para ellos; los quería demasiado a ambos.
Debía irme pronto de allí, porque ya estaba
sufriendo una crisis EMO - cional. Además ya Gabrii no tardaría en llegar al pequeño
departamento que compartíamos. Debía de traerla Jake puesto que había dormido
la noche anterior en su casa.
Terminé de embalar todo y salí de allí. Sin
volverme para mirar lo que estaba dejando.
******
-
¿Hay alguien
aquí? – pregunté al abrir la puerta de la casa. Afuera llovía torrencialmente,
como de costumbre en la zona de la reserva.
-
¿Rachel? ¿Eres
tú, hija? – dijo Billy, quién venía entre agitado y asombrado de la cocina en
su silla de ruedas.
Corrí y me senté en sus piernas con mucha
delicadeza. Siempre hacía lo mismo. Lo abracé y lo besé.
-
Hola, papá –
dije con emoción.
-
Pero… ¿Qué haces
aquí…ahora? ¿Pasó algo?
-
No. Es solo que
ya terminé todo en la universidad. ¡He conseguido graduarme antes de tiempo!,
solo debo esperar al acto de grado… – detuvo el flujo de mi palabrería
cuestionándome por haber venido sin avisar previamente. - ¿Llego en mal
momento?
-
Jamás, cariño.
Es solo que me extrañó esta visita tan repentina. Pero estoy muy orgulloso de
ti. Este viejo te ha extrañado mucho. Quizá demasiado.
-
Yo también,
papá.
-
Bueno. – dijo
dándome unas palmaditas en una de mis piernas - Esa “graduación
adelantada” hay que celebrarla.
-
Claro que sí.
¡Vamos a La Bella Italia!
-
Como en los
viejos tiempos – asintió él.
-
Me haces sentir
anciana. Y solo tengo 19. No me deprimas, papi. - fingí un puchero.
Él se rió y me apretó contra su pecho.
-
Te extrañé
tanto, pequeña. No te imaginas cuanto.
Antes de que se pusiera más emocional me levanté de
sus piernas. Recogí mis maletas. Le sonreí en vez de responderle para no ser
tan cortante.
-
Y ¿En dónde está
el más pequeño de la casa? – dije en voz alta por si mi hermano estaba en el
piso de arriba. Me extrañaba no verlo ahí recibiéndome como lo haría
normalmente.
A Billy le cambiaron las facciones de la cara,
primero se puso cauteloso y luego con sumo pesar.
-
Jacob no está
hija. Se fue. – concluyó.
-
¿Cómo que se
fue? ¿Acaso pelearon? – luego mi voz se escuchó horrorizada – ¿Le corriste de la casa, papá?
Él negó con la cabeza antes de contestarme.
-
No, Rachel. Es
solo que anda deprimido y decidió poner tierra de por medio.
-
Pero deprimido
¿Por qué? – dije triste y confundida.
Se mostró cuidadoso de lo que iba a decir. Tardó un
largo minuto para responder. Y cuando por fin lo hizo parecía que ocultaba
algo.
-
Es que Jacob se
enamoró de la hija de Charlie. Isabella. ¿La recuerdas?
-
¿Isabella se
mudó para Forks? – dije incrédula. Ella detestaba el frío. Recordé que me lo
había dicho en una oportunidad cuando de niñas nos juntaban para jugar, pero
nunca nos hicimos amigas puesto que éramos demasiado reservadas. Me obligué a
centrarme y me invadió una gran ira. - ¿Ella jugó con él?
-
No. – negó con
la cabeza – Él se enamoró solo. Ella es novia de uno de los hijos del doctor
Cullen. ¿Recuerdas que una ocasión te hablé de él por teléfono?
-
Sí, lo recuerdo.
Tenías demasiados prejuicios contra él y los suyos. ¿Eran ciertos o ya lo
superaste? – mi ira se había desvanecido.
-
El doctor es
buena…persona. Y su hijo es un chico decente.
¡Uff! Este cambio sí que no me lo esperaba.
-
Wow. No estaba
preparada mentalmente para esa respuesta – me concentré de nuevo -. Entonces
ella hizo una buena elección. Que mal por Jacob, pero la vida es dura y a veces
el amor no es lo que esperamos que sea.
¡Puaj! Eso fue una bofetada para mí misma.
-
Si, hija.
Supongo que es así.
Dudé que el despecho de mi hermano fuese lo único
que tuviese a mi padre en “ese” estado de ánimo. Además de su partida; había
algo más que se me mantenía oculto.
-
Algo pasa, papá.
Y quiero saber que es.
-
No, Rach. Es
solo que lo extraño. – una verdad a medias.
-
Soy un poco más
inteligente de lo que crees; así que dime ¿Qué es en realidad lo que le pasa a
Jacob o a ti?
-
No, cariño. Es
solo eso. Es que Bella se casa en menos de un mes. Eso lo tiene muy mal y por
extensión, a mí también. Pero no pasa nada.
Decidí que actuaría como si le creyera; porque en
esos momentos estaba extenuada por el viaje por haber manejado tantos kilómetros.
-
Bueno voy a
subir a mi cuarto. Espero que no hayan hecho muchos destrozos en él. – le guiñé
un ojo.
Billy pareció avergonzado.
-
La verdad cariño
es que no hemos limpiado en estos días…
-
Yo solo quiero
una cama en donde descansar. ¡Y una ducha urgentemente!
-
Eso sí que lo
puedes conseguir. Sube, hija. Ya sabes en donde está todo. Nada ha cambiado
demasiado – luego miró al vacío.
Era solo cuestión de tiempo que pudiera descubrir
todo lo que estaba ocurriendo en este “hogar”.
Cuando llegué a la que había sido mi habitación
hasta hacía unos cinco años, me topé con que Jacob había estado quedándose
antes de partir de casa. No me molestó en lo absoluto. Cuando me había ido a
Washington sabía que llegaría el momento en que Jake se apoderaría de la
habitación mientras Rebeca y yo hacíamos nuestras vidas fuera de ese hogar.
Así que me coloqué una ropa apta para limpiar. Una
sudadera y un pantalón de algodón y fui a enfrentarme con “la zona del
desastre”, que habían creado los dos “hombres” de mi vida. Y hablo de ambos
porque aunque solo pensaba arreglar el cuarto, terminé por limpiar toda la casa
que estaba en mal estado.
Limpié los pisos y los muebles. Pero mis esfuerzos
fueron inútiles con la grasienta televisión. ¿Qué demonios le habían derramado
encima a la pobre?. Por mucho de mi tiempo y de mi ya poca energía que empleé en
ella, fue prácticamente en vano. Así que agotada me dí por vencida y me fui a dar
una ducha.
Pasé un largo rato en la regadera. Y cuando salí me
sentía relajada de nuevo. Me coloqué ropa de dormir y me tumbé en la cama. No
me molesté en preparar comida porque Billy había salido para ver un juego de basketball
con Charlie y regresaría muy tarde. Por mi parte no existía comida que me
hiciera salir de la cama después del maratón de actividades que me había metido
ese día.
Estando acostada miré el bolso que había dejado en
la mesita de al lado. Estiré el brazo para sacar el celular. Me debatí durante
un rato entre si debía prenderlo o no.
Opté por encenderlo. Formó un escándalo descomunal.
Entraron decenas de mensajes de texto, uno tras otro; casi todos eran de
Gabrielle, en donde me recriminaba el hecho de haberme ido sin despedirme y
jurándome que no me dirigiría la palabra más nunca. Lo que traducido en su
lenguaje significaban tres días o menos. Ninguna de las dos podíamos pasar más
de veinticuatro horas sin contarnos “las
últimas novedades”.
Luego vi unos mensajes de Taylor. Deseándome lo
mejor y a la vez diciéndome que Gabrii lo traía de cabeza por haberme venido,
estaba de un mal genio espantoso y había peleado por él por cualquier nimiedad.
Me juró venganza por ello. Me reí recordando los gestos de fastidio de Tay
cuando ella se ponía en plan de beligerancia.
Pasé de los mensajes a las llamadas. Allí estaba lo
que en definitiva no quería ver; porque si de algo tenía plena seguridad era de
lo que vería allí. Eran muchísimos intentos fallidos de Matthew. ¿Por qué tenía
que llevar siempre las cosas al límite? ¿Por qué no entendía que romper era lo
mejor para ambos?
Solo habían transcurrido veinte minutos desde la
última llamada y diez desde que encendí el celular cuando el condenado aparato
repiqueteó anunciando otro intento más. Al sexto pitido contesté. Era él.
-
Matthew – le
dije en modo de saludo. Aunque el tedio era claro en mi tono.
-
Hola, Rachel –
me dijo cortante -. Por fin te dignas a contestarme, solo quería saber que
habías llegado bien. Ahora sé que sí y puedo dejarte en paz. Que me imagino, es
lo que quieres.
Eso ni él mismo se lo creía…pero aún así me sentí
como una miserable por la manera en que lo estaba tratando.
-
Matthew,
discúlpame. Es solo que no quería armar un show dramático de despedida.
-
Ahora soy un
dramático – dijo en tono molesto.
-
No empieces a
tergiversar lo que digo, por favor – le pedí.
-
No, ¡no empieces
tú, Rachel! ¿Acaso crees que no me sentí como un maldito estorbo cuando legué a
tu departamento y Gabrielle me abrió la puerta para decirme que hacía muchas
horas que te habías ido? ¿Acaso piensas en alguien más que en ti misma?. No sé
qué fue lo que hice mal contigo. Te di todo lo que podía darte y hasta estoy
dispuesto a darte mucho más. Te he apoyado incluso cuando no me lo has pedido.
He intentado de todo por salvar esto. Pero parece que soy el único que “quiere”
en esta relación.
-
Sabes que te
quiero. Y eres demasiado bueno para mí. Pero te lo dije antes, sería mejor si…
-
¿Terminamos? –
me interrumpió - ¡No seas cobarde, Rachel Marie!. Te quieres zafar del embrollo
de verte sujeta a una relación con una persona pues siempre te jactas de decir
que eres la Independiente Rachel Black, y tener sentimientos por mí sería ir
contra tus dictamines. Por eso sé que aún me quieres…
-
Estás demente. –
le espeté molesta.
-
Quizás. Porque
desde anoche no dormí absolutamente nada pensando en como lidiar con las cosas
diarias después de que te fueras. Y cuando voy a enfrentarme a la realidad de
despedirme de ti porque acepto que
quieras ir a ver a tu familia antes de volver algún día, me encuentro con que
te fuiste temprano sin decirme siquiera un miserable “gracias por todo”. ¿Es eso lo que me merezco tras dos años de
relación?
-
Me estás
haciendo sentir como la peor persona del mundo. Basta por favor. – le supliqué.
-
Y ¿Cómo demonios
crees que me siento yo, Rachel Black? - me
gritó llorando. - ¡Por Dios! Parezco un perro mendigo que se arrastra por tu cariño.
Podrías intentar ser más considerada conmigo.
No fui capaz de contestarle.
Mi autoconcepto de debatía en etiquetarme entre una cucaracha o una rata.
Estaba más que avergonzada.
-
Pienso ir dentro
de una semana para allá, no puedo ir antes puesto que unos negocios con mi
padre demandan mi atención urgentemente, pero no voy a pasar tanto tiempo sin
verte. Además soy el encargado de cerrar unos un contrato en Seattle por lo
cual estaré bastante cerca de ti.
Asentí por mera costumbre, sin detenerme a pesar en
que no podía verme.
-
Está bien.
Avísame cuando vengas en camino.
-
Así lo haré. Y
otra cosa antes de colgar. – su tono se suavizó un poco - Te amo, Rachel Marie Black, y yo sí soy lo
suficientemente valiente para aceptarlo y luchar por lo nuestro. Que pases
buenas noches.
-
Igualmente, Matthew.
Descansa.
No sabía que diablos pasaba conmigo. Siempre había
sido altanera y clara. Si tenía una idea peleaba por ella aunque fuese la única
que creyera en eso. Cuando un chico no me gustaba; no me andaba con rodeos, lo
despachaba sin lugar a réplicas. Pero con Matthew simplemente no podía. Primero
fuimos buenos amigos, luego la amistad pasó a un segundo plano cuando
aparecieron otros sentimientos en los dos. Solo que parecían haberse
deteriorado en mí. Más no en él.
O ¿Sería que él estaba en lo cierto? ¿Lo amaba y no
quería aceptarlo por la costumbre de seguir sintiéndome independiente?. No. Me
negaba rotundamente a creer eso. El amor no debe ser una carga a cuestas como lo
sería una obligación. Sino más bien como una fuerza liberadora que te deja ser
quién eres en realidad porque te acepta con todos tus fallos y defectos.
¿Entonces por qué no podía terminar con lo que quiera que fuese esta absurda
relación?
Me dormí pensando en eso.
Al día siguiente me levante a media mañana. Tuve
pesadillas durante la noche. Así que no fue precisamente relajante la noche
anterior.
Me aseé y bajé a la cocina. Papá ya estaba en ella.
-
Hola, princesa.
Buenos días.
Lo besé en la mejilla.
-
Hola, papi.
¿Cómo amaneciste?
-
Muy bien, porque
ahora estás haciéndome compañía.
Puse los ojos en blanco.
-
¿Ya desayunaste?
– le pregunté.
-
No, iba a
preparar…
-
Nada – lo
interrumpí. – Yo me encargo. Tú anda a ver la tele.
-
Gracias, Rach.
Llegaste en el momento preciso.
-
Sí, lo hice
adrede – bromeé - . Vete Billy, tengo un desayuno que preparar y no puedo
hacerlo si te quedas acá pululando. – le guiñé un ojo.
Cociné todo con rapidez y tardé más colocando la
mesa; que papá; “devorando”; literalmente todo lo que le serví.
-
Wow, Rach. No
has perdido el “toque”. Sigues haciendo los mejores pancakes del mundo. Tenía
tiempo que no comía con tanto gusto.
-
Voy a tener que
venir más seguido para que me subas el ego. – me carcajeé.
-
Hablo en serio,
hija. – se mostró pensativo y agregó. - ¿Qué quieres hacer hoy?
-
Voy a hacer las
compras y luego me vengo a preparar para salir contigo.
-
Está bien. Si
quieres me quedo aquí…
-
No – le di un
beso en la frente – Ve a atender tus asuntos, mientras arreglo todo por aquí y
luego salgo. Nos vemos esta noche.
-
Bueno. Cuídate,
hija.
-
Adiós, papá.
Hice todo con calma. Luego fui al Thrifway que
estaba en Forks, al cual no iba desde hacía unos cuantos años atrás; compré los
comestibles y salí de allí sin demasiada demora. Cuando estaba en el
estacionamiento; cargando mi pequeño Nissan 2.001; sentí un extraño impulso de
mirar hacia atrás. Cuando lo hice vi a tres chicos que identifiqué como de la
reserva, aunque solo reconocí a quién tenía de frente. Era Sam Uley. Quién por cierto estaba tan descomunal que apenas y fui capaz de
reconocerlo. Se encontraba con dos jóvenes que eran tan grandes y corpulentos
como él pero que no pude identificar ¿Estarían experimentando con hormonas
últimamente?. Sin entender el porqué de mis acciones, me llamó la atención uno
de ellos a pesar de que se encontraba de espaldas. No entendía la razón por qué
de repente sentía un deseo extraño de ver su cara. Quería saber quién era.
Incluso mi cuerpo experimentaba una bizarra reacción para con ese desconocido.
Un suave y agradable estremecimiento me
empezaba a recorrer de pies a cabeza.
Mi celular sonó sacándome de lo que fuera que fuese
ese anormal influjo. Miré la pantalla, suspiré con pesar y atendí.
-
Hola, Matthew… Y
comenzó una larga y tediosa discusión mientras me subía en el carro y conducía
a casa.
miércoles, 26 de octubre de 2011
Corazón de Cristal - Décimo Capítulo:
"CASTILLO
DE NAIPES"
Unos días
después, quise ir a comprar nuevos cds para la musicoterapia de Edward. Él
adoraba escuchar música, lo hacía sumamente feliz. Además, dicha terapia
ayudaba a desenvolver y desarrollar su comunicación e interacción con los
demás. Mientras me paseaba por el pasillo que contenía desde música zen hasta
clásica no podía quitarme una idea de la cabeza: había dejado algo muy
importante fuera de cuestión al llegar al hogar Cullen.
<<¿Por qué teniendo la posición económica que
evidentemente tenían, solo habían conseguido una enfermera para Edward?>>.
No era un secreto para nadie que Edward estaba avanzando muy bien con las
terapias que le estaba aplicando, y aunque todo lo que estaba llevando a cabo
con él se encontraba avalado por los manuales de procedimientos aplicados del
St, Gabriel´s; habían otros aspectos que solo podía atender un especialista
como profesores, fonoaudiólogos o psicopedagogos.
Yo podía
haber hecho mucho hasta ahora, pero con la colaboración de un equipo
profesional como el anterior podía hacerlo avanzar a un ritmo muchísimo más
acelerado. Aunque con eso podrían venir resultados no muy favorables para mí,
como el ser innecesaria para él cuando lograra independizarse casi por
completo; solo dependiendo cada cierto tiempo de la observación de los
especialistas. Pero una vez más me convencí a mí misma que muy por encima de lo
que deseara, se encontraba el bienestar de Edward y que esa era mi prioridad.
Tendría que aprender a vivir con el hecho de que saliera lastimada en el
proceso de darse el caso. Es el precio que se podía pagar al borrar los límites
éticos con tu paciente.
Seguí
divagando con la idea durante un rato más y me dije que apenas tuviese una
oportunidad, tendría que tener otra conversación incómoda con Esme y Carlisle. ¿Acaso no podía pasar un buen tiempo sin que
sintiera la compulsión de sumergirme en aguas turbulentas? Por lo visto,
era una masoquista sin remedio.
*.*.*.*.*
Cuando
llegué a la villa boscosa de los Cullen, me fui directo a la habitación de
Edward para enseñarle la nueva música que había conseguido para él, pero me
quedé perpleja e incluso paralizada por un momento en el umbral de la puerta. Lo
único que podía hacer era ver al gran rasguño que tenía en su brazo. Corrí
tan rápido como pude hacia mi pobre ángel castaño que estaba sentado en el piso
con su ceño fruncido que parecía más molesto que otra cosa y un brazo levemente
herido.
—Ángel
¿Qué te ocurrió? —pregunté con relativa calma cuando logré ponerme en
movimiento, dejando a un lado los nuevos
compactos de música mientras él seguía mirando con detenimiento su brazo. Unas
tiernas arruguitas se formaban en su frente. No podía acercarme a él en un
estado de histeria.
—Tropecé
con aquella silla. —me respondió, mientras se limitaba a mirar con enojo la
pequeña butaca que había causado tanta alarma.
—¿Te
golpeaste en algún otro lado? —ya estaba en modo profesional, moviéndome hacia
el baño para conseguir el botiquín de primeros auxilios que tenía en el
gabinete inferior, bajo los lavabos, y estaba bien equipado para situaciones
como estas o incluso mucho peores.
La
carencia de dolor de Edward no me extrañó en absoluto a pesar que tenía una
buena línea roja medio hinchada y con un poco de rastro de sangre que parecía
haber sido causada con uno de los adornos metálicos de los costados. Los
autistas podían tener una alta tolerancia hacia el dolor, lo cual en su caso se
había evidenciado el día en que había hecho su primera crisis desde que
trabajaba para él. Si acaso, su expresión denotaba que la herida apenas y le
causaba molestia.
Si estaba
en lo correcto, parecía más bien indignado por el hecho de haberse tropezado
con la pequeña butaca de madera y recargaba todo su enojo echándole la culpa a
la misma. Ese momento me causó tanto ternura como gracia a partes iguales. Pero
fui cuidadosa de no mostrarlo ante él, no fuese a pensar que estaba mofándome
de su caída.
Al
terminar con él, retiré el mueble de su habitación. Noté que la veía con suma
inquietud durante un buen rato y decidí que no tenía que hacerle sufrir un
estrés innecesario por un objeto que no era indispensable para él.
No se me
escapó el hecho de que sonrió cuando vio la silla situada en una esquina del
piso en el lado contrario a su cuarto.
Ángel quisquilloso.
*.*.*.*.*
—Vale.
Vale, tú ganas. Será la azul entonces. —suspiré dándome por vencida.
Edward
estaba a sus anchas en la Uley´s Home Furnishings en Port Angeles. Sus padres y
yo habíamos acordado una visita a la mueblería después de que le comentara que
quería una pequeña modificación en la habitación de su hijo. No era un secreto
para nadie que el incidente con la butaca pudo haber sido mucho peor de haber
tropezado con otro objeto que pudiese quebrarse y cortarlo o incluso clavársele,
causándole así algo mucho más severo que requeriría una atención compleja, que no podría brindar a pesar de mi
muy bien equipado botiquín.
Entre Esme
y yo nos habíamos encargado de revisar minuciosamente su cuarto en busca de
objetos que pudiesen representar un peligro en potencia para él en caso de que
se tropezara o de que sufriera una crisis nerviosa de nuevo. El último no era
un posible escenario bonito, pero sí uno muy real y cuando se tiene a una
persona en las condiciones de Edward, no se debe pensar con simples Puede que ocurra; simplemente se procede
con un En caso de que ocurra; y se
hace lo que es pertinente. Punto final.
Pero
ninguna estuvo sumida en la miseria considerando aquella opción, por el
contrario, tanto la señora Cullen como yo nos tomamos la labor como algo de lo
más entretenido. ¿Y todo gracias a quién? A nada más y nada menos que a un
Edward Cullen sumamente curioso que nos persiguió por toda la habitación
preguntándonos de tanto en tanto sobre las cosas que sacábamos del cuarto. Eso en respuesta a que alguien se cuestionara
si en serio estaba dejando su mutismo atrás.
<<No se llevarán los lápices ¿Cierto?>>
<<¿Por qué sacan ese florero?>>
<<¿Por qué…? >>
<<¿Por qué… Por qué?>>
<<¿Por qué… Por qué… Por qué?>>
Parecía
uno de esos niños en la etapa de ¿Por
qué el cielo es azul? ¿Y por qué si? ¿Y por qué eso no se puede quedar? ¿Y por
qué no? De seguro que su madre disfrutaba en grande de una época que
no fue capaz de gozar antes en plenitud, mientras que yo veía a un hombre
considerablemente recuperado. A un ángel saliendo a la superficie de su
realidad. Y quería a ambos para mí.
Eso sin
mencionar que se puso en una actitud sobreprotectora con su equipo de sonido y
sus compactos de música. Con el ceño fruncido se paró en frente del estante
negro de madera que lo contenía y nos miraba fijamente; a pesar de jurarle que
no lo quitaríamos de allí, no se apartó. En resumidas cuentas, fue una tarde
de risas por parte de algunas y de cejas levantadas por parte de otros, y eso
sí que era digno de recordar una y otra vez en un futuro cercano.
A la
mañana siguiente, nos encontrábamos en la tienda de Port Angeles: Edward,
Carlisle, Esme y yo buscando cosas nuevas y aptas para él. La idea de ir de
compras había sido de su padre, quién abrió un hueco en su muy atareada agenda
como dueño del bufete más prestigioso de Forks y sus alrededores; para poder
darle a su hijo lo que ameritaba. Para satisfacción mía, había llegado a
escucharle decir a su esposa que “no
quería seguir eludiendo sus responsabilidades como cabeza de la casa”. Y zas! Aquí
estábamos los cuatro, disfrutando de un día diferente con un Edward sumamente
testarudo.
—No puedo
creer que nos hayas hecho caminar toda la tienda, cielo. —comentó una extenuada
Esme Cullen mientras se dejaba caer en uno de los sillones que el local tenía
destinado para eso. Su sonrisa era demasiado radiante para ignorarla. Se habían
dado cambios significativos en la casa y lo demostraban los ánimos de todos los
que allí vivíamos. Bueno. Casi todos. Ya que de esa ecuación, Emmett seguía
siendo el factor discordante; pero no es momento de hablar de él.
—Lo que no
puedo creer es que se haya empecinado con ese híbrido de silla y hamaca que fue lo primero que vio al entrar. —respondió
Carlisle.
—Eso tiene
mucho sentido, señor Cullen. A muchos autistas les gusta tener sitios para
ellos solos o envolverse a sí mismos, les da una sensación de protección. Y los
muebles que se envuelven en torno a ellos les suelen dar una sensación de
seguridad. —clavé mi mirada en Edward que seguía sentado en la hamaca azul
medianoche y se mecía con las puntas de sus zapatillas deportivas. La mitad de
su cuerpo superior estaba cómodamente recostada en la tela. El objeto en
cuestión parecía una gran gota de pintura azul a punto de caer al suelo.
Me acerqué
al joven de veinticuatro años en tamaño e inocencia de niño de siete y recargué
un poco el lado izquierdo de mi cuerpo en el borde de la Silla – Hamaca,
captando su atención.
—Entonces,
Edward ¿Te llevamos esto? —acaricié con mi mano la áspera tela.
Asintió.
—Te
llevamos esto.
—No. —dije,
acerqué mi mano a su pecho y lo toqué con las puntas de mis dedos. Él aceptaba
en líneas generales el contacto de otras personas, siempre y cuando no se
hiciese de forma brusca. —“Te llevamos”, hablo de ti.
Me miró
por un instante armando la oración en su mente. Aún teníamos problemas a la
hora de que él se expresara, pero me mantenía al pendiente de estos.
—¿Lleva-mos?
– dijo titubeante.
—Sí, así
está mucho mejor. Recuerda “Tú”— toqué su pecho de nuevo y llevé su mano al
mío. —“Yo”.
Asintió de
nuevo y se puso en pie, sacándome unos cuantos centímetros de altura. Me sonrió
desarmándome como solo él podía hacerlo.
—Me
equivoqué. —dijo.
Lo tomé de
la mano para llevarlo hacia sus padres que estaban a unos pocos pasos detrás de
mí.
—Tómalo
con calma, ángel.
—¿Y bien?
—Expresó Carlisle cuando lo tuvo en frente —¿Qué vas a querer, hijo?
Edward
giró su cara y señaló la hamaca de nuevo con un asentimiento. Los tres tuvimos
que contener la risa ante su gesto. Su padre insistió, pero esta vez con cara
de No–otra–vez.
—Sí, ya
sabemos que quieres eso. Nos los has
dejado bastante claro desde que llegamos. —Edward se quedó con una expresión
que parecía decir Entonces no entiendo
porque tu pregunta, si ya lo sabes. Carlisle suspiró resignado pero contuvo
la risa. —Creo que será mejor si tú eliges lo que él necesita, Isabella.
—Sí,
señor.
Después de
mostrarle a la encargada lo que él ameritaba, discutimos sobre cómo sería despachada
la mercancía.
—No se
preocupe, señor Cullen. Su pedido será entregado debidamente en su casa e
incluso si lo desea el personal puede instalarle la silla en donde lo requiera.
—Fabuloso.
Estaba por preguntarle acerca de eso ahora mismo. —entonces se enrumbaron hacia
la caja registradora mientras Carlisle se preparaba para pagar sacando su
billetera del bosillo interno de su abrigo. Cuando llegaron, noté como los
movimientos de la dependienta se transformaban en insinuaciones poco
disimuladas. Las risitas, los batidos de cabello, las sutiles inclinaciones...Descarada.
y demasiado cliché.
Miré a la
señora Esme quién vio el espectáculo de la chica y se puso rígida a mi lado,
sin embargo, con toda esa clase que la caracterizaba se mantuvo incólume.
Reacomodó su cabello con brusquedad. Pero permaneció a mi lado en toda su
elegancia.
—¿Quiere
que me acerque? —le susurré a su lado. Edward nos miraba sin comprender nada.
Negó con
la cabeza.
—Eso le
daría poder a ella, y eso es algo que no pienso concederle.
—Pero su
esposo no se ve interesado…
—¿Qué
crees que me mantiene en este sitio?
Asentí en
silencio mientras ambas contemplábamos el incómodo espectáculo en silencio. No
podía imaginarme en una situación como esa y comportarme como ella.
Ella me
dedicó una carcajada seca de pronto. Evidenciando así su incomodidad.
—Llevamos
mucho tiempo juntos, Bella; cualquiera diría que ya no debería importarme pero
no he dejado de desear a mi esposo. Siempre he tenido que lidiar con mujeres
coquetas a su alrededor. —entonces sus hermosas mejillas se colorearon de un
juvenil rosa y su mirada pareció retroceder en el tiempo unos cuantos años.
—Quizás las cosas no serán como antes, pero…
—Pero
usted lo sigue amando ¿no es cierto?
Asintió con
suma timidez. No podía ser nada fácil encontrarse en una situación como
aquella: mirando estoica mientras una lagarta le coquetea a tu esposo de hacía
muchos años y que te encuentres tan frustrada que compartas vestigios de tu
vida privada con una casi extraña porque no tienes con quién más hacerlo.
—Creo; sin
ninguna intención de ser irrespetuosa; que a ustedes les falta es concentrarse
en su relación. —continué. —Salir en una cita.
—¿Qué es
una cita? —interrumpió Edward, quizás harto de estar mirando de hito en hito a
su madre y a mí.
Mi
garganta se cerró al momento pero Esme tomó la delantera sin problema alguno.
Era misterioso como Edward lograba dejarme sin coordinación con una simple
pregunta inocente.
Acarició
su cara con la ternura que solo una madre puede tener y le explicó como si se
tratase de un pequeño.
—Es cuando
unas personas salen a disfrutar de algo que a ambos les guste. Una cena, un
paseo, ir al cine, etc.
Él nos
miró dubitativo a ambas.
—¿Cuándo tendremos
una cita? —preguntó hacia mí como si nada, y como de costumbre mis mejillas se
llenaron de un carmesí intenso.
Miré a su
madre y cuando noté que ella se reía expectante, dije lo primero que me salió:
—Yo…yo…
¿Pronto? —dije mirando hacia Esme en busca de aceptación. Ella asintió y se
giró a vigilar la situación con la cajera “demasiado amable”.
Sí.
Definitivamente era una tarde incómoda.
*.*.*.*.*
Estábamos
en medio del jardín sumergidos entre la alta hierba y las florecillas. Edward
garabateaba trazos en un blog para dibujos con carboncillo, y yo lo miraba
atenta a sus reacciones. Me miraba a mí, luego al paisaje y finalmente a la
hoja toda rayada. Y así alternaba su atención desde hacía más o menos una hora.
No podía
negar que el extremo del patio en donde nos encontrábamos; que era el sitio
favorito de él; tenía una imagen casi surrealista. La señora Esme, quien se
encargaba personalmente de la jardinería de la casa; había optado por dejar que
la grama y las florecillas crecieran en gran dimensión, de modo que ahora nos
llegaban hasta un poco más arriba de los codos, mientras permanecíamos sentados
en el suelo. El lugar infundía una sutil sensación de abrigo, ahora podía
comprender él porqué de que le gustara tanto estar allí.
Aunque ese
día no era precisamente idóneo para una larga estancia. Una llovizna continua
nos iba mojando el cabello de a poco en poco.
—Edward,
¿no crees que ya es hora de entrar?
—No. —negó
con su cabeza.
—Te puedes
enfermar. —le dije utilizando un tono suave de advertencia.
—No.
Suspiré y
miré al cielo. Justo en ese momento la lluvia comenzó a arreciar. Lo miré mientras
él le fruncía el ceño al ahora papel mojado junto con el carboncillo corriendo
por el flujo del agua. No pude evitar soltar una pequeña risita.
—Te dije
que entráramos pero no me hiciste caso.
Me miró
molesto, extendió su mano con el bosquejo hacia mí…
—Se
arruinó.
—Te lo he
dicho antes, ángel. Si el papel se moja, ya no sirve. Tendremos que desecharlo.
Resopló
molesto, para tranquilizarlo me incliné hacia él y acaricié su cabello castaño
dorado que ahora se veía oscurecido por haberse mojado. Inclinó su cabeza hacia
mi mano y cerró los ojos aparentemente disfrutando de la sensación. Entreabrió
sus labios para respirar y por un momento tuve el febril deseo de atrapar las
gotas que se deslizaban de su boca.
Y eso.
Hice.
Cerré el
espacio que había entre nosotros, él no se lo esperaba por lo que al principio
se sobresaltó un poco, pero luego él mismo; para satisfacción mía; buscó el
contacto. Nuestros labios se acoplaron acariciándose con dulzura. Sus manos se
movían torpes por varios lugares, pero ahora lo importante era que tenía su
sabor en mi boca. Sabía que corríamos el peligro de ser vistos, pero parecía
que la lluvia se había llevado mi cordura infundiéndome temeridad. Mi lengua se
aventuró a tantear a la suya, quería hacerla reaccionar y que me condenaran si
no estaba extasiada en el momento en que lo logré. El beso se volvió más y más
profundo, al punto en que no sabías en donde comenzaba una boca o en donde
terminaba la otra.
De pronto
fui consciente de que una de sus manos se deslizaba hacia la parte de arriba de
mi muslo, mi respiración se comenzó a volver errática.
Y
subía…subía…
Mi mente
gritaba ¡Detenlo! ¡Detenlo pronto! Pero mi cuerpo se negaba a reaccionar y
parecía que quería experimentar hasta donde era capaz de llegar. Sentía que el
calor de mi cuerpo se mezclaba con el frío de la lluvia y juntos hacían que mi
fiebre interna se disparara. Sus labios en los míos, sus manos en mi cuerpo y
mis hormonas gritando cosas que eran sumamente inadecuadas. Como la pagana que
era, debía admitir que la evidencia de mi excitación se comenzaba a filtrar en
mi ropa interior.
Tan
mundana por desearlo con fervor…
Tan débil
por querer perder el control con él…
Tan
enamorada como para desear convertirme en su mujer…
Mi cuerpo
lo aclamaba, lo pedía a gritos, y en mi mente comenzaron a dibujarse mis sueños
y deseos más profundos. Desde hacía mucho, deseaba trazar cada parte de su
torso, probar cada recoveco de su cuerpo. Quería que fuese mío y solo mío.
Tanto, como anhelaba que el recorriera mi cuerpo con la suavidad de su toque
celestial y me hiciera suya una y otra vez. Me había sumido en un excitante
sueño y eso comenzaba a causar efectos irreversibles en mi cuerpo, pero solo
basto un pequeño toque para traerme de vuelta.
La punta
de uno de sus lagos y elegantes dedos medio rozó furtivamente mi entrepierna y
fue entonces cuando me separé de golpe en un sonoro jadeo. Lamenté
sobresaltarlo pero la conciencia me llegó de manera violenta.
—Lo
siento. —le dije entrecortada. Y agradecí al cielo regresarme a la realidad. De
no ser así, no podía imaginar a qué punto hubiese permitido que llegasen las
cosas.
—Te…hice
daño. —Aseveró preocupado. Negué con la cabeza pero él no lo creyó aí que asintió
testarudo. – Sí. Sí. Te hice daño.
Tomé su
rostro entre mis manos y apreté nuestros labios brevemente separándome rápido.
—Escúchame
bien, Edward Cullen. Tú no me hiciste daño.
—¿Entonces
por qué...?
—Shhh. No
pasó nada. Dejémoslo allí. —respondí abrazándolo y permaneciendo así bajo la
lluvia.
No me
había dado cuenta de cuánto había avanzado el mal tiempo hasta ese momento
cuando sentí que el agua nos golpeaba con furia y parecía indicarnos que
habíamos llevado las cosas demasiado lejos.
Y para mi
propio pesar, yo estaba internamente de acuerdo con ella.
*.*.*.*.*
Edward y
yo tuvimos que depender de Alice para que nos alcanzara con toallas en la puerta
trasera que llevaba al patio para evitar hacer un desastre en el interior de la
casa.
Ambos
necesitábamos urgentemente una ducha con agua caliente para evitar resfriados
innecesarios. ¡Qué irresponsable de mi parte!.
Cuando
salí de la habitación me dirigí a la de Edward directamente y Esme iba saliendo
justo en ese momento con unas prendas chorreantes de agua.
—Te iba a
buscar. —comentó al verme.
—Aquí
estoy. Lamento haber tardado pero el agua tibia no me quería dejar salir del
baño. Me tenía de rehén. —ella sonrió gentilmente ante mi pésimo chiste.
—Es lo que
pasa cuando se juega bajo la lluvia en Forks. —asentí sin decir más nada
esperando a que continuase. —Alice hizo chocolate caliente con leche. —señaló
hacia su espalda. —Ya le avisé a Edward, pero está terminando de colocarse los
zapatos.
—Lo sé y no
se preocupe, bajo con él apenas se termine de arreglar.
Asintió y
pasó por mi lado en dirección a la cocina; ahora que lo mencionaba; el
delicioso olor del chocolate iba invadiendo sutilmente los rincones de la casa,
y por el tenue olor a canela podía deducir que le había quedado exquisito.
Cuando
entré a la habitación, él terminaba de amarrar sus trenzas pero su cabello
seguía hecho un nido de pájaros por haberlo secado con la toalla. Me sonrió
cuando se percató de mi presencia.
—Ya me las
amarré. —dijo asintiendo hacia sus zapatillas deportivas.
—Puedo
verlo, ángel. —cerré la puerta tras de mí y me acerqué a él. —Pareces un erizo con esos cabellos así. —enfaticé
mientras tocaba las puntas húmedas. —La diferencia es que tus púas no son
peligrosas.
La confusión
cruzó por sus facciones…
—Erizo…
—Es el
animal que vimos el otro día en Discovery
Channel ¿lo recuerdas? Era una pequeña bolita negra con muchas espinas y
que vivía en el mar.
—Ahhhh. El
que no tenía ojos.
—Sí. Ese mismo.
—una sonrisa se me escapó.
De pronto
se dirigió a su cómoda, tomó un cepillo de cerdas duras y comenzó a tironearse
el cabello. El pobre pelo crujía demasiado con cada rústico movimiento; lo
detuve antes de que se quedara calvo por secciones.
—Recuerda
como te enseñé. —tomé el peine en mi mano y comencé a arreglarlo con suavidad.
De a poco los nudos iban descendiendo a las puntas hasta que se separaban. —¿Ves
la diferencia?
Él
asintió.
—Ves la
diferencia. —respondió mientras veía mi reflejo en el espejo.
Cesé con
el cepillado y le toqué el pecho con mi mano, al igual que apreté una suya.
Volvíamos a los problemas del lenguaje.
—Veo,
Edward. Yo...tú. —dije mientras utilizaba cada mano. —Tú y yo. Y cuando te
pregunto si “ves” cualquier cosa, debes responderme diciendo “veo” o “no veo”. Pero
no me dices “ves”; porque eso se lo preguntas a la persona que esté contigo.
Por ejemplo: ¿Quieres chocolate?
Me miró un
segundo antes de responder. Sus ojos brillaron con una repentina emoción.
—Sí.
Quiero chocolate.
—Muy bien,
ángel —dejé el cepillo en la cómoda y lo invité a seguirme fuera de la
habitación. —Ahora bajemos a la cocina o ese chocolate será cualquier cosa
menos caliente.
—¿Por qué?
—me preguntó con curiosidad mientras nos encaminábamos.
—Porque
poco a poco se le va bajando la temperatura hasta que se vuelve frío.
Y con una
serie más de ¿por qué? que
responder, me dirigí con Edward hasta la muy aromática cocina.
*.*.*.*.*
Dos tazas
de chocolate después de mi parte y tres de Edward; aún seguíamos en la cocina
charlando con Alice y Esme. La primera había resultado ser una joven
excepcional, con pocos recursos y que trabajaba arduamente para conseguir
dinero y así culminar su carrera de educación, detalle que nos conmovió tanto a
la señora Cullen como a mí. La pobre nos contaba sobre las penurias que pasaba
en donde tenía alquilada una habitación.
—Siento
tanto que hayas tenido que parar tus estudios por falta de dinero, Alice. —le
dijo la señora Esme. —¿Por qué nunca solicitaste una beca?
—Sí, lo
hice. —dijo la pobre. —Pero no me la otorgaron, así que no pude seguir
costeándome los estudios con lo poco que había logrado ahorrar. Pero sé que de
poco en poco voy a terminar mi carrera.
De golpe y
porrazo se me ocurrió una idea peregrina.
—Podría
tener una solución a tu problema. —comenté de pronto. —Tengo una casa que ya no
uso tanto. Y allí tengo una habitación casi vacía. Solo hay un armario con
ciertas cosas mías y una cama en la que hace mucho tiempo no duerme nadie.
Tengo como un mes que no voy allí pues he estado bastante ocupada aquí, pero si
quieres vamos juntas el fin de semana.
—¿Y en
cuanto me lo alquilarás? —preguntó de manera tentativa.
—Pues
mientras que mantengas la casa en buenas condiciones, me doy por pagada. La
casa tiene un valor sentimental para mí, por eso no quiero que se deteriore.
Cosa que va a pasar irremediablemente si sigo sin ir seguido.
Las dos me
veían como si de repente me estuviesen saliendo pintitas amarillas en el cuerpo
o volviéndome azul como un pitufo.
—Eso es
muy noble de tu parte, Isabella. —dijo Alice después de sacudir la cabeza.
Seguía como aturdida pero en sus ojos había gratitud. —Te pagaré. Te prometo
que en cuanto tenga suficiente dinero…
—Continuarás
tus estudios y saldrás adelante. Punto y final.
Esme me
miró con admiración silente y luego vio a Alice.
—Nosotros
te daremos el dinero que necesites para pagar tus estudios. Y poco a poco nos
lo irás reintegrando…
—Yo no
puedo aceptar eso…
La mano de
la señora Esme se posó sobre la de ella.
—Aprovecha
esta oportunidad. Ve esto como un crédito que poco a poco nos pagarás. —me
dedicó una mirada seria. —Pero deberás retomar tus estudios lo más pronto
posible.
—¿Y su
casa…? —dijo ella renuente.
—Podrás
trabajar medio tiempo aquí de acuerdo a tu conveniencia. Y si resulta muy
pesado, pues conseguimos otras manos que te ayuden. —concluyó con la
determinación de una experta.
Todas
estábamos tan inmersas en la conversación que cuando Edward se hizo notar fue
casi una sorpresa.
—¡Oh!.
—dijo él pesaroso. —Se acabaron las galletas de canela.
Y de
pronto todas prorrumpimos en escandalosas risotadas, ignorando el piso lleno de
migajas de galletitas de canela.
—¿A qué se
debe este escándalo? —dijo un risueño Carlisle.
La señora
Esme le dedicó una tierna sonrisa antes de contestarle.
—Porque es
muy probable que a tu hijo le dé dolor de estómago dentro de una horas. Se
acaba de comer más de quince galletitas él solo y prácticamente de un tirón.
El señor
Cullen fingió reñirlo.
—¡Te has
pasado de la raya, Edward! ¿Ahora yo que como?
—¿Podrías
hacer más, Alice? —preguntó mi ángel de pronto muy emocionado.
Las bromas
y risas siguieron llegando mientras él se unía a la conversación. Aprobó sin
muchos miramientos lo que su esposa le había planteado a Alice. Pasado un buen
rato se dirigió a mí delante de los demás presentes.
—Oye,
Bella. Hoy conocí a una chica que es profesora de piano. Le hablé del caso de
Edward y a ella le pareció interesante. Me dijo que no tenía ningún problema en
comenzar a impartirle clases si tú dabas el visto bueno previamente, claro
está. —dijo él mientras tomaba un sorbo del chocolate que Alice había
preparado.
Me imaginé
a Edward frente al pomposo piano de cola que estaba cerca del salón de estar.
Su cara bañada por la blanquecina luz que se filtraba a través de los
ventanales panorámicos se veía celestial en mis pensamientos. Y sus dedos
gráciles se movían con fluidez por las teclas para inundar el ambiente con
notas armoniosas. Casi lo podía escuchar…
—¿Y bien…?
—me dijo el señor Cullen sacándome del vergonzoso ensimismamiento en el que
estaba sumergida.
—Claro que
sí, señor Carlisle. Si a Edward le gusta no hay ningún impedimento para aprenda
a tocar el piano. De hecho hay personas autistas que tienen excelente oído
musical. A diferencia de personas como yo…
Entre
bromas seguimos pasando la tarde.
Y a Edward
nunca le dolió el estómago, a pesar de que siguió comiendo galletas de canela,
ajeno a nuestra conversación que siguió por un buen rato.
*.*.*.*.*
Edward acariciaba
la superficie de madera lacada del piano y lo observaba como si jamás en sus
veinticuatro años lo hubiese visto antes; pero lo hacía con una reverencia
suprema. Como si se tratase de alguna antigüedad que al más mínimo roce se
pudiese romper con un movimiento brusco. Verlo ir y venir con sinuosidad
tocando la superficie de un brillante color negro ébano me parecía la cosa más
deliciosa de ver. Y para él no pasó desapercibida.
—¿Por qué me
miras así? —preguntó curioso.
—Porque te
ves precioso justo ahora.
—¿Por qué?
—no sabía cómo decirle, sin sonar ridícula, que el adjetivo de ángel había
tomado más sentido ahora que podía verlo con aquella luz etérea. Así que
respondí algo mucho más fácil.
—No lo sé.
Quizá porque nunca te había visto como
un posible músico y es te hace ver un poco sexy.
—¿Qué es
sexy?
Sonreí
ante su inocencia, debería haberme sentido como si quebrara algo santo o casto
pero algo más fuerte que yo me impelía a hablar.
—Es cuando
una persona te resulta atractiva. — me miró dubitativo por unos segundos y
luego dijo…
—Y cuando
alguien es sexy ¿Te provoca besarlo como lo haces conmigo?
Ruborizada
hasta lo imposible, asentí. Era extraño como podía pasaba a ser la cazadora
atrapada de un momento a otro por él. Por su aire de inocencia.
—Sí,
ángel. Cuando alguien es sexy te provoca besarlo… —se fue acercando lentamente
al banquillo frente al teclado del piano que era donde yo estaba sentada.
—Abrazarlo… —<<…Y cosas que
requerían que la gente estuviese sin ropa y en posición horizontal. O no
necesariamente.>> Pensé para mis adentros removiendo mil sensaciones
en mi interior.
Llegó
hasta el sillón y se sentó frente a mí, me acarició con suavidad la cara
apartándome unos mechones que me habían caído de los lados. Cerré los ojos
durante un segundo disfrutando de su tacto hasta que el silencio me hizo
abrirlos con la necesidad de ubicarme. No
sabía si repentinamente había muerto y estaba en el cielo…
—Entonces
tú eres sexy también. —musitó con la vista clavada en mis labios.
Suprimió casi
la totalidad de espacio entre ambos en un solo movimiento. Solo se detuvo
cuando las puntas de nuestras narices se rozaron. Su boca se abrió,
anticipándose a que la mía cerrara el espacio restante para acariciarse…
¡Ding Dong!…
El sonido
desde la entrada nos sobresaltó a ambos y nos separamos al instante. Escuchamos
en silencio como Alice corría desde la cocina para abrir la puerta y saludar a
alguien. La voz sonaba baja y elegante.
Unos pasos
se dirigían hacia donde estábamos y cuando la puerta del salón en el que
estábamos se abrió, irrumpió una rubia estilizada vestida como si hubiesen
hecho corta y pega de la sección “9
Piezas claves” de la revista Cosmopolitan.
Una simple remera blanca de algodón enfundada en unos pantalones de lino gris
que le llegaban hasta la cintura que le daban un aire retro. Unos stilettos* y un bolso grande que pendían
del pliegue de su brazo iban en armonía al ser negros ambos. Y si todo eso no
te quitaba el aliento, pues debías esperar a ver su rostro. No había ninguna
facción que pudieses decir que estuviese fuera de lugar: sus labios eran bien
delineados, su ojos eran grandes y expresivos, sus pómulos y barbilla
enmarcaban lo que eran unas líneas preciosas. Eso sin contar la cascada de
bucles dorados que pendían de su cabeza. Eran brillantes y platinados, el sueño
de cualquier aspirante a modelo.
Sonrió gentilmente
y nos dirigió un asentimiento.
—Buenos
días, Soy Rosalie Hale. La profesora de piano. —me miró con educación. Tú debes
de ser Isabella ¿cierto?
Asentí.
—Un
placer, Rosalie.
Dio un par
de pasos más hacia nosotros.
Tendió la
mano hacia al frente.
—Y tú
debes de ser Edward. Encantada de conocerte.
Pero
Edward no le contestó, porque un muy inoportuno Emmett interrumpió justo en ese
momento.
—Bella,
necesito hablar… —el inmenso hombre vio a la profesora con detenimiento durante
un instante y se sonrojó ligeramente. —Disculpe, buenos días.
—No se
preocupe. —volvió a presentarse de nuevo y luego le indicó lo que haría en la
casa de ahora en adelante, tres veces a la semana.
—Pues
bienvenida. —dijo de manera cortés pero un poco fría. Pareció como si se
hubiese desvanecido lo que había llamado su atención de ella. Luego me dedicó
una mirada profunda. —Necesito hablar contigo.
—Tengo que
explicarle a la señorita Rosalie…
—Será solo
un momento. —me interrumpió. —Les servirá para que se conozcan.
Asentí en
dirección a ella.
—Discúlpame,
un momento. Por favor.
—No hay
problema. —dijo ella.
Cuando
salía pude sentir la mirada de Edward clavada en mi espalda.
—¡Bella! —me
gritó antes de que cerrara la puerta. —No te vas a ir con él de nuevo ¿Verdad? No
me dejarás de nuevo por mi hermano ¿Cierto?
Todos nos
quedamos congelados en el sitio sin saber que decir o que hacer.
Esta capítulo está dedicado no solo a Marcos que desde que supe de su existencia es una continua fuente de inspiración; sino a Gabriel un pequeño de solo nueve años que todavía no consigue expresarse con palabras pero si a través de sus dibujos. Y para cada personita especial que conozcan ustedes que tenga esta condición. Son el aliciente que necesito para seguir con esta historia y me demuestran que los Ángeles si existen y los tenemos más cerca de lo que pensamos.
Aprovecho para informarles sobre mi cambio de correo electrónico. De ahora en adelante si quieren comunicarse conmigo pueden hacerlo por el siguiente mail: mariekmatthew@hotmail.com
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