“Luchas”
Bella POV:
—Por favor, detente.
—dije contra su pecho. —No lo hagas, Edward.
Decir que estaba molesto
era quedarse corta a muchos niveles. Este hombre estaba como mínimo, iracundo.
Las palmas de sus manos estaban apretadas en puños que amenazaban con descargar
su furia de una manera muy física a la primera provocación, las cuencas de sus
ojos estaban tan abiertas que amedrentaban a cualquiera con aquella mirada de
maníaco. Su postura era agresiva y a muy duras penas era controlado por mí.
Carlisle había cruzado
una línea que jamás debió.
—¡¿Qué vas a hacer?!
¡¿Intentas a golpearme?! —gritó Carlisle a muy pocos pasos de mí.
—No. Al contrario, señor
Cullen… —su apellido sonó como una burla en sus labios. —Trato de no hacerlo,
pero me lo está haciendo bastante difícil. —su respuesta pareció descolocar
bastante a su padre, más este se recuperó de forma rápida y se irguió en toda
su soberbia.
—No dejes que Bella te
detenga. Ven y haz lo que tienes tiempo queriendo hacer. Golpéame, Edward; y
deja ir esa maldita rabia que te está consumiendo por dentro cada vez que me
tienes en frente.
¡¿Pero qué carajos le
pasaba a este hombre?! ¿Acaso quería acabar con el poco juicio que le quedaba a
su propio hijo?
Un tirón más por parte
de Edward y otro en respuesta por mi parte. Me aferré a su cintura con la idea
de que no se atreviera a lanzar un golpe teniéndome pegada a él.
—Eso es lo que quieres,
Carlisle, para así poder decirte a ti mismo que tienes un hijo que no te
merece, que cometió el peor de los pecados al molerte a palos y que se consumía
en odio por ti, cuando tú solo veías por su bien. —gradualmente fue subiendo el
tono de voz conforme sus acusaciones continuaban hasta encontrarse gritando. —¡Quieres
tranquilizarte a ti mismo creyéndote un mártir porque tu maldita conciencia te
grita que eres culpable!
Volteé hacia la puerta
buscando apoyo de cualquier persona y encontré a Rosalie pálida y sin saber qué
hacer.
—¡Llama a Esme! ¡Dile
que suba!
Asintió y salió despedida
de la oficina.
Mientras tanto la
disputa seguía y mi nivel de pánico también aumentaba conforme el intercambio
de gritos se acrecentaba.
—A no
ser que pienses que Lizzy es…—Edward sumiso en sus pensamientos al principio y
horrorizado al final. Y no fue el único. Estaba estupefacta esperando algún
tipo de confirmación por su parte.
¿Lizzy
podría ser su hermana en vez de su hija? ¡Ay Dios, no!
—¡¿Lo
hiciste por eso?! —bramó Edward con las venas del cuello totalmente brotadas. —Carlisle
no contestó, sin embargo no hizo falta. La palidez en su cara se le adelantó. —Por
eso entraste a mi casa con excusas estúpidas y te llevaste cosas como un vil
ladrón.
—¡No me
faltes el respeto, Edward Cullen! Así te moleste sigo siendo tu padre…!
—¡Y es
lo que ha evitado hasta ahora que te rompa la cara! Pero ya no estoy tan seguro
de poder contro…
Unos
tacones apresurados irrumpieron en la estancia y juro por todo lo sagrado que
jamás me había alegrado tanto de ver aparecer a Esme Cullen.
—¡¿Se
puede saber que les pasa a ustedes dos?! —miró alternadamente a su esposo y a
su hijo con aparente reproche, pero más allá de eso había una gran
preocupación. Eso se podía ver con claridad. —¿Acaso perdieron la cordura? El
personal puede escucharlos ventilar sus intimidades como si fuesen trapos sucios ¿No les importa?
Porque si no lo recuerdan ambos conforman la cabeza gerencial de una empresa ¡Compórtense
como tales!
Permanecía
situada entre ambos, con los brazos abiertos. Cuando vio que sus palabras
parecieron sosegarlos un poco bajó las palmas y se situó frente a su esposo.
—Cálmate
¿Quieres que te dé un infarto aquí y ahora?
Él la
miró con una sorna que hasta a mí me ardió, no me imagino a ella que había
pasado tantos años al lado de ese hombre.
—Seguramente
Edward estaría más tranquilo y tú podrías disfrutar tranquilamente con tu amante
sin tener que esconderte…
Eso fue
todo.
Edward
nos empujó a ambas a un lado y no hubo forma ni manera en que pudiésemos evitar
que estrellara su puño contra la mejilla de su padre. Esto no estaba bien. A
muchos niveles era un completo error. Había cosas que un padre y un hijo jamás
deberían decirse, cosas que no convendrían hacerse nunca…pero aquí todo estaba
roto. Los Cullen finalmente estaban rotos.
—¡A
ella la respetas! —rugió Edward. Levantó su puño a nivel de su cara para
enfundarle un segundo guantazo pero el grito de su madre lo detuvo. Volteó su
rostro hacia ella y soltó la solapa de la chaqueta que sostenía como si
quisiera arrancársela. Rosalie me miró incómoda y pareció entender lo que le
dije con la mirada mientras tiraba de Edward hacia atrás; así que salió de allí
como si fuese invisible y cerró la puerta tras de sí. —No te la mereces ¿Sabes?
—Escupió —Por eso se fue con…
—¡Cállate,
por Dios! —le rogué desesperada mientras le daba pequeños empujones hacia la
salida de la oficina.
—Llévatelo,
por favor. —me ordenó Esme que trataba de mantener una postura de entereza,
como si momentos antes no se estuviese hablando de su integridad. —No dejes que
se quede en la empresa. Salgan de aquí.
Asentí
sin decir más nada. Solo le tomé la mano y nos dirigimos fuera de Presidencia.
Nada más cerrar la puerta tras nosotros, Edward se apretó las sienes por lo que
le pedí a Rose que llamara al doctor Gerandy y le dijera que lo veríamos en el
apartamento de Edward. También llamó a Embry para que nos recogiera a la salida
de Le Madeimoselle. Tuve que pasar
por mi oficina a recoger mi bolsa. Angela me enviaría a mi correo todo lo
agendado para el día y lo haría desde casa.
No
quise hablar con Edward porque no estaba en condiciones de escuchar nada y lo
cierto es que tampoco sabía que decirle: su padre se había comportado como un
rastrero, él no debió golpearlo, nunca supimos de quién era realmente hija
Lizzy ni tampoco como terminaría todo entre los señores Cullen, puesto que al
final solo alcancé a escuchar cuando ella le decía:
—No te reconozco, Carlisle. No reconozco en ti con quién me casé.
—¡Ni tú! No tienes moral para reclamarme nada. —le espetó su esposo con voz
agonizante. Ella en cambio le habló con
resignación.
—Tienes razón. Quizá nos transformaste en monstruos a ambos.
En el elevador le di mis Police
para que el sol no le pegara tanto en las retinas y agudizara el dolor aún más.
Contra los bullicios habituales de Manhattan no podría hacer nada. New York era
un pésimo lugar para tener migrañas. Y para más enojo de Edward, antes de salir
nos topamos con Jacob, quien venía hablando por teléfono y al ver que lo
llevaba del brazo puso cara de estar tomando vinagre. Sentí a mi cavernícola
tensarse a pesar de su malestar.
Jacob abrió la boca para decirme algo pero lo corté:
—Ahora no. Luego.
Pasamos de largo hasta el BMW negro estacionado en toda la entrada del
edificio. Embry estaba apostillado en la acerca y nada más vernos abrió la
puerta del vehículo para nosotros.
—Señorita Swan. —me saludó Embry formal como siempre con un
asentimiento.
—Hola, Embry. —tomé asiento.
Después de una terrible media hora más cinco minutos de bocinazos,
recordatorios de todos los antecesores de los conductores y gritos de los vendedores
callejeros, llegamos al District Building.
—¿Otra migraña? —preguntaba Sue quien nos seguía muy preocupada hasta la
habitación de principal.
—¡Ay, Sue! —susurré. —Ni preguntes ahora, mejor que este hombre vuelva a
montar en cólera ¿Ha llamado Gerandy?
—Está a diez minutos de aquí.
—Bien.
Cerramos las cortinas en completo silencio y Sue se fue a encargar del
almuerzo mientras que Leah se hacía cargo de una Elizabeth que se dejaba
escuchar de a ratos con sus lloros.
Durmió unas buenas cuatro horas y durante todo ese tiempo solo se movió
para acercarse más a mí. Acariciaba su cabello sin cesar. Eso parecía
tranquilizarlo. Fui incapaz de moverme de su lado, incluso cuando Gerandy le
administró el analgésico o venía a la habitación a chequearlo cada tanto.
—Doctor ¿Cree que exista la posibilidad de que las migrañas de Edward se
deban a algo grave? —susurré más mi tono deje de preocupación era latente. +
—No lo creo, Bella. Si he de serte sincero, me preocupa más su clínica
como amigo de la familia que como médico de cabecera. La última vez que Edward
sufrió unas crisis semejantes fueron cuando Carlisle tuvo el infarto y perdió a
su novia al mismo tiempo ¡Qué podría ser tan grave como eso?
La expresión de su rostro me indicaba que no comentaba esto con la
finalidad de conseguir un chisme jugoso y fresco sobre una de las familias más
importante de New York y hasta de USA completa, sino más bien con cierto
presentimiento de que algo malo se esconde tras bambalinas y trata de desenmarañar
las cosas. Sin embargo eso no me hizo sentir mejor. Un hilo largo de dudas se
tejió en mi mente y solo por la simple mención de unas palabras: “…Perdió a su
novia al mismo tiempo”. Por lo visto, el buen doctor era un completo ignorante
a lo referente a la maldad de Tanya.
Así que no pude evitar expresar lo que pensaba a riesgo de quedar como
una niñita malcriada: —Discúlpeme, pero eso de “perdió” suena como si hubiese muerto, y ese no fue el caso entre
ellos. De hecho, fue algo mucho menos honorable.
Mi respuesta tomó a Gerandy por sorpresa, pues se vio un poco incómodo
durante un momento; lo cual me hizo sentirme avergonzada por mi visceralidad
aunque no me arrepentía de haber dicho lo que tenía entre pecho y espalda,
luego él frunció los labios tratando de no reírse de mi reacción como el
caballero que era.
—Comprenderás, Isabella, que no me siento cómodo hablando de una dama…
—Lo entiendo, doctor. En serio. Disculpe mi rabieta.
Su gesto se tornó enternecido.
—A riesgo de meterme donde no me han llamado nuevamente, he de decir que
se te nota por encima que lo quieres. Tu postura protectora hacia él y hasta la
manera que sales en su defensa ha dejado en claro tus sentimientos por Edward.
Así que no te culpo por no soportar a la señorita Denali.
—¿Cómo sabe que salgo en su defensa cada que puedo?
—¿Aparte de porque lo acabas de hacer? —me vio con esa expresión que
tienen las personas sabias y a las que no les agrada que le nieguen lo obvio
cuando están más que seguros de que tienen la razón. —Te acabo de decir que soy
amigo de su familia. Esme a veces habla conmigo. Sé que están pasando por una
etapa dura, aunque ella no ha profundizado mucho en el tema, pero la tristeza
que se está carcomiendo a esa mujer no es normal. No me imagino cómo puede estarlo
pasando su hijo.
Me apretujé más entre el edredón y Edward se removió un poco pero no se
despertó. Solo se apretó más contra mí.
—Es…complicado, doctor. Todo. Incluso la relación que llevo con él… —le
señalé con un asentimiento a la cabeza que seguí acariciando. —Sin embargo
continuamos intentando hacer que lo nuestro funcione entre tanto desastre.
La seguridad con que afirmé aquello me abrumó más no hizo que reculara.
Ambos estábamos colocando lo mejor de nosotros para que esa extraña relación que
había comenzado en de manera rara, en un momento raro y entre personas ya de
por sí “raras” saliera a flote entre tantas olas que nos han querido ahogar. No
había sido fácil ¡Maldición aún no lo era! Pero nos aferrábamos el uno al otro
porque por momentos parecía que éramos lo más seguro que teníamos en nuestras
vidas.
—¿Quieres mi consejo o eso sería abusar de tu tolerancia hacia este
viejo metiche?
No pude evitar reírme, eso sí, bajito para no despertar al cavernícola
que dormido se acercaba más a un ángel.
—Dígame.
—No se rindan, Isabella. Puede que suene trillado pero nada que valga la
pena nos permite llegar hasta sí sin alguna cota de lucha. Y si sabes que algo
te pertenece, lucha con más garra. Hay personas a las que les molesta la
felicidad de las otras y quieren destruir la de su entorno, así su miseria se
hace menos evidente.
—Lo dice como si lo hubiese vivido, doctor Gerandy. —inquirí.
—Así fue, y heme aquí tengo casi cuarenta años de casado con la mujer
que amo. Nos costó mucho llegar hasta acá pero todos los días me despierto con
la dicha de ver su cara en la almohada al lado de la mía.
Se despidió momentáneamente y se dirigió a tomar café a la cocina con
Sue. Esperaría hasta que Edward despertara para irse.
Mientras, esta servidora estaba en la cama fantaseando con la
posibilidad de ver esa hermosa cara cada mañana al despertar.
Eso era por lo que valía la pena luchar. Claro que sí.
o.o.o.o.o.o.o.o.o.o
—Bella. —me llamó un Edward soñoliento con la voz rasposa.
Entré en la recámara secándome las manos en los vaqueros.
—Cinco horas apostada en tu cama y no te despertaste. Cinco minutos en
el baño y entonces lo haces. Eres un hombre difícil, Edward Cullen.
Él sonrió ladino.
—Tienes pelos de loco ¿Lo sabías?
Se pasó los dedos entre ellos para tironeárselos un poco.
—¿Mejor?
Negué con la cabeza mientras me acurrucaba a su lado, esta vez por
encima del cobertor.
—Nop. Sigues viéndote como un desquiciado. Aunque he de concederte que a
ti te queda muy bien ese look. —me carcajeé. —¡Sonríes como un pirata!
—Admítelo. Di que te parezco sexy.
Me acerqué a sus labios y deposité un tierno besito en ellos.
—Por supuesto que lo eres. —acaricié su frente y me puse seria. —¿Ya se
fue esa maldita migraña?
—Wow, me encanta cuando dices malas palabras. Eso hace que tú te veas
sexy. —suspiró. —Estoy bien, solo tengo esa molesta sensación que queda al
final. Como si estuviera esperando para volver…¿eso es…? —olisqueó el aire.
Me miró por un segundo con confusión, luego esta se transformó en sospecha
y al final me vio con una expresión socarrona.
—La llamaste ¿Cierto?
—Ella llamó. —me defendí.
—Y le dijiste. —aseveró.
—Surgió en nuestra conversación telefónica.
—¿Hace cuanto que llegó?
—Hará como veinte minutos. Quince, quizá. Le diré que estás despierto.
Hace rato que viene a ver si has despertado.
Volví a besarlo en los labios y me fui a levantar pero me haló hacia él
y me besó con más profundidad.
—Gracias. —y antes de que pudiera preguntarle, me respondió. —Por
intervenir, por cuidarme, por velar por mí. —acarició su nariz con la mía. —¿Quién
diría que una valkyria podría traerme
tanta paz?
Besé su frente y me puse en pie.
—También puedo darte guerra. Que no se te olvide. —le dije desde la
puerta.
Se quedó riéndose en la cama.
o.o.o.o.o.o.o.o.o.o
—Edward está despierto. —le dije a una Esme ensimismada con Lizzy en el
islote de la cocina.
Se puse en pie de inmediato para dirigirse a la habitación.
—Deme a Elizabeth, señora Esme. Será mejor que hablen sin la niña allí.
Aunque traten de que la charla sea lo más relajada posible para que no le
regrese el dolor por la presión.
Ella asintió preocupada y salió disparada.
—¡Demonios! Eso huele genial. —dije con la pequeña en brazos. Me acerqué
un poco al horno y vi que la tarta de manzana estaba casi lista y el rastro de
canela tenía el apartamento perfumado. Sabía que eso sería algo inesperado para
Edward y que lo disfrutaría muchísimo, así que no dudé en decirle a su madre
cuando me preguntó si él necesitaba algo, que lo que él necesitaba era ese
postre.
—Si quiere yo sostengo a la bebé, Bella.
—¡Claro que no! —fingí indignación y le llené las mejillas de besos a la
pequeña bolita de carne. —Hoy no había visto a mi pequeña Lizzy ¡Que bella
estás! Serás un peligro ambulante cuando seas mayor. —aseveré viendo esos ojos
de azul tormenta como los de Edward…o los de Carlisle. ¡Dios mío! ¿En qué
pararía todo este problema? Besé su frentecita. Miré a Sue. —¿Te comentó algo
la señora Esme?
Negó con la cabeza.
—Solo habló de cualquier cosa que saliera mientras hacía la tarta. Luego
se enfocó en la niña cuando la trajo Leah antes de irse. —se limpió la manos en
el paño de la cocina. —Yo decidí quedarme por cualquier eventualidad que
surgiera.
—No, Sue. Ya me apaño yo esta noche. Ve a tu casa a descansar ¿Lizzy
está bañada? —asintió —Entonces no te preocupes.
—Pero ¿Y si necesitan algo?
—Yo me encargo, Sue. —le di un empujoncito hacia la salida. —Anda,
mujer. Tu familia también te necesita.
—La cena está…
—En el refrigerador…
—Y dejé preparado en la tetera…
—El té relajante…
—Y a la tarta le falta…
La miré con falsa severidad.
—¡Sue! Anda a descansar.
Asintió y me sonrió con cariño.
—Gracias, Bella.
—Nooooooo, señora. Acá la tengo que dar gracias soy yo. Nos has ayudado
muchísimo. Incluso más allá de lo que requiere tu cargo.
A los quince minutos y después de achuchar a la pequeña, Sue se fue.
Me regresé hasta la ahora especiada cocina, coloqué a la bebé en su
sillita sobre el islote y me acerqué a los fogones para poner a calentar la
cena.
A los diez minutos, Edward y Esme me sorprendieron al unírseme en aquel
espacio. Serví para los tres pero Edward comió por dos, así que fue como tener
a dos personas de visita. No había almorzado y se levantó con un hambre de mil
demonios. De alguna manera me tranquilizaba que tuviera estómago después de
haber pasado todo lo que aguantó temprano. En sus nudillos estaba la prueba de
que había golpeado a alguien, pero ese “alguien” no era cualquiera. Era a su
propio padre. Cosa que creía que estaba estrechamente ligada al hecho de que
comiera con Lizzy en su regazo y negándose a soltarla. Y Elizabeth estaba
encantada con eso. Mamaba su dedito de forma adorable, emitía uno que otro
gorgorito y se reía cuando Edward le dedicaba atención.
Esme sacó su tarta del horno justo antes de sentarnos a comer, y luego
de la cena se puso en pie para picarla. Rebuscó en el refrigerador y sacó un
helado de vainilla.
Comer esa tarta fue celestial. El hecho de que la señora Cullen
anduviese todo el día montada en unos tacones no le impedía en lo absoluto
encargarse de la cocina como si fuese el ama de casa perfecta. Y ver la cara de
Edward devorando el postre que había hecho su madre para él era incluso más
delicioso que probarlo. El helado de vainilla era para él de hecho.
Ambas le regañamos cuando sumergió su dedo meñique en el helado de
vainilla y le dio de probar a la bebé. Él se rió y se encogió de hombros. Y
Lizzy…bueno…dejémoslo en que no quería soltar el dedo de su…
Esto iba a ser un gran problema…
o.o.o.o.o.o.o.o.o.o
En cierto punto de la noche. Mientras Edward y Elizabeth yacían rendidos
en sus camas respectivas, me dirigí a la cocina a por un vaso de agua cuando
encontré a Esme llorando en la cocina.
—Señora Cullen… —me acerqué hasta ella y coloqué la mano en su hombro
pero no supe que decirle. Supuse que un ¿Está usted bien? Sería demasiado
ridículo dadas las circunstancias en la que estábamos. Así que opté por algo un
poco más estúpido pero menos doloroso —¿Quiere un vaso con agua?
Asintió y se limpió las lágrimas, sin embargo sus ojos se negaban a
colaborar con ella y seguían largando dolor por sus mejillas.
—Me fui de la casa, Bella. —dijo tras un rato y me dejó como un
pasmarote sentada en frente de ella.
—Yo…no sé…
—No podía soportar verlo a la cara, Isabella. Ya no. —se negaba a
levantar la vista del agua que mantenía entre los dedos. —No después de lo que
hizo…de lo que dijo.
¡Ay, Jesús bendito, no me digas que Elizabeth…!
—¿La…la niña es…? — titubeé. —¿La niña es de él?
Ella levantó su cara hacia mí y abrió sus labios…
—No. No es de Carlisle.
Respiré hondo y hasta dejé mi cabeza caer hacia un lado por el alivio.
—¿Tú también habías creído que era de él?
—La verdad es que esa opción no se me había pasado por la cabeza hasta
esta mañana, pero le mentiría si le digo que eso no me tenía preocupada desde
temprano.
Su sonrisa fue amarga.
—Yo no había considerado esa opción tampoco, hasta hoy. Hasta que vi esa
cara que mezclaba la culpa y el enojo a la vez. No sabes lo mucho que me alivió
saber que esa pequeñita no es suya. Me hubiese matado. —Es comprensible. El
hecho de saber que Edward llevó una vida de playboy antes de estar conmigo era
malo, pero si llegase a saber que tuvo un niño mientras tuviésemos una relación
sería desbastador. No me veía capaz de perdonárselo jamás. Qué decir de una
mujer como ella que tiene tantos años de casada.
Coloqué una mano sobre las suyas y le vi con seriedad.
—¿Revisó los resultados de Edward? —Asintió —Bien.
Se quedó estupefacta.
—¿No quieres saberlo?
—No. —Recordé que poco después de la cena Edward me había dicho que su
madre le había dicho lo mismo que a mí. Que Lizzy no era su hermana. Eso bastó
para él. Se negó a escuchar más del tema y me aseveró que esa niña era suya. Se
arreglaría con su abogado a la mañana siguiente. —Respeto la decisión de
Edward, y si él no quiere saberlo, no seré yo quién ande husmeando entre sus
cosas. Cuando quiera saberlo, selo preguntará y yo estaré con él apoyándolo.
Esme se mostró conmovida por esas palabras.
—¿Le quieres mucho?
—Muchísimo.
—Tanto que eres de estar en medio de este despropósito y mantenerte a su
lado siempre ¿Cierto?
—Edward necesita un apoyo, y eso es lo que he tratado de ser. No me
malinterprete, señora Esme; porque cuando he tenido que llamarlo a capítulo, lo
he hecho. Pero en las mayorías de las veces me mantengo a su lado, él necesita
saber que cuenta conmigo. De alguna manera me ha hecho entender que él estará
para mí cuando lo necesite.
Se bebió su agua y limpió el último rastro de humedad que quedó en su
rostro.
—Ustedes dos…eso me gusta. —sus ojos me hablaban con completa
honestidad. —Cuídalo, Bella. Ya he tenido que lidiar con un hijo roto por
demasiado tiempo. No creo ser capaz de verlo así de nuevo sin intervenir…de una
manera terrible.
Le sonreí con ternura.
—Comprendo. Y pierda cuidado, señora Esme. Yo me encargaré de su hijo… —ella
asintió. Le tomé la mano y le estreché los dedos. —pero aún así su hijo la
necesita aquí. Yo misma necesito que me guíe en muchas cosas.
—¿Guía de qué, Bella? Ya viste hoy como está mi familia. Un hijo
golpeando al padre que invadió la privacidad de él, que constantemente está
menospreciando todo lo que hace y yo…bueno…alguien que olvidó como ser madre y
esposa; tanto que hasta se convirtió en una infiel buscando el amor que ya no
encontraba en casa… —y rompió a llorar de nuevo.
—Eso es un problema complejo, señora. Algo que entre el señor Carlisle y
usted pueden arreglar. ¿Usted lo ama todavía?
—Cuando dicen: “No escoges de quién te enamoras” es tan cierto, Bella;
que aunque luego se transforme en un monstruo tú lo continúas amando. —se
volvió a limpiar las lágrimas de la cara y se puso en pie para irse, pero
antes, musitó: —Pero hay heridas que son tan grandes que ni los sentimientos
pueden cerrarlas. Buenas noches, Bella.
Me quedé sentada viéndola desaparecer por el pasillo sin saber cómo
actuar frente a todo este desastre. Todo alrededor de Edward parecía
desmoronarse; más aún así una voz interna me aseguró que ni así yo sería capaz
de apartarme de su lado.
o.o.o.o.o.o.o.o.o
A la mañana siguiente todo fue relativamente normal. Excepto porque Esme
estaba en el apartamento de Edward; quién se negó en redondo a que su madre se
quedara en un hotel mientras buscaba un nuevo lugar donde irse a vivir. se
lamentó por la decisión que ella había tomado pero no le había discutido en
absoluto.
En Le Mademoiselle Angela me recibió con un millón de trabajo. Tendría
toda la tarde ocupada entre reuniones con los creativos del departamento y
además tenía que revisar las propuestas de campañas por venir.
Edward y yo almorzamos juntos en mi oficina, pero contamos con menos de
una hora para nosotros ya que le llamaron desde Alemania. En un mes nos
estarían esperando en Berlín para darle el visto bueno a la sucursal de allá.
Si todo se daba bien allí el próximo lugar a conquistar por el imperio Cullen
sería Noruega.
Hablando de Europa, hacia finales de la tarde recibí una llamada
inesperada.
—¿Qué quiere Gabriel McCleod? —le pregunté a Angela.
—No me dijo nada, Bella. Solo que necesitaba hablar contigo.
Suspiré.
—Vale. Muchas gracias, transfiere la llamada. —así lo hizo. —Buenas
tardes, señor McCleod.
—Señor… —habló como si degustara la palabra. La sensualidad en ese
hombre era algo nato. —Ese término no me gusta. Al menos no cuando se trata de
ti hacia mí ¿Cómo has estado?
—Ocupada, pero bien, Gabriel ¿Cómo siguen las cosas en tu compañía
después del incendio?
—Fue una pérdida considerable, pero se logró controlar antes de que
fuese mucho peor. Ahora estamos en reparaciones y he de decir que hemos
mejorado desde entonces.
Continué tecleando y revisando papeles mientras hablaba con él por el
altavoz.
—Eres una persona optimista. Muy importante.
—Un rasgo decisivo en un empresario, Isabella. —incluso con toda esa
sensualidad, eso me sonó mal. Sexy pero mal. —Pero no llamé para hablar de
negocios contigo.
—Tú dirás que es lo que necesitas de mí, Gabriel.
—Señorita Isabella Swan ¿Acaso no sabes que esa es una pregunta que no
debe de hacer una mujer hermosa? No sabes si a quien se la haces es un rufián.
Apreté los labios en una sonrisa. Los hay descarados…
—Confío en no estar hablando con uno. Parte de Le Mademoiselle está en
sus manos.
Con desparpajo se rio de una manera descarada pero a la vez varonil.
—En fin. En una semana estaré por New York chequeando todo lo referente
a mis acciones allí y me gustaría de ser posible que me hablaras acerca de las
pautas publicitarias que están utilizando allá. Me gustaría traer algo de la
Gran Manzana a Londres. — >>…Y quieres follarme<<.
—No hay ningún problema con eso, Gabriel. Cuando estés aquí te mostraré
el departamento de publicidad, aunque he de advertirte que estoy aprendiendo
sobre la marcha. Soy un poco novata en esto. —reconocí a la vez que me peleaba
con la maldita engrapadora ¡Vaya momento para trabarse!
—Bien. Acordado eso, me despido. Siempre es un placer hablar contigo,
Isabella. —su tono rayaba los límites con la inmoralidad. Ahora entendía su
éxito con las mujeres. Probablemente si les hablaba al oído como si las
estuviera desnudando solo con su tono, era más que probable que cayeran
dispuestas en su colchón. —Confío en que me reserves algún espacio en tu
apretada agenda para al menos un almuerzo.
—Yo…
—Sería muy maleducado que dejaras a la deriva a este pobre turista en un
lugar ajetreado y a menudo hostil como Manhattan.
—Gabriel, el hecho que describas tan bien a New York me demuestra que no
eres un turista, aun así te reservaré un espacio. Es de mal gusto no atender a
los socios. Que pases buenas tardes.
—Buenas tardes para ti, Isabella.
Le di al botón del altavoz y colgué.
—Mierda. Esto no le va a gustar nada a Edward. —le dije al reflejo mío
en la pantalla de la computadora.
o.o.o.o.o.o.o.o.o
A mi salida de la empresa, decidí pasar por un chino para la cena. No
tenía ganas de prepararme nada. Así pues, pasé por uno cercano a mi casa y de
allí me fui hasta mi departamento. Pero cuando volvía a pie hasta mi edificio
escuché los llantos desesperados de lo que parecían ser gatitos.
Seguí el sonido y llegué hasta un basurero que daba a un costado de un
restaurant árabe. La caja que se retorcía no estaba sucia por lo que dudaba que
estuvieran hace días. Casi me desmayo al ver una rata inmensa cerca de ellos,
pero mi grito de espanto la ahuyentó. Incapaz de dejar allí a esas pequeñas
tres bolitas de pelo, agarré la caja y la llevé conmigo.
¡Malditos dueños de animales irresponsables!
Llegué al apartamento con una bolsa de papel en una mano y una caja de
cartón en la otra. Dejé la comida en la cocina y procedí a revisar a los
pequeños.
—No tengo una puñetera idea acerca de cómo reconocer gatitos, así que
mientras todos son varones ¿Vale? —sus maullidos no cesaban. Supuse que
tendrían hambre pero algo había escuchado acerca de que no debían de tomar
leche para consumo humano así que opté por llamar a Edward.
—Dime, valkyria. —respondió él.
—¿Estás con Embry?
—Lo estoy ¿Pasa algo?
—En lo absoluto.
—¿Quieres que te vaya a recoger a tu casa? —su tono era de ofrecimiento
erótico. Mis hormonas respondieron pero gracias al cielo yo era la que tenía
boca.
—No, pervertido. Es que necesito un favor de él…y tuyo.
—No comprendo.
—¿Podrías traerme una bolsa de comida para gatos, tres areneros y un
saco de arena para gatos?
Un momento de silencio del otro lado.
—¿Adoptaste gatos, valkyria? No me habías dicho nada.
—Los encontré tirados en la calle de camino a mi casa y no pude dejarlos
en la calle. Ya estamos en pleno verano y el clima es un condenado infierno…
—Bien…bien…Paso ahorita por una tienda de animales y te lo llevo.
—Gracias. —terminé la llamada.
Me quité los tacones al lado del sofá y me senté en el suelo frente a la
caja. La abrí y saqué cada gatito. Uno era blanco con caramelo, otro era blanco
todo y el tercero era negro todo. Me causó algo de gracias que el gatito blanco
tuviese un ojito con estrabismo. Le daba un aire divertido. Los ojos de los
tres eran azul cielo y en su tonalidad eran unas cosas preciosas. Se montaron a
mis piernas buscando mis atenciones. Mordisquearon mis dedos, mis pantalones, se
subieron por mi franela y cuando se cansaron se fueron a dormir a mi alfombra
peluda que estaba en el área del sofá y televisor. Aproveché para ir a tomar
una ducha rápida y le rogué a los santos de los animales que no dejaran que se
hicieran popó en mi alfombra de pelo sintético. Me gustaba demasiado.
Con un short muy corto de jean y una camiseta de tirantes algo
desgastada azul marino me dirigí a prender el aire acondicionado. Julio hacía
estragos con su calor infernal…y ¡ahora era que quedaba verano!
Sentí el frescor ir repartiéndose por toda el apartamento.
La puerta sonó y abrí esperando a Edward. No se había tardado casi nada.
Pero no era él quien estaba tras la puerta, era Jacob.
—Hola.
—Hola ¿Qué haces aquí? —pregunté.
—¿Puedo pasar? —preguntó tímido. Algo extraño en él.
—Jake, no me lo tomes a mal pero la gente suele llamar antes de visitar
a otras personas. —le reproché indicándose con la mano que pasara. Cerré la
puerta.
—Lo siento, Bella, yo solo creí que estabas aquí y …¿gatos? —se giró
hacia mí sorprendido. —¿Desde hace cuanto tienes gatos, Bella?
—Hará cuestión de una hora. Los rescaté de la calle. En fin… —tomé
asiento en el sofá. —Haz silencio. No quiero que se despierten.
Se sentó a mi lado con sigilo.
—No creo que hayas venido a hablar de mascotas conmigo. Dime.
—Caray. Hasta parece que te molesta mi presencia. Ayer no me dejaste
hablar y ahora me tratas así. te has vuelto muy hostil.
Lo que no quería era que Edward lo viera aquí. Lo último que necesitaba
era otra migraña.
—Tienes razón. He sido muy maleducada. Lo siento.
—No hay problema. —tomó una mano de las mías pero la alejé de inmediato.
Eso no le pasó desapercibido y le molestó. —¿Ves? ¿Acaso soy un leproso?
—Jacob, por favor… —le supliqué.
—No, Bella. Jacob nada. He intentado tratar contigo y tú me sacas el
cuerpo. Te llamo y no puedo localizarte ¿Cambiaste de teléfono?
¡Demonios! Edward y yo habíamos quedado en ir a por unos teléfonos
nuevos; ya que él me dañó el mío y averió el suyo; luego de la oficina pero
debimos postergarlo por el agitado día que tuvimos debido al trabajo acumulado
del día fatídico anterior.
—Se averió, Jake. Hoy iba a ir a por uno pero no pude. Dime qué
necesitas. —dije con un tono más amistoso.
—Quería invitarte a tomarte un café. Saber de ti. No hablamos desde el
evento de caridad y…
—Jacob, estoy con Edward. —sentencié.
Sus labios se apretaron en una línea fina de molestia.
—¿Y él te prohíbe salir con tus amigos?
—Mis amigos no suelen hablarme de citas, y mucho menos me hablan de
Edward.
—Ya estás hostil de nuevo. —dijo recostándose del espaldar del sofá.
—Comprenderás que no me sienta muy cómoda con el hecho de que te hayas
visto inmiscuido en un trío amoroso que resultó muy mal para Edward. ¡Demonios,
Jake, se iban a casar!
—¡Eso Tanya no lo sabía! —gritó.
—¡¿Y eso te excusa?! — los gatitos se asustaron y empezaron a maullar de
nuevo.
Me senté en la alfombra para tratar de calmarlos un poco con caricias.
—Odio que Cullen te haya puesto en mi contra. —musitó con amargo
resentimiento.
Respiré profundamente y luego levanté la vista. Jacob estaba devorando
mis piernas con los ojos. Me hizo sentir incómoda.
—No me puso en tu contra, pero sí que perdiste unos cuantos conmigo. Te
creí un mejor hombre.
—¡Ja! ¿Y crees que él es un príncipe? Por supuesto que lo crees. —entrecerró
esos ojos rasgados que le quedaban tan bien a las facciones de su rostro, pero
en ese momento le confería un aire de oscuridad. —No lo es. Por algo…
—¡No se te ocurra defender a esa bastarda en mi casa! —levanté la voz y
alteré a los animalitos. Les siseé para tranquilizarlos; pero ahora necesitaba
que alguien me lo hiciera a mí porque estaba bastante cerca de la línea
sociópata. Tanya Denali tenía ese efecto en mí, odiaba admitirlo pero así era.
La detestaba.
—Bien. —dijo él.
—Mira, Jacob. No sé a qué vienes. No entiendo lo que quieres lograr pero
ahora no es un buen momento para que estés aquí…
—¿Acaso Edward viene? —dijo burlón.
Lo miré seria.
—Sí. Y le quiero evitar un mal rato así que si me disculpas…
Se puso en pie y cuando llegó a la jamba de la puerta murmuró:
—No deberías dejar que Cullen te mangonee. Tú no eras así. —me reprochó.
Con la puerta en la mano le respondí:
—No se trata de mangoneo, Jacob. Se trata de que cuando estás en una
relación con alguien quieres evitarle lo más que puedas un mal trato. Y él me
importa lo bastante como para esforzarme en tratar de hacerlo feliz.
—Te va a lastimar, Bella… —me dijo dolorido.
—A ella, lo dudo, Black. —dijo Edward apareciendo detrás de él cargado
con bolsas de compras y Embry atrás. —A ti, es muy probable. Largo de la casa
de mi novia. —le espetó con los dientes apretados.
Asustada miré a Embry quien tenía una expresión seria pero serena. Aun
así no era lo suficientemente ingenua como para creer que si estallaba una pelea
él no tomaría bandos.
—Eres jodidamente molesto, Cullen. —le dijo Jacob con sonrisa burlona.
Asustada vi como Edward apretaba las bolsas tratando de contenerse. Sin
embargo le respondió con un gesto igual.
—Y tú eres tan malditamente inoportuno, que estoy pensando que están
sobrando algunos dientes. Solo digo…
—Fue suficiente. Jacob, adiós. Edward y Embry, pasen por favor.
Cada uno comenzó a caminar lejos del otro porque sabían que si medio
tropezaban estarían regalándose guantazos por el suelo en un santiamén.
Cuando iba a trancar la puerta me di cuenta de que uno de los gatitos se
había quedado fuera y corrí a buscarlo. Me aseguré de que los otros dos estaban
dentro y los coloqué juntos.
—¡¿Qué hacía aquí ese cabrón, Bella?! —escupió Edward furioso. —¡¿Por
qué estaban solos?!
Embry que se movía incómodo, interrumpió:
—Señor, yo…
—Te llamaré más tarde si te necesito, Embry.
Así el pobre hombre salió de mi casa no sin antes darme una sonrisa de
solidaridad.
—Vino aquí a hablar conmigo porque no me podía localizar por el
teléfono. Y estábamos solos porque no vivo con nadie más. —a esta altura ya
tenía las manos en la cintura y lo miraba un poco molesta.
—Ese hijo de la gran perra se quiere meter entre tus piernas…
—Y no lo va a lograr.
Exhaló el aire de golpe y cerró los ojos. Luchaba por tranquilizarse.
Preocupada por su salud, me acerqué hasta él y envolví mis brazos
alrededor de su cintura.
—Estoy contigo, Edward. y no importa cuantos quieran acostarse conmigo,
él único al que le permito que entre en mí es a ti.
—Más te vale. —dijo divertido pero con un deje amenazante. —Te juro que
al hombre que quiera alejarme de ti, lo mato. Ya me han arrebatado muchas cosas
o me las quieren quitar. No dejaré que pase lo mismo contigo.
Acaricié su mejilla con el dorso de mi mano.
—Eso es lo más escalofriante y lo más lindo que me han dicho en la vida.
Él se carcajeó, me besó con profundidad pero se separó a lo que sintió
que algo le escalaba por el pantalón.
Era el gatito blanco con manchas color caramelo, el mismo que se había
salido.
Él lo agarró con mucho cuidado y lo zafó de su vaquero. Se acercó hasta
los demás y los acarició con mimo. Alzó a cada uno y vio sus genitales.
Se puso en pie y me dijo:
—Dos varones y una hembra. —aseveró muy pagado de sí mismo.
—¿Cómo lo sabes?
—Aprendí de gatos y perros en la hacienda, valkyria. El negro y blanco
son los varones. La manchada es la hembra.
—La más traviesa. —añadí.
Él asintió.
Preparamos cada platito con comida para gatos y los pobres debían de haber
estado todo el día sin comer pues se comieron más de la mitad de lo que les
servimos. Edward les compró incluso recipientes para el agua. Colocamos los
areneros en varios puntos de la casa, porque él me aseveró que era mejor así.
increíblemente los gatitos casi de manera inmediata fueran a la arena e
hicieron allí sus necesidades.
—Es algo instintivo. Siempre buscan hacer donde puedan tapar sus restos.
—Vaya. Deberías haber sido veterinario. —lo miré de manera golfa. —La
bata blanca te debe de quedar divina.
—puedo comprarme una solo para darte gusto. —me agarró de la cintura y
se restregó contra mí.
—Los gatos…son…muy territoriales… —alternó entre beso y beso.
—¿Qué te parece si comemos primero antes de que me demuestres cuán
“territorial” puedes ser?
Y así hicimos.
Él decidió pasar la noche en mi departamento.
Afuera dejamos a las pequeñas bolas de pelos mordiendo y revolcándose
con unos juguetes de tela que Edward les había traído.
Estando él a medio vestir, y yo solo en ropa interior le comenté:
—Hoy me llamó Gabriel McCleod.
Edward se apretó el puente de la nariz con ofuscación.
—¿Qué quería ese mamón?
—Va a venir en una semana.
—¡Que desgracia! —se encogió de hombros. —¿Y para qué te llama a ti?
—Pues que quiere que le hable acerca del departamento de publicidad de
Le Mademoiselle.
Me miró con hostilidad.
—Y también quiere meterse entre tus piernas.
—Eso sospecho. —admití. —Me invitó a almorzar.
—Y le dijiste que no, por supuesto.
—Le dije que mientras que tendríamos “un almuerzo de negocios”. —puntualicé.
—Pues yo voy. —sentenció. Caminó hacia mí y me empujó sin delicadezas
contra el colchón. —Y ahora te demostraré cuán territorial soy con lo mío.
Solté una carcajada que me duró solo hasta que él se apropió de mis
bragas y las sacó de forma violenta de entre mis piernas.
Se posicionó entre mis muslos y dio un lametón por mi sexo que me hizo
estremecerse.
—Como un gato con su crema. —se relamió los labios y se lanzó a por mi
clítoris.
Enredé mis manos entre sus cabellos y lo atraje hacia mí con fuerza y
sin pudor. Me arqueé de placer más él me inmovilizaba con su agarre fuerte al
interior de mis muslos.
—No puedes…—decía entre lamido y succión. —dejar…que nadie…que no sea
yo… te haga…esto.
Dio un tirón con sus labios que estuvo a punto de lanzarme por el borde.
Y se detuvo.
—¿Me escuchaste? —colocó su mano abracando todo mi sexo parte de mi
trasero. —Esto es mío. Toda tú eres mía.
Su mano se resbaló sin decencia hasta ese nudo de músculos que nadie
había tocado alguna vez. Trazó su forma con la punta del dedo y me miró con
placer oscuro.
—¿Alguna vez te han poseído por…?
Negué con la cabeza y quise acercarlo a mi entrepierna de nuevo.
Sonrió como solo lo haría un rufián y aseguró:
—Esa primera vez será entonces mía. —dicho eso se lanzó a por mi sexo de
nuevo.
Serpenteó entre mis labios inferiores e incluso introdujo la lengua un
par de vez hasta que me quebró en pedazos.
Esperó hasta que el orgasmo me consumió y luego, de una sola embestida
se metió en mi interior con rudeza…
—Mi valkyria… —soltó contra mi cuello sin aliento mientras comenzaba a
moverse. —Solo para mí.
Ya sé que quieren matarme. Lo sé. Pero no creía que fuera el
momento…estamos muy cerca de saber quién es el verdadero padre de Lizzy pero
aún no.
Gracias…gracias…e infinitas gracias a todas las que están llegando y
brindándole ese apoyo a mi Cavernícola amado. Y más aún a las que siguen al
Tirano y al Ángel…
No tengo como pagarles tantas muestras de cariño.
Un besazo…
Que mala q sos Marie, como me dejas con la pulga atras de la oreja, me matas de curiosidad para saber quien es el padre de la beba, a pesar que creo q sea Edward o por lo menos asi espero,rsrsr..
ResponderEliminarMe encanto los capis gracias..
nos leemos pronto..
besoss..