lunes, 23 de septiembre de 2013

CORAZÓN DE CRISTAL - Capítulo Vigésimo Quinto:





“Obstáculos por superar”

Bella POV:
—¿Por qué tengo que colocarme corbata? —gruñó tironeándose el moño.
Suspiré implorando paciencia tras acomodársela por tercera vez.
 —Porque vas a un evento que amerita que uses un traje y una corbata, ángel.
 —Pero no me gusta. 
Me encogí de hombros.
—No siempre podemos hacer lo que nos gusta. Habrá muchas ocasiones en las que el deber está por encima de nuestros deseos. 
Se quedó taciturno por unos instantes dándole vueltas a mis palabras en su muy particular mente.
—¿En qué piensas? —inquirí curiosa. 
—En que no estoy de acuerdo contigo. –refutó convencido.
—¿Precisamente en qué, ángel? 
—En que no importa lo que tenga que hacer, mi deseo por ti siempre estará por encima. —Nuevamente se había tomado las cosas en sentido literal y en dirección errónea. Sin embargo esta vez me causó un calor agradable en ciertas partes del cuerpo.
Partes que gritaban por ser acariciadas, pero por el momento no podían serlo. No ahora. Había una cena a la que Edward tenía que acudir, y esta vez no estaría yo para decirle qué hacer por primera vez en mucho tiempo. Y puestos a ser honestos, eso me tenía algo nerviosa.
Se suponía que esto era un desafío para él, en el cual tendría que valerse por sus propios medios sin tener a nadie que le guíe en cada paso que debiera dar. Claro que estaría acompañado de su familia, pero ellos le darían la libertad de interactuar en la medida que se sintiese cómodo. Siempre dentro de lo socialmente correcto, claro está.
El volver a utilizar esos zapatos que tanto odió hacía ya unos cuantos meses atrás cuando habíamos conocido a Jasper, tampoco lo hacía sentir cómodo. Tuve que jurarle que le sería más fácil llevarlos si se los colocaba con más frecuencia. Así que desde hacía tres días atrás los estaba “suavizando” para la ocasión. Súmenle eso a lo de la mentada corbata y tendríamos una gran variedad de escenarios posibles sobre cómo terminaría esta noche para Edward y no todos era alentadores. Pero yo optaba por creer en él.
Y hablando de cambios…
Dos meses habían pasado desde que salimos con mi amiga Angela y su novio Ben Chenney. Esa fue el primero de varios encuentros sociales que arreglé para ver cómo él le hacía frente. Precisaba de estos para aprender a desenvolverse en múltiples situaciones e interacciones con otras personas que no fuésemos sus allegados. Si bien es cierto que no le dejaríamos solo, Edward necesitaba que le diesen las directrices para poder mejorar en el área de socialización. Sus padres pertenecían un grupo de personas selectas y habían puesto ese ámbito de su vida en pausa debido a la condición de su hijo. O peor aún, solo acudía Carlisle puesto que Esme estaba cuidando de Edward (y de sus antiguas enfermeras) mientras que él solo fortalecía ese sentido de la introspección para con el mundo externo. Lo cual le llenó de inseguridades e incomodidades.
Aún no era raro que interrumpiera una conversación cuando de manera súbita se le antojaba hacer algún comentario sobre algo que le llamara la atención. Tampoco me extrañaba demasiado que no respondiera a algunas de las preguntas que le hicieran por perderse entre su hilo de pensamientos. También seguíamos trabajando en eso de “la sutileza” cuando se trataba de darle su opinión a las personas.
Como esa vez en que le comentó a un señor que comía a nuestro lado en un restaurante en Tacoma lo graciosa que era su cabeza.
—Buenas noches. —le dijo al pobre hombre cuando se dio cuenta que le estaba mirando con una fijación incómoda. —¿Sabía que tiene una mancha en su calva con la forma del mapa de Wisconsin?
El señor fue tan amable que se lo tomó con gracia y por dentro, respiré con tranquilidad sin tener que explicar su condición de autista para que entendieran su forma de ser. De alguna manera eso sería como colarle una etiqueta en la frente con la frase: Mírame con lástima. Y me negaba en retundo a hacerlo a menos que fuese en extremo necesario.
Cosa que pasó en una ocasión cuando tuvimos que pasar por una tienda camino a su casa por algunos víveres que Alice nos había pedido, cuando ocurrió un momento incómodo con la cajera:
—¿Te puedo ayudar en algo más? —preguntó un poco nerviosa la chica por su insistente escrutinio. —la pobre pensaría que en algún momento alguno de los dos iba a sacar algún arma para robarle o quién sabe cuántos escenarios más. 
Él, con su habitual naturalidad negó con la cabeza pero le respondió:
—Tienes unos ojos preciosos.
Juro por Dios que sabía cómo hacer frente a un centenar de situaciones cuando se trataba de la espontaneidad de Edward. Pero lidiar con el hecho de que le dijera a una mujer lo hermosa que le parecía… no. Definitivamente no sabía cómo lidiar con eso.
Supongo que mi cara de estupefacción tuvo que ser muy evidente como para que la cajera comprendiera que quien estaba a mi lado era mi novio, así que su reacción se volvió más tajante.
—¿Qué está mal contigo? ¡¿Tienes a tu chica al lado y estás coqueteándome?! —se le notaba indignada y por sus constantes miradas hacia mí, podía decir que estaba esperando una respuesta de mi parte.
Toqué el brazo de Edward para atraer su atención. Él me miró desconcertado todavía con lo que acababa de ocurrir.
—Ángel, tus palabras le dan a entender a la chica que no nos respetas a ninguna de las dos. —intentó interrumpirme pero no se lo permití. —Nos acabas de hacer sentir incómodas.
Él, que no comprendía lo erróneo de su comportamiento miraba de hito en hito, hasta que harto de aquel silencio optó por lo más fácil:
—Disculpe, señorita. —luego a mí. —Perdóname, Bella.
Y antes de que preguntara lo que sabía que haría, le expliqué a la joven:
Sí, es mi novio. Pero no era su intención molestarte. —se le veía renuente aún. —Es autista y suele decir las cosas tal cual las cree o piensa. Así que a su manera, te hizo un cumplido.
Entonces pareció avergonzada y le dio una sonrisa de simpatía pero Edward se veía aún afectado por todo.
Ella nos dio una especie de disculpa por no saber interpretar las cosas y yo le resté importancia al asunto para salir lo más pronto posible de allí. Ya habían unos cuantos extraños mirándonos. Y siendo mortalmente honesta, también me sentía un poco resentida. Mi orgullo de “novia” estaba un poco magullado.
El ambiente de regreso se había puesto bastante tenso. ¿Puedes sentirte protectora de alguien y al mismo tiempo ofendida por él? Spoiler: Sí se puede.
Sin despegar las manos del volante y las manos del camino me dirigí a mi silencioso copiloto.
—¿Cómo estás Edward?
—Confundido. —admitió pasados unos cuantos segundos. —Solo hice una observación. —respondió con esa inocencia que se negaba a abandonarlo del todo sin importar cuánto se integrara al mundo.
Respiré profundo para darme un momento ante de colocarle las cosas en perspectiva.
—Edward, la cajera interpretó tu comentario como si estuvieses coqueteando con ella…
—¡No coqueteaba! —me interrumpió.
—Pues así lo percibió ella. Y al verme a tu lado se dio cuenta que éramos pareja, lo cual la molestó más. Creyó que eras un descarado mujeriego. — Tenías a tu novia al lado mientras que tratabas de ligar con una nueva chica. —un Ahhhhh salió de entre sus labios que me dejó saber que había comprendido el punto como el chico listo que era.
—Así que por eso pareces tan molesta. —murmuró más para él mismo.
Entonces tuve que girar a mirarlo. No creía que estuviese siendo tan evidente en mi mal humor.
                —Estás celosa. —se explicó luego rió un poco de algo que solo él comprendería. —Sus ojos eran hermosos, Bella. Eran verdes con vestigios de color miel. —luego se encogió de hombros restándole importancia a todo. Quizá hasta a mi reacción. —Pero prefiero los tuyos. Son color café. Y me encanta el café con unas buenas galletas.
                Atónita. Sí, esa era una manera bastante fidedigna de explicar la manera en que Edward arregló todo. Se tranquilizó a sí mismo, lo hizo conmigo y se prometió regalarse una buena taza de expresso con galletas de canela.
                Solo seguí conduciendo…


*.*.*.*.*
De vuelta a la actualidad…
—¿De verdad no irás con nosotros? —preguntó con esa mirada de cachorrillo que me desbarataba.
Terminé de ayudarle a colocarse el saco de su traje sobre sus hombros y le sacudí los hombros de este.
—No, ángel.
—Pero, Bella…
—Edward, —le tomé el rostro entre mis manos para mirarle directo a la cara. —Esta cena es para tu padre y su familia. No es correcto que yo acuda, además recuerda que hemos hablado de esto un sinfín de veces desde hace una semana que él recibió la invitación. Esto contribuirá al desarrollo de tus habilidades sociales.
Comencé mi descenso por las escaleras para irme y él me siguió detrás.
—Pero no me siento a gusto con las personas desconocidas.
—Lo sé. —admití conociendo ese tono con el que lograba salirse con la suya muy a menudo. Mientras que a su vez me colocaba mi abrigo gris.
—¿Entonces por qué me envías para allá? —refunfuñó con rabia.
Me giré hacia él después de abrir la puerta de la casa, aunque tuve que cerrarla de inmediato porque Winter intentaba escaparse. Me agaché y la cogí entre mis brazos. No pude (ni quise) evitar que la pequeña bola de pelos revoltosa me diera cariñosos lametazos para coaccionarme. Casi como su amo.
La miré con falsa seriedad.
—No vas a salir de casa. Está lloviendo y esta última semana te hemos tenido que bañar tres veces de lo sucia que te has puesto.
Le coloqué en el suelo, me miró, se rascó la orejita y me ignoró tajantemente. Como diciendo <<Me iré por la puerta trasera y listo. Sin dramas.>>. Su colita se batía a medida que caminaba de forma chistosa hacia la parte posterior de la casa.
Me encogí de hombros y volví a mirar a Edward a los ojos. Él no había desviado su atención en ningún momento. Seguía mirándome como si le estuviese pidiendo algo más allá de sus fuerzas.
—Ángel, tú quieres ser independiente ¿Cierto? —asintió. —Entonces toma esto como parte de ese proceso. Todo ser humano, sea niño o adulto, debe enfrentar diferentes tipos de desafíos. Has superado muchos y este será igual que esos. Lo sé.
Sus ojos gritaban porque cediera, pero no debía hacerlo. Era por su propio bien.
—¿Por qué confías tanto en mí, Bella?
Sonreí y le acaricié la mejilla.
—Porque desde que te conozco siempre quise volverme tu fortaleza. Mi confianza y mi amor es todo lo que puedo darte, ángel. Es todo lo que te he dado.
Me acurruqué en su pecho y le di un beso corto pero tierno antes de irme. Cerré la puerta y a los tres segundos escuché unos ladridos adorables y uñitas rasguñando la madera. Edward miraba por los vidrios que flanqueaban a esta y este me miraba con tanto pesar en su rostro que estuve a punto de declinar en mi decisión, pero me aferré a esa determinación que me decía que estaba haciendo lo correcto y que no siempre estábamos conformes con ello. A corto plazo.
No soportaba la idea de dejarle triste una vez más en ese ventanal. Así que tomé mi celular del bolso y le escribí un whatsapp:

“Toma una fotografía de lo que más te guste en la cena y súbela al instagram.
Sabré que te habrás acordado de mí.
Te amo.”

Apenas un par de segundos después sonó la notificación de un nuevo mensaje:

“Hecho. Yo te amo más.”
Solo entonces fue cuando salí de la inmensa casona. No necesité mirar hacia atrás para saber que ya no había ninguna figura triste tras los cristales de la entrada.

*.*.*.*.*
Aproveché esa noche libre para leer de nuevo Cumbres Borrascosas. Solo me levanté del sofá en busca de una gran taza de té especiado y volví al sillón a sumergirme entre las páginas que relataban la trágicamente hermosa historia de Katherine y Heatcliff.
Dice la creencia popular que quien en realidad te ama, es quien puede hacerte sufrir. Supongo que parten del punto en el cual ciertas acciones en general pueden lastimarte, pero si estas vienen de la persona amada entonces la herida es más profunda. No soy de las que creen que el verdadero amor te hace miserable, eso sería masoquismo, pero nuestra naturaleza humana nos hace errar una y otra vez. Lo que innegablemente puede causar dolor a nuestros seres amados. Hasta allí llega mi conciliación con respecto a ese punto.
Pero sigo pensando que el verdadero monstruo en aquella historia fue Katherine con su innegable egoísmo. Punto.
Y en medio de mis divagaciones acusadoras recibí la notificación de un mensaje. Era de Edward. Era una fotografía impresionante con una antigua fuente de agua rodeada de una ligera niebla y de fondo la caida del crepúsculo se colaba entre los cuerpos de los imponentes pinos del bosque que parecían rodear el lugar en donde se encontraba. En el centro de esta había una escultura de un ángel tendiendo una de sus manos con lo que parecía anhelo hacia alguna deidad en las alturas. Desde sus pies brotaban pequeños hilos de agua que recibía un inmenso círculo.
Me sorprendió como él había logrado capturar una escena tan melancólica y a su vez tan hermosa. Jamás había conversado con él acerca de que se interesara en la fotografía. No más allá de verlo cautivado con la vieja revista de National Geographic que había tomado de las cosas que iba a tirar hace ya un tiempo atrás.
Y si la foto me había tomado desprevenida, el mensaje que tenía abajo me dejó sin aliento a pesar de su simplicidad:

“Este fue mi espacio favorito de este lugar. No estaba abarrotado de personas hablando alto como en el interior del salón. El frío era un poco incómodo pero me gustó mucho la tranquilidad que había allí. Sin embargo algo extraño pasó.
Tenía muchas ganas de estar allí contigo y eso no me dejó disfrutarlo del todo. Es como si mejorara cualquier lugar solo con que estés presente.”

¿Qué podía responder a semejante muestra de amor? ¿Con qué podía corresponderle?
No sentí que pudiese hacerlo, así que me limité a enviarle una fotografía del viejo libro sobre mi regazo cubierto con una mullida colcha, y un mensaje que rezaba:

“Y yo aquí:
Leyendo mi libro favorito,
En mi lugar favorito de la casa,
Hablando con mi persona favorita en todo el universo.
Te amo.”

¡Que vivan los servicios de mensajería instantánea!.

*.*.*.*.*
Sesenta días es un período más que suficiente para que muchos cambios se comenzaran a trabajar, como pequeñas chispas que poco a poco iban creando un fuego más y más grande. Como por ejemplo: la relación de Emmett y Rosalie, que era mucho menos tirante que al principio. Desconocía lo que ese par había podido hablar o hacer para entenderse mejor. No era como si de un momento para otro se habían vuelto una pareja de enamorados ni nada por el estilo, pero si se podía observar como confraternizaban entre ellos de una manera mucho más natural.
Rosalie trataba de disimular lo más posible su amor por él, pero esas cosas no se pasan desapercibidas. Al menos para nosotras las mujeres. Así que mientras ella seguía impartiendo sus lecciones de piano a Edward, también aprovechaba para planificar la decoración del cuarto de su bebé en formación. Alice y Esme estaban más que dispuestas a ayudarla, yo permanecía un poco alejada puesto que entre nosotras había esa energía enrarecidas de chicas que se habían visto envueltas en un triángulo amoroso sin quererlo.
No nos llevábamos mal; en lo absoluto, pero tampoco éramos como Al o la señora Cullen. Hablando de esta última, el ser abuela la tenía resplandeciente. No bien había terminado con mi casa y ya se había puesto a hacer bocetos de habitaciones en diferentes paletas en tonos pastel, temáticas infantiles y peluches antialérgicos.
Alice aprobó sus finales y Jasper le regaló un fin de semana en pareja para Hawaii. Ella llegó con un hermoso tono de bronceado en su piel. Él no tanto. Parecía una especie de camarón cocido, ya que estaba muy insolado ¡Pobre Jaz! Pero por sus comentarios se notaba que el viaje había valido la pena. Además ambos se veían más entregados a su relación. Esto iba parecía ir mucho más en serio de lo que cualquiera de nosotros hubiésemos pensado.
Hablando de regalos, los Cullen decidieron que Alice merecía una ayuda extra en sus quehaceres. Así que solo los ayudaría en la cocina y de la limpieza se encargaba un trío fabuloso que iba cada viernes a limpiar el Santuario Cullen. Al menos así le decían, Jason, Ian y Bryan. El trío del Brillo, así se auto denominaban. Todos eran gay y alegres. Habían hecho buenas migas con todos allí. Incluso con Winter o la “Pequeña Anárquica” según ellos. Con Carlisle, Emmett y Edward eran muy respetuosos y formales. En cambio con Alice, Rosalie y yo, eran las amigas arpías con las cuales no parábamos de reír. Aunque prometieron prenderle fuego a mi colección de tennis.
Y hablando de Em
Compartía lo que podía de su tiempo con Charlotte. En mi fuero interno creía que de alguna manera trataba de entender a lo que en un futuro cercano iba a enfrentar. A Jasper no le agradaba demasiado la idea, pero tras la intervención de Alice dejó de mirar a Em como si quisiera robarle algo. Suponía que para Jasper, ver a su hermana embarazada en una situación tan irregular no era fácil dada su naturaleza sobreprotectora. Además de que Charly parecía tener el mismo mal que su tía Rose: miraba a Emmett con un enamoramiento evidente. Así que creo que parte de la rabia de Jaz partía desde los celos.
A pesar de eso, un momento memorable ocurrió una tarde lluviosa, cuando Charlotte le mostró a un muy viril Emmett como era que peinaba a sus muñecas.
Yo daba por sentado que si alguna de las admiradoras del heredero Cullen mayor lo hubiesen visto con unas colitas a modo de mata de coco por toda la cabeza, se acabaría con su afamada reputación de playboy. Aunque a Charly le parecía de lo más adorable y se lo hizo saber.
—Charly, me estás tirando del cabello. —se quejaba Em. Quien con cada tirón daba un respingo. —¡Ouch!
—Shhhh, Memet. No seas llodón. Tienes que sed macho.
Él estalló en carcajadas.
—¿Sabes lo que es ser macho, Charly?
—Nop.
—¿Entonces?
—Lo vi en una película. ¡Silencio! —dejó salir su lengüita de lado mientras se concentraba en tirar del cabello que anteriormente ella había enredado; no sabía si a propósito; con un cepillo con cerdas duras que le prestaba Esme. Sí, la madre de ese pobre hombre se prestaba a las torturas que esa pequeña hada de cuatro años le infligía a su muy fornido hijo.
—¡Listo! —gritó mientras daba saltitos por la mullida alfombra de la sala de estar. Esme, Edward y yo estábamos allí. La primera sentada en el sofá. Edward y yo al piano, él trataba de enseñarme sobre notas y acordes, pero a diferencia de él; yo carecía por completo de un oído musical.
Edward levantó su mirada del precioso instrumento que estaba bajo sus dedos.
—Luces extraño, hermano. —le dijo mi ángel y yo me tragué una risa.
Esto sería un choque de titanes entre Charlotte y Edward. Como cada vez que se veían.
La pequeña indignada se enfrentó a mi ángel desde la distancia, colocó sus manitas en sus caderas; incluso en la que mantenía el cepillo de cabello de Esme; y lo increpó:
—Claro que no. Se ve guapo. Guapo como Lilly.
—Pero Emmett no es una muñeca.
—¡Es como un Ken gandote! —se acercó a su obra de arte y lo tomó de la cara con esas pequeñas manitas pequeñas y lo vio a los ojos con una expresión encantada. —Mi Memet se ve dindo.
Edward resopló dispuesto a dar batalla pero le toqué el brazo y le susurré al oído que ella era una nena. Que le dejara ganar en esta oportunidad y ya luego le tocaría a él más tarde. Mi ángel no entendió lo que ella “ganaba”. Ni lo que él ganaría por la noche. Awww su exquisita inocencia…
Hablando de oportunidades… Carlisle y yo habíamos visto al menos una docena de lugares para la fundación, pero ninguno terminaba de gustarnos por completo. O no se adecuaban a lo que la fundación demandaría o simplemente no había química con estos.
Mientras evaluábamos los espacios de un potencial galpón, me comentó:
—¿Sabes, Isabella? —me giré hacia él para prestarle mi total atención. —He pensado que en una era como esta, donde la informática rige muchos aspectos de nuestra vida, deberíamos darles herramientas a estos jóvenes para que las utilicen a su favor.
—¿Algo así como una herramienta de estimulación? —asintió. —Me parece muy bien. Podríamos buscar…
—Si me permites… —Carlisle hasta interrumpiendo era todo un caballero. —Hablaré con el mismo cliente con el que adquirí los celulares que les di. Él se encargará de brindarnos todo lo concerniente a electrónica que vayamos a necesitar a un costo razonable. Si queremos que estos chicos se integren a la sociedad lo mejor preparados posible pues debemos familiarizarlos con la tecnología.
Asentí emocionada ante las posibilidades que abrían ante el futuro. No solo para mí profesionalmente hablando, sino para todos los chicos que podríamos ayudar en aquel plan que ya comenzaba a andar.
El señor Cullen era una de aquellas personas que podían sorprenderte con su personalidad ambivalente. Él tenía la capacidad de ser el padre abnegado y amoroso. Luego, a los cinco minutos podía convertirse en un abogado frío como el hielo y resolver intrincados casos sin tocarse el pecho en busca de cualquier sentimiento. De alguna manera le admiraba esa capacidad de proceder sin remordimientos; cualidad básica para ser un abogado exitoso.
Eso sí, cuando se trataba sobre quién llevaba las riendas de la casa, muy poco podía hacer este hombre de mediana edad frente a su pequeña y cálida esposa cuando se ponía en plan “Señora de la Casa”. Como pasó una tarde cuando todos estábamos reunidos en la cocina tomando café y comiendo galletas a media tarde; cuando de pronto escuchamos un estruendo y vimos aparecer a Winter con las patas todas embarradas de lodo.
Esme y Edward siguieron el rastro de patitas marrones que los llevó hasta la zona del “siniestro”. Uno con más curiosidad que preocupación y la otra… bueno,  resumamos que la pobre iba con cara de resignación.
—Alguien va a necesitar una limpieza profunda. —dije mientras me ponía en pie y agarraba a la infame cachorra para darle una ducha mientras que pasaban los aires de guerra.
—Hablando de limpieza…—comentó Esme con un engañoso tono de despreocupación. —Debes ir a limpiar lo que hizo “tu consentida” en el patio trasero. —miraba a Carlisle de manera que no cupiese duda de a quien se estaba refiriendo. —Tú querías un perro grande y poderoso. Ahora debes limpiar lo que Winter hace con toda esa fuerza.
Al pobre Carlisle le tocó que salir al comedor con una escoba y una pala para recoger el desastre de tierra que la cachorra había dejado al tumbar una de las macetas de las esquinas.
Casi me ahogo con el café al ver a semejante adonis cargado con implementos de limpieza y peleando con la lobita por todo el camino.
 Y no fui la única. En fin…
Otro de los cambios significativos en estos dos meses se reflejaba en mi casa. Tanto en lo exterior como en su interior.
Pensé que ya nada podría asombrarme cuando se trataba de las extravagancias de los Cullen cuando decidían ayudar a alguien. Pero me equivoqué totalmente cuando constaté hasta el punto en que había llegado su “agradecimiento” para conmigo. Sabía que solo estaba cumpliendo con lo que en un principio me comprometí con Esme Cullen; aunque mi relación más allá de lo profesional con su hijo fue algo que nadie tenía esperado, pero he de reconocer que lo deseé con toda mi alma y ahora estaba feliz ante lo que se nos venía.
Alice como yo nos sorprendimos cuando encontramos un pequeño jardín con florecillas silvestres adornando los  costados de un corto camino adoquinado que precedía la entrada.
Una hermosa puerta de seguridad nos daba la bienvenida, el viejo timbre regular fue reemplazado por uno con visor integrado. Dentro, una sala de estar decorada con un pequeño pero cómodo modular en color aguamarina se adecuaba al espacio haciendo lucir la sala de estar como un lugar mucho más extenso de lo que era. Una televisión de plasma reposaba sobre un precioso y moderno mueble que hacía las veces de biblioteca también. Mis viejos amigos y compañeros de noches solitarias descansaban unos al lado de otro de manera armoniosa entre las diferentes divisiones en las que se les alternaba con sencillos floreros que complementaban un ambiente tanto moderno como cálido que se podía apreciar allí. Las paredes grises pálidos denotaban relax e impelían a sentarse en ese espacio a pasar el mayor tiempo posible.
La cocina fue otra grata sorpresa. Adiós a los azulejos envejecidos de frutas. Hola al granito, madera y contrachapado. Todo en un precioso espacioso en tonalidades de azul hielo, blanco y cromo. La mesa de madera había desaparecido para dar lugar a un islote que ahorraba espacio y confería comodidad a la hora de utilizar las estufas. Ahora en lugar de tener una simple cocina, había seis quemadores y un grill, junto a dos hornos empotrados en otra pared. El ángel no paró hasta hacer que Alice le prometiera que les estrenaría con galletas de canela. Lo cuál en realidad no necesitó más de un par de ruegos. Mi amiga era una blanda total cuando se trataba de él.
Pasando al comedor estaba un juego de sillas contemporáneas con los colores de la sala de estar, y en lugar de la vieja óvalo de madera una mesa de madera reciclada apareció en el medio del espacio. Otro aparador con algunos libros y fotografías ofrecían calidez al ambiente. En algunas estábamos mi ángel y yo, en otras estaba con Alice, en fin…unos tesoros sentimentales en blanco y negro que ahora tenían un puesto preferencial en mi renovada casa.
Los baños no se quedaron atrás en las remodelaciones. Donde antes había duchas ahora estaban preciosas bañeras minimalistas pero con ese aire contemporáneo que no rompía el esquema de la decoración general. Alice se había puesto en complot con la señora Esme para devolverme la habitación principal, la cual fue ambientada en tonos blanco, gris y verde menta. Nueva cama, nuevo escritorio y nuevo closet. Todo pensado de una manera más funcional. También noté que la cama era más grande que la anterior y no pude evitar que mis mejillas se sonrojasen con el pensamiento de que tal vez Esme no solo se hubiese tomado la molestia de cambiarla por mi comodidad únicamente.
Amé el hecho que la habitación de Alice fuese la expresión perfecta de ella pero en decoración. Todo muy alegre y vibrante. Con paredes de color hueso, mi amiga prefirió que el contraste lo hiciera la decoración en color salmón y mandarina. El closet de esa habitación también había sido agrandado, pero no me sorprendió ya que la mayoría de la casa había sumado unos cuantos centímetros en sus diferentes espacios.
La noche en que me fue enseñada la nueva casa; sí. A mí, puesto que Alice siempre estuvo al tanto de todo con Esme, habían planeado una cena en ese lugar. Solo los Cullen, Alice, Jasper y su retoño, Rose me sorprendió al estar allí también. De una manera extraña y un tanto bizarra todo estaba “entre familia”. Cuando todo terminó, los hombres limpiaron. Sí, todos. Hasta a Edward le tocó que arreglar los platos y vasos. Se tardó un poco haciendo que la vajilla cuadrada estuviese correctamente colocada y que los vasos y copas se vieran alineados a la perfección.
Edward y Charlotte estrenaron el blue ray viendo Avengers en compañía de Emmett o “Memet” como le decía la pequeña, Jaz y Carlisle. Por supuesto que hubo pelea por decidir quién era el mejor vengador de todos, pero no esperé los resultados.
Al terminar el debate se fueron, incluso Alice acompañó a Jasper y Charly a su casa. Nos dejaron a Edward y a mí solos allí, cosa que agradecí inmensamente. Teníamos varias semanas sin tener nada de intimidad al estar yo ocupada entre la planificación de la fundación y él aprovechando al máximo el tiempo que Rose le podría conceder, puesto que en cierto punto ella tendría que hacer una pausa importante por su embarazo y parto. También estaban sus sesiones con el doctor Poomar, y las recientes clases de fotografía que estaba recibiendo en línea.
Edward seguía un poco renuente con respecto a su futuro sobrino, pero comprendía que era un niño inocente y me había prometido que intentaría ser el mejor tío posible cuando naciera. Aseguraba no poder hacer nada más antes de eso y aquello me hizo reír.
El patio trasero de la casa tenía el césped recortado a la perfección, una preciosa parrillera a gas y lo más importante y hermoso, tenía un mullido columpio de madera para dos bajo un techo amachimbrado.
Cuando terminé de despedir a todos, llevé de la mano a mi ángel hasta ese lugar. Ambos nos apretujamos dándonos calor el uno con el otro, pues mis viejos y raídos edredones habían desaparecido.
La neblina poco a poco fue descendiendo frente a nosotros confiriendo al bosque delantero de un aire etéreo.
—Teníamos mucho tiempo sin poder estar así. Ya lo extrañaba. —musitó sobre mi coronilla. Me apretujé entre sus brazos y asentí aprovechando para acariciar su pecho con mi mejilla.
—Demasiado. —admití.
—Pero ahora ya no estarás más conmigo. Ni en mi habitación ni en mi cama.
Su voz sonaba tan triste. Tan despechada. Pero no podía salvarle por siempre de lo que podría ser doloroso, en general eso suele contribuir a la formación de una persona y ahora Edward debería lidiar con algunas de ellas. Además, no es como si fuésemos a dejarnos, solo era el espacio que habíamos acordado tener al retomar nuestra relación.
—Ángel, hablas como si yo fuese a desaparecer. —me giré para verlo a los ojos mientras intentaba quitarle hierro al asunto con una medio broma – media verdad. —¿Una vida sin ti? ¿Eso es posible?
Él se encogió de hombros y se rehusó a mirarme.
—Técnicamente es posible para ambos, solo que yo no quiero volver a atravesar por esa situación de nuevo. Fue miserable.
Acaricié su mejilla con el dorso de mi índice deleitándome en su suavidad.
—¿Miseria, ángel? ¿Conoces el verdadero significado esa palabra?
—He leído mucho, Bella. Y entendí que cuando uno de los protagonistas de esos libros no está con la persona que ama se siente “miserable” porque la palabra tristeza no basta para definirlo. —pocas palabras y certero en lo que quiere decir. No tomó mi broma como tal, sino como un simple comentario.
Lo agarré de la mano y la apreté contra mí. Permanecimos en silencio durante un rato largo sin saber muy bien cómo salir de aquel momento tenso. Yo no sabía que decirle sin que pudiese sonar rudo o desconsiderado para con su manera de ver las cosas, así que opté por esperar a que él tuviese algo más que decirme.
El vaivén del columpio no rompía con la tensión impuesta entre ambos, pero al menos nos daba algo que hacer mientras nos balanceábamos con suavidad.
—¿Sabes una cosa? He pensado mucho sobre nosotros. —rompió finalmente con una frase que me intrigó bastante.
—¿Acerca de qué, ángel?
—Yo no quiero que en la fundación me miren como un niño. Quiero que me vean como un hombre.
Me tomó con la guardia baja eso. En ningún momento había considerado que él pudiera verse vulnerable ante los demás de esa manera. Me enderecé en el asiento para poder enfrentarme ante esa situación, sin embargo aún no encontraba las palabras. Me reproché a mí misma por haber pasado por alto un detalle como aquel. Había dado por sentado que para Edward sería beneficioso en todos los sentidos que se viera involucrado en lo concerniente a la fundación en la que su padre y yo trabajábamos con afán. Sin embargo se me olvidó hacer la pregunta más importante <<¿Edward, tú qué piensas?>>
¡Oh, Dios! Hablando de sentirse una total desconsiderada…
—Es mi culpa todo este embrollo. —mesé mis cabellos y atraje las piernas a mi cuerpo para abrazarlas y así contrarrestar un poco el frío que comenzaba a ser demasiado. —He estado tan metida en todo esto que nunca te pregunté si querías…
Se adelantó hacia mí y me interrumpió.
—Yo te quiero ayudar, Bella. Quiero compartirlo todo contigo y quiero que tú lo hagas conmigo, pero lo que no quiero es que nos vean como la enfermera y su paciente. Quiero que seamos tú y yo frente a todos. Ser Edward “tu novio”.
El alivio se filtró en mí e incluso sonreí cuando comprendí lo que quería decirme.
—Oh, Edward...¡Me asustaste! —admití.
—¿Por qué? —preguntó confundido.
—Creí por un momento que no estabas de acuerdo con que llevara a cabo lo de la fundación…
—Yo no dije eso.
—Lo sé, ángel. Ahora lo sé.
Me acerqué de nuevo a él y dejé que sus brazos se agarraran a mi cintura. Recosté mi cabeza en su hombro y exhalé antes de hablar.
—Edward, cuando yo te tengo frente mí solo eres el hombre que amo, no un autista del que me enamoré. No eres diferente a mí. —encontré una mano suya con una mía y la puse al frente de ambos. —Pero eres sin lugar a dudas lo más valioso que haya tenido alguna vez. Así que te prometo que cuando se hable de Edward Cullen, se referirán al excelente pianista que eres, a sus ridículamente buenas fotografías o al guapo hombre que tengo por pareja. Quizá unas cuantas querrán conseguir que las veas como ahora me ves a mí…
—¡Nunca! —se iba a retirar para afianzar sus palabras pero no se lo permití.
—…Pero aunque me muera de celos, yo sabré que tú eres mío nada más. Como yo tuya. Así que no te preocupes, ángel. No dejaré que nadie te haga sentir incómodo.
Me acerqué hasta su boca y lo besé con firmeza para insuflarle aún más confianza de la que pudieron haberlo hecho mis palabras. Al poco tiempo me encontré en su regazo, con los brazos en torno a su cuello y jadeando complacida por las atenciones que ahora gozaba en mi clavícula. Halé su cabello con suavidad y vi en esos dos pozos grises azulados. Me embebí de ellos y volví a ese lugar tentador que conformaban esos labios entreabiertos. Su lengua reclamó a la mía sin ninguna timidez de su parte.
Sus manos se apropiaron de mi trasero para atraerme contra su erección y conseguir algo de divina y tortuosa fricción.
—Bella… —el vaho de nuestra respiración se atravesaba entre nuestros rostros tan cercanos.
—¿Sí, ángel? —pregunté a la expectativa de que soltara una frase que terminara de hacerme arder por completo.
—Pasemos. Tengo mucho frío. —dijo en cambio.
Me reí sonoramente y lo besé una última vez antes de ponerme en pie y agarrar su mano para adentrarnos en la casa. Aseguré la puerta trasera y luego seguimos nuestro camino hasta mi alcoba. Todo el tiempo vi por el rabillo a Edward tironearse el pantalón a la altura de la ingle porque le estaba molestando. Disimulé la gracia que eso me causaba.
Fue él quien cerró al pasar tras de mí.
—¿Quieres colocarte una camiseta? Tengo algunas grandes para dormir por si la quieres. Pero no tengo nada para la parte de abajo. —señalé su entrepierna despierta con picardía.
Él pasó hacia el baño sintiéndose como en su casa.
—La camiseta está bien. Los pantalones no importan.
—¿Por qué no?
—Porque no me van a durar mucho. —admitió con esa naturaleza que a mí se me antojaba más como un descaro que como otra cosa. Y por toda la corte celestial que eso era como fuego en las venas para mí.
Diez minutos después él salió del baño en una inmensa camiseta deslavada del estado de Louisiana que ya no podía recordar como la había obtenido y sus bóxers negros. En una mano traía toda su ropa cuidadosamente doblada y la colocó en la silla del escritorio.
Mi ropa estaba agrupada en el futón que reposaba a los pies de la cama. Mucho hice con estirarla en vez de dejarla tirada a su suerte en el suelo.
Lo esperé en la cama solo en mi conjunto de ropa interior color verde esmeralda que resaltaba muchísimo contra mi piel. El edredón estaba a mis pies y mi razón afuera del cuarto. Allí solo tenía un deseo que me estaba quemando entre los muslos y el culpable lo tenía en frente mirándome de de aquella manera  que solo yo podía comprender. Él era la pureza y el pecado juntos. O ¿Sería más correcto decir “mi pecado”?
La tela crujió un poco cuando se colocó a mi lado. Estiró su mano y con una suavidad deliciosa delineó los bordes de mi rostro ovalado. Sus ojos nunca se apartaron de los míos.
—Nunca podrás entender cómo te ves para mí, Bella. Sé que no tengo mucho con qué comparar pero dudo que haya algo más precioso en el mundo. Para mí es así. —sus palabras me cortaron la respiración y terminaron de derrumbar las débiles defensas que rodeaban a mi autocontrol.
Me lancé contra sus labios y su cuerpo. A horcajadas sobre él deslicé las manos sin ningún preámbulo hasta su bóxer. Acaricié su protuberancia entre mis dedos y gemí al sentirlo latir entre mis dedos. Se encontraba tan deseoso de poseerme como yo de él.
Acaricié su pecho por debajo de la camiseta y su pene sor debajo del fino algodón ¡Al diablo con esperas y sutilezas! Tenía demasiado tiempo sin tenerlo así y lo necesitaba con urgencia. Ya luego habría más oportunidades en la noche para ir lento y saborear la dulzura de la paciencia.
—¡Bella! —arqueó su cuerpo sobre mi cama y entonces si pensé que el cuarto lucía perfecto con él en medio del colchón y sus labios entreabiertos.
Toqué su pene con codicia mientras maniobraba lo suficiente para bajárselos hasta las rodillas. Cuando estaba cerca de venirse le solté mientras comenzaba a acariciar mi pelvis, aún vestida, contra su piel desnuda. El calor que me traspasó exacerbó mis sentidos con lujuria y los movimientos casi desesperados no tardaron en aparece. Me deshice del brassier sin dejar de mirarlo a los ojos sin tener muy claro lo que me había poseído. Probablemente mis hormonas están en modus Afrodita y de allí mi descaro.
Me incliné hasta su cara para poner los pechos a su disposición. Los acarició como si hubiese pasado una larga temporada sin ellos y los chupó como si se encontrara hambriento de ellos. Y bien podía ser así, basados en la urgencia que no logró de disimular en ningún momento. No soportarlo demasiado.
Así que me incorporé de nuevo y volví a encontrar nuestras miradas antes de alzarme lo suficiente para correr mi tanga de lado y comenzar mi descenso sobre su más que lista erección. Me quedé sin aliento cuando lo sentí del todo por fin en mi interior. Este era un lugar único para nosotros, donde el sexo se transformaba en mucho más que carnes urgidas de posesión. Era el sitio en donde podía tomar de Edward, y él de mí, todo aquello que no estábamos dispuestos a compartir con nadie más.
Me sorprendió al moverse para colocarse encima de mí. No fue un movimiento rápido pero me tomó desprevenida que tomase de esa manera tan tajante las riendas y lo disfruté al máximo.
Enganché mis piernas a su cintura y recibí toda la potencia de sus embestidas aferrada a su nuca con ambas manos, mientras intercambiaba miradas de profunda entrega con Edward. Sí, en esos momentos era Edward, no mi ángel. Ya que en esas situaciones no podíamos estar más lejos de lo que muchos consideraban “pureza”, pero que nos condenaran a ambos si eso no se sentía absurdamente celestial para nosotros.
Su cara se clavó en mi cuello y sus acometidas se hicieron más cortas pero intensas. El aire comenzaba a escasearnos a los dos pero en ese momento no podía importar menos. Encajé mis talones en sus muslos cuando el orgasmo se disparó en mí atravesándome de palmo a palmo y dejó mi cuerpo laxo sobre el colchón mientras que Edward terminaba de drenarse en mí, rugiendo en su propio éxtasis.
Él aún respiraba de manera entrecortada cuando le dije:
—Ese es mi hombre…y es solo mío.
Su sonrisa me deslumbró aun en la penumbra de la habitación.

*.*.*.*.*
Volviendo a la peculiar noche de aquella cena…
Alice llegó justo a tiempo para preparar la bebida mientras yo la esperaba con unos wraps de pollo que había estado preparando con esmero. Ella solía cocinar para ambas la mayoría del tiempo, y lo hacía de manera excepcional, Así que me tocaba que corresponderle de la mejor forma que me fuese posible.
—¿Qué hora es? —preguntó mientras tomaba asiento frente a mí.
Miré el reloj que estaba en una de las paredes.
—Las nueve menos veinte.
—¿No te ha escrito, Edward? —musitó mientras masticaba.
—Sí. —suspiré como una tonta cuando recordé su hermoso mensaje que me había enviado ya hace un buen rato. —tomó una fotografía impresionante y luego me escribió algo muy hermoso.
Alice sonrió encantada. Era una especie de cómplice para él en casi todo. Así que no era extraño que casi le adorara cuando hacía esas cosas que le convertían en alguien tan especial. Me sentiría un poco celosa si no fuera por la manera en la que miraba a Jasper cuando estaba cerca, o por el brillo que tomaban sus ojos cuando hablaba acerca de él.
—Es muy talentoso. —agregó con un tono muy entusiasmado. —Ayer me mostró una que le había tomado a un ruiseñor sobre la rama de uno de los árboles que están cerca de las florecillas de Esme. Te lo juro, Bella. Ed puede tocar el piano precioso, pero la fotografía es su verdadero talento.
Tuve que darle la razón ¿Cómo no hacerlo cuando comenzaba a pasar muchas horas detrás de su teléfono más para conseguir un mejor ángulo que para contestar a algún mensaje o llamada que le hiciéramos.  
—Yo también lo creo. Temprano me mostró una de Charlotte corriendo con Winter en la sala de estar. Juro que no sé de quién me enamoré más en ese momento. —respondí encantada mientras recordaba el momento.  
—Charlotte es algo… —dijo ella con la mirada perdida entre algún punto de la pared y mi cabeza. —No lo sé. Nunca deja de asombrarme. Esperaba que me costase mucho llegar hasta ella por ser la única chica, aparte de su tía, con la cual compartir a su papá. Ya me había preparado mentalmente para demostrarle que no deseaba robárselo, pero no fue así. En lo absoluto.  
—Por supuesto que no. —le di un mordisco a mi cena y me vi muy tentada a darle un sorbo a la deliciosa limonada con fresas que estaba frente a mí. —No tiene necesidad de eso cuando nos considera a todos de su propiedad. Hasta a la pobre Winter. Juro que uno de estos días se le quedarán los ojos saltones de tanto que la aprieta al abrazarla.
Ella se rió al recordar las innumerables ocasiones en la que la pequeña lo había hecho.
—Pues sí. —luego puso cara de pesar. —Pobre cachorra. Debe de estar desesperada en la casa. Es su primera noche sola.
Me reí de su cara. Lo decía como si hubiesen dejado a la pobre loba encerrada en un espacio de tres metros cuadrados y a oscuras.
—¿Por qué no quisiste ir a la cena? El señor Carlisle me dijo que te había invitado.
Asentí.
—Así es.
—¿Por qué no fuiste? ¿Tan siquiera se lo dijiste a Edward?
—No lo digas en ese tono, Alice. —le recriminé con suavidad. —No me hagas sentir como si lo lancé a los lobos solos. No fui porque él necesita saber moverse en diferentes situaciones sin tenerme pegada a su espalda diciéndole que hacer.
Se ruborizó y volvió a su comida.
—Lo siento. No quise sonar como si te estuviese recriminando, pero es que no me lo imagino solo allí… —entonces la corté.
—No está solo. Sus padres están con él y también su hermano. Ellos se ocuparán de cualquier eventualidad y si no, me llamarán seguro. Además, Edward me comentó la otra noche que no quería que lo viesen como un niño. Así que ahí está, demostrando en una cena con unos clientes de su padre cuán hombre e independiente es. —sonreí con una dulzura que rayaba en lo cursi, pero no me importó. —Yo confío en él. A lo sumo puede que salga con alguna de sus frases descaradas.
Ambas sonreímos y seguimos nuestra cena hablando de los acontecimientos del día. En ese momento el sonido del celular de Alice irrumpió en la paz relativa de nuestra comida…
—Es Jasper. —anunció con su sonrisa atontada. —Hola, amor ¿Cómo es…? —sus ojos se precipitaron a mí con alarma pero con la mano me indicó que esperara antes de volver a hablar: —¿Cuándo fue eso? —más sonidos amortiguados pero no podía entender nada. Me estaba desesperando. —¡Dios mío! Le diré a Bella y nos veremos allí en cuanto podamos. Avísame si necesitas algo.
No había terminado de hablar cuando ya estaba en pie colocándome un grueso abrigo.
—¿Quién? —pregunté escuetamente. Me daba terror preguntar el “qué”.
Ella estrechó su teléfono con pesar.
—Es Rosalie. Está sangrando.
Ambas arrancamos en mi Chevy sin siquiera recoger los platos siquiera.
No podía dejar de pensar en varios posibles escenarios terribles: lo terrible que se iba a sentir Emmett si perdía a ese bebé. Lo desolada que estaría Rose, que hasta ahora se había visto tan emocionada y hasta en lo confundido que se encontraría Edward ante aquella posibilidad.  
No era momentos de pérdidas. No ahora, por favor.

*.*.*.*.*
¡Holas, mis chicas! ¡Habemus Actualización!
¡Al fin!!
Y sé que muchas se estarán preguntando el porqué de que me haya ausentado por tanto tiempo. Pues para las que no me siguen en mis redes sociales les informo que hace poco más de un mes tuve una parálisis facial. Al principio no soportaba estar mucho frente a la PC y ya luego me ha costado volver a agarrarle el ritmo a la historia.
Pero aquí estamos! Muy recuperada y con ganas de que los capítulos nuevos terminen de llegar…para lo cual no falta casi nada.
A las chicas que se mantuvieron al pendiente de mi mejoría Muchísimas gracias. Son la mejor parte que todo este proceso de escritura me ha podido dar.
Un megabeso. Nos seguimos leyendo.
Marie C. Mateo

CORAZÓN DE CRISTAL - Vigésimo Cuarto Capítulo:




“Resentimiento”


Rosalie POV:


Eso que tanto decían sobre el brillo de las embarazadas…a mí no me había tocado. Las náuseas matutinas eran el polo opuesto a esa condenada creencia, y eso aunado al hecho de ser un desastre emocional, fue en resumen lo que me había otorgado la lotería hormonal de las madres primerizas. Nadie puede decir que alguien con el rostro pálido-ceniciento puede verse guapo. Sin embargo mi hermano insistía en que cada día me veía más preciosa. ¡Tan tierno y tan ciego!.
—No seas tonta, Rose. —musitó Jasper apretujándome contra él. Apoyé la cabeza sobre su hombro y dejé que me mimara. Al fin y al cabo él era mi único hermano. —Te ves hermosa como sea, pero comprende que es normal que te sientas así. Los mareos descomponen a cualquiera. —su tono de voz de pronto se endureció. —Y más si tienen que lidiar con toda esta situación, como estás haciendo tú sola.
Me separé de él para mirarlo a los ojos con seriedad.
—No empieces, por favor. Ya hemos hablado de eso y Emmett dijo…
—Que va a responder por su hijo, eso ya lo sé. —me interrumpió. —Pero ¿Quién cuidará de ti? ¿Acaso tú no importas? ¿O es solo lo el bebé porque en parte es suyo también? Discúlpame que sea tan crudo, pero pienso que es un idiota narcisista.
Acaricié el borde de ese rostro tan masculino y a la vez tan precioso. Las dos cosas no iban peleadas en sus facciones. Sin duda éramos similares en ciertos aspectos, pero más que todos en los gestos. Y en el innegable legado dorado de los Hale en nuestro cabello, pero allí terminaban las coincidencias.
—Yo solita me sé cuidar bastante bien. Además, espero que tanto tú como mamá y papá vengan a visitarme de vez en cuando. —necesitaba tranquilizarle. Estar en pie de guerra no le hacía bien a nadie.
—Pero si mamá me dijo que le habías pedido que no viniera…
—En un me. Le dije que me dejara un tiempo para hacerme a la idea de toda esta nueva situación. —interrumpí porque sabía lo que diría.
—¿Cuál situación, tita? —interrumpió mi pequeña sobrina con cara de muñequita.
Hasta ese momento había estado entretenida con un bolso repleto de maquillaje que tenía reservado solo para ella. Me vio como si lo que yo estaba diciendo no tuviese sentido alguno para ella, pero era sumamente difícil tomarle en serio cuando tenía un párpado pintado en color azul y otro en violeta. Las mejillas color fucsia y la boca toda garabateada de un tono rosa pálido. Toda una obra de arte…de Picasso.
—Vas a tener un primito con quien jugar, Charly. —dije y me sorprendí al darme cuenta de que estaba acariciándome inconscientemente el vientre.
—¡Vaya! —abrió sus ojitos de manera desmesurada. Hizo un mohín. —Pero no entiendo nada ¿Qué tiene que ver una cosa con la otra?
—Princesa, eso significa que tiene un bebé en su barriga.
Charlotte aún seguía mirándome con cara de no entender nada.
—¿Cómo que tienes un bebé en tu barriguita? —se horrorizó de pronto. —¡¿Te lo comiste, tía Rose?!
Jasper suspiró cansado y se sentó en el suelo para estar a la altura de su hija. Señaló mi vientre aún plano y le dijo:
—No, Charly. Tu tía Rose está haciendo un bebé allí dentro. —fruncí el ceño por la escueta explicación de Jaz. Dudaba mucho que eso tranquilizara a mi sobrina con complejo de gata curiosa.
—¿Cómo un muffin?   
Entonces tuve que hacerlo. No hubo manera que contuviera la risa al escuchar como Charlotte comprendía los hechos mientras que su papá buscaba una mejor manera de explicarse.             
—No. O sí…Es que…
—¿Y cómo se mete un bebé que aún no está listo en la barriga?
Jasper me miró con cara de <<¡Auxilio!>> pero es que era demasiado divertido verlo de todos los colores intentando explicarle a su pequeña de cuatro años la manera en que se da el embarazo.
Y después de no sé cuanto minutos, un tazón de helado y una lectura de La Bella Durmiente, Charlotte dejó de preguntar por bebés “ensamblados” en las barrigas de las mamás por hadas, según Jasper. Esa batalla solo estaba momentáneamente ganada pues la pequeña se había quedado dormida en mi sofá. Reposaba tranquila flanqueada con un muro elaborado por todos los cojines de mi modular que esperaban en el suelo por la pequeña como si ella fuese capaz de rodar tanto en sueños para aterrizar en estos. Hablando de padres sobreprotectores
En la cocina seguimos con la conversación incómoda.
—Tranquilízate, Jaz. Él no es mala persona y lo sabes. De hecho ustedes se estaban haciendo amigos.
—Hasta que te embarazó.
—¡Ay, por favor! Si no era de Emmett sería de otro. Sabes desde hace tiempo que quería ser mamá. —le respondí tajante. <<Solo que no ahora. Ni así.>> pensé.
Su mirada se ensombreció con pena.
—Pero no sola, Rose. No quería que pasaras por todo esto tú sola. Yo sé lo que es. Sé muy bien que eres totalmente capaz de salir adelante sin la ayuda de nadie, y también que cuentas con nosotros para todo. Incluso con los Cullen pero es que…no es lo mismo. —negó torturado por su pasado.
—Cielo, no estaré sola. Y tanto Emmett como yo somos lo suficientemente adultos como para resolver esta situación sin hacerle daño a este pequeño que está creciendo. Me dejó muy claro que no pensaba alejarse de su bebé.
—¿Cuándo?
—Cuando yo creía que me diría que abortara, de hecho fue totalmente lo opuesto. Se molestó mucho conmigo por pensar de él de esa forma. —extractos de ese momento venían a mi mente con bastante regularidad.
—Rosalie…—entonces él me reprendió con suavidad. Como si le diese más pena que otra cosa. —no deberías ser tan visceral, hermana. Sacas conclusiones demasiado pronto siempre. Tienes un lado oscuro en ti. Creo que por eso eres artista. —intentó quitarle peso a su comentario. Pero tenía razón en ello: Tenía una innegable tendencia a pensar en el lado negativo de las cosas.
Suspiré derrotada y tomé un sorbo de mi té verde descafeinado con miel. Aunque traté de darle una leve sonrisa como única respuesta a su último comentario.
—Estaba muy afectada, Jaz. Necesito hablar con él y pedirle disculpas. No me he comportado demasiado bien desde que recibí la noticia. Ambos cometimos errores y no es justo que yo lo haya culpado de todo.
Jasper, que estaba a punto de tomar un sorbo de su café, volvió a colocar su taza sobre la mesa con una lentitud. Luego habló con evidente confusión.
—¿A qué te refieres?
Enarqué las cejas con ironía.
—Obviamente este no fue un embarazo precisamente esperado. Tu pregunta me sorprende. No creía que tuviese que explicártelo. —tomé un nuevo sorbo. —Y tampoco lo haré.
Pareció aliviado.
—Lo siento, Rosalie. No intento inmiscuirme en tu vida privada, es solo que trato de comprender todo esto que te está pasando.
Alargué el brazo y estreché una de sus manos.
—Cielo, no necesitas todos los detalles morbosos. Recuerda que ya soy una adulta. No tu hermanita pequeña. Nos acostamos, no fuimos cuidadosos y ¡Zas! Este es el resultado. En realidad no es tan malo como me lo tomé en un primer momento.
—Igual siento mucho que estés teniendo que pasar por esto.
Sonreí con ternura.
—Yo no. Ya no. Ahora también tendré un pedacito de bendición como tú tienes con tu Charlotte ¿No te parece?
Sus ojos brillaron con un amor que era incluso mayor al que él sentía por mí cuando mencioné el nombre de su hija. Y es que mi sobrina había sido una pequeña lucecita en el camino escabroso de mi hermano en cierto punto de su vida. Puede que hubiese tenido que pasar por muchas situaciones duras, pero podía decir sin temor a equivocarme que había valido la pena. Sobre todo cuando veías a un pequeño terremoto de rizos rubios y ojos azules como los de su padre y los mismos míos, con una boquita de corazón color rosa y un sentido único de ver el mundo a su manera.
Una hora después, mi hermano salía de mi casa con mi sobrina aún apagada como una luz sobre su hombro. Esperé a que su Audi se perdiera de vista antes de volver a entrar en la casa.
No tuve que recoger ni lavar ni un traste desde que mi visita llegó. Un beneficio claro de tener un hermano sobreprotector que pensaba que lavar dos tazas y una copa de helado podía agotar a una mujer embarazada. Jaz valía, sin duda alguna, su peso en oro. Alice sería una mujer muy afortunada si todo salía bien entre ellos. Esperaba que así fuera, era una buena chica.
Con una envidia sana subí hasta el segundo piso de mi casa y miré una habitación en la que tenía únicamente la cama, una mesita de noche con su respectiva lámpara y un viejo escritorio. Era la habitación para huéspedes. Bueno. Una de las tres que tenía.
Esta era la vieja casa de mis padres quienes se habían ido a un Seattle mucho más cosmopolita por pedido de mi madre. Yo no quise partir y ellos decidieron dejarme el que fuese su hogar luego de venirse desde Phoenix. El negocio de mi padre había mejorado mucho en los últimos tres años y medio. Recuerdo cuando el pobre Jaz se enteró de que iba a ser padre, la situación no podía ser más distinta entonces.
La contratista de papá estaba demasiado endeudada como para ayudar a mi hermano con su carrera universitaria. Tuvo que estudiar y trabajar medio turno. Yo también me vi forzada a terminar mis estudios de música trabajando para poder costeármela. Las clases privadas habían sido una excelente decisión, pues no solo me ayudó a conseguir ingresos monetarios sino que también a hacerme un nombre entre  los posibles alumnos que podrían quedar dando clases posterior a su egreso del Conservatorio Músical del Estado de Washington. Sí, yo había dejado antes la casa de mis padres que mi hermano. Mi soberbia y las ganas de comerme el mundo me hicieron querer salir corriendo a las primeras de cambio y aventurarme a vivir según mis reglas.
Una adolescente hormonal convirtiéndose en adulta.
El golpe económico fue duro para mí. No solo porque tuviese que trabajar. También me vi obligada a mudarme a un minúsculo apartamento que compartía con una chica. Esa no fue una experiencia de las mejores tampoco, pero tenía que agradecerle mucho. Me vi forzada a dejar de ser una niña consentida por sus padres  y abrirme las puertas yo misma. Renunciar a la idea de ser “La señorita Rosalie Hale” hija del exitoso arquitecto Peter y de la perfecta ama de casa/esposa trofeo Charlotte, para convertirme en La Profesora Rose. Así me llamaban mis alumnos de clases privadas que eran muchísimo más fácil de llevar que los del Conservatorio, pues eran niños.
Cuando el negocio de mi padre repuntaba, me arriesgué a invertir en su empresa una buena parte de mis ahorros personales y convertirme así en una de sus socias. Muy poco sabía sobre la construcción, pero sí que le debía el haber podido retirarme del Conservatorio y mudarme a un pueblo mucho más tranquilo y pequeño. Me siguieron mis padres y finalmente mi hermano. Aunque aún ellos conservan la casa de Phoenix. Al poco tiempo mi caprichosa; aunque no por eso menos preciosa; madre se hartó de la vida de suburbios y optó por irse a una gran ciudad. Iba más con su estilo de vida repleta de reuniones sociales y eventos chic de beneficencia.
Y heme aquí. Con la casa de mis padres que en algún momento llegué a pensar que era demasiado grande para mí sola y ahora estaba a punto de traer a un acompañante para al menos los próximos dieciocho años venideros.
La puerta sonó interrumpiéndome de mi hilo de pensamientos. Bajé las escaleras casi corriendo, algo muy irresponsable de hacer dado mi estado. Pero era una costumbre demasiado enraizada en mí para dejarla de buenas a primeras. Seguramente se le había quedado algo a Jasper…
Pero no. Resultó que era Emmett. Esperaba en el umbral con una caja forrada en color plateada y un moño de cinta blanca. Se le notaba nervioso pues no dejaba de moverse en el sitio. Lo espié desde el ventanal de las escaleras. Terminé de bajar y le abrí la puerta.
—Hola. —saludó cauteloso.
—Hola. —respondí de la misma manera. Me coloqué un mechón de cabello que se soltó de mi moño relajado. Señalé hacia el interior. —Pasa, por favor.
Asintió dócil. Raro en él.
—Gracias.
Bajamos los dos escalones que dividían el recibidor de la sala de estar y tomamos asiento relativamente lejos el uno del otro. El ambiente tenso era perceptible entre ambos todavía ya que ninguno comenzó a hablar de inmediato. De hecho, solo nos miramos durante un momento que pareció incómodamente largo.
—Siento mucho haber sido tan grosera la última vez que nos vimos. Esto no lo esperábamos ninguno de los dos pero…
Se acercó mucho más hacia mí y me hizo callar.
—¡Shhhh, Rose, no! Me comporté como un completo imbécil contigo y tú reaccionaste a la defensiva. Estaba más que justificado. —se estrujó la cara desesperado. Hasta ese momento no había reparado en sus ojeras profundas. Incluso se le veía un poco más delgado.
No pude evitar preocuparme. Estaba enamorada hasta las trancas de ese hombre que aún quería a otra. A la mujer de su hermano, para ser más específicos. Un hermano que era autista, por lo cual él se sentía sumamente protector.  No era algo simple de solucionar. En lo absoluto.
—¿Estás enfermo?
—Estoy bien.
—Esas ojeras no indican eso precisamente.
—Solo no tuve una buena noche. —se encogió de hombros quitándole hierro al asunto.
Dudé que fuese una sola noche la que lo tuviese con una apariencia como de oso panda trajeado y no por lo adorable precisamente, pero no insistí más  en el asunto para no presionarlo.
Extendió la caja hacia mí.
—Ehhh…Esto es para el bebé. —musitó inseguro. Como si yo fuese a despreciarle un regalo para nuestro hijo.
Sonreí y tomé la caja entre las manos. Era liviana y no sonaba nada en el interior excepto un susurro.
—Muchas gracias, Emmett. —respondí amigable antes de deshacer el moño y revisar el contenido.
En el interior de todo ese embalaje había un precioso mameluco de color blanco con un pequeño osito bordado en el pecho. Mis ojos se llenaron de lágrimas por derramar. ¡Estúpidas hormonas revolucionadas, denme un poco de paz!.
—No es de diseñador, ni mucho menos. —¿En serio estaba avergonzado por eso? —Es solo algo que vi en una tienda de bebés en Port Angeles, pasé y lo compré.
—Hey, Emmett. Está precioso. Sin importar su precio. —le agradecí con honestidad.
Entonces me sonrió con timidez, le devolví el gesto de igual forma.
Si comparabas a este Emmett con el que conocí probablemente pensarías que serían hermanos mellizos o algo por el estilo, pero nunca el mismo hombre. Uno tenía el aire presuntuoso e imponente habitual en los mujeriegos. El otro se mostraba vulnerable, como si esperara que en algún momento lo hirieran. Ni siquiera mi lado egoísta que en algún momento deseó verlo tan desecho como me había dejado a mí, podía soportar verlo de esa manera.
Al fin y al cabo, me había prendado de esa estampa juguetona que escondía en su interior a un gran hombre capaz de dar muchísimo amor. Eso me lo demostraba cuando compartía tiempo con su hermano menor autista. Era como si su mundo girara en ese momento solo en torno a Edward y este se volviese su prioridad principal.
Pensar eso fue lo que me impulsó a decirle lo que le hice saber entonces:
—Las cosas no se han dado entre nosotros de la mejor manera y han sucedido imprevistos. Pero creo que podemos comenzar desde cero y tratar de ser amigos por el bien del bebé ¿Te parece? —asintió. —Sé que eres una persona excelente. No me mires así, claro que lo eres. De hecho creo que si como padre eres al menos la mitad de bueno que como hermano, entonces me daré por satisfecha.
A pesar de no estar de acuerdo conmigo, seguimos hablando acerca de lo que haríamos. Decidimos trabajar en equipo. Ir juntos a las consultas con el gineco-obstetra e incluso decorar la habitación del pequeño.
Intercambiamos ideas y por dentro me di por satisfecha. Puede que esta fuese la manera en que las cosas debían de ser. Actuar como amigos nos resultaba mejor que otra cosa.
Sí. Quizá esa era forma adecuada de hacerlo funcionar entre nosotros.

*.*.*.*.*

—¿En dónde está? —me pregunté un poco irritada a las afueras de la sala de espera.
Emmett tenía más de media hora de retraso aquella tarde. Se suponía que iríamos juntos a las citas médicas. ¡Él mismo lo sugirió! ¿Le pasaría algo malo de camino para acá? ¿Se habría arrepentido? <<¡Dios, Rosalie! Tú y tu condenada negatividad. Cálmate.>> Tuve que reprenderme a mí misma.
Una mujer muy embarazada que estaba frente a mí me dio una mirada de simpatía y comprensión. Parecía que no había sido demasiado disimulada viendo en repetidas ocasiones a mi muñeca izquierda o al antiguo reloj de pared de aquel consultorio a las afueras de Port Angeles. Supongo que si no dijo nada es porque pensaría que hacer cualquier comentario en voz alta podría mortificarme. Y ya puestos a ser sinceros, si lo haría. Así que gracias por tu empatía, amiga anónima a la que no le diré nada porque no estoy de humor.
—¡Dios! ¿Podrías no sacudirte como un perro? —volteé de inmediato hacia la puerta. —Tienes unos modales pésimos.
Edward sonaba irritado y además venía con el cabello empapado. Afuera llovía torrencialmente desde hacía más de veinte minutos. Después entró Emmett con una pequeña sonrisa burlona en su cara. Él también destilaba un poco de agua pero como ambos traían sacos de invierno, estuvieron medio secos al dejarlos en la entrada con la recepcionista. Los dos se sonrojaron al darse cuenta de que todos los presentes los mirábamos con curiosidad. Era la sala de espera de un pequeño consultorio pueblerino, cualquier cosa era novedad en lugares así.
Se acercaron hasta donde estaba y me corrí dos sillas a mi derecha.
—Hola, Rosalie. —dijo Edward con educación, aunque un poco incómodo con tantas miradas puestas en él.
—Hola, Edward. —le respondí. Luego miré a Emmett quién me miraba con una sonrisa desenfadada más parecida a su viejo él. —Hola.
—Estábamos almorzando juntos cuando empezó la lluvia. Supe que no podría llevarlo hasta la casa antes de venir porque el tráfico estaría horrible. Y no me equivoqué. Menos mal que aún no entras. —contestó a la pregunta que tenía pendiendo en la punta de la lengua.
—Te llamé varias veces. —no era un reproche. Solo le informaba. Bueno, sí. En realidad si era un poco de eso. Pero solo un poco.
El mayor de los hijos Cullens resopló con molestia.
—Dejé el estúpido aparato en la oficina antes de salir. ¿Y Edward no tiene ninguno! —le recriminó a su hermano menor. —Juro que mañana mismo le compraré algo. No puede seguir viviendo en el siglo XX. Ya basta.
Y mi brillante alumno/futuro tío de mi bebé no me sorprendió al responder con su habitual lógica:
—El doctor Poomar y Bella hablarán sobre ese tema mañana. Durante mi sesión. Bella piensa que no voy a resistirme a investigar sobre mi condición y no siempre podría encontrarme con páginas responsables, con las que ya me he topado antes. Y no quiere que me altere. A su vez se debate con dejarme tomar mis propia decisiones como el adulto que soy, para que pueda lidiar con las consecuencias. Así que dijo que hablaría con el doctor antes de eso.
Tenía que admitirlo: Él nunca dejaba de sorprenderme. Cada día se superaba a sí mismo en madurez y avance. Sabía que había tenido una etapa realmente dura con la cual habían lidiado todos antes de mí, pero es que verlo así de centrado y argumentando de aquella manera, me hacía difícil creer en ello. Edward era magnífico en su forma de ser tan única.
Cuando abrí mi boca para elogiarlo, mi nombre fue llamado.
Emmett se puso en pie y me indicó el camino. Solo di dos pasos antes de que el pensamiento me golpeara con fuerza. Él me preguntó si me sentía bien, asentí y luego continué. No sabía si hacía bien pero correría con las consecuencias luego.
Entramos al consultorio, Emmett permaneció afuera con el doctor Barnes haciéndole cualquier cantidad de preguntas, pero en el momento en que empezaron a hablar sobre mi útero me negué a seguir escuchando desde el baño. Terminé de cambiarme con una incómoda bata desechable.
Se sentía tan extraño volver a estar sin ropa tan cerca de Emmett así fuese en una situación como esa. Surrealista total.
Luego tomé asiento en el sillón, Emmett permaneció del lado de mi cabeza por petición expresa (y medio amenaza también) mía. Aún todo era demasiado nuevo para ser visto a través del eco pélvico, por lo cual tuvo que ser transvaginal. Pensé que Emmett se desmayaría en un punto. En serio que sí. Y no puedo negar que sentí unas retorcidas ganas de estallar en carcajadas, aunque en su favor debo admitir que se negó a abandonar mi lado cuando le sugerí que se sentara en la silla de la esquina de la habitación.
Y luego de algunas mediciones por aquí y por allá finalmente pasó…
—¿Eso es…? —preguntó Emmett con la voz temblorosa pero ya sin temor o incomodidad.
El hombre de mediana – avanzada edad y un poco calvo, le sonrió con amabilidad.
—Esos son los latidos de su bebé, señor Cullen. Son fuertes y sanos como los de un caballo. —musitó el hombre ajeno a lo que este par estaba experimentando.
Yo tenía un inmenso nudo en la garganta con el cuál peleaba para tragarme las lágrimas y Emmett parecía como si contemplara una magnífica obra de arte ante él. La más hermosa de todas. Su mano apretó una de las mías que reposaba en la camilla, la estrechó con fuerza y depositó un beso en mi frente.
Sus ojos permanecieron cerrados por un par de segundos que se me hicieron eternos, pero en ningún momento desvié mi vista de ellos en el más descarado acto de voyeurismo. Fue delicioso ver la satisfacción en sus facciones. Fue doloroso saber que se debía todo a otra personita y nada que ver conmigo más allá de lo intrínseco y biológico de la situación.
Cuando se recobró de la impresión y puso un poco de distancia entre nosotros, aunque se negó a soltar mi mano, le hice al doctor una pregunta, él aceptó cuando le expliqué mis razones. Emmett me miró con algo que reconocí como admiración y alguna otra cosa que aún se me escapaba, pero traté de no darle más vueltas.
Entonces Edward entró aunque un poco circunspecto.
—Permanece a mi lado ¿Vale? —le pedí con calidez. Me daba miedo que fuese a tener una reacción negativa, pero pensé que esto le ayudaría a comprender mejor todo lo que pasaba a su alrededor. Y tampoco quería que viera mi vagina, muchas gracias.
Miró a su hermano, después a donde estábamos unidos y luego a mi mano libre.
—¿También debo agarrarte? —preguntó un poco incómodo.
Dejé salir una carcajada y el doctor también.
—No si no quieres, Edward. —respondí.
—No quiero.
—Está bien. Solo quería mostrarte algo. —le hice un gesto al doctor, y este volvió a encender el monitor.
Entonces sus facciones se vieron seriamente confundidas. Hasta que Barnes le explicó lo que estaba viendo en frente.
—Es su bebé. —musitó fascinado con el sonido y la borrosa imagen que ahora mostraba un palpitar.
—¿Qué te parece, Ed? —le preguntó un ahora orgulloso Emmett. —¿Qué te parece tu sobrino?
Él pareció pensarlo un poco antes de responder con sinceridad.
—Es pequeño y borroso. —los tres tuvimos un mal momento tratando de ahogar una risita. —Pero es impresionante escuchar su corazón.
—Concuerdo contigo. —otra vez se dejó escuchar la voz quebrada de Emmett. ¡Que magnífico autocontrol! ¿Cómo conseguía no llorar?. Debía preguntárselo más tarde.
—¿No podemos verlo en un aparato más nítido? —le preguntó un fascinado Edward al doctor.
Barnes que se mostró encantado con su actitud en contraste con mi explicación de su condición.
—Lo siento, Edward, pero por ahora esto es lo más claro que lo verás. Dentro de algunos meses podrás verlo en 3D o en 4D, como lo quieran Rosalie y tu hermano. Pero para eso debemos esperar. —lo encontraba hilarante. Se le notaba en la cara.
Edward no pareció satisfecho con su respuesta, así que contraatacó:
—¿Pero con qué instrumento está haciendo mostrándonos esto?
—¡No quieres saber eso! —brincó Emmett medio aterrado. —En serio no quieres.
—En realidad si quiero. —protestó.
Yo estallé en carcajadas, el doctor rió con libertad al fin y Emm se comprometió con su hermano a explicarle más tarde. A mí me hizo prometerle que vendría cuando me hiciera un eco de mejor calidad visual.
Y ni por un momento se mostró sobrepasado por la situación. Si acaso, más entusiasmado.
No sabía que le esperaba a este pequeño en un futuro, pero esto solo me daba una certeza: Sería amado sin importar qué. Ya lo era.

*.*.*.*.*
Bella POV:
Algunos días después…

Volvíamos a la casona Cullen, Winter en el regazo de Edward acaparando totalmente su atención. La cachorra que en su mayoría era blanca con manchas grises, permanecía sentada con la cabeza apoyada en la ventanilla del copiloto y la lengua afuera. Como si le estuviese sonriendo a la gente que pasaba por la calle diciéndoles que acababa de ser adoptada por una familia que le daría mucho amor.
—¿Aún sigues molesto por lo que pasó con esa chica, ángel? —le pregunté al notar que no había dicho palabra alguna desde lo ocurrido en el refugio.
Edward se mostró dubitativo. Como si estuviese discutiendo consigo mismo sobre el adjetivo que describiese mejor a lo que sentía ahora.
—La verdad es que no comprendo lo que pasó, Bella. Si le dijiste que eras mi novia ¿Por qué esa chica igual discutió contigo? ¿Era necesario que te llamara cualquiera?
Sonreí un poco al recordar la reacción de Edward en ese momento. Rachel se había quedado como de piedra cuando Edward le había dicho:
—¡Bella no es tal cosa! Compórtate como una dama y pídele disculpas.
Paul se había apresurado a llevarse a su chica antes de que pudiese decirle algo hiriente como respuesta. Supongo que intuyó que la dejaría sin ojos si lo hacía, así que de algún modo él la protegía a pesar de todo.
—No lo era, ángel. Pero es que ella estaba celosa de mí.
—¡¿Pero si no eres de Paul?! —replicó molesto.
—Edward, cuando una persona se comporta tan mal; como ella lo hizo con el pobre de Paul; es normal que tenga muchísimas inseguridades. Rachel acaba de volver y estoy segura de que va a querer recuperarlo, porque él es un gran muchacho. No. No me gruñas, sabes muy bien por qué lo digo. Lo veo solo como un amigo. En fin, las cosas se le pondrán muy difíciles con él y me imagino que ella piensa que no necesita en su camino a una contrincante. Aún cuando ni siquiera tiene ese porte que tiene ella. No creo que sea una mala persona, solo un poco descortés.
—¿Paul volverá con ella? —preguntó mientras acariciaba el pelaje de Winter, cosa que ella parecía disfrutar bastante.
—No lo sé, ángel. Ellos tienen mucho de qué hablar y mucho más aun que perdonar. Al menos por parte de él. Ya veremos. —lo miré divertida cuando arrugó la nariz y frunció el ceño. —¿Qué pasa?
—¿Podemos bañar a Winter? Huele a comida para perros.
Sonreí. Así de fácil cambió el hilo de su conversación según como cambiaba el foco de su atención.
—Sí, Edward. La bañaremos mañana porque ya es muy tarde y no queremos que la pobre se congele ¿Te parece bien? —luego le enumeré todo lo que teníamos pendiente para con ella. —Tendremos que llevarle a un veterinario para que le coloque todas las vacunas que le faltan. Gracias al cielo ya está esterilizada, pero igual sería bueno que un médico la revise, y también necesitaremos un entrenador.
Asintió y aceptó todas mis recomendaciones pero siguió con la nariz arrugada hasta que bajamos del auto en la puerta de su casa. Alice salió corriendo emocionada hacia nosotros apenas escuchó el crujir del suelo bajo las llantas. Estacioné en frente de la puerta principal. Edward salió con la cachorra y ni bien había subido el primer escalón cuando Alice ya estaba pegando chillidos y apretujándola.
—¡Que hermoso! ¡Ay, por Dios, mira su naricita! ¡Awwww mira esos ojos bicolores! ¿Cómo se va a llamar?
—Winter. Y es una hembra. —la corrigió, lo cual pareció emocionar aún más a Alice.
—¡Oh! ¡Es una ella! Eres preciosa, Winter. Serás muy, muy, muy malcriada. Ya lo verás.
—Es muy lista. Si lo llamas por ese nombre, te presta atención. —agregó él.
—¡Vaya! —no sabía sobre qué otras cosas siguieron hablando aquellos dos pues entraron en la casa y se olvidaron de echarme una mano con las cosas que habíamos comprado para la pequeña loba.
Fue entonces cuando un par de manos adicionales se prestaron a ayudarme. Un risueño Carlisle, con un elegante pantalón negro y una camisa arremangada en sus antebrazos y unos costosos zapatos italianos sacó del maletero la camita de perros y un enorme saco de alimento que levantó con una facilidad pasmosa. Los músculos se le marcaban a través de la camisa cuando alzaba las cosas más pesadas. La señora Esme era una mujer afortunada al tener a un hombre tan guapo, inteligente y como si todo eso fuera poco excelente persona. Sonreí para mis adentros. Yo también me había sacado el premio gordo de la lotería, con unas cuantas condiciones especiales, pero premio al fin. Éramos mujeres afortunadas.
—Esme ha estado esperando toda la tarde a ver qué es lo Edward escogía. Ella esperaba que él prefiriera algo pequeño como un chihuahua o un maltés, así que supongo que estará decepcionada. —comentó Carlisle con su sonrisa cortés habitual mientras me acompañaba hasta la puerta con todos los artilugios en mano.
—¡Le juro que no pude hacer nada! Fue amor a primera vista. En ese se empeñó y como le había prometido que podría traerse el que quisiera… —intenté excusarme.
—No te preocupes, Bella. A mí en lo personal no me gustan los perros pequeños. Prefiero los grandes. —hizo ademán de contarme un secreto y susurró. —Mientras que mi esposa esperaba que aparecieran con una pequeña bola de pelos, yo rezaba interiormente para que se trajesen un San Bernardo o un Gran Danés. Me inquietan esas bolas de pelos miniaturas. Parecen pequeños peluches poseídos.
Mi cara de espanto le hizo mucha gracia y prorrumpió en carcajadas sonoras.
—¡No me imagino los destrozos que esa dos razas harían en una casa como esta! ¡No! ¡Ni loca!
Entonces ambos reímos.
Cuando llegamos a la cocina escuché unas voces masculinas que no reconocí pero no pude verlas porque preferí dejar los juguetes de Winter en la cocina, para no interrumpir a la visita. El patriarca Cullen en cambio no tuvo esa deferencia y se fue hasta la puerta que daba acceso al patio trasero para instalar las cosas del nuevo habitante. No lo seguí, pero decidida a no quedarme de manos cruzadas fui a llenarle el envase de agua y otro de comida a la mascota que ahora escuchaba corretear en el piso superior de la casa. Las risas amortiguadas de Alice y la voz de Edward acompañaban a los ocasionales ladridos de la pequeña. ¡Ojalá le gustara a la señora Cullen!
Carlisle reapareció en la cocina minutos después de acomodarlo todo, abrió el frigorífico y echó un ojo en su interior.
—¿Quieres tomar algo, Bella?
—Agua, por favor.
Asintió y sacó dos. Me entregó una, nos sentamos en la barra y bebimos de la botella como si acabáramos de llegar del desierto.
—¿Puedo preguntarte algo?
—Claro.
—¿No deberías acompañar a la señora Esme en la sala de estar? Deben de estar extrañados al ver que pasa de ellos con tranquilidad.
—¿Crees que estoy siendo grosero al no estar con ellos? —preguntó enigmático.
Las voces tanto de mi ángel como de Alice se acercaron pero parecieron desviarse hacia el área en cuestión. Un “awww” de la boca de Esme me hizo saber que no habría dramas sobre el futuro tamaño del cachorro. Ahora, más tranquila, respondí:
—Creo que podría verse de esa manera. Sí. —respondí con honestidad.
Carlisle sonrió satisfecho.
—Me parece bien, entonces. —y se quedó tan ancho como hacía su hijo cuando decía una de la suyas. Podría ser que mi ángel hubiese heredado ese gesto, o su padre lo copiara de él ¿Quién podría saberlo?
—¿No te agradan esas personas? ¿Quiénes son? Si se puede saber.
Torció los labios en un mohín de desagrado como si tuviese un mal sabor en la punta de la lengua. Chasqueó.
—Es el gerente de la tienda en donde ella compró todos los muebles para redecorar tu casa… —<<¡Ay mierda no!>> —Que da la casualidad que es su exnovio. —parpadeé atónita. Así que esta era una pataleta celosa tal cual como las que su hijo menor me armaba en ciertas ocasiones.
Cada día conocía un poco de los Cullen y nunca dejaba de asombrarme, sobre todo con respecto a lo que tocaba a Edward y Carlisle, quienes a pesar de haber pasado alguna temporada alejados (aun cuando seguían viviendo juntos) parecían calcados el uno del otro. Compartían gestos y hasta rasgos de su carácter; como en  ese momento me podía percatar en aquel arranque de posesividad. Casi sonreí. —No creí que alguna vez volveríamos a ver a ese bastardo. —hablaba más para el mismo que conmigo. —Si hubiese sabido eso, me habría ido a Port Angeles donde compramos la silla de Edward. ¡Mierda!
Abrió los ojos sorprendidos para con él mismo. Yo hice lo mismo, era la primera vez que lo escuchaba decir una mala palabra.
—Lo siento mucho, Isabella. No debí haber utilizado ese lenguaje delante de una dama.
—Una dama que también las dice de vez en cuando, Carlisle. No te preocupes. —le guiñé en broma. —Nadie se ha muerto por decir o escuchar una mala palabra.
Sonrió apenado.
—Supongo que tienes razón. Puede que te parezca infantil mi comportamiento pero es que…nunca lo soporté. Jamás. Desde la secundaria…
—¿La secundaria? ¿Hace tanto que se conocen? —pregunté alarmada.
Torció la boca.
—Me haré de la vista gorda, como si nunca me hubieses llamado viejo de manera disimulada. —ambos nos reímos. —El caso es que él era el novio de Esme cuando la conocí. El típico jugador de fútbol. Moreno, fornido; como cualquier italiano;  y presuntuoso con todo aquel que lo rodease.  En ese momento era mariscal de campo y no le gustó nada que el nuevo quaterback que acababa de llegar a la escuela estuviese recibiendo más atención por parte del entrenador y hasta de su chica. ¡Me tocó pelear duro para que se fijara en mí y eso a él no le gustó precisamente. En dos ocasiones terminamos con ojos morados y labios rotos por ella. En su caso, hasta una costilla rota. —me guiñó un ojo en complicidad antes de susurrarme cerca: —Soy descendiente de irlandeses. No solemos pelear limpio.
—¡Que romántico! De una manera neandertal, pero romántico al final.
Desearía no haber dicho nada pues me miró como si estuviese totalmente loca. Pero es que ¿Cómo resistirse a la esencia de los hombres Cullen en su más básica expresión? Casi podía imaginármelo como si hubiese estado allí. Le habría apostado al rubio. Negué con la cabeza para mí misma. Supuse que la normalidad en cada individuo era relativa. Todos estamos un poco locos, como yo en ese momento desvariando acerca del pasado escolar de los padres de mi novio.
Edward, Alice y Winter en brazos de la segunda, irrumpieron en la cocina apropiándose de esta en toda su extensión.
Mi ángel se acercó a nosotros y se sentó a mi lado quedando justo en frente de su padre.
—¿Quién ese hombre que está con mamá? —Edward le preguntaba a un nada contento Carlisle.
—El “muy amable” gerente de la tienda de muebles en donde compró tu madre hoy.
—¿Y por qué la mira así?
—Así ¿cómo? —Oh, sí. Jamás le había visto tan arisco. Puede que los habituales ojos gentiles azul grisáceos de Carlisle hayan adquirido de pronto de un frío acerado.
—Como si se la quisiera comer. —Ayyyyy ¡Dios mío! ¡Mi ángel y su inocencia! Él no comprendía que estaba a punto de matar a su padre de un posible aneurisma.
Preferí ponerme en pie y comenzar a repartir unas copas de helado para ver si así los ánimos se enfriaban un poco. Le hice señas con la mirada a Al para que no preguntara nada. Ahogó una risita y se dispuso a cocinar.

*.*.*.*.*
El encargado de la obra en mi casa llamó esa noche para informar a Esme que la remodelación había llegado ese día a un punto en el que mejor las habitantes de ese lugar plagado de cemento, pintura, olor a barniz y otros agentes intoxicantes pasaran las próximas tres noches en otro lugar. Así que tuvimos que ir a por ropa para ese tiempo y volver. Alice ocupó la otra habitación que había dispuesta para huéspedes que colindaba con la de Emmett y yo en la que había estado viviendo hasta hacía pocas semanas. Casi ya un mes. ¡Como pasaba el tiempo!
Edward insistió en acompañarnos y estuvo horrorizado todo el rato. La casa era un completo desastre. Plásticos protectores por aquí, montones de polvo por allá, madera por aquí, concreto por allá, pintura por aquí selladores por acá. Toda una pesadilla visual para el espectador. Aunque ya se podía adivinar bastante de los cambios y me encantaba lo espaciosa que comenzaba a verse en la mayoría de la planta principal.
Tanto Alice como yo nos movimos a la velocidad de la luz y metimos en nuestras respectivas mochilas unos cambios de ropa, calzado y artículos personales imprescindibles para los días venideros. Luego salimos corriendo de allí. Los tres empezábamos a estornudar por el polvo que levantábamos al caminar.
Llegamos a la casa “C”, Esme nos instaló y cada quién fue respectivamente a hacer lo que quería. Noté con curiosidad que esa noche Carlisle insistió en llevarse a su esposa temprano a la alcoba. Sonreí divertida. ¡Ah, estos astutos hombres Cullen!.
Edward y una apestocita Winter permanecieron en mi habitación temporal mientras tomaba una ducha. Uno había tomado un rápido baño mientras yo acomodaba mis cosas en gavetas y percheros. La otra necesitaba agua y jabón ¡Con carácter de urgencia!
Salí ya vestida con un pantalón largo de algodón de color negro y una sudadera extra grande de los Yankees. Me había tomado un tiempito extra para cepillarme el cabello y evitarme una innecesaria gripe. Así que me fui directita a la cama y me colé debajo del edredón. Era una noche especialmente fría. Mi ángel siguió mi ejemplo quedando justo a mi lado. Abrazándome.
La cachorra pretendió hacer lo mismo pero no le dejé. Ya cuando estuviese limpia no sería tan remilgada. Un poco tristona, se apretujó y acostó a los pies de la cama, el suelo era de alfombra así que no pasaría frío.
—Huele mal, pero no quiero que duerma afuera con este clima. —dijo mi ángel entre tanto acariciaba mi cabello que aún permanecía caliente cerca de mi cráneo. Sus dedos me relajaban así que lo dejé hacer sin importarme si me estimulaba las glándulas cebáceas.
—No hay problema mientras se quede en la alfombra. Estoy a punto de quedarme dormida por lo que no estaré muy pendiente de su olor en muy poco tiempo. —le contesté con voz pastosa por el sueño.
—¿No vas besarme?
Reí.
—Por supuesto, ángel. Alguien tiene que hacer ese trabajo duro. —bromeé.
Tomé sus labios entre los míos sin ninguna prisa ni desespero. Lo besé dejándome llevar por la ternura que despertaba en mí verlo tan tranquilo y relajado en ese instante. Deslizó la boca por mi barbilla, por mi cuello, pero lo detuve en lo que sentí que sus manos se colaban bajo mi sudadera.
—¿Ángel?
—¿Hmmm?
—No.
—¿Por qué?
—Estoy destruída. Probablemente me quede dormida antes de que logres quitarme las bragas y no creo que quieras hacerlo así.
Gruñó, se tomó un respiro pero se negó a sacar sus manos de mi sudadera. Dejé que sus manos se quedaran sobre mis pechos mientras nos rendíamos al sueño. Al fin y al cabo mi cuerpo ya no era mío. Hacía mucho tiempo que se lo había entregado en custodia junto con mi alma.
<<La entrega del alma pagana a un ángel.>> me reí nostálgica sin hacer ruido alguno.
Esa noche soñé con luces celestiales, alas emplumadas y un ángel de cabello cobrizo con ojos de tormenta azulada.

*.*.*.*.*
Por la mañana, tras desayunar, Edward y yo llevamos a Winter al patio trasero para su primer baño. Agradecimos que el cielo estuviese despejado y que unos débiles rayos de sol nos alcanzaran brindándonos su calidez.
Terminamos los tres bañados pero solo uno limpio. Se había sacudido innumerables veces llenándolos de agua y de jabón, luego de pelos mientras la peinábamos. ¡Estábamos hechos un asco ambos!
—¡Pero cuanto pelo suelta! —se quejó Edward escupiendo otro pelo que se le había colado en la boca. No pude evitar reírme y en ese momento yo también atrapé uno que estaba en el aire.
Tuvimos que irnos a bañar de inmediato si alguno no quería terminar con una alergia severa o algo así.
Esme le indicaba a Winter que no podía volverse a orinar en la puerta de la entrada y el animalito la veía con cara de haber partido un plato, y como ella era toda bondad terminó la regañina con un beso en su cabeza peluda. ¡Al traste en esta casa con la disciplina animal! Si Cesar Millán nos conociera, de seguro nos diría a todos que la jefa de esa casa era Winter.
Antes de mediodía Carlisle había llegado a la casa con cajas de regalo forradas. Estaba emocionado, como todos nosotros abriendo la que nos dio a cada uno. Esme, Alice y yo abrimos el papel sin mucho cuidado, Edward en cambio lo hizo con una delicadeza que se nos hizo casi tan entretenida como la sorpresa del regalo en sí.
¡Vaya! ¡Smartphones para todos!
Esme sonrió agradecida como si le hubiesen dado una camisa o maquillaje. Nada fuera de lo extraordinario. Alice y yo seguíamos entre encantadas y asombradas por haber recibido semejante regalo sin ninguna razón aparente. Porque si bien era cierto que los Cullen nos tenían en muy alta estima, nunca nos imaginamos que nos considerarán tan parte de su familia como para tener unos detalles como los que estábamos recibiendo. Primero: remodelación completa de la casa. Segundo: tecnología de última generación.
Edward miraba el artilugio sonriente.
—Vi uno así en internet el otro día. Gracias, papá.
Carlisle le sacudió el hombro con cariño y besó su cabeza. Como si fuese su niño.
—Lo sé. Por eso te lo conseguí y no fue nada, hijo. Eso es para que estés en contacto con todos nosotros. Me pareció un buen momento para que comiences a comunicarte y no tengas que depender del teléfono de Isabella…Bueno, Bella, no me mires así. En fin, para independizarte un poco más.
Asentí satisfecha. Ya Dave Poomar y yo habíamos discutido sobre el tema. El no encontró nada por lo que alarmarse de momento. Yo distaba un poco de su opinión, pero decidí tragarme mis miedos y dejar que Edward avanzara. No era un niño, era mi paciente y mi novio. Así que era hora de ponerme mis pantalones de chica grande y dejarle enfrentar nuevos desafíos.
—Gracias, señor Carlisle. —agradeció Alice casi al borde de las lágrimas. La pobre había estado presentando muchos problemas con su celular en los últimos días y ya estaba pensando en que tendría que gastar a juro en uno nuevo, cosa que no le provocaba mucho pues ya estaba cerca la fecha de pagar una nueva cuota de la matrícula universitaria. Pero eso solo me lo había contado a mí.
Mientras que Alice se lucía ese día con la comida; en agradecimiento a semejante muestra de generosidad; yo me fui al patio exterior a llamar a alguien que tenía bastante abandonada.
—¿Angela?
—¡Oh por Dios! Hoy hay un terremoto. O peor, hoy habrá una inundación catastrófica en todo Forks y nos moriremos todos. —respondió la exagerada.
—¡Bah! No seas pesada.
—¡Es en serio, Isabella! Eres una amiga pésima. —se quejó con un tono casi infantil.
—Tienes mi número también, así que podrías darme un telefonazo de vez en cuando ¿Eh? —intenté desviar la diana que apuntaba justo a mi trasero para que me diese la flecha de la amistad.
—No no no, bonita. A mí no me culpes. Dijiste que estarías más en contacto conmigo y eso no ha pasado ¿Tan ocupada te tiene ese galán tuyo que ya no te acuerdas de tu pobre y miserable amiga?
—Oh sí. Me tiene muy ocupada, aunque mi amiga esté muy lejos de ser miserable. Porque si mal no recuerdo ella me habló la última vez de que salía con un tal Ben Cheney. —arranqué una florecilla lila de las que Esme tenía en el jardín pues ya estaba marchita. Su tallo estaba quebrado.
—Awww, si te acuerdas aún de mí. ¿Cómo has estado, Bella?
—Ocupada con Edward, pero muy bien. ¿Y tú?
—Igual, pero de viaje. Ben y yo hemos tenido que ir a unas conferencias en Seattle y en Cleveland. Fueron de lo más interesantes. —su tono de voz lascivo me indicó que lo “interesante” no habían sido en sí las conferencias sino el acompañante y las actividades extracurriculares. Me carcajeé.
—¿Pero ya estás de vuelta?
—Emmm. Sí pero no. Porque ya regresamos de Cleveland pero justo ahora estaremos en Tacoma tres días antes de irnos a Forks de nuevo. ¡Aún me queda mucha diversión por delante!
—Ni se te ocurra darme detalles. Voy a comer ahora.
—Mojigata. Pero cuéntame ¿Cómo sigue Edward? —de pronto se volvió una profesional de golpe y porrazo.
—Excelente. Es bastante comunicativo con su entorno, aunque le cuesta un poco más con los extraños. Responde perfectamente a los estímulos y es sumamente inteligente. De hecho, puede tocar en el piano una canción por puro oído. Es un autodidacta en toda regla. No le agrada mucho eso de estar leyendo partituras. Su profesora, que es una chica grandiosa y paciente, le insiste en que las utilice aunque no las necesite la mayoría de las veces. Según ella le está creando un patrón de conducta profesional. Es una excelente profesora, en serio.
—¿Has empleado con él la terapia equina? Ellos responden muy bien a esos procesos.
—La verdad es que no. Tengo fobia a los caballos y no sería capaz de ayudarle en una situación que se presente y los involucre a ellos. Pero ayer lo llevé y adoptó un perro, está encantado con él. Intentaré aplicar ciertos aspectos de esas terapias a través de su mascota. Los perros son mucho más manejables y menos atemorizantes para mí.
—Por supuesto.
Edward salió a mi encuentro en el patio y se me acercó curioso. Se me ocurrió hacer que estas dos personas, tan importantes para mí, se conocieran. Así solo fuera por este medio. Coloqué el altavoz.
—Angela, aquí está Edward. Salúdalo.
—¡Hola, Edward! ¿Qué tal estás? —tenía esa voz que ponía cuando intentaba no sonar demasiado emocionada. Pero fracasaba vergonzosamente.
—Bien ¿Quién es? —estaba receloso y su ceño fruncido indicaba que no se sentía del todo cómodo hablando con alguien a quien no conocía en lo absoluto.
—Es una amiga mía. Ella trabaja con personas especiales como tú, ángel.
Eso pareció relajarlo un poco.
—Es un placer conocerte, aunque no te puedo ver la cara. —dijo haciéndonos reír a ambas.
—Igualmente, aunque me gustaría que nos conociéramos en persona en cuanto llegue de viaje ¿Te gustaría? —la muy chismosa se moría de curiosidad…
Edward me miró.
—Se quiere ver conmigo pero yo no la invité a salir. —añadió desconcertado. Parecía como si quisiera disculparse por eso. Me dio mucha ternura su inocencia y le acaricié la cara.
Luego me dirigí al teléfono.
—Sí, chismosa. Edward y yo nos encontraremos contigo en cuanto llegues. Solo llámame.
—Vale. —y se quedó satisfecha.
Antes de colgar tuve que cerciorarme de que no hubiese dicho nada que pudiese comprometerme, aunque la verdad saldría a la luz muy pronto. Al menos para mis ex compañeros de trabajo.
—Angela, ¿Ben sabe de mi relación con Edward?
—¡No, en lo absoluto!
—Bien. —respiré un poco más tranquila. —Luego me encargo de eso.
—No me pareció educado sacar tu vida privada a la luz. No es problema de nadie. —sonreí complacida. Esa era lo que más me gustaba de ella. Su lealtad.
—Gracias, Ang. Llámame ahora que ya tienes este teléfono. Es mi nuevo número.
—Bien. Y recuerda, nos vemos en cuatro días, Bell. —entonces colgó dejándome con una sensación cálida en el pecho. Poco a poco las piezas y las personas importantes para mí iban tomando su lugar en mi a veces surrealista actualidad. Sin embargo, cuando me giré Edward me veía tenso, lo cual me sorprendió.
—¿Qué pasa? ¿He dicho algo malo? —pregunté con suavidad.
—¿Por qué no quieres que ese tal Ben se entere de nosotros? ¿Por qué no puede saberse que estamos juntos?
Sin duda alguna su actitud me tomó por sorpresa. Corrí a explicarme antes de que sacase conclusiones erradas.
—Porque se supone que a los ojos de mis colegas, eres mi paciente no mi novio. Aunque Ben se enterará pronto. Lo más seguro es que Angela quiera que salgamos los cuatro. —tomé una de sus manos entre las mías, besé su palma y las apreté. —Yo quiero que me acompañes y así él se dará cuenta. Así no tendría que enterarse por algún comentario que ronde por allí y que pueda dar pie a rumores como que yo estuviese contigo solo por interés. O como si te hubiese corrompido. Mi reputación laboral se vería seriamente afectada y eso es muy importante para mí. Pero discúlpame, no quise dar a entender que no quiero que sepan que estoy en una relación contigo.
Me abrazó comprensivo y buscó mis labios para un beso dulce y casto.
—Está bien. Lo comprendo, Bella. No quiero causar nada que te haga daño. Yo te cuidaré.
—Ya lo haces, ángel. —dije apretujada entre sus brazos.
Cuatro días después…
En la Bella Venecia, estábamos Angela, Ben, Edward y yo cenando animadamente. Después de la sorpresa inicial al enterarse del autismo de Edward y que tenía una relación más allá de la de paciente-enfermera, se comportó como si nada importara. Era un hombre grandioso como me había dicho mi amiga.
Angela por su parte estaba feliz de verme de nuevo. Tenía el cabello mucho más corto que la última vez que nos habíamos visto. Se lo había cortado al nivel de los hombros y le quedaba fantástico. Conversamos sobre sus viajes, las experiencias que habían tenido con pacientes de autismos de otros lugares que habían visitado en sus viajes. En ningún momento analizaron a Edward, solo lo trataron como mi cita. Y se los agradecí internamente.
Aunque muy pronto se evaporó la energía relajada. Al menos por mi parte.
—Cuéntenme ¿Cómo se ven en un tiempo?
—¿A qué te refieres? —gruñí.
—Viejos. —aseveró Edward. Angela y Ben estallaron en risas pero yo no tuve la inclinación de hacerlo. Seguía tensa. Sabía hacia donde se dirigían los derroteros de esta conversación y aún no había hablado con Edward sobre ello.
—Ya saben…luego de tener cierto tiempo de novios. ¿Qué harán después?
¡Yo la mato!
—Tu amiga tiene razón, Bella. ¿Qué haremos después?
—No lo sé, ángel. El tiempo lo dirá. Vamos paso a paso ¿Recuerdas? —le tomé la mano y lo miré a los ojos intentando que comprendiera mi punto de vista. Y quizá también el temor que ahora se me comenzaba a formar en la boca del estómago. —Ya hemos hablado sobre eso.
—No hemos hablado sobre casarnos. O vivir juntos. —negó indignado.
Suspiré paciente.
—Sobre eso no, ángel. Sobre hacer las cosas lentamente.
—Ah. Sobre eso sí ¿Pero nos casaremos? —insistió curioso.
—Yyyo…yo…no sé…tú…
—No entiendo lo que dices. —respondió confundido.
Respiré profundo contando mentalmente hasta diez y luego hablé.
—Ángel, casarse no es ir a una casa bonita y vivir un feliz para siempre. Es algo mucho más complicado. Debemos considerar muchas cosas primero y luego tomaremos una decisión.
La muy arpía de Angela hacía su mejor esfuerzo en sofocar sus risas con la copa de vino que tenía en su mano en ese preciso momento. Sentí un fuerte impulso de tirarle a la cabeza un trozo de pan. O patearla por debajo de la mesa. No lo hice porque temí toparme con la pierna de Ben. El pobre no tenía la culpa de tener a esa diabólica por novia.
—A mí me parece que están muy bien ahora. —añadió Ben al darse cuenta del apuro en que estaba metida. Se lo agradecí con la mirada y amenacé a mi amiga con la mirada.
—Tenemos una perra. —añadió mi ángel con no poco orgullo. Incluso se había cuadrado de hombros. Como si estuviese pavoneándose ante los demás de algún logro. Tan tierno.
—Vaya. Eso es un gran paso. —le contestó Ben. Le miraba gratamente sorprendido.
—Sí. Da mucho trabajo porque no es muy ordenada ni huele bien siempre, pero es una gran mascota.
Y las conversaciones sobre Winter se extendieron hasta casi la hora de despedirnos. Angela y yo quedamos en vernos de nuevo, pero solas y Ben insistió en encontrarnos de nuevo los cuatro para cenar en la próxima semana. Edward accedió encantado.
Cuando regresamos a la casa, ya todos estaban acostados, excepto Winter que nos esperaba en la puerta y que casi se muere de un infarto de tanta felicidad a lo que pasamos la entrada. Me quité los tacones pues tenía los pies destrozados y me disponía a subir las escaleras cuando una visión de Edward me consumió casi en su totalidad:
Mi ángel estaba abrazando a aquella pequeña mestiza de lobo siberiano con mucho cuidado de no hacerle daño y mi corazón se paralizó. Cuando no creía que podía ser más perfecto, más puro e incorruptible, entonces se mostraba ante mí con un aura de luz y paz mientras hacía lo que mejor sabía hacer. Amar. Amar a todo aquel que lo dejase entrar en su vida.
Así era mi ángel. 

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¡Hola, mis chicas! Muchas gracias por tanto amor en sus comentarios tras cada capítulo. En serio me encanta leerlos y saber qué tanto estoy logrando tocarlas con mi historia.
Quería pedirles disculpas por no publicar la semana pasada, pero me pasó que la musa se fue y tardó algunos días en regresar. Y de nuevo tengo que darles las gracias por ser tan pacientes.
Ya estamos en la recta final…¡Que locura!
Nos seguimos leyendo.

Marie C. Mateo